¿Qué queremos?

La sociedad venezolana, en este momento histórico trágico luce confundida, desorientada y sumergida hasta el cuello en un pantano de leyendas urbanas, mitos y lugares comunes que han sustituido a la reflexión política y al análisis de los hechos y tendencias.

Me parece pertinente, en consecuencia, colocar en el debate ideas y consideraciones sencillas y archiconocidas por todos a manera de premisas sobre las cuales soportar las consideraciones que a continuación exponemos.

Por qué y para qué luchamos? Qué queremos? Y cómo alcanzar ese o esos propósitos?

Queremos libertad. Es decir un mundo en el cual tanto individual como colectivamente nos comportemos, por decisión propia, según nuestra conveniencia. Y lo que nos conviene es desenvolvernos en tanto que persona humana en función de satisfacer nuestras necesidades, motivaciones, aspiraciones, ideales y vocación sin limitaciones siempre y cuando nuestro desempeño no coarte los derechos del prójimo. Es, por otra parte, satisfacer plenamente la visión y sueño de sociedad que la ciudadanía tenga a bien definir democráticamente. Queremos democracia. Vale decir, un modelo político, económico y social surgido de un pacto social para una convivencia en santa paz. Lo cual sólo es posible en el contexto de un sistema en el cual se respeten rigurosamente los derechos humanos, civiles, económicos y políticos tanto del ciudadano como individuo como de la sociedad en general y de grupos sociales particulares. Una sociedad y un país en el cual las decisiones acerca del curso a seguir se tome por mayoría a través del diálogo y la institución del sufragio y predomine en el Estado una separación de poderes y contrapesos.

Queremos un mundo, un país, donde la justicia, y la justicia social en particular, sea una realidad. Donde todos seamos iguales ante la ley y todos tengamos las mismas oportunidades y en el cual el desarrollo de cada quien dependa de su talento, voluntad, esfuerzo y personalidad. Vale decir, una sociedad democrática, libre y sin desigualdad social.

Los venezolanos luchamos por estos objetivos porque vivimos en un sistema político y socioeconómico contrario a ellos, bajo un régimen político opresor y antidemocrático, en condiciones sociales y laborales muy cercanas al esclavismo y con los derechos fundamentales suprimidos. Por eso luchamos. Y actuamos decididamente contra una dominación criminal, corrupta e inescrupulosa, responsable de la espantosa crisis humanitaria compleja que padecemos. Desalojar del poder político a la banda que lo ostenta y responsable de esta tragedia es el objetivo estratégico de nuestro accionar político.

EL FRACASO.

Pero los “deseos no preñan”, como dice el refrán popular. Conquistar el cambio demanda la formulación de políticas, estrategias y tácticas orientadas a socavar los pilares que sustentan al régimen y a tomar el poder con el menor costo político, humano y material posible. Ubicados en ese contexto, estudiado el accionar de los actores políticos y sociales que lo han liderado y los resultados obtenidos la conclusión puede resumirse en una palabra: fracaso.

Por Celestino Aponte.

Desde el 2002 hasta nuestros días con manifestaciones pacíficas, acciones violentas, golpes de estados frustrados, referéndum revocatorio, protestas y presiones cívicas, abstencionismo y participación electoral los resultados son insatisfactorios, salvo puntuales y muy significativas victorias políticas (derrota a Chávez en el referéndum para la reforma constitucional y las elecciones parlamentarias del 2015). Una primera y aproximada explicación a éstos resultados parece estar en la ausencia de una estrategia coherente y en las carencias de las acciones tácticas promovidas por la dirección política. Éste hecho, a su vez, parece ser el efecto de la marcada discapacidad política de los partidos políticos venezolanos para el ejercicio de sus funciones. Expresión de la crisis que aqueja a éstas organizaciones cuyas principales manifestaciones son la notoria ausencia de representatividad de los mismos y unos equipos de dirección con serias carencias teóricas y en manos de meros a activistas. La “sargentería política” de la cual hablaba el historiador Manuel Alfredo Rodríguez; y una sociedad civil voluntariosa, preñada de buenas intenciones, excelente en acciones de solidaridad y reivindicativas pero sin la madurez y la experticia para afrontar en el plano político a un feroz adversario como lo es el régimen de marras.

Sin negar, por supuesto, la destreza y habilidad del régimen y sus socios internacionales para resistir y superar obstáculos, para mentir, manipular y corromper hombres e instituciones.

ELECCIONES REGIONALES.

En este cuadro general se celebró el pasado 21 de noviembre, por mandato constitucional, las elecciones de gobernadores, alcaldes, legisladores estadales y ediles. Arrojando unos resultados paradójicos que han profundizado el estado de confusión antes referido y provocado una frustración colectiva adicional a la ya existente y su correlato de desesperanza y angustia. Una primera evaluación de la jornada puede resumirse así: el régimen de Nicolás Maduro sufrió una derrota política que se expresa en tres indicadores a saber. El primero, es el descenso abrupto de su votación al caer de 4.371.328 votos en las elecciones del 2017 a 3.722.656; el número de votos obtenidos por el PSUV y sus aliados el pasado 21 N es inferior al total de sufragios alcanzados por la plural oposición (3.722.656 versus 4.429.137); el conjunto de la oposición alcanzó el 54,33% de los votos válidos; el 58,2% de los electores hizo caso omiso al llamado de Maduro a votar y no sucumbió al chantaje oficialista dejando al descubierto la soledad del régimen usurpador. Más aún, el régimen pretendió mostrarse como democrático y recuperar la legitimidad perdida olvidando que elecciones locales ni legitiman y deslegitiman a un gobierno de facto de nivel nacional. Y, por si fuera poco, el informe preliminar presentado por los observadores de la Unión Europea confirmó las reiteradas denuncias de la oposición venezolana sobre las condiciones electorales.

Paradójicamente -repito- el régimen logró una victoria electoral al ganar 19 gobernaciones de estado y 205 alcaldías. Lo cual se explica por el efecto conjugado de tres factores. El ventajismo electoral manifestado en la hegemonía comunicacional impuesta por el régimen y el peculado de uso para poner los recursos del Estado al servicio de los candidatos del PSUV; el manejo irresponsable y torpe de la oposición político partidista al esencial asunto de la unión de la oposición y a la selección de los candidatos; y, como corolario, la abstención militante de una amplia franja social de la oposición que oscila entre el 18 y el 20 por ciento de los electores. Dado que históricamente el 40% de los electores venezolanos son indiferentes a las elecciones regionales y locales (abstencionistas per se) y el 21 N la abstención alcanzó a 58 % damos como un dato de la

realidad que sólo una franja inferior al 20 por ciento asumió como válida la prédica abstencionista de ciertas organizaciones políticas.

De modo que la oposición venezolana siendo mayoría perdió la mayoría( valga la redundancia) abrumadora de gobernaciones y alcaldías. Un revés que dificultará aún más la eficacia política requerida en el futuro inmediato y ahondará la desazón y la frustración.

¿CÓMO?

La alternativa democrática debe repensar, discutir y elaborar una hoja de ruta consensuada. Comenzando Por identificar lo que no debe hacer. No debe, por ejemplo, continuar la diatriba con acusaciones mutuas y repartir supuestos y reales culpabilidades; insistir machaconamente en repetir y girar en torno a mitos y clichés como “dictadura no sale con votos”, partidos “mayoritarios” (que ninguno lo es) con derecho a veto, con malandros no se negocia, cese de la usurpación gobierno de transición y elecciones libres; no debe continuar en la práctica de sustituir a la organización y movilización ciudadana por las teclas de los teléfonos; con el eventismo (eventos por eventos sin ninguna trascendencia), la rutina aparatera y vacía de los partidos políticos sin contenidos teóricos y la crítica destructiva a cuanto líder insurja haciendo coro al G2 cubano.

Lo que hay que hacer es elaborar una política global y coherente, con una visión sistémica y no fragmentada, con sentido de la realidad y sin extraviarse de los valores y principios democráticos.

Dar concreción práctica al supuesto según el cual la solución al drama nacional antes expuesto ha de ser político, pacifico, electoral y apegado a la letra y espíritu de la Constitución Nacional. Y le agregaría un nuevo componente: salida judicial dado el curso tomado por el juicio en la Corte Penal Internacional.

Si la salida del régimen es electoral quiere decir que cualquier proceso electoral, presidencial o regional, será con instituciones controladas por él y, en consecuencia, no serán libres y lo transparente que deseamos. Elecciones libres, justas y transparentes habrá post régimen madurista. Combinar la lucha electoral con presión cívica, presión externa y negociación parece ser la regla general y cuya ejecución práctica es el problema con el cual debe lidiar una Dirección Política seria y a la altura de las circunstancias.

Más aún trabajar en dirección a construir una Dirección Política unionista y supra partido capaz de organizar y conducir la nueva política.

Sobre el contenido y perfil de esa nueva política y su estrategia correspondiente trataremos en una próxima entrega.

Ciudad Guayana, 24 de noviembre de 2021.