Pasar al contenido principal

Opinión

Ignacio Avalos Gutiérrez

Vamos ya, los humanos, para casi dos años en medio de la pandemia desatada por ese bichito, el así llamado Coronavirus, sin que en verdad se hayan despejado todas las interrogantes sobre su origen ni respecto a su evolución a partir de su último disfraz como Omicron.

La normalidad como nostalgia

Cualquiera recuerda los discursos que se dieron, llamando a la solidaridad mundial para que nadie se quedara sin vacunas, que se flexibilizaran las normas de propiedad intelectual, que los hospitales aumentaran su disponibilidad, en fin. Sin necesidad de entrar en mayores detalles, los diversos informes que dan cuenta de la situación a estas alturas de la pandemia revelan, por ejemplo, que el 80 por ciento de las vacunas ha ido a parar a diez países, que las medicinas han crecido considerablemente como negocio y los ricos se han vuelto notablemente más ricos y los pobres trágicamente más pobres. La idea la “Casa Común” nos sigue siendo ajena a los terrícolas, la fraternidad es un bien muy escaso.

Muchos pensaron que de esta suerte de paréntesis global al que nos sometió el microscópico animalito, nos daríamos a la tarea de repensar y cambiar la ruta que la humanidad ha venido transitando hace ya bastante tiempo. Que el encierro, nos haría conscientes de una crisis que ha tocado todos los ámbitos a lo largo y ancho del planeta, haciéndose patente en la desigualdad social, los desajustes ambientales, las disputas geopolíticas, la violación de los derechos humanos, el desgobierno de la globalización, así como otros muchos aspectos que han venido empañando, por decir lo menos, la vida de una gran parte de la población.

Sin embargo, el resultado no ha sido el que se esperaba. De a poco la nostalgia por la vida anterior se ha vuelto nuestra esperanza. La vuelta a la normalidad asoma como nuestro mejor horizonte, retocado hasta cierto punto por la mano de las tecnologías digitales que supuestamente nos abrirán nuevos cauces, en ciertas áreas. Se prefirió torear, así pues, el hecho de que fueron los vientos de esa normalidad los que trajeron estos lodos que desde hace rato, nos entraban el camino de cada día.

La humanidad en aprietos

Además de lo anterior, el mundo se está transformando de pies a cabeza. Nos encontramos con una fuerte aceleración en la mundialización de la economía, al paso que aumenta extremadamente la desigualdad social; una crisis ecológica que los científicos asocian a un patrón de crecimiento económico que, no obstante los parches, sigue orientándose por el engordamiento del PIB; la recomposición del mapa del poder mundial que muestra a China como la segunda potencia del planeta, nuevos conflictos regionales alimentados por motivos de distinta índole y algunos aspectos más dentro de un nuevo (des) orden internacional que aún no dispone de los las instituciones y mecanismos apropiados para procurar su gobernabilidad; el surgimiento de grandes movimientos migratorios, convertidos en un factor importante en el debilitamientos de la cohesión social en diversas partes, al lado de temas como el racismo y el género. Súmese a la lista el impacto radical que están produciendo un conjunto de tecnologías disruptivas que modifican de manera profunda todos los espacios de la vida humana, asomando desafíos para los que aún no se tienen respuesta.

Este nuevo contexto, visto apenas a través de estas pocas líneas, ha sido identificado como una “crisis civilizatoria”. Y en medio de ella se nos desapareció la política, con toda su caja de herramientas, indispensables para bregar la concordia social y asumir conjuntamente los cambios que se precisen.

Otra epidemia recorre el mundo: el autoritarismo

Distintos informes coinciden en reseñar el deterioro de la democracia a lo largo y ancho del mundo. América Latina es la región del mundo que reportó el mayor descenso en el Índice de Democracia 2021 de The Economist. Su encuesta anual, que califica el estado de la democracia en 167 países sobre la base de cinco medidas (proceso electoral y pluralismo, funcionamiento del gobierno, participación política, cultura política democrática y libertades civiles) encuentra que más de un tercio de la población mundial vive bajo un gobierno autoritario, mientras que solo el 6,4% disfruta de una democracia plena.

El autoritarismo viene dentro de un formato caracterizado generalmente por la emergencia de una figura mesiánica, que se comunica permanentemente y sin intermediarios con “su” pueblo, a través de un discurso que reinterpreta la historia y resignifica el lenguaje al mejor estilo orweliano y compra, vía el asistencialismo, la fidelidad política de la gente. Adicionalmente, polariza a la población (patriotas y antipatriotas, por ejemplo), constantemente esgrime la presencia de un enemigo externo como responsable de las calamidades nacionales, domestíca a las instituciones y diseña las leyes a su medida, a la vez que cuenta con el apoyo las fuerzas armadas y grupos paramilitares.

La política ha desaparecido en esta situación enmarañada a tal grado, que le viene bien la metáfora de un caballo desbocado. Tiene enfrente un muro que se levanta imposibilitando los necesarios acuerdos que hacen posible la convivencia dentro de cada sociedad y que hoy en día también muestra ribetes mundiales. En suma, los consensos cayeron en desuso, mientras los problemas continúan agravándose.

La posverdad y la vigilancia

Recuerdo haber leído hace unos cuantos años “El conocimiento inútil”, una obra de Jean Francois Revel, intelectual francés, varios de cuyos capítulos se vertebraban en torno a la idea de que “la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”, haciendo particular referencia a la política.

En este sentido, la descripción del sistema autoritario quedaría incompleta si se pasa por alto el término posverdad, como uno de sus elementos. Se trata de una expresión propia de la sociedad actual, permeada por la circulación permanente de información, en la que internet y las redes sociales aportan a los usuarios información que confirma lo que ya piensan o sienten, en detrimento de hechos contrastados y verificables, apelando más a las emociones que a la razón, a los prejuicios que a la objetividad, generando, así, decisiones basadas en creencias, y no en hechos reales Al final de cuentas, y en términos menos académicos, es una palabra que pone de manifiesto cómo se juega con la realidad, y se la desconoce, se la cambia, se la mutila o se la versiona para que no se parezca a ella misma. Así las cosas, se le ha dado otra energía a la mentira política, haciéndola más extendida y eficaz. Por otra parte, habrá que sumar el aumento de la vigilancia social, que se lleva a cabo a través de distintos dispositivos tecnológicos que violan la privacidad de las personas, a la vez elevan su capacidad para anticipar y modelar su conducta.

Dentro del saco autoritario caben figuras muy disímiles de la política mundial, no importa que se califiquen de izquierda o de derecha. Los emparenta la manera como llegan al poder, el tiempo que lo conservan y sobre todo la forma como lo ejercen, sin rayas amarillas que le fijen límites. Así pues, caben en el mismo saco Trump, Maduro, Orbán, Bolsonaro, Bukele, López Obrador y otros cuantos, quienes han convertido a la política en un chicle, maleable al punto de que, en Venezuela, por citar un ejemplo, se ha pasado del Socialismo del Siglo XXI al llamado Capitalismo de Bodegones, sin siquiera intentar una explicación que disimulara semejante salto cuántico.

La izquierda perezosa

Cabe esperar que desde los lados de la política, aparezca una alternativa que represente un cambio de paradigma. Hay actualmente numerosas iniciativas con esa orientación, ordenada en torno a la equidad y la libertad de los seres humanos. En otras palabras, alrededor de la articulación entre la justicia social y la democracia de cara a este nuevo mundo delineado por condiciones que, perdóneseme la reiteración, ponen de manifiesto una crisis en el modo como los terrícolas nos plantamos y organizamos para vivir en el planeta.

Uno piensa, como lo ha señalado en numerosas ocasiones la reconocida economista Marianna Mazzucato, que la izquierda debe reflexionar y repensarse con el propósito de convertirse en opción política, pero, advierte, “se ha vuelto perezosa”. Sin embargo, ella misma es un ejemplo de que están teniendo lugar esfuerzos importantes con el propósito de armar una alternativa política, a partir de las claves que rigen la actualidad.

El Nacional, miércoles 16 de febrero de 2022

 6 min


Anne Applebaum

Hay preguntas sobre el número de tropas, preguntas sobre la diplomacia. Hay preguntas sobre el ejército ucraniano, sus armas y sus soldados. Hay preguntas sobre Alemania y Francia: ¿Cómo reaccionarán? Hay preguntas sobre Estados Unidos y cómo ha llegado a ser un actor central en un conflicto que no ha creado. Pero de todas las preguntas que surgen repetidamente sobre una posible invasión rusa de Ucrania, la que obtiene respuestas menos satisfactorias es esta: ¿Por qué?

¿Por qué el presidente de Rusia, Vladimir Putin, atacaría a un país vecino que no lo ha provocado? ¿Por qué arriesgaría la sangre de sus propios soldados? ¿Por qué correría el riesgo de sanciones, y tal vez una crisis económica, como resultado? Y si él no está realmente dispuesto a arriesgar estas cosas, entonces ¿por qué está jugando este elaborado juego?

Para explicar por qué se requiere algo de historia, pero no la historia semi mitológica y falsamente medieval que Putin ha utilizado en el pasado para declarar que Ucrania no es un país, o que su existencia es un accidente, o que su sentido de nación no es real. Tampoco necesitamos saber mucho sobre la historia más reciente de Ucrania o sus 70 años como república soviética, aunque es cierto que los vínculos soviéticos del presidente ruso, sobre todo los años que pasó como oficial de la KGB, importan mucho. acuerdo. De hecho, muchas de sus tácticas —el uso de falsos “separatistas” respaldados por Rusia para llevar a cabo su guerra en el este de Ucrania, la creación de un gobierno títere en Crimea— son viejas tácticas de la KGB, familiares del pasado soviético. Las agrupaciones políticas falsas jugaron un papel en la dominación de Europa Central por parte de la KGB después de la Segunda Guerra Mundial;

El apego de Putin a la antigua URSS también importa de otra manera. Aunque a veces se le describe incorrectamente como un nacionalista ruso, en realidad es un nostálgico imperial. La Unión Soviética era un imperio de habla rusa y, a veces, parece soñar con recrear un imperio de habla rusa más pequeño dentro de las fronteras de la antigua Unión Soviética.

Pero la influencia más significativa en la visión del mundo de Putin no tiene nada que ver ni con su entrenamiento en la KGB ni con su deseo de reconstruir la URSS. Putin y la gente que lo rodea han sido moldeados mucho más profundamente, más bien, por su camino hacia el poder. Esa historia, que ha sido contada varias veces por las autoras Fiona Hill, Karen Dawisha y, más recientemente, Catherine Belton , comienza en la década de 1980. Los últimos años de esa década fueron, para muchos rusos, un momento de optimismo y entusiasmo. La política de glasnost —apertura— significaba que la gente decía la verdad por primera vez en décadas. Muchos sintieron la posibilidad real de cambio, y pensaron que podría ser un cambio para mejor.

Putin se perdió ese momento de euforia. En cambio, fue destinado a la oficina de la KGB en Dresden, Alemania Oriental, donde soportó la caída del Muro de Berlín en 1989 como una tragedia personal. Mientras las pantallas de televisión de todo el mundo transmitían a todo volumen la noticia del fin de la Guerra Fría, Putin y sus camaradas de la KGB en el condenado estado satélite soviético quemaban frenéticamente todos sus archivos, hacían llamadas a Moscú que nunca respondían, temiendo por sus vidas y sus carreras. Para los agentes de la KGB, este no fue un momento de regocijo, sino más bien una lección sobre la naturaleza de los movimientos callejeros y el poder de la retórica: retórica democrática, retórica antiautoritaria, retórica antitotalitaria. Putin, al igual que su modelo a seguir Yuri Andropov, que fue embajador soviético en Hungría durante la revolución de 1956, concluyó a partir de ese período que la espontaneidad es peligrosa. La protesta es peligrosa. Hablar de democracia y cambio político es peligroso. Para evitar que se propaguen, los gobernantes de Rusia deben mantener un control cuidadoso sobre la vida de la nación. Los mercados no pueden ser genuinamente abiertos; las elecciones no pueden ser impredecibles; la disidencia debe ser cuidadosamente “gestionada” a través de la presión legal, la propaganda pública y, si es necesario, la violencia dirigida.

Pero aunque Putin se perdió la euforia de los años 80, ciertamente participó plenamente en la orgía de la codicia que se apoderó de Rusia en los años 90. Después de superar el trauma del Muro de Berlín, Putin regresó a la Unión Soviética y se unió a sus antiguos colegas en un saqueo masivo del estado soviético. Con la ayuda del crimen organizado ruso, así como de la amoral industria internacional de lavado de dinero en el extranjero, algunos miembros de la antigua nomenklatura soviética robaron activos, sacaron el dinero del país, lo escondieron en el extranjero y luego lo devolvieron y lo usaron. para comprar más activos. Riqueza acumulada; siguió una lucha de poder. Algunos de los oligarcas originales terminaron en prisión o en el exilio. Eventualmente, Putin terminó como el principal multimillonario entre todos los demás multimillonarios, o al menos el que controla la policía secreta.

Esta posición hace que Putin sea simultáneamente muy fuerte y muy débil, una paradoja que a muchos estadounidenses y europeos les cuesta entender. Es fuerte, por supuesto, porque controla muchas palancas de la sociedad y la economía de Rusia. Trate de imaginar un presidente estadounidense que controlara no solo el poder ejecutivo, incluidos el FBI, la CIA y la NSA, sino también el Congreso y el poder judicial; The New York Times , The Wall Street Journal , The Dallas Morning News y todos los demás periódicos; y todas las empresas importantes, incluidas Exxon, Apple, Google y General Motors.

El control de Putin viene sin límites legales. Él y las personas que lo rodean operan sin controles y equilibrios, sin reglas de ética, sin transparencia de ningún tipo. Determinan quién puede ser candidato en las elecciones y quién puede hablar en público. Pueden tomar decisiones de la noche a la mañana —enviar tropas a la frontera con Ucrania, por ejemplo— sin consultar a nadie ni recibir consejo. Cuando Putin contempla una invasión, no tiene que considerar el interés de las empresas o los consumidores rusos que podrían sufrir sanciones económicas. No tiene que tener en cuenta a las familias de los soldados rusos que podrían morir en un conflicto que no quieren. No tienen elección, ni voz.

Y, sin embargo, al mismo tiempo, la posición de Putin es extremadamente precaria. A pesar de todo ese poder y todo ese dinero, a pesar del control total sobre el espacio de la información y el dominio total del espacio político, Putin debe saber, en algún nivel, que es un líder ilegítimo. Nunca ha ganado unas elecciones justas y nunca ha hecho campaña en una contienda en la que podría perder. Sabe que el sistema político que ayudó a crear es profundamente injusto, que su régimen no solo gobierna el país sino que lo posee, tomando decisiones económicas y de política exterior diseñadas para beneficiar a las empresas de las que él y su círculo íntimo se benefician personalmente. Sabe que las instituciones del estado existen no para servir al pueblo ruso, sino para robarles. Sabe que este sistema funciona muy bien para unos pocos ricos, pero muy mal para todos los demás. Él lo sabe.

La conciencia de Putin de que su legitimidad es dudosa ha estado en exhibición pública desde 2011, poco después de su “reelección” amañada para un tercer mandato constitucionalmente dudoso. En ese momento, grandes multitudes aparecieron no solo en Moscú y San Petersburgo, sino también en varias docenas de otras ciudades, para protestar contra el fraude electoral y la corrupción de las élites. Los manifestantes se burlaron del Kremlin como un régimen de «ladrones y ladrones», un eslogan popularizado por el activista por la democracia Alexei Navalny; más tarde, el régimen de Putin envenenaría a Navalny, casi matándolo. El disidente está ahora en una cárcel rusa. Pero Putin no solo estaba enojado con Navalny. También culpó a Estados Unidos, Occidente, los extranjeros que intentan destruir Rusia. Dijo que la administración Obama había organizado a los manifestantes; La Secretaria de Estado Hillary Clinton, de todas las personas, había “dado la señal” para iniciar las protestas. Había ganado las elecciones, declaró con gran pasión, con lágrimas en los ojos, a pesar de las “provocaciones políticas que persiguen el único objetivo de socavar el estado de Rusia y usurpar el poder”.

En su mente, en otras palabras, no estaba simplemente luchando contra los manifestantes rusos; estaba luchando contra las democracias del mundo, en connivencia con los enemigos del estado. No importa si realmente creía que las multitudes en Moscú estaban literalmente recibiendo órdenes de Hillary Clinton. Ciertamente entendió el poder del lenguaje democrático, de las ideas que hicieron que los rusos quisieran un sistema político justo, no una cleptocracia controlada por Putin y su pandilla, y sabía de dónde venían. Durante la década siguiente, llevaría la lucha contra la democracia a Alemania, Francia, Italia y España, donde apoyaría a grupos y movimientos extremistas con la esperanza de socavar la democracia europea. Los medios controlados por el estado ruso apoyarían la campaña por el Brexit, con el argumento de que debilitaría la solidaridad democrática occidental, que es la que tienen. Los oligarcas rusos invertirían en industrias clave en toda Europa y en todo el mundo con el objetivo de ganar tracción política, especialmente en países más pequeños como Hungría y Serbia. Y, por supuesto, los especialistas rusos en desinformación intervendrían en las elecciones estadounidenses de 2016.

Todo lo cual es una forma indirecta de explicar la extraordinaria importancia de Ucrania para Putin. Por supuesto, Ucrania importa como símbolo del imperio soviético perdido. Ucrania era la segunda república soviética más poblada y rica, y la que tenía los vínculos culturales más profundos con Rusia. Pero la Ucrania postsoviética moderna también es importante porque ha intentado —luchado, en realidad— unirse al mundo de las democracias occidentales prósperas. Ucrania ha protagonizado no una, sino dos revoluciones a favor de la democracia, contra la oligarquía y contra la corrupción en las últimas dos décadas. El más reciente, en 2014, fue particularmente aterrador para el Kremlin. Los jóvenes ucranianos coreaban consignas anticorrupción, al igual que lo hace la oposición rusa, y ondeaban banderas de la Unión Europea. Estos manifestantes se inspiraron en los mismos ideales que Putin odia en casa y busca derrocar en el extranjero. Imágenes de su palacio, completo con grifos de oro, fuentes y estatuas en el patio, exactamente el tipo de palacio que habita Putin en Rusia. De hecho, sabemos que habita un palacio así porque uno de los vídeos producidos por Navalny ya nos ha mostrado imágenes de él, junto con su pista privada de hockey sobre hielo y su bar de narguile.

La posterior invasión de Crimea por parte de Putin castigó a los ucranianos por tratar de escapar del sistema cleptocrático en el que él quería que vivieran, y mostró a los propios súbditos de Putin que ellos también pagarían un alto costo por la revolución democrática. La invasión también violó las reglas y tratados escritos y no escritos en Europa, lo que demuestra el desprecio de Putin por el statu quo occidental. Después de ese “éxito”, Putin lanzó un ataque mucho más amplio: una serie de intentos de golpe de estado en Odessa, Kharkiv y varias otras ciudades con mayoría de habla rusa. Esta vez, la estrategia fracasó, sobre todo porque Putin malinterpretó profundamente a Ucrania, imaginando que los ucranianos de habla rusa compartirían su nostalgia imperial soviética. Ellos no. Solo en Donetsk, una ciudad en el este de Ucrania donde Putin pudo mover tropas y equipo pesado desde el otro lado de la frontera, tuvo éxito un golpe local. Pero incluso allí no creó una Ucrania «alternativa» atractiva. En cambio, Donbas, la región minera del carbón que rodea a Donetsk, sigue siendo una zona de caos y anarquía.

Hay un largo camino desde el Donbas hasta Francia o los Países Bajos, donde los políticos de extrema derecha merodean por el Parlamento Europeo y toman dinero ruso para ir en «misiones de investigación» a Crimea. Es un camino aún más largo hasta las pequeñas ciudades estadounidenses donde, en 2016, los votantes hicieron clic con entusiasmo en las publicaciones pro-Trump de Facebook escritas en San Petersburgo. Pero todos son parte de la misma historia: son la respuesta ideológica al trauma que experimentaron Putin y su generación de oficiales de la KGB en 1989. En lugar de democracia, promueven la autocracia; en lugar de unidad, tratan constantemente de crear división; en lugar de sociedades abiertas, promueven la xenofobia. En lugar de dejar que la gente espere algo mejor, promueven el nihilismo y el cinismo.

Putin se está preparando para invadir Ucrania nuevamente, o pretende invadir Ucrania nuevamente, por la misma razón. Quiere desestabilizar Ucrania, asustar a Ucrania. Quiere que la democracia ucraniana fracase. Quiere que la economía ucraniana se derrumbe. Quiere que los inversores extranjeros huyan. Quiere que sus vecinos —en Bielorrusia, Kazajistán, incluso Polonia y Hungría— duden de que la democracia sea viable alguna vez, a largo plazo, también en sus países. Más allá, quiere ejercer tanta presión sobre las instituciones occidentales y democráticas, especialmente la Unión Europea y la OTAN, que se desmoronan. Quiere mantener a los dictadores en el poder donde sea que pueda, en Siria, Venezuela e Irán. Quiere socavar a Estados Unidos, reducir la influencia estadounidense, eliminar el poder de la retórica de la democracia que tanta gente en su parte del mundo todavía asocia con Estados Unidos.

Estos son grandes objetivos, y es posible que no sean alcanzables. Pero la amada Unión Soviética de Putin también tenía metas grandes e inalcanzables. Lenin, Stalin y sus sucesores querían crear una revolución internacional, para subyugar al mundo entero a la dictadura soviética del proletariado. Al final, fallaron, pero hicieron mucho daño mientras lo intentaban. Putin también fracasará, pero él también puede hacer mucho daño mientras lo intenta. Y no solo en Ucrania. (The Atlantic)

Anne Applebaum es redactora de The Atlantic , miembro del SNF Agora Institute de la Universidad Johns Hopkins y autora de Twilight of Democracy: The Seductive Lure of Authoritarism.

14 de febrero 2022

Polis

https://polisfmires.blogspot.com/2022/02/anne-applebaum-putin-razones-pa...

 11 min


Eddie A. Ramírez S.

La historia narra muchos saqueos cometidos a la población por soldados vencedores en contiendas contra diferentes tribus o nacionalidades. Excepcionalmente, los soldados saqueaban a su misma gente. Quizá el caso más cercano fue el practicado por los nazis a los judíos alemanes. Los dictadores son conocidos por sus saqueos a los bienes del Estado, bien sea por apropiación directa o a través de comisiones exigidas a contratistas. Un hecho menos frecuente es el saqueo a sus ciudadanos y a los recursos de su país, tal como en el caso de Chávez-Maduro.

Saquearon a la población: La dictadura de Chávez-Maduro ha saqueado a los ciudadanos al robarles las condiciones para permanecer en Venezuela, obligándolos a emigrar con riesgo de ser asesinados en el camino, como ocurrió con el bebé vilmente abatido por guardacostas trinitarios, y otros en su peregrinar hacia el sur. También, al no tomar medidas para controlar la inflación y prestar servicios médicos, por lo que los trabajadores y jubilados están pasando hambre o mueren por falta de asistencia médica.

Saquearon a los propietarios: Han saqueado la propiedad privada con decretos de expropiación sin compensación, lo cual es un simple robo, como dijo María Corina. Hay dos casos importantes y emblemáticos en los que la dictadura robó a los propietarios y a todos los venezolanos. El robo de las instalaciones y equipos de Radio Caracas Televisión, en el 2007, y el reciente de El Nacional, fue una importante pérdida patrimonial para sus propietarios y, además, les robó a los ciudadanos el derecho a la información. Estos dos valientes medios de comunicación eran intolerables para la dictadura. Afortunadamente, sus dueños no han claudicado.

El régimen utiliza contra otros medios de comunicación mecanismos menos evidentes que el saqueo. Uno de ellos es no renovar los derechos de concesión, que ha aplicado a muchas emisoras de radio. Otros son presionar para que el sector privado no les coloque propaganda, no suministrar papel a los medios escritos, bloquear el acceso a medios digitales como Runrunes y Noticiero Digital y comprar periódicos y emisoras a través de testaferros que se comprometen a censurar las informaciones que no benefician al régimen y a divulgar sus mentiras.

Saquearon a los trabajadores petroleros y a empleados públicos: El régimen saqueo las prestaciones, fondo de ahorros, fondo de vivienda y derecho a la jubilación de los trabajadores despedidos ilegalmente de Pdvsa y de otras empresas u organismos del Estado.

Saquearon los recursos naturales renovables: Al régimen no le importa el futuro de las nuevas generaciones. Por eso permite una explotación irracional de minerales, que destruye nuestros bosques y contamina los cursos de agua. También le tiene sin cuidado los derrames de petróleo que afectan negativamente el Lago de Maracaibo, cursos de agua, morichales y otro tipo de ecosistema. Promueve la destrucción de nuestros Parques Nacionales, como Morrocoy, Los Roques y Canaima. Esto último con el abuso de malos ciudadanos que se aprovechan de nuestros recursos teóricamente renovables, pero en la práctica difíciles de renovar. El grotesco espectáculo de sifrinos enchufados, en la cima de un tepuy es un caso típico de pérdida de principios y valores, y la excusa de Osmel Sousa es un monumento a la idiotez. Gracias a Soledad Morillo Belloso y a Carolina Jaimes Branger por ponerlos en su sitio en excelentes artículos. También nuestro reconocimiento a la joven Karen Brewer por su constante labor conservacionista, así como a otras ONG.

Saquearon los recursos naturales no renovables: Como es de conocimiento general, el saqueo del oro, diamantes y otros minerales preciosos está en mano de bandas, algunas encompinchadas con personas del régimen. El oro que se extrae no es depositado en el Banco Central, sino que va al exterior ilegalmente. Pdvsa fue saqueada y se siguen llevando motores y cuanto hierro encuentran para venderlo como chatarra. La producción de petróleo, según el Boletín de febrero de la OPEP es de solo 668.000 barriles por día, y la cifra que el régimen informa a esa organización es de 755.000 barriles por día. Es decir que, como habían dicho los expertos, muy lejos del millón de barriles por día anunciado por el usurpador mentiroso.

Saquearon los recursos humanos: El régimen impide trabajar en dependencias del Estado a quienes identifica como opositores y establece salarios de hambre para médicos, enfermeras, docentes y de otras profesiones. Eso los obliga a irse al exterior, con lo que el país pierde valiosos recursos.

Saquearon los principios y valores: El mal comportamiento de quienes están en el poder erosionó, aún más, los ya frágiles principios y valores de nuestra sociedad.

Saquearon nuestros símbolos patrios y permitieron que fuerzas irregulares extranjeras y el narcotráfico se apropiaran de gran parte de nuestro territorio.

Detener los saqueos. El régimen venezolano saquea el presente y el futuro. Lo realiza con la colaboración de jueces alcahuetas y la complicidad de la Fuerza Armada que tolera esas violaciones a la Constitución. Detener los saqueos es trabajo de todos. La dirigencia opositora debe entender que solo con un frente común se puede ejercer presión suficiente para que el régimen acepte realizar una elección adelantada y transparente o para que Maduro renuncie. Si algunos dirigentes de la oposición no lo entienden es porque no les importan los saqueos o porque participan de los mismos.

Como (había) en botica:

Lamentamos el fallecimiento de Eduardo Colmenares Finol, un gran venezolano y un caballero, al igual que sus hermanos Guillermo y Enrique. También, de Oscar Estrada Diaz, compañero de Gente del Petróleo y de Unapetrol.

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

eddiearamirez@hotmail.com

 4 min


​José E. Rodríguez Rojas

El triunfo de Gabriel Boric en Chile ha desatado una gran euforia en la izquierda a nivel global y en buena parte de la sociedad chilena. Los inversionistas y algunos economistas no comparten la misma euforia, lo cual se reflejó en la caída de la bolsa de valores. Boric ha moderado su posición, pero para algunos economistas, como Sebastián Edwards su elección, aunada a la constituyente, forman un coctel explosivo que agudizará el declive de Chile.

En Chile, después de la dictadura de Pinochet, tendió a privar un consenso que sirvió de base a la sociedad democrática que se desarrolló después de la dictadura. Ese consenso fue impulsado por los llamados partidos de la concertación, lo que traducía el predominio de un centro político, que a veces giraba hacia la derecha y otras a la izquierda, pero siempre desplazándose alrededor del centro, evitando los radicalismos. Bachelet y el Partido Socialista son un buen ejemplo de ello. Bachelet tenía razones para comportarse como una líder buscadora de venganza por lo que le hicieron a su padre, pero en su lugar utilizó su liderazgo para la búsqueda de consenso y el desplazamiento de su organización hacia la moderación y el centro político.

Sin embargo este escenario con el tiempo se agotó y la sociedad chilena evolucionó hacia una aguda polarización donde predominaron las posiciones extremistas. Ello sucedió en las últimas elecciones donde los electores debieron escoger entre dos extremos. Por un lado Kast un extremista de derecha, enemigo del feminismo y de las conquistas de las mujeres y simpatizante de Pinochet y su gestión. Por otro lado Boric, un extremista de izquierda, quien en los inicios de la campaña cuestionó la posición de los partidos de la concertación utilizando todos los calificativos a su alcance para despotricar de ellos. Al final Boric debió moderar su discurso y sus cuestionamientos a los partidos de la concertación, a fin de obtener su apoyo, lo que le condujo, ayudado por el extremismo de Kast a obtener la victoria en la segunda vuelta.

Sin embargo el triunfo de Boric si bien fue muy claro tuvo un efecto colateral negativo en los sectores económicos y los inversionistas, acentuando la desconfianza de los mismos, debido a que temen que su moderación sea una estratagema para ganar las elecciones. Les preocupa que una vez en el gobierno él y sus aliados como el Partido Comunista retomen sus banderas radicales originales. Estos temores se reflejaron en la caída de la bolsa de valores al conocerse los resultados de la elección. La presidenta del senado consiente de esta situación señaló, después de la elección, que Boric debía enviar una señal a los mercados que calmara los mismos. Ante estas presiones Boric decidió seleccionar un gabinete integrado por independientes y miembros del partido socialista de Bachelet, en otras palabras un gabinete de tendencia socialdemócrata.

Sin embargo para algunos economistas como Sebastián Edwards el daño está hecho y es poco lo que se puede hacer para repararlo. Edwards es un reputado economista chileno, fue economista jefe del Banco Mundial y es profesor de una prestigiosa universidad del estado de California, es además autor de más de 200 artículos científicos en revistas especializadas. Según Edwards Chile enfrenta un coctel explosivo, por un lado una constituyente integrada en una elevada proporción por extremistas que aprobarán una constitución que no logrará satisfacer las expectativas que ha creado y un inexperto presidente cuyos asesores le aconsejan políticas que ya fueron planteadas y ejecutadas durante la segunda mitad del siglo XX. Son políticas añejas. Los asesores de Boric no lo saben porque no estudian, no conocen la historia económica.

Según Edwards Chile perdió el rumbo hace tiempo, desde hace unos diez años es un país en declive, que ya fue superado por Panamá. La constituyente y la presidencia de Boric es probable que agudicen el declive y en una generación ubiquen al país austral en la tabla de posiciones entre Costa Rica y Ecuador.

Profesor UCV

 3 min


Elías Pino Iturrieta

El chavismo la ha emprendido contra los logros sociales más importantes de nuestra historia contemporánea, como el derecho a la salud y el respeto de la vida, los fueros sindicales, la libertad de expresión y de imprenta, las prerrogativas del libre tránsito, la protección de la educación en todas sus escalas. Entonces, ¿por qué los venezolanos estamos ante una ceguera y una superficialidad? Son testimonios de la desesperación que arropa a la sociedad cuando no encuentra la salida de su calvario. Son reacciones rudimentarias y mecánicas ante un régimen oprobioso que jamás ha sido lo que ha dicho que es.

Como respuesta frente a las atrocidades del chavismo, y ante la ignorancia proverbial del madurismo, Venezuela se ha convertido en una especie de edén para el crecimiento de las posiciones más retardatarias o reaccionarias de su historia. Ha sido de tal magnitud el daño causado a la sociedad desde el ascenso del “comandante eterno”, profundizado por su sucesor, que la respuesta natural ha sido la de situarse en la orilla contraria sin advertir matices, ni ofrecer contestaciones razonables. Si el chavismo representa a la izquierda, la inmensa mayoría de sus adversarios no solo se empeña en ser la encarnación de la derecha, sino también en ufanarse de batallar en la defensa de una fortaleza anacrónica que merece el tributo de las posiciones heroicas. Estamos ante una ceguera y una superficialidad que, mientras alguien les mete el diente con la pausa correspondiente, merecen el comentario que ahora se intentará.

Y el comentario comienza por negar con la mayor rotundidad que el chavismo tenga vínculos con la izquierda, o con los movimientos reconocidos como socialistas desde el siglo XIX en Europa y América. A menos que se pueda admitir, aun en medio de fundadas dudas, que pueda crecer el árbol del socialismo en la jerigonza de un teniente coronel que mezcló el pensamiento de un opulento blanco criollo de su época, llamado Simón Bolívar, con unas frases sueltas del inquieto profesor Simón Rodríguez y con las ideas que jamás tuvo en la cabeza un caudillo de nombre Ezequiel Zamora. O, para mayor curiosidad, con su admiración por un sujeto mediocre como Marcos Pérez Jiménez, con su debilidad obsecuente por el personalismo de Fidel Castro y, para perfeccionar el disparate, con su fe en las virtudes redentoras de un ejército que desde los tiempos de su fundación, en el período gomecista, no ha sido precisamente un baluarte de la justicia social.

Los movimientos socialistas han sido el resultado de muchas horas de estudio y sacrificio que conducen a la fundación de una doctrina que no permanece estacionada en el lapso de su fundación, sino que evoluciona de acuerdo con las solicitudes de cada tiempo, hasta penetrar las esferas y los poderes a los cuales se enfrenta al principio. En consecuencia, ¿cómo se puede pensar sin llegar a los extremos de la ingenuidad, o de la memez, que puede existir un mínimo barrunto de socialismo en las propuestas de un individuo que nunca tuvo tiempo para calentar un pupitre, ni vocación para una mínima disciplina intelectual?

Pero, mirando hacia los hechos concretos, es evidente, por si fueran pocos los desbarros de su fuente, que el chavismo la ha emprendido contra los logros sociales más importantes de nuestra historia contemporánea, como el derecho a la salud y el respeto de la vida, los fueros sindicales, la libertad de expresión y de imprenta, las prerrogativas del libre tránsito, la protección de la educación en todas sus escalas y la obligación de crear y promover salarios justos. Productos de los gobiernos habitualmente calificados de progresistas, resultados de una lucha constante y dura contra los poderes establecidos, frutos de brillantes estudios de los políticos y de los intelectuales más atrevidos desde el fundacional siglo XIX, que llega a su cúspide en el siglo XX; batallas de los humildes contra los poderosos, han sido vapuleados y negados por un régimen que se presenta sin sonrojo como socialista, y que invita a engrosar las de la reacción únicamente para que se sepa que no se comparte ese tipo tan fraudulento de “revolución”.

Debe agregarse a una crítica realmente sencilla, accesible a cualquier tipo de entendimiento, un des le de hechos palmarios como la conducta retardataria del chavismo ante asuntos cruciales de la actualidad, como el respeto de las prerrogativas de los homosexuales, la reivindicación de los derechos de la mujer y las alternativas del aborto y la eutanasia según la sensibilidad de los individuos que las reclaman. Son asuntos desterrados de la retórica roja-rojita, de los clichés izquierdosos que no pasan de la estupidez del lenguaje inclusivo en el cual se han hecho maestros gramaticalmente dignos de atención, aunque no de imitación. Antifaz para cavernarios, disfraz de godos como los peores godos del pasado venezolano, prosiguen una estentórea promoción de izquierdismo que, curiosamente, conduce a que buena parte de la sociedad, en especial la que opina en público y mueve las redes sociales, se con ese orgullosamente como de derechas, es decir, como antagonista del cambio social.

El tema es de interés esencial debido a que, como reacción frente a la pretendida izquierda del chavismo, han orecido en Venezuela legiones y legiones de un tipo de individuos como los que en Chile llaman momios, que jamás multiplicarán el orgullo del gentilicio ni abrirán senderos para el progreso moral y material del país. Sabrán los lectores que no exagero cuando veri quen que tal vez sea nuestra comarca, afuera de los Estados Unidos, la que más trumpistas combativos tenga, esto es, el mayor número de seguidores de un individuo que, a escala universal, ha sido la negación del civismo, de la democracia, la tolerancia y la verdad en la última década. O cuando constaten la existencia de una muchedumbre de ardientes predicadores que ven a Joe Biden y al Papa Francisco como portavoces del comunismo internacional. Pero también a la “trotkista” Kamala Harris, por supuesto.

O -esto produce en mi caso vergüenza particular- cuando se siente entre nosotros el entusiasmo que provoca el partido español VOX, engendro de la falange franquista y aliado de los fachos franceses de Marine Le Pen. Un caso especialmente digno de análisis, porque no solo multiplica las ovaciones de la gente de a pie que lo aprecia como una posibilidad para el arreglo de nuestros entuertos, sino también de célebres guras criollísimas de la política y los negocios que ahora pululan en Madrid y a quienes solo les falta cantar “Cara al sol” bajo la batuta de Santiago Abascal. El último testimonio de estas derechas deplorables que aquí se han multiplicado se encuentra en el ataque feroz contra Gabriel Boric, el próximo inquilino del Palacio de la Moneda, a quien ya atribuyen las peores atrocidades porque milita en las izquierdas cuando ni siquiera ha tomado posesión de su cargo.

Y así sucesivamente. Son retrocesos que se deben analizar con mayor ponderación, seguramente con más profundidad que la exigida habitualmente a un artículo de prensa. Son atribuciones o analogías sin plataforma sólida. Son reacciones rudimentarias y mecánicas ante un régimen oprobioso que jamás ha sido lo que ha dicho que es. Son testimonios de la desesperación que arropa a la sociedad cuando no encuentra la salida de su calvario. En especial, y he aquí lo más preocupante, son negaciones fulminantes de las conquistas de la sociedad a través de su historia, sobre las cuales debería detenerse la dirigencia de oposición que no advierte la magnitud del problema, o que lo deja pasar para no nadar contra la corriente. A lo mejor se hace la pendeja cuando los tuiteros más irracionales empiecen a asegurar que León XIII era bolchevique.

13 de febrero 2022

https://www.lagranaldea.com/2022/02/13/venezuela-el-paraiso-de-la-derecha/

 6 min


Américo Martín

En enero de 1953 se concreta mi ingreso a la juventud de AD, a través, lógicamente, de Rómulo Henríquez. Los asesinatos de líderes de AD, la persecución intensificada, el miedo y el deprimente pesimismo causado por el desconocimiento de la voluntad popular en las elecciones para la Constituyente, se conjugan para minar la conciencia colectiva y provocar un reflujo casi total. AD está extremadamente golpeada. El PCV también, aunque conserva indemne su dirección política clandestina. El intocable e incansable Pompeyo Márquez es cada vez más conocido y respetado, incluso por quienes, no obstante oponerse a la dictadura, rechazan el comunismo.

Salimos del liceo hacia el parque Carabobo. Las incorporaciones de nuevos militantes son muy selectivas y por cuenta gotas. La dolorosa experiencia de las infiltraciones impone una cautela que por el momento frena el crecimiento acelerado de la organización. Sentados frente y junto a mí están Rómulo tal vez Frank Peñaloza y algún otro que no recuerdo.

Me darán una charla estimulante de iniciación, dada mi condición de recién llegado, y el responsable de hacerlo es Jaime Pagés, un estudiante de Ingeniería en la Universidad Central. Me da la bienvenida y me explica reposada y ampliamente la importancia del compromiso que estoy adquiriendo. De seguidas me hace una serie de recomendaciones bastante apreciables en ese momento, aunque con los años las he olvidado. Jaime es un hombre serio, sin aspavientos ni hipérboles. Me gusta eso.

Después de la ceremonia me asignan mi primera responsabilidad. Militaré en una célula liceísta dirigida por Rómulo. Para completar el número tres, Nerio Oquendo. Observo la extensión del repliegue de la política de AD desde la era expansiva de Leonardo y su esperanza de un rápido retorno al poder. Todavía quedan recuerdos. En varias paredes leo: “AD volverá”. Rómulo aprovecha para ilustrarme sobre el imperativo de la unidad de la resistencia.

-Esa consigna es sectaria. Impide la unidad, tarea que debemos enfatizar.

A mí no me disgusta del todo el lema “AD volverá” Me parecía una manera valiente de responderle al gobierno y de demostrar perseverancia, pero comprendo los motivos que inducen al cambio.

Poco después me llega una nueva convocatoria por la vía de Frank. Nos reunimos cerca del parque Los Caobos. Es una nueva troika, esta vez Frank, Omar Zamora y yo. El personaje invitado es Juan Pablo Peñaloza, hermano mayor de Frank. Es la encarnación de un perseguido político. Acepta esa condición con una serenidad impresionante. La Seguridad Nacional le sigue los pasos y dada la precariedad de medios en que se encuentra sumido el partido por haberse secado el entusiasmo de muchos colaboradores, no hay donde esconder a Juan Pablo. ¿Resultado? Se le ha autorizado a tomar el camino del exilio.

-La juventud y el partido, comienza Juan Pablo con gran aplomo, están muy maltrechos. En San Agustín nos estamos recuperando y eso ha sido posible por el esfuerzo de Frank y Rómulo. Esta reunión es para seguir haciéndolo. Ustedes tres constituirán la dirección parroquial. Frank será el responsable, Omar el jefe de propaganda y tú Américo, el de finanzas.

-Quisiera encargarme de la propaganda y Zamora que asuma las Finanzas, me animo a contraproponer.

Omar acepta el cambio y yo me retiro con emociones nuevas, embriagado de atmósferas clandestinas. Cada uno se ha puesto un seudónimo. El de Frank es Eduardo Angarita. Lo recuerdo por un incidente que ocurrirá unos meses después. Mi nombre de guerra y el de Omar los he olvidado. Entretanto en el liceo jugábamos a los enmascarados.

Los jóvenes adecos y comunistas confirmaban los temores del régimen. Se congregaban en grupos extrapolíticos para cobrar visibilidad y usaban con frecuencia nombres de escritores o líderes muertos o exiliados.

Leticia Bruzual, militante de la juventud comunista, me invita a escribir de literatura en una cartelera de su organización. Los temas políticos abiertos no pueden abordarse directamente. A través de la literatura algo más puede obtenerse.

El asedio a los líderes de AD y la detención de mis tíos maternos me impulsan a asumir la política con ciega pasión. En el caso de un joven sin muchas experiencias vitales ese espíritu se identificaba con la resistencia y el supremo sacrificio. Entré de lleno en la vorágine y en ella permanecí en medio de los virajes impuestos por la realidad. Al llegar a los 7O años no tuve más remedio que tomarme las cosas con más calma y distancia. Razones físicas, sí, pero también un cansancio mental difuso. Esa historia la contaré cerca del fin de estas Memorias aunque, en rigor como todas ellas, no tengan fin.

El último acto presenciado por mí desde la cercanía pero todavía no desde la militancia, fue la elección de la Asamblea Nacional Constituyente el 30 de noviembre de 1952. Al igual que más tarde lo hará en Colombia el general Gustavo Rojas Pinilla, Pérez Jiménez pretendía legalizar el golpe a través de un órgano de soberanía originaria como ese y hacerse elegir presidente constitucional. Eran tantas y tan visibles las sombras acechantes de fraude electoral que Betancourt y Leonardo cometen el error de firmar en conjunto un llamado a la abstención.

Es de imaginar lo obligante que sería para los militantes de AD el llamado suscrito por sus dos más respetados líderes. No faltará quien defina el acto de votar como una traición a la imagen ensangrentada de Leonardo. Y sin embargo, la realidad fue demasiado poderosa; acercándose el minuto final la militancia, en su mayoría, decidió concurrir a votar. El mismo Betancourt dio marcha atrás: sin desdecirse abiertamente, dejó hacer.

Twitter: @AmericoMartin

Américo Martín es abogado y escritor.

 4 min


Carlos Raúl Hernández

Así titula su libro de 1863, el líder socialista Ferdinand Lasalle, una brillante carrera político intelectual que se truncó al morir a los 39 años en duelo por una mujer. Define la constitución como el conjunto normas inviolables que organizan al Estado y, elemento esencial, consagra los Derechos Fundamentales de los ciudadanos para defenderse de los grupos organizados, y del más poderoso de ellos, el gobierno. Desde los griegos, que la llamaban politeia, el pensamiento político se debate entre quienes, Lasalle et.al, concebían una, constitución normativa y los impulsores del populismo constitucional latinoamericano que la llena de ofertas incumplibles, la divorcian de la realidad y la convierten en constitución de fachada. El constitucionalismo medieval, la asociación de la comunidad para defender sus derechos, se materializa en Inglaterra frente al rey Juan Sin Tierra en 1215, quien firmó la Carta magna libertatum. En la Edad Media, la Iglesia y los filósofos de la Escuela de Salamanca, plantean el magnicidio como defensa contra la tiranía.
1. La Constitución normativa es un sistema de reglas basado en el consenso entre mayorías y minorías, y por lo tanto no pueden aprobarse por mayorías electorales, que suelen corresponder a circunstancias o pasiones alrededor de un jefe carismático. Protege a la comunidad del cambio en las reglas del juego que permite al “jefe” imponer, cuando le convenga, que el bateador se ponche con dos straight y no con tres; su perpetuación en el poder, o cualquier otra pulsión que conspire contra los Derechos Fundamentales.
2. La constitución norteamericana, la venezolana de 1961, y muchas otras, nacen de un complejo mecanismo de consenso entre partidos políticos, instituciones, sindicatos, gremios, y factores de opinión, mayorías calificadas de las dos cámaras del Congreso, los concejos municipales y las legislaturas regionales. Ni George Washington ni Rómulo Betancourt aprovecharon la fuerza de sus liderazgos para promover constituciones por votación mayoritaria o “aplanadoras” contra minorías.
3. La constitución normativa debe sine qua non garantizar la separación entre los poderes, y si no, es una constitución de fachada. Es la ley que hace legítimas las leyes en el esquema de Kelsen, concebida para perdurar, principios que el gobernante y los grupos de poder deben respetar, so pena de hacerse inconstitucionales. Según Montesquieu “nadie puede dormir tranquilo si el que gobierna es el mismo que hace las leyes”. En general los dictadores necesitan librarse de esa camisa de fuerza para hacer lo que les da la gana, y así “proteger la revolución y al pueblo” de las perversiones de la disidencia. Las constituciones pueden resentir el paso del tiempo, y para eso ellas prescriben el dispositivo, también por consenso, para sus reformas y enmiendas. “Constituyentes” para “refundar” estados constituidos, es un exabrupto histórico, regresar al pasado.
4. Las asambleas constituyentes surgen en el lejano siglo XVIII para crear estados democráticos y liquidar instituciones absolutistas en Europa, o coloniales en EEUU, implantar derechos fundamentales y configurar la separación entre ramas del Estado. Las dictaduras y los autoritarismos posteriores reencarnaron sus “constituyentes” para desbaratar el Estado de Derecho, destruir el sistema de partidos, las sociedades pluralistas y fundar nuevos absolutismos. El Estado pluralista obstaculizó eso y la constituyente el método para sustituir las “democracias burguesas” por “democracias populares” o “directas”, que muy pronto se tornan autocracias. Lenin convocó una “constituyente” en 1917 con el lenguaje ditirámbico del “renacimiento histórico”, “la sagrada soberanía popular”, “la creación del Estado proletario” y demás yerbas, pero como los bolcheviques perdieron, simplemente la eliminó. Quedó claro cuánto mandaba el pueblo y que “el constituyente” era él. En Chile hablaban de referéndum revocatorio, cuando repuntaba Kast. Por supuesto, ya no.
5. Las revoluciones se apañan en lenguajes jacobinos, en el radicalismo de las refundaciones, del “gran momento histórico”, “la nueva república” y demás romantiquerías, ridiculeces fatales, que aguan los ojos a los simples, para convocar “constituyentes” y destruir el sistema político establecido, los partidos, y poner las instituciones a su servicio. Para actualizar la Ley de leyes, como dijimos, ella consagra mecanismos de reforma o enmienda. En el contexto de sociedades democráticas, la constituyente originaria es una monstruosidad jurídica que establece “asambleas supra constitucionales” todopoderosas, por encima de la ley positiva (“sobre ella, solo Dios y el pueblo”) pero bajo tutela del caudillo de turno. Lo demostró hasta la saciedad la última oleada revolucionaria en Latam, en la que las imponen a los parlamentos y a las demás instituciones.
6. Esperemos que en Chile triunfe la razón. Su “constituyente” recuerda aquella anécdota del médico que dice al paciente “la operación fue un éxito, amigo. Pero hay una mala noticia: le cortamos la pierna que no era”. Las clases medias estaban aburridas y querían emoción revolucionaria pero el camino tomado es una ruptura con el que llevaban, que era excelente. Pero hay que darle chance a la realidad.
@CarlosRaulHer

 3 min