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Opinión

Eddie A. Ramírez S.

Leer los casos de torturas a civiles y militares en las 443 páginas del Informe de la Misión Internacional Independiente del Consejo de Derechos Humanos de la ONU de septiembre de este año produce náusea, indignación, ira e incluso desconcierto. ¿Cómo es posible que seres, supuestamente humanos, se degraden a torturar a personas por el placer de hacer sufrir y para castigar a quienes piensan diferente?

Estos victimarios, hombres y mujeres, graduados en la Academia Militar, devinieron en degenerados. Algunos torturan directamente, otros presencian, autorizan o se hacen de la vista gorda, contando con el visto bueno de jueces, fiscales y hasta de médicos que ocultan los efectos de las torturas.Aquí solo nos referiremos al caso de los militares víctimas de sus propios compañeros de armas. Cabe recordar que durante la dictadura de Pérez Jiménez, los militares no participaron en asesinatos, ni torturas a sus compañeros, lo cual corría a cargo de la Seguridad Nacional.
Cuando Rómulo Betancourt, los responsables de insurrecciones fueron juzgados y algunos sentenciados. Este presidente otorgó sobreseimiento a un grupo de civiles, pero a ningún militar. Raúl Leoni indultó o sobreseyó a todos los oficiales presos por alzamientos. Ningún militar fue torturado durante los gobiernos de Betancourt y de Leoni. No podemos omitir que sí hubo asesinatos y también torturas a algunos civiles integrantes de la guerrilla castro comunista,
Los alzados en 1992, entre ellos Hugo Chávez y Arias Cárdenas, disfrutaron en la cárcel de mejores condiciones que los casos citados, en cuanto a llamadas telefónicas, mayor número de visitas y entrevistas con los medios de comunicación. Fueron sobreseídos por el presidente Caldera e incluso Arias y otros tres tenientes coroneles fueron funcionarios de ese gobierno.
Hugo Chávez cometió la arbitrariedad de hacer presos y pasar a retiro a muchos oficiales, nombró generales al por mayor y propició la corrupción. Nicolás Maduro profundizó la politización de la Fuerza Armada. Cientos de oficiales pidieron la baja o fueron pasados a retiro ilegalmente. La corrupción alcanzó niveles nunca vistos y, lo más grave es que, por primera vez, militares están torturando a compañeros de armas. En las ergástulas están 153 militares, un general en Jefe, un mayor general, tres generales de división, tres generales de brigada, 14 coroneles, 13 tenientes coroneles, nueve mayores, 18 capitanes, 36 tenientes, 54 sargentos y un cabo. Se hizo la equivalencia con los grados de la marina. Las cifras no incluyen a quienes tienen detención domiciliaria o tienen régimen de presentación.
Muchos tienen años presos sin ninguna acusación. Otros están imputados por supuesta traición a la patria, instigación a la rebelión y faltas al decoro militar. Las pruebas brillan por su ausencia y otras veces son declaraciones de informantes anónimos. Solo hubo un caso de insurrección militar en el Fuerte Paramacay. El levantamiento de los sargentos en Cotiza fue en protesta por las malas condiciones socio-económicas y la incursión por la costa fue una candidez. A veces solo murmuraciones o simplemente ser identificados como no afectos al régimen han sido razones para asesinar, encarcelar y torturar.
Las torturas ocurren en la Dirección de Contrainteligencia de la Fuerza Armada, en Fuerte Tiuna y en el Sebin. El capitán de corbeta Rafael Acosta Arévalo fue torturado hasta causarle la muerte. En Macuto fueron masacrados el capitán Robert Colina y otros ocho compañeros.
Entre los muchos torturados están la capitana y odontóloga Layded Salazar, el capitán de navío Humberto de la Sotta, coroneles Rafael Mejías Laya y Oswaldo García Palomo, tenientes coroneles Igbert Marín Chaparro, Henry Medina Gutiérrez, Ruperto Molina Ramírez, mayores Abraham Suárez, Leonardo De Gouveia, capitán de corbeta Carlos Macsotay Rauseo, capitán Juan Cagauripano y teniente Richard Alemán Castellanos. También el sargento Luis Bandres y sus 23 compañeros de Cotiza. Familiares y amigos de los presos también han sufrido torturas, como en el caso de García Palomo.
El informe mencionado cita nombre de torturadores, tales como los coroneles Franco Quintero, Hannover Guerrero, Terán Hurtado y capitana Keyler Chacón, así como la responsabilidad de los generales Hernández Dala y Gustavo González López. Textualmente afirma que: La Misión tiene bases razonables para creer que tanto el presidente como los ministros del Interior y de Defensa contribuyeron a la comisión de los crímenes documentados en este informe. Además, el Informe de la Comisionada de Derechos Humanos de la ONU, señora Bachelet y los del Foro Penal Venezolano, Human Right Watch e Instituto Casla, entre otros, confirman las violaciones a los derechos humanos en Venezuela. Recientemente el régimen mejoró las condiciones en las cárceles gracias a los informes citados. Los victimarios tendrán que ser enjuiciados y las víctimas resarcidas
Como (había) en botica:
Quienes no apoyen la Consulta favorecen al régimen.
Nos alegramos por el Premio Federico García Lorca otorgado a la distinguida escritora Yolanda Pantin.
¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!
eddiearamirez@hotmail.com

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Maxim Ross, Julieta Lares de Molina y Juan Garrido Rovira

Pesentación del libro

En el año 2016, la Universidad Monteávila publicó la edición digital de la obra “Necesidad de un Proyecto Integrador para Venezuela”, cuya realización estuvo a cargo del entonces Centro de Estudios de la Economía Venezolana (CEDEV). En el año 2018 y en virtud de la sinergia de lo político, lo económico y lo social que requiere un Proyecto Integrador, dicho Centro fue convertido en el Centro de Estudios de Integración Nacional (CEINA). La presente edición recoge en su totalidad el texto de la referida obra y añade un Apéndice ilustrativo para implementar el Proyecto.

El Centro de Estudios de la Economía Venezolana (CEDEV) de la Universidad Monteávila, consciente de su responsabilidad en el ámbito académico y social, ha venido planteando en su evento anual ‘‘Venezuela, ¿cómo vas?’’ y en su Boletín mensual, la imperiosa necesidad que tiene el país de adoptar una visión integradora de Venezuela y, en consecuencia, la necesidad de formular un proyecto integrador en los diversos aspectos políticos, económicos y sociales que permita crear un futuro de progreso sostenido, material y moral, para todos los venezolanos.

En este sentido, cabe recordar una certera afirmación de Ortega y Gasset cuando expresaba que ‘‘Quedarse en el pasado es haberse ya muerto’’ y que ‘‘El pasado confina con el futuro porque el presente que idealmente los separa es una línea tan sutil que solo sirve para juntarlos y articu- larlos’’.

Así, es claro que, por ejemplo, nuestra economía no puede quedarse en un pasado meramente petrolero, el cual, luego de ocho (8) décadas de explotación y liquidación del petróleo, arroja resultados globales muy insatisfac- torios desde el punto de vista económico, social y político.

En este sentido, teniendo en cuenta, por ejemplo, los ingresos petroleros de las últimas cuatro (4) décadas, están a la vista las distorsiones económicas, en términos de devaluación, inflación y estancamiento económico real; la diferencias sociales en cuanto a propiedad, educación y poder, y la falta de consenso político democrático para potenciar un crecimiento económico sostenido al mismo tiempo que justo, equitativo y solidario.

Por todo ello, el Centro ha estimado altamente conveniente, con base en las investigaciones realizadas, elaborar el presente documento con miras a contribuir al desarrollo en el país de un esquema de pensamiento sistémico que, buscando una cierta sinergia de lo económico con lo social y lo político, nos permita identificar las causas de nuestros problemas y nos ayude a generar un sistema institucional que contribuya a crear y a guiar un futuro altamente satis- factorio en términos políticos, económicos y sociales.

La elaboración de los puntos I, V y VI ha estado a cargo de Maxim Ross, Julieta Lares de Molina y Juan Garrido Rovira, Directores del Centro. El punto II ha estado a cargo
Presentación de Maxim Ross y Julieta Lares de Molina; el punto III a cargo de Maxim Ross y el punto IV a cargo de Juan Garrido Rovira.

Con este modesto pero decidido esfuerzo, la Universidad Monteávila desea concurrir al debate necesario sobre la comprensión de nuestra identidad como nación, en colaboración con las demás universidades, organizaciones e instituciones nacionales, estadales y municipales, a fin de ofrecer a nuestra sociedad, especialmente a su juventud, un ámbito de diálogo conciliatorio, animado por la búsqueda de la verdad y el compromiso de alcanzar juntos un país mejor.

En archivo anexo se incluye el libro completo en pdf

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Dave Eggers

Es agotador vivir aquí. Somos una nación desconcertada, peleada y medio loca. Estados Unidos es una mezcla terrorífica de reality show televisivo, república bananera y Estado fallido. En solo cuatro años hemos perdido de vista todo: el Estado de derecho, un mínimo sentido de la decencia, la verdad y la fe en el gobierno y la gobernanza nacional. Mientras escribo estas líneas, el presidente de Estados Unidos baila sobre un escenario al ritmo de la música de Village People, en un auditorio abarrotado y en medio de una pandemia que ha matado a 215.000 estadounidenses y seguramente va a matar a algunos de los asistentes.
Nuestro presidente está clínicamente loco. Lo sabe el mundo, lo sabe el Partido Republicano y los saben hasta sus seguidores. Además ha cometido docenas de delitos y actos merecedores de la destitución estando en el poder y lo único que le salva es que son tantos que nadie logra centrarse en uno solo. Hace solo unas semanas, un lunes, nos enteramos de que no había pagado impuestos en 10 de los últimos 15 años. Al día siguiente, durante un debate con Joe Biden, dijo a los miembros de las milicias supremacistas que “se retirasen y se mantuvieran a la espera”; a la espera de una guerra civil. Hacia el final de esa semana supimos que les habían diagnosticado la covid-19 a él y otras 32 personas del personal de la Casa Blanca.
Hemos tenido 200 semanas así, unas semanas que parecen años, que habrían acabado con cualquier otra presidencia. Estamos hartos de este circo.
Los republicanos se consideran conservadores, pero los años de Trump han sido los más radicales y radicalizadores de la historia moderna de Estados Unidos. Trump y su gobierno son erráticos, irracionales y reaccionarios y están dispuestos a hacer pedazos cualquier parte de la Constitución que sea un obstáculo para obtener sus caprichos. El lema de Ronald Reagan era que el gobierno debía ser eficiente pero pequeño, nada entrometido, casi invisible. Pues bien, en estos cuatro años hemos tenido que lidiar a diario con el gobierno que más se ha inmiscuido en nuestras vidas de toda la historia de nuestro país. Trump está cada día en nuestras narices, contando mentiras y fomentando la discordia y el odio, y lo peor de todo es que su incompetencia absorbe constantemente nuestra atención. Su presidencia es un accidente de automóvil del que llevamos cuatro años sin poder apartar la vista.
El año pasado, mi familia y yo necesitábamos un respiro del caos interminable de la vida en Estados Unidos y nos fuimos a España. A las Islas Canarias. Durante tres meses vivimos en La Garita, Gran Canaria; una comunidad de lo más discreta a orillas del océano y alejada de los turistas. Nuestros hijos fueron al colegio allí y todos vivimos una vida totalmente distinta y llena de cordura. La policía no disparaba contra la gente normal en la calle. El presidente no empujaba a sus partidarios a rebelarse contra el gobierno que se suponía que dirigía él. Cuando necesitábamos asistencia médica, la teníamos y prácticamente gratis.
Y no teníamos que pensar en Trump. Figuraba pocas veces en los informativos locales, en los periódicos locales y en nuestro pensamiento. Hasta el intento de destituirle. Aunque Trump ha cometido un centenar de delitos que son causa de destitución, el Congreso por fin escogió uno concreto, celebró las sesiones correspondientes y ocurrió lo que esperábamos: se inició el proceso de impeachment pero él permaneció en su puesto. No sé para qué vimos las sesiones en La Garita. Sabíamos que no iba a cambiar nada, y así fue. Cuando Nixon cometió sus delitos, los republicanos y los demócratas estuvieron de acuerdo en que había profanado el cargo de presidente y debía marcharse. Pero ese consenso de los dos partidos sobre el honor y la decencia ha desaparecido. Los republicanos han sido espectadores silenciosos mientras Trump convertía nuestro país en un hazmerreír cleptocrático.
Poco después de que volviéramos a California estalló la epidemia de coronavirus y los peores temores que todos teníamos sobre Trump se hicieron realidad. Hasta la covid-19, sus partidarios podían alegar la fuerza de la economía como prueba de que estaba justificado elegir a un promotor de campos de golf. Pero gobernar significa afrontar racionalmente y con seriedad las crisis, y Trump ha demostrado que un narcisista lunático que desdeña la ciencia, que no puede concebir el sufrimiento de ninguna otra persona que no sea él mismo, es incapaz de dirigir un país en un periodo histórico difícil. El coronavirus no fue real hasta que él lo contrajo; y como no ha muerto, desprecia las vidas de los que sí han fallecido. No se le ha oído decirlo, pero podemos estar seguros de que considera que los difuntos, como los soldados estadounidenses que murieron en acto de servicio, son unos “fracasados” y unos “pringados”.
Hace unos años informé sobre un mitin de Trump en Phoenix, Arizona. Como anticipo de su reacción autoritaria frente a las protestas de Black Lives Matter, la policía de Phoenix, al acabar la concentración, arrojó gas lacrimógeno contra miles de manifestantes (entre los que me encontraba yo). No hubo ninguna provocación, ninguna advertencia. Estábamos de pie pacíficamente detrás de una barricada y, un instante después, empezamos a ahogarnos por culpa de un gas amarillo prohibido por la ONU incluso como arma de guerra. Al día siguiente entrevisté al senador Jeff Flake, uno de los pocos republicanos de las dos cámaras del Congreso que se había opuesto a Trump y que, por su deslealtad, se vio obligado a retirarse del Senado. “Es una especie de fiebre”, dijo a propósito del trumpismo. “Pero un día, la fiebre bajará”.
Gran parte del resto del mundo, y por supuesto España, ha tenido históricamente coqueteos con el autoritarismo. Pero Estados Unidos —y esto es importante destacarlo— nunca ha tenido un presidente autoritario. Incluso los presidentes que procedían de las fuerzas armadas, como Ulysses S. Grant y Dwight D. Eisenhower, han sido muchas veces los que más criticaban y desconfiaban de todo lo militar y del peligro de politizarlo. En general, los más peligrosos han sido los diletantes como George W. Bush y ahora Trump. Este último ha utilizado el ejército, la Guardia Nacional, la policía local e incluso a agentes federales de paisano para intimidar a los manifestantes. “Fuerza aplastante. Dominio”, tuiteó el 2 de junio sobre la represión de las protestas en Washington, la noche después de que hubiera ordenado dispersar con violencia a los manifestantes para poder posar con una Biblia en la mano.
Estos horrores no han disminuido el apoyo que le prestan sus fieles seguidores. En la mayoría de las democracias liberales —espero—, esas tácticas despóticas significarían el final de su presidencia. Pero lo que ha puesto de manifiesto el mandato de Trump es que, en realidad, muchos estadounidenses no están comprometidos con la democracia. Están entregados a mantener el orden y el statu quo. Después de la elección de Trump, los sociólogos descubrieron que el principal rasgo que compartían sus partidarios no era la afición al maquillaje anaranjado y el tinte de pelo amarillo, sino el gusto por el autoritarismo. Preferían a un líder fuerte y autocrático antes que el proceso de construcción de consensos, a menudo lento y caótico, inherente a la democracia. Preferían la sencillez, la rigidez y la obediencia. Hasta que llegó a la presidencia, nunca habría dicho algo así, pero ahora estoy seguro de que al menos la cuarta parte de nuestro país preferiría una autocracia trumpiana permanente que una verdadera democracia.
Hay mucho trabajo por delante, empezando por la educación. Son demasiados los estadounidenses que, en realidad, no comprenden la democracia ni la seriedad del arte de gobernar. Desde hace décadas hemos mezclado tanto la fama y la política que la mayoría de la gente no distingue entre las dos cosas. En el primer mitin de Trump al que asistí, en plena campaña, en un aeropuerto de Sacramento, los asistentes se quedaron deslumbrados al ver llegar al personaje de los reality shows en su avión privado. Se rieron de sus chistes y le hicieron fotos con su gorra roja. No hubo nada remotamente parecido a una discusión seria sobre temas importantes o sobre la administración. Más bien, se dedicó a hablar mucho rato sobre uno de sus campos de golf.
Guía cultural para entender una sociedad rota
Los libros sobre Trump, el feminismo, las armas, o Silicon Valley han dominado los cuatro años de mandato del presidente
No tiene nada de malo que la gente vaya a un aeropuerto a ver a un personaje de televisión. Pero votar para que él dirija el país es señal de que no sabemos lo que es gobernar y de que no nos tomamos en serio a nosotros mismos, nuestra nación ni nuestra historia. Y ese es un fracaso del que somos responsables todos como padres, educadores y ciudadanos. Ya seamos republicanos o demócratas, debemos considerar la labor del gobierno como algo noble y sagrado. Debemos recuperar el sentido de que todas las tareas de gobierno, sean grandes o pequeñas, deben llevarse a cabo con dignidad y sobriedad, que los líderes que elegimos deben ser los mejores, los más razonables, los de carácter más estable.
En las elecciones de 2016, Hillary Clinton obtuvo los mejores resultados en las partes de Estados Unidos con más nivel educativo. De los 50 condados con más nivel, venció en 48. A la inversa, Trump tuvo los mejores resultados en las zonas con el nivel educativo más bajo. De los 50 condados con menor nivel, ganó en 42. Así que tenemos mucho que hacer. No necesitamos un gobierno elitista, pero sí que sea competente, utilice la razón y respete la ciencia. Que en 2020 tengamos que recordar los principios de la Ilustración es trágico, pero así estamos. Que Estados Unidos acabe de obtener cinco premios Nobel más la semana pasada, mientras nuestro presidente rechaza el conocimiento científico, ¿qué es? ¿Tragedia o ironía?
Hablando de ciencia: el cambio climático ha hecho que en California, en los últimos cinco años, los incendios descontrolados se hayan convertido en parte permanente de nuestras vidas. Como el Estado se ha vuelto cada vez más seco y caluroso, cada otoño trae consigo nuevos incendios; este año se han quemado ya más de 12.000 kilómetros cuadrados. Para millones de residentes en las zonas más afectadas se ha vuelto esencial tener lista una bolsa de viaje, la maleta con artículos de primera necesidad que cada familia californiana debe tener a mano por si nos evacúan de un momento par otro. El 27 de septiembre estaba visitando a unos amigos en St. Helena, a una hora al norte de San Francisco, cuando estalló un incendio en el que acabaron ardiendo más de 240 kilómetros cuadrados. Les ayudé a meter sus cosas en el coche y se fueron mientras veíamos arder las llamas sobre un promontorio cercano.
Pero existe otro tipo de bolsa de viaje para millones de estadounidenses, que es la mochila con la que cargaremos si Trump vuelve a ganar. Su victoria querrá decir que Estados Unidos ha desaparecido. Que nos hemos rendido. Que nada significa ya nada y que hemos preferido ser una idiocracia sin civilizar.
Muchos se irán a Canadá, una versión más fría pero más sensata de Estados Unidos. Muchos amigos nuestros están estudiando las leyes de inmigración de Nueva Zelanda y Australia. En nuestra familia estamos pensando volver a La Garita. Conocemos los colegios, nos sabemos los menús de todos los restaurantes locales, estamos familiarizados con el Alcampo de Telde y conocemos también el apacible paseo marítimo por el que caminábamos como seres civilizados en una sociedad racional. Qué sensación tan buena.
17 OCT 2020
El País
https://elpais.com/cultura/2020/10/15/babelia/1602748837_466765.html

 9 min


Luis Ugalde

Confieso que estoy obsesionado con la reconstrucción de nuestro país. Veo mucha gente que quiere cambio, pero pone obstáculos a la creación de una sociedad libre y solidaria capaz de compartir el bien común nacional. Por eso me alarma la reacción de algunos frente a la reciente encíclica Tutti Fratelli del papa Francisco que toma el nombre del gran inspirador de la fraternidad universal: San Francisco de Asís. Les escandaliza que el papa diga que “el mercado no resuelve todo” y que “la libertad de mercado no basta”. Yo creía que este principio defendido por los clásicos liberales era obvio.
Los grandes padres del liberalismo no defendieron solo el libre mercado, sino la libertad, la igualdad y la fraternidad. Una nueva sociedad donde el poder político y el económico no sean dueños absolutos si no que estén sometidos a la Constitución que consagra los derechos humanos fundamentales de todos. Esto que defiende el liberalismo lo necesitamos en Venezuela: combinar la economía de mercado con la Constitución y crear oportunidades para la realización de todos con su propio esfuerzo. Las economías liberales más exitosas lo son porque contribuyen al bienestar general.
Acabo de encontrar un artículo mío del año 2009 que recibió de El Nacional el premio al Mejor Artículo del Año publicado en ese diario y viene a cuento. Aunque es chocante citarse a uno mismo lo veo necesario con gente que creía sensata y parece escandalizada con la llamada del papa Francisco a la fraternidad.
¿Capitalismo Antihumano? (Publicado el 4 de junio de 2009)
“La economía capitalista es extraordinariamente eficaz para producir bienes en abundancia; con ella miles de millones se han liberado de la pobreza tradicional. En China y en la India, en la próxima década cientos de millones saldrán de la pobreza económica, gracias a los avances del capitalismo que aplica con éxito la tecnología a la revolución productiva.
Pero la economía no es la sociedad, apenas una parte de ella, y reducir a la persona humana al “homo oeconomicus” nos lleva a una humanidad profundamente enferma, aunque materialmente menos pobre. La persona humana no se reduce a animal que produce y consume para alimentar el mercado capitalista en carrera continua. La economía capitalista utiliza el individualismo y la búsqueda del “interés propio” como una poderosa fuerza motora creativa, pero el ser humano no es puro individualismo y egoísmo, sino también solidaridad y amor. No somos solo lobos unos contra otros, sino también hermanos unos con otros. Dos fuentes irreductibles de identidad humana, que requieren fuerza suficiente para complementarse, hacerse contrapeso y corregirse mutuamente; con uno solo de estos motores los humanos no levantamos vuelo. La economía tiene sentido como base e instrumento para la libertad y la dignidad de todos en un mundo en paz. El mercado solo no pone la economía próspera al alcance de todos los pueblos; se requiere desarrollo espiritual, con convicciones éticas vigorosas que inspiren y modelen la conducta humana, le den valor y sentido a la vida y a la economía y desarrollen leyes e instituciones fuertes y eficaces.
El capitalismo exitoso trae otros problemas: salimos de la economía ancestral con escasez, hambrunas, enfermedades, guerras y limitaciones y ahora la abundancia nos lleva a otra escasez: destrucción del medio ambiente, de las condiciones de vida para animales y vegetales, e insuficiencia de fuentes de energía y algunas materias primas. El capitalismo tiene tanta fuerza productiva que su capacidad destructiva es monstruosa e imparable por sí misma. La ley del más fuerte en la competencia trae la exclusión de los más débiles y la guerra; la exclusiva de la lógica del mercado lleva aceleradamente a la destrucción de la tierra como casa acogedora y al enfrentamiento social. Vivimos una crisis de civilización. Las empresas más exitosas planifican, calculan, hacen alianzas y fusiones… es decir ordenan las fuerzas (no las dejan al ciego mercado) para sus fines. En tiempo de crisis hasta los más liberales piden la intervención del Estado y de las leyes. La vida digna requiere defender la tierra como hábitat adecuado, el diálogo y convivencia entre pueblos, razas, culturas humanas diversas que se reconocen y aprecian. No solo se requieren estados nacionales, sino autoridad, instituciones y ciudadanía mundiales, cuyo objetivo es que a todos lleguen aquellos bienes y posibilidades humanas que hoy son técnicamente alcanzables, pero no asequibles con solo el interés económico sin humanismo solidario.
El capitalismo es unilateral, antihumano y destructivo, si no va acompañado del otro principio de la dignidad humana, del amor y de la solidaridad; pero es una necesidad y bendición si el interés propio y las fuerzas del mercado son orientadas por leyes e instituciones hacia un nuevo humanismo, que afirma la dignidad y ofrece oportunidades para la creatividad de todos.
No hay ley económica, ni marxista, ni capitalista, que pueda evitar el desastre, sino la conciencia humana con sus valores, de amor y solidaridad, y del instinto de conservación inteligente, que ordenan la economía como parte de una civilización para la vida humana global y personal. Cuanto más exitoso el capitalismo, más eficaz la destrucción de las formas tradicionales de solidaridad, de religión, de ética, de expresiones no económicas de la vida y de la dignidad humanas. No se puede esperar del capitalismo económico que las reponga con nuevas formas de espiritualidad, de solidaridad y de sentido trascendente de la vida; estas tienen otras raíces no económicas y hay que cultivarlas para que crezcan vigorosas y se expresen en relaciones sociales, instituciones, prácticas sociales, organizaciones y leyes no reducibles a la economía y con una lógica distinta y complementaria a la del mercado”.
15 de octubre de 2020
ArticularNos
https://articularnos.org/2020/10/15/libertad-y-fraternidad/

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Ismael Pérez Vigil

El de la “unidad” es otro de esos temas recurrentes en la discusión política de la oposición. Yo no sé las veces que he escrito al respecto y siempre es un tema que suscita mucha controversia. La discusión puede derivar hacia lo filosófico, político, del concepto, pero creo que es más útil ir a sus aspectos más prácticos, en términos políticos.

Hasta hace poco se consideraba anatema dudar acerca de la unidad; hasta el punto de afirmar que quien se atreviera a romper la unidad opositora u oponerse a la misma sería un gesto que pagaría muy caro; sobre todo en esos momentos de “reflujo” –como el que vivimos ahora– o los que se viven entre dos procesos electorales, especialmente sí se salía de una derrota, pues preservar la fortaleza y el valor de la “unidad” en esos momentos tenía una enorme importancia, estratégica y comunicacional. Pero hoy estamos en una situación mucho más precaria, más débil incluso que la que solemos tener al salir de una derrota electoral. Y por su parte el régimen, sin apoyo popular, la fuerza y la represión es lo único que lo sostiene en el poder. El régimen, si bien no crece más, tampoco se resquebraja significativamente.

La oposición democrática, está compuesta por social demócratas, demócrata cristianos, socialistas, liberales, conservadores, ciudadanos organizados e independientes, sindicalistas, empresarios, etc.; y olvidémonos de ideologías o intereses políticos. ¿Cómo alguien, en su sano juicio, puede pensar que el consenso de esta oposición puede ir más allá de desear la salida del régimen? ¿Cómo alguien puede aspirar a que con esta gama tan variada de ideologías en la oposición se pueda acordar algo, dejar de lado intereses y diferencias naturales y presentar un programa y una organización única al país?, sí casi lo único que une a la oposición es una idea general de democracia y el deseo irrefrenable de desalojar del poder a este régimen de oprobio; las coincidencias más allá de ese último punto son muy pocas, y aunque necesarias, lucen casi imposibles de alcanzar.

Muchos factores inciden en eso del “reflujo” que hoy padecemos; en buena medida los errores cometidos por la oposición –que no es el momento de volver a analizar– y algunas fallas organizativas y que en muchas ocasiones se ha desconocido o subestimado la naturaleza autocrática, autoritaria y la falta de escrúpulos del régimen para sostenerse en el poder a toda costa.

Hoy es además notorio que estamos también fragmentados en la estrategia política para combatir la dictadura: votar, abstenerse, dialogar, no dialogar, intervención militar, insurrección popular, etc. Además, la naturaleza de las ofensas que nos endilgamos los opositores unos a otros, al momento de ventilar estas diferencias, hacen presumir que una “reconciliación” no será fácil y para algunos ni siquiera es deseable.

Por eso, surgen algunas preguntas, acuciantes, en este momento: ¿No será mejor mantener la diversidad, políticamente hablando, que tratar de presentar una unidad sólida y firme –que no será de todos– a la hora de enfrentar a una dictadura como la que padecemos? ¿Habrá llegado, como muchos sostienen, la hora de un deslinde entre los que ahora nos oponemos a la dictadura, aunque eso implique un retraso en la salida de la misma?

Algunos, sin embargo, todavía sostienen que es necesario mantener el esfuerzo de lograr la “unidad”, por dos factores fundamentales; uno es, digamos, un principio político teórico: dado el contexto político del país y la naturaleza del régimen al que nos enfrentamos, su carácter autoritario, militarista y tiránico, la unidad es una estrategia indispensable, factor crítico de éxito, por eso es importante caracterizarla y mantenerla. Para este sector la unidad, entonces, es un objetivo, es un valor, es un principio, es un fin, es un instrumento, es un arma, es un medio, es todas esas cosas; pero, no es algo abstracto, es en torno a algo concreto; no es tampoco eterna, ni es uniformidad, para lograrla nadie debe renunciar a nada importante para sí o fundamental para la organización a la que se pertenezca; y la primera condición para conseguirla es la actitud, la actitud unitaria, si no hay esa actitud unitaria, no se puede lograr.

El otro factor es más bien de carácter político práctico: hoy vemos cientos de protestas espontáneas, por toda la geografía del país, que lucen carentes de conducción política y vínculos entre ellas y el liderazgo opositor. Y un régimen que ha exacerbado la represión y la fuerza, único argumento que le queda para sostenerse en el poder, y ni siquiera repara en que muchas de esas protestas son promovidas o en zonas en donde hasta hace poco sus pobladores eran considerados “chavistas”.

Un problema adicional a los dos mencionados, es que por los diferentes procesos electorales, resultados de las encuestas y las ya mencionadas manifestaciones recientes de protesta popular, hemos comprobado que no conocemos a fondo las aspiraciones de una buena parte del país –cercana a un 20% – que no tenemos una propuesta para él, pues sigue pensando que la dictadura es una respuesta a sus múltiples problemas.

En efecto, hay un sector del país al que llamamos "chavismo" y que es algo más que un fenómeno político y electoral; es una forma de concebir la vida, el país, el futuro, es una forma de ver a Venezuela, con una cierta “coherencia” interna, aunque sea víctima de un “discurso” populista y demagógico.

Quizás si reflexionamos a fondo y sin perjuicios con respecto a este último punto podamos llegar a la conclusión de por qué es necesario que en la oposición logremos una visión de país, compartida, traducible en propuestas para llenar las aspiraciones que el “chavismo” ayer llenaba con populismo, dádivas y un “discurso” y la dictadura hoy llena con represión. A esa realidad, que nos confronta, es a la que no hemos ofrecido, de manera clara y convincente, una alternativa.

Alternativa que tuvieron y ofrecieron los venezolanos del 28, del 36, del 45, del 58 del siglo pasado, que crearon las instituciones que hoy añoramos, que desarrollaron la democracia que anhelamos y cuyas ideas se nos fueron desperdigando en el camino.

Quizás por eso valga la pena los esfuerzos por lograr, por mantener la unidad, al menos en una parte importante de la oposición, no necesariamente en toda, para lograr esa propuesta que llegue a todos los venezolanos.

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

 5 min


Alejandro J. Sucre

Siendo realistas, las guerras generalmente terminan cuando un lado gana o las partes experimentan un cansancio de guerra significativo. Por lo general las guerras duran de 7 a 15 años en promedio, mientras que el promedio de las guerras internacionales es de unos seis meses. A primera vista, tal persistencia debe ser una función del profundo agravio que sienten las partes en conflicto. Enemigos implacables, incluso hermanos, divididos por ideología o religión o sed de justicia o representación étnica, o por el puro poder luchan hasta el amargo final. Collier dice, según un articulo del New York Times, que “las verdaderas razones de la longevidad en los conflictos civiles son más prosaicas, al menos en los tiempos modernos. Si bien pueden comenzar profesando sentimientos nobles, los insurgentes, tarde o temprano, se convierten en organizaciones de lucha con intereses propios, que quieren principalmente preservarse a sí mismos y a los recursos que controlan". Estima, por ejemplo, que los Tigres de Tamil tenían una base de ingresos siete veces superior a los aproximadamente 30 millones de dólares anuales que apoya al Partido Conservador británico.
En Venezuela vemos que no existe ninguna tendencia a las partes en conflicto a ponerse de acuerdo. No hay un solo movimiento de las partes oposición u oficialismo para llegar a un acuerdo y tener un país unido. Cada una de las partes en conflicto trata sin posibilidades reales de eliminar a la otra. Busca fallas en la otra y no ve la viga en su propio ojo. Y que haya o no posibilidades reales de eliminar a la contraparte es irrelevante mientras cada uno pueda mantener sus privilegios obtenidos por los recursos acumulados en el conflicto. Cuando hay guerras civiles como en nuestro país los conflictos tienden a acabarse cuando las naciones externas que apoyan a cada grupo les quitan los recursos y apoyos. En el caso venezolano, las naciones externas al contrario, no quitan los recursos a las partes sino que también están en conflictos y usan a Venezuela como centro geográfico de enfrentamiento sin costo alguno para sus poblaciones. Todos los costos de esta terquedad de todas las partes se concentran en el sufrimiento del pueblo venezolano. El sufrimiento ocurre por inversiones que no vienen de ningún país externo, y sanciones que vienen de otros países para debilitar a toda la nación.
Lamentablemente, el conflicto venezolano tiene mas de 20 años en una especie de guerra civil sin acercamiento de ningún tipo que permita avizorar la paz. Entre tanto los recursos propios de la nación se fueron usando o trasegando para beneficiar a las partes del conflicto y perjudicar a la nación como un todo. Lo único que observa el pueblo es como cada parte promete una pronta y súbita eliminación de la otra contraparte y un futuro feliz luego que eso ocurra. Para el pueblo esas promesas de ganar la batalla o de eliminar a la contraparte del conflicto nada de prosperidad traerán.
No queda muy claro para el pueblo qué beneficios obtienen los líderes de cada parte en conflicto más que dinero y notoriedad. Dinero que no pueden usar y notoriedad que no es amable. Sin embargo, persiste cada parte en la estrategia demoledora de su enemigo imaginario, y dándole la espalda a su amigo real que es el pueblo. No conozco ningún pueblo que no celebre en sus libros y en su día a día a sus grandes estadistas y héroes. Tampoco ningún pueblo que se haya beneficiado de líderes políticos tan fraccionadores de sus libertades, de sus bienes, de su educación, de su vida en familia, de sus labores creadoras, y que por codiciosos dejaron al pueblo arruinado. ¿Cuántos años mas le falta al conflicto venezolano y quiénes se benefician?

Twitter@alejandrojsucre

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Luis Vicente León

Es común oír hablar sobre la dolarización venezolana. Si bien es un término lógico en una conversación coloquial, es importante aclarar que en realidad la dolarización de una economía ocurre cuando sus autoridades monetarias deciden sustituir o complementar su moneda por el dólar oficialmente.

Son procesos que otros países han realizado en el pasado, como es el caso de Ecuador o Panamá, pero que requieren de una política deliberada para adoptarlo, hacerlo oficial y realizar los acuerdos necesarios con la Reserva Federal Norteamericana para garantizar su uso, suministro y sustitución de moneda y billetes, que evidentemente los países dolarizados no pueden producir. Este no es el caso venezolano, pues para comenzar, el gobierno, su principal generador de divisas, Pdvsa, y su autoridad monetaria, BCV, están sancionados por EEUU y no pueden ejecutar acuerdos ni convenios de ese tipo, sin contar con que no esta en la filosofia económica del gobierno.

Sin embargo, aunque no hay una dolarización formal, el país si registra una masificación del uso de divisas en sus actividades económicas privadas, un fenómeno inevitable frente a la pérdida, evidente e irrecuperable, de funciones del bolívar y gracias a ella la economía, a pesar de su crisis severa, aún permite la realización de actividades industriales y comerciales básicas.

El uso de divisas en una economía como la venezolana es un clásico histórico y ocurre primero de facto, incluso surfeando las típicas restricciones legales, pero luego las legislaciones se ajustan a ella para evitar el colapso total de la economía, que de otra manera sería inevitable.
En este momento cerca de 65% de las transacciones comerciales privadas del país se realiza en moneda extranjera, principalmente en dólares, pero también euros, pesos colombianos, reales brasileros y gramas de oro, principalmente en el sur de país. A diferencia de la situación cambiaria informal que se registraba en 2018, hoy una parte relevante de esas transacciones se realiza formalmente y amparada (parcial o totalmente) en las modificaciones legales que permiten transacciones en divisas en Venezuela a cambio oficial, el cual se acerca notablemente al tipo de cambio paralelo. La banca está autorizada legalmente a abrir cuentas en dólares para custodiar efectivo, la mayoría producto de transacciones que crecen en el mercado local y necesitan formalizarse. Esas cuentas y sus transacciones de suministro de efectivo y transferencias internas son legales y fundamentales para la economía interna. Sin transacciones bancarias formales en moneda extranjera en Venezuela, que no tiene una moneda local que cumpla funciones de intercambio, reserva de valor y mecanismo de cuentas, igual las transacciones se seguirían haciendo en moneda extranjera pero de forma más opacas, ineficiente y distorsionante.

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La apertura oficial a las operaciones cambiarias y a la fijación de precios son el anticipo de un proceso más amplio de apertura económica que resulta inevitable frente a la necesidad de sostener el país con operaciones privadas, tomando en cuenta las fuertes restricciones de operación que tiene el gobierno sancionado. Cabe señalar que dadas esas sanciones que ponen en duda, para muchos inversionistas, la legitimidad institucional venezolana, las inversiones privadas futuras tendrán probablemente un perfil de origen distinto a la tradición de inversión extranjera en Venezuela. En resumen, podríamos esperar que el gobierno sea en el futuro mucho más abierto a la inversión privada para subsanar su propia imposibilidad de invertir y operar, pero el perfil de países fuente de inversiones a futuro puede ser muy distinto al que conocemos hoy. Una especie de nueva fauna empresarial que ya comenzamos a ver en el mercado.

luisvleon@gmail.com

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