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Opinión

José Machillanda

La protesta social crece y se diversifica aún emboscada por la pandemia y reprimida de manera brutal por el Estado Cuartel como gobierno, que se muestra y ejecuta un máxima perversión e inhumana conducta propia de un régimen violatorio sobre una sociedad ahogada, que termina por ejecutar la protesta como vía de reclamo a un bestiario que se le olvidó el Contrato Social. Es ese gobierno-régimen que desconoce el derecho, facultad tácita del ciudadano para hacer resistencia cuando, como ocurre en Venezuela, hombres, mujeres, jóvenes y hasta adultos mayores se sienten agraviados. Por eso es que el militarismo del régimen-gobierno que se entiende como autoridad.

Pues, sepa este régimen como Estado Cuartel que la mayoría de venezolanos democráticos están hartos y, hambreados y perseguidos, se crecen como protesta por sentirse agraviados. Ese Estado Cuartel bufón-político, que todavía vive en la imposición de la mentira empleando el plan de machete y la peinilla para causar agravios a la ciudadanía. Ciudadanía que sabe que la soberanía ciudadana es sagrada, por cuanto representa el interés común. El interés mayor del venezolano que está consciente que sólo puede ser gobernado por la Constitución. La Constitución que representa la voluntad general de esta Venezuela destrozada por el Estado Cuartel que no genera paz ni igualdad.

Paz e igualdad que son los elementos esenciales para la armonía en el cuerpo societal, que este régimen de espalda a la política brutalmente por la vía de la antipolítica, produce un crecimiento de la rebeldía venezolanista: la protesta. Protesta que con su crecimiento se convertirá en legítima desobediencia. La desobediencia que ya y ahora muestra la protesta que sigue y crece como han expresión sociológica de la vergüenza e indignación de la mayoría de los venezolanos. Venezolanos que están asqueados del régimen, pero además muestran que a este desgobierno se le acabó el tiempo.

Tiempo que se le acabó por cuanto los demócratas se sienten agraviados y no han podido terminar de visualizar a reales líderes democráticos, en consecuencia el ciudadano se visibilizará tal como es, un hombre o mujer que reclaman la justicia pero además gritan por un Estado Cuartel ilegítimo y brutal, que no puede comprender el más grande rechazo de la civilidad. Civilidad violentada, hombres y mujeres acorralados por un régimen torpe, por la improvisación, por su propia y brutal inseguridad que lo muestra es su ineptitud. La ineptitud del chavismo madurismo en colapso.

El chavismo-madurismo en colapso está siendo enseñado por la protesta social incremental, para que recuerde que la protesta es un derecho, que la ciudadanía no puede ser sometida a más sacrificio y como consecuencia de esa torpeza hombres y mujeres están listos a defender e imponer sus derechos. Imponer los derechos ciudadanos en contra de la grotesca propaganda y la violencia que sufre el venezolano. La ciudadanía le esta dando clase al chavismo madurismo en colapso y con la protesta se niega a acatar la fuerza bruta. Fuerza bruta en Venezuela que pretende una esclavitud que muestra un gran miedo y terror con su improvisación contra el mito derrumbado de la eficiencia militarista.

Militarista, gobierno sin conocimiento del gobierno, sin noción de país, menos de su sociedad, mucho menos de una sociedad harta que muestra a un ciudadano sacrificado que ya está hambreado, ofendido y perseguido y a decidido decir ¡Basta! mediante la protesta. Al chavismo-madurismo-militarista le ha tocado diana la voluntad férrea del venezolano para estremecer al régimen acobardado y mostrarle lo falaz y torpe de sus ejecutorias. El régimen chavista-madurista como Estado Cuartel no oye, no ve, no entiende… desconoce la ciudadanía soberana y con ello declara la muerte del cuerpo político, pero lo que ha logrado es que la sociedad sufrida, peor valiente se convierta en la masa social que reclama el Contrato Social.

El Contrato Social que promueve que la sociedad como colectivo y producto de sus asociaciones específicas y alrededor de la Constitución, se abracen a ella y se fortalezcan mediante la protesta. Constitución y protesta que consagra a la comunidad venezolana hoy 2020. Comunidad a que representa la voluntad general del pueblo. La gente toda como soberano, como político, como grupo que se ha decidido corregir esta locura en la que esta viviendo Venezuela. La voluntad del venezolano y mujer de a pie, esos sufridos que hoy tienen como símbolo de la protesta si, su protesta a la barbarie y al Militarismo para imponer la civilidad.

La civilidad que nace y se nutre de la protesta social, crecerá para llegar a la desobediencia. Esa desobediencia crecerá hasta ser desobediencia general y de la desobediencia general alcanzará la Resistencia Civil. Ese es el camino de la política, eso se llama política entender las diferencias, pero entender las mayorías para alcanzar un cambio que culminará en una transición política anclada en la democracia, nacida de la protesta como voluntad que se comenzara a medir con la farsa del 6D. La farsa del 6D será enterrada como hecho pseudo político, cuando muchos ciudadanos expresen su resistencia civil como vía de la dignidad y la virtud de los demócratas frente al Estado Cuartel.

Estado Cuartel como locura, período adireccionado y absurdo que muestra a la barbarie militarista venido de un golpismo y la brutalidad de sectas, sectas de anti política amarradas muchas de ellas a la desgraciada historia de Zamora. Estado Cuartel que sigue la violencia zamorana y que es incapaz de comprender la protesta, la virtud y la dignidad de la oposición democrática. La protesta presente y creciente lograra el cambio. Cambio político para recrear una Venezuela sufrida, atrasada que solo le queda el esqueleto de una nación vacía, donde además se piensa borrar su historia real.

Historia real tan sólida y cierta que declara que nunca más podrá existir en Venezuela un socialismo militarista perverso y desviado, que tiene miedo de reconocer las instituciones que se pone de espalda a la ciudadanía y la venezolanidad. A ese militarismo perverso le resulta imposible por su atraso y desvío máximo, además de ser parte de un régimen, entender la proyección, importancia y peso de las protestas. La protesta creciente, persigue restaurar la democracia. Democracia basada en un contrato social que rechaza al gobierno farsante y que demuestra el peso y valor de una sociedad, que con coraje y civismo declara el fin de una regresión política social contenida y reorientada hacia la democracia por vía de la protesta ciudadana.

Es original,

Director de CEPPRO-CSB

@JMachillandaP

Caracas, 15 de septiembre de 2020

 5 min


Laureano Márquez

Votar es un derecho y un deber, algunas veces en el sentido legal de los deberes, esto es una obligación, pero otras, en el sentido ético. Uno debe votar como también debe conducir sin consumir bebidas, en el sentido etílico. Es un deber trascendente, porque somos corresponsables del rumbo del país. Es un deber porque con el voto escogemos a los que se ocupan de velar por los intereses de todos. Si algo hemos aprendido los venezolanos es que eso del voto no es cosa baladí: cuando un pueblo mete la pata votando –o no haciéndolo–

(En las elecciones en las que ganó Chávez por primera vez la abstención fue del 36,55% y el susobicho ganó con el 33,35% de la totalidad de los electores), las consecuencias pueden ser que se arruine la vida de todos (bueno de casi todos). Verbi gratia.

En la fenecida Constitución de 1961 se proclamaba: “Artículo 110.- El voto es un derecho y una función pública. Su ejercicio será obligatorio, dentro de los límites y condiciones que establezca la ley”. Era una “función pública”, que te convertía en funcionario, votar era obligatorio, podías recibir una sanción si no lo hacías. Hasta donde uno tiene conocimiento, no se sancionó en aquellos viejos tiempos de la democracia a nadie por no votar. Si este artículo estuviese vigente sería de gran utilidad para el régimen en las actuales circunstancias.

En la Constitución «vigente», el artículo 63 señala: “El sufragio es un derecho. Se ejercerá mediante votaciones libres, universales, directas y secretas”.

El primer cambio que salta a la vista con respecto a la Constitución anterior es que el voto ahora no es obligatorio. Para que las elecciones sean libres necesitamos la garantía de una institución confiable para todos.

La mayor parte de nosotros pensamos diferente y eso es buenísimo, mediante las elecciones nos ponemos de acuerdo, porque el respeto al voto es lo único en lo que, los que pensamos diferente, concordamos.

Claro está que, en la Venezuela actual, la distancia entre la Constitución y la realidad política del país es brutal. Para comenzar, no hay separación de poderes y por tanto, no hay un organismo imparcial que garantice el voto. Es por eso que mucha gente es partidaria de no votar y la mayor parte de las fuerzas políticas opositoras se niegan a hacerlo en las venideras elecciones parlamentarias, porque piensan que ir a unas elecciones sin garantías ni confiabilidad, solo favorece a quien las convoca.

Otros partidos sí quieren hacerlo. También tienen sus razones y argumentos: si esto no va a cambiar en largo tiempo es mejor mantenerse vigentes y activos en la vida política con lo que el régimen tenga a bien conceder y librar otro tipo de luchas menos radicales, más modestas, que también vayan en pro de la gente, pero que no constituyan amenaza a la supervivencia de quienes detentan el poder, al menos de momento. Es una opción, tan viable (o tan poco) como pedir que entren los marines ya o quedarnos en el desacato para siempre.

Pero la novedad en lo que respecta a las elecciones de diciembre es la “sugerencia” que entró en escena política esta semana de que el Plan República podría buscar a los electores en sus casas para que vayan a votar. Conociendo las circunstancias, –se imagina uno que además de buscarlos de manera amable con la guardia y los colectivos–, para mayor seguridad lo acompañarán hasta el cuartico, para garantizar con su observación, el secreto del voto.

La noticia deja de asombrar, por más que uno haya perdido tal capacidad. No le falta verdad al juego irónico que circula por las redes y pone en boca de Tibisay (aunque ella ya no es la autoridad, 14 años en el CNE la hacen inolvidable) esta frase: “Ya tenemos los resultados, solo faltan las elecciones”.

¡¡¡¡¡A boooootarrrrrrr!!!!!

Twitter: @laureanomar

 3 min


Mariza Bafile

La paz, tan anhelada por los colombianos, y que parecía estar más cerca que nunca, tras los acuerdos firmados por el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas) se está desmigajando día tras día. Sigue creciendo, por lo contrario, la estela de muertos, desaparecidos, desplazados en un caos de violencia que tiene rostros e intereses diferentes.

Las torturas y asesinato del abogado Javier Ordóñez a manos de la policía han desatado una fuerte ola de protestas en Bogotá, protestas reprimidas, una vez más, por el Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD), harto conocido por el uso excesivo de la fuerza contra los manifestantes. Ordóñez fue sometido a muchas descargas eléctricas fuertes y prolongadas. Cuando finalmente lo trasladaron a un centro de atención sanitaria ya estaba muerto. La rabia de la población se desató con igual violencia. Los manifestantes incendiaron algunas instalaciones de policía y los enfrentamientos dejaron un saldo de 7 muertos y 248 heridos. La mayoría muy jóvenes.

Los excesos policiales ya son recurrentes en Colombia y sobre todo en la capital. El “delito” de Javier Ordóñez, padre de dos adolescentes de 15 y 11 años fue el de haberse quedado a tomar alcohol con algunos amigos, a pesar de las restricciones impuestas por la pandemia. Su muerte, al igual que la de George Floyd en Estados Unidos, ha quedado documentada en un video en el cual se ve a los agentes quienes le siguen agrediendo con la pistola eléctrica Taser, a pesar de sus súplicas.

Es violencia que se suma a la violencia. En la frontera con Venezuela, sobre todo, pero no solo, se multiplican las masacres y los enfrentamientos entre grupos criminales. Narcotraficantes, neoparamilitares, guerrilleros disidentes, guerrilleros del ELN, delincuencia común se mezclan en un cocktail de muerte y terror que ha retrocedido a los colombianos a los peores años del conflicto interno. Crecen peligrosamente también las cifras de las agresiones y asesinatos de líderes comunitarios, delitos que, en su mayoría, quedan impunes.

Una anarquía criminal, que lucha por cuotas de poder, se enfrenta a un estado incapaz de oponérsele, y mucho menos de diseñar una estrategia política capaz de atacar las razones de fondo de ese doloroso descontrol.

En el mientras, el Presidente Duque sigue culpando al exmandatario Juan Manuel Santos, aun después de dos años de gobierno, y defendiendo a su mentor Álvaro Uribe, investigado y obligado a los arrestos domiciliarios, por presunto soborno y manipulación de testigos. Las acusaciones contra Álvaro Uribe volvieron a prender los reflectores sobre una de las páginas más vergonzosas de la historia colombiana, la de los “falsos positivos”. Es decir, civiles ejecutados por los militares y presentados, luego, como guerrilleros armados. Entre el primero y el segundo mandato del presidente Uribe se llevó a cabo el 97 por ciento de las más de dos mil ejecuciones extrajudiciales perpetradas entre 1998 y 2014, según datos de la Fiscalía.

Es evidente que la seguridad es el talón de Aquiles del actual Jefe de Estado Iván Duque, quien, antes o después, deberá asumir sus responsabilidades y dejar de acusar al gobierno anterior. A pesar de todas las debilidades y necesidad de correcciones que podían presentar los acuerdos de paz firmados por Santos, nadie puede negar que representaron un paso significativo hacia la pacificación de Colombia. Sin embargo, para que esa paz fuera real y duradera era necesario un seguimiento y sobre todo la implementación de políticas que favorecieran el desarrollo social y económico de las áreas más frágiles, garantizando seguridad y justicia. Solo una inclusión real de esas zonas del país podrá romper el círculo de pobreza, deterioro, injusticia, violencia, y poner fin a unas asimetrías regionales tan profundas como las que existen en Colombia.

Lejos de asumir esos compromisos, pareciera que, una vez más, el gobierno no solamente abandona a su destino a gran parte de la población, sino que se muestra incapaz de disminuir los desmanes policiales en la capital.

Duque superó la mitad de su primer mandato, en medio de un profundo malestar social. La emergencia causada por la pandemia y la crisis económica agravan aún más el panorama. Su recta final, antes de las próximas elecciones, se perfila particularmente complicada y decididamente en subida. En el mientras, los sueños de paz de los colombianos parecen destinados a disolverse en el aire como burbujas de jabón.

@MBAFILE

Septiembre 14, 2020

ViceVersa

https://www.viceversa-mag.com/colombia-adios-suenos-de-paz/

 3 min


Elmer Huerta

Un nuevo estudio científico publicado en la prestigiosa revista New England Journal of Medicine habla del beneficio adicional del uso de las mascarillas durante la pandemia de covid-19. Las mismas podrían actuar como elemento de variolización, es decir, generarnos una especie de inmunidad al virus.

El uso de las mascarillas para la prevención del contagio del nuevo coronavirus fue rápida y masivamente adoptado por la población de países asiáticos.

Se cree que experiencias previas con epidemias influyeron mucho para que esas poblaciones adoptaran inmediatamente el uso de las mascarillas.

El mundo occidental, sin embargo, ha pasado por diversos momentos en su adopción.

El uso de las mascarillas

Al inicio de la pandemia, y siguiendo las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud y de los Centros para la Prevención y el Control de Enfermedades de Estados Unidos, el uso de la mascarilla fue únicamente recomendado para las personas con síntomas de alguna enfermedad respiratoria.

No fue sino hasta el 3 de abril que los CDC cambiaron su postura, y recomendaron que toda la población de Estados Unidos usara mascarilla para evitar que aquellos individuos que tengan el nuevo coronavirus sin saberlo, o tener síntomas, contagien a otros.

La OMS tardó mucho más. Fue recién el 5 de junio que cambió su postura y recomendó también el uso universal de las mascarillas.

Entretanto, debdo a ese retraso y a los vaivenes de la política, la mascarilla se convirtió, por lo menos en Estados Unidos, en un signo de división política.

El asunto es que las mascarillas han probado ser elementos esenciales en la prevención del contagio del nuevo coronavirus.

En ese sentido, las mascarillas no solamente actúan como una barrera física para que la persona que la use no se contagie. Sino que hace el trabajo inverso, es decir, impide que una persona sintomática o asintomática, pueda contagiar a los demás.

Pero ahora, investigadores de la Universidad de California en San Francisco plantean una interesante hipótesis publicada en el New England Journal of Medicine del 8 de septiembre, que establece que las mascarillas actúan como un elemento de variolización, haciendo que si nos infectamos usándola, la enfermedad que adquirimos sea asintomática.

¿Qué es la variolización?

La viruela fue, desde la antigüedad, una plaga que afectaba a todas las capas de la sociedad.

En el siglo XVIII en Europa, 400.000 personas morían anualmente de viruela y un tercio de los supervivientes quedaban ciegos.

La mayoría de los supervivientes quedaban con cicatrices desfigurantes y entre 20% y 60% de los enfermos morían.

En los niños pequeños, la mortalidad era aun mayor, calculándose que a fines del siglo XIX llegaba a 80% en Londres y 98% en Berlín.

Debido a su alta mortalidad y a severas secuelas estéticas, la humanidad trató desde tiempos inmemoriales de desarrollar algún tipo de tratamiento preventivo contra la enfermedad.

Se piensa que, en algún lugar de África, China o la India, los practicantes médicos desarrollaron un método de control de la enfermedad a la que llamaron variolización, cuyo fundamento era la observación de que una persona que sufría de la enfermedad se volvía inmune a ella, es decir, no volvía a enfermarse jamás.

La inmunidad por exposición

Movidos por razonamientos desconocidos, la variolización consistía en obtener material fresco de las ampollas causadas por la viruela e inyectarlas mediante un raspado en la piel de personas sanas para evitar la enfermedad.

Práctica común en Asia, la variolización llegó a Europa a comienzos del siglo XVIII, llevada por las clases aristocráticas de la corte inglesa.

A pesar de que la variolización causaba enfermedad y muerte en algunos sujetos sometidos a ella. Esas cifras eran mucho menores que las causadas por la enfermedad natural, por lo que su práctica se extendió en Europa y América, y se convirtió en el principal modo de combatir esa grave enfermedad.

Fue en 1796, cuando el médico inglés Edward Jenner observó que las mujeres que ordeñaban vacas y adquirían la viruela de las vacas eran también inmunes a la viruela humana, que se inventó la vacuna, haciendo posible que en 1975 se erradicara la viruela del mundo.

Pero volviendo a la variolización, este era un método que no eliminaba completamente la viruela; lo que hacía era disminuir la intensidad de la enfermedad.

En otras palabras, la persona variolizada desarrollaba una viruela tan leve que disminuía el daño causado por la enfermedad.

¿Las mascarillas nos generan inmunidad al covid-19?

Volviendo a las mascarillas, los investigadores de la Universidad de California postulan que el uso de las mascarillas durante esta pandemia de covid-19 actuaría como un elemento de variolización. Es decir, que si una persona se infecta usando una mascarilla, la carga viral sería tan poca, que terminaría causando una forma asintomática de la enfermedad.

En ese sentido, mencionan que en sociedades en donde el uso de las mascarillas es casi universal la proporción de casos asintomáticos es de 80%, mientras que en sociedades en donde el uso de las mascarillas no es generalizado, la proporción de casos asintomáticos es del 40%.

Citan también dos situaciones en las que las mascarillas produjeron un alto número de casos asintomáticos. La primera en un barco argentino y la segunda en una planta procesadora de carnes, en las que, gracias a las mascarillas, repartidas muy temprano en el brote, la proporción de asintomáticos llegó a ser de 81% y 95%, respectivamente.

Obviamente, dicen los investigadores, su hipótesis solo podría ser probada comparando la proporción de casos de covid-19 en sociedades que usen y no usen mascarillas, algo muy difícil de hacer.

En resumen, la hipótesis es muy atractiva y agrega otro potencial beneficio al uso de las mascarillas para prevenir la enfermedad.

CNN Español

14 de septiembre, 2020

https://cnnespanol.cnn.com/2020/09/14/el-uso-de-las-mascarillas-podria-g...

 4 min


Maxim Ross

La coyuntura politica actual, esa que estamos viviendo con el tema de las elecciones, merece un examen desprendido de interés y tan objetivo como sea posible, por lo que voy a interpretarla utilizando algunas comparaciones históricas que nos den lecciones al respecto.

Mi hipotesis es que los seres humanos, y más todavía ellos como entes sociales, deben entender y adaptarse al momento en que un determinado modelo de conducta se agota. Lo que sucede, normalmente, es que tendemos a aferrarnos a un modo de pensar y a conservarlo, sin reconocer cuando y como se va erosionando. Sitiados por la inercia no solucionamos lo que se pretende, salvo que se logre desmontar el paradigma que lo fundamenta. Varios ejemplos en el campo de la economía y de la politica ilustran la idea.

En el terreno de la primera está el caso del “keynesianismo”, modelo que venía dominando, tanto teóricamente, como en la politica económica en el mundo desarrollado, pero que comenzó a presentar signos de agotamiento, a pesar de los cuales, muchos países lo siguieron aplicando, en especial los Estados Unidos e Inglaterra, hasta que hizo crisis con síntomas severos y simultáneos de inflación y recesión. Por ello se vieron obligados a abandonarlo, a pesar de la resistencia de muchos en el campo teórico. El cambio de paradigma se dio y la economía neoclásica, también llamada neoliberalismo, lo sustituyó exitosamente, revirtiendo drásticamente la crisis.

Otro ejemplo que permite entender mi hipotesis es el caso del agotamiento del “modelo petrolero” venezolano, oportunidad que se nos presentó varias veces en el tiempo, pero que siempre fue reconstruido de distintas maneras y nos resistimos a renunciar a él, fuese con el método de “precios de referencia” o con la apertura petrolera. Inclusive en momentos claves de la politica económica, con los cambios que se intentaron a principios de los noventa, terminamos soportándolos en el ingreso y el modelo petrolero. El cambio de paradigma no se produjo, lo que explica en buena medida la crisis económica y politica que vivió Venezuela después de los ochenta, a finales de los noventa y hoy día.

Lo que ya resulta evidente es el agotamiento del modelo petrolero basado en la propiedad y la conducción del Estado, con claros signos que han llevado la industria al borde del colapso, pues esta ni genera producción, ni exportaciones suficientes para mantener el país andando, pero el Gobierno y la dirigencia politica siguen atados al mismo esquema[1]. Pareciera que tímidamente se comienza a experimentar con otras actividades económicas, pero de una manera tan precaria que no se percibe la dimensión de un verdadero cambio. No se logra romper con el paradigma “rentista”. Por una parte, por la ineptitud y conducta gubernamental adversa a la economía privada y, por la otra, porque todos, y el gobierno en particular, se aferran a seguir viviendo del petróleo. Se dice que ya no vivimos de una economía “rentista”, pero es lo que se practica a diario. No hay mejor ejemplo de ello que esa secuencia de bono tras bono y el mantenimiento de una aparatosa maquinaria burocrática. La hiperinflación es la forma que toma el “rentismo” y la contracción económica la insuficiencia de una real transición hacia una economía no petrolera.

Entre la economía y la política tenemos varios ejemplos. Algunos exitosos y otros no. En la Unión Soviética se dieron cuenta muy tarde de que el modelo estaba agotándose y solo una intervención tardía, la de Gorbachov pudo atenuar la crisis, pero el modelo implosionó y la “Unión” se hizo pedazos. Otro ejemplo similar, pero con peores resultados es el cubano, donde la imposibilidad de romper con el paradigma socialista tiene hundida esa sociedad en un crónico e indetenible deterioro. El caso chino es un ejemplo de un caso exitoso, cuando Deng Xia Ping le da un giro a tiempo al paradigma económico y logra el salto hacia la prosperidad que exhibe hoy ese país. La libertad y la democracia están a la espera de un cambio de paradigma político.

Obviamente, analizar el tema desde una visión retrospectiva es más fácil, porque podemos leer los acontecimientos con esa síntesis que nos brinda la narrativa histórica, pero otra cosa es inferir el agotamiento y el cambio de paradigma en una situación contemporánea.

El agotamiento del modelo de la llamada “revolución bolivariana” pareciera bastante claro, especialmente por la desaparición de la doctrina, la ideología y las consignas que le dieron origen, tanto en el discurso, como en la práctica. Por una parte, ya no se habla del Socialismo del Siglo XXI y a veces se habla de un “socialismo a secas”, con un gran vacío de mensajes y sin contenido alguno. En la práctica se fue convirtiendo, sin solución de continuidad, al más perfecto modelo capitalista, con una economía completamente dolarizada y donde el mercado marca la pauta de los precios. El modelo se agotó por necesidad y, quizás, sin poder evitarlo, tal como lo indican expresiones y declaraciones de quienes hoy dirigen ese proceso. Sin embargo, la “revolución” continua con su retórica alusiva al “antiimperialismo” y a la “guerra económica”, sus “aparentes” grandes enemigos.

Obligada reflexión merece el caso de la oposición al gobierno, pues parece conveniente y necesario evaluar si el modelo utilizado para oponérsele está agotado y si requiere un cambio de paradigma. La trayectoria “cese la usurpación”, “gobierno de transición” y “elecciones libres” merece un riguroso examen, junto a la experiencia del apoyo internacional obtenido, sea el diplomático, el de las sanciones o el de una intervención internacional efectiva.

El hecho de que esos objetivos no se han logrado concretar hasta ahora, al menos debería llamar la atención y obliga a un cambio de enfoque. A nuestro juicio, dos razones principales podrían explicar su erosión. De un lado, está el hecho de que fueron formulados sin reales fuerzas de respaldo, ni internas, ni externas y, del otro, porque de nuevo se subestimó al enemigo, interpretando y repitiendo que está más débil, cuando la realidad indica lo contrario. Por otra parte, no es muy seguro que el descontento con el gobierno realmente se transforme en automático apoyo a la oposición.

La lectura del recién publicado “Pacto Unitario” indica que tiene las mismas ideas y consignas que no han dado resultados. El respaldo anunciado de una gran variedad de partidos políticos y de un sin número de organizaciones civiles revela el clásico expediente de mostrar la formalidad de respaldo de una mayoría. La postura de principio, de rechazar de plano la participación en el proceso electoral, que sabemos amañado, inhibe plenamente la acción politica y la movilización. Si las elecciones son una oportunidad “movilizadora” para cambiar, tanto como se pueda las reglas impuestas por el gobierno y se logra obtener sustantivo apoyo internacional, entonces, se abre una ventana que no se puede rechazar de entrada.

Romper con el dilema “votar o no votar” ya es un paso adelante y positivo y podría entenderse como un primer paso para diseñar un nuevo paradigma de la oposición. Podría ser que, por ese camino, se levante una consigna que restaure la Unidad. Razón daré a quien propugne el regreso a lo político, a la politica, quiere decir a acercarse a esa gran mayoría desatendida, por gobierno y oposición, a ir a la calle con un discurso que se salga del tema electoral y la diatriba politica y se dedique a la conquista de una mayoría que está a la espera de un verdadero cambio. De un proyecto de sociedad convincente para todos los venezolanos. No excluyente.

Como alguien cercano me ha dicho:[2] hay tres tipos de políticos, el “mago”, el “pastor” y el “tejedor” y la diferencia entre los tres está en que el primero juega a un momento mágico, el segundo al apostolado y el tercero a “tejer” una nueva politica. Me quedo con este y para ello siempre recuerdo una anécdota reveladora: Larrazábal y Betancourt en 1958. El primero con las características del primero, el segundo como el tercero. Rómulo se fue a la calle, conquistó a la gente, presentó un proyecto de sociedad, consolidó su partido y ganó las elecciones. Ahora, en verdad, quizás estamos esperando que aparezca un “tejedor” que tenga la posibilidad de cambiar el paradigma y logre el cambio que todos esperan.

[1] Aparentemente el reciente plan presentado por PDVSA pareciera reconocer la necesidad de cambiar.

[2] “La politica como arte del buen tejer” Blog de Javier Seoane.28/8/2020

 6 min


Jesús Seguías

1. De las 5 mega crisis que conmueven al país, la económica es la más grave, pues esta influye determinantemente en la crisis de los servicios públicos, en la crisis social y en la crisis emocional de los venezolanos. Y, obviamente, el origen de todas ellas es la crisis política. Nadie lo discute. Y la oposición está de acuerdo.

2. Pero hoy la misión de los políticos venezolanos es similar a la de un cardiólogo. Cuando alguien sufre un infarto, la misión de los médicos es evitar que el paciente muera, se dedican a salvarlo para luego luchar por su pronta recuperación. Jamás se les ocurriría desatender al paciente, para darle prioridad a confrontarlo y reclamarle los desórdenes alimenticios que provocaron el infarto. Sería una locura.

3. La crisis económica se ha convertido en la tarea más urgente para los políticos de oficio en Venezuela. Eso es lo que exige la mayoría absoluta de los venezolanos. De hecho, el 80% de quienes han abandonado al país lo han hecho por razones económicas y buscando mejorar su calidad de vida. Apenas 6% se ha ido por razones políticas.

4. Creo que ya es hora de decir algunas cosas. Inexplicablemente, el respeto y estímulo al sector productivo privado por parte del gobierno jamás fueron exigencias relevantes en todas las mesas de negociaciones que han ocurrido entre el gobierno y la oposición.

5. Evitar la destrucción del aparato productivo de la nación no ha importado seriamente a los políticos, ni a los del gobierno ni a los de la oposición.

6. El foco de discusión entre ambos bloques ha sido siempre la disputa por el poder político. Y lo más insólito es que el mismo sector empresarial (especialmente sus gremios) tampoco le han exigido a los políticos un compromiso sólido al respecto.

7. Es momento de darle a la economía la prioridad que merece, pues de ello depende que Venezuela salga a flote de nuevo y que se detenga el sufrimiento extremo de los venezolanos.

8. Venezuela desde hace rato está fuera del marco tolerable que caracteriza a una sociedad funcional, por más problemas que ésta tenga. El país ya está al borde de convertirse en la sociedad distópica que nadie quiere.

9. El gobierno de Nicolás Maduro, por su parte, tiene la obligación de dar un viraje a sus políticas económicas. Y la oposición debe exigirlo. Y eso no es nada difícil. El desarrollo de la crisis facilita en este momento algunas medidas que hasta hace poco eran tabú en Venezuela.

10. Lo primero que hay que hacer es pasar directo a la economía capitalista, sin complejos de carácter político. Los chinos se lo han dicho de mil maneras a Maduro (en público y en privado, en voz alta y en susurros): “Sólo el capitalismo puede salvar al socialismo de una debacle. Actúen rápido”. Punto.

11. El chavismo, en términos generales, está totalmente ganado para este viraje. Todos saben que la “economía socialista” ha sido uno de los mayores fiascos en la historia de la humanidad. Y deben corregirlo.

12. También están claros que los inversionistas privados (los únicos que pueden recuperar la economía venezolana) exigen -como condición innegociable para traer sus capitales- absoluta paz social y política, un nuevo marco jurídico, y un gobierno que lo respete a cabalidad.

13. En este sentido, es necesario dar pasos relevantes y de alto impacto para facilitar las condiciones que pongan fin a la confrontación política extrema en el país. Es todo lo contrario a al juego duro que se viene aplicando.

14. Otro paso que ayudará a generar confianza es retornar a sus propietarios la mayoría de las empresas, bienes, tierras expropiadas en las últimas dos décadas. También hay que privatizar muchos servicios que el estado no está en capacidad de asumir. Es necesario eliminar el subsidio a la gasolina (nadie se opondría hoy día, con tal haya suministro) y terminar de convertir al dólar en una moneda de libre circulación sin obstáculos estatales.

15. Esas son algunas de las medidas que ameritan el consenso de todas las fuerzas políticas. Eso permitirá detener la crisis económica y comenzar la reconstrucción de la nación.

16. Es un pésimo error creer (y estimular) que mientras más sufran los venezolanos más nos aproximaremos a un cambio. Además de la crueldad que conlleva esa estrategia, denota incompetencia política. Celebrar el sufrimiento de la gente porque eso puede generarnos réditos políticos es una manera bastarda de hacer política.

17. En cambio, comenzar a resolver la crisis económica, independientemente del desenlace político, mejorará la calidad de vida de los venezolanos (eso sí es un éxito político para quien lo propicie), congelará el éxodo, y permitirá el retorno de millones de los que deambulan por el mundo.

18. Por tanto, si está descartada (por inviable) la ruta insurreccional y militar, no queda más alternativa que retomar la única ruta que ha brindado éxitos (aunque sean parciales) a la oposición: la ruta electoral.

19. Así las cosas, es obvio que a la oposición le conviene el retorno de millones de electores cautivos que se fueron a la diáspora, y cuya ausencia ha sido una de sus mayores debilidades en los últimos procesos electorales. Inclusive, pesa más que las trampas del CNE.

20. Dicho de otra manera, la crisis económica, lejos de traer beneficios políticos, es altamente dañina para la oposición.

21. Conclusión lógica: hay que salir del atolladero económico con urgencia. Y esa debe ser, junto a condiciones electorales transparentes, la mayor carta de negociación ante el gobierno. Pueden comenzar por la gasolina… ¿Se atreverán los políticos todos a dar ese viraje? Venezuela observa.

Mañana: análisis sobre el nuevo destino de la oposición venezolana.

*Jesús Seguías es presidente de Datincorp. Consultor político.

 4 min


Humberto García Larralde

Estamos presenciando el fallecimiento de la Venezuela moderna. Se encuentra en fase avanzada, con niveles de miseria, hambre, muerte y desolación que nos retrotrae al siglo XIX. No es producto de un cataclismo externo, imprevisible, sino de una conducta deliberada, en contra de los intereses de la mayoría de los venezolanos, por parte de quienes manejan las palancas del Estado. Sus aciagos efectos han sido alertados reiteradamente y se les ha exhortado rectificar sus políticas. Pero no, los que están en el poder se atrincheran aún más en torno a la depredación de lo que todavía queda, sin importarles la ruina de los que, cínicamente, afirman defender. Son los verdugos de Venezuela, beneficiarios aventajados de un régimen de expoliación de la riqueza social, disfrazado de “revolución”.

En una entrega anterior reseñé, muy brevemente, el pilar central de este régimen de expoliación: una cúpula militar podrida que depreda los recursos de la nación, imponiéndose, con las armas, sobre el tejido social. En este escrito examinaré –también de manera muy sucinta—el complemento obligado a tal arreglo, el que le da cohesión y sirve de argamasa para evitar que implosione por el desbordamiento de las apetencias de poder y riqueza. Es el conformado por aquellos que ocupan posiciones de jefatura en el gobierno, los que, afanosamente, se autoproclaman “revolucionarios”: Maduro, los Rodríguez, El Aissami y su cohorte de depredadores. Para muchos, formados en la cultura de la Guerra Fría, se trata de comunistas o castrocomunistas, enemigos del mundo libre. Prefiero un término que no le atribuya tan trascendentes propósitos –así sean negativos—y designarlos, simplemente, como agentes cubanos.

La retórica comunistoide del chavismo corresponde con tales propósitos. Posiblemente algunos todavía se la crean. Pero no es un proyecto ideológico lo que los anima. Es la imposición de una arquitectura de dominación, perfeccionada a través de los años por la gerontocracia cubana, sin la cual el régimen de expoliación puede venirse abajo. Es decir, la permanencia de Maduro al frente del gobierno (como usurpador) y de sus ministros civiles, gobernadores y demás autoridades, amparados por las armas de militares corruptos --cómplices de la expoliación del país--, se la debemos a la “desinteresada” ayuda de los dirigentes cubanos, los primeros chicharrones en el despojo nacional. Esta denominación incluye a personeros como Diosdado Cabello y Pedro Carreño, carentes de todo pedigrí “revolucionario”. Hasta el pelmazo de Arreaza, cuya única credencial conocida es el de exyerno de Chávez, cabe en esta designación. Como gustan afirmar los marxistas, “objetivamente” actúan como agentes cubanos.

Si no comparten un proyecto revolucionario de sociedad, ¿qué explica su participación concertada en la destrucción de la nación? Claramente, como en el caso de la cúpula militar corrupta, es su interés como usufructuarios privilegiados del régimen de expoliación instalado. A cada uno de los jerarcas se les asocia con fortunas mal habidas: Maduro, con los negocios a través de los “Claps” y otros encargados a Alec Saab, amén del amparo a sus “narco-sobrinos”; a El Aissami, se le vincula con prolijas cuentas en el extranjero; al estilo de vida del camarada “Louis Vuitton” Carreño se le ven las costuras; y de Diosdado, ¡ni se diga! Y es que la demolición de la institucionalidad del Estado de Derecho, que antes resguardaba a la nación contra el pillaje, ha sido el verdadero propósito de esta “revolución”. Pero la incorporación de militares corruptos para asegurar su viabilidad es de factura cubana. Se inspira en el Grupo de Administración de Empresa, S.A. (GAESA), bajo conducción del yerno de Raúl Castro, que ha encumbrado a una casta militar sobre la economía antillana. Son los verdaderos propietarios de esa particular Revolución, devenida en tiranía.

La distinción venezolana está en que ese andamiaje se integra a partir de una FF.AA. descompuesta. No obstante, el régimen de expoliación instaurado apela a los mismos mitos que les han servido a sus tutores cubanos. Venezuela estaría, también, en la vanguardia de la lucha antiimperialista por la “liberación de los pueblos”, lo cual obliga a centralizar el poder en manos “revolucionarias” y a desmontar todo obstáculo –el imperio de la ley y de los derechos humanos—que se interfieran con tan “nobles” propósitos. Las fortunas acumuladas son la justa remuneración a su sacrificio como conductores del proceso. Con tal burbuja ideológica, se encubren los desmanes cometidos; lava conciencias. El imperio, buscando, como siempre, cogerse a Venezuela, persigue y acosa a estos patriotas “revolucionarios”.

El problema para la “dirección civil” --para llamarlo de una manera-- del régimen de expoliación, es que este relato tiene cada vez menos credibilidad. El estricto control del castrismo sobre la vida de los cubanos durante seis décadas hizo que allá tuviesen que calarse ese discurso a juro. Ello no es así para Maduro y sus socios. Su permanencia en el poder exige ceder crecientes tajadas del despojo nacional a “aliados” que puedan socorrerlo. Así, el saqueo mineral de Guayana es inconcebible sin la presencia del ELN colombiano y de otras bandas criminales, amén de la venta de oro, a escondidas, a Turquía o Irán; lo que queda del negocio petrolero obliga a entregar parcelas cruciales a Irán y a Rusia, “amigos desinteresados” de Venezuela; el tinglado de complicidades armado por Saab para darle oxígeno a Maduro todavía se desconoce, pero pronto se sabrá. En las ciudades, la impronta del hampa y de los colectivos en la extorsión y robo de los venezolanos --cuando no de los cuerpos represivos como la FAES--, desdibujan todo sentido de gobierno. Y, en todas estas instancias, participan militares corruptos, socios obligados mientras pueden hacer uso de su dominio de las armas.

Maduro y su combo son los pararrayos de esta orquestación, su cabeza visible. Su tabla de salvación ha sido apegarse al recetario cubano, con la esperanza de bañarse en el justificativo revolucionario –David contra Goliat-- que ha amparado la gerontocracia antillana. En realidad, Maduro, los Rodríguez y quienes aprendieron el discurso, representan los despojos de una ilusión que, en boca de un demagogo irresponsable y narcisista, engatusó al pueblo con promesas de redención. Pero se agotó. Han cambiado sus referentes. No se expresan, ahora, en un “socialismo de siglo XXI” incontaminado, porque nadie sabía en qué consistía, sino en el timón del Titanic, tripulado por organizaciones mafiosas que no tienen prurito alguno en revelar su verdadera naturaleza.

De ahí que Maduro ni siquiera intenta ya una semblanza democrática. Convoca unos comicios –que no elecciones, porque no hay oportunidad real de elegir— burdamente amañados, para asegurarse una Asamblea Nacional a su medida. Pone en tres y dos a las fuerzas democráticas, agotadas por no haber logrado el desplazamiento del usurpador y por las peleas internas, con la clara intención de aplastarlas. Participar o no en esta farsa parece plantear una disyuntiva perder-perder: está diseñada para impedir la expresión auténtica de la voluntad popular y a provocar su rechazo; así, asegura una mayoría para la nueva Asamblea Nacional, por forfait. Como se viene insistiendo, la mera abstención no es respuesta.

La comunidad democrática internacional ha desconocido la legitimidad de estos comicios. Como quiera que por imperativo constitucional deben realizarse, es menester apoyarse en este desconocimiento para exigir condiciones aceptables. Entre otras cosas, debe postergarse su realización por la expansión de la pandemia: realizar concentraciones públicas y convocar la gente a votar estimula su contagio. Con condiciones apropiadas, debe reabrirse el proceso de postulación de candidatos. Tales elementos deben ser centrales a la consulta que piensan realizar las fuerzas democráticas agrupadas en torno a Guaidó. El fascismo no convoca a una contienda democrática, sino a una trampa que les permitirá descabezar al liderazgo democrático para seguir depredando al moribundo país. La idea de postergar el mandato de la Asamblea actual como respuesta, en última instancia, nos despoja del fundamental argumento de la legitimidad del mandato, conforme a la constitución. Es ahí donde debe intentarse que se plantee la lucha; en la legitimidad de una elección para que la Asamblea electa exprese, de verdad, la voluntad popular, democrática. El pueblo tiene que conquistar el instrumento, por excelencia, para salir de este horror. Que no quepa dudas: mientras continúe Maduro en el poder, la situación empeorará.

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela.

humgarl@gmail.com

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