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Opinión

Manuel Delgado Campos

El encierro cuarentenario me ha obligado, por una parte, a permanecer en el país más tiempo del que tenía previsto y por la otra, dedicarme a actividades no cotidianas, las cuales eran mi obligación como profesor universitario y Presidente del Consejo de Profesores Jubilados (CPJUCLA) de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado.

Por lo que, aunque suene redundante, deseo expresar una serie de preocupaciones, convertidas en angustias, respecto del quehacer universitario, con énfasis en lo que atañe a los jubilados.

Nuestras actividades se han visto tan reducidas que hasta se podría decir que anuladas. No es que fueran muchas, porque regularmente estaban limitadas a reuniones de frecuencia mensual de tipo cultural y recreativo, con preponderancia de lo musical, todo ello aunado a eventos deportivos propios de las personas de juventud prolongada.

Esa reducción no puede achacarse exclusivamente a la “cuarentena pandémica” la cual, por larga que sea, siempre será temporal. No, eso viene desde tiempo atrás cuando los recursos, tanto los asignados por el Estado Venezolano como por los aportes directos de los profesores, fueron disminuyendo drástica y continuadamente desde hace varios años, lo cual reduce la capacidad de desarrollar las mencionadas actividades.

Se suma a lo anterior, la baja capacidad de movilización de los profesores tanto en sus propios vehículos como en el deficiente transporte público. Causado también por los ínfimos sueldos y pensiones de jubilación. Si los llamamos irrisorios no es porque causen risa si no que más bien dan ganas de llorar.

Colateralmente, aunque no es responsabilidad directa de los gremios de jubilados, los sistemas de previsión social están prácticamente colapsados y es casi imposible atender los casos de hospitalización y cirugía y, muy deficientemente las consultas médicas externas al igual que los servicios de laboratorio.

Las sedes sociales, tanto las de profesores como las de empleados y obreros han sido invadidas o vandalizadas y en el mejor de los casos, en franco deterioro por falta de recursos para su mantenimiento.

En total, que la denominada cuarentena o más bien toque de queda, simplemente ha sellado con broche de maldad la actividad universitaria en general. No ha quedado hueso sano. Los ataques alevosos y continuados contra la infraestructura universitaria han causado mella en casi todo.

La alternativa de trabajo a distancia, a través de las diversas redes comunicacionales son, a veces, casi una falacia. Las fallas eléctricas, telefónicas y de la internet dificultan enormemente la intercomunicación. Situación esta que no es exclusiva de la UCLA si no que afecta por igual, en mayor o menor grado, a todas las universidades y otros centros educativos y de investigación.

Que podríamos hacer al respecto para paliar la situación mientras llega el “día después”, para el cual si hay muchos y muy buenos estudios y proyectos listos para ser aplicados. Yo me refiero a lo que pudiéramos hacer desde ya.

Con relación a la situación socio- económica de los profesores es muy poco lo que podemos hacer en la actualidad. El régimen nos tiene de manos atadas hasta para hacer elecciones de nuevas juntas directivas de los gremios.

Pero los profesores si podríamos hacer algo en favor de los estudiantes, en particular de los que están en los últimos años de carrera y a punto de graduarse. Un poco de sacrificio y una liberalización de criterios puede ayudar al uso de las ventanas, a veces abiertas, de los sistemas comunicacionales, para atender la culminación de algunas unidades curriculares y en particular trabajos especiales, informes de pasantías y trabajos de grado, sin necesidad de la presencia física.

No debemos aferrarnos como a un dogma de fe a los métodos tradicionales de enseñanza. Tengamos plena confianza en la responsabilidad y honestidad de nuestros jóvenes. Ellos son los más interesados en hacerlo bien ahora y en el futuro. Si algunos de nosotros no estamos al día con las más recientes tecnologías comunicacionales, seguramente encontraremos quien nos ayude y asesore. Hagamos el esfuerzo. La juventud en formación y Venezuela como nación lo agradecerán.

Para concluir, con relación a esta situación tan generalizada, me permito expresar que no hay que ser muy avispado ni de mente muy ágil para señalar unos culpables, quienes se han dedicado con la mayor tenacidad y alevosía a la destrucción de Venezuela.

Ingeniero Agrónnomo, Ph. D.

Profesor titular (J) de la UCLA

Barquisimeto, 08 de junio de 2020

 3 min


En las dictaduras de Juan Vicente Gómez y de Pérez Jiménez, hubo ministros, embajadores, presidentes de empresas del Estado y colaboradores en general que demostraron ser competentes y que podían haber trabajado en el sector privado o incluso en otros países. La pregunta obligada es ¿cómo es posible que aceptaran trabajar bajo dictaduras que violaban los derechos humanos en La Rotunda, en el Obispo o en Guasina? ¿Qué indujo a buenos profesionales a trabajar en un régimen que asesinaba, torturaba, encarcelaba y exiliaba? Por el contrario, en la dictadura totalitaria aderezada con narcotráfico de Chávez- Maduro la presencia de colaboradores mediocres ha sido la regla. ¿A qué se debe la diferencia?

Juan Vicente Gómez, tuvo ministros de gran calibre. Entre ellos Gumersindo Torres, quien realizó una gran labor al crear conciencia sobre nuestro petróleo y redactar leyes y reglamentos al respecto. Román Cárdenas, ministro de Hacienda modernizó lo referente a la hacienda pública. El ingeniero Luis Vélez, como ministro de Obras Públicas diseñó gran parte de nuestro sistema de carreteras. También destacados profesionales como Rafael González Rincones, José Gil Fortoul, Pedro Emilio Coll, César Zumeta, Pedro Manuel Arcaya y Henrique Toledo Trujillo.

Los distinguidos venezolanos citados seguramente consideraron que era necesario modernizar el país y que para ello era imprescindible eliminar el caudillismo regional que con constantes montoneras impedía la paz necesaria para poder avanzar. Vieron en Gómez el “gendarme necesario” que requerían esos tiempos. Recordemos también que los derechos humanos no estaban sobre el tapete y, lamentablemente, eran violados impunemente en muchos países.

La dictadura de Marcos Pérez Jiménez también contó con algunos ministros de categoría. Sin embargo en este caso es difícil encontrar argumentos para explicar, y mucho menos para justificar, la colaboración con el dictador. La mayoría tenían prestigio profesional y han podido prestar sus servicios al sector privado o fundar sus propias empresas. Entre ellos destacan Eduardo Luongo Cabello, ministro de Energía y Minas, quien realizó una buena labor en esta área; incluso las concesiones otorgadas a las transnacionales fueron transparentes, dicho por el mismo Rómulo Betancourt. Armando Tamayo Suárez fue un buen ministro de Agricultura y Cría. Julio Bacalao Lara, ministro de Obras Públicas, modernizó Caracas. Otros destacados profesionales también colaboraron con la dictadura. Ya en los últimos días de Pérez Jiménez, Giaccopini Zárraga y Humberto Fernández Morán, distinguidos profesionales, aceptaron ir al Gabinete.

En la dictadura de Chávez- Maduro, nunca ha habido independientes en el Gabinete. Todos ocuparon cargos por su identificación ideológica con el régimen. Algunos ministros como Jorge Giordani, Héctor Navarro, María del Pilar Hernández, Nelson Merentes, Aristóbulo Istúriz, Jorge Rodríguez y Rafael Ramírez sobresalen del resto en cuanto a formación profesional, no así en cuanto a gestión cumplida, particularmente el último citado fue nefasto para el país. Otros, como Juan Carlos Loyo, Carlos Osorio, Elías Jaua, Iris Varela, Delcy Rodríguez y el resto, difícilmente podrían competir en el mercado de trabajo, por lo que necesitan esgrimir sus credenciales “revolucionarias” para insertarse en cargos gubernamentales.

Tanto en las dictaduras de Gómez, como en la de Pérez Jiménez, los colaboradores eran de categoría porque el objetivo era construir un mejor país. En la de Chávez- Maduro el objetivo es destruir para controlar, por lo cual se explica la incompetencia.

Hay otros colaboradores de esta dictadura totalitaria que no ocupan cargos en el régimen, pero que requieren ser mantenidos ellos o sus nano partidos. Necesitan vivir de la política para no perecer. Son ciudadanos como Timoteo Zambrano, Claudio Fermín, Segundo Meléndez, Felipe Mujica, Luís Parra, Franklin Duarte, José Gregorio Noriega, Negal Morales, Henry Falcón, Luís Romero, Javier Bertucci y muchos otros.

Respecto al punto anterior, nos permitimos recordar un artículo de Georg Eickhoff, en el mismo narra que en la Alemania Oriental el Partido Socialista Unido de Alemania, léase Partido Comunista, toleraba la existencia de otros partidos. Estos partidos proporcionaban una forma de vida segura a políticos que preferían la deshonra a tener que emigrar, a cambiar de oficio o a sumarse a la resistencia.

Ya sabemos quiénes son. Si el régimen convoca elecciones con el CNE que designará el ilegítimo TSJ, ellos harán campaña tratando de convencer que sí es posible salir del régimen con votos. Patrañas para que ellos puedan sobrevivir en tiempos de dificultades económicas. Son parásitos de la política. Ojalá que otros partidos no decidan convivir con el régimen.

Como (había) en botica:

Arbitraria la detención de Héctor Rivero, Carrano y Villamizar, ejecutivos de Directv.

Lamentamos fallecimiento de Milagros Pietri y de Ángel Rafael López, de Gente del Petróleo y de Unapetrol.

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

eddiearamirez@hotmail.com

 3 min


Julio Castillo Sagarzazu

El lector seguramente recordara un partido de futbolito improvisado que tuvo lugar en las jornadas de grandes movilizaciones populares en el 2002 en plena autopista de Prados del Este en Caracas. El juego enfrento a dos equipos, uno de los manifestantes de la oposición y otro de defensores del gobierno de Chávez. Por varias horas, ambos, jugadores e hinchas confraternizaron sobre el asfalto caliente de aquel caliente momento de la política nacional. Por cierto, nadie recuerda el score, todos recordamos que el partido tuvo lugar.

¿Recordaremos acaso también la reacción de Chávez? Yo sí, y claramente. Monto en cólera, saco de su costal todos los improperios contra los ricos, los apátridas, los escuálidos. Identifico muy bien, para su gente, quienes eran aquellos con los que jamás debían juntarse y ni siquiera ir a misa; mando el mensaje de acuerdo con el cual, confraternizar y sonreír con los explotadores era una traición. A todos ellos quedo claro que quien quería ver deporte que se fuera a la cancha del Círculo Militar a verlo lanzar su rabo e cochino o que se pusiera en su barrio a jugar chapita como jugaba el con el teniente Andrade antes de dejarlo tuerto.

¿Por qué esta reacción tan desmesurada frente a un inocente partido de futbol calle? Pues justamente porque el partido no era inocente, al menos no para sus planes. Porque para imponer el régimen que padecemos desde entonces hace falta mucha división, mucho odio y sobre todo meter muchas cuña entre la unidad de los gobernados para que no puedan juntarse nunca.

Así se hizo la polarización política y social. Venezuela ya no era un solo país y los venezolanos no tendrían un solo proyecto para mejorar y avanzar, sino que la vida desde entonces se planteaba entre ricos y pobres; patriotas y apátridas; buenos y malos; chavistas y no chavistas.

Chávez creó su ring de boxeo, su zona de confort y acopio la leña que sería el combustible que avivaría, hasta el día de hoy, su hoguera de la manutención del poder.

¿Cuál es la lógica de la polarización? Pues, demostrar que el proyecto político que encarno no triunfara hasta que no derrotemos y aniquilemos definitivamente al adversario. A la victoria no se llega sino sobre las ruinas del adversario. Mientras tanto, todos los problemas, las miserias, los sinsabores, son parte de la larga marcha hasta La Tierra Prometida. Los pobres conquistaran el cielo como lo canto Marx sobre los Comuneros de Paris de 1871 porque “el motor de la historia es la lucha de clases” y su “partera es la violencia”.

Todo esto ocurrió ante nuestros ojos. Este escenario fue concebido como una trampa jaula con cuyo paral no hemos dejado de tropezar nunca. Hemos caído en el juego de la polarización para solaz de quienes lo inventaron para mantenerse en el poder.

Han sido pocas las ocasiones en las cuales hemos sorteado la trampa. Una de ellas fue en el 2015 cuando logramos la maravillosa victoria electoral de la Asamblea Nacional. Aquella campaña fue impecable. Era la época de las colas, del bachaqueo, del estallido de la mega inflación y de la escasez. Hubo muchas consignas, pero el fundamento de todas ellas era. “Si no quieres esta vida de colas, de irrespeto, de escasez y de vida cara, vota contra Maduro en la AN”. Es decir, nos salimos del mensaje polarizador del ¡Maduro vete ya! para hablar a la gente de sus problemas lo cual, desde que el mundo es mundo, es la única manera de convencer a alguien para que haga el puente entre su vida cotidiana y la política.

Pero, como cuando el pobre lava llueve, enseguida regresamos a la zona de confort de Maduro. En lugar de convertir la Asamblea en el pivote de las luchas sociales y populares y la aspiraciones de los millones de compatriotas que nos llevaron allí, volvimos a caer en la trampa. No se había secado la tinta del acta donde Tibisay proclamada la irreversibilidad de nuestra victoria, cuando le ofrecimos al país que en 6 meses sacaríamos a Maduro. Conclusión: Maduro nos dijo “vengan a Miraflores a sacarme” y nosotros le tomamos la palabra y cada vez que lo intentábamos, las ballenas no nos dejaban pasar de Chacaíto.

Mi cauchero chavista que voto por la oposición me dio una clase de política cuando aquello ocurrió. Me dijo: “Vistes, Julio, lo que querían era un quítate tú para ponerme yo.”

Y como las desgracias nunca vienen solas, nos equivocamos en el fondo y también en la forma. Con esa política nos retiramos a los salones de los hoteles, a las redes sociales a realizar cuanto foro, seminario, taller y simposio, entre nosotros mismos (ahora hacemos tuitazos, webinairs y sesiones de zoom) para elucubrar sobre el sexo de los ángeles y dejamos a la gente entendiendo con sus problemas y viendo desde las gradas la pelea de boxeo entre Morochito Rodríguez y Muhammad Ali.

Venezuela ha visto agravar todos aquellos problemas y hay quien quiere vendernos la idea de que los venezolanos nos estamos adaptando a la situación como la ranita de la olla con agua tibia. Esta es solo una verdad a medias. Se trata de un mecanismo de defensa natural de toda persona que pone la sobrevivencia como punto central de su existencia. Gracias a ese instinto nos hemos preservado como especie.

Pero la lógica de hierro de la historia y de la lucha social nos enseña que los pueblos despiertan insospechadamente. A veces despiertan y los derrotan y a veces despiertan y logran victorias y avances.

La diferencia entre una y otra está en la clarividencia y capacidad de su dirección política. Es necesario reconstruir la credibilidad y la confianza. El 80% de los venezolanos no quiere a Maduro y lo responsabiliza de la actual pesadilla. Solo hay que regresar a estar con la gente y a organizarla. Poner una política creíble, transversal que interese a TODOS y no a un grupito de iluminados y diseñar una agenda que destierre la polarización de las consignas puramente políticas; que ponga énfasis en los problemas que padecemos todos los venezolanos y diseñe el país bonito y distinto que también todos queremos.

Imaginemos por un rato que aquel partido de futbol en Prados del Este llegue al medio tiempo y terminemos hablando de nuestros problemas comunes y que entonces nos pusiéramos de acuerdo para actuar. No habría ballenas pa’ tanta gente. El segundo tiempo lo jugaríamos en libertad.

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Roberto Casanova y Gerver Torres

Uno

Siempre nos hallamos en algún estado emocional. Y el estado emocional en el que nos hallemos condiciona la percepción de nuestro entorno y de nosotros mismos, impulsándonos a actuar de una cierta manera y no de otra. La rabia nos incita al ataque; el miedo nos conduce a la huida o a la sumisión; la frustración nos hunde en la pasividad. La esperanza, por su parte, nos impulsa al emprendimiento creador.

Emoción y estado emocional no son lo mismo. Una emoción es una respuesta mental y fisiológica para la acción ante eventos externos o experiencias internas. Los estados emocionales, en cambio, constituyen parte de ese trasfondo, muchas veces inconsciente, que nos predispone a actuar de cierto modo. Así, tener un ataque de rabia no es lo mismo que vivir rabioso. Aquí queremos referirnos a los estados emocionales. Queremos destacar, en especial, que ellos están estrechamente asociados a los relatos que creamos para interpretar nuestras circunstancias.

En efecto, los seres humanos no solo somos emocionales: también somos narradores de historias. No es algo que podamos dejar de hacer. La necesidad de dar sentido a nuestro devenir en el tiempo nos exige hilar los hechos en tramas y relatos. Explicar, imaginar o proyectar es dar forma a relatos que nos contamos a nosotros mismos y a otros. Estos relatos son, en parte, contenidos que nos transmite, por diversos mecanismos, la cultura a la que pertenecemos.

Comprender la relación entre narrativas y estados emocionales nos parece fundamental. Las narrativas sobre nuestro entorno y sobre nuestras capacidades para actuar en él son, tal vez, los factores más importantes para entender por qué nos ubicamos en uno u otro estado emocional. Pero la situación en la que creemos estar depende, a su vez, del estado emocional en el que nos hallemos. Existe, pues, una relación de mutua causación entre emociones y narrativas. De la adecuada comprensión de esta circularidad depende nuestro buen desempeño como personas, como grupos, como sociedad.

Consideremos, por ejemplo, las narrativas que podemos calificar como políticas. Una narrativa política es, en un sentido general, un relato –o un conjunto de relatos– que nos permite explicarnos el pasado y el presente de una sociedad y prefigurar su futuro. Estas narrativas cumplen funciones de esclarecimiento, de diseño, de movilización. En ellas se entremezclan postulados científicos, interpretaciones históricas, creencias colectivas.

En toda sociedad conviven y compiten varias narrativas políticas. Algunas de ellas favorecen la convivencia y la cooperación; otras nos hacen desconfiar e incentivan el conflicto social. Hay narrativas que generan esperanza y hay narrativas que promueven el odio o el miedo. Estos distintos estados emocionales, a su vez, hacen a las personas proclives a aceptar algunos relatos y a rechazar otros. De esta manera, narrativas y estados emocionales se potencian mutuamente, haciendo que, en algunos casos, una sociedad quede presa de sí misma y en otros que progrese de manera indefinida. Digámoslo así: el desarrollo, en sus múltiples dimensiones, está acompañado de ciertas narrativas políticas y está reñido con otras.

Dos

Cifras de un estudio de opinión realizado hace algunos meses reflejan los estados de ánimo dominantes en nosotros. Unas tres cuartas partes de la población que se define a sí misma como opositora al régimen afirma experimentar estados emocionales negativos (angustia, enojo, desilusión, desesperación). Esos estados de ánimo estarían también presentes en aproximadamente la mitad de quienes no se definirían políticamente e, incluso, en alrededor de una tercera parte de quienes se consideran chavistas. Por otra parte, solo en este último grupo habría un porcentaje de personas significativo (cerca de un tercio) con estados de ánimo positivos (tranquilidad, agradecimiento, optimismo, entusiasmo). Es de suponer que este «mapa» emocional haya experimentado cambios y hoy imperen en todos los sectores estados emocionales negativos.

¿Qué narrativas podrían estar detrás de estos distintos estados de ánimo? Afirmar que solo dos  una narrativa democrática y otra chavista  sería una simplificación tal vez extrema. No sería muy difícil crear otro «mapa», uno de políticas relevantes. Sería posible diferenciar así narrativas más específicas, asociadas a las circunstancias vividas por distintos grupos: narrativas de socialistas convencidos, de capturadores de renta (o «enchufados», para entendernos), de demócratas, de conservadores. Estas no serían, desde luego, narrativas independientes unas de las otras y, más bien, se solaparían entre sí de diversas maneras.

Lo que sí resulta evidente es que no existe hoy entre nosotros una narrativa que cumpla, al mismo tiempo, con dos condiciones deseables: ser mayoritariamente compartida e infundir estados emocionales positivos. Uno de los desafíos de los venezolanos consiste, pues, en dar forma a una narrativa comprensiva e inspiradora, capaz de articular a otras narrativas y de adecuar nuestros estados emocionales al desafío de nuestra liberación y de nuestra reconstrucción.

Tres

En Un Sueño para Venezuela ofrecemos una narrativa política que pretende ser tanto verosímil como esperanzadora. Al fin y al cabo, no todo lo deseable es posible y no todo lo posible es deseable. Una narrativa política como la que requerimos no puede ser solo un cuento estéticamente bien logrado y debe proponerse conjugar razón, imaginación y emoción. No puede limitarse a dibujar un país ideal y debe promover nuestro aprendizaje sobre lo que hemos hecho bien y lo que hemos hecho mal. Una narrativa política es, sin duda, un complejo «artefacto» cultural.

Con esa perspectiva en mente, nuestra narrativa contiene cinco momentos presentados como otras tantas preguntas: ¿A dónde queremos y podemos llegar? ¿Dónde estamos hoy? ¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿Con qué contamos para salir de la situación actual? ¿Cómo hacemos para cambiar? Las respectivas respuestas a estas interrogantes conforman los capítulos del trabajo.

No pretendemos, ni por asomo, haber agotado el debate sobre estos temas con nuestras respuestas. Requerimos, en realidad, una amplia y profunda conversación cívica sobre nosotros mismos. Todo ciudadano reflexivo y preocupado por el destino de nuestra sociedad debería sentirse convocado a ella. Esta es nuestra contribución. Es la razón que justifica el tono pedagógico del texto: es un intento, ojalá exitoso, de presentar asuntos de relativa complejidad en forma accesible a un público no especializado.

Este libro constituye una nueva edición, revisada y sustancialmente modificada, de un texto escrito hace veinte años por uno de nosotros. Esta nueva edición ha sido redactada esta vez «a cuatro manos», con el valioso apoyo de generosos amigos y compañeros. Advertimos que nos hemos permitido usar libremente, sin hacer citas que entorpeciesen la fluidez de la lectura, muchos extractos de otras obras nuestras. Es necesario agregar que este libro estaba listo para su publicación pocas semanas antes del inicio de la pandemia del COVID19. Dado el agravamiento extremo de las duras circunstancias que ya vivía el país, hemos decidido divulgar el libro en forma gratuita.

Cuatro

En el año 2000, la primera edición de este libro proponía un camino alternativo y mejor al que la mayoría de la sociedad estaba tomando, tras los pasos de un líder carismático. La experiencia y la reflexión nos han servido para entender lo trágicamente equivocada que resulta ser una revolución socialista. Los tiempos que corren representan el final de ese terrible experimento en nuestro país y, por esa razón, constituyen una oportunidad propicia para presentar, de nuevo, una narrativa política inspirada en la libertad, la inclusión, el progreso.

En materia de cambio social puede resultar equívoco colocar un calendario a nuestras expectativas. El año 2020 fue utilizado, en la primera edición del libro, solo como una referencia, tal como el año 2038 es usado en esta nueva edición. Mas lo cierto es que ninguna sociedad puede saber lo que el futuro traerá consigo. Por ello una visión de nuestro porvenir debe estar siempre abierta a lo inesperado y debe evitar quedar congelada en un conjunto de metas que, en la práctica, pueda ser un obstáculo para la creatividad colectiva. El progreso no debe medirse, en un determinado momento, por lo cerca que estemos de una meta específica que nos hayamos propuesto sino, más bien, por el avance con respecto a la situación anterior. Saber que andamos en buenos pasos, que caminamos en la dirección correcta, es, en sí mismo, esperanzador. Una sociedad se hace mejor en la medida en que promueve la inteligencia creadora de todas las personas y las oportunidades para que ella se expanda libre y solidariamente.

Hablar acerca de adelantos en una dirección correcta es una afirmación con obvias connotaciones éticas. Al respecto sostenemos que una visión de nuestro futuro colectivo debe ser definida, ante todo, por los valores que deseamos ver materializados en instituciones, en proyectos, en conductas. Tales valores nos servirán para recuperar la concordia social y política sin la cual ninguna sociedad puede prevalecer y progresar. Son entonces valores como la libertad, la inclusión y el progreso, entre otros, los que deben servirnos, como una suerte de brújula moral, para saber si nos movemos o no en la dirección deseada.

Cinco

Las narrativas capaces de inspirar y movilizar a los pueblos se manifiestan primero en ciertas prácticas sociales. En tal sentido, en una sociedad es posible identificar las acciones individuales o grupales que son simientes de un futuro posible y deseable.

Ello ocurre hoy en Venezuela. Una mirada atenta a nuestro entorno nos permitiría descubrir comportamientos y experiencias de otra Venezuela que pugna a diario por hacerse realidad. Emprendedores en las distintas esferas del quehacer humano –la economía, el activismo social, la educación, el arte, la literatura, etc. – son, sabiéndolo o no, portadores del ideal de un mejor país, de un sueño nacional. Se trata de personas que se caracterizan por su acción esperanzada, por su perspicacia para encontrar o imaginar oportunidades, por su resiliencia para afrontar un entorno hostil, por su vocación realizadora, por su contagiosa fuerza vital.

Hay personas, sin embargo, que sienten que ya no pertenecen a Venezuela. Respetuosos de la libertad individual, no juzgamos tal convicción. Pero sí sostenemos que, en nuestra opinión, uno no pertenece a un país: uno es un país. Es la articulación de nuestras acciones la que da forma, cotidianamente, a Venezuela. Así, una fracción de nuestro país como empresa en común desaparece cada vez que un venezolano pierde la fe en él. Pero nuestro país se vigoriza con cada venezolano que persevera en la lucha por la libertad creadora, condición indispensable para transitar el exigente pero maravilloso camino de nuestro renacimiento nacional.

A estos emprendedores, portadores de nuestro futuro, dondequiera que se encuentren, dedicamos este libro.

 8 min


Además de la salud, la vida y la tranquilidad de toda la humanidad, una de las cosas que el coronavirus afectó, de una manera determinante y que aún no se sabe cómo se repondrá, es el liderazgo político, que a su vez arrastra la credibilidad de los partidos, ya de por sí muy deteriorada. El futuro de estos dos temas, liderazgo y partidos políticos, rondan en la mente y en la preocupación de los analistas políticos.

Estamos claramente ante una situación límite de la humanidad –como la definiría el filósofo Karl Jaspers, hace ya más de un siglo– en la que no basta con el conocimiento científico para luchar contra la pandemia, sino que requiere e implica fuerza y determinación para enfrentar algunas de las secuelas, que en lo político, social, cultural y económico nos va a dejar la situación que atravesamos. Eso implica evaluar dos de los instrumentos políticos con los que contamos, líderes y partidos. Retomaré en una próxima ocasión el tema de los partidos, pero ahora reflexionaré sobre algunas ideas con relación al otro termino de esta ecuación, el liderazgo.

La precariedad del liderazgo político mundial, con honorables y honrosas excepciones, hace que muchos de los líderes, al frente de gobiernos, se hayan refugiado en una mayor centralización del poder, en autoritarismo, en un exacerbamiento del poder del estado, que muchos tememos que ponga en peligro la libertad y los derechos individuales, que en otro momento no se hubiera presentado, ni aceptado. Y no hablo de Venezuela, en donde la violación de los derechos humanos y libertades y el autoritarismo se ha entronizado desde hace varios años, mucho antes del coronavirus. Sobre eso ya mucho hemos hablado.

A nivel internacional, hoy es frecuente echar de menos y recordar a grandes líderes del pasado y pensar en cómo ellos habrían enfrentado esta situación. Se invoca a sus características de visionarios, de haber sido líderes confiables, creíbles, seguros, que inspiraban a sus pueblos, dotados de ingenio y de propuestas esclarecedoras, con capacidad de sacrificio, disposición a correr riesgos y de renunciar a sus metas particulares e inmediatas –usualmente electorales–; en fin, se piensa en todas las cualidades con las que en los libros se adornan a los líderes. Pero, se dice resignadamente sobre los de ahora que estos son los bueyes con los que nos tocó arar. Y así es.

Nuestro problema en Venezuela es que, dada nuestra tradición caudillista y autoritaria, exacerbada los últimos 21 años, al líder autoritario, expresión de la realidad en que vivimos, le queremos oponer uno de la misma raigambre; y nos desesperamos si no aparece a tiempo. Es común que en épocas de crisis busquemos al líder equivocado. Al que tiene las respuestas en el bolsillo, las decisiones, la fuerza y un claro panorama de cuál es el futuro que nos espera; alguien que nos diga de manera clara a donde ir y que convierta en simples algunos de los complejos problemas que confrontamos. Este es un estilo de liderazgo, producto de la imagen que el venezolano tiene de la sociedad en la que vive. Me niego a aceptar este tipo de líder para la sociedad democrática y moderna que queremos construir y con la que queremos reemplazar este régimen de oprobio.

No podemos desaprovechar esta oportunidad, única, para plantearnos y soñar con otro tipo de líder. Tenemos que abandonar el estilo de liderazgo que hemos arrastrado por años, ese que se ha destapado con sus peores muestras durante esta pandemia; ese que deja de lado la consulta a los ciudadanos y se refugia sin más en el autoritarismo, en imponer su voluntad y sus intereses inmediatos.

Aprendimos del modo más cruel posible que aquella idea de Marshall McLuhan de que vivimos en una “aldea global”, es una realidad, para bien y sobre todo para mal. No será posible superar los graves problemas de la humanidad –como el que ahora vivimos– con más aislamiento, sino con mayor integración, mayor comunicación, más globalización; y eso requiere de profundizar algunas relaciones y sobre todo de líderes capaces de impulsar nuevas ideas.

Debemos aspirar a otro estilo de líder, diferente al que hemos estado viendo, el que se manifestó en estos meses y que ya hemos descrito. El líder que necesitamos es el líder que nos rete y nos obligue a movilizarnos, a confrontar los problemas; un líder que mida su éxito en el progreso que alcanzamos, como ciudadanos y como comunidad, en la resolución de los problemas que como sociedad se nos presenten. Un líder que interactúe, que nos influencié y se deje influenciar por nosotros. Un líder que se defina más por la actividad que desarrolla, que por su posición en la estructura social u organizativa que detenta. Necesitamos líderes que negocien conscientes de que hay múltiples intereses en juego y que todos deben ser atendidos, pero sin caer en la componenda y en el arreglo para mantener cuotas de poder. Estamos en la búsqueda de ese tipo de líder y esperamos que tras la pandemia se pueda imponer.

Aterrizando ahora en Venezuela, ¿Es posible aspirar hoy a ese tipo de liderazgo, tras un año como el 2019, que para muchos fue de frustraciones políticas? Si la única manera de enfrentarse, con éxito, a los retos post pandemia y a un régimen como el que nos agobia, es mediante un liderazgo –o una organización– que pueda nuclear y articular a su alrededor otros intereses, tal parece –es el sentir mayoritario al menos– que desgraciadamente no lo tenemos en este momento; hay que construirlo –afortunadamente no desde cero– mostrando coherencia, consistencia y constancia pues lo más grave, como ya dije, es que tenemos en nuestra cultura política y valores enraizados, una serie de vicios, entre ellos la mentalidad autoritaria y caudillista.

Queremos un nuevo tipo de liderazgo, que nos pueda llevar a un mundo distinto y sí ahora no podemos lograr ese líder, de manera completa y cabal, debemos ayudar a que nuestro liderazgo político actual se consolide, exigiéndole que nos plantee de manera clara, con voz firme –que no admita dudas, aventuras y salidas improvisadas–, que ponga los pies sobre la tierra y nos proponga metas alcanzables, posibles, a partir de las cuales nos podamos organizar, para ir construyendo la opción de sociedad que queremos. ¿Es posible esto? ¿Estará el liderazgo actual a la altura de ese desafío? Ese es el reto, en el cual debemos apoyar a nuestros líderes políticos actuales a emprender ese camino, pues muchos de ellos se han jugado mucho. Que no caiga en el vacío ese esfuerzo.

Volveré la próxima semana con el tema de cómo se compagina esto con los partidos políticos que debemos construir y el aporte que puede hacer la sociedad civil al respecto.

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

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Sumidos en la crisis más severa de nuestra historia desde el “annus horribilis” de 1814, es natural que el 92,5% de la población venezolana evalúe como mal o muy mal la situación actual del país. Con este panorama, resulta obvio que la jerarquía de problemas y expectativas de la gente cambie y ahora estén mucho más preocupados por sobrevivir, ser trasladados y atendidos adecuadamente en un hospital en caso de necesitarlo, tener acceso a bienes y servicios básicos, poder mantener a sus familias y sostener sus empleos, que por los discursos políticos de cambio de gobierno y salida de Maduro del poder, independientemente de que ese deseo siga vivito y coleando en la mente de la población.

Mientras la esperanza de que la oposición sea capaz de sacar al gobierno del poder en los próximos tres a seis meses bajó de 63% en febrero de 2019 a 21% en la actualidad, se hace evidentemente insostenible un discurso político que ofrezca soluciones al drama de la gente para “el día después” de que Maduro salga del poder (o mejor dicho que lo saquen), puesto que la gente tiene la necesidad de sobrevivir hoy, de comer hoy, de moverse a un hospital hoy, de tener electricidad hoy, de ser atendido en una terapia intensiva hoy, de que recojan a sus difuntos hoy, de recibir un apoyo monetario para enfrentar el confinamiento hoy y, mientras tanto, la expectativa que tienen sobre el “día después” esta ubicada en el… infinito y mas allá.

En un marco donde la gente incrementa exponencialmente sus necesidades y baja al subsuelo las esperanzas reales de cambio político, es evidente, obvio y racional que aprueben cualquier acuerdo entre las partes en conflicto, incluso negociar con el demonio, si eso representa una oportunidad de atención del Covid-19 y la posibilidad de subsistir el drama que hoy vive y que un político serio acompañaría antes de cualquier otro cálculo personal.


A nadie racional puede sorprender que casi dos tercios de los venezolanos aprobara, ya en mayo pasado, los acuerdos entre la oposición y el gobierno para atender la emergencia causada por la pandemia, mientras mantienen su lucha política en paralelo. Ese es el ambiente favorable en el que la oposición anuncia los acuerdos políticos para la ayuda humanitaria. No se trata en realidad de ninguna negociación cara a cara, ni acuerdos sofisticados o específicos. Por ahora se refiere únicamente a un acuerdo muy general, firmado por ambas partes con un intermediario, que se refiere a un tema de salud focalizado. Pero es obvio que las circunstancias del país y la población han debilitado, con esto, la posición intransigente que propone no hacer nada por la gente hasta que Maduro esté afuera (aunque la mayoría quiere que se vaya), pues de continuar esa ruta, el cortocircuito chamuscaría a la dirigencia opositora indefectiblemente. Estos primeros acercamientos abren la oportunidad para seguir explorando acuerdos de otro tipo en el futuro. Creo firmemente que la realidad, explotando en la cara del sector político, está abriendo posibilidades de que su estrategia (hasta ahora evidentemente fallida) sea revisada, reestructurada y racionalizada, lo cual puede abrir un nuevo capítulo en la lucha política por el cambio. Si tuviera que hacer una hipótesis de impacto de la propuesta de acuerdos humanitarios entre oposición y gobierno para atender el drama de la población, diría que más allá de algunos aullidos clásicos en redes sociales, la población mayoritaria los ve con esperanza y aprobación, aunque más allá de este ámbito específico, debamos seguir siendo escépticos sobre los acuerdos políticos que nos lleven a rescatar los equilibrios en Venezuela.

luisvleon@gmail.com

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Carlos Raúl Hernández

Los grupos dirigentes de Venezuela, entre ellos notoriamente los intelectuales, son responsables de los más insólitos y auto destructivos hechos de que se tiene memoria: descarrilar las reformas de 1989, elegir primero a un anciano defasado y luego a un golpista revolucionario, para la Presidencia de la República, ambos apoyados por el “chiripero”, una colección de grupos de la izquierda fracasada. Como analistas, se puede decir que tenían la sutileza crítica y la capacidad de observación de Luisa Lane.

La babieca de tales eventos, que son la verdadera explicación de lo que pasa hoy, (no Colón, ni Páez, ni Guzmán Blanco) es que se producen luego de que el comunismo yacía bajo los ladrillos del Muro de Berlín, pero nuestros pensadores no hicieron sinapsis, no se dieron cuenta. Había que tener un pensamiento demasiado primitivo para confundir el agusanado cadáver revolucionario con una esperanza.

Naturalmente que todos tenemos derecho a equivocarnos y arrepentirnos, pero verlos callar sus propias culpas y lanzarlas sobre los partidos, la ignorancia del pueblo, la perversidad de la democracia, la corrupción, o taras históricas de la sociedad, es desopilante. En estos episodios monstruosos la responsabilidad de los intelectuales fue dramática. Pero ellos tenían razón cuando apoyaban la revolución y también tienen razón cuando no la apoyan.

No fue el pueblo ignorante quién desarticuló la democracia, sino los cultos y famosos. Quien desempolve la carta de recibimiento a Fidel Castro en 1989 y vea que prácticamente toda la (supuesta) élite intelectual lo firmaba, podía tener claro qué clase de dinosaurios estaban al frente de la conducción moral del país, qué poco valía nuestro pensamiento. Con una clase intelectual así, que besaba la hebilla de Castro, había pocas luces qué buscar.

Costumbristas hegemónicos
Autores de crónicas costumbristas y culebrones, lazarillos, maritornes, trotaconventos, se convirtieron en ductores, conciencias críticas del país, sus faros de Alejandría. Veintiún años después de comenzada la pesadilla anacrónica del siglo XXI que destruyó a Venezuela, y en esa tradición, hay un nuevo arquetipo: la viudita de Marx, aunque comprensiblemente con pocos lectores de sus bodrios intragables.


Basta revisarlos, tan pobremente hechos con hilachas de pensamiento, tapas de refrescos, cojines desechados, colillas de cigarros, latas, espinazos oliscos de atún, conchas de plátano y atestados de lugares comunes. Hace bastantes años, Carlos Alberto Montaner decía que se puede cuestionar libremente al Heidegger, Kant, Platón y Aristóteles, o a cualquiera, sin que nadie se ofenda, pero que, si se hace con el espectro de Tréveris, aparece alguna viudita furiosa por la ofensa.

Luego del Muro, las viudas se hicieron menos violentas, ya no a la ofensiva, pero no por ello silentes. En todas partes aparece alguna, salida de un pasillo oscuro y telarañoso de alguna universidad, o del castillo de Drácula, blandiendo la reliquia, unos pelos de la barba de Marx, una donación para él firmada por Engels, un manuscrito de 1869 donde aclara algo que escribió en 1844.

Su trabajo es defender una ortodoxia imaginaria y fracasada, velar al lado del féretro polvoriento esperando que Lázaro resucite. Estupidizar a los estudiantes con ideologías derogadas. Marx tomó la prédica contra el kapitalismo de los llamados por él socialistas utópicos y dedicó su pensamiento a demostrar el principio de Proudhon de que “la propiedad es un robo” escondido en lo que él llamó la plusvalía, que los kapitalistas esquilman a los trabajadores.

Ver cine cursi
Dada la enorme difusión que alcanzó su pensamiento, entre otras porque se basa en darle jerarquía intelectual al resentimiento, la miseria moral, la envidia y el odio, inoculó una poderosa corriente reaccionaria al pensamiento político y económico occidental. Enseñó al sistema político la idea perversa de que quienes crean empresas productivas de bienes, servicios, alimentos, son paradójicamente enemigos de aquellos a quienes saca del desempleo y la miseria.

El remedio entonces sería que la propiedad-control de los medios de producción estuviera en manos de los propios trabajadores. Como su tesis de la dictadura del proletariado carecía de pies ni cabeza, la más absoluta utopía, en todas partes la dictadura revolucionaria fue sobre el proletariado, como la llamó Trotsky. Y al aniquilar a la burguesía por robar el producto del trabajo obrero, como hizo media humanidad en el siglo XX siguiendo a Marx, produjo desde China hasta La Habana, sin excepciones, la más catastrófica cadena de desgracias voluntarias, crímenes y genocidios de la historia.


Nuestra viudita no pudo trascender su única fuente de información sobre la revolución industrial kapìtalista que vio en películas de Hollywood o Gaumont elaboradas sobre culebrones impresos de la época. Versiones divulgativas de Los miserables, Oliver Twist, Naná, El vientre de París, son la estructura conceptual que sostiene la gravedad de su entrecejo, su vocecita engolada, su corbatica de los 90 y su inescrutable estilo literario, para cuya lectura se requiere la colaboración de expertos en criptografía de la CIA, Scotland Yard y la KGV.


@CarlosRaulHer

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