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Opinión

Benjamín Tripier

Oposición fuerte

Para Venezuela es importante contar con una dirigencia opositora fuerte con vocación de poder y que no sea solo una alianza con propósitos electorales. A partir del 2019 eso se ha ido construyendo, ya más desde el punto de vista de la visión de futuro que del “Maduro vete ya” tradicional. La evolución que llevó a que algunos dirigentes opositores se integraran al ecosistema chavista, mostró una cierta cohesión principista, que fue alineándose detrás de Guaidó, quien en su lucha solitaria, se ha convertido para el resto del mundo en el paladín de la libertad. Claro que como con todo: “nadie es profeta en su tierra”.

Dicho lo anterior con respecto a la dirigencia política, hay que mencionar que entre ella y las bases hay una brecha importante, pues esa polarización radical que se observa con claridad arriba, prácticamente no existe a nivel de la gente, que en su gran mayoría -entre el 70 y 85%- rechaza al ecosistema chavista y a veces por convencimiento y a veces por default, se inclinan por el opositor. Podría decirse que internamente la oposición tiene a la gente y el chavismo tiene el poder.
La brecha se nota en cada acto público del gobierno donde se presenta un país que todos sabemos que no existe y está despegado de la realidad; y por el otro lado, la exitosa gira de Juan Guaidó no le cambia la vida diaria de padecimientos a esas bases.
La situación es riesgosa, pues si alguien como Guaidó no se conecta directamente (y sin partido) con esas bases, el sufrimiento puede convertirse en explosión y arrastrar a toda la dirigencia, de lado y lado, sumiéndonos en el caos.
Noticias Destacadas

  • Juan Guaidó: Sí hay riesgos en el regreso a Venezuela. Estados Unidos a Maduro: “Cualquier acción contra Guaidó tendrá consecuencia”.
  • La Corte Internacional de Justicia cita a Venezuela y Guyana para audiencias sobre pugna territorial (eso sí es un riesgo estratégico).
  • Fetraharina advierte que el inventario del trigo “está en cero” (¿de dónde está saliendo el pan entonces?).
  • El Aisami: “Vamos a elevar los aranceles a todos aquellos productos que en Venezuela estamos produciendo” (¿será el retorno de los CNP y la alcabala que representaban?).
  • Estados Unidos amenazó a Repsol, Rosneft y Reliance por sus nexos con Venezuela.

Lo que no es noticia _(y debería serlo)

  • Que “Guaidó aún no se ha percatado del sentimiento que ha despertado en el mundo su lucha solitaria por un país cuyos ciudadanos están dormidos”.
  • O que refiriéndose a los viejitos que la emigración dejó atrás, una siquiatra decía en tv que “el desamor duele como una quemadura de segundo grado”.
  • Ni que el uso de la palabra “usurpación” está prohibido por Conatel.
  • Tampoco que ahora, más que nunca, las empresas que puedan hacerlo deberían profundizar sus estrategias de RSE porque el hambre en este primer trimestre se ha incrementado.

https://www.eluniversal.com/economia/61423/vitrina-venezuela

 2 min


Carlos Raúl Hernández

Al arrestarlo la inquisición, Galileo se retracta de que la tierra se movía. Su ayudante, airado ante lo que interpretó cobardía, le enrostra: “desgraciados los países que no tienen héroes… No -respondió el sabio- desgraciados los países que necesitan héroes”. Bertold Brecht puso en boca de ambos este diálogo desgarrado. Durante la etapa bárbara y gran parte de la civilizada, la cultura giraba alrededor del heroísmo de caudillos guerreros que gobernaban cubiertos de cicatrices.

Del pellejo cuarteado y cosido emanaba el derecho de gobernar a los demás. Con el triunfo de la política en sentido moderno, Aquiles, Alejandro, Carlo Magno y Napoleón cedieron el paso a Jaurés, Churchill, Roosevelt, Betancourt, Togliatti, Adenauer, De Gasperi, que enfrentaron la oscuridad y la violencia y salvaron la cultura, pero las erupciones autoritarias hicieron que en ciertos momentos los líderes civiles tuvieran que tornarse en aquellos.
El 4F de 1992 se abrió la tierra de los cementerios y regurgitó una legión de espectros amenazantes que querían arrastrar el país a sus tumbas. Pero un héroe, Carlos Andrés Pérez, al frente de las FF.AA hizo el exorcismo y los regresó al lugar de origen. Lejos de reconocer su arrojo, el coraje personal que lo llevó, junto a Blanca de Pérez, a jugarse la vida por defender la democracia, élites que lo odiaban precisamente por sus virtudes, pasaron a la conspiración civil.
Grupos empresariales, comunicacionales, sindicales, eclesiásticos, torcieron el destino del país y los suyos propios, celebraban la ordalía, y se probaban trajes nuevos para la juramentación. Los partidos acobardados por el rugido del atraso, destituyeron a Pérez en una degradante sesión del Congreso, hicieron el juego a una manga de bribones con el nombre de Corte Suprema de Justicia, convertidos en tinterillos de los deseos de los golpistas.
Doctora Corte de los Milagros
Caldera en el Senado defendió las razones de éstos y lo mismo hizo Uslar en un panfleto, Estado y golpe, que misteriosamente hoy no es posible conseguir. En consecuencia, el mismo Caldera, ya Presidente, libera a los insurrectos y los emplea en la administración pública. Pretende tranquilizar la fiera arrojándole carne y sangre frescas, y más bien la cebó. Pero su obra magna, por la que será recordado, es dar sobreseimiento, declarar sin delito al cabecilla que así se convertía en Robin Hood ante la opinión pública.
Si sencillamente lo hubiera indultado, habría salido en libertad, pero sin derechos políticos. Nunca hubiera sido candidato presidencial y otra sería la historia. Pero el designio era diferente: menoscabar a Eduardo Fernández quien tiene un laurel de oro en la memoria de quienes conocen su valor cívico el 4F. Un grupo de ciudadanos presenta recurso para inhabilitar como candidato a las elecciones presidenciales de 1998 a quien había dirigido el levantamiento armado.
Y la misma Corte de los Milagros lo declara sin lugar. Ya candidato disfruta de apoyo incondicional de dueños y gerentes de importantes televisoras, cadenas de radio y periódicos, (algunas no lo apoyan de forma abierta sino le hacen el trabajo de atacar al “puntofijismo”), le facilitan aviones, automóviles, dinero, residencias y damas de compañía. Los intelectuales le escriben teatro, sonetos, telenovelas (Por estas calles, proclamas, endechas y hasta poemas de amor).
Como sabemos triunfa como río crecido, pero necesita el poder total, por lo que levanta el arma mortífera. Quiere convocar una figura contra constitucional, espúrea y violatoria de los derechos fundamentales, una irracionalidad que consiste en conceder el poder total, supra constitucional, por encima de la Ley, la llamada constituyente, a ciento sesenta diputados, para quebrar el espinazo a los demás poderes.
Supra constitucional será tu…
¿Y para qué están los amigos? ¿Para qué está la Corte de los milagros sino para satisfacerle los íntimos deseos? Al concederle el derecho de gobernar arbitrariamente con la “constituyente supra constitucional” (algún pensador declaró que “por encima de nosotros solo están Dios y el Pueblo”), se inicia la ofensiva totalitaria que arrasa los ingenuos y “vivos” que lo apoyaron, y estremece el llanto de los desengañados. Pérez, el héroe que hubiera preferido otra muerte, vaticinó lo que hoy pasa.
Para caracterizar los ingenuos y vividores, es alarmante que si Ud. revisa la lista verá que muchos de los protagonistas de entonces, hoy a esta hora que Ud. lee, perpetran sistemáticos detrimentos y son responsables de errores suicidas de las fuerzas democráticas en estos treinta años y contando. Apelaré a un gran amigo poeta, quien vivió algo similar, la pérdida de su país por la igual ineptitud de las élites y en quien suelo refugiarme a menudo. Tampoco allá pudieron ver lo que tenían en sus narices.
“…vi personas que caminaban y lloraban en silencio con paso lento. Estaba cada uno retorcido de modo extraño con la cara volteada hacia la espalda y tenían que caminar hacia atrás, por haber perdido la capacidad de mirar hacia adelante… Ahora bien lector, que Dios te permita sacar fruto de esta lectura. Considera si mis ojos podían permanecer secos cuando vi de cerca figuras humanas tan torcidas, que las lágrimas les corrían entre las nalgas”. Dante (Infierno, Canto XX).
@CarlosRaulHer

https://www.eluniversal.com/el-universal/61309/el-heroe

 4 min


Analítica.com

Para los que alegremente piden una intervención militar, les recomendamos vean la película Secreto de Estado, actualmente proyectándose en las principales salas del país.

Lo que se narra en ese film es la historia real de Katherine Gun, una funcionaria del servicio secreto de inteligencia británica, equivalente a la CIA, que al estar en conocimiento de un documento de la NSA (National Security Agency) en 2003, cuando Bush hijo, impulsado por sus principales consejeros Chenney y Rumsfeld, estaba concoctando una intervención en Irak y cómo, a diferencia de su padre, en el caso de la invasión a Kuwait, no lograba obtener la aprobación para una intervención militar del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Hay que recordar que el uso de la fuerza está regido por el capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas y que es de obligatorio cumplimiento para todos los miembros de la organización.

Al no alcanzar, en ese entonces, convencer a los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU que aprobasen la intervención militar, el gobierno norteamericano le planteó al gobierno británico que interviniera los teléfonos de sus miembros, para encontrar elementos que pudiesen servir para presionarlos a que votasen favorablemente.

Esta joven funcionaria, indignada moralmente por esa recomendación, decidió anónimamente hacer público el documento secreto. Eso terminó llevándola a los tribunales como espía revelando secretos de Estado.

Ante la evolución negativa de la opinión pública inglesa por la intervención militar en ese país, y al no encontrar lo que habían dicho para justificarla, es decir, la existencia de armas de destrucción masiva en Irak , la fiscalía británica decidió retirar la acusación contra Katherine Gun, quien salió del juicio libre de culpas.

¿Qué lección nos deja esta película? Que hoy no es tarea fácil organizar una intervención militar al margen del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

https://www.analitica.com/el-editorial/secreto-de-estado/

 1 min


José Rafael Herrera

Hace pocos días, quien ocupa desde tiempos inmemoriales la presidencia del gremio de los empleados administrativos y de servicio en la Universidad Central de Venezuela, exigió ante los medios, con su acostumbrado tono pendenciero, procaz y de gavilla, la participación del gremio laboral en las elecciones de autoridades universitarias. “Si no participamos no van a haber elecciones”.

Este fue el mensaje de fondo, aunque nada oculto. Un “mensaje a García”, en sentido literal y enfático, al que ya la comunidad universitaria de la primera casa de estudios del país está acostumbrada, sobre todo después de aquellos tristes y vergonzosos eventos de “la toma” del Consejo Universitario, en tiempos del rector Gianetto, en los cuales se exigía una “constituyente universitaria”, cuyo basamento consistía en la imposición del llamado “uno por uno por uno”, esto es, que el voto de un profesor posea el mismo valor del voto de un estudiante y el de un empleado u obrero. Si, según la Constitución, todos los venezolanos tienen igual derecho para elegir al presidente de la república, con más razón -argumentan- todos los sectores universitarios tienen que ser igualados, todos tienen derecho de votar para elegir a sus autoridades, sin ningún tipo de discriminación. Ese es -y sigue siendo- el argumento central que mantuvo -y sigue manteniendo- en crisis orgánica no solo a la UCV, sino a todas las universidades autónomas. Pero, a partir de entonces, la UCV se duplicó sobre su propio reflejo.

Toda duplicación es una fictio, una ficción que, al extrañarse recíprocamente, se cristaliza, es fijada y se escinde, generando el desgarramiento. La duplicación no es tan solo la forma numérica, matemática, de la conversión de lo uno en dos. No es cosa exclusiva de cálculo o medida. Ella es, ontológicamente, un traspaso, una dolorosa fractura, la confirmación en sí misma de la idea general de partido: “Existe efectivamente un partido -apunta Hegel en sus Wastebook- cuando este se escinde en sí mismo”. Que algo sea ficticio no significa que no exista. Por el contrario, existe porque el entendimiento lo ha fijado.

La característica esencial del morbo social y político conocido como “socialismo del siglo XXI” es, justamente, la de la duplicación. El cáncer es eso: una acelerada duplicación celular que no se detiene, y que se va diseminando por los tejidos del organismo viviente hasta hacerlo colapsar y conducirlo, finalmente, a la muerte. Las células malignas son una ficción -un duplicado, un “error de replicación”- de las células sanas, por lo que pueden reproducirse sin ser detectadas por las defensas del cuerpo, hasta crear una “lesión de ocupación de espacios” (LOE) que se va apoderando por completo de todo mientras lo van destruyendo. Venezuela padece de cáncer. Y como la UCV es, junto con el resto de las universidades autónomas, el sistema nervioso central de Venezuela, tarde o temprano la tumoración tenía que alojarse en sus entrañas. Y fue así como se produjo el fenómeno de su carcinogénesis. Aquella “toma” por la “constituyente” fue, más que un síntoma, la primera manifestación palpable de la patología, la consecuencia directa del largo proceso de estimulación de múltiples duplicaciones -de repliques- celulares que son el supuesto de toda la representación populista. Paradójicamente, la “casa que vence las sombras” ha terminado por cosecharlas en sus entrañas. Y de aquellas sombras provienen estas tinieblas.

El chavismo no es bizarro -valiente-, sino bizarre -ficticio-, la duplicación, la proyección invertida de la imagen. No es verdad que porque el presidente de un determinado país sea escogido por todos en igualdad de condiciones las autoridades de una universidad tengan que ser elegidas por todos, porque los requisitos para ser presidente son equivalentes a los de sus electores. Las elecciones se consignan en condiciones de paridad. Si un candidato a la presidencia es un ciudadano nacional sus electores tienen que ser ciudadanos nacionales. Ese es el requisito. Bastará un simple ejemplo para mostrar la diferencia.

Un grupo de abogados decide organizar una asociación gremial. Se reúnen en asamblea estatutaria y nombran una junta directiva, conformada por distinguidos profesionales del derecho. La asociación va creciendo y necesitan personal profesional, administrativo y obrero para el mejor desempeño de sus funciones. Emplean secretarias, administradores, computistas, personal de mantenimiento, motorizados. Un par de años después, son convocadas las elecciones para la nueva junta directiva. Y serán los abogados, pertenecientes al gremio, quienes la elijan. En ellas no participarán ni las secretarias ni los administradores ni los motorizados, simplemente porque ellos no son abogados. A menos que estudien Derecho, se gradúen y formen parte del gremio.

Lo mismo pasa con la universidad: se trata de una elección entre quienes conforman el hecho académico, es decir, los profesores y estudiantes, en igualdad de condiciones. De ahí la diferencia de los porcentajes electorales, porque siempre habrán más estudiantes que profesores. Este es el espíritu que se expresa en la Constitución de Venezuela y en la Ley de Universidades vigente, y ningún tribunal está facultado para modificarlo. En síntesis, al ciudadano presidente lo eligen sus pares, los ciudadanos; a las autoridades académicas las eligen sus pares, los académicos. El resto es el chantaje del malandro, del ignorante, que confunde razón con resentimiento y argumentación con amenaza y agresión.

Por supuesto, la realidad es mucho más que la simple percepción sensible, y las ideas y valores más que el temor y la pusilanimidad. Es verdad que si las autoridades de la UCV, en busca de la supervivencia de la institución, ceden ante la exigencia y el chantaje de un proceso electoral “abierto”, extra académico, la apuesta del régimen por una universidad servil, sumisa y sometida perderá inevitablemente.

En todo escenario posible se impondrá el triunfo de quienes defienden los valores autonómicos, democráticos y libertarios de la academia, porque saben que el conocimiento solo puede crecer ahí donde hay libertad. No será con un payaso mediocre, como Jesús Silva, que la UCV podrá recuperar su bienestar. Pero, en todo caso, existe el riesgo de que, al permitir una elección de corte populista y rentista, la idea de alma mater se desnaturalice, deje de ser lo que es y pase a ser cualquier otra cosa. No se trata de ningún maximalismo, ni de ningún extremismo. El llamado “centro”, tan invocado en estos tiempos, no es tan neutro como aparenta. Es, más bien, una forma de extremismo acomodaticio impulsado por la superstición y el miedo a la verdad. Piel de Zapa. Una forma de confundir el “realismo político” con el peor de los inmediatismos empíricos. El cáncer es curable. Para ello no solo basta con seguir rigurosamente el tratamiento indicado. Es indispensable tener la consciencia y el valor de hacerlo.

6 de febrero de 2020

@jrherreraucv

 5 min


Enrique Villalba

Tener que explicar el valor de la formación humanística en nuestro mundo y en nuestras enseñanzas –universitarias o no– es ya indicador del punto al que hemos llegado.

La razón utilitaria dominante y una suerte de totalitarismo economicista producen argumentos que llevan a relegar los estudios humanísticos: su inutilidad en términos de competitividad en el mercado laboral o la escasa rentabilidad de sus estudios e investigaciones en una universidad cada vez más gerencial y mercantilizada. La comparación con las disciplinas STEM se lleva fundamentalmente a esos terrenos.

Ante el descenso de la financiación pública, la Universidad pugna por atraer estudiantes y generar más proyectos de investigación, no solo buscando la pregonada excelencia sino incrementar sus ingresos. En ese escenario, las Humanidades están en clara desventaja: la proporción del alumnado de estos estudios es menor y hay una enorme diferencia entre las aportaciones medias a los proyectos de investigación de estos campos con respecto a los de muchas disciplinas científicas.

Por otra parte, esa deriva hacia un modelo considerado productivo, se ve acentuada con los vigentes criterios de valoración, baremos, calificaciones…, omnipresentes en todo el ámbito académico, que privilegian valores de rentabilidad y producción científica e indicadores casi siempre ajenos a los modos propios de las disciplinas culturales y humanísticas.

El diagnóstico es claro y ampliamente compartido. Así lo expresaba Antoine Compagnon ya hace una década: “La Universidad atraviesa un momento de incertidumbre sobre las virtudes de la educación general, acusada de conducir al paro y en competencia con la formación profesional, que, se considera, prepara mejor para la vida laboral, de manera que la iniciación al estudio de la literatura y la cultura humanística, menos rentable a corto plazo, parece peligrar en la escuela y la sociedad del futuro”.

Contra la deriva utilitarista

Nuccio Ordine, autor de la que quizá ha sido la obra reciente de más impacto en defensa de la formación humanística, se muestra también así de tajante: “En los próximos años habrá que esforzarse para salvar de esta deriva utilitarista no solo la ciencia, la escuela y la Universidad, sino también todo lo que llamamos cultura. Habrá que resistir a la disolución programada de la enseñanza, de la investigación científica, de los clásicos y de los bienes culturales. Porque sabotear la cultura y la enseñanza significa sabotear el futuro de la humanidad”.

No nos encontramos, entonces, ante un episodio más de la tradicional –e indeseable– contraposición entre letras y ciencias, sino ante un cambio de modelo y de valores, que afecta al propio fin de la Universidad. Ni la formación integral de las personas, ni la función social parecen ser ya sus objetivos prioritarios, sino que la utilidad medida en rentabilidad, en empleabilidad… es el argumento definitivo para apostar, de modo dominante, por unas formaciones profesionales.

Así, cualquier reflexión en torno a los estudios humanísticos debe serlo también acerca de la finalidad y el modelo de enseñanza que necesitamos. Una Universidad que no solo se aleja de su misión y visión originales sino que reacciona dudosamente ante las necesidades y oportunidades del mundo digital. Ese modelo de Universidad tiene su mayor amenaza en haber hecho suyos los intereses de un mercado al que puede estar empezando a resultar más práctico prescindir de ella, al menos de la exclusividad de la que gozaba hasta hace poco.

Desde su origen medieval, era el monopolio de la expedición de títulos académicos lo que, en último término, constituía una Universidad: la capacidad de otorgar grados, a diferencia de otras instituciones formativas. Ahora empezamos a comprobar cómo, por una parte, la certificación de estudios puede ser razón insuficiente para mantener la exclusiva universitaria y, por otra, otros centros –por ejemplo, creados por empresas– comienzan a ofrecer formación y títulos socialmente reconocidos en un mercado en el que las universidades aceptaron colocar su mercancía y en el que, en consecuencia, ahora han de competir.

Naturalmente, no se trata de enrocarse en esa idea monopolística sino de resaltar lo que puede ser diferencial en las enseñanzas universitarias, en un mundo digital, en constante cambio, que precisa una formación continua no solo para el empleo sino para una vida activa que se prolonga mucho más allá de la meramente profesional.

Las Humanidades forman personas

Es en ese sentido, donde hoy la formación humanística y la cultura tienen mucho que aportar; precisamente, yendo más allá. Las Humanidades no buscan formar operarios para el sistema económico sino personas; y tampoco consideran el conocimiento como algo finalista. Como nos recuerda Antonio Rodríguez de las Heras: “si el conocimiento es ver el mundo –pues el mundo no es evidente–, la cultura es mirar lo que el conocimiento nos hace ver. El conocimiento desvela, dilata el horizonte y le da profundidad” y la cultura, con la posibilidad de sus múltiples miradas, “enriquece sin fin el conocimiento” porque cada una de esas miradas ordena el mundo, es creadora.

Así como la lectura sin interpretación es superficial, plana, lo es el conocimiento sin cultura; ver el mundo sin mirarlo. La cultura proyecta miradas que interpretan nuestro mundo –por tanto, lo proyectan, creativamente, hacia el futuro– pero también, como señala Piglia con relación a la lectura, hace memoria: “La lectura es el arte de construir una memoria personal a partir de experiencias y recuerdos ajenos” (Ricardo Piglia, 2014).

La mirada humanística y la cultura aportan la fuerza de la experiencia personal.

Crisis cultural

Nos encontramos inmersos en una transformación de gran calado y velocidad que nos lleva a un mundo digital. Parecería natural una modificación de las enseñanzas a favor de las tecnológicas propias de ese mundo. Pero este nuevo mundo digital, lejos de arrumbar la formación humanística requiere de ella necesariamente. El alcance de la transformación digital supone una verdadera crisis cultural de la que ha de salir –más configurada– una cultura digital. Y en ella, son imprescindibles las miradas humanistas para resituarnos en el mundo.

Los humanistas del Renacimiento –otro momento de gran densidad de cambios históricos radicales y acelerados como el actual– se proponían, ante todo, entender el mundo en el que vivían, un mundo nuevo que estaban descubriendo a través de la ciencia, la técnica, las exploraciones, el pensamiento, el arte… y entender el lugar que el hombre ocupaba en él, es decir, la cultura.

Necesitamos estudios humanísticos digitales

Como ellos, necesitamos entender ahora nuestro papel en un mundo cambiante; precisamos unos estudios humanísticos digitales, claro. Si, como decía Croce, toda historia es contemporánea, todo estudio sobre la cultura también lo es. De ahí que el término Humanidades digitales, que en los últimos años ha gozado de aceptación, es en realidad redundante: todo estudio humanístico es necesariamente digital en la medida en que ha de tener la mirada puesta en entender nuestro mundo, debe plantear nuestras preguntas al pasado e incorporarlas a la memoria que estamos haciendo.

Pero digital no significa, como a veces ocurre, que se sirva de la cacharrería o de determinado software –es decir, entendido de un modo puramente instrumental–, sino que se ocupa de la comprensión de una cultura digital que cambia el mundo, el modo de estar en él y sus valores. La reclamación humanística no puede hacerse desde la nostalgia de lo que fue, una vuelta a los orígenes de una erudición sin contexto en el presente. Sino de unas humanidades esencialmente transdisciplinares y, en consecuencia, idóneas para la comprensión de la cultura.

Cultura en primer plano

Necesitamos poner la cultura en primer término de la educación: con estudios propios y, también, de modo transversal en la formación académica. La cultura aporta memoria, creación, posibilidad de disenso, espíritu crítico… imprescindibles para enfrentarnos a un mundo mercantilizado y en continua transformación. Su lugar no es el mercado, cerrado, privado, espacio de transacciones comerciales, sino la plaza pública, abierta, común, espacio de encuentro. Esa plaza que adquiere nueva dimensión en el mundo digital y sus modos de hacer comunidad.

No obstante, pese a lo dicho, la dedicación cultural, humanística, por su componente vocacional y hasta apasionado, creativo, es muchas veces vista como un privilegio, como un lujo superfluo, que paradójicamente condena a muchos de quienes se dedican a ella a una situación de precariedad cada vez más intolerable y que el sistema propicia.

La cultura trae memoria, genera experiencia, es siempre creadora. Sus valores y su espíritu crítico son creativos, liberadores, permiten generar espacios de resistencia y dar voz a los discordantes, contribuir al bien común y a hacernos distintos. Pero también –y no podemos olvidarlo– los estudios humanísticos nos ayudan a comprendernos a nosotros mismos, nos hacen mejores.

Que seamos ya cíborgs no quiere decir que no necesitemos entender nuestro lugar en el mundo, es decir, nuestra cultura: más bien al revés, el mundo está cambiando pero nosotros –humanos– lo hacemos con él. Frente a nuevas formas de mercantilismo utilitarista, nuevas formas de humanismo. Frente a un panorama uniformizador que puede llevar a la automatización del empleo, unas humanidades que aportan diferencia, el valor único de cada uno, de su mirada.

Compartimos la reflexión de Rodari sobre la virtud liberadora de la palabra, cuando reclama “todos los usos de la palabra para todos”: la palabra –la cultura– sirve “no para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo.

Podemos terminar este alegato con las palabras de T.S. Eliot: "la cultura puede ser descrita simplemente como aquello que hace que la vida merezca la pena ser vivida”.

The Conversation

Enero 28, 2020

La versión original de este artículo aparece publicada en el número 112 de la Revista Telos, de Fundación Telefónica.

https://theconversation.com/la-cultura-nos-hara-libres-el-valor-de-las-h...

 7 min


Mauricio Rojas

Estamos frente a un vacío de liderazgo y representación que tiende a ser llenado por una gran diversidad de nuevos actores sin mucha más legitimidad que el no pertenecer a la élite (o al menos así tratan muchos de hacernos creer) y ser capaces de hacerse escuchar mediante la fuerza, y en muchos casos la violencia con que irrumpen en el espacio público alterando la normalidad.

¿Estamos tropezándonos de nuevo con la misma piedra? ¿Estamos confirmando la célebre frase de Santayana que dice que aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo? ¿Vamos una vez más hacia el despeñadero de polarización y odio en el que sucumbió nuestra democracia en 1973? ¿Estamos acaso repitiendo aquel camino fatídico que Radomiro Tomic resumió de la siguiente manera en carta al general Carlos Prats de agosto de 1973?: “Sería injusto negar que la responsabilidad de algunos es mayor que la de otros, pero, unos más y otros menos, entre todos estamos empujando a la democracia chilena al matadero”.

Chile es hoy, qué duda cabe, un país muy diferente al de comienzos de los años 70 y sus problemas y urgencias corresponden a sociedades que se encuentran en niveles totalmente distintos de desarrollo. El país pobre y mediocre de entonces se ha transformado en una sociedad de clases medias que ha liderado el progreso de nuestra región. También su entorno internacional ha cambiado drásticamente, alejándonos de aquel clima de guerra fría que condicionó, de manera determinante, el intento revolucionario chileno de aquellos tiempos. Sin embargo, más allá de estas y otras diferencias evidentes, hay fenómenos que recuerdan inquietantemente aquellos tiempos tristes. Se trata, en particular, de cinco hechos clave que se analizarán a continuación: la pulsión refundacional, la polarización política, la irrupción de la violencia, la formación de un polo insurreccional y el deterioro institucional.

Puede que la historia no se repita, pero ha empezado a rimar de una manera altamente preocupante. Por ello, no está demás hacer un ejercicio de memoria histórica comparativa que, ojalá, nos llame a enmendar el rumbo y evitar que nuevamente nuestra democracia se encamine, con la drástica expresión de Tomic, “al matadero”, sobre lo cual se dirán algunas palabras hacia el final de este texto.

La pulsión refundacional

Característico del desarrollo político de los años 60 y 70 del siglo pasado fue la irrupción y pugna entre propuestas refundacionales que pretendieron darle un corte revolucionario a la evolución histórica del país para construirlo sobre bases completamente nuevas. Frente a este impulso, las posiciones pragmáticas y reformistas, basadas en la búsqueda de un progreso paulatino a través de negociaciones y acuerdos, perdieron vigencia y el país se encarriló hacía una lucha política donde todo estaba en juego y la perspectiva de ser arrasado por el adversario se hacía inminente.

La refundación del país implicaba, para los sectores radicales tanto de derecha como de izquierda, pasar la retroexcavadora sobre nuestro sistema económico-social y, no menos, sobre nuestra democracia, que fue considerada como ineficiente y corrupta por unos y falsa, burguesa y opresora por los otros. Tal como lo hace en nuestros días la Mesa de Unidad Social: “Es evidente que la actual democracia se muestra cada vez más insuficiente y no sirve a los intereses populares” (Manifiesto Fundacional de Unidad Social de agosto de 2019).

La diferencia es que hoy no existen, después del colapso de los experimentos socialistas y el descrédito generalizado de la experiencia chavista, modelos alternativos de sociedad que orienten la propuesta refundacional de la izquierda revolucionaria. De parte de estos sectores, prácticamente todo se define como una negación del sistema socioeconómico existente y para muchos su demolición parece haberse convertido en un fin en sí mismo.

De esta manera, el impulso nihilista o simplemente destructivo tiende a primar sobre el propositivo o constructivo, impulsando y dándole justificación a ese tipo de violencia vandálica que hemos visto desplegarse con fuerza inusitada en los meses recién pasados.

Una sociedad de enemigos

El segundo fenómeno, aún más grave que el anterior, que recuerda los hechos que condujeron a la debacle de 1973 es el deterioro de la civilidad y la polarización del país, que se va convirtiendo en un verdadero campo de batalla entre enemigos dispuestos a difamarse, atacarse, agredirse y, finalmente, aniquilarse los unos a los otros. Esta pendiente de incivilidad por la que se deslizó el país desde fines de los años 60 fue la condición indispensable del golpe militar con el que culmina aquel período.

La lección de este proceso de autodestrucción de la democracia es que la misma no puede sobrevivir si se extinguen sus condiciones imprescindibles de existencia, que no son otras que la tolerancia, el respeto a la legalidad, una amistad cívica que hace posible el diálogo entre personas que piensan distinto y, no menos, una voluntad de llegar a acuerdos y forjar consensos amplios que le den garantías al adversario de que no será arrasado por su oponente.

En resumen, sin civilidad no hay democracia posible y eso es lo se ha deteriorado de una manera aguda a partir del 18 de octubre. La diferencia es que lo que entonces tomó años en desarrollarse, pasando paulatinamente de la agresión verbal a la física, en esta ocasión ha irrumpido con una velocidad vertiginosa y de manera conjunta.

La normalización de la violencia

Lo anterior nos lleva al tercer punto que recuerda los acontecimientos que desembocaron en el 11 de septiembre de 1973: la irrupción, justificación y normalización de la violencia como método de acción político-social. Ello tuvo una larga historia en el Chile pre 1973, en la que se fue, paulatinamente, tolerando, legitimando y, finalmente, normalizando el uso de la fuerza para manifestar e imponer puntos de vista, demandas o proyectos sociales.

Este proceso marcó, de manera decisiva, el desarrollo de nuestro país a partir de 1967, yendo desde la masificación de las tomas (de terrenos, universidades, escuelas o fábricas) y los enfrentamientos callejeros hasta la declaración de parte de un actor tan relevante de la política chilena como lo era el Partido Socialista de que “la violencia revolucionaria es inevitable y legítima” y “constituye la única vía que conduce a la toma del poder político y económico” (resolución unánime del Congreso de Chillán de 1967). Los años subsiguientes vieron generalizarse el uso de la fuerza y la violencia como métodos de acción política, con actores que se ubicaban en ambos lados del espectro político y amenazaban de hecho el monopolio legítimo de su uso por parte de los agentes del Estado. Incluso se llegó al extremo de la formación de una guardia presidencial fuertemente armada al margen de las fuerzas de orden y seguridad de la República.

La diferencia de hoy es la amplitud y velocidad de la irrupción y normalización de la violencia que ha caracterizado los últimos meses. Sin embargo, cabe recordar que los hechos más recientes fueron precedidos por la aceptación y el acostumbramiento al accionar violentista en La Araucanía o en centros emblemáticos de educación como en Instituto Nacional junto al creciente dominio territorial de delincuentes y narcos (el Observatorio del Narcotráfico en Chile, dependiente de la Fiscalía Nacional, estimó que más 400 barrios estaban controlados por las bandas de narcotraficantes en 2017).

Con todo, lo ocurrido desde el 18 de octubre no tiene precedentes, en particular por la extensión, así como por el carácter disperso y tremendamente destructivo que ha asumido el estallido de violencia desbordando de manera palmaria y prolongada a las fuerzas del orden. Es triste constatarlo, pero es evidente que la violencia le ganó la partida al Estado de Derecho, transformándose en un hecho clave de nuestro devenir político a partir de la ola de atentados de octubre.

El polo insurreccional

El cuarto elemento que es pertinente mencionar en este contexto es la formación de un amplio conglomerado de fuerzas orientadas hacia la destrucción inmediata del sistema imperante. Este “polo insurreccional” fue estructurado de una manera mucho más política en los años 60 y comienzos de los 70, yendo desde las tendencias dominantes del Partido Socialista, en particular sus elementos guerrilleristas que cobraron gran peso orgánico a partir del Congreso de La Serena de 1971, al MIR y otros grupos de extrema izquierda, pasando por sus diversos frentes y organizaciones de masas. Se trataba, por lo tanto, de un polo de corte claramente revolucionario que aspiraba a la toma insurreccional del poder. En este contexto, una importante voz discrepante que trató de contener o al menos moderar el accionar de este polo insurreccional fue, fuera del mismo Salvador Allende, el Partido Comunista, encuadrado por ese entonces dentro del marco de las políticas soviéticas de coexistencia pacífica y respeto a la división hegemónica del mundo entre la Unión Soviética y los Estados Unidos.

En el caso actual se observan una serie de diferencias importantes: el polo insurreccional es mucho menos político y tiene una dispersión notable, tanto en lo orgánico como en su inspiración ideológica y sus propósitos. Su extensión va desde el Partido Comunista y otros partidos y movimientos de izquierda radical, incluyendo un fuerte y novedoso componente anarquista así como al feminismo radical, hasta las barras bravas y las bandas criminales asociadas al narcotráfico que han asumido un gran protagonismo como organizadoras de las acciones más violentas. Entre sus componentes centrales se encuentran también diversas organizaciones sociales con directivas radicalizadas, como muchas de las reunidas en la Mesa de Unidad Social y otras enraizadas en el mundo estudiantil como la ACES.

Se trata de una multitud de “tribus antisistema” que confluyen y se apoyan mutuamente, sin por ello estar orgánicamente coordinadas ni ideológicamente unificadas, en el ataque a la institucionalidad usando una gran diversidad de medios, que van desde la promoción o apoyo de acusaciones contra distintas autoridades en el Congreso hasta la infiltración de las grandes manifestaciones pacíficas de descontento ciudadano, la guerrilla urbana, la destrucción vandálica de espacios públicos, el saqueo y los atentados incendiarios de carácter terrorista.

La movilización y sincronización de este accionar tiene una morfología dispersa e inestable, propia de las redes sociales y una insurgencia con niveles considerables de espontaneidad, lo que hace muy difícil tanto su comprensión como su contención. Sin embargo, lo más notable y significativo es la diversidad de objetivos estratégicos que se esconde detrás de su confluencia táctica. A grandes rasgos podemos distinguir dos grandes objetivos muy distintos: por una parte, tomarse el poder estatal, por otra, debilitarlo hasta hacerlo impotente.

Entre los sectores más políticos, es decir, el Partido Comunista y sus periferias frenteamplistas, la orientación es claramente hacia la conquista del poder estatal mediante el derrocamiento de los gobernantes actuales, lo que se concreta en la demanda de renuncia del Presidente, así como en un sinfín de acciones para hostigarlo, denigrarlo e incluso, como en el célebre caso del diputado comunista Hugo Gutiérrez, alentar de manera apenas velada la agresión en su contra. Ello junto a campañas sistemáticas de amedrentamiento de sus rivales y acoso a diversas autoridades y a las fuerzas del orden.

Muy distinto es el propósito de los grupos de orientación anarquista, cuyo antiestatismo es su componente ideológico central (así como su odio a la religiosidad que deriva en la profanación y quema de iglesias, con sus ejemplos clásicos de la España anterior a la guerra civil y sus tristes réplicas chilenas), pero también el de las organizaciones criminales cuyo objetivo fundamental es el debilitamiento del Estado y, en particular, de sus fuerzas policiales a fin de poder controlar y ampliar con plena libertad sus territorios por medio de sus propios aparatos de fuerza. Surge así una multitud de “Estados paralelos”, que se multiplican llenando el vacío que deja el Estado de Derecho en retirada y cuentan con un fuerte enraizamiento territorial y apoyo, voluntario o forzado, de muchos de quienes viven bajo su poder. Es desde esta base que este tipo de organizaciones acostumbra a corroer, corromper y, finalmente, someter a todo el resto de la organización social, tal como lo muestra el caso de los narcoestados latinoamericanos o la bien conocida experiencia de las mafias italianas.

En todo caso, hoy confluyen todas estas orientaciones muy diversas y se usan mutuamente, tal como también las usa a su manera, como elemento de presión, parte de la izquierda más moderada que de esta forma está jugando con un fuego letal que fácilmente puede hacerse incontrolable y del cual, dado el caso, difícilmente se libraría. La historia demuestra contundentemente que la violencia insurgente nunca ha sido clemente con los moderados que coquetean con ella para ganar ventajas momentáneas.

Este lamentable uso oportunista de la amenaza violentista se ha transformado en un argumento central de muchos de quienes proponen la opción Apruebo en el plebiscito de abril, como bien lo sintetizó recientemente la vicepresidenta de la DC y Coordinadora de la campaña “Yo Apruebo”, Carmen Frei, al decir que de no ganar la aprobación “vendrían tiempos muy difíciles para nuestro país”, sin entender que les puede salir el tiro por la culata en la medida en que más y más ciudadanos terminen reaccionando contra este impúdico chantaje que parece desentenderse de la responsabilidad conjunta que en una verdadera democracia se tiene por defender con absoluta firmeza el resultado de las urnas frente a quienes no lo acatan.

Debilitamiento institucional

Finalmente, el hecho decisivo de la crisis que llevó al golpe del 73 fue el agudo debilitamiento y deterioro institucional. Nuestras instituciones estatales, así como todo el entramado que sostenía nuestra democracia, terminaron penetradas y devastadas por la confrontación en marcha. Las instituciones republicanas se transformaron en una trinchera más de una guerra entre bandos opuestos y la legalidad fue sobrepasada reiteradamente o usada mañosamente incluso por la autoridad máxima del Estado. En consecuencia, la disputa política tendió a desplazar su eje fundamental fuera de las instituciones y de los cauces democráticos, dejando paso a “la calle” y al uso de la fuerza como instancias decisivas de canalización de las demandas de diferentes sectores y de resolución de los conflictos políticos.

En el caso actual, el desprestigio y debilitamiento extremo de las instituciones es algo evidente y se refiere no sólo a las instituciones estatales, sino que abarca desde los partidos políticos hasta las iglesias pasando por los medios de comunicación y las organizaciones empresariales y sindicales. Se trata de un proceso prolongado que ha culminado en nuestros días y que se caracteriza por el descrédito del conjunto de la élite del país.

Frente a este descalabro de las élites, la calle se hace protagónica y la acción directa desplaza a los mediadores políticos y las vías institucionales, tal como en gran medida ocurrió en 1972 y 73. Estamos, en otras palabras, frente a un vacío de liderazgo y representación que tiende a ser llenado por una gran diversidad de nuevos actores sin mucha más legitimidad que el no pertenecer a la élite (o al menos así tratan muchos de hacernos creer) y ser capaces de hacerse escuchar mediante la fuerza, y en muchos casos la violencia con que irrumpen en el espacio público alterando la normalidad.

El matadero

En 1973 el “matadero” de la moribunda democracia chilena terminó siendo un sangriento golpe de Estado y una larga dictadura militar. Podría haber sido distinto, pero de ninguna manera indoloro dados los odios suscitados y la polarización fratricida del país. Cuando se llega al punto al que se llegó ese año fatídico ya no hay salidas buenas. Esta debería haber sido la gran lección de esos tiempos, pero parece no haber sido así. Un relato histórico parcial y manipulado no ha dejado, especialmente entre las generaciones jóvenes, entender en plenitud cómo se destruyó aquella democracia que alguna vez fue no sólo un orgullo nacional, sino incluso un ejemplo internacional.

En la actualidad no sabemos cómo terminará el proceso en marcha ni cuál podría ser, en el peor de los casos, el matadero que al final del camino le espera a nuestra democracia. Lo que sigue es, por lo tanto, una especulación que a muchos les podrá parecer descabellada, tal como el 17 de octubre hubiese parecido absolutamente descabellado un pronóstico que al menos se acercase a lo que verdaderamente ha ocurrido. Por ello, más vale empezar a pensar lo impensable si es que queremos ser realistas.

Mucho indica que los preocupantes fenómenos recién descritos pueden llegar a profundizarse, no menos ante la incerteza constitucional a la que estamos abocados, la irresponsabilidad rampante de una oposición que en medio del incendio le sigue echando leña al fuego, la debilidad del gobierno, el desconcierto y la dispersión de la centroderecha y, no menos, un deterioro económico que será una gran desilusión para muchos que creyeron que de la tormenta de octubre saldría un Chile mejor y más próspero. Las fuerzas que impulsaron y medraron del brote de violencia y anarquía están no sólo incólumes, sino que con toda probabilidad han incrementado su capacidad de reclutamiento, movilización y destrucción ante el repliegue del Estado de Derecho, el desbordamiento de los agentes del orden y la falta de determinación para confrontarlas de una manera efectiva.

A su vez, poco indica que nuestra actual crisis, de profundizarse y hacerse duradera, pueda llevarnos a una disyuntiva que se parezca a la de 1973: revolución o contrarrevolución, toma del poder por parte del polo revolucionario o intervención militar o incluso guerra civil, en el caso más trágico de todos. El polo insurreccional actual no tiene ni la consistencia orgánica ni ideológica ni de propósito como para aspirar a una disputa seria por del poder. Su heterogeneidad y dispersión la hace tremendamente efectiva como fuerza destructiva, pero la incapacita como aspirante al ejercicio del poder a nivel nacional. Además, sus elementos más temibles –los de carácter delincuencial– no se prestarán para ser simples “compañeros de viaje” o los “tontos útiles” de una izquierda radical que, como lo muestran todas las encuestas, poco o nada ha capitalizado de la crisis. Su fuerza es tal que son ellos los que, en gran medida, conducen este viaje mediante el manejo, junto a los grupos anarcos y el lumpen, de la pieza clave de todo este drama: la violencia.

En este horizonte de crisis permanente e impotencia tanto de los defensores del Estado de Derecho como de los revolucionarios existe la probabilidad de que nuestro país se deslice paulatinamente hacia una especie de narcoestado, donde la debilidad político-institucional se traduzca en la fortaleza creciente, ampliación y multiplicación de las organizaciones criminales y violentistas. En nuestra región hemos visto demasiados ejemplos de este tipo de desarrollo que ha desembocado en lo que, en realidad, es una de las peores pesadillas que podamos imaginar. Sobre ello debiéramos todos reflexionar, porque de ese pantano es muy difícil salir una vez que, por debilidad, oportunismo, falta de valor o ceguera, hemos dejado que se expanda y fortalezca.

Ello podría derivar, como salida desesperada a un estado de cosas insoportable, en el surgimiento de políticos y movimientos autoritarios que ofrezcan la restitución del orden al precio que sea y hagan suyo el tristemente célebre apotegma de Lenin de que se necesitan métodos bárbaros para combatir la barbarie. De ser así, serían los sepultureros definitivos de una democracia que, más allá de sus defectos, nos dio casi treinta años admirables y que dejamos morir ejerciendo ese triste derecho que ya hace un tiempo nos recordó el historiador Niall Ferguson: el derecho a ser estúpidos.

27 Jan 2020

Fuente: https://ellibero.cl/opinion/mauricio-rojas-con-la-misma-piedra-chile-202...

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El pasado viernes 24 de enero concluyó la 50ª reunión anual del Foro Económico Mundial. El mismo tuvo lugar donde siempre, en Davos, Suiza, y se dieron cita políticos, empresarios e intelectuales, con el fin de mirar cómo anda el planeta, identificar sus problemas y asomar las posibles soluciones. En función de ese propósito se abordaron los desafíos cruciales que enfrenta el mundo hoy en día: “… impulsar la ecología y una respuesta a los retos del cambio climático, disminuir radicalmente la desigualdad, crear un consenso global sobre el despliegue de tecnologías de la cuarta revolución industrial, la re invención de internet, volver a capacitar y mejorar a mil millones de personas en la próxima década, crear puentes para resolver conflictos globales y ayudar a las empresas a crear los modelos necesarios para impulsar la emergencia de las nuevas tecnologías…”. La interrogante que envolvía la discusión de estos temas era, me parece, como combinar la sustentabilidad ambiental, la justicia social y la democracia, en el marco de lo que pareciera estar configurando una crisis civilizatoria.

Como resulta fácil suponer, hubo un tema que, de una u otra forma, recorrió el evento. Me refiero al cambio climático y a los escasos resultados obtenidos a pesar de los acuerdos firmados en París y de la aparición de ciertas iniciativas auspiciosas, entre las que cabe mencionar particularmente el “El Pacto Verde”, suscrito por la Unión Europea. De nuevo se denunció la fragilidad institucional para encarar un asunto del que, literalmente hablando, depende la vida de los terrícolas. Se insistió, en este sentido, en la evidente incapacidad para globalizar la política.

Imposible no hacer referencia, por lo emblemático del hecho, al enfrentamiento que hubo entre Donald Trump y Greta Thunberg. El Presiente norteamericano, fiel a la posición que asumió desde el principio de su mandato, señaló que había que rechazar las "predicciones del apocalipsis " y que Estados Unidos defendería su economía de la desmesura de los ecologistas. Por otra parte, al referirse a los activistas climáticos, afirmó que … "estos alarmistas siempre exigen lo mismo: poder absoluto para dominar, transformar y controlar cada aspecto de nuestras vidas". Son "los herederos de los tontos adivinos del pasado". Greta, por su parte, aludió a Trump sin nombrarlo reiterando su mensaje : “¿qué le dirán a sus hijos sobre la razón por la que fracasaron y los dejaron enfrentando el caos climático que trajeron a sabiendas?". Se ha renunciado, añadió “… a la idea de asegurar las condiciones de una vida futura sin siquiera intentarlo". Trump confirmó, así pues, que la gravedad de la crisis climática no ha sido digerida por una buena parte del liderazgo mundial y Greta que se trata de una presión cada vez más fuerte de los “millenials”.

¿Qué será del capitalismo?

Vinculado a la crisis ambiental, en Davos – recuérdese que es el cónclave del capitalismo mundial, ahora con la inclusión entusiasta y militante de China, algo que el camarada Mao jamás habría podido imaginar-, se pasó revista a los principales indicadores económicos y sociales que dibujan al planeta y que, según diversas fuentes, no lucen muy bien desde hace unos cuantos años, al punto de que el capitalismo se esta repensando como lo muestra, por citar un solo ejemplo, el último libro del premio Nobel Joseph Stiglitz.

Por otra parte, toma fuerza, así mismo, una corriente de economistas más radicales, que no figuraron entre los invitados el evento, quienes argumentan que el capitalismo está alcanzando el límite de su capacidad para adaptarse a las nuevas realidades, en buena medida porque las tecnologías emergentes les resultan incompatibles. En otras palabras, la mayor amenaza a la supervivencia del capitalismo proviene, ¿irónicamente?, del conjunto de “innovaciones disruptivas” que fundamentan a la Cuarta Revolución Industrial, las cuales han abierto nuevos ámbitos a otras formas de producción más allá de los mercados.

¿Y la democracia?

Este es un asunto que vuelve a ser preocupación en Davos. Tal y como lo escribe el renombrado filósofo español, Daniel Innenarity, nuestros sistemas políticos no están siendo capaces de gestionar la creciente complejidad del mundo. De haber sido invitado a la reunión - lamentablemente no lo fue -, habría dicho, además, que… “la política que opera actualmente en entornos de elevada complejidad no ha encontrado, todavía, su teoría democrática. Tenemos que redescribir el mundo contemporáneo con las categorías de globalización, saber y complejidad. La política actual debe suponer la capacidad de gestionar la complejidad social, las interdependencias y externalidades negativas. Se requiere otra forma de pensar la democracia, otro modo de gobernar si queremos que la democracia sea compatible con la realidad compleja de nuestras sociedades. En suma, llama a reflexionar sobre si puede sobrevivir la democracia “ … a la complejidad del cambio climático, de la inteligencia artificial, de los algoritmos...”.

Yendo un poco más allá, pero en parecida dirección, el historiador israelí, Yuval Noah Harari, a veces más considerado como profeta que como científico y, seguramente, la voz más alarmante que se escuchó en Davos, esbozó algunos temas que califico de inquietantes, asociados a los cambios tecnológicos y que generan interrogantes para las que aún no se tienen respuestas. A manera de ilustración expresó que “quizá en el siglo XXI las revueltas populistas se organicen no contra una élite económica que explota a la gente, sino contra una élite económica que no la necesita…”. Tenemos que reconocer, dijo, que no sabemos lo que está ocurriendo, al tiempo que recalcaba la urgencia de formular una nueva Agenda Humana que determine qué hacemos con nosotros mismos

El Nacional, viernes 7 de febrero de 2020.

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