Pasar al contenido principal

Opinión

Mario Vargas Llosa

El coronavirus comienza a hacer estragos en España. O, mejor dicho, el espanto que causa ese virus proveniente de China ocupa todos los noticiarios y radios y periódicos, se cierran colegios y universidades, bibliotecas y teatros, se paralizan las Fallas de Valencia, se cancelan los plenos de las Cortes, los eventos deportivos se celebrarán sin público, pese a que los distribuidores dicen que habrá provisiones se ven semivacías las estanterías de los supermercados, lo que indica que la gente se carga de productos de primera necesidad para lo que entiende será un largo encierro, y, por supuesto, en las conversaciones privadas no se habla de otra cosa.

Todo esto, en términos prácticos, es muy exagerado, pero no hay nada que hacer: España tiene miedo y los Gobiernos, el nacional y los de las autonomías, salen al frente de la pavorosa enfermedad con medidas cada vez más estrictas que, de una manera general, los españoles aprueban e, incluso, exigen que sean más extensas e intensas. Es por gusto que las estadísticas oficiales digan que, hasta el 11 de marzo, hay apenas 47 muertes por culpa de la pandemia y que, por ejemplo, la simple gripe es más asesina que ella, pues causa por lo menos seiscientas muertes anuales, y que son muchos más los que se recuperan del coronavirus que los que perecen por culpa de él, que España tiene uno de los sistemas de salud mejores en el mundo —por encima de la media europea— y que el trabajo que vienen realizando los médicos y sanitarios en todo el país es eficiente y está a la altura del desafío, etcétera.

Jamás las estadísticas han sido capaces de tranquilizar a una sociedad roída por el pánico y ésta es una buena ocasión de comprobarlo. En medio de la civilización ha reaparecido la Edad Media, lo que significa que muchas cosas han cambiado desde entonces, pero muchas otras no. Por ejemplo: el miedo a la peste. Y, a propósito, la literatura tiene un renacer inevitable en esos períodos de miedo colectivo: cuando no entiende lo que pasa, una sociedad va a los libros a ver si ellos se lo explican. La peor novela de Albert Camus, La peste, tiene un súbito renacimiento y tanto en Francia como en España se hacen reediciones y ese libro mediocre se ha convertido en un best seller.

Nadie parece advertir que nada de esto podría estar ocurriendo en el mundo si China Popular fuera un país libre y democrático y no la dictadura que es. Por lo menos un médico prestigioso, y acaso fueran varios, detectó este virus con mucha anticipación y, en vez de tomar las medidas correspondientes, el Gobierno intentó ocultar la noticia, y silenció esa voz o esas voces sensatas y trató de impedir que la noticia se difundiera, como hacen todas las dictaduras. Así, como en Chernóbil, se perdió mucho tiempo en encontrar una vacuna. Sólo se reconoció la aparición de la plaga cuando ésta ya se expandía. Es bueno que ocurra esto ahora y el mundo se entere de que el verdadero progreso está lisiado siempre que no vaya acompañado de la libertad. ¿Lo entenderán de una vez esos insensatos que creen que el ejemplo de China, es decir, el mercado libre con una dictadura política, es un buen modelo para el tercer mundo? No hay tal cosa: lo ocurrido con el coronavirus debería abrir los ojos de los ciegos.

La peste ha sido a lo largo de la historia una de las peores pesadillas de la humanidad. Sobre todo en la Edad Media. Era lo que desesperaba y enloquecía a nuestros viejos ancestros. Encerrados detrás de las recias murallas que habían erigido para sus ciudades, defendidos por fosos llenos de aguas envenenadas y puentes levadizos, no temían tanto a esos enemigos tangibles contra los que podían defenderse de igual a igual, enfrentarlos con espadas, cuchillos y lanzas. Pero la peste no era humana, era obra de los demonios, un castigo de Dios que caía sobre la masa ciudadana y golpeaba por igual a pecadores e inocentes, contra la que no había nada que hacer, salvo rezar y arrepentirse de los pecados cometidos. La muerte estaba allí, todopoderosa, y después de ella las llamas eternas del infierno. La irracionalidad estallaba por doquier y había ciudades que trataban de aplacar a la plaga infernal ofreciéndole sacrificios humanos, de brujas, brujos, incrédulos, pecadores sin arrepentir, insumisos y rebeldes. Cuando Flaubert viajó a Egipto, todavía vio leprosos que recorrían las calles tocando campanas para advertir a la gente que se apartara si no quería ver (y contagiarse) de sus llagas purulentas.

Por eso casi no aparece la peste en las novelas de caballerías que son otro aspecto, más positivo, del Medioevo: en ellas hay proezas físicas extraordinarias, el Tirant lo Blanc derrota él solo a gigantescos ejércitos. Pero los adversarios de los caballeros andantes son seres humanos, no diablos, y lo que el hombre medieval teme son los diablos, esos demonios que escondidos en el corazón de las epidemias golpean y matan sin discriminar a culpables e inocentes.

El viejo terror no ha desaparecido del todo, pese a los extraordinarios progresos de la civilización

Ese viejo terror no ha desaparecido del todo, pese a los extraordinarios progresos de la civilización. Todo el mundo sabe que, como ocurrió con el SIDA o con el Ébola, el coronavirus será una pandemia pasajera, que los científicos de los países más avanzados encontrarán pronto una vacuna para defendernos contra ella y que todo esto terminará y será, dentro de algún tiempo, una noticia mustia que apenas recordarán las gentes.

Lo que no pasará es el miedo a la muerte, al más allá, que es lo que anida en el corazón de estos terrores colectivos que son el temor a las pestes. La religión aplaca ese miedo, pero nunca lo extingue, siempre queda, en el fondo de los creyentes, ese malestar que se agiganta a veces y se convierte en miedo pánico, de qué habrá una vez que se cruce aquel umbral que separa la vida de lo que hay más allá de ella: ¿la extinción total y para siempre?, ¿esa fabulosa división entre el cielo para los buenos y el infierno para los malvados de un dios juguetón que pronostican las religiones?, ¿alguna otra forma de supervivencia que no han sido capaces de advertir los sabios, los filósofos, los teólogos, los científicos? La peste saca de pronto a estas preguntas, que en la vida cotidiana normal están confinadas en las profundidades de la personalidad humana, al momento presente, y hombres y mujeres deben responder a ellas, asumiendo su condición de seres pasajeros. Para todos nosotros es difícil aceptar que todo lo hermoso que tiene la vida, la aventura permanente que ella es o podría ser, es obra exclusiva de la muerte, de saber que en algún momento esta vida tendrá punto final. Que si la muerte no existiera la vida sería infinitamente aburrida, sin aventura ni misterio, una repetición cacofónica de experiencias hasta la saciedad más truculenta y estúpida. Que es gracias a la muerte que existen el amor, el deseo, la fantasía, las artes, la ciencia, los libros, la cultura, es decir, todas aquellas cosas que hacen la vida llevadera, impredecible y excitante. La razón nos lo explica, pero la sinrazón que también nos habita nos impide aceptarlo. El terror a la peste es, simplemente, el miedo a la muerte que nos acompañará siempre como una sombra.

© Mario Vargas Llosa, 2020

15 de marzo 2020

https://elpais.com/elpais/2020/03/13/opinion/1584090161_414543.html

 5 min


Mariza Bafile

Es tan pequeño que puede ser detectado solamente con microscopía electrónica. Sin embargo, ya ha ganado su batalla. El David de nuestros tiempos se llama Covid19. Goliat es la humanidad entera. Como el viento arrasador de una bomba nuclear, el virus ha destruido fronteras y clases sociales. Ha puesto en evidencia la fragilidad de los seres humanos, ha sembrado el pánico y vaciado las calles. Y, sobre todo, nos ha obligado a enfrentarnos con nosotros mismos, a entender la peligrosidad del individualismo en un mundo tan interconectado. El virus nos ha transformado en sus propias armas, utilizando nuestros cuerpos para multiplicarse.

Acostumbrados como estamos a vivir en un mundo en el cual todo tiene un precio, todo se compra y las desgracias golpean con particular dureza a los pobres de la tierra, tenemos ahora que asumir una realidad que nos pone a todos en un mismo plano y nos obliga a pensar como sociedad. Más allá de las directivas y manipulaciones políticas, sabemos que el bienestar personal depende de los otros y el de los otros depende de nosotros.

Si algunas personas no hubieran viajado desde las zonas consideradas de mayor riesgo, el virus no se habría propagado con tanta velocidad. Quizás podemos entender las dudas sobre la real peligrosidad de contagio que acompañaron la aparición del virus; sin embargo, ahora sería absolutamente irresponsable actuar sin pensar en el bienestar de toda la sociedad.

El Coronavirus también puso contra la pared a políticos y gobernantes obligados a enfrentar una crisis que tiene muchas caras, desde la sanitaria hasta la económica y social.

Muchos trataron y tratan de minimizar los efectos de una enfermedad que está destapando con fría inclemencia las debilidades de sus acciones. Hasta el momento China y Corea del Sur son las naciones que han mostrado mayor eficacia en la contención del contagio.

Los países europeos temen por sus economías y están entendiendo la importancia de encarar la emergencia de manera conjunta. Quizás nunca como ahora se ha evidenciado la necesidad de una Europa unida. La sanidad pública de estos países, a pesar de la gravedad de la situación, está dando una respuesta aceptable mostrando una vez más sus aspectos positivos.

Diferente es la situación en Estados Unidos, país en el cual el Presidente, de manera irresponsable, ha tratado de minimizar los riesgos de la enfermedad y por lo tanto su contención.

Las consecuencias de esta falta de políticas inmediatas para frenar la propagación del virus no se han hecho esperar. La rápida difusión del contagio ha desnudado la fragilidad de un sistema sanitario elitista incapaz de dar una respuesta a una epidemia que la OMS ha elevado a nivel de pandemia. Los republicanos, conscientes de la necesidad de curar a los demás para evitar el contagio masivo, piden un medicare ad hoc. Es decir, solo para frenar una enfermedad que no conoce de clases sociales.

Paralelamente Donald Trump trató de minimizar sus errores cerrando las fronteras, hasta que el agravarse de la situación lo obligó a declarar la emergencia nacional. Las fronteras no solamente quedarán cerradas para los europeos, sino también para los demandantes de asilo quienes, gracias a una decisión del Tribunal Supremo, quedarán relegados en México en espera de su audiencia. Esta decisión, que pasó prácticamente desapercibida, muestra cuán peligroso puede ser, para los derechos humanos, un Tribunal Supremo mayoritariamente alineado con la política de la Casa Blanca.

Y finalmente el virus llegó también en América Latina a pesar de los esfuerzos de los gobernantes de tapar la realidad. In primis Jair Bolsonaro quien, tras negar la gravedad de un contagio masivo, ahora tiene que asumir la realidad de dos enfermos entre sus colaboradores más cercanos.

El coronavirus se suma a los múltiples problemas que enfrentan países como Chile, Colombia, Argentina y, sobre todo, Venezuela.

En esta nación, de la cual hasta el Covid19 parecía haberse apiadado, se han detectado los primeros contagios. Dejando de lado las lamentables bufonadas de Maduro, cuando surgió el primer brote de epidemia en el mundo, y a pesar de las medidas tomadas en estos días para contener los contagios, la llegada del virus a Venezuela puede tener consecuencias catastróficas. Por un lado, está una población mal alimentada y por lo tanto con las defensas bajas y por el otro un sistema sanitario que ya ahora está de rodillas por la escasez de médicos, medicinas y equipos.

En este momento el mundo pareciera estar enfrentando un solo, único problema. Sin embargo, no es así. Y no debemos permitir a los políticos de manipular el miedo generalizado para ocultar otras cuestiones que siguen pidiendo respuestas adecuadas.

La pandemia que ha paralizado el mundo y nos está obligando a detener el ritmo frenético de nuestras vidas, debería de ayudarnos a reflexionar.

Quizás sea un buen momento para entender que las fronteras, el individualismo, la búsqueda insaciable de bienes y riquezas, son un Goliat que muestra toda su fragilidad cuando se topa con un minúsculo David capaz de irrumpir, con igual fuerza destructiva, en chozas y palacios.

@MBAFILE

16 de marzo de 2020

ViceVersa

https://www.viceversa-mag.com/covid19-coronavirus-david-contra-goliat/?g...

 4 min


Mientras el usurpador y sus esbirros continúan atropellando nuestros derechos, algunos venezolanos de oposición agreden a otros opositores mediante tuiters, artículos o declaraciones. La insensatez del fuego amigo está causando mucho daño al sembrar desconfianza. Cabe recordar el enfrentamiento entre tropas austríacas que se enfrentaron entre sí, permitiendo el triunfo de los otomanos en la batalla de Karansebes, durante la guerra de 1787. Al parecer, el enfrentamiento fratricida se originó por causas etílicas y se agravó por la confusión entre soldados que hablaban diferentes idiomas. Sea o no cierto, se non e vera, e ben trovato, es decir que si no es cierto es apropiado para describir lo que sucede en esta otrora tierra de gracia.

Aquí quizá el enfrentamiento entre quienes luchan por salir de la narcodictadura no sea por ingesta de licor de uno de los grupos, aunque puede que sí haya algunos borrachos de poder. No debería ser un problema de idiomas, ya que todos hablan castellano, aunque puede que algunos no evolucionados solo entiendan castellano antiguo.

La Asamblea Nacional aprobó el 10 de marzo el Pliego Nacional de Conflicto que debe unificar la lucha por el restablecimiento de la democracia y el rescate de nuestros derechos. Quien no lo acepte es porque está de acuerdo con la narcodictadura. Dicho pliego establece claramente la exigencia de elección presidencial libre, justa y verificable. Como condiciones no negociables: nuevo Consejo Nacional Electoral designado por la Asamblea Nacional, rehabilitación de las organizaciones políticas, habilitación y el retorno de los derechos políticos de todos los ciudadanos, garantía del derecho del voto de quienes tuvieron que emigrar, observación internacional con credibilidad en todas las etapas del proceso electoral, rescate de los poderes públicos y oposición a falsos diálogos.

El único punto de divergencia pareciera ser la exigencia de algunos de no ir a elecciones con el usurpador en Miraflores, lo cual sería ideal. Sin embargo, si se dan las otras condiciones no debería ser un punto de honor. Vociferar que primero debe irse el usurpador, a pesar de estar conscientes de que no se dispone de la fortaleza para defenestrarlo, así como criticar al presidente(e) Guaidó por no cumplir ese mandato es solo un buen deseo de algunos, ignorancia de otros e irresponsabilidad de quienes conocen las fortalezas y debilidades del régimen y de la oposición.

Alegar que con Maduro en Miraflores no puede haber elecciones libres puede ser cierto y también que con sus paramilitares rojos intentará amedrentar a los votantes, pero la posición de nuestros diputados es clara: si no hay elecciones libres, justas y verificables no participaremos en ningún proceso electoral. Para que el usurpador las acepte debe continuar la protesta en las calles, la oposición tiene que estar unida y las sanciones internacionales deben intensificarse, haciendo caso omiso a lo que predican algunos. Salir del régimen, así como del coronavirus, amerita sacrificios.

Si la presión sobre Maduro lo obliga a realizar elecciones limpias es indudable el triunfo de la la oposición, siempre y cuando acuda unida alrededor de un solo candidato presidencial y con candidatos también únicos para las parlamentarias. Ante esta situación, hay cierta probabilidad de que el usurpador proceda a arrebatar como Jalisco, por lo que tendremos que dar otra pelea, pero con fortalezas que impedirán una nueva usurpación.

Es positivo que algunos dirigentes políticos sigan insistiendo en que primero debe cesar la usurpación, pero sin descalificar a quienes piensan que, a pesar de todo, no es imprescindible si se logran las condiciones electorales. Desde luego no votaremos si lo que hay es un acuerdo entre la farsa de la nanomesa de diálogo roja y el régimen. Aspiramos prive la sensatez en aquellos dirigentes y opositores de buena fe. No podemos seguir sometidos a fuego amigo. Hasta ahora solo han sido escaramuzas, no permitamos se convierta en batalla como la de Karansebes y triunfen los rojos.

Como (había) en botica:

Los rojos no solo destruyeron Pdvsa, sino también el Fondo de Jubilación de los trabajadores, sumiendo en la miseria a quienes dedicaron su vida a la empresa. Sin embargo, algunos jubilados, quizá por desesperación, todavía creen en cantos de sirenas que los llaman a “recuperar” a la que fue nuestra principal industria.

El Informe actualizado de la Comisionada DDHH de la ONU reitera las violaciones a los derechos humanos, aunque omite la prohibición a su equipo en Venezuela de visitar los sitios de tortura de la DGCIM.

Valientes familiares del capitán de navío Luis de la Sotta, del coronel Jhonny Mejías y del teniente coronel Ruperto Molina denuncian nuevos atropellos.

Tamara Sujú sigue realizando excelente labor divulgativa en el exterior sobre las violaciones a los DDHH, señalando los responsables.

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

eddiearamirez@hotmail.com

 3 min


Moisés Naím

Los terremotos generan destrucción y también nueva información sobre las capas más profundas del planeta. Las pandemias también generan destrucción e información, y no solo biológica, epidemiológica o médica. También revelan quiénes somos como personas y como sociedad. ¿Hay entre nosotros más altruistas o más egoístas? ¿Nos conviene tener un país abierto al mundo o fronteras más cerradas? ¿Le creemos a los políticos o a los expertos? ¿Qué debe guiar más nuestra conducta, las emociones o los datos?

Quienes defienden la integración entre países chocan con los partidarios del nacionalismo y el proteccionismo. “Rechazamos el globalismo y abrazamos la doctrina del patriotismo”, dijo el presidente Trump en la ONU en 2018. También dejó clara su antipatía por el multilateralismo, es decir, las iniciativas basadas en acuerdos entre un gran número de países. El multilateralismo condujo a la creación de organismos como las Naciones Unidas y el Banco Mundial, por ejemplo. También anima los acuerdos en los cuales los países participantes se comprometen a hacer esfuerzos conjuntos para lidiar con problemas que ningún país puede enfrentar solo, independientemente de cuán grande, rico o poderoso sea. El cambio climático, la inmigración o el terrorismo son ejemplos de esto. Al presidente Trump estos acuerdos multilaterales no le gustan. “Estados Unidos siempre escogerá la independencia y la cooperación en vez del control y la dominación de la gobernanza global”, dijo el presidente. Como sabemos, Trump no es el único crítico de la globalización. Un sinnúmero de líderes políticos, así como intelectuales de fama mundial, rechazan la globalización.

Es en este contexto que hace su revolucionaria aparición el coronavirus. Si la globalización se basa en el movimiento internacional de productos, ideas, gente o tecnología, pues este virus es un poderoso ejemplo de la globalización de flujos biológicos. También confirma lo miope que es pensar en la globalización solo como un fenómeno comercial, financiero o mediático.

Resulta que algunos flujos biológicos, por ejemplo, viajan más rápido, a mayor distancia, tienen efectos más inmediatos y de mayor impacto que los demás flujos que caracterizan a la globalización. Pero la reacción al coronavirus también revela lo tentador que es el aislacionismo. Un creciente número de Gobiernos está tratando de sellar las fronteras y aislar las ciudades y regiones más afectadas, bloqueando el libre tránsito de personas y las comunicaciones aéreas.

Estamos viviendo en tiempo real el choque entre el globalismo y el aislacionismo. Pero al mismo tiempo que están cerrando sus fronteras, estos Gobiernos están descubriendo cuánto necesitan el apoyo de otros países, y de entes multilaterales como la Organización Mundial de la Salud.

El coronavirus también está sirviendo para traer de nuevo a la palestra y darle un rol protagónico a expertos y científicos. Una de las sorpresas de este temprano siglo XXI fue la pérdida de credibilidad de los expertos y el auge de charlatanes y demagogos. Esta tendencia tuvo un momento icónico cuando en 2016 Michael Gove, entonces ministro de Justicia del Reino Unido, reaccionó a un estudio en el cual renombrados expertos criticaban al Brexit, proyecto que él promovía. El ministro afirmó sin desparpajo: “La gente de este país ya ha tenido suficiente con los expertos”. Otro que rutinariamente desprecia a los expertos es Donald Trump. Ha dicho que el cambio climático es una farsa montada por China, que él sabe más de guerra que sus generales, o que él entiende mejor esto del virusque los científicos.

Pues no. Resulta que en “esto del virus” los científicos deben ser —y afortunadamente están siendo— los principales protagonistas. Muchos de ellos, además, son funcionarios públicos, otra categoría de profesionales que suele ser desdeñada por los líderes populistas que han logrado ganar poder avivando las frustraciones y ansiedades del “pueblo” que ellos dicen representar. Los populistas conviven mal con los expertos y con los datos que contradicen sus intereses. Detestan a los organismos públicos que albergan expertos y producen datos incuestionables. Pero la crisis del coronavirus ha demostrado que estas burocracias públicas, cuyos presupuestos y capacidades suelen ser erosionados

La pandemia no solo hace que los expertos y sus organismos jueguen un crecido rol, sino que también hace que adquiera renovada urgencia el viejo debate entre altruismo e individualismo. El altruista está dispuesto a beneficiar a otros —incluyendo a desconocidos— aun a costa de sus propios intereses. En cambio, el individualista tiende a actuar independientemente de los efectos que sus decisiones tengan sobre el bienestar de los demás. En las próximas semanas y meses vamos a descubrir quiénes —tanto personas como países— están más dispuestos a actuar teniendo a los demás en mente y quiénes solo piensan en sí mismos. Esto se va a hacer más fácil de descubrir, ya que el coronavirus ha hecho patente que todos somos vecinos. Aun de países que están en nuestras antípodas.

15 de marzo

La Patilla

https://www.lapatilla.com/2020/03/15/moises-naim-todos-somos-vecinos/

 3 min


En momentos de “reflujo político” o “incertidumbre” como el que vivimos en la oposición, es útil reflexionar sobre algunos temas, políticos, pero que tocan elementos éticos y organizativos más amplios; sobre todo después del episodio de la designación del Comité de Postulaciones del CNE, que comente en mi artículo anterior, y ante la perspectiva de la continuación del proceso de designación de rectores del organismo, si es que llegare a efectuarse por la Asamblea Nacional, como todos deseamos. La situación allí planteada nos deja ver una falta de actualización y modernización de nuestro estamento político partidista, que puede llegar a ser preocupante.

Da la impresión de que algunos, o muchos, entienden que hacer política, en Venezuela, se reduce a la participación en procesos electorales. Pero otros creemos, al igual que los antiguos griegos, que la política está en el origen de la sociedad humana, en la propia naturaleza del hombre, que como ser naturalmente sociable, no puede pretender a la felicidad hallándose aislado.

La política es la actividad del ciudadano, y para los griegos, desde antes de Cristo, el ejercicio del poder era algo reservado a los más rectos y de conducta más irreprochable. Mucha tinta se ha vertido sobre el tema, pero hacer política sigue siendo plantearse el tema del poder y como conquistarlo... incluso, mediante la vía electoral. Y para emprender esa vía son necesarios, sin duda alguna, líderes y partidos, tema del que me ocuparé hoy.

Hace algún tiempo ya, en los artículos que entrego semanalmente, me pronuncié por la necesidad de construir para Venezuela organizaciones políticas modernas, populares, policlasistas y que se planteen claramente la toma del poder sobre la base de un programa explícito, y un compromiso personal y colectivo con ese programa. Un programa mínimo de postulados éticos y que deben estar presentes en cualquier organización política en las que estemos dispuestos a participar; por ejemplo, la transparencia en el actuar y en las funciones de gestión pública; la correcta separación entre los legítimos fines privados del político, los fines del partido y los fines del Estado; la conciencia, en el político, de que su función pública, es una función educativa.

Establecidos estos puntos —éticos— fundamentales, es válido que nos plateemos otros problemas: ¿Cómo hacemos para que nuestro mensaje le llegue a las grandes mayorías del país? ¿Cómo hacemos para que el pueblo entienda que nuestro mensaje es el suyo y que el desarrollo capitalista que queremos para el país, es lo mejor para él, y no solo para nosotros? Ese es nuestro verdadero reto. En los programas definidos y dados a conocer por la oposición y sus candidatos, al menos sus aspiraciones globales están claras, definidas. El problema ahora es como hacemos que llegue a todos los venezolanos, y como lo convertimos en postulados compartidos con compromiso y en ideales de lucha común. Y para eso son imprescindibles los partidos.

Pero no pensemos que las únicas formas de organizarse políticamente son las que hemos conocido hasta ahora, basadas en los grandes partidos policlasistas y de masas, organizados bajo el centralismo democrático, y bajo la concepción de “correas de transmisión”, expresiones organizativas de una conciencia y una ideología elaboradas por “intelectuales” alienados –como diría un leninista– o “cuadros de vanguardia”, y que nos pueden conducir a un nuevo fracaso. No aceptemos fácilmente el chantaje de la “coordinación”; seamos consecuentes con otros principios en los que también creemos, como por ejemplo, el de la libre competencia. Que surjan todas las iniciativas posibles, que –tomando en cuenta los principios enumerados– se organicen de la forma en que puedan y quieran, que utilicen las formas modernas, cibernéticas, redes sociales, de comunicación, que se lancen a la lucha política y a la captación de adeptos y voluntades, y que triunfe el que mejor sea capaz de expresar los interés e ideales de los grupos sociales a los que aspire representar.

Esta es una invitación a organizarse; desde ahora, sin esperar más, con la clara conciencia y el objetivo político a largo plazo de llegar al poder, pero con la precaución de no sucumbir al inmediatismo y creer que la única forma posible de organizarse políticamente es la que ya hemos conocido.

Esto implica una organización diferente a la de partidos de masas, policlasistas, como ahora los conocemos, y con los que contamos; aunque tampoco significa que nos planteemos una organización parecida a los "partidos de cuadros", siguiendo la jerga leninista; o un partido de corte militar, como los que intentaron formar en el país hace algunos años y que no cuajaron o se han convertido en maquinarias de represión e intimidación.

Un ejemplo, que ya he esbozado anteriormente, de lo que podría ser una moderna organización política, más acorde con "los signos de los tiempos", es la adoptada por los partidos modernos en muchos países: un núcleo central de políticos profesionales, y una amplia periferia, que se activa y desactiva de acuerdo con circunstancias específicas. Así funcionan ahora algunas empresas y si este esquema funciona para el mundo de los negocios, ¿Por qué no habría de hacerlo para el de la política?

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

 4 min


Nelson Totesaut Rangel

El año pasado hacía referencia a lo importante que es la marca Italia para aquel país. De hecho, agregaba que la imaginación se queda chica para clasificar tantas cosas que llevan el Made in Italy; lo que le genera un valor agregado a cada producto. Lo contrastaba entonces con el antónimo por excelencia, al menos en el imaginario colectivo sobre la excelsitud: el Made in China.

Pero, algunas veces existen puntos de encuentro entre dos culturas, dos países. Entre estos dos ocurre con la pasta que, mutatis mutandi, es tan propio de un país, como del otro. De hecho, muchos sostienen que la misma es invención China, que luego fue introducida por el veneciano Marco Polo en la península italiana. Otros, lo desmienten. Y agregan que los romanos ya comían el “Laganon”, de donde derivaría el nombre Lasagna. En fin, un punto medio que no le quita valor a ningún país y, al contrario, los une en un aspecto cultural.

Lamentablemente, hay un factor más actual que está mezclando el Made in Italy con el Made in China: el COVID-19. En ambos casos, resulta injusto responsabilizar a un país de la enfermedad (caso China) y a otro de su propagación (caso Italia). Pues buscar culpables no solventa la situación, sino que más bien crea otra: la xenofobia, que es la enfermedad más difícil de erradicar.

Coronavirus
Las últimas semanas me he enfocado exclusivamente sobre el coronavirus. Lo hago porque es noticia diaria y, según la OMS, ya oficialmente Pandemia. También porque lo considero un peligro que pone a prueba a la humanidad en su conjunto: a sus sistemas de respuesta clínicos; a sus avances investigativos; a la estructura y capacidad que tiene un país y, sobre todo, a la actuación de una sociedad cohesionada para enfrentar un conflicto viral. Y digo “sociedad” y no “Estado” porque hemos visto que la respuesta efectiva no es solo estatal. Ha de ser el colectivo consciente que tome medidas personales para evitar trasmitir un virus que, si bien curable en la mayoría de los casos, es de facilísima propagación.

Y es que mientras China en lo interno lo asumió de manera fugaz, en occidente pasamos en menos de un mes de “poco más que una gripe” a pandemia. El COVID-19 ha demostrado ser una amenaza superior a lo que se pensaba. De hecho, la subestimación de la situación es lo que ha llevado al desastre. Ya se lo dijo el senador Matteo Renzi al mundo: “no comentan los mismos errores que nosotros”. Porque el coronavirus ya migró de Asia y se hizo una amenaza realmente global.

De hecho, de China ya prácticamente salió. O al menos se encuentra cerca de solventarse la situación. Ya decretaron que el pico fue superado y los incrementos en las zonas más sensibles resultan ínfimos. Y todo esto gracias a una serie de medidas adoptadas que parecen ser efectivas solo en una sociedad piramidal; en donde uno manda, y los demás obedecen.

Venezuela
Los grandes focos ahora están en Corea del Sur, Irán y la Unión Europea, en general. América Latina es la segunda región menos contagiada, después de África. Puede deberse al clima, como muchos expertos creen. Aunque también en la ineficacia en detectar el virus por parte de los sistemas de salud, excluyendo cualquier otra enfermedad de la cual el corona se busque disfrazar.

El caso es que en Venezuela, por fin, se empezaron a tomar medidas a nivel gubernamental. Son las correctas, ya que siguen el ejemplo de los países que sufren agudamente la enfermedad: cancelar vuelos, cerrar fronteras, limitar o prohibir manifestaciones de masas, etcétera. Son, al final, medidas convenientes para una situación no solo de salud, sino también política. Ya que resultan así una excusa perfecta para apaciguar exaltaciones populares bajo la excusa de un virus que dejó de ser banal. Sin mencionar que es otro argumento conveniente para criticar las sanciones de Estados Unidos.

Maduro hace una semana acusaba a EEUU de la creación del virus para dañar a la economía China. Es mejor que cambie el discurso, porque si usamos su misma lógica, el no es que resulte particularmente perjudicado de esta situación.

@NelsonTRangel
www.netrangel.com

nelsontrangel@gmail.com

 3 min


Carlos Raúl Hernández

Un funcionario local declaró en estos días que el coronavirus es una farsa que el kapitalismoa rueda para “vender medicinas”, como en su momento las gripes porcina y aviar. Pese a la vox populi, COVID19 es una estremecedora amenaza global, y por ello la OMC la declaró pandemia, que no es poca cosa. Un análisis antikapitalista, sostiene que es una maniobra contra China. También que el Sida era un virus de probeta liberado por los grandes laboratorios para hacer superventas.

Hace unos años, el ojo avizor alertó que los gringos inventaron un dispositivo para inocular cáncer a los gobernantes poscomunistas latinoamericanos y el único que murió de los afectados, fue el que se trató en Cuba, por su fe en la medicina socialista. El caos en Venezuela durante el 27 y 28 de febrero 1989 fue organizado por unos demiurgos al servicio de Fidel Castro. En noviembre pasado, con mínimo centimetraje, supimos de una convención en Dallas de los Tierraplanistas, que sostienen lo que se supone.

Como la esencia de una secta es descubrir conspiraciones y enfrentarse a otra parecida, se odian a muerte con la Asociación de la Tierra Plana, que cuenta con 200.000 seguidores en Facebook, según aquellos un “parapeto de las corporaciones para desacreditarlos”. Durante los 80 la izquierda denunció que el FMI provocó la Crisis de la Deuda para apoderarse del Tercer Mundo, y la derecha, que Clinton utilizaba el FMI y el Banco Mundial para gobernar el mundo.

La CIA, Bush y el Mossad derrumbaron las Torres Gemelas para asaltar el petróleo iraquí y ningún avión cayó en el Pentágono, sino un misil lanzado por los propios americanos. En Teoría de la conspiración (Donner: 1997) Mel Gibson relata a Julia Roberts el proyecto HARP, instrumento capaz de provocar un terremoto en China para asesinar al Presidente. El talento criollo descubrió que los decodificadores son un sistema de espionaje del imperio.

Un 747 en cómodas cuotas
Carlos Andrés Pérez era uno de los hombres más ricos del mundo, dotado de una tarjeta con crédito suficiente para comprar un 747, aunque a su muerte la familia tuvo que hacer colecta para pagar los médicos. EEUU no llegó a la luna en 1969, y lo que vimos lo filmó Kubrick en estudio, como lo presenta la cinta Capricornio Uno (Hyams: 1978) y nada menos que James Bond en Los diamantes son eternos (Hamilton: 1971), atraviesa caminando el set donde se rodaba la farsa. La compañía Monsanto diseñó la semilla Terminator para arruinar los agricultores.

Cuando la conjuntivitis por desnutrición se expandió en Cuba, Castro acusó a EEUU de bombardear con el virus. Los sicópatas que dirigieron el Terror en la Revolución Francesa y murieron guillotinados, se acusaban mutuamente de complot. Un burdo folleto aparecido en Rusia en 1903, Protocolos de los sabios de Sión, narra que la trama judía mundial se urdió en presencia del Demonio, y cuando apareció la peste negra en Europa (siglo XIV), que diezmó por lo menos la mitad de la población, acusaron a los judíos de “envenenar las aguas”.

Muchos piensan que instituciones y dirigentes de todo el mundo son tinglados que manejan las corporaciones y gobiernos norteamericanos a través de minorías arcanas y malignas. En Roma culpaban a los cristianos de demoníacas bacanales, promiscuidad sexual en las que violaban y sacrificaban niños para después devorar su carne y sangre. Cuando fueron poder con Constantino, acusaron a las sectas disidentes de hacer eso mismo, y luego a los herejes, judíos y brujas, y de pactos con el Diablo, volar en escobas, montar cangrejos gigantes y celebrar grandes orgías en el Sabbath.

Nunca a todos siempre
Ni Elvis ni Bin Laden están muertos, aunque si Paul McCartney, sustituido por un doble. El centro de la tierra es hueco y vive allí una civilización que la NASA esconde. A Lady “D” la asesinó la Corona Británica. En Roswell, Nuevo México, aterrizaron los extraterrestres que construyeron todas las pirámides existentes. Shakespeare era un seudónimo de Bacon. Imposible resumir los disparates y extravagancias de la teoría de la conspiración, pero hay que distinguir simples memeses, de los crímenes contra la humanidad.

Stalin asesinó millones de personas por conjurar componendas con las potencias imperialistas, pero fue “necesario” para la Unión Soviética. Hitler se inspiró en los Protocolos y exterminó seis millones de judíos. Ahmadinejad hizo un evento en 2008 para que “importantes expertos” desmintieran el Holocausto, mientras ahorcaba todos los días homosexuales y “adúlteras”. Cierto que hay conspiraciones de grupos poderosos para obtener beneficios turbios y enturbiar la realidad, pero su eficacia es episódica y mermada.

Se puede engañar todo el tiempo a alguien y por momentos a todos, pero no a todos todo el tiempo. Esto gracias a la pluralidad de los medios de comunicación libres que viven para cazar complots y romper los monopolios de poder. Y es solo en las sociedades cerradas donde la conspiración puede ser el único modo de acción, mientras los caudillos totalitarios con puño de hierro único, paradójicamente acusaron a las democracias de regirse por cábalas. Los revolucionarios fanatizan, idiotizan, envenenan a sus seguidores y las luchas de poder son solo complot que terminan en muerte.


@CarlosRaulHer

https://www.eluniversal.com/el-universal/64205/la-conjura-de-los-necios

 4 min