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Opinión

Edgar Benarroch

La crisis que padece el país por la desastrosa gestión de este régimen usurpador y que nace hace veinte años es de proporciones no conocidas por mi generación . La crisis es general, social, económica, política e institucional . Ella para superarla requiere de la oposición unidad, inteligencia, solidaridad y toda la voluntad posible. El régimen plantea la política en un terreno árido y obscuro donde nosotros nunca debemos descender, para él todo es válido y cualquier camino es bueno, más que camino trochas y montarrales, para nosotros que no concebimos la política sin ética, sin moral, sin tolerancia y sin diálogo el terreno no es ese. La obscuridad se combate con luz, mientras más espesa es la obscuridad mayor debe ser el brillo de la luz. Hay quienes movidos por la angustia y desesperación proponen vías heterodoxas para salir de este desastre, para nosotros las vías posibles son las democráticas y en ellas debemos mantenernos en la seguridad que tras la obscuridad de la noche, que ya es bastante larga, siempre estará brillando el sol de la mañana.

Nuestro deber irrenunciable es continuar con nuestras limpias banderas en la lucha con la convicción que serán izadas en la cúspide de la nación y allí estarán flamantes en la inmensa tarea de la reconstrucción nacional.

La estrategia diseñada por la oposición ha dado muy buenos frutos y hoy el régimen más solitario no puede estar, carece del calor y de todo el respaldo popular y esta sostenido exclusivamente por las bayonetas administradas por el Alto Mando de la Fuerza Armada, recalco lo del Alto Mando porque en la inmensa mayoría de los cuarteles también está presente el deseo de cambio, ellos son parte del pueblo y padecen y sufren como todos. Saben de las de las constantes violaciones a la Constitución y del desconocimiento de los Derechos Humanos, también de la persecución, encarcelamiento, tortura y hasta asesinato de quienes piensan y actúan distinto. Solo la férrea disciplina y obediencia a "todo evento" los mantiene en silencio. No sólo existe un severo cuestionamiento interno sino que también en todas las naciones del mundo está presente la preocupación y desaprobación de la gestión de este régimen que se ha transformado en un serio problema internacional. Todos los organismos internacionales se han pronunciado por una pronta salida de esta gravosa situación y más de sesenta naciones reconocen en el Presidente de la Asamblea Nacional, Diputado Juan Guaidó el Presidente encargado de la Republica. Nunca habíamos atravesado por un aislamiento mundial como el presente, qué vergüenza.

Es profundamente conocida y sufrida por el pueblo la horrorosa situación nacional y entrar a inventariarla nuevamente sería llover sobre mojado. Remacho en estas líneas el irreversible deber de la oposición de mantenernos en el camino democrático, si somos demócratas y nuestra lucha es por restablecer la democracia, la libertad, la justicia y la prosperidad , debemos actuar como tales.

Cristo nuestro Señor entregó su existencia en la tierra y aceptó ser sometido a inclementes torturas y a la crucifixión por la salvación de la humanidad, nunca recurrió a dar la pelea en el terreno que la autoridad romana planteaba pudiendo hacerlo con absoluto éxito .Hasta moribundo en la cruz pidió perdón para quienes lo persiguieron y asesinaron. Claro está, esa fue la voluntad del Padre pero también el tamaño de sus convicciones, recordemos que Jesus también fue humano. La palabra, la verdad y su testimonio fueron sus armas. No es exigible que nos inmolemos pero si la entrega total a la lucha que adelantamos que es por el presente y futuro mejor de todos, especialmente por los débiles y necesitados.

Tenemos la alegría y emoción que está lucha la estamos dando por la verdad, la justicia y la libertad y ella con nuestra convicción de servicio triunfará.

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Santiago Montenegro

El pasado viernes, antes de detallar las conclusiones de la Misión del Mercado de Capitales, que él dirigió, el profesor Roberto Rigobón, del MIT, hizo uno de los preámbulos más conmovedores que jamás he escuchado. Frente al presidente Duque, el ministro de Hacienda y buena parte de los dirigentes de la economía, el profesor Rigobón contó que había llegado al mundo en uno de los barrios más pobres y violentes de Caracas, que era hijo de un taxista argentino, que apenas había realizado estudios de primaria, y de una costurera española, quien ni siquiera había terminado la primaria. Varios factores explicaban una parábola vital que, muchas décadas después, lo situarían a él frente a esa audiencia del hermano país. Primero, el amor y la decisión de unos padres por sacar su familia adelante, en un país que les abrió sus puertas y acogió también a centenares de miles de inmigrantes venidos desde diferentes partes del mundo. Porque Venezuela fue una sociedad abierta en donde, pese a sus innumerables problemas, con trabajo y dedicación era posible salir adelante y progresar. Segundo, porque Roberto Rigobón y su hermano lograron estudiar gracias al ahorro de sus padres y con empréstitos del sector financiero. Pero el tercer gran mensaje del profesor del MIT estuvo referido a Colombia. Dijo que tenía que aprovechar la oportunidad de hablar frente a esos testigos de excepción, encabezados por el jefe del Estado, para agradecer a nuestro país. Todos los venezolanos, afirmó, estaremos eternamente agradecidos con Colombia por haber abierto sus puertas para acoger a centenares de miles de venezolanos, obligados a tomar el camino del exilio para poder sobrevivir y escapar de las consecuencias abominables de un régimen dictatorial. Porque en Venezuela, dijo, sabemos lo que es acoger a los inmigrantes extranjeros, porque es parte de mi historia personal, quiero darles las gracias desde lo más profundo de mi corazón. No exagero al decir que, como respuesta, pocas veces había escuchado un aplauso más largo y atronador. Quizá porque tocó unas fibras muy sensibles de nosotros.

Por varias razones. Primero, porque dijo algo bueno de Colombia, un país en el que, desde hace décadas, muchos de sus intelectuales y analistas solo han argumentado que somos la historia de un fracaso tras otro. Segundo, porque habló de una actitud que es factualmente cierta y que se ha dado en todos los niveles. Desde las numerosas medidas del gobierno del presidente Duque para asistir a los inmigrantes y, por supuesto, por haber roto relaciones con el régimen criminal de Maduro, hasta la ayuda palpable que les ha prestado a nuestros hermanos venezolanos gente de todas las condiciones, hasta las más humildes, en las ciudades, en las carreteras y en las estaciones de buses. Pero quizá lo más notable es que, hasta ahora, ningún partido o movimiento se ha embarcado en una campaña xenófoba y nacionalista para explotar políticamente la inmigración, como sí ha sucedido en otras partes. Aunque lo nieguen los miembros de la escuela de la “fracasomanía”, esa actitud es consistente con una tradición republicana, liberal y pluralista que, esperemos, jamás la abandonemos.

Gracias por sus palabras, profesor Rigobón. Pero el agradecimiento es nuestro, porque jamás olvidaremos que, durante décadas, Venezuela acogió también a centenares de miles de colombianos, que viajaron a la tierra del “bravo pueblo” en busca de mejores oportunidades.

1 de agosto 2019

El Espectador

 2 min


Marino J. González R.

Las dimensiones de la crisis venezolana se siguen profundizando. La difícil situación política se suma a una contracción económica severa (seis años seguidos sin crecimiento), y al deterioro impresionante de las condiciones de vida. Las urgencias que deben afrontar diariamente las familias se suman a la inmensa incertidumbre en todos los frentes. A pesar de ello, la situación reclama identificar rumbos de acción para transformar estas tendencias.

Las alternativas para enfrentar esta debacle, sin precedentes en países no sometidos a conflictos bélicos, deben estar basadas en la identificación de las causas, así como en las reales posibilidades de superar esta situación. En el fondo de lo que acontece en la actualidad en el país, está un claro patrón de desarrollo. Quizás sea más adecuado hablar de patrón de “anti-desarrollo”.

De acuerdo con las estimaciones del Atlas de Complejidad Económica elaborado por la Universidad de Harvard, Venezuela es el país de menor diversificación productiva de América Latina (según las últimas cifras disponibles para 2017)

Eso significa, en la práctica, que es el país de la región más distante de las posibilidades de crear riqueza. Esto es, garantizar las condiciones para que los habitantes puedan, con el concurso de sus capacidades, ampliar los horizontes de producción de valor.

En este contexto, las posibilidades de transformación de la sociedad venezolana pasan directamente por la modificación sustancial del patrón productivo. Un círculo muy pernicioso se ha desarrollado a plenitud. Se manifiesta en la apuesta a la producción de petróleo como garante de los ingresos necesarios para el funcionamiento de la sociedad. Pero como tal orientación no hace sino disminuir las posibilidades de diversificación, fundamentalmente porque aumentan las dificultades para crear otros productos, entonces se estimula el control de la riqueza petrolera como política dominante.

Y esa mayor dependencia del petróleo contribuye a generar una organización del gobierno que impide las políticas de diversificación. No es azaroso entonces que muchas de las inversiones y empresas que podrían desarrollar la diversificación se hayan alejado del país.

Y para remate, la cultura política, tanto de las instituciones como de las personas, terminan reforzando el estatismo como premisa, y la anti-diversificación como correlato económico

La pregunta obligada, entonces, es cómo eliminar ese círculo vicioso. Una primera condición es que realmente se aprecie que este círculo vicioso existe. De lo contrario, podría imponerse la tendencia de que es posible, con los “arreglos básicos” requeridos, organizar una sociedad que siga dependiendo de la monoproducción de petróleo, pero que impida los efectos del estatismo.

Esta premisa no solo es contraria a los incentivos que se generan en una sociedad dependiente de la producción petrolera, sino que contradice la dinámica en la que se marcha en el siglo XXI, esto es, sociedades en las cuales el valor de cambio es la disponibilidad de conocimientos, entendidos como posibilidades de diversificación productiva.

De no apreciarse la existencia de este círculo vicioso, podría entonces afianzarse una visión según la cual basta con manejar la producción petrolera adecuadamente para que todos los desequilibrios desaparezcan. Es por ello que la agenda pública no se caracteriza precisamente por ofrecer consideraciones para enfatizar la diversificación productiva.

A ello se suma el hecho de que como estas variaciones en las políticas no se generan en tiempos cortos, los liderazgos políticos terminan sin hablar del tema de fondo (la manera de alcanzar la diversificación productiva). En consecuencia, se impone una lógica perversa: como cambiar lleva tiempo, mejor se dejan las cosas como están. La práctica indica, sin embargo, que los plazos no son tan largos, más bien se trata de explicar a los ciudadanos la dirección de los cambios necesarios.

En esa tradición de anti-diversificación, Venezuela ha pasado seis décadas (desde que es posible medir la complejidad económica). Modificar esta tendencia requiere asumir que la diversificación productiva es un objetivo central de las políticas. Y que por consiguiente la agenda pública debería incluir la explicitación de este objetivo.

Esperemos que esta premisa central tenga mayor relevancia en la discusión sobre las alternativas para Venezuela en pleno auge de las sociedades del conocimiento

De no cambiar esta situación, especialmente porque no se cuente con el compromiso de los liderazgos políticos para impulsar estos cambios, Venezuela continuaría muy relegada en la creación de riqueza. Otra forma de decir que el futuro de la sociedad seguiría seriamente comprometido.

marinojgonzalez@gmail.com

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Asdrúbal Aguiar

Las medidas de retorsión o contramedidas –según el derecho internacional– adoptadas por la Casa Blanca contra la empresa criminal transnacional que mantiene bajo secuestro a Venezuela y destruye sus fundamentos como Estado, lleva a algunos políticos de medianía, más que a los afectados, a reaccionar con indignación. ¡Algo muy extraño!

Cada uno es libre de tener sus afectos o desafectos con el mundo exterior, que en el caso de las naciones iberoamericanas es lo propio frente a Estados Unidos –no ocurre con las de origen lusitano, como Brasil– por razones intestinas, que nos vienen desde las guerras fratricidas por la Independencia.

Con aquel opera una suerte de doble rasero intelectual –lo constato en el mismo epistolario de Simón Bolívar, quien afirma que plaga a América de “miseria en nombre de la libertad” y a la vez recomienda hablar ante los Parlamentos copiando los discursos del “presidente de Estados Unidos”– lo que bien me resume un antiguo colega de la Corte Interamericana: Ustedes mueren y no van al cielo sino a Miami.

Lo cierto es que quienes más se rasgan las vestiduras para endosar otro traje como antiimperialistas de circunstancia o fingir vergüenza de admirar a esa gran nación del norte son los que sufren si el “imperio” les reduce sus privilegios e impide disfrutar de sus mieles.

Corren los años setenta del pasado siglo cuando, al concluir un conversatorio sobre Puerto Rico en la Universidad de Pittsburg, dos dirigentes fundacionales comunistas venezolanos participantes me piden llevarlos a conocer Nueva York, antes de regresar a Caracas. No olvido sus caras, creían estar en la presencia del Dios humanado.

Al caso y en nuestro caso, la mala memoria o la ingratitud –ambas herencias europea y española– omite hechos desdorosos de nuestro recorrido y el auxilio norteamericano siempre presente para sacarnos las castañas del fuego, sin que a cambio nos invadan.

Nos tiende la mano ante un Cipriano Castro que no honra sus deudas con las potencias del Viejo Mundo por daños causados a sus nacionales durante nuestras revoluciones, por lo que media para ponerle fin al bloqueo armado europeo de nuestros puertos; o al Inglaterra intentar quitarnos nuestro costado oriental hasta más allá de las bocas del Orinoco, coludida con los rusos.

El memorándum póstumo de Severo Mallet Prevost, nuestro abogado gringo –“albino” le llamaría Bolívar–, es el que remienda, en efecto, la última situación, que permite al gobierno de Rómulo Betancourt denunciar la corrupción habida durante el dictado del Laudo de París de 1897 y al gobierno de Raúl Leoni firmar el Acuerdo de Ginebra, abriéndonos espacios para la reclamación del Esequibo a partir de 1966; logro que tiran por la borda los felones de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.

Rafael Caldera luego denuncia el Tratado de Reciprocidad Comercial con los Estados Unidos –que lo viola este para restringir sus importaciones petroleras– sin que nos agreda el Departamento de Estado; sabiendo, incluso, que perdían los beneficios de nuestra expansión comercial hacia Latinoamérica y el mundo andino.

Las contramedidas recién impuestas contra el usurpador Maduro y sus cómplices políticos y económicos –para impedirles vender, transar y robarse los bienes y dineros que hacen parte del patrimonio nacional de Venezuela– las protesta, con inenarrable cinismo, Europa. También Michelle Bachelet, la alta comisionada de la ONU, que ayer se escandaliza por los crímenes del primero. Olvidan que en su momento los europeos las adoptan contra Polonia (1980), suspendiéndole la ayuda alimentaria; también contra la Argentina (1982); así como Francia lo hace contra Suráfrica por el apartheid, en 1985.

Estados Unidos suspende sus ayudas públicas a los Estados que expropian bienes de americanos sin indemnización, durante los años sesenta, o que no respeten los derechos humanos, como lo decide Jimmy Carter entre 1977 y 1980; pues la retorsión es una medida nacional y territorial unilateral y legítima, según el derecho internacional. La ejecuta todo Estado afectado como respuesta apropiada, provisional, y proporcional ante el comportamiento internacionalmente ilícito de otro Estado –en el caso el comportamiento criminal de lesa humanidad, más que ilícito, del régimen usurpador de Maduro– a fin de hacerlo respetar y acatar las reglas que impone el mismo derecho internacional, y para que repare los daños causados.

Los límites que impone la doctrina jurídica internacional son precisos. Se cumplen esta vez. No pueden significar uso de la fuerza, o vulnerar derechos humanos y principios humanitarios.

Las contramedidas que comentamos tienen como propósito, justamente, ponerle coto al robo de los dineros públicos venezolanos y a las violaciones sistemáticas y generalizadas de derechos humanos que ejecutan el mismo Maduro y los suyos. Tampoco pueden –como lo dice el Instituto de Derecho Internacional– destruir la economía del país afectado, o poner en peligro su integridad territorial o independencia política.

Es palmario, es máxima de la experiencia silenciada a propósito por los europeos y la Bachelet, que la economía de Venezuela ha sido destruida de raíz por el régimen sancionado; que ha enajenado, además, la soberanía territorial e independencia política, entregándosela, para su canibalización, a grupos narcoguerrilleros y organizaciones criminales, a rusos, chinos y cubanos, y sometiendo sus decisiones al escrutinio previo de los gobernantes de La Habana. Extrañan, pues, tales protestas.

asdrubalaguiar@yahoo.es

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1. La confrontación, el diálogo y las elecciones son tres dimensiones fundamentales de la política moderna.

2. A diferencias de la política de la polis griega cuyo punto central era el lugar donde los ciudadanos se reunían para discutir los problemas de su ciudad en aras de la armonía, la de nuestro tiempo se encuentra mucho más cerca de la guerra. Decimos guerra en el sentido no-virtual del término.

3. La política moderna es un derivado histórico de la guerra. Una actividad pre-y post bélica y por lo mismo, espacio de confrontación pública dirimida en una democracia ideal por contrarios, por adversarios en una democracia normal y por enemigos en una no-democracia. Sin confrontación (de ideas, de pasiones e intereses) no hay política. La política, la que conocemos, es un campo de diferencias, de contradicciones y de antagonismos. En ningún caso es el lugar de la conciliación y mucho menos de la amistad.

4. Si una confrontación carece de diálogo y un diálogo carece de confrontación no podemos hablar de política. En el primero de los casos, aún sin uso de armas, nos situamos en el campo de la guerra. En el segundo de los casos en el campo de la no-política (sin confrontación no hay política). De lo que se trata en consecuencias es de evitar que la política -para que siga siendo política- se acerque al barranco de la guerra.

5. Una oposición que carece de medios militares no puede jamás plantearse la posibilidad de un enfrentamiento militar. Si no dispone de medios militares para acceder a la guerra, está entregando a sus seguidores a la matanza colectiva. Si en cambio delega la acción militar a supuestas fuerzas externas, sean nacionales o internacionales, obliga a sus seguidores a mantenerse en una situación de espera pasiva que, si se alarga, desemboca en la desintegración política y en la descomposición de los propios liderazgos. Tarea de una dirigencia política y no militar es entonces la de llevar al adversario al campo de la política obligándolo a abandonar el de la guerra. Hay que subrayar que tanto el golpismo cono la intervención externa son acciones de guerra y, por lo mismo, terminan por favorecer al enemigo el que en una autocracia o dictadura es siempre más militar que político.

6. Hay una pues una relación intensa entre diálogo y confrontación. Mientras más cerca está la confrontación de la guerra, mas necesario es el diálogo. Negar la confrontación en nombre del diálogo y el diálogo en nombre de la confrontación son dos decisiones que, por el contrario, terminan desarticulando los mecanismos de la lucha política. Esa es la razón por la cual la decisión de un diálogo debe ser tomada por los sectores democráticos en los momentos de alza de las movilizaciones populares, cuando el gobierno no-democrático no tiene más alternativa que dialogar. Buscar el diálogo en los momentos de baja movilización significa aceptar más condiciones que las que se pueden exigir.

7. El texto de los diálogos no puede ser público. Pero el tema de un diálogo sí. Ocultar el tema de un diálogo es actuar de espaldas frente al verdadero dueño del poder, el pueblo ciudadano. Es transformar el principio de delegación en un principio de autodeterminación. Más todavía si se supone que el pueblo ciudadano, al estar involucrado en la confrontación, requiere saber lo que se está discutiendo en su nombre.

8. La mayoría de los diálogos suponen negociaciones. Por lo tanto se entiende que en ellas no solo hay que recibir sino también conceder. Si en un diálogo se enfrentan dos posiciones extremas, se dan las condiciones para que en nombre del diálogo sea cerrada toda posibilidad de diálogo. De este modo el diálogo se convierte en un simulacro o en actividad fallida destinada a cementar condiciones anti-políticas en las cuales las fuerzas democráticas solo llevan las de perder.

9. Cuando el diálogo tiene lugar entre una fuerza política autocrática y una oposición democrática, el tema no puede ser otro sino el de la recuperación de los derechos ciudadanos, o lo que es lo mismo, el de la devolución del poder a su depositario natural y originario: el pueblo. El poder del pueblo es, sin embargo, delegativo. Eso significa que la restitución de ese poder pasa por restaurar el derecho del pueblo a elegir a sus delegados. En otras palabras: todo diálogo entre dos fuerzas disimiles, una más militar que política y otra más política que militar, debe estar centrado en el tema de la lucha por elecciones libres. Las más libres posibles dentro y bajo las condiciones no-democráticas bajo las cuales se lucha y dialoga. Si el tema de las elecciones libres no es hegemónico, no tiene sentido dialogar.

10. En la primera tesis señalamos que la confrontación, el diálogo y las elecciones son dimensiones de la política moderna. Pero ninguna de las tres puede existir sin la otra. La confrontación sin diálogo lleva a la violencia, un diálogo sin confrontación lleva a la capitulación, y sin lucha por elecciones libres, la confrontación y el diálogo carecen de objetivo, ruta y sentido.

Comentario final

En la mitología de los antiguos griegos existieron las “tres gracias”, hijas de Zeus, cuya representación corpórea inmortalizó Rubens. Las “gracias” de la política en cambio no son mitológicas, pero al igual que en la mitología griega, sin ellas el mundo sería una des-gracia.

Las tres gracias griegas representaban tres grandes virtudes de la vida privada: el hechizo, la alegría y la belleza. Las tres dimensiones de la política requieren en cambio de virtudes o “gracias” de la vida pública. En la confrontación, claridad de objetivos. En el diálogo, argumentos y perseverancia. En las elecciones, entusiasmo y decisión.

Virtudes o gracias que, como todos sabemos, no son muy abundantes entre los políticos de nuestro tiempo.

11 de agosto de 2019

Polis

https://polisfmires.blogspot.com/2019/08/fernando-mires-las-tres-gracias...

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Muchos animales experimentan metamorfosis o cambios para llegar a ser adultos y poder reproducirse. Así, una insignificante y fea larva o gusano se transforma en una bella mariposa o en un colorido escarabajo; también un anodino renacuajo en una atractiva rana colorada. En el proceso evolutivo son metamorfosis positivas que permiten adaptarse a diferentes tipos de alimento y aumentar las probabilidades de supervivencia de la especie.

En el caso del ser humano, y concretamente en los venezolanos, pareciera que se ha registrado una metamorfosis negativa. Es lamentable decirlo, pero pareciera que hemos cambiado para mal. ¿O será que estábamos engañados y nunca cultivamos los mejores principios y valores? ¿Será cierto que los descendientes de los poco correctos “Viajeros de Indias” a los que se refirió Francisco Herrera Luque, nunca hemos llegado a ser buenos ciudadanos? ¿Será que también en cuanto a los principios vivíamos “una ilusión de armonía”, como escribieron Naím y Piñango refiriéndose a la estabilidad política y social y ahora, con la crisis, afloraron nuestros defectos como sociedad?

¿Cómo se explica tanta intolerancia, envidia, descalificaciones, odio, mentiras, corrupción y vulgaridad? Quizá muchos casos puedan explicarse debido a que la gente bota los tapones cuando el ingreso no cubre las necesidades mínimas, no consigue medicinas, ni repuestos, tiene deficientes servicios de salud, agua, electricidad y encima todos los días es pasto del hampa y de los atropellos de la policía y de guardias nacionales. También cuando debe emigrar enfrentado múltiples dificultades.

Sin embargo, otros casos son difíciles de entender. Hay compatriotas contrarios al régimen totalitario que sufren menos apremios o que por su nivel de educación deberían comportarse con mayor grado de tolerancia ante opiniones que no comparten, pero que provienen de personas del lado de la democracia. Pareciera que este grupo vuelca su rabia hacia su misma tribu ante la impotencia por no poder salir pronto del régimen criminal de Maduro. Sus armas son los tuiters, artículos de prensa, programas de radio o declaraciones a los medios. Disparan desde la cintura, sin importarles el daño que ocasionan tanto a personas, como a la causa de la democracia y de la convivencia ciudadana.

Quienes fungen de dirigentes, con mayor o menor mérito, deben ser los más cautelosos de no caer en este torbellino de descalificaciones. Algunos dan casquillo a sus simpatizantes o ellos mismos actúan como el titán Crono, quién según Hesíodo en su Teogonía y Ovidio en sus Metamorfosis, castró a su padre para imponerse y devoró a sus hijos por miedo a que lo destronaran. Así, cuando surge alguien que cuenta con aceptación y podría conducirnos a instaurar la democracia, lo descalificamos descarada o subliminalmente.

Durante los primeros años muchos practicaron el apaciguamiento, como describe magistralmente Martínez Meucci en su excelente libro. Algunos, por no entender la naturaleza del régimen, por cálculo político o por intereses personales criticaron los hechos del 11 de abril y del 2 de diciembre del 2002, alegando que los mismos fortalecieron al régimen y lo obligaron a radicalizarse; también que las abstenciones electorales fueron perjudiciales a la causa democrática, obviando que, gracias a la del 20 de mayo del 2018, el mundo democrático desconoció a Maduro y aceptó a Guaidó como presidente (e). El apaciguamiento aplicado por varios dirigentes políticos consolidó al régimen, que hoy controla la Fuerza Armada y un Tribunal Supremo de Justicia ilegítimo pero en funciones.

Por ello, no podemos esperar milagros, ni exigir a Guaidó que por decreto ponga fin a la usurpación o que el 187-11 y el TIAR permitan sacar a Maduro. Es muy probable que a través de la negociación no se logre la salida deseable pero hay que intentarla, entre otras razones, porque eso es lo que desean los países que nos apoyan y que no están dispuestos a sacrificar la vida de ninguno de sus ciudadanos. Por lo pronto hay que apoyar las sanciones que son en contra del régimen y que no incluyen prohibición de adquirir alimentos, medicinas y bienes de primera necesidad, seguir la lucha con mucho coraje, como predica la gran luchadora María Corina, quien merece el respeto de todos, aunque no se comparta su renuencia a aceptar que la negociación es una forma más de lucha.

Ojalá los venezolanos evolucionemos positivamente, transformando nuestros odios en comprensión de diferentes puntos de vista, pero siempre con el objetivo de salir de Maduro y su pandilla de corruptos y violadores de derechos humanos.

Como (había) en botica:

Al régimen le va a salir el tiro por la culata en su intención de desconocer a la Asamblea Nacional y convocar otra elección.

El intercambio entre Maduro y Rafael Ramírez acusándose mutuamente de corrupción y mal manejo de la industria petrolera recuerda el refrán de “cachicamo diciéndole a morrocoy conchudo”.

Más de un año lleva detenido injustamente el doctor José Alberto Marulanda, quien además fue torturado en la Dirección de Contrainteligencia Militar.

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

eddiearamirez@hotmail.com

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El país que se nos viene encima no será nada fácil, pero tendrá el orgullo de la reconstrucción. Desolados, sin dinero ni producción, con el peso de una deuda colosal, nos debemos preparar para un futuro próximo que nos trae como capital el derecho a construir un país nuevo en pensamiento, actitud y capacidad.

Dejará atrás a esta Venezuela asolada, fracasada, desierto achicharrado con sudor, lágrimas y frustración. No podemos reconstruirlo solos, pero sin cada uno de nosotros no podrá reconstruirse. Esa es la gran verdad que debemos admitir y el compromiso para el que debemos estar preparados. El único posible. Deberemos hasta el modo de caminar, como reza el refrán, pero tenemos que caminar a fondo cada paso para volver a ser realmente libres. No por las leyes ni por las deudas, sino por nosotros mismos, por cada uno de nosotros.

Es más que cuestión de fe, mucho más que una emoción. Es el horizonte lejano que sabemos que está allí, y al cual deberemos alcanzar con nuestro esfuerzo, con la certeza de que existe ya el horizonte pero que el camino, como dicen los versos de Machado, tenemos que hacerlo cada uno de nosotros.

Dejaremos de ser una nación en la cual se mezclan ingenuos, confiados, ladrones, narcotraficantes y asesinos -con sus respectivos políticos- para convertirnos en pueblo de hombres y mujeres que sudan la dignidad y el compromiso.

Eso y reconstrucción, o la desaparición.

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