El amor es una extraordinaria y majestuosa fuerza emocional, espiritual muy humana que nos impulsa a darnos, a servir, a entregarnos, a reconocer al otro como hermano valioso. “Ámense como yo os he amado” así no los dijo El Enviado y nos amó tanto que por nuestra salvación entregó su vida. El amor es una decisión, un compromiso y, a veces, un acto de valentía. El amor se puede expresar de variadas formas, puede ser romántico, familiar, adherente, fraterno, filial, e que se profesa a Dios, el así mismo y cada una de esas formas tiene sus particularidades.
Muchas personas pasan de la pasión que es un sentimiento profundo y abrumador hacia alguien o algo, a una etapa más tranquila: de gratitud, compañerismo, atención y nada de ello significa menor amor, solo es otra forma.
Se puede presentar una disminución del amor por desconexión emocional, por rutina, por falta de comunicación o por heridas no sanadas, en esos casos el vínculo puede perderse. Lo que no podemos ni debemos admitir jamás es que el amor se nos acabe. Cuando ello ocurre y Dios quiera nunca suceda, nos quedamos como rio sin agua, como flor sin olor, como fruta sin sabor y sin luz en medio de las tinieblas, es como si nos hubieran arrancado el espíritu dejándonos solo en la materia.
No todo fin del amor es definitivo, a veces lo que termina no es el amor sino la forma de relación. El fin del amor no es el fin de la vida emocional, aunque está muy cerca, él vuelve y renace, sobre todo el amor propio, la dignidad y la identidad siempre permanecen aunque la relación se termine.
Lo cierto es que con amor podemos conquistar el mundo y poseemos una fuerza emocional arrolladora, de una magnitud extraordinaria, capaz de lograr lo que nos parecía imposible y alcanzar lo que imaginábamos como inalcanzable. Es un sentimiento que cuando es bien entendido y bien llevado mueve montañas y nos transporta a una dimensión donde soñamos y nos desenvolvemos en medio de nubes de algodón. Es de una potencialidad tal que es capaz de hacer y crear vidas humanas.
Cuando el amor se acaba, y Dios quiera jamás suceda, queda un espacio vacío, se apaga la luz y nos sentimos en tinieblas, por ello debemos diariamente cultivarlo y alimentarlo.
Hay muchos amores, pero el amor a Dios, a la familia, a la Patria y al semejante deben estar en primer orden, como el también a sí mismo.
El amor a los valores, principios e ideales es una fuerza que nos ayuda a desenvolvernos con autenticidad en la vida, nos da impulso para luchar por una sociedad distinta y mejor y escoger el mejor de los caminos. En fin, el amor sirve y es bueno para todo lo bueno. No permitamos nunca que el amor se nos agote, es perder el espíritu. Ay de aquel que debe dar amor y lo niega, porque será castigado. Quien da amor siempre recibe más amor.
Tratemos que nuestro amor se acerque al gigantesco tamaño del que Jesús nos tuvo, que entregó su vida por la nuestra y murió pidiendo perdón a quienes lo torturaron y mataron porque no sabían lo que hacían. Hoy todos sabemos lo que hacemos y debemos hacer, por lo tanto somos inexcusables.