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Carlos Raúl Hernández

Desgracias inevitables

Carlos Raúl Hernández

La historia chilena está llena de dolorosos naufragios para convertir el país en un régimen colectivista, y en el penúltimo la Democracia Cristiana apostó a un golpe de Estado creyéndolo efímero. De ahí nació el gran drama del que “todos somos culpables”, como espetaría el Príncipe ante la muerte de los amantes de Verona. Pero gracias al triunfo del sentido político, vino la concertación entre esos culpables, socialcristianos y socialistas. Luego de 17 años de horror retornan la democracia, la paz, el progreso, y convierten a Chile en la estrella más brillante de Latinoamérica, que ingresa en el club de los países desarrollados. Alguien dice que “estudiar la historia no sirve para nada, porque la humanidad está condenada a cometer siempre los mismos errores”. Eso lo suscribe el ataque de anacronismo que le sobrevino al Presidente Gabriel Boric, al marcar su arranque con dramática y malhadada frase de Salvador Allende y una ridícula pirueta de desprecio al presidente constitucional saliente.

“Por lo mientras”, diría un mexicano, los chilenos dejaron cesante el Estado de Derecho, delegado a una enloquecida “constituyente”, la nueva vía revolucionaria, tal como anuncia Petro para Colombia. Bien por Boric, parece que olvidó la insólita tirria a los fondos de pensiones, pero en vez de pensar en el salto tecnológico, científico, educativo y económico que requiere su país, pone un ingenuo y aberrante énfasis en fracturar la sociedad en base a políticas “identitarias”, el fascismo del siglo XXI, que hoy no tienen como bandera la “igualdad”, como aprendimos con la revolución francesa, sino la “diferencia”. En septiembre de 1970, Allende obtiene la presidencia por votación en el Congreso, luego que en los comicios populares ningún candidato obtuviera mayoría calificada. En Chile la izquierda desde los años 30 creó varias efímeras repúblicas socialistas con personajes apasionantes, dignos de Hollywood. Luis Emilio Recabarren funda el Partido Obrero Socialista en 1912, cinco años antes de la Revolución Bolchevique.

En 1932 el Comodoro Marmaduke Grove crea su “república socialista” por un pronunciamiento de facto que apenas dura 12 días. En 1938, en la política de los frentes populares stalinistas, la izquierda gana las elecciones con uno de los personajes más extraños del continente, Pedro Aguirre Cerda, cuyo filonazismo y filosovietismo al mismo tiempo preocupan a Gabriela Mistral, su íntima amiga. La izquierda vuelve a triunfar en los comicios de 1946 con Gabriel González Videla, quien una vez electo, abandona el barco revolucionario, y por ello Neruda le dedica uno de los poemas más demoledores y menos poéticos de la lengua en Canto General. (“Triste clown, miserable mezcla de mono y rata, cuyo rabo peinan en Wall Street con pomada de oro/ no pasarán los días sin que caigas del árbol y seas montón de inmundicia evidente/que el transeúnte evita pisar en las esquinas”.) Allende obtiene la primera minoría en los comicios y la Democracia Cristiana votó a su favor en el Parlamento.

No hacerlo, dicen expertos como Joan Garcés, hubiera podido precipitar la guerra civil. Tenía fuerte apoyo en las propias bases socialcristianas, permeadas por los planteamientos socialistas, y en las fuerzas armadas. Después de tres años de un gobierno entrópico con acelerado deterioro institucional y económico, y la demencia subversiva de la Unidad Popular, crean ambiente para el golpe. Las políticas estatistas conducen inmancablemente a la ruina. Allende actuaba con “el escudo de la constitución”, pero la Unidad Popular estimulaba el vandalismo. La triste historia de las “transiciones”: tomas de fincas, caos urbano, ocupación de fábricas de botones, inflación, desempleo, devaluación, fuga de divisas, insultos y ruina para los productores, atracos revolucionarios a los bancos. El Partido Socialista fragmentado en tendencias desde la derecha hasta ultra izquierda, que andaban cada una de su cuenta. Así la disidencia socialcristiana del MAPU y los extremistas (siempre ellos) que no eran de la Unidad Popular, -MIR, Izquierda Cristiana y VOP-, adherían “la causa” desde fuera para radicalizarla.

El triunfo de Allende y el golpe de Estado fueron desgracias, desgracias inevitables. El pinochetazo fue incansablemente buscado por todos los factores, porque la cordura había huido. Los radicales, siempre estúpidos, querían la “confrontación final” para que el pueblo derrotara al ejército. A una sugerencia ingenua de Regis Debray sobre “movilizar a las masas”, Allende responde “¿cuantas masas hay que movilizar para detener un tanque?”. En los cinturones industriales donde la clase obrera “detendría el golpe”, “armaban” los trabajadores con revólveres y escopetas para dar la batalla decisiva contra el ejército. Pinochet dio el zarpazo cuando el caos disolvió la fuerza de Allende en el aparato militar y pudo asumir el control pleno. “Pobre Augusto: ya deben haberlo matado”, dijo Allende en medio del putch condolido de su Ministro de Defensa, que lo encabezaba. El otro gran responsable ante la historia fue el secretario general de los socialistas, Carlos Altamirano, quien el 9 de septiembre le retira el apoyo del partido al presidente. Esa fue la señal para el golpe.

@carlosraulher

¡Cuidado con el fascismo!

Carlos Raúl Hernández

Cancelan conciertos de Ana Netrebko, suspenden en Varsovia Boris Godunov de Mussorgsky, despiden a Valery Gergiev director de la sinfónica de Munich, Placido Domingo no puede cantar en Moscú, suspendido curso sobre Dostoievsky en Italia.

Los equívocos sobre el concepto de fascismo son frecuentes. En España, por ejemplo, la izquierda califica de fascista a Vox, un movimiento de extrema derecha, xenófobo, confesional, pero no fascista. Suelo decir que el fascismo es un comunismo de derecha y el comunismo un fascismo de izquierda porque, condición sine qua non, utilizan cancelación y violencia contra quienes no comparten sus opiniones y dan materialidad física a la baja pasión. Escraches, ultrajes personales, boicot a presentaciones de libros y conferencias, manifestaciones de repudio contra obras de arte, son propios de los movimientos identitarios de izquierda y derecha. Declaran “enemigos del pueblo” a personas concretas que rechazan sus concepciones parroquiales, equivocadas, mera ignorancia, mentiras y monstruosidades. Es la prepolítica, estado de barbarie sicológica, y pueden ser palizas físicas, verbales o morales. El fascismo no es de izquierda ni de derecha sino todo lo contrario.

Es una reacción química primaria, animal. Ante un estímulo adverso, el cerebro manda a segregar adrenalina, contrae la musculatura, el semblante se hace lívido porque la sangre abandona rostro y tórax, y va a las extremidades para combatir o huir. Miles de años de desarrollo cultural y más de doscientos de democracia controlaron un poco a Hulk, las pulsiones, hostilidad hacia ideas ajenas, y superamos la bioquímica mejor que lo haría un jabalí. Bufar con espumarajos en la boca es una pulsión de lo que denominamos fascismo y puede desembocar en acciones políticas. Sustituye los razonamientos por chorros de emoción, moralina o sentimentalismo, recurso gemelo al vacío de instrumentos racionales y emotivos requeridos para hacer sinapsis política. Y por el reverso, es tan esforzado controlar el estrés y la respuesta agresiva, como lo contrario, los impulsos eróticos que dilatan las pupilas, relajan los músculos y concentran la sangre en otras partes del cuerpo, ante personas o situaciones placenteras, pero también estamos obligados a hacerlo.

Cuentan que Burt Lancaster tuvo que repetir por varios días una escena en traje de baño en la que besaba a Deborah Kerr en la playa (De aquí a la eternidad: Zinnemann, 1953) por ser incapaz de disimular las ostensibles manifestaciones de entusiasmo hormonal que ella le producía, pero jamás saltaría sobre ella. Un Cro-Magnon le hubiera dado a Deborah un estacazo en la cabeza para arrastrarla a la cueva. En la modernidad aparece la teoría de la tolerancia, el control de la pasión en la política con Locke y Voltaire, contra la violencia identitaria desatada por dos religiones rivales. La Iglesia Anglicana embiste en 1670 contra las disidencias, con asesinatos, torturas, quemas de libros. A monjas acusadas de herejes daban anchoas en el calabozo y luego les negaban agua. La reacción de Locke fue desafiante y heroica: en Carta sobre la Tolerancia fundamenta filosóficamente el libre albedrío, la libertad de conciencia, y la necesidad de que la autoridad acepte la existencia de diversas concepciones religiosas.


De otro lado del Canal de la Mancha, en Francia católica, décadas después Voltaire reacciona con el mismo coraje: la frase “no comparto tu opinión, pero estoy dispuesto a morir por tu derecho a expresarla” aun siendo apócrifa, contiene la substancia de su obra y de su vida. Indignado por el espurio proceso contra Jean Calas, un honorable comerciante calumniado y ahorcado por los católicos por protestante, escribe su valiente Ensayo sobre la Tolerancia. La esencia de ambas obras es la misma. El poder está obligado a “consentir”, “tolerar”, “condescender”, las opiniones disidentes. La sociedad contemporánea asumiló la tolerancia, el “buen talante” y lo convirtió en obligación de las instituciones democráticas que tanto desprecian los radicales. Se transforma en huesos y sangre del Estado de Derecho y cuando una sociedad ya está regida por la separación de poderes que frena la tiranía, la tolerancia pasa a ser una virtud privada más que política.

En Dinamarca o Canadá a los ciudadanos les importa muy poco si el presidente tiene mal carácter, si al gobierno le gustan o no sus opiniones, sus costumbres sexuales, sus credos religiosos o el negocio a que se dedican para ganarse la vida. Si el gobierno se pone “intolerante”, peor para él. Nadie más vigilado que el mandatario de una nación libre y tiene que cuidarse más bien de la factura electoral o, en casos extremos, del impeachment. Los dictadores son especies anómalas que se reconocen por su mal halitosis. Donde hay uno, las cosas son al revés y allí los cuasi-ciudadanos, meros habitantes, accidentes demográficos sin derechos, deben vivir aterrados porque al que gobierna no se le ocurra ocupar propiedades, insultar, mandarlos a la cárcel contra la Ley, o lanzar tropas de asalto dirigidas por perdedores desquiciados. Los cuasi-ciudadanos trémulos, agradecen que sea “tolerante”, permita “un poco” de libertad y que no asesine gente, que no haya “excesiva” represión, que no se torture “mucho”, como si se estuviera ante Robespierre.

@carlosraulher

Conejo y su novia serpiente

Carlos Raúl Hernández

Entre extremos oscilan las expectativas sobre cambios económicos promovidos por el gobierno, que luce inseguro en sus pasos. Decíamos semanas atrás que en los ochentas después de un par de décadas de programas de la Comisión Económica para América Latina (Cepal) y de gobiernos populistoides, la región entra en un espantoso remolino, la Crisis de la Deuda. Había derrochado recursos en una industrialización parasitaria y no podía pagar las importaciones, sus monedas desaparecen en inflación y devaluación, y los sectores populares se depauperan. Los bomberos llegan con los Programas de Estabilización Macroeconómica del FMI, des-aprendizaje del basurero marxistoide; y la nueva cultura: que el flujo de los precios los equilibra y la libre convertibilidad evita la fuga de divisas; el Estado debe estimular los capitales nacionales y extranjeros, controlar los gastos fiscales y moderar las ganas de “hacer el bien” a costa de quebrar la economía. Invertir los recursos públicos con transparencia en puertos, aeropuertos, carreteras, hospitales, electricidad, escuelas y demás servicios, pero no gerenciarlos porque los destruyen la corrupción y el despilfarro. Eso era un programa “neoliberal” del FMI.

Aprendieron a nadar mientras se hundía la canoa y costó ahogos. Pero en Bolivia, Ecuador y Nicaragua, gobiernos revolucionarios del siglo XXI lo dejaron claro: bien lejos con nacionalizar o estatizar empresas (la señora Castro de Honduras anuncia electricidad gratis. Ya se verá qué pasa) En el aprendizaje varios patinaron con engendros llamados programas heterodoxos de estabilización, eufemismo para designar chapapotes, mezclas oliscas de buena intención con ignorancia (Vaclav Havel escribió que “no se podía saltar un abismo en dos trancos”). Raúl Alfonsín asume la Presidencia de Argentina en 1983 para enfrentar la crisis que dejó la dictadura militar. Presenta el llamado Plan Austral de 1985, cuyos autores creían como Hans que el problema era el sofá y quitar ceros a la moneda detendría la inflación, mientras denunciaban el “neoliberalismo” y la “inhumanidad del FMI”. Hubo profusión de planes piratas heterodoxos pareja de culebra y conejo, que no erradican la enfermedad porque el tratamiento era fastidioso. Controlaban los precios de servicios públicos que quebraban y de alimentos que desaparecían.

El amor a la patria no aceptó privatizaciones, pero sí miseria, recesión, devaluación, hiperinflación, desempleo. El austral se hunde y se editaron a la carrera billetes de 10.000, 50.000, 500.000 y 1.000.000. No pueden con la deuda externa y emprenden una nueva ociosidad, el Plan Primavera, que trajo saqueos, incendios, fuga de divisas, devaluación, record histórico de pobreza y renuncia del Presidente. Asume Carlos Menem y con un plan serio, el de Convertibilidad, bajó la hiperinflación a un dígito y puso a crecer la economía, pero su sucesor, de la Rúa, en lucha renovada contra el dragón neoliberal, descarrilará los pobres de nuevo al abismo con el fin de ayudarlos (como Caldera aquí y su propio plan pirata, la Agenda Venezuela) Luego la familia Kirchner culminará el desastre. En Brasil de 1986, el Presidente Sarney intenta su propio gatuperio, el Plan Cruzado. Al cruceiro le quitan tres ceros y se convierte en cruzado, control de precios y de cambio, con el iluso fin de parar inflación y devaluación.

Publican la tabla de precios controlados en las dos monedas y una manada de lobos de la superintendencia sale a extorsionar comerciantes. Más hambre, las favelas tuvieron fama mundial por enjambres de garotos que bajaban en masa de Pan de Azúcar a Copacabana a asaltar a los turistas. Para 1990 triunfa Fernando H. Cardoso, ya sin las telarañas de la teoría de la dependencia. Confesó con conmovedora humildad no saber nada de economía, pero bien sabía qué hacer y se rodeó de quienes podían ayudarlo. Produjo el milagro, marcando el camino seguido por Lula, aunque el PT le puso aditamentos como Odebrecht. Los asesores ecuatorianos en Venezuela deben recordarlo. Cardoso creó una moneda ficticia llamada URV (Unidad Real de Valor) que coexistió unos meses con el cruzado. Los artículos tenían un precio invariable en URV, aunque la inflación inercial en cruzados seguía.
La gente se acostumbró al URV y mientras creaba confianza en el Real, Cardoso realizaba cirugía de corazón abierto a la economía apoyado por el cardiólogo jefe del FMI (tal como hicieron Menem, Salinas, Sánchez de Losada, Carlos Andrés Pérez) con una montaña de dólares a cambio de racionalizar los gastos del Estado y vender sus despojos. Libera importaciones y estimula exportaciones para traer divisas. Emprende la reconversión industrial, e invierte masivamente en formar mano de obra técnica. Eleva las tasas de interés por sobre la inflación para recuperar el ahorro y el valor de la moneda. Dio confianza a los trabajadores, comerciantes, empresarios, campesinos, profesionales, que nadie con carnet del gobierno podía arrebatarles sus empresas o los productos de su trabajo. Quienes invertían su dinero para generar empleo, tenían la protección de las instituciones. Para vivir mejor había que trabajar y estudiar más. ¿Pasará aquí algo parecido? Naturalmente con el Poder Comunal y demás cucarachas voladoras, no se llega muy lejos.

@CarlosRaulHer

Antígona: el bien, el mal, el poder

Carlos Raúl Hernández

Para mi admirado amigo Eduardo Jorge Prats

Una revelación para mí volver a Antígona de Sófocles, leída la última vez hace muchos años por su belleza literaria, sin captar entonces parte de la profundidad ética, política y la exaltación al “acto in jus concepta” del poder, vigentes aún transcurridos 2500 años. La tragedia ática, Esquilo, Sófocles y Eurípides, resplandece en el siglo V a. C en la Atenas de Pericles. Hoy mera diversión previa a cenar con apego a unos vinos, para los griegos el teatro era actividad esencial en su formación ciudadana, política. Para comprenderlo, basta un dato. De los lugares más sagrados de Grecia era el santuario de Delfos, un complejo formado por el stadium, los templos de Apolo y Dionisio, el espacio para la Asamblea… y el theátron.
La tragedia (y la comedia) era de las más importantes instituciones de la polis, que promovía debates y respuestas sobre el ser y el deber ser, orientaba críticamente la opinión pública. Era la catarsis, término médico, para librar al alma de pasiones dañinas al analizar la vida de los hombres, el destino, tiké, las conflictivas relaciones entre ellos y con los dioses. Antígona decide enterrar a su hermano Polinices, contra una decisión brutal de su tío, el rey Creonte, quién ordena dejar pudrir el cadáver a la intemperie, como castigo por levantarse al mando de tropas extranjeras, argivas, contra Tebas, su propia ciudad. Tal cosa ocurre porque Teocles, el hermano de Polinices, incumplió el acuerdo de alternabilidad entre ambos y usurpa el poder. Se matan mutuamente en combate, asume Creonte el trono, y en siniestra venganza por la apatridia, dictamina que al cadáver del sobrino sea alimento de perros y zopilotes. Y a quien ose sepultarlo, lo sentencia a muerte.
Capturada luego de violar el mandato real, comparece Antígona ante Creonte, quien la condena a que la entierren viva, pese a ser su sobrina y novia de su hijo Hemón. Valerosa al extremo, Antígona responde altivamente al rey: “lo hice, no niego nada. Tus edictos no pueden estar por encima de las leyes no escritas de los dioses, que son para la eternidad”. Se lamenta de que a su edad (14 o 15 años) no conoció el amor. “Puedo enfrentar la muerte, pero no dejaría a mi hermano sin sepultura” y comienza una secuela de horror y sufrimiento para Creonte, los suicidios terribles de Antígona, luego de Eurídice y Hemón, esposa e hijo de Creonte. Incontables debates filosóficos, jurídicos y morales, algunos muy necios, giran en la modernidad sobre la acción de los protagonistas.
Unos resaltan la condición tiránica y torpe de Creonte, y otros lo justifican “porque el día siguiente de una invasión extranjera no podía mostrar debilidades”. Otros culpan a Antígona de temeraria al enfrentar inútilmente el poder, aunque en defensa de leyes trascendentes que ni los reyes podían desconocer, como le señala su hermana Ismenia. Enterrar los cadáveres era requisito para que sus almas pudieran ingresar al Hades, el mundo subterráneo, y de no hacerlo quedarían vagando eternamente. Además, las aves de rapiña trasladaban pedazos de carne putrefacta a los altares, y los dioses airados rechazaban los sacrificios, como le grita el visionario Tiresias. La profanación del cadáver era un arranque de odio y no de justicia, porque enterrarlo no ponía en peligro a la ciudad.
Otros acusan a Creonte de hibris, soberbia, desmesura del poder por irrespetar la ley no escrita de los dioses, pérdida autocontrol, “salirse de sus casillas”. La heroína defiende derechos que según la tradición iusnaturalista, están por encima de otras leyes y más aún, de las disposiciones tiránicas. Para no controvertir sobre iusnaturalismo y iuspositivismo, los consagran la Declaración de Derechos de Virginia (1776, la Constitución norteamericana (1787); y la Declaración de los Derechos del hombre y del Ciudadano (1789) decreta que… “La finalidad de cualquier asociación política es la protección de los derechos naturales e imprescriptibles del Hombre… la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión”. Kant les da un fundamento no metafísico, pragmático cuando prescribe que hay que proceder como si cada acto de nuestras vidas fuera a convertirse en ley para toda la Humanidad.
Antígona defiende la constitución por encima de la eventual sevicia de un déspota contra leyes no escritas. Sófocles deja enfáticamente claro que Creonte es un político rígido e imbécil. Sus asesores insistieron sobre lo grave del crimen contra Antígona, y su hijo Hemón suplica por ella con argumentos políticos sobre los efectos públicos de violar la ley divina. El pueblo tebano estaba en favor del perdón y Tiresias lo advierte estremecedoramente de la desgracia que lo aguarda. Sófocles no deja espacio para dudas, porque Creonte se retracta de su torpeza, pero ya la siniestra maquinaria de muerte se había desatado. Y la catarsis, la reflexión deja claro que la brutalidad de Creonte causo la orgía de sangre, sus propias, terribles, destrucción y desgracia. Al final, arroja la corona y sale solitario de la ciudad. Por eso cuesta entender el rebuscamiento de algunos críticos o hipercríticos, para concederle “razón de Estado” a un déspota criminal y fracasado, azotado como merecía por el máximo poder.

@CarlosRaulHer

Latinoamérica sangrante

Carlos Raúl Hernández

En el barrio Barra Funda de la atronadora Sao Paulo, se encuentra el Memorial de América Latina un gran auditorium para varias decenas de miles de personas, diseñado por el genial arquitecto Oscar Niemeyer. Al frente del Metro, la escultura de una mano gigante, cuya palma tenía una mancha de sangre con la forma del mapa de Latinoamérica. Las venas abiertas de América latina (1971) de Eduardo Galeano, seductoramente escrita, inspira esta sublime interpretación de la historia. Su autor la forjó de metales comunes: equivocaciones, mitos, fanatismo, resentimientos históricos y distorsiones de la realidad, una guía para la acción que lleva medio siglo de sembrar indigencia intelectual y de la otra. Aunque al final de su vida, Galeano la repudió, para nadie es negocio darse por enterado. Es la versión masiva de la teoría de la dependencia que en los setenta replantea los problemas de América Latina en términos de comunismo duro, para descubrir que la felicidad vendría luego de la “ruptura de la relación neocolonial” con el “capitalismo” a la manera de Fidel Castro.

Su hermana mayor era “la teoría del desarrollo” de Cepal, con varios puntos en común: repudio “administrado” a los capitales nacionales y extranjeros, que aceptaba con asco, mientras “la dependencia” los execraba. Ambas concebían que “el desarrollo” debía ser con capitales del Estado, empresas “estratégicas” bajo control nacional. Cepal recomendaba controles de cambio, precios y comercio exterior para subordinar las inversiones privadas, a regusto del populismo y el progresismo; y la segunda, manejo total de la economía por gobiernos revolucionarios. La sustitución de importaciones cepaliana pretendía superar la exportación de productos primarios, que había hecho de Latinoamérica una sociedad pujante, para crear industrias “nacionales dirigidas al mercado interno”, principalmente cerradas a la competencia extranjera. Nacieron industrias no competitivas, ineficientes, sustentadas por subsidios del gobierno, que no producían ingresos en divisas, sino al contrario monstruosos endeudamientos nacionales para sostenerlas.

A la entrada de los 80, los países llegaron a niveles extremos de empréstitos para mantener semejantes parásitos, con hiperinflaciones, hiperdevaluaciones, pobreza, desempleo, estancamiento. En 1982, México y luego Argentina y Brasil declaran default, vulgar bancarrota, y estalló un volcán que puso en peligro a Latinoamérica y el sistema financiero mundial. Debían 330 mil millones de dólares, tres veces el valor de las exportaciones. Los irresponsables causantes del desastre, cuyos colosales errores crearon una crisis mundial, ahora se frotaban las manos por “el fin del capitalismo”. Y se defienden atacando, atribuyen los daños, no a Cepal… ¡sino a los bomberos del FMI! que apagan el incendio. La izquierda crea su Golem, el “neoliberalismo”. El sabio Pablo Iglesias dijo que Galeano “le había dado voz a Latinoamérica”. Ciertamente, dejaron una huella profunda Darcy Ribeiro, Theotonio Dos Santos, Enzo Faletto, Ruy Mauro Marini, Octavio Ianni, Tomás Vasconi, André Gunder-Frank, Carlos Lesa, Aníbal Quijano, Vania Vambirra, Martha Harnecker, junto a Prebisch, Helio Jaguaribe, Oswaldo Sunkel, Celso Furtado y Alonso Aguilar.
Tan profunda que las venas abiertas no terminan de cerrar y todavía muchos profesores, estudiantes, sindicalistas, políticos, empresarios e intelectuales, inconscientemente, como el personaje de Moliere que hablaba en prosa y no lo sabía, se refieren al “neoliberalismo” y las “expropiaciones” como si las experiencias de Latinoamérica de los 80, Cuba y Norcorea, por un lado, y su antítesis China, Vietnam, Indonesia, Laos, Brunei, Malasia, Singapur, Japón, Australia y Surcorea de hoy, por el otro, no existieran. Latinoamérica en los 80 sale de la crisis gracias al FMI, en lucha agónica contra la izquierda más estúpida del planeta que quiso sabotearlos para liquidar el sistema capitalista (a la chilena ya la vimos en acción en 1973 y la seguimos observando). Luego, el cadáver insepulto del cepalismo regresa en la hermética cabeza de Caldera y más tarde el criptofidelismo económico de Giordani y Ramírez.
Los estragos de las “sanciones económicas” globales, permitiría entender que lo que “subdesarrolla”, es si y solo si, la ausencia de inversiones internacionales. Según el pensamiento anacrónico que revelan los debates en la “constituyente” chilena, hubiera ido mejor si nadie nos conociera nunca, como algunas tribus del Amazonas que viven en la Edad de Piedra. La lucha es contra la sociedad abierta, los factores modernos y productivos, para cerrarla al estilo soviético o africano, expropiaciones o nacionalizaciones, sin registrar lo ocurrido con el comunismo de Galeano. Lejos de ser una lucha contra el atraso latinoamericano es contra su avance y algunos tontos todavía cuestionan abiertamente la modernidad. La “dependencia” ni el cepalismo nunca pudieron responder por qué EEUU y Canadá, tan dependientes como Cuba o Nicaragua en su momento, son hoy grandes potencias mundiales. Tampoco por qué Venezuela se hundió en medio de los mayores precios históricos del petróleo y, la una vez desarrollada Argentina, hoy es pasto de la improductividad, corrupción, pobreza, y clama por el FMI.
@CarlosRaulHer

¿Qué es una constitución?

Carlos Raúl Hernández

Así titula su libro de 1863, el líder socialista Ferdinand Lasalle, una brillante carrera político intelectual que se truncó al morir a los 39 años en duelo por una mujer. Define la constitución como el conjunto normas inviolables que organizan al Estado y, elemento esencial, consagra los Derechos Fundamentales de los ciudadanos para defenderse de los grupos organizados, y del más poderoso de ellos, el gobierno. Desde los griegos, que la llamaban politeia, el pensamiento político se debate entre quienes, Lasalle et.al, concebían una, constitución normativa y los impulsores del populismo constitucional latinoamericano que la llena de ofertas incumplibles, la divorcian de la realidad y la convierten en constitución de fachada. El constitucionalismo medieval, la asociación de la comunidad para defender sus derechos, se materializa en Inglaterra frente al rey Juan Sin Tierra en 1215, quien firmó la Carta magna libertatum. En la Edad Media, la Iglesia y los filósofos de la Escuela de Salamanca, plantean el magnicidio como defensa contra la tiranía.
1. La Constitución normativa es un sistema de reglas basado en el consenso entre mayorías y minorías, y por lo tanto no pueden aprobarse por mayorías electorales, que suelen corresponder a circunstancias o pasiones alrededor de un jefe carismático. Protege a la comunidad del cambio en las reglas del juego que permite al “jefe” imponer, cuando le convenga, que el bateador se ponche con dos straight y no con tres; su perpetuación en el poder, o cualquier otra pulsión que conspire contra los Derechos Fundamentales.
2. La constitución norteamericana, la venezolana de 1961, y muchas otras, nacen de un complejo mecanismo de consenso entre partidos políticos, instituciones, sindicatos, gremios, y factores de opinión, mayorías calificadas de las dos cámaras del Congreso, los concejos municipales y las legislaturas regionales. Ni George Washington ni Rómulo Betancourt aprovecharon la fuerza de sus liderazgos para promover constituciones por votación mayoritaria o “aplanadoras” contra minorías.
3. La constitución normativa debe sine qua non garantizar la separación entre los poderes, y si no, es una constitución de fachada. Es la ley que hace legítimas las leyes en el esquema de Kelsen, concebida para perdurar, principios que el gobernante y los grupos de poder deben respetar, so pena de hacerse inconstitucionales. Según Montesquieu “nadie puede dormir tranquilo si el que gobierna es el mismo que hace las leyes”. En general los dictadores necesitan librarse de esa camisa de fuerza para hacer lo que les da la gana, y así “proteger la revolución y al pueblo” de las perversiones de la disidencia. Las constituciones pueden resentir el paso del tiempo, y para eso ellas prescriben el dispositivo, también por consenso, para sus reformas y enmiendas. “Constituyentes” para “refundar” estados constituidos, es un exabrupto histórico, regresar al pasado.
4. Las asambleas constituyentes surgen en el lejano siglo XVIII para crear estados democráticos y liquidar instituciones absolutistas en Europa, o coloniales en EEUU, implantar derechos fundamentales y configurar la separación entre ramas del Estado. Las dictaduras y los autoritarismos posteriores reencarnaron sus “constituyentes” para desbaratar el Estado de Derecho, destruir el sistema de partidos, las sociedades pluralistas y fundar nuevos absolutismos. El Estado pluralista obstaculizó eso y la constituyente el método para sustituir las “democracias burguesas” por “democracias populares” o “directas”, que muy pronto se tornan autocracias. Lenin convocó una “constituyente” en 1917 con el lenguaje ditirámbico del “renacimiento histórico”, “la sagrada soberanía popular”, “la creación del Estado proletario” y demás yerbas, pero como los bolcheviques perdieron, simplemente la eliminó. Quedó claro cuánto mandaba el pueblo y que “el constituyente” era él. En Chile hablaban de referéndum revocatorio, cuando repuntaba Kast. Por supuesto, ya no.
5. Las revoluciones se apañan en lenguajes jacobinos, en el radicalismo de las refundaciones, del “gran momento histórico”, “la nueva república” y demás romantiquerías, ridiculeces fatales, que aguan los ojos a los simples, para convocar “constituyentes” y destruir el sistema político establecido, los partidos, y poner las instituciones a su servicio. Para actualizar la Ley de leyes, como dijimos, ella consagra mecanismos de reforma o enmienda. En el contexto de sociedades democráticas, la constituyente originaria es una monstruosidad jurídica que establece “asambleas supra constitucionales” todopoderosas, por encima de la ley positiva (“sobre ella, solo Dios y el pueblo”) pero bajo tutela del caudillo de turno. Lo demostró hasta la saciedad la última oleada revolucionaria en Latam, en la que las imponen a los parlamentos y a las demás instituciones.
6. Esperemos que en Chile triunfe la razón. Su “constituyente” recuerda aquella anécdota del médico que dice al paciente “la operación fue un éxito, amigo. Pero hay una mala noticia: le cortamos la pierna que no era”. Las clases medias estaban aburridas y querían emoción revolucionaria pero el camino tomado es una ruptura con el que llevaban, que era excelente. Pero hay que darle chance a la realidad.
@CarlosRaulHer

Las brujas de Salem

Carlos Raúl Hernández

Hollywood ha sido siempre cañón subversivo contra el entramado del poder: corrupción judicial, turbideces de las grandes corporaciones, del poder político, la Iglesia, la mafia, los líderes, racismo, iniquidad, miseria, daños al ambiente, narcotráfico, corrupción policial. Al tiempo es de los principales aceleradores de pautas modernas de conducta y modernización social. En los años 30 el cine fue un milagro que contribuyó a recuperar la economía mundial. Por la cantidad de ingresos y empleo que produce, es una de las cuatro mayores industrias del planeta junto a la automotriz, las altas tecnologías y la energía. Como cualquier poder social autónomo, fue blanco del odio de conservadores de todos lados. Desde la izquierda, los filósofos de la Escuela de Frankfurt confundieron el medio con el mensaje y crearon contra él un rencor que aun respira, pese a su anacronismo. Theodor Adorno, Max Horkheimer y Herbert Marcuse elaboraron la seudoteoría contra la radio, el cine y la TV, uno de los más graves errores intelectuales del siglo XX, que todavía repiten los pericos también contra internet y el metaverso.

Su confusión viene de que Joseph Goebbels descubrió la potencia política del invento, convirtió al cine en punta de lanza, a Leni Reinfestal en cineasta oficial de los nazis, y la izquierda filosófica alemana no supo distinguir la maravilla creativa, del uso que le daba Adolf Hitler. Las grandes obras de Reinfestal, Olimpia y El triunfo de la voluntad, además de cúspides del llamado séptimo arte, son esenciales para entender el nacionalsocialismo. Sociólogos norteamericanos se embarcaron en los más ridículos disparates y simplezas ideológicas para hacer ver que las producciones cinematográficas envenenaban a seres humanos que suponían vacíos de moralidad y juicio, a los que una película manipulaba fácilmente. Luego vino la derecha, y el tristemente conocido senador Joseph McCarthy descubrió entre 1947 y 1954 que paradójicamente, por el contrario, Hollywood era un nido del comunismo que minaba la sociedad.

Desató la persecución a productores, guionistas, actores y técnicos. El senador y su Comité Contra Actividades Antinorteamericanas citan a declarar a 41 figuras de la industria. Pero la mitad rechazó asistir y denunciaron la violación de derechos constitucionales y crearon el Comité de la Primera Enmienda, encabezado por Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Gregory Peck, Katherine Hepburn, Kirk Douglas, Henry Fonda, Vincent Price, Gene Kelly y David O´Selznik. Algunos prodigiosos creadores extranjeros, Bertold Brecht, Fritz Lang, Charles Chaplin, tuvieron que irse del país; y John Huston, norteamericano, renunció a su nacionalidad y se hizo irlandés. Exactamente como la Inquisición y la política identitaria actual, el Comité invertía la carga de la prueba. El acusado debía demostrar su inocencia y para ello denunciar a comunistas o simpatizantes encubiertos y hubo reptiles que incriminaron a sus compañeros. Arthur Miller los representa en Las brujas de Salem.

Jack Warner, fundador de Warner bros y Louis Meyer, de la Metro Goldwyn Meyer delataron a sus trabajadores, y en menor medida Humphrey Bogart también se quebró. Orson Wells dijo de aquellos que “entre sus piscinas y la dignidad humana, se quedaron con sus piscinas”. Pero recordemos que hubo leones inquebrantables, Kirk Douglas, Dalton Trumbo, y Stanley Kubrick, entre otros, que resplandecen después de tantos años en la cinta Trumbo (Jay Roach: 2015) El director de la película cuenta el drama de guionistas como Trumbo obligados a trabajar en la clandestinidad, con nombres falsos, como recuerda Woody Allen en El testaferro. Al final la decencia y el valor se impusieron. Trumbo hizo con seudónimo el guion de Espartaco, (1960) dirigida por Kubrick, tal vez el director más sólido de la historia del cine, protagonizada por el legendario, inquebrantable y ya entonces intocable Kirk Douglas. Los tres se la juegan a fondo, incluso amenazan al estudio, para que el nombre de Trumbo apareciera en los créditos, y crean una gran crisis. Douglas amenaza con abandonar el rodaje.

El estreno de la película es una bofetada a los cazadores de las brujas y síntoma de la decadencia del sombrío McCarthy. Hoy vemos el retorno del oscurantismo al cine y a la cultura en general, la persecución implacable de personas por actos de su vida privada, la cancelación. Comienza con Me too y su linchamiento histérico de pecadores, una de cuyas primeras víctimas es nada menos que un titán de la actuación, Kevin Spacey, (revisar nota hoy en vertigomundial.com) quien dejó películas sin estrenar hasta el momento. Luego Johnny Deep, Woody Allen, J.K Rowling porque cuestionó a fundamentalistas ridículos que niegan la realidad del sexo, y hablan de “personas que menstrúan” y no de “mujeres”. El cómico Azíz Anzari, acusado por una mujer a la que hizo sexo oral, según ella “sin su consentimiento” (el debería patentar la fórmula de cómo logró algo tan difícil), Plácido Domingo, Blake Bailey, autor de una biografía de Philip Roth con mil páginas, hasta ahora vetada de circulación. Igual Shia LaBeuf, Armie Hammer, Liam Neeson, Janet Jackson, Brendan Fraser, Winona Ryder, Megan Fox, Hilaria Baldwin y etc. La inquisición de la derecha volvió desde la izquierda.

@CarlosRaulHer

Un arma no tan secreta

Carlos Raúl Hernández

Décadas atrás, Friedrich Hayek dijo que la democracia es un sistema intrínsecamente revocable, y con frecuencia se elige a quienes aspiran destruirla por métodos que ella misma establece, lo que descarta juzgar democrático a un mandatario por ser electo según sus reglas, y por medio del voto han accedido múltiples bataclanes, hasta llegar a Daniel Ortega y Nayib Bukele. Da pena repetir que los gobernantes califican como democráticos si provienen del voto y si lo son en su ejercicio. Cuando ganan los revolucionarios comienza un complejo e indefinido proceso, de desenlace no previsible. En el corriente siglo, el radicalismo revolucionario descubrió esto y diseñó una nueva estrategia, ya no el leninismo insurreccional, ni la guerra maoísta, ni golpe de Estado, sino introducirse en todas las ranuras del sistema con el discurso hiperdemocrático “injusticia”, “desigualdad”, “corrupción” y el ungüento de fierabrás: “la constituyente”, la “purificación” desde cero. La oposición venezolana fue incapaz de comprender esta nueva –y exitosa- tendencia y fracasó ridículamente, como sabemos.

De la euforia por la caída del bloque soviético a la fecha surgió la noción de que la democracia está en decadencia, y muchos piensan que difícilmente se recupere. Ante esta paradoja, la opinión simple suele atribuir su debilitamiento a la ineficiencia de los gobiernos, lo que le dice el discurso antisistema, y votan en las urnas contra ella. Esa no es la razón de fondo, ya que autocracias más corruptas, incompetentes y empobrecedoras, sobreviven décadas. Argentina fue brillante, potencia mundial alternativa frente a Estados Unidos y un día los ciudadanos optaron por Juan Domingo Perón, la hundieron en el subdesarrollo y siete décadas y media más tarde no se vislumbra su salida. El socialismo XXI hizo retroceder varios países de la región y luego de décadas, nacen pugnas en su seno para buscar trabajosas alternativas, incluso desde los propios impulsores. Los norteamericanos en su esplendor, eligieron (¿?) a Trump, hoy una mayor amenaza para el futuro inmediato.
Chile hoy decidió pasarse al camino incierto después de alcanzar el más alto nivel de vida del continente. Los ingenuos siempre pretenden “que no pasa nada” (“¡No, vale. ¡Yo no creo!”) y después se estrellan contra el arrepentimiento. Eso se explica porque los revolucionarios toman los aparatos ideológicos del sistema, los órganos de la cultura, universidades, profesorados, magisterio, intelectuales, medios de comunicación y dan la pelea por la conciencia colectiva, mientras los demócratas se burocratizan, se amodorran, abandonan la defensa de las ideas. El filósofo francés Félix Guattarí habló de una rebelión cultural previa a la toma del poder, “la revolución molecular”, llevada a las micro partículas sociales: “conspirar y respirar”. Conspirar tantas veces como se respira, hacer dominante un discurso o “relato” contra la realidad, convencer a pesar de toda evidencia a una sociedad satisfecha y armónica, que se trata de un infierno de injusticia y “desigualdad” regido por ladrones e incompetentes.

Triunfan, y como enseña la experiencia, sus políticas “igualitarias” desangran, arruinan, fracturan, hasta sumergir los países en el caos o la autocracia. ¿Se encamina Chile a desarrollar su democracia o a las turbulencias de un avance autoritario dirigido a lesionar su plenitud y prosperidad? Cabe decir que ningún estudioso serio se pone a adivinar el futuro, asunto más bien de arúspices, pero si a evaluar las tendencias, la orientación de sus líderes y las fuerzas y políticas emergentes, sin perder de vista que pueden tomar caminos imprevistos. El joven presidente Gabriel Boric no es un modelo de político constitucional, respetuoso de la ley y las instituciones, con conocimientos sólidos de los problemas de su país y de la geopolítica mundial. Fue un dirigente estudiantil profesional que nunca se graduó, luego drop up del sistema educativo. En su curriculum destacan el secuestro por 40 días de las autoridades universitarias, los tumultos anarquistas de 2011, el levantamiento de 2019 que hizo perder a Chile cientos de millones de dólares en destrozos y la “asamblea constituyente”. Y las políticas identitarias.

No estimula la intención de ponerle la mano a los 150 mil millones de dólares del sistema de pensiones –como hicieron los Kirchner, para dilapidarlos-, base de la acumulación que introdujo al país en el mundo desarrollado. Desconsuela la ligereza estudiantil de que “el pacto social chileno” se rompió porque “en la pandemia las empresas aumentaron sus capitales” (¿y qué va a ocurrir si se dispara la demanda mundial de vacunas y medicinas?) glosando a Trump contra China. Mueven al optimismo, la moderación de su discurso entre el balotaje, no se sabe si un recurso para sumar electores no radicalizados. También nombrar muchas mujeres en el gabinete y designar a Mario Marcel en el Banco Central; el apoyo de franjas de la Concertación, que lo prefirieron ante José Antonio Kast, por mediación de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet. En el Senado y la Cámara de Diputados están parejos radicales y moderados, lo que promete un intenso debate, pero cuentan con el arma no tan secreta: la “constituyente”, un aberrante poder supraconstitucional. Los militares observan. Apostamos a que todo salga bien para los chilenos.

@CarlosRaulHer

El pensamiento anacrónico

Carlos Raúl Hernández

Después de la Segunda Guerra Mundial, Latinoamérica vivió un auge gracias a sus exportaciones de productos primarios, pero en los 60 la Cepal estableció un modelo económico centralizador, "desarrollista" y estatocéntrico, cuyo holocausto fue la crisis de la deuda de los 80. Según la teoría, el subdesarrollo era consecuencia de exportar, cambures, café o petróleo, y de la mandrágora perversa de los capitales nacionales e internacionales. Adquirió academia el chauvinismo económico peronista y fidelista. Se necesitaba que el gobierno controlara la economía, la "ciudad al campo", según la ideología de Prebisch, Jaguaribe, Furtado, De Castro, Sunkel, Aguilar y la intelligentzia. "Los capitales privados son antidesarrollo y el Estado debe asumir sus funciones" decía el tercermundismo académico que promovió la aberración de sustituirlos y hostilizarlos.

La crisis era en todo el mundo, afectado por el estatismo, Estados Unidos, Europa, Asia y Oceanía. Durante los veinte años de la ilusión seudopatriótica, y como el gobierno es mal inversionista y peor administrador, nuestros países se pudrieron de "villas miseria", "favelas", barrios, hiperinflaciones, hiperdevaluaciones, desempleo, pobreza, crisis económicas y políticas. El tercermundismo cepalista hizo que países petroleros odiaran las empresas petroleras y los bananeros, las frutícolas. Cincuenta años después se retorna a la exportación primaria, pero con la elegante expresión commodities. En el infierno de los 80 hubo profundos debates y rectificaciones para el gran cambio, pero hábilmente la izquierda, sin reconocer su fracaso universal, inventó el “neoliberalismo”.

Los destrozos eran culpa, no del incendio populista, sino de los bomberos del Fondo Monetario Internacional (FMI) que lo apagaron. Pero 1989 ocurre en Venezuela el viraje. Por primera vez se emprende la descentralización, transferir la toma de decisiones políticas y administrativas desde el gobierno central hacia las gobernaciones, de éstas a los municipios y del aparato de Estado hacia la sociedad civil. Surgieron la elección directa de gobernadores y alcaldes, la reforma del Estado, del régimen municipal, y estímulo a las juntas parroquiales. La descentralización mejora la calidad de los funcionarios, porque gobernadores y alcaldes están obligados a administrar en beneficio de la comunidad si quieren ser reelectos. Los puertos y aeropuertos mejoraron espectacularmente su desempeño en manos de los gobernadores electos, y Cantv, lejos del gobierno, fue un milagro.


Para corregir los errores, en vez de populismo y corrupción, se requiere coordinar con gobernadores y alcaldes planes de inversión en infraestructura y educación. Después de 2000, vino la “contra” y el gobierno arrebató facultades a las comunidades para concentrarlas en las cúpulas. Hoy los puentes se caen porque mantenimiento y supervisión dependen de un funcionario en Caracas para quien Cúpira y Urica no son más que pequeños nombres en un mapa olvidado y bajo una ruma de papeles amarillentos. Igual las carreteras y las escuelas Descentralización territorial, modernización del Estado y apertura a las inversiones nacionales e internacionales, produjeron el "milagro" latinoamericano, devolver la economía al sentido común. El mundo comunista se hundió y renació China. Reagan emprende la reforma en EEUU seguido por Bill Clinton. Felipe González, Margaret Thatcher y François Mitterrand liderizan un proceso que quedó inconcluso con problemas para Europa.

Pero el pensamiento anacrónico reverdeció en 1998, volvió el pasado, la lucha de clases, se opuso al cambio, desató la “lucha contra el neoliberalismo”, y se pagó caro. Se entronizó “la constituyente” para centralizar y concentrar el poder, y retumbaba la desdichada frase, digna de la reina de Alicia en el país de las maravillas: “¡exprópiese!”. Venezuela, una sociedad que había saltado del atraso en 1958 a ser la más dinámica del continente, con las mayores reservas petroleras del planeta, se hunde en el cuarto mundo por obra del centralismo y el estatismo, fuentes fundamentales de la pobreza, corrupción, y desgracia de los grupos más débiles que dependen de los servicios que presta el Estado. Pero su ola ideológica universal colapsó en todas partes.


Hoy se habla de una ley de comunas que tienden a ser una hemorragia de recursos para seguirnos empobreciendo, o un punto de partida del verdadero poder del pueblo. El problema no es el nombre, pues comunas se llaman los municipios en varios países democráticos, sino el contenido. Servicios públicos decentes, requerirá dar poder “al pueblo”, una agresiva política para transferir competencias a las administraciones locales, independientemente del partido político al que pertenezcan los gobernadores y alcaldes, en el contexto de poderosos mecanismos de contraloría sobre los recursos. Los consejos regionales tendrían un papel importante que jugar. Así se creará empleo y mejorará la calidad de vida construir masivamente carreteras, electrificación, acueductos, cloacas, seguridad policial, ornato público, caminos vecinales, puertos, aeropuertos, terminales, trenes, autopistas. Hará más eficiente la economía y pondrá fin a la discrecionalidad para malbaratar.

@carlosraulher

Gato negro

Carlos Raúl Hernández

“Tienen miedo, porque le duele una muela y deben sacársela/ Se les quemó la sopa y quieren otra/ Su esposo es bajito y desea uno más alto/ Aquel piensa que su mujer es muy flaca y la quiere más voluptuosa/ A este le aprietan los zapatos, y los de su vecino le quedan bien/ Al poeta se le acabaron los versos y no se le ocurren nuevas imágenes/ Al pescador no le pican los peces/ Así se unen a la revolución/ porque la revolución les dará un pez, un poema, un nuevo par de zapatos una nueva esposa o esposo y la mejor sopa del mundo”... (En Marat-Sade de Peter Weis).

La pobreza no produce cambios políticos, sino gente afanada en conseguir alimentos para su familia. Esto lo tenía muy claro Jorge Giordani, pero no “el embajador” Gustavo Tarre. Con frecuencia menciono a Samuel Huntington, Crane Brinton, Gordon Tullock, quienes, entre otros, plantearon esa tesis que ilumina la ciencia política, desafortunadamente no muy conocida o entendida: las revoluciones, desde la americana, la francesa, la rusa (y ahora la chilena), nacen en períodos de crecimiento económico acelerado que derriba las barreras sociales y facilita a los revolucionarios hacer confluir los múltiples resentimientos de la condición humana con el fin de destruir la cohesión social. Chile superó los estragos de la pandemia y llegó a la exorbitante tasa de crecimiento de 17% en diciembre 2021 y 5.7% de inflación, esta última por efecto de retiros de ahorros aprobados por el Congreso, que dispararon la liquidez monetaria.


Una vida asegurada permite lanzarnos a manifestar en cueros a la calle, introducirnos objetos en el cuerpo, y quemar piras de televisores, teléfonos, sistemas de sonido, computadoras. Una inolvidable señora entrada en carnes y con su voluminosa desnudez pintada de verde, pedía constituyente porque en Chile había “una dictadura sexual” creada en la Concertación. No eran manifestaciones de madres famélicas o enfermos sin medicinas – tienen el mejor sistema de salud de la región- sino protestas ecológicas, culturales et.al., porque, como todo país desarrollado, Chile es de clases medias, y 70% de su población recibe ingresos de entre 600 y 725 dólares mensuales. Desde 2011, fecha de la emergencia política del hoy presidente Boric, se inició una ofensiva global de cientos de páginas Web, para desvalijar el llamado “modelo chileno”, oferta kapitalista.


El método, “buscar lo oculto” detrás de las cifras conocidas, usando para ello fake news, postverdades, con exitosos resultados políticos. El innombrable coeficiente de Gini, que compara el decil de menores ingresos con el decil de mayores ingresos, daría una sociedad “desigual”, aunque casi 80% de la población tenga ingresos de clases medias bien situadas. Según este “instrumento”, España, Italia, Australia, quedan par y par con Burkina Faso, Liberia y Uzbekistán. Los países más igualitarios del mundo serían Kazajistán, Azerbaiyán y Kirgistán. Dudo que semejante cosa sirva para algo. A pesar de “Gini”, Chile aparece entre los 25 “menos desiguales” (junto a Camerún y Venezuela) pero la señora pintada de verde habla de la horrenda desigualdad. Se escandalizan de que 20% de la población perciba 60% de los ingresos porque se imaginan unos cuantos jeques en Cadillacs de oro, pero la respuesta es mucho más simple.


Ese 20% son las grandes y medianas empresas que no es que “se quedan con la riqueza”, sino que la producen, y como sabe cualquier estudiante de economía, la distribuyen a través de salarios, capital variable (CV) inversiones en tecnología, instalaciones, capital fijo (CF) e impuestos en un país de inversión creciente (Chile tiene en treinta años un promedio de crecimiento por encima del mundial). 50% de la mano de obra percibe 560 dólares y otro 25% gana 730 dólares, largamente los salarios más altos de Latinoamérica. Lo dicho hasta ahora no significa necesariamente un pronóstico del club gato negro sobre el futuro del país de Pablo Neruda, Nicanor Parra y Gabriela Mistral. Los líderes del sistema político chileno se dejaron quitar el poder de las manos, porque, como en Venezuela y muchos otros países, no tuvieron capacidad política para responder al descrédito contra las instituciones que crearon ese nivel de vida desde la miseria anterior.


Gabriel Boric tiene en sus manos ahora el destino de los chilenos y “la historia no es previsible porque depende de la aleatoriedad y la voluntad de los protagonistas”, como demuestran muchos, entre ellos Humala. Rubricado por Michelle Bachelet y Ricardo Lagos, derrotó a un adocenado, mediocre y reaccionario candidato que pretendía ser el nuevo Paul Schafer de una especie de Colonia Dignidad. Los puntos principales de su agenda: la “constituyente”, la eliminación de los fondos de pensiones, el indigenismo anacrónico, son lo contrario de lo que necesitan para dar otro salto en su nivel de vida y desarrollo: estimular inversiones globales y locales en educación superior, y formar mano de obra en altas tecnologías. Pinochet implantó reformas económicas casi al mismo tiempo que Deng Xiao Ping en China y más tarde Bolivia. Lo afinaron, pulieron y mejoraron el Partido Socialista y la Democracia Cristiana en los treinta años de la Concertación, pero a diferencia, en un sistema constitucional de alternabilidad intachable. No fue la “extrema derecha” que dice la ignorancia.

@CarlosRaulHer