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Laureano Márquez

Feliz Navidad

Laureano Márquez

Estamos en Navidad, viaja la memoria a la más temprana infancia. Las Navidades nuestras eran siempre tiempo de dicha, de esperanza personal y colectiva. Al menos en los tiempos de mi niñez, a uno le parecía que había futuro, que había gobiernos buenos y malos, pero dentro de unos parámetros que no se sobrepasaban. Eran tiempos en los que mi padre escuchando a Caldera en “Habla el presidente”, decía invariablemente: “es que este hombre es demasiado presidente para éste país” y mi madre, con unas pocas monedas, me mandaba a comprar al abasto y me decía en la puerta: “¡ten cuidado, no vayas a perder las perras!” y el transeúnte desavisado que escuchaba se me quedaban mirando confundido, ante la ausencia de la aludida animala (antes no había que decir animal y animala), ignorante de que mi madre, siguiendo la costumbre española, llamaba “perras” a la plata (en España existía una moneda de 10 céntimos, que llamaban “la perra gorda” porque tenía un león, que a los españoles les parecía una perra gorda y por eso el nombre genérico del dinero allá).

En aquellos tiempos los padres le creían más a los maestros que a uno, porque nos conocían bien y sabían de qué éramos capaces y les autorizaban a darnos un coscorronazo. Nos tomábamos en serio todo el colegio, la tarea. Uno vivía y jugaba en grupo, para pasarla bien de verdad era indispensable el otro, el amigo. La condición de “mejor amigo” era sagrada y se corría el riesgo de perderla con facilidad, lo cual acarreaba no poco dolor, por ello uno aprendió a honrar la amistad.

Nuestra diversión era, fundamentalmente, el cine. Todavía algunos temas musicales me devuelven a ese momento ansioso de la espera del comienzo de esa otra vida que nos era dado contemplar en la pantalla y que por dos horas nos alejaba de la nuestra. En la mañana de los domingos iba a misa en catedral. La misa de 9 la oficiaba siempre Monseñor Feliciano González. Si en la tarde pedía permiso (había siempre que pedir permiso para todo) para ir al cine, mi padre decía: “yo no te entiendo, lo que ganas en la iglesia lo pierdes en el cine”.

Eran los tiempos del pan de a locha y yo creía en mi inocencia que eso era algo que no cambiaría nunca, como el precio de los fósforos.

El mundo ha cambiado y el país más. Si nuestros padres que ya no están supieran que un pan cuesta muchos millones, no lo entenderían. Hace mucho tiempo que no tenemos navidades enteramente felices sin que una ausencia, un dolor, una muerte arbitraria, un inocente preso nos las entristezcan.

Anhelamos un cambio que no viene, padecemos una maldad de la que durante mucho tiempo solo tuvimos referencias históricas. Pensábamos que la ergástula y la tortura eran cosas del pasado.

Creíamos que un razonable progreso era esperable, que uno estudiaba, se graduaba, buscaba trabajo, se casaba, compraba apartamento, tenía hijos y eso se llamaba felicidad. Una extraña sensación de vértigo se apodera de nosotros, como si nos faltasen coordenadas de navegación vital que antes teníamos: familia, religión, escuela.

En fin, perdonen la “divagancia” de este paseo por las calles de la nostalgia, era solo para decirles –amables lectores– que les aprecio y deseo para todos lo mejor en esta Navidad: que encontremos razones para vivir una vida más espiritual, menos agobiada, más contemplativa, amable y bondadosa, a pesar de la maldad reinante.

Que recordemos que todo lo que somos, nuestros valores e ideas, nuestra manera de pensar, nuestro sentido del bien y la justicia, del amor comenzó en una noche como la de hoy, en un humilde pesebre de Belén.

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Anatomía del mal

Laureano Márquez

El Dr Michael Stone, psiquiatra forense y profesor en la Universidad de Columbia, es toda una autoridad en el estudio de la «anatomía del mal». Él desarrolló una escala de la maldad y menos mal que no se le ocurrió inventar un aparato para medirla, porque en Venezuela se le revienta. Stone desarrolló una escala de 22 niveles de maldad, comenzando por el nivel del que causa en mal en defensa propia, lo cual no sería en estricto sentido maldad, hasta los últimos niveles en los que se ubican los asesinos en serie y autores de crímenes de lesa humanidad. Hablamos, en los últimos niveles de gente incapaz de sentir ningún remordimiento.

Ser malo también requiere de ingenio, destruir tampoco es tarea fácil. Para eliminar -entre otros a seis millones de judíos- los nazis se trazaron un plan impecable desde el punto de vista técnico. Hay que ver la organización que se requiere para asesinar sin prácticamente dejar rastro a más de seis millones de personas: construir los campos de concentración o ampliar los existentes, redirigir las vías ferroviarias (en medio de una guerra) para hacerlas llegar directamente al lugar de exterminio, la disposición de las cámaras de gas, el suministro del Zyklon B, la desaparición de los cuerpos sin dejar rastro. En fin, la completa organización para el mal.

La pregunta es: ¿el malo se sabrá malo o se miente a sí mismo autoengañando, haciéndose creer que lo que hace es correcto? Tiene que haber algo de esto último. Y el autoengaño se ubica en las premisas de las que se parte, por ello, un componente esencial del exterminio nazi tuvo que ver con la deshumanización del otro: si no se trata de seres humanos, entonces ya ha desaparecido parte esencial del problema ético. Chávez era un especialista en materia de deshumanización, siguiendo el ejemplo de Fidel, que catalogaba de “gusano” a todo aquel que se le oponía, el comandante era poseedor de un don especial para la degradación de sus aopositores. Hagan memoria: “escuálidos”, “cúpulas podridas”, “podredumbre”, “majunche”, “oposición putrefacta”. Que uno recuerde, nunca Chávez se refirió a algún adversario llamándolo por su nombre.

El nombre propio es lo que nos distingue a cada uno como ser humano especial y único, es lo que nos da identidad ciudadana civil como sujeto de deberes y derechos. Aquel que no tiene nombre, en cierto sentido no existe, de allí a lanzarle de un décimo piso, matarle con tiros de gracia o torturarle solo hay un paso. De aquellas lluvias vienen estos deslaves.

Las mentalidades tipo Fidel, Ortega, Evo, Chávez, Maduro, por solo nombrar a los de este atribulado continente, no pueden aceptar la alternabilidad en el desempeño del poder, porque no aceptan la existencia del otro. Al considerar que con ellos sus respectivas sociedades han alcanzado el máximo nivel de elevación política, cualquier perversión, cualquier maldad que les ayude a mantenerse en el poder, encuentra justificación. Es así como se produce la circunstancia de que ellos, que se oponian a dictaduras, regímenes criminales y sistemas corruptos, terminan siendo los protagonistas de las más criminales y corruptas dictaduras. ( Con razón decía el Nietzsche: «Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti»). Para llevar a cabo sus fines se aprovechan de la circunstancia inexplicable de que la humanidad es mucho más indulgente -por no decir cómplice- con las dictaduras de izquierda que con las de derecha.

Los especialistas han detectado algunos rasgos propios de la maldad, entre los cuales estan: egoísmo, ausencia de ética y sentido moral, narcisismo, derecho psicológico (las personas que creen tener más derechos que los demás), psicopatía, sadismo, etc.

La liberación de Venezuela no es sencilla porque es la lucha entre gente malvada cuya mente psicopática no conoce límites y otra gente que sí los tiene. Cualquier psiquiatra sabe que estos últimos están en terrible desventaja... y también en grave riesgo...

Quien con monstruos lucha...

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La embestidura de Sánchez, por Laureano Márquez

Laureano Márquez

En España, de cada diez cabezas,

nueve embisten y una piensa”

Antonio Machado

(poeta español)

Realmente España es un país de difícil comprensión, incluso para nosotros los hispanoamericanos. Sánchez es el presidente de un gobierno denominado “en funciones”, porque no ha podido, desde que sacaron a su antecesor, ser presidente con todas las de la ley (aunque algunos prefieren llamarlo “en defunciones”, por aquello de que, de momento, su único logro ha sido desenterrar a Franco). Negado rotundamente (“no es no”) en los meses precedentes a formar gobierno con el partido de Pablo Iglesias, tras múltiples negociaciones sin acuerdo, convocó a unas nuevas elecciones, para ver si, en una de esas, no necesitaba el apoyo de nadie.

Resulta que en las elecciones que acaban de hacer, a pesar de que tanto el partido Socialista como Unidas Podemos, redujeron su votación, lograron en menos de 48 horas el acuerdo –que en meses no habían alcanzado– para formar gobierno y con Iglesias –nada menos– que de vicepresidente.

Para Venezuela esto es una mala noticia. Pablo Iglesias apuntala incondicionalmente todas las dictaduras Iberoamericanas, apoyó y asesoró el chavismo en nuestro país y –a su vez– fue financiado por él para torcer el rumbo de España (otro logro post mortem del comandante eterno). Suponemos que la política de España hacia Venezuela cambiará para pasar de la alcahuetería actual, al abierto respaldo.

De hecho, no es casual que el primer mensaje haya sido para nosotros la tocata y fuga del Pollo Carvajal, cuya extradición solicitaba los Estados Unidos. Parece que todos en la madre patria se asombraron de que Carvajal supiese de la sentencia de la Audiencia Nacional, encargada de tramitar su extradición, antes que nadie. Risible asombro, a los venezolanos ya nada nos sorprende, menos de alguien de la calaña del personaje, portador de pasaportes falsos, especialista en contrainteligencia militar (que en nuestros países quiere decir brutalidad contra civiles) y en todo tipo de ilegalidades. Curiosamente, en vísperas de tan trascendente decisión, el gallinero de Carvajal en Madrid, permanecía sin vigilancia y ahora que se ha fugado han puesto un riguroso control policial en su casa, (je,je,je) será para evitar que regrese, dice uno.

Eso de que nadie aprende en cabeza ajena es una gran verdad. Los españoles consiguieron luego de la muerte de Franco, un gran acuerdo para la construcción de una de las naciones de mayor avance, progreso y bienestar del mundo, orgullosa de su diversidad cultural. En estos tiempos todos los bandos políticos, aunque a veces incluso lo ignoren, se han puesto de acuerdo para destruirla.

Sánchez necesita, además de el de Iglesias, el apoyo de los separatistas. Algo muy propio de la contradicción del alma española: “para formar un gobierno en España, se requiere del apoyo de los que no creen en ella”. Si yo fuese independentista catalán consideraría que no hay mejor momento que este para mis (des)propósitos.

La diáspora venezolana no sale de un susto, en Argentina vuelven la Kirchner, Chile se desestabiliza, en Perú y Ecuador nuestra presencia no es del todo grata, México asusta, Trump pone restricciones a los asilos, que supone uno España comenzará a negar. Para un venezolano, emigrar se está convirtiendo en casi lo mismo que “cambiar de camarote en el Titanic”. No está fácil, nos va quedando Islandia, Groenlandia y los países escandinavos. Ese cuento de que “España no es Venezuela” con el cual los españoles evalúan lo que les sucede, no consuela a ningún venezolano. Nosotros, que dijimos al comienzo de esta pesadilla nuestra con mucha seguridad y no poca vanagloria: “Venezuela no es Cuba”, mira ya por dónde vamos.

Es curioso comparando a España y América podríamos decir que tanto la pobreza como la abundancia extrema, producen monstruosidades políticas. En América se es de izquierda por estar mal y en España por estar bien.

Devolver la política al terreno del pensamiento visionario y lúcido, sustentado en ideas y principios, para arrebatárselo a la embestida oportunista del populismo demagógico, parece ser la tarea más urgente de la democracia actual para evitar que ésta se convierta –nuevamente– en Caballo de Troya de peligrosos totalitarismos.

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La cagastocracia

Laureano Márquez

Tomás Camba es un joven venezolano que acaba de ganarse una beca para asistir a uno de los campamentos de ciencia más importantes de la organización Stardom Up, en los Estados Unidos. Se fue de Venezuela a los doce años –tiene 14– y han descubierto en él habilidades extraordinarias para la ingeniería. Tomás tiene diseños para teléfonos que funcionan con energía eólica, entre otras ideas que han llamado la atención de la gente de ciencia por allá, donde esas cosas importan. Es de esperar que este niño haga grandes cosas en el terreno de la ingeniería. Es nuestro, lo produjimos nosotros, pero difícilmente vuelva, dado lo que se atisba en el horizonte.

Este país nuestro tiene una increíble capacidad para producir gente talentosa en todas las áreas de la ciencia y las artes, gente que tarde o temprano debe salir del país para triunfar. Somos un semillero de inteligencia que no aprovechamos, porque inteligencia y honestidad son en estos tiempos, la principal amenaza para quienes nos gobiernan. La pregunta se hace ineludible: ¿cómo en un país que tiene tanta gente brillante los peores siguen en el poder? Federico Vegas habla, en un extraordinario texto escrito en el portal Prodavinci, de la “cagastocracia”, que él deriva de “kakistocracia”, el gobierno de los peores.

Esta cagastocracia nuestra surge de dos variantes que aunan esfuerzos: la extraordinaria incapacidad intelectual y la repugnante condición moral. No es solo, pues, la increíble habilidad para demoler con absoluta falta de sentido común todo lo que alguna vez funcionó en el país, en un constante pulso entre incapacidad y corrupción –que vienen a ser los únicos motores que ha encendido el régimen–, sino también el estado de bajeza moral que detentan los líderes de la cagastocracia en su proceder: no existe freno alguno para perversidades de toda naturaleza, para la crueldad y para la violación de cuanto principio ético la humanidad conoce. Estos 18 años de entrenamiento en la ruindad, rinden en estos tiempos sus más acabados frutos.

Me refugio en este joven, repito su nombre: se llama Tomás Camba. Cada vez que por causa suya nombren a Venezuela, será para bien, para que el mundo nos vea como gente inteligente. En medio de esta debacle, seguiré sintiendo que el país que fue capaz de producirlo a él, tiene esperanza y redención, que lo bueno sigue allí, esperando su momento, su oportunidad de brillar, de construir ese país que está en nuestros sueños, de bondad, inteligencia, desarrollo, cultura y –sobre todo– libertad. Inevitable pensar, cuando se ve el talento juvenil en acción, en todos los que perdieron la vida en estos tiempos, asesinados, también en los torturados y encarcelados con saña cruel, por quien no tiene sensibilidad alguna para reconocer lo noble y lo bello.

Me invade la misma angustia de Vegas por la inutilidad de cuanto se escribe. La palabra y los argumentos solo son provechosos cuando queda un rastro de pensamiento en el destinatario. Razón tiene Alberto Barrera cuando señala que más que mediadores necesitamos traductores. Las palabras son cascarones vacíos. En el diccionario del poder, las palabras cambian de significado cada vez que usan, fluctúan, se devalúan también.

Cumplo otra semana con mi compromiso de escritura, ya sin rastro de humor, en espera de la próxima jugada de la cagastocracia que nos rige.