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Libertad: entre poder y redes

Artículos de opinión
Tiempo de lectura: 3 min.

 

El fin de la historia, calificó alguna vez Francis Fukuyama a lo que parecía ser el triunfo definitivo de la democracia liberal a fines del siglo XX. Su optimismo estaba bien fundado. Las democracias liberales, con su fe en la ciencia y la razón, en la defensa de la ley y los derechos humanos, y un sistema político de contrapesos institucionales que permitía la alternancia en el poder, habían generado un progreso económico y una estabilidad política sin precedentes. Uno tras otro, los países que habían languidecido bajo el yugo del imperialismo, en todas sus formas, optaron por la democracia en la segunda mitad del siglo XX. Parecía, en efecto, que a pesar de los problemas que arrastraba la democracia –un sistema frágil, que dependía del consenso alrededor de un pacto social que cualquiera podía romper– la humanidad había construido un sistema alérgico a dictadores, que garantizaba el progreso y las libertades.

Nadie pudo prever que el inicio del fin de esa historia estaba a la vuelta de la esquina. En 2016, el nacionalismo populista (tribal, autoritario, racista e irracional) empezó a sustituir a la democracia liberal en un país tras otro. Empezó con Brexit –la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea– y culminó con la elección de Donald Trump en ese año, y su reelección en 2024. El ascenso del populismo autoritario resquebrajó también los límites que habían obligado a otros líderes autoritarios a mantener, al menos, una semblanza democrática. La libertad fue su primera víctima. Los dictadores populistas no toleran la libertad de expresión y la crítica al poder.

El caso de Trump es el más sorprendente, porque tiene legitimidad democrática: recibió 77 millones de votos y, aun ahora, después de 100 días de caos gubernamental, mantiene una base de apoyo de 41%.

La conclusión no es optimista: la premisa de que los seres humanos son racionales y actúan a favor de sus intereses, raíz de la Ilustración, la modernidad y sus libertades, es falsa. Si fuera cierta, Trump no estaría en el poder y el muy rentable universo de la manipulación encabezada por las grandes compañías digitales y las redes –que han acabado aliadas con el poder– no hubiera podido destruir la libertad individual, manipulado el conocimiento y convertirnos en “usuarios” –simples datos– dignos de Orwell.

En un excelente libro –World without mind– Franklin Foer explica cómo Google, Facebook, Amazon y X, que rastrean todo lo que hacemos, pensamos y gustamos, se han convertido en los más importantes portales de información y conocimiento. Pero son, de hecho, una fuente de desinformación, que pone a nuestro servicio datos que alimentan nuestras fobias y filias más irracionales, deciden por nosotros qué leer y, a fin de cuentas, qué pensar.

 Amazon vende 65% de los e-books y 40% de todos los libros. Las casas editoriales dependen de ella y su multimillonario dueño puede decidir qué publicar o no. Facebook tiene 3.07 mil millones de usuarios –una influencia incalculable– y junto con Google busca el control social, fomentar el conformismo, vulnerar la libertad de expresión y enriquecerse. Usa sus datos para satisfacer lo que sus usuarios quieren o convencerlos que desean ardientemente lo que no sabían que deseaban. No le importa si la información que usa para ello es falsa o verdadera, fruto de investigaciones serias o teorías conspiratorias. Lo mismo sucede en X y en muchos podcasts que hacen a un lado la verdad y se precian de que ahí se puede decir lo que sea, incluyendo alabanzas a Hitler y denuestos a Winston Churchill.

Alimentar la irracionalidad de seguidores y usuarios ha tenido ya un terrible efecto político: no hay democracia que funcione sin votantes ilustrados. Además, estos monopolios digitales han modificado las reglas del juego político porque han puesto sus algoritmos y la cantidad abismal de información que han almacenado al servicio de políticos que han prometido respetar su poder monopólico y su riqueza. Esto les permitió a los brexitistas conocer las tendencias de voto en Gran Bretaña y manipular a los votantes. Y ganaron. Y también al equipo de Trump elaborar una campaña teñida de racismo y propuestas enloquecidas y ganar la elección. La información digital le permitió constatar que suficientes votantes apoyaban sus promesas de campaña para triunfar. Y lo logró. La respuesta frente a los dictadores es la resistencia inteligente y cotidiana; ante los manipuladores digitales, basta un click. ~

Publicado en Reforma el 4/V/25 EDICIÓN ESPAÑA

Letras Libres

6 de mayo 2025

https://letraslibres.com/politica/isabel-turrent-libertad-entre-poder-y-redes/