

La vida democrática no es solo un ajetreo electoral. La libertad tal como se concibe en estos tiempos es más que una consulta comicial. Es un granito de arena acumulado todos los días en cuanto se defienden y perfeccionan a escala mundial los derechos fundamentales, tales como los derechos humanos, la libertad de opinión, la iniciativa privada, la procura del consenso sobre las políticas públicas y desde luego, la alternabilidad en el poder.
Sobran los ejemplos en donde lo electoral y el resto del ejercicio democrático van en vías paralelas. Esto nos lleva a recordar un dicho popular: “hay autocracias con elecciones y elecciones sin democracia”. En muchos casos en América Latina el atropello a la esencia democrática se ha ocultado de mil maneras, entre otras con el ejercicio electoral, el cual en muchas ocasiones es víctima de la manipulación y de un claro ventajismo.
Aún en el caso que hubiera un cuadro favorable a unos resultados electorales virtuosos, si estos no van acompañados por otras maneras de procurar las libertades reales, de nada vale tener un frenesí comicial si no hay una separación de poderes, una libertad de opinión respetada y una práctica pluralista de las ideas.
Todo esto viene a colación al observarse los primeros tanteos opositores en Venezuela en torno al proceso comicial presidencial del año 2024. En efecto, uno va calibrando las diversas opiniones que han surgido frente al tema y concluye que no se están planteando bien el pasado, el presente y el futuro de esas elecciones. En primer término, la consulta electoral es un instrumento para aumentar la presencia política opositora, no es un fin en sí mismo. Si el objetivo es participar, no se puede perder el tiempo discutiendo sobre la metodología para realizar unas elecciones primarias presidenciales. El candidato debe ser escogido de acuerdo a las encuestas de opinión.
En segundo lugar, esa candidatura no debe plantearse como una opción polarizada. Quien represente el sector opositor debe tener en cuenta que no basta “convencer a convencidos” sino que tiene que tener la mano abierta para recoger para su causa, amplios sectores de venezolanos que están desmotivados e inclusive que son simpatizantes de la otra opción. En síntesis, el candidato no debe caer en la trampa de la polarización.
Sobre todo, el candidato debe articular su presencia y compromiso con un programa de rescate democrático para el país que no se quede en lo meramente electoral. Debe tomar ventaja de su posición para señalar las fallas generadas por el otro y mostrar cómo ellas se van a superar a través de una alternativa que no mire al pasado, sino más bien, que se proyecte hacia un futuro democrático.
¡El juego está trancado? No creo que lo esté, pero sí está difícil de seguirlo en medio de tantas dificultades. Una candidatura presidencial puede ayudar mucho si se concibe correctamente. Y para ello vale la pena discutir estas cosas. No hay muy poco tiempo, pero sí lo suficiente para lograr la confianza de los ciudadanos que buscan una opción que sea sensata, abierta y deseable. Lo demás es cuento chino…