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Cómo interpretar el 21N y qué hacer ahora en Venezuela

Opinión
Artículos de opinión
Tiempo de lectura: 5 min.

Una propuesta para la nación

El pasado 21 de noviembre el pueblo venezolano dio una lección política a todos los que aspiramos influir en favor del cambio que creemos necesario en Venezuela, así como a quienes pretenden mantener todo como está. De los venezolanos habilitados para votar (excluyendo un 20% de electores que están fuera del país), lo hicieron cerca del 53%.

Todo esto ocurrió, a pesar de que la oferta electoral opuesta al PSUV se presentó dividida con muchos líderes nacionales llamando a la abstención y que el interinato argumentó la inexistencia de condiciones electorales competitivas. Cabe destacar también, la inhabilitación arbitraria de innumerables candidatos, así como la confusión generada por el secuestro de numerosas tarjetas políticas y el reducido tiempo que se dio para la campaña electoral. La escasez de combustible y la precariedad de recursos económicos para financiar las campañas de la mayoría de los partidos de oposición, conspiraron igualmente en contra de los derechos políticos de los venezolanos. Sin embargo, a desconsuelo de este escenario desfavorable, la mayoría de las personas habilitadas para votar, lo hizo en contra del PSUV. Este es, sin duda alguna, el dato más relevante de este proceso electoral.

Por encima de todo el despliegue financiero, comunicacional, logístico, burocrático y hasta represivo, el PSUV fue minoría en todas las regiones del país. En 20 de los 23 estados del país dejó constancia de su condición minoritaria. No obstante, el gobierno tuvo una mayor habilidad para maniobrar y ningún escrúpulo para provocar divisiones y anular arbitrariamente a las fuerzas que se le oponen. Fue una “victoria” electoral del PSUV, aunque también una derrota política, si consideramos el uso abusivo y desproporcionado del erario público para financiar su campaña.

En todo caso, este resultado reafirma que la vía electoral es un instrumento que permite avanzar en la acumulación de fuerzas necesarias para propiciar un cambio pacífico y democrático en nuestro país. Atrás quedan, con este resultado, las tesis basadas en salidas de fuerza y otras rutas alejadas de la movilización social pacífica. Igualmente, deja en evidencia que el voto, en sí mismo, es tan inútil como la abstención, si no tiene como respaldo un poderoso movimiento social, que haga valer sus derechos y que tenga la capacidad de ejercer presión para que la voluntad de las mayorías sea reconocida y respetada.

El falso dilema votar/abstenerse se centra en perspectivas morales que en nada nos aproximan a una salida a la crisis. La abstención es una sanción moral efectiva en naciones con alta cultura democrática, con gobiernos que entiendan el significado de la palabra “legitimidad”, pero en autocracias envilecidas, ninguna sanción moral genera cambios en la coalición dominante, más allá del aislamiento internacional. De lo que se trata es de organizar y movilizar a la ciudadanía, pacífica y masivamente, en la defensa de sus derechos constitucionales. Esta es la verdadera tarea estratégica que tiene el pueblo venezolano.

Es menester, pues, reconstruir el tejido social y recuperar el sentido de la política, en tanto acción para el alcance del bien común. En consecuencia, es indispensable una refundación del mundo partidista. Los partidos deben ser instrumentos de formación de líderes y estadistas comprometidos al servicio de la nación. Para esto, deben proponerle a la sociedad un proyecto de nación. Hoy no existe ningún partido que tenga capacidad de ocupar el gobierno, ni de dirigir, técnica y programáticamente, la reconstrucción nacional. El reto no es solo un cambio de gobierno, sino de la manera de gobernar.

En suma, se requiere superar la cultura política maquiavélica, en la que el poder es un fin en sí mismo, en la que la gestión del gobierno está al servicio de las élites políticas y no al servicio de la República. Urge un cambio en nuestra cultura política y éste debe empezar por el liderazgo político y social de la nación.

Por esto proponemos la siguiente hoja de ruta al país:

1. Iniciar un proceso de democratización de todas las organizaciones partidistas y sociales. No es posible convocar a la democratización del país si las organizaciones políticas y sociales venezolanas no han sido renovadas en muchos años. Quizás muchos de los líderes actuales repitan en coaliciones sindicales, rectorías universitarias, gremios, partidos, etc., pero la democracia debe ser, en primer lugar, un movimiento cultural irradiado desde las vanguardias de la sociedad. No se trata de elegir voceros nacionales, pues no estamos en la etapa de escoger candidatos presidenciales. Se trata de que cada organización active sus mecanismos democráticos para la renovación de sus liderazgos internos y mecanismos de trabajo. Esta es una condición necesaria para reconectar a las vanguardias con las fuerzas motrices de la sociedad.

2. Iniciar, desde ya, conversaciones entre las diferentes fuerzas políticas y sociales para evaluar la posibilidad de construir una agenda común. Esto incluye a la Plataforma Unitaria, a la Alianza Democrática, a Fuerza Vecinal, a la APR, al FAVL, a Foro Cívico, a las iglesias, centrales sindicales y gremios, empresarios, comerciantes, productores, entre otros. Creemos que es posible encontrar espacios de confluencia de intereses, pero implica dejar de lado los sectarismos, las bajas pasiones y pretensiones hegemonistas. No se trata de construir una unidad perfecta, sino de construir espacios de coordinación democráticos y amplios, con agendas comunes de lucha. Es más importante unificar una hoja de ruta que la forma concreta que debe tener una nuevo aparato orgánico. Esto último será mucho más fácil de resolver, si primero logramos construir la ruta común.

3. Asumir de una vez y sin vacilaciones, una nueva teoría del cambio centrada en la despolarización, el reconocimiento y respeto del adversario, la reincorporación de las grandes masas a la lucha pacífica por sus derechos, así como la negociación de elecciones competitivas como vía de reinstitucionalización del país.

4. Reconocer el Referéndum Revocatorio como herramienta para consultarle al pueblo su voluntad, en condiciones de democracia e independencia institucional. Sin embargo, actualmente se requiere de tres condiciones: cambiar el reglamento actual que hace prácticamente imposible su realización, lo que lleva a la segunda condición, que haya un acuerdo en México para poder cumplir con la primera condición y, por último, construir un acuerdo entre todas las fuerzas democráticas para llevarlo a cabo. Sin estas tres condiciones será imposible su realización y podría conducir al país a una nueva frustración. Pedimos que este instrumento no se use irresponsable y demagógicamente con pretensiones personalistas. El país necesita líderes responsables en este momento.

5. Concentrar todas las voluntades posibles en la reconstrucción de los movimientos sociales que le dan vida sustantiva a un pueblo. Esta es la condición indispensable para transformar nuestra sociedad agonizante, autocratizada, desigual y destruida institucionalmente, por una sociedad próspera, democrática y justa.

Sirvan estas propuestas para enriquecer los debates que se están dando nacional e internacionalmente a la construcción de una nueva ruta democratizadora para Venezuela.

Movimiento por la Democracia

Dirección Nacional