

Se aproximan los días en que pongamos fin a la usurpación criminal de Maduro, Padrino, Cabello y sus cómplices fascistas. Hemos aprendido de su total falta de escrúpulos, de principios y de consideraciones éticas o humanitarias, para salirse con las suyas. Por tanto, debemos tomar todas las previsiones necesarias para evitar el saboteo de la mafia desplazada y asegurar que la transición hacia la democracia sea exitosa. Esto significa, entre otras cosas, saber lidiar acertadamente con las expectativas albergadas por tanto venezolano desesperado por resolver de inmediato sus condiciones de vida. Ciertamente, los lineamientos del Plan País, en manos de un gobierno competente, auguran una rápida mejora de la situación nacional, sobre todo si se cuenta con amplio apoyo financiero internacional, generando empleo cada vez mejor remunerado, abastecimiento pleno de bienes y medicamentos, recuperación de los servicios públicos y disminución de la inseguridad. El problema está en que el grado de destrucción bajo Maduro ha sido tal que plantearse alcanzar niveles medianamente aceptables de vida, como estábamos acostumbrados los venezolanos, no ocurrirá de pronto. Habremos de heredar un estado fallido, descompuesto, casi inoperante. Evitar que las dificultades a enfrentar o la velocidad de los cambios sea menor al deseado y se conviertan en pasto de la demagogia de las mafias fascistas para dar al traste con la transición es, por tanto, un imperativo en la conducción política del proceso.
Un aspecto a incluir como respuesta es dar a conocer profusamente los detalles y alcances de la devastación generada por estas mafias depredadoras. El aspecto comunicacional, reiterado y claro, será crucial. Que se evite, en lo posible, el choque de expectativas con la dura realidad como ocurrió con la victoria electoral de Carlos Andrés Pérez para su segunda presidencia, que llevó a muchos ilusionados a esperar un regreso mágico a la bonanza de la “Gran Venezuela” de su primer gobierno. Si bien el ajuste ahora no será contractivo, como fue entonces, sino expansivo, liberando las fuerzas productivas, las condiciones de las cuales se partirán son excesivamente precarias. Que se entienda que regresar a los niveles de consumo alcanzados durante 2012, último año del gobierno de Chávez, cuando el petróleo estaba a $100 el barril, se contaba con enormes sumas por endeudamiento público y se “botó la casa por la ventana” a cuenta de las elecciones, no será posible sino con el esfuerzos sostenidos durante años por incrementar la competitividad, aprovechar el talento y los recursos de la nación, estimular la iniciativa privada, atraer importantes inversiones extranjeras y reformar cabalmente el sector público. Que nadie se ilusione con que basta con salir de esta mafia criminal para que regresemos, por arte de magia, a la prosperidad que nos deparó en el pasado la renta petrolera.
La viabilidad social y política de la transición democrática habrá de descansar en que el venezolano entienda que la Venezuela rentista es hoy una quimera que quedará para siempre sepultada. Si en algo sirven modestas explicaciones como las ofrecidas en estas páginas, bienvenidas sean.
Economista, profesor de la UCV.
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