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Opinión

Fernando Luis Egaña

Parece absurdo que en medio de una nueva oleada de emigración, cada vez más precaria; además de todos los horrores que agravan la crisis humanitaria o diría existencial del país; se siga proclamando la esperanza en Venezuela.

Absurdo también parece que mientras la hegemonía despótica y depredadora continúa haciendo lo que le da la gana; sin que haya un contrapeso en la oposición política, sino todo lo contrario en variados ámbitos; se siga proclamando la esperanza en Venezuela.

No menos absurdo parece que al tiempo que se refuerza el enchufe y la aceptación interesada, como medio para el aprovechamiento patrimonial y político del continuismo despótico; se siga proclamando la esperanza en Venezuela.

Absurdo tiene que parecer que en una nación sojuzgada, despreciados los derechos humanos de su pueblo, y controlada por feudos imbricados con el mundo de lo ilícito; se siga proclamando la esperanza en Venezuela.

Y lo que parece más absurdo, es que cayendo el conjunto del país por un despeñadero, que aumenta el sufrimiento social, familiar y personal de la abrumadora mayoría de los venezolanos; se siga proclamando la esperanza en Venezuela.

Pues yo sigo proclamando esa esperanza, contra viento y marea, y a pesar del pesimismo que suscita cualquier vistazo a la dramática realidad de nuestra patria.

Los aspectos afirmativos de la historia nacional, y en especial del período democrático de la República Civil, son un fundamento de esa esperanza.

El inmenso potencial de Venezuela, en recursos de diversa índole, y sobre todo en capital humano, aun estando en el exterior, es otro fundamento de la esperanza.

Los activos del pueblo venezolano en cuanto a la solidaridad, el carácter abierto, y la capacidad de soportar las dificultades más dolorosas; superan sus pasivos que, siendo muchos y complejos, no tienen por qué ser inmutables, y menos en un contexto distinto que promueva los valores del trabajo y la constancia. He aquí un fundamento de la esperanza.

La esperanza, siempre, tiene un fundamento espiritual, no sólo para los creyentes sino para toda persona de buena fe. La esperanza nos ánima a esperar bienes futuros. Pero hay que poner todos los medios legítimos para ello.

No creo que eso se esté haciendo. Y debe hacerse con la convicción de que la esperanza en el cambio efectivo, y la fuerza que se deriva, no es un absurdo sino una necesidad vital.

Mail: flegana@gmail.com

Fernando Luis Egaña es Abogado-UCAB. Exministro de Información.

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Humberto García Larralde

Uno de los aprendizajes más frustrantes que han tenido que hacer los venezolanos de bien, es que el triunfo de la justicia no se sustenta sólo en tener razón. Me refiero, claro está, a su experiencia ante el régimen de Maduro. Éste ha destruido sus medios de vida, condenando a las grandes mayorías a niveles de miseria desconocidos, con su secuela de muertes por enfermedad y desnutrición. Sus jefes tienen las manos manchadas de sangre por los centenares de manifestantes asesinados, la mayoría jóvenes. Recordemos que Maduro se hizo filmar bailando, en una ocasión, para demostrar que estas protestas le resbalaban.

Bajo este régimen, son miles los «ajusticiados» en operativos de los cuerpos de seguridad en zonas populares y fronterizas. Ha sido denunciado reiteradas veces por los organismos más respetados de defensa de los derechos humanos, tanto de la ONU, la OEA, como por ONGs reconocidas, de torturar y dar muerte a disidentes encarcelados, y de cometer crímenes de lesa humanidad contra la población venezolana, con acumulación de evidencias.

Tiene una investigación abierta en su contra por la Corte Penal Internacional por este motivo. Bajo su amparo, se han producido las mayores corruptelas de América Latina. Ha pisoteado la soberanía nacional al someterse a los dictados del régimen cubano, permitiendo la intervención de sus agentes en asuntos de seguridad nacional, y a los intereses geoestratégicos e imperiales de Rusia, China e Irán. Y la cosa no para ahí.

Pero, a pesar de haber obrado tan denodadamente en contra del bienestar de los venezolanos, Maduro seguía ahí. El acabose fue cuando se hizo «reelegir» trampeando las elecciones. «Reelegir» al peor gobierno que, por mucho, ha tenido la Venezuela moderna, representó un contrasentido total, difícil de asimilar, ya que ofendía los principios más básicos de justicia social y política. Conforme a cualquier criterio racional, ello jamás debería haber ocurrido. Con una convicción tan contundente, negarle todo derecho a existir y hacer presión, tanto con interminables protestas y/o con acciones heroicas como las de Oscar Pérez, bastaría para que se fuera. «Maduro, vete ya», resumía esta actitud. Confiados en que tal convicción era compartida por quienes, desde otros países mostraban su compromiso con la restitución de la democracia en Venezuela, muchos creyeron que, más temprano que tarde, se hallarían los medios para deshacerse de tan nefasto personaje. «Todas las opciones están sobre la mesa».

Sucede que el régimen de Maduro ha evidenciado una resiliencia inaudita frente a estas consideraciones de racionalidad y justicia. Los venezolanos hemos ido entendiendo que enfrentamos una fuerza con insospechados recursos para permanecer en el poder. Y costó aceptarlo, porque estos recursos tienen poco que ver con los que tradicionalmente caracterizan a las luchas políticas en democracia. Hasta las dictaduras que asolaron a América Latina el siglo pasado solían rendirles tributo a ciertos símbolos democráticos para cuidar sus espaldas –notoriamente mantener el visto bueno del Depto. de Estado de USA—, mientras hacían desaparecer a quienes luchaban por su restitución y cerraban la prensa crítica, en nombre de combate contra la subversión comunista. Es decir, a pesar de sus crímenes y numerosas corruptelas, cuidar las apariencias era un activo que procuraban no estropear para “legitimarse”.

La dictadura de Maduro es otra cosa. Su permanencia en el poder se ha valido de la corrupción abierta de factores decisivos, en primer lugar, de quienes controlan a la fuerza armada, a los tribunales y, desde luego, a la industria petrolera. Ungidos de un lenguaje redentor que capitalizó los resentimientos de quienes se sintieron marginados de los beneficios que presuntamente les correspondían por ser ciudadanos de un país rico, los «revolucionarios» que tomaron el poder «justificaron» el desmantelamiento de las instituciones del Estado de Derecho. Edificaron una realidad alterna en la que lo correcto, políticamente hablando, se identificaba por su funcionalidad para con la consolidación del chavismo.

Todo criterio independiente de verdad y de justicia fue avasallado por una moralina que fundamentaba un Nuevo Orden, supuestamente superior. Y encontró eco en apetencias de poder parecidas de quienes, en otros países latinoamericanos, se sentían legitimados en la mitología construida en torno a la revolución cubana, avalada también ahora por la retórica antiimperialista de Chávez.

Como lo recogió Milovan Djilas con relación al caso Yugoeslavo, sus dirigentes no pestañearon en justificar sus privilegios crecientes a cuenta de haberse sacrificado por la liberación popular. Se sustituían, así, los mecanismos de asignación de recursos de un capitalismo «decadente», amparados por un Estado «burgués», por aquellos que favorecían la construcción del socialismo. Se afincaba, en realidad, el régimen de expoliación que en Venezuela conocemos tanto, sujeto al arbitrio de quienes acapararon el poder, pero cobijado en una burbuja ideológica que los proyectaba como auténticos herederos del Libertador.

La lealtad y obsecuencia para con el líder indiscutible y con sus acólitos más cercanos se transformó en la llave que abría oportunidades inusitadas de lucro, más cuando el petróleo se mantuvo, durante años, en torno a los $100 el barril en los mercados internacionales. Más aún, el mero disfrute de derechos ciudadanos dependía de profesar la adecuada lealtad. Se consolidó, así, una alianza non sancta de intereses comprometidos con el mantenimiento de un orden fundado en el uso de la fuerza y la instrumentación parcializada del poder judicial, sustentado en la inobservancia de los derechos humanos, como de los mecanismos legales de control y de rendición de cuentas, que acabó con las libertades básicas y llevó al país a la ruina. Y buscó el apoyo de autocracias diversas a nivel internacional, hermanadas en su enfrentamiento al orden mundial dominado por EEUU.

A pesar de los trágicos destrozos que han infligido al país, quienes ostentan el poder siguen sirviéndose de las mismas tesis para potabilizar, ahora, la generación de ingresos provenientes de fuentes que antes tanto denostaban, el empresariado privado. No obstante, los reacomodos que, sin duda, se habrán producido ante las adversidades que ellos mismos provocaron, su perspectiva continúa siendo, básicamente, la del mundo al revés que proyectaron para «legitimar» su «revolución», pero referida, ahora, a una realidad muy diferente a la de entonces.

En absoluto manifiestan propósitos de enmienda con relación a la necesaria reposición de garantías mínimas a la inversión y al emprendimiento, ni al reconocimiento de derechos civiles y políticos sobre los que descansan la confianza y la seguridad requerida para que éstos prosperen. Continúan los atropellos de quienes reclaman sus derechos, el acoso o prohibición de medios de comunicación independientes y el cierre de emisoras.

Desde la impunidad que les regala un poder judicial abyecto, siguen pontificando contra los «enemigos» de Venezuela. Y se juegan la carta, ahora arriesgada, de alinearse con el genocida Putin, el gánster Ortega y con la cada vez más corrompida Cuba, para mantener sus fueros criminales ante quienes los acusan de violar los derechos humanos, argumentando la autodeterminación de los pueblos. Ni hablar de su contubernio con la guerrilla colombiana o de sus alianzas con organizaciones terroristas de Medio Oriente e Irán.

Estos son los referentes ante los cuales articular una política coherente y eficaz por parte de la oposición democrática en pro de la superación de la terrible tragedia que agobia a los venezolanos. El chavo-madurismo sigue contando con recursos poderosos, notoriamente del apoyo de una cúpula de militares traidores, cómplices centrales del régimen de expoliación, quienes se creen dueños del país. Pero se ha visto obligado a moverse ahora ante una realidad que responde a estímulos diferentes a los que se han acostumbrado a aplicar. Empiezan a verse las costuras. ¿Podrán encontrar en Petro y, previsiblemente, en Lula, el refugio que anhelan? Porque el entorno internacional tampoco es el mismo de antes.

Las protestas han vuelto a sacudir calles y pueblos. Ante la desidia e incompetencia de quienes deben responder y los yerros de una política económica incapaz de estabilizar los precios y el dólar, están los elementos para construir una fuerza lo suficientemente poderosa, capaz de forzar los cambios que permitirían un proceso de transición hacia una verdadera democracia. Si bien es suicida cerrarnos en una postura de «Maduro vete ya», es ingenuo creer que, impulsado por las exigencias de reactivar la economía, debamos esperar que respete, simplemente por las buenas, sus reglas de juego.

Mail: humgarl@gmail.com

Humberto García Larralde es economista, Individuo de Número de la Academia Nacional de Ciencias Económicas. Profesor (j) de la Universidad Central de Venezuela.

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Fernando Mires

En una de las pocas referencias escritas sobre América Latina por Alexis de Tocqueville en su clásico, La Democracia en América, podemos leer las siguientes palabras: «La América del Sur es cristiana como nosotros; tiene nuestras leyes y nuestros usos; encierra todos los gérmenes de civilización que se desarrollaron en el seno de las naciones europeas y de sus descendientes; América del Sur tiene, además, nuestro propio ejemplo: ¿por qué habría de permanecer siempre atrasada?”.

¿Por qué los buenos deseos de Tocqueville no han llegado a cumplirse? Para muchos, Latinoamérica sigue siendo un subcontinente del desorden, patria de dictaduras, paraíso de populistas, revoluciones con promesas nunca cumplidas. Continúa también siendo otro Occidente, más geográfico que histórico. O más literario que político. “El lejano Occidente” lo llamó Alain Rouquié.

Arqueología política

Tengo en mis manos un libro del sociólogo alemán Klaus Meschkat. Su título: La crisis de los regímenes progresistas y el legado del socialismo de Estado. Útil para intentar comprender una mitad de la política latinoamericana, me refiero a esa franja cubierta por la izquierda, a la que Meschkat llama, «progresismo».

Bajo el concepto amplio de «progresismo» entiende Meschkat a la llamada izquierda revolucionaria, sobre todo cuando esta asume la forma de gobierno. Eso lo lleva a dedicar gran parte de su trabajo a analizar el fenómeno chavista y en gran medida a ese conjunto de gobiernos que formaron parte del llamado «socialismo del siglo XXI». Desde su perspectiva de izquierda democrática, esa versión tardía del socialismo mundial no ha cumplido los objetivos trazados debido a los que él llama «errores». Si se trata de errores en la aplicación de una política, o esa izquierda en sí misma es un error, es una tarea que deberá dilucidar el lector. A mi juicio, Meschkat –puede que no haya sido su intención– aporta ideas y datos suficientes para inclinarse hacia la segunda opción.

Según Meschkat, el llamado socialismo del siglo XXI ha seguido la misma ruta errada que recorrió el comunismo ruso al postular en lugar de un socialismo democrático, un socialismo de Estado. Desde esa perspectiva, Meschkat comparte una tesis de Rudi Dutschke, a saber, que el socialismo marxista fue desvirtuado en la URSS por el socialismo leninista. Y así fue: Partido, Estado, y líder, terminaron en la URSS, en Europa del Este, y en América Latina, confundidos en una sola unidad, relegando la revolución democrática a un segundo término, o simplemente, dejándola de lado. Despotismo asiático, llamaba Dutschke al orden comunista ruso siguiendo en ese punto los estudios sobre los regímenes de estado «hidráulicos» de tipo asiático realizados por Karl August Witttvogel.

La revolución rusa tuvo lugar en nombre de un proletariado inexistente en contra de una burguesía que tampoco era tal. Desde esa perspectiva «arqueológica», Meschkat tiene, evidentemente, razón. El leninismo, en sus más diversas versiones, ha sido (formalmente) la ideología dominante de la mayorías de las izquierdas latinoamericanas sobre todo cuando han llegado a ser gobierno. El potencial democrático social contenido en cada uno de esos gobiernos fue superado por un estatismo autoritario.

Visto así, Maduro no habría usurpado el legado de Chávez, como piensan muchos exchavistas desilusionados, entre ellos Edgardo Lander a quien Meschkat cita continuamente, sino su continuación lógica, de la misma manera como para Dutschke el estalinismo fue la continuación del leninismo y no su suplantación como intentaron hacernos creer algunos teóricos del trotzkismo internacional.

Es posible trazar algunos paralelos entre el socialismo del siglo XXI y el socialismo soviético. Uno de ellos deriva del hecho de que, así como el leninismo-estalinismo incorporó nociones propias a los despotismos asiáticos, los gobiernos «progresistas» latinoamericanos introdujeron otras correspondientes a tradiciones de movimientos que pese a su glorificación, compartida a veces con las derechas, distan de ser ejemplos democráticos.

El socialismo castrista recurrió al legado de Martí, el venezolano al de Bolívar, el de Nicaragua a la gesta antimperialista de Sandino, Evo Morales al indianismo precolonial, y así sucesivamente. El resultado ha sido una mescolanza ideológica que, con el socialismo originario de Marx y Engels, e incluso con la propia doctrina leninista, no tiene mucho que ver.

Podríamos decir que así como Lenin diseccionó a Marx para adoptarlo a las condiciones premodernas de la Rusia poszarista, los socialistas del siglo XXI han diseccionado –en nombre del propio Lenin– a Lenin, despojándolo de los últimos restos de marxismo que en él permanecían. La izquierda revolucionaria latinoamericana llegó así a ser más estalinista que leninista. Hecho que se deja ver en la adopción, no de la tesis del socialismo en un solo país, sino en la del imperialismo en un solo país. Ese país es EE UU.

Mientras para Lenin el antimperialismo fue una teoría anticapitalista proveniente de una compleja teoría desarrollada por Rudolf Hilferding, para chavistas, evomoralistas, orteguistas, etc., el antimperialismo ha llegado a ser un sinónimo de antinorteamericanismo. Tesis, repetimos, elaborada por Stalin después de que el gobierno de Truman decidiera romper (1948) con la línea amistosa de EE UU hacia la URSS iniciada durante la segunda guerra mundial, ruptura que marcaría el comienzo de la Guerra Fría

El socialismo ruso y después soviético no pudo ser democrático porque enclavó en un espacio no democrático, ese mismo espacio que hoy reclama para sí, sin marxismo ni leninismo, esa reedición fantasmal del antiguo zarismo que pretende ser en Rusia, Vladimir Putin. El socialismo ruso pre-Putin, al aterrizar en América Latina, culminaría su proceso de descomposición, al entrelazarse, como en la Rusia de Putin, con tradiciones que, tanto o más que las rusas, son profundamente antidemocráticas, más aún, antipolíticas.

Pero el leninismo al menos –y esa es la diferencia entre leninismo y estalinismo– nunca fue nacionalista (o rusista). Tampoco fue militarista. Bajo Stalin en la URSS y después en los gobiernos latinoamericanos «progresistas», sí lo fue. Por lo tanto, la cosmovisión de la izquierda latinoamericana de nuestros días no tiene nada que ver con el marxismo, algo con el leninismo, más con el estalinismo y mucho con el actual putinismo.

Razón esta última que explica por qué los crímenes genocidas que hoy comete Putin en Ucrania no incomodan a los izquierdistas latinoamericanos, algunos de cuyos líderes (Maduro, Ortega, Díaz Canel, Evo Morales y el mismo Lula en concordancia con Bolsonaro) no solo los justifican sino, además, los enaltecen.

Nacionalismo y militarismo son adquisiciones exquisitamente estalinistas, cultivadas por la mayoría de los gobiernos «del socialismo del siglo XXl», sobre todo por algunos de sus máximos líderes, Fidel Castro y Hugo Chávez. El socialismo revolucionario latinoamericano, desde esa perspectiva, ha sido tan conservador, tan nacionalista y tan militarista, como las propias derechas a las que ha imaginado combatir.

El problema de la democracia entonces no solo reside en las izquierdas o en las derechas, sino en el espacio antidemocrático que ocuparon las derechas e izquierdas de la región. Aparte de Chile y sobre todo de Uruguay donde hay segmentos de izquierda y de derecha a los que podríamos considerar sin problemas como democráticos, en la mayoría de los países de la región, derechas e izquierdas obedecen a patrones político-culturales radicalmente antidemocráticos. Lo hemos visto recientemente en el desarrollo político de la oposición venezolana cuyo comportamiento político no ha sido muy diferente al de las fuerzas chavistas y maduristas.

El ocaso de la oposición venezolana

Al igual que el chavismo, la oposición venezolana ha intentado acciones golpistas. Al igual que el chavismo, está predispuesta a adorar a personalidades míticas, hasta llegar al punto en que creyó encontrar durante un breve periodo, un líder, en la figura de Juan Guaidó, un personaje que posee una concepción (es la de su mentor, Leopoldo López) absolutamente irracional de la política. A esa figura se plegaron incluso políticos que provenían de los eriales republicanos, entre otros, el caudillo de Acción Democrática, Henry Ramos Allup.

Y no por último, al igual que el chavismo, su oposición tiene una visión «extractivista» (petrolera) de la economía. El objetivo de ese “extractivismo”, así lo llama Meschkat, más que económico es político. Quien controla el petróleo (así como el gas en la Rusia de Putin) controla al Estado. Quien controla al Estado, controla al poder.

En algunos puntos, sobre todo en su antidemocratismo, esa oposición ha superado al propio chavismo. Por ejemplo, ha rechazado durante un largo tiempo la vía electoral en nombre de una insurrección popular que, para colmo, no sabía cómo realizar. Hoy, habiendo pisado su propia trampa antielectoral, antidemocrática y antipolítica, esa oposición no pasa de ser un conglomerado de minicaudillos disputándose entre sí la conducción de un proceso electoral que ellos mismos arruinaron. Mientras tanto, Maduro, en nombre de Chávez, aplica sin ningún pudor los programas neoliberales de cuya denuncia la izquierda latinoamericana ha hecho una bandera.

En síntesis, ni en Venezuela, ni en la mayoría de los países latinoamericanos, prima una cultura política democrática. Izquierdas y derechas comparten paradigmas similares.

El estatismo, el culto a la personalidad, el credo nacionalista y el militarismo, son parte de una comunidad de valores propios a la gran mayoría de la clase política, sea esta de izquierda o de derecha, o de ambas a la vez.

Los caminos torcidos que llevan a la democracia

Los «errores» que detecta Meschkat en las izquierdas «progresistas» no solo son leninistas. Así lo visualizó el mismo autor al mencionar de modo indirecto a la revolución mexicana de 1910, la que culminaría en el radical estatismo político de la era del PRI. No deja de ser interesante observar que entre esa revolución y la rusa de 1917 hay más de una analogía. En ambas, el principio democrático, representado en México en el gobierno de Madero y en Rusia en el gobierno de Kerenski, fue rápidamente liquidado en nombre del principio (jacobino) de cambio social.

Las revoluciones que surgen desde el hambre y la miseria nunca han sido democráticas, destacó Alexis de Tocqqueville en sus notables paralelos trazados entre la revolución norteamericana y la revolución francesa. Menos en países en los que las raíces democráticas distan de ser profundas, podríamos agregar.

Pero no es necesario ir tan lejos para entender la presencia de la antidemocracia en América Latina. Precisamente, el día en que comenzaba a escribir estas líneas, el presidente Nayib Bukele de El Salvador, violando la Constitución de su país, anuncia que irá a la reelección el 2024. Bukele es cualquier cosa menos leninista. Pero al igual que los leninistas, ha sabido fundir su partido con el Estado y con su persona en una sola e inseparable unidad.

Lo escrito no significa que todos los caminos están cerrados para el desarrollo de la democracia en América Latina. De hecho, aún con descarrilamientos antidemocráticos, la mayoría de los países del continente, ya son democráticos. El problema es que las democracias continúan siendo muy frágiles y, por lo mismo, permanentemente amenazadas por antidemocracias exógenas y endógenas.

De hecho, el trío antidemocrático de América Latina formado por Cuba, Nicaragua y Venezuela, ya no es hegemónico como casi llegó a serlo el «socialismo del siglo XXl». Ninguno de los presidentes de esos tres países tiene la resonancia de un Castro o de un Chávez. Más bien ocurre lo contrario. Los tres son usados como ejemplos negativos por las derechas, en todas las elecciones que han tenido lugar. Tanto Petro, Boric, Fernández, han debido distanciarse de sus homólogos autócratas. Sin embargo, la posibilidad de las caídas regresivas, continúa siendo un constante peligro continental.

El hecho de que un régimen tan atroz como el de Putin no sea condenado con énfasis por las democracias latinoamericanas, entrega la impresión de que diversos gobiernos de América Latina, no solo de izquierda, mantienen todavía una relación de parentesco con las antidemocracias extra continentales por el solo hecho de que estas son antinorteamericanas. Las venas antidemocráticas de América Latina continúan abiertas.

No hay democracia sin democratización. Eso significa que la democracia no es «un modelo» al que hay que adoptar. Si América Latina pasa definitivamente a través de las puertas que llevan a la democracia, será como resultado de sus propias experiencias históricas. Momentos ciudadanos de democratización, los llamaremos.

El autor que aquí comentamos, Klaus Meschkat, creyó advertir en Venezuela uno de esos momentos ciudadanos. Fue el año 2007 cuando la ciudadanía venezolana, no solo la antichavista, sino también sectores que adherían al chavismo, se negaron a cambiar la Constitución por otra que entregaba plenos poderes al caudillo. En ese instante la división de la ciudadanía no fue de izquierda contra derecha sino en defensa o en contra de una Constitución que, por lo menos proforma, es todavía la que rige en el país. Que la oposición venezolana, a partir del 2018, abandonara la ruta constitucional trazada el 2007, es una historia a la que ya nos hemos referido en otras ocasiones

Traigo ese ejemplo porque hace muy poco tiempo Chile ha vivido un proceso similar al de la Venezuela del 2007. Así como en Venezuela fue rechazada la Constitución de Chávez, en Chile, septiembre de 2022, una impresionante mayoría rechazó una Constitución refundacional, una Constitución de izquierda y de la izquierda, pero que a su vez fue negada por amplios sectores de izquierda y de centro-izquierda. Los electores chilenos demostraron así que no quieren ni a una Constitución dictada por una dictadura, ni a una Constitución dictada por una ideología. Quieren una Constitución para todos los ciudadanos, y eso es muy distinto.

En ese No rotundo a una Constitución ideológica ejercitado por los venezolanos el 2007 y por los chilenos el 2022, anida un potencial democrático al que hay que prestar atención. Uno que va más allá de los partidos y sus supuestos líderes. Uno que traspasa incluso el muro izquierda-derecha. Un deseo transversal por vivir en libertad, pero protegidos constitucional e institucionalmente.

La democracia, en fin, no llega de pronto sino en diversos episodios, entre otras cosas porque la democracia no solo es un sistema de gobierno, sino una forma política de ser en la vida.

Twitter: @FernandoMiresOl

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.

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Alejandro J. Sucre

El potencial que Venezuela tiene para crecer y aportar exportaciones al mundo es inmenso. Según el Atlas de Recursos Naturales (https://www.worldatlas.com/articles/countries-with-the-most-natural-reso...), Venezuela es el octavo país en el mundo con mayores recursos naturales comercializables y el octavo en términos per cápita. Venezuela tiene un inventario de USD 14,3 trillones en recursos naturales comercializables como productor y exportador líder de numerosos minerales, incluidos petróleo, mineral de hierro, oro, carbón y bauxita, sin considerar su capacidad gasífera, agrícola, turística, manufacturera, logística, financiera y tecnológica.

Venezuela necesita líderes políticos nacionales e internacionales que permitan a Venezuela atraer de los mercados nacionales e internacionales $3 trillones en inversiones en los próximos 10 años para desarrollar su potencial económico y expandir su PIB anual a USD 1 Trillón por año, basado en recursos naturales, agrarios y demás sectores de la economía. Una economía de $1 trillon de dólares permitiría un PIB per capita de USD 30,000 en lugar de los $2.000 que hoy obtiene. Esta economía de un trillon de dólares o un billon de dólares se pierde solo por malas políticas de dirigentes o incompetentes o corruptos y un aparato de gobierno que no funciona, junto a un cuerpo militar que se desvio de sus aportes.

Debido a la corrupción y desvíos de recursos del estado para lucro de funcionarios, hoy al contrario, la economía venezolana se redujo de $300,000,000,000 en PIB del año 2012 a $60.000.000.000 en el año 2021. Fallidas políticas de control de precios y de cambio hasta el 2019, mala política monetaria para inyectar dinero a la economía sin productividad y por razones clientelares, ejecutar obras de infraestructura y contrataciones con el estado a sobre costos y sin licitar. Todo esto ha arruinado el presente y futuro del país.

Asi que podemos enumerar los costos de la corrupción en Venezuela como sigue:
1.- Millones de estudiantes no se educan adecuadamente para participar de la economía mundial ya que tienen infraestructura de escuelas inadecuadas y maestros mal remunerados. Esto quita las posibilidades de que los millones de estudiantes salgan bien preparados para conducir empresas productivas a nivel mundial. Y pensar que los roba gallinas del estado dejan de hacer escuelas solo para llenarse el bolsillo y luego invertir dinero robado en Miami o Europa comprando bienes que no dejan dignidad.
2.- Hospitales que tampoco se construyen y los que existen no se mantienen adecuadamente. Esto hace que la salud del pueblo quede diezmada para que unos vivos tengan millones de dólares y que lo inviertan en paraísos fiscales.
3.- Política monetaria inflacionaria para repartir a amigos del partido contratos del estado que luego no ejecutan. Esta política monetaria clientelar genera inflación, devaluación e impide el financiamiento bancario a largo plazo para impulsar las actividades productivas de la nación y construir viviendas. Esto multiplica el desempleo y la ranchificacion del país. Todo para que unos vivos se hagan mansiones en urbanizaciones exclusivas de Venezuela y del exterior.
4.- Autopistas que no se ejecutan y se cobran. Esto impide que se desarrollen los pueblos del interior del país. Que veamos tanta gente deambulando por los pueblos de Venezuela sin trabajo, vegetando sin desarrollar sus talentos. Que observemos el potencial desarrollo agrícola, minero e industrial pasmado ya que no hay vialidad, ni electricidad estable ni telefonía, porque a todo se le pone sobreprecios. Todo el país queda si servicios y no permite que el turismo ni la producción ocurra y arruina a todo venezolano honrado.
5.- Distorsiona y estimula a todos los venezolanos a ser corruptos y buscar chambas con el estado ya que es la manera rápida de hacer dinero y no con el trabajo. Nada vale mas en Venezuela ante las autoridades del estado que deciden repartir el dinero del fisco como piñata a sus pana en otorgar contratos y beneficios sin producir. Y asi se empobrecen el resto de la sociedad.
6.- Fuga de capitales y de talentos para otros países donde hay respeto a la inversión y al trabajo.

Los políticos venezolanos deben tener un plan para ganarse la vida mas constructivo. Los políticos de los países que prosperan luego de ocupar altos cargos, no se quedan allí buscando reelecciones indefinidas para robar indefinidamente a las instituciones del estado junto a sus amigos. Mas bien por su prestigio y por sus contactos luego, los políticos de países desarrollados crean fundaciones o son miembros de juntas directivas de empresas de altísimo alcance internacional. Son asesores y escriben libros muy vendidos. Los políticos y militares venezolanos deberían buscar una forma menos depredadora de ganarse la vida, que hasta permite que la Guardia Nacional asalte a la población que circula en las deterioradas autopistas del país.

Venezuela tiene un gran futuro si los políticos del gobierno y de la oposición cambian sus aspiraciones y dejan de ofrecer nuestro país a los rusos, chinos, iranies, y americanos. Los politicos de oposición y del gobierno deberían ofrecer el país a los venezolanos para crear instituciones de largo plazo que aseguren un gasto fiscal licitado y productivo, una política monetaria sin inflación, que permita el crédito a largo plazo, una política arancelaria que permita a Venezuela desarrollar sus ventajas comparativas en energía, minería, agricultura, turismo, manufactura, logística, bancaria y tecnología. Venezuela si puede ser una gran potencia si su cuerpo militar y político son menos depredadores y se elevan al cargo de ser promotores del desarrollo nacional.

Twitter: @alejandrojsucre

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Carlos Raúl Hernández

Al lado del campus de Apple en Silicon Valley, y también en Hollywood, coexisten la mayor concentración de millonarios con la de homeless en EEUU, y, distinto de ser una paradoja de la desigualdad, es perfectamente comprensible. En medio de apagones en sus empleos o negocios en la post pandemia, no es extraño que los afectados se desplacen a donde está el dinero, a ver si cambia su fortuna, cosa que puede ocurrir. Pero para el insólito resentimiento que se enseña en muchas escuelas de ciencias sociales, tal cosa expresa la condición del capitalismo (aunque el socialismo no produce más que estados fallidos). Vibra en académicos barbudos que fuman pipa y leen a Adorno (auténticos fósiles de los 70) contra las grandes empresas informáticas, motejadas no por casualidad GAFA y GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft). No es fácil cuestionar la historia de estos gigantes, que comenzaron como microbios y en una generación cambiaron la historia del mundo, pero la ceguera de esos profes es implacable aunque posiblemente reciban la anunciada invitación oficial para venir a Venezuela a reforzar supersticiones.

¿De qué se puede acusar a Apple, que comenzó en 1977 en un garaje de 15 metros cuadrados con 1300 dólares, superó innumerables obstáculos imaginables y todas las pruebas para ser hoy la primera empresa del mundo? La respuesta es que son imputables del crimen más imperdonable: el éxito. Jeff Bezos es otro ejemplo; Amazon estuvo casi quebrada desde 2000 por diez años y su violenta recuperación no se basa en marketing ni en grandes inversiones, sino en la habilidad gerencial que logró en articular miríadas de empresas para hacer delivery global con máxima eficiencia. Por su resentimiento y envidia, las críticas contra el milagro de Amazon dan risa: “oportunismo” para “reducir al mínimo el tiempo que tardan los envíos”. Las empresas tecnológicas crearon en una generación un mundo inimaginable, milagroso, mágico, transformaron los hábitos humanos, la sociedad, sus costumbres. Multiplicaron la productividad por miles, redujeron el costo de las cosas y la pobreza a sus mínimos históricos mundiales, pero los profes las odian.

Ejemplo: 35 años atrás una llamada telefónica a Europa desde Latinoamérica podía costar cien dólares; hoy es gratis por WA. Las críticas barbudas son ideológicas y decimonónicas y no guardan ninguna relación con la realidad, porque viven en el mundo de la lucha de clases. La excomunión inventada es que son monopolios, y con eso les borran mágicamente su condición de pioneras en actividades antes inexistentes, el milagro de las altas tecnologías comunicacionales, telefonía celular, internet, chats electrónicos, y la competencia mundial con las asiáticas Samsung, Huawey, Lenovo, Tick Tock, Tencent, Ali Baba, y muchos no saben que el iPhone es un teléfono chino. Producen masas extraordinarias de riqueza, miles de millones que se distribuyen por la pirámide social, con las que se pagan “los maestros, las enfermeras, los fontaneros, las cuidadoras, cuyo trabajo, impide que la sociedad se derrumbe”. A nadie parecen importarle que sus políticas llevan desarrollo a poblaciones remotas. Un ejemplo entre muchos: Facebock instala una planta en Prineville, Oregón, de apenas 8.500 habitantes, “en medio de la nada” dice DW, pueblo en crisis por la quiebra de su industria maderera.

En un espacio de 650 mil metros cuadrados, construyen instalaciones por 250 millones de dólares, que producirán 180 mil dólares anuales de impuestos. Según el contrato la remuneración de los trabajadores estará 150% por encima de la media. Además, financia el mantenimiento de la infraestructura vial, las escuelas y realizará cursos permanentes de formación profesional para que la comunidad se incorpore a la empresa. Ante las críticas de Greenpeace, explicaron que utilizarán 100% de energías limpias y para los efectos adquirieron una planta termoeléctrica que servirá a toda la población. Cuando yo estudiaba sociología, la academia estaba frontalmente contra los medios, por su influencia alienante que nos rellenaban la cabeza de falsedades kapitalistas que distorsionaban nuestra mente y se hablaba de la utopía de medios participativos, biunívocos, que surgirían “en el socialismo”.

Un filósofo coreano alemán, Byung Chul Han, autor de libros antikapitalistas para leer en el baño, descubre que la verdadera alienación está en las redes participativas, que propician discusiones intrascendentes, hacen olvidar los auténticos dramas y ¡repámpanos! auspician el narcisismo. Resulta que la maldita opresión capitalista está en los chismes de Facebook o en las fotos de las Kardashians en Instagram. Shoshana Zuboff autora de El capitalismo de la vigilancia, dentro de la misma teoría académica de toillete, tiene una con alto componente paranoico: según, la verdadera “culpa” del asalto al Capitolio por Trump es de “los medios” y no del presidente. Y como si no nos hubiéramos enterado de ese episodio, de sus turbias entretelas dolosas y de la falsa denuncia de fraude, precisamente a través de los medios. Detrás siempre el autoritarismo de los profesores radicales. Solo hay libertad de expresión cuando se publican las cosas con las que estoy de acuerdo.

@CarlosRaulHer

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Ismael Pérez Vigil

A la memoria de Olga Ramos y Rafael Macquhae,

rocas de la sociedad civil, Impenitentes luchadores

por la democracia, la libertad y una educación libre

y de calidad, descansen en paz, amigos…

Siempre que se habla de las formas prácticas de combatir ese sentimiento de angustia y pesar que acogota a todos los venezolanos, la desesperanza, invariablemente pienso en la resistencia de los ciudadanos y de la sociedad civil al régimen que nos asola desde 1999.

Desde siempre y de muy variadas maneras, la sociedad civil, los ciudadanos, han estado presentes en la historia política de Venezuela; pero, especialmente desde 1999, que empezó este régimen de oprobio, que continua hasta hoy, nadie contaba, mucho menos el propio Chávez Frías, que la muerte de los partidos políticos, que él propicio, no sería tan definitiva y mucho menos contaba con el surgimiento de este actor que le ofrecería una denodada resistencia: El ciudadano, organizado como sociedad civil.

Antes de continuar aclaro que, para este concepto tan amplio y algo esquivo, adopto el criterio que sociedad civil (SC) es para mis análisis lo diferente a partidos políticos, organizaciones religiosas, sindicatos y obviamente organizaciones militares. Se trata, entonces, de ciudadanos organizados para actuar política y socialmente, por ejemplo, pero al margen de los partidos y cuyo objetivo no es la búsqueda del poder.

El “comienzo” de lo actual.

Paradójicamente, la actividad política de dos personajes −por muchos motivos antagónicos y opuestos−, Carlos Andrés Pérez y Hugo Chávez Frías, va a ser pieza fundamental en el surgimiento y desarrollo de ese actor político que, sin ser nuevo, pues como dije, está presente a todo lo largo de nuestra historia política, pasa a ser fundamental de 1999 en adelante.

Desde un punto de vista positivo, el impulso a la privatización de las empresas del estado, la descentralización, el impulso a la elección directa de los gobernadores y la elección nominal de los diputados al Congreso Nacional, entre otras políticas desarrolladas durante el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, abrieron las puertas para una entrada, más sólida, en la política, de este actor.

Desde un punto de vista negativo, Hugo Chávez Frías, con su prédica antipolítica y contra los partidos y a la vez propiciar que fueran los ciudadanos y la sociedad civil los únicos que participaran en la elección de la Asamblea Constituyente de 1999 −que él convocó y cuyos términos, parámetros y contenidos, él definió e impuso−, fue también un impulso para que, como actor, la SC, se manifestara, de manera decisiva. Todos recordamos que en 1999 en las regulaciones con las que se convocó a una Asamblea Constituyente, a la sociedad civil se le dio preeminencia y todo el espacio; pero, no tardamos en descubrir que en realidad esto no era así, sino que se trataba simplemente de una forma más de restar importancia y relegar a los partidos políticos. Desde entonces, la arremetida de este régimen en contra de la sociedad civil, no ha cesado.

El “chavomadurismo” contra la sociedad civil.

Las instituciones controladas por el régimen, desde sus inicios, han arremetido contra la sociedad civil. Por ejemplo, el TSJ con varias sentencias dictadas por la Sala Constitucional, en las que se alude a la sociedad civil, se ha disminuido, confiscado o menoscabado sus funciones. Las arremetidas de la Asamblea Nacional, controlada por el régimen, han sido también notables: limitando su papel en el CNE, con intentos de legislación para controlar sus recursos; y desde luego, las tentativas de control, la persecución a sus lideres y la criminalización de sus actividades, por parte del gobierno de Nicolás Maduro, especialmente desde 2018; y estos son solo algunos de los ejemplos, de los que no voy a entrar en detalles, pues no voy a repetir lo que he dicho en otras ocasiones (ver Nueva Arremetida Contra la Sociedad civil, https://bit.ly/3wAsNR4)

En estos 23 años se han emprendido innumerables iniciativas para salir de este régimen de oprobio: huelgas empresariales, paro petrolero, intentos de golpe de estado, intentos de rebeliones militares, manifestaciones gigantescas, miles de protestas al año, hemos votado innumerables veces, nos hemos abstenido, hemos dialogado y negociado, designamos un gobierno paralelo, etc., y nada ha dado resultado, produciendo esta situación de desánimo y desesperanza que nos agobia.

Pero, a la vez surge de todo esto una reflexión que no podemos olvidar, aunque algunos lo hacen y el gobierno la exacerba: el régimen con sus incontables recursos, que ha utilizado a discreción para comprar voluntades y conciencias y a pesar de todo su poder realizando amenazas, chantajes, intimidación, represión a mansalva, inhabilitación de candidatos y partidos, forzando a miles al exilio, llenando las cárceles de presos, con juicios amañados y sin defensa, torturas y violación comprobada de derechos humanos, etc., no ha logrado eliminar a la oposición, sacarla del juego, evitar que de todas maneras se manifieste y surja. Ese es nuestro principal activo en esta lucha, que no podemos dejar de lado y despreciar, porque es el argumento más fuerte que tenemos contra la desesperanza. Así que, veamos cómo se dio este proceso, desde sus orígenes.

Matizando a la sociedad civil.

En buena parte esa resistencia de la SC se debe a que ha surgido con fuerza y se ha fortalecido desde 1999, con sus oenegés y la actividad de los ciudadanos y vuelve siempre por sus fueros; pero se hace necesario matizar esta actividad, pues me preocupa que se deifique y la cierta sobrevaloración que hacemos de ella.

La SC siempre ha sido celosa de su independencia, sobre todo de los partidos; pero estamos conscientes que en Venezuela, por acción u omisión, todo fue creado por los partidos −los sindicatos, los gremios, incluso los grupos vecinales−; no obstante, precisamente, la caída en desgracia de los partidos y la arremetida que sufrieron desde 1999, fue creando el espacio para que surgiera y se hiciera más fuerte el fenómeno de la SC, con algunas importantes diferencias de la SC, llamémosla histórica, que se manifestó tan ligada a los partidos políticos desde 1958 y que participaba en las campañas electorales apoyando diferentes candidatos, sobre todo de la partidos principales de entonces: Ad y Copei.

Sociedad Civil y régimen de Chávez Frías.

La primera manifestación de resistencia ciudadana y de la SC al régimen impuesto por Hugo Chávez Frías desde 1999, fue la participación de cientos de ciudadanos buscando firmas para postular candidatos y luego elegirlos para conformar la ANC de 1999. Allí tuvimos, los que participamos activamente en la actividad, el primer atisbo de que no es posible derrotar en lizas electorales a las maquinarias partidistas. Luego vinieron otras protestas contra el régimen. De especial mención la de las mamás, en aquellas jornadas de protesta, por todo el país, en las plazas públicas, en defensa de la educación libre y contra del decreto 1011, bajo la consigna: “con mis hijos no te metas”. Y tantas otras, que en estos 23 años, con ese impulso de resistir y combatir a Hugo Chávez, su constituyente y su régimen, desarrollaron un verdadero “boom” que al régimen, que lo propició, se le fue de las manos. Surgieron entones cientos de organizaciones, ligadas a la actividad política, a la resistencia, gente muy crítica que quería hacer oposición y quería hacer política, pero no lo quería hacer en los partidos, bien porque estaban desprestigiados o porque esos ciudadanos no eran capaces de tolerar la disciplina de los partidos.

Los ciudadanos, resistiendo al régimen que se imponía, formaron sus propias organizaciones, a las que se sumaron los disidentes de los partidos, que antes, al desgajarse de su partido de origen, formaban otro y que ahora forman una oenegé. Y también, al sumarse a esa resistencia las oenegés que ya estaban formadas para atender problemas educativos, ambientales, de salud, etc.…y que comenzaron a involucrarse en la política, fueron formando una numerosa e intrincada red.

Sociedad civil hoy.

Hoy tenemos, entonces, cientos de oenegés, cercanas al millar, de organizaciones con motivación específicamente política. Organizaciones que por momentos, es verdad, se comportan, dividen y tienen disputas muy similares a la de los partidos, pero con la diferencia que no están diseñadas, como tales, para luchar por el poder, aunque algunas lo quieren hacer y reemplazar a los partidos. Obviamente estas organizaciones no se comportarán igual cuando retornemos a la democracia y será allí, cuando nadie las persiga ni acose, que van a probar su verdadero valor, pues podrán ser una verdadera fórmula de control ciudadano sobre el desempeño de los gobiernos, locales y nacional. Toda esa energía, volcada hoy hacia la actividad política y el rescate de la democracia, podrá dirigirse el día de mañana a resolver de manera eficaz y eficiente, acuciantes problemas sociales y económicos del país; siempre que no olvidemos, como ocurrió en el pasado, especialmente desde 1958, que los políticos están allí porque nosotros los pusimos allí y dejamos de controlarlos, los abandonamos a su suerte o su buen saber y entender, pues preferimos la vida profesional, la vida académica, dedicarnos a las empresas y la actividad económica, etc. Perdimos todo control sobre la acción de gobierno y sobre la posibilidad de contribuir como ciudadanos a enfrentar los problemas del país, desde una perspectiva que no suponga obtener prebendas políticas, figuración o cargos.

Cómo prepararse.

Ciertamente hoy tenemos muchas oenegés, muy activas algunas, pero una gran indiferencia ciudadana hacia la política, hacia los partidos y hacia las propias organizaciones de la SC que se dedican a la política; ¿Qué se puede hacer para que los grupos locales y vecinales, arremetan contra la desesperanza y como en el pasado, se organicen para votar y sobre todos para defender los votos?

Creo que la respuesta es mantenerlos allí, en ese nivel local, formando redes sociales y políticas, fuertes por su versatilidad y eficaces por su constancia y tenacidad; y desde allí, con posiciones firmes, velar porque las decisiones se tomen democráticamente. Esa es una forma además de crear “capital social”, pues la gente se vuelve demócrata, viviendo democráticamente, tomando decisiones por consenso, tolerando y aceptando las diferencias, siendo flexible. No tenemos democracia en el país, pero la podemos tener en la comunidad en la que vivimos y nos desempeñamos, en el grupo de vecinos, en el barrio, en el liceo, en las universidades, los gremios, en la comunidad inmediata, en nuestras oenegés; y que comprendan que ese problema, local y vecinal, con el que lidian todos los días, no se va a resolver completamente sin conexión a lo general y por eso hay que dar el salto a lo general, a lo político. Para cuando lo den, ya habrán aprendido a vivir en democracia, a ser flexibles y tolerantes, a aceptar las decisiones de los demás. Habremos aprendido lo que es la democracia.

Sociedad civil y “grupos de electores”.

Eso implica aprovechar todas las oportunidades que se presenten y una forma de combatir ese pesar de la desesperanza; por ejemplo, aprovechar que el CNE ha abierto un lapso para que se registren e inscriban “Grupos de Electores”; esto se puede hacer en el nivel local, vecinal, para que los ciudadanos organizados en sus vecindarios puedan presentar o apoyar candidatos; es también una manera de presionar y poner a las organizaciones políticas en la posición de que acepten las reglas del juego democrático de los ciudadanos y sus aspiraciones. Éste es un simple ejemplo de una manera de comenzar un proceso, real, de organización y construcción de redes, de organizaciones políticas al alcance de cualquier ciudadano, en donde los ciudadanos puedan participar sin renunciar a su condición de tal, al espacio vital que conocen y dominan.

Conclusión.

A pesar de todos sus esfuerzos, la sociedad civil venezolana, aun cuando no ha sido exitosa en su empeño de salir de este régimen de oprobio, ha resistido y sobrevivido y ha logrado crecer, en número, en miembros y en determinación. Le quedan dos tareas importantes, una inmediata y otra pendiente.

La inmediata, creo yo, es conectarse con las primarias opositoras, sobre todo en el exterior; tal como ya mencioné la semana pasada −en Contradesesperanza, https://bit.ly/3Ln0OLR −, esa es una tarea que perfectamente puede quedar completamente en manos de la sociedad civil, siempre y cuando se lleguen a acuerdos básicos de aceptar los resultados, de incorporarse todos a la campaña del ganador y en el propósito de llevar una respuesta a un país que espera y hoy muere de mengua y abandono; acuerdos que sean respetados por los precandidatos y partidos que compitan; aunque si no lo hacen, de todas maneras la SC les sabrá pasar la factura.

Y la tarea pendiente, desde hace muchos años, es ayudar y presionar a los partidos políticos a profundizar en su renovación y en sus procesos de reorganización; una manera, a nivel local y vecinal, es ayudar a incorporar cada vez más ciudadanos a la tarea de resistir y se me ocurre que una fórmula puede ser organizando los “grupos de electores”, que ya mencioné, que muestren a ciudadanos y partidos una vía y una forma de organizarse, de ser tolerantes y flexibles, de desarrollar democracia desde la base.

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

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Javier Solana

"¿En qué momento, pues, cabe esperar la llegada del peligro? Respondo que, si alguna vez nos llega, surgirá de entre nosotros. No puede venir del exterior. Si la destrucción es nuestra suerte, nosotros mismos seremos su autor y su finalizador". Así vaticinaba Abraham Lincoln, en su célebre discurso de 1838 titulado "La Perpetuación de Nuestras Instituciones Políticas" que, en caso de darse, el ocaso de los Estados Unidos no vendría como consecuencia de una amenaza del exterior, sino por disfunciones internas.

En momentos de gravedad histórica, las inquietudes de los grandes líderes norteamericanos suelen impregnar la retórica de la política estadounidense. Tras meses de preparación, Joe Biden expresó la misma preocupación por la democracia estadounidense en un reciente y mediático discurso en el Independence Hall de Filadelfia, el lugar donde se debatió y adoptó la Declaración de Independencia en 1776. El título del discurso – La Batalla Continua por El Alma de la Nación – no engaña en cuanto al momento histórico por el que atraviesa la sociedad norteamericana.

La salud política de la primera potencia mundial es fundamental para la estabilidad global. En este sentido, tampoco hay que remontarse muy atrás en el tiempo para darse cuenta de que lo que pasa en la política interna de la primera potencia mundial – para bien y para mal – acaba condicionando en gran medida la estabilidad internacional en su conjunto. Dicho en los términos más claros posibles, ninguno de los grandes problemas globales a los que nos enfrentamos podrán ser abordados en las organizaciones multilaterales de manera eficaz sin la estabilidad política de los EE. UU.

La primera vez que pisé suelo estadounidense fue en 1965, durante la presidencia de Lyndon B. Johnson, y lo hacía con una beca Fulbright. Permanecí ahí durante cinco años. Me encontré con un país en ebullición que estaba sumido en la Guerra de Vietnam, sus consecuencias domésticas y el movimiento por la extensión de derechos civiles a la población afroamericana.

Hoy, la sociedad estadounidense está atravesando por una situación preocupante, pero cualitativamente distinta a la de los años sesenta. Si bien la conflictividad social que definió la década de los sesenta en EE. UU. giraba en torno a injusticias inasumibles para una sociedad moderna, no ponían en entredicho a las instituciones fundacionales de la república estadounidense. Ahora, el problema existencial ante el cual se encuentra la sociedad norteamericana se puede resumir en la falta de legitimidad de sus principales instituciones democráticas, y, entre ellas, de su sistema electoral. En otras palabras, en 1965, nadie cuestionaba el hecho de que Johnson era el presidente de los EE. UU.

Sesenta años después de esa década crucial de la Guerra Fría, nos encontramos ante un mundo incierto y fragmentado. Tras una pandemia global de la cual todavía no nos hemos recuperado, el mundo sufre las consecuencias económicas y sociales de una guerra en suelo europeo, con la que tampoco contábamos. Para agravar la situación, las instituciones multilaterales creadas para gestionar la globalización, sus oportunidades y sus riesgos, se están viendo superadas por la creciente división del mundo en bloques geopolíticos y el peligro de un decoupling entre sus dos principales potencias.

EE. UU. se enfrenta a un periodo electoral determinante para los propios americanos y para el mundo. A pocas semanas de las elecciones legislativas (midterms), los estadounidenses y el mundo se están jugando mucho. Sobre todo, porque uno de los partidos que han sustentado la democracia estadounidense ha sucumbido a la deriva populista de Trump. De todos los candidatos que recibieron el apoyo del expresidente (doscientos ocho concretamente) el 95% ha ganado en las primarias republicanas para las elecciones a la Cámara de Representantes y el Senado.

Resulta preocupante que el Trumpismo se convierta en un elemento permanente de la política estadounidense, dado el grado de poder político que ha podido acumular en los últimos años. El Trumpismo no hubiese podido consolidarse sin el éxito previo del Partido Republicano al hacerse con el control de los centros de poder político más accesibles durante una época de declive electoral para el conservadurismo norteamericano. Tras la victoria electoral de Barack Obama en 2008 el Partido Republicano cambió el color político de trece cámaras bajas estatales en 2010, mientras los Demócratas estaban concentrados en llevar a cabo su agenda doméstica e internacional en Washington.

Como consecuencia del dominio Republicano sobre las cámaras legislativas de los Estados, el Partido Republicano ha sido capaz de cambiar el dibujo del mapa electoral estadounidense a su favor – que afecta a las elecciones a nivel federal o nacional – por medio de la manipulación de las circunscripciones electorales en su propio beneficio, un proceso conocido como gerrymandering.

Aunque Trump haya conseguido cooptar en gran medida al Partido Republicano, el Trumpismo no siempre tiene todas las de ganar. Incluso en Estados indiscutiblemente republicanos, el populismo puede ser derrotado como hemos visto con el reciente triunfo de la candidata Demócrata Mary Peltola frente a Sarah Palin, en las elecciones al escaño del Estado de Alaska en la Cámara de los Representantes. Para el calendario electoral que se viene, Biden tiene la tarea histórica de unir a Demócratas y a Republicanos moderados en un frente común.

A veces, construir mayorías democráticas no es suficiente para preservar la democracia. Por suerte, una de las fortalezas del sistema democrático es su arquitectura institucional, que separa al poder del Estado en ramas – ejecutivo, legislativo y judicial - para evitar los abusos en los que pueda incurrir cada una de estas ramas. Con las recientes sentencias de la supermayoría conservadora, la legitimidad del poder judicial estadounidense está siendo cuestionada. Como apuntaba el último juez del Tribunal Supremo en dejar su cargo, Stephan Breyer, si los jueces son vistos como políticos, la legitimidad de los tribunales que sostienen el Estado de Derecho solo puede disminuir,

La Historia, y sus estudiosos, son fuentes de un valor incalculables para analizar la coyuntura actual y estar en las mejores condiciones para gestionarla. Hace unas semanas el presidente Joe Biden decidió convocar a la Casa Blanca a un grupo de historiadores de las universidades más prestigiosas del país para analizar la actual situación por la que atraviesa la sociedad americana. El mensaje principal de esa reunión fue rotundo: la polarización política está llevando a la democracia estadounidense al borde del colapso.

En 1838, Abraham Lincoln empezaba su discurso con una pregunta y una respuesta rotunda sobre el futuro de la democracia estadounidense. Hoy, las palabras de Lincoln sobre los peligros a los que se enfrenta la sociedad estadounidense son de una triste relevancia, para los propios americanos y para la estabilidad internacional.

22 de septiembre 2022

Project Syndicate

https://www.project-syndicate.org/commentary/health-of-american-democrac...

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