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Opinión

Julio Castillo Sagarzazu

Conversando hace unos días con el buen amigo Andrés Velásquez, discutíamos sobre si la nueva realidad de la oposición venezolana debía considerarse como el cierre de un ciclo o una etapa. Una discusión en apariencia bizantina, pero, como toda caracterización en la política, el tema no es semántico, sino esencial.

Al final del día, Andrés termino convenciéndome de que la idea de ciclo sugiere un volver a comenzar y una suerte de bucle que se cierra sobre sí mismo. De manera, que me pase a su tesis de las etapas, sin que me quedara nada por dentro.

No obstante, esta “capitulación” argumental no resuelve el problema de fondo. La realidad, mil veces testaruda, nos sugiere que sería importante volver a andar esos pasos y seguir sacándole el jugo al debate.

A propósito, me permitirá el lector, traer otra conversación con otro buen amigo, el Prof. Frank López (muy conocido en los medios académicos carabobeños). A él le escuche en una interesante exposición, un estudio que había hecho sobre “los ciclos” de la movilización social y política en Venezuela. Para hacer el cuento corto, López nos sugiere que cada 15 años hay una efervescencia social y política que trae consecuencias. (Por cierto, estaríamos entrando en una de ellas) Le comenté que Henrique Salas Romer, glosando a Ortega y Gasset, hacia un parangón similar e interesante. De manera que hay elementos para considerar el tema, como sugerente, para decir lo menos.

¿Se repite la historia? ¿Lo hace disfrazándose de etapas o ciclos que se abren y cierran? ¿Lo que pasa en Venezuela y otros lugares del mundo pueden reproducirse en el curso del tiempo?

Veamos:

Ya Heráclito nos recordaba que “nadie se baña dos veces en un mismo rio”. En efecto, el agua que pasa no regresará y los acontecimientos nunca se reproducen exactamente igual. Incluso, cuando Carlos Marx señaló, a propósito del golpe de estado de Luis Bonaparte (Napoleón “Le petit”, como lo llamaba Víctor Hugo) que la historia se había repetido, tuvo el cuidado de señalar que una vez lo hizo como tragedia y otra, como farsa. La tragedia fue la de Napoleón cuando el 18 de Brumario se entronizo como Primer Cónsul y la farsa, cuando su sobrino, elegido en comicios democráticos, resolvió proclamarse igualmente emperador, dando así inicio a lo que la moda, la arquitectura, el diseño y el urbanismo, llamaron entonces, el “Segundo Imperio”

La historia, podríamos decir entonces, que no se repite. Sin embargo, no cabe duda de que los acontecimientos se contienen unos a otros. Si el universo continúa expandiéndose constantemente y si, aun vemos en el presente, la luz de estrellas que desaparecieron hace miles de años, no es aventurado pensar que acontecimientos similares, pueden traer consecuencias similares. Quizás la historia se contenga si misma, de la misma manera que las “matrioshkas” (las muñequitas rusas) se contienen unas a otras, pareciendo iguales, aunque en realidad no lo sean.

La verdadera diferencia entre la naturaleza, el universo y la historia es que en la historia y en la vida social, la voluntad humana puede cambiar el curso de los acontecimientos. A veces lo hace de manera imprevisible y, en esto, copia la imprevisible libertad de trayectoria del electrón. Hay, efectivamente, acontecimientos que son revulsivos o catalizadores de cambios sociales: La nariz de Cleopatra; el pistoletazo de Sarajevo; el collar de María Antonieta, son buenos ejemplos. No obstante, son acontecimientos o situaciones que solo cambian el rumbo de la historia si los preceden y/o suceden, otros hechos y si la voluntad organizada de miles de hombres y mujeres, los conduce a un objetivo determinado.

Ese es el papel de una vanguardia organizada, sea esta partidista o no. Esa vanguardia, en Venezuela, tiene la obligación de interpretar los acontecimientos y no dar por sentado que, porque una vez cayo Pérez Jiménez o, porque otra vez Chávez, se fue momentáneamente, los hechos podrán repetirse. Tampoco es obligatorio que, porque la gente esté “pasando roncha”, se sacudirán automáticamente, un mal gobierno.

Quedarse sentados esperando no es una opción. Hoy, hay una clara oportunidad de accionar los mecanismos políticos que puedan producir un cambio de percepción de la mayoría de los venezolanos sobre el papel de las fuerzas democráticas. Los errores que hemos cometido pesan, y mucho, pero no son insalvables. La historia tiene muchas cualidades y una, es que puede ser indulgente y, a veces, da nuevas oportunidades. Nuestro desafío es aprovecharlas.

Es auspicioso ver el debate sobre cómo nos organizamos para enfrentar un eventual proceso electoral. Opiniones hay para todos los gustos. Unas de buena fe y, otras, como suele ocurrir, no lo son tanto.

Las primarias son una buena oportunidad para volver a tomar la iniciativa (algo que en la política es fundamental) pero no podemos hacer cualquier primaria. Ya, desde varios flancos, están disparando contra ellas. De allí que es necesario dejar la menor cantidad de grietas posibles.

Unas primarias organizadas por personalidades inobjetables, donde puedan participar todos los venezolanos, se encuentren donde se encuentren. Unas primarias que sirvan también para dirimir el tema de la dirección política y un programa consensuado dejaran, sin argumentos creíbles, a sus detractores.

La historia no podemos controlarla, venga vestida en ciclos o en etapas. Tampoco se repite idénticamente. Sin embargo, lo que si podemos hacer es trabajar y poner toda nuestra voluntad para que se parezca a lo que queremos.

 4 min


Humberto García Larralde

Un principio básico de economía, grabado en piedra, es que la productividad determina la capacidad adquisitiva de una población en el tiempo. Nos referimos a la productividad laboral, que mide los bienes y servicios producidos por trabajador. Entre los factores que explican su mejora está la inversión en maquinaria y equipos, la innovación y aplicación de nuevas tecnologías, la capacitación de la mano de obra y la reducción de las trabas de todo tipo a las actividades de producción e intercambio.

Durante muchos años Venezuela eludió esta ley de hierro gracias a las rentas internacionales que captaba por la venta de su crudo. Permitían, en el marco de un esquema proteccionista, remunerar a trabajadores y empleados por encima del valor de su productividad. Bajo los gobiernos democráticos redundó en altos niveles de bienestar. Pero alimentó una cultura rentista, propicia a prácticas populistas y clientelares, cuyas perversiones fueron minando las bases de sustento de la democracia. Le tendió la cama al advenimiento de un “salvador de la Patria”, quien buscó el control personal de PdVSA para dilapidar estas rentas entre cómplices y en programas populistas que le dieran réditos políticos: “ahora PdVSA es de todos” (¡!). Con tan formidables recursos, Chávez procedió a desmontar las instituciones que amparaban a las actividades económicas del sector privado, bajo la consigna de construir el “Socialismo del Siglo XXI”. Creó, así, las condiciones que terminaron por arruinar la economía.

Como sabemos, Maduro acentuó este desastre. A ello contribuyó mucho la profundización y extensión de prácticas depredadoras entre militares corruptos y “enchufados”, propiciadas por su mentor. Ahora resultaban aún más decisivas para mantenerse en el poder. Pero al bajar los precios internacionales del crudo de los niveles abultados que había disfrutado Chávez, la economía cayó en barrena. Se encogió a menos de la cuarta parte de cuando asumió Maduro. Imposible satisfacer en estas circunstancias a sus secuaces y mantener un nivel manejable de paz social. Atendiendo, presumiblemente, a quienes habían asesorado a Rafael Correa en Ecuador, Maduro engavetó la prédica socialista y se acercó al sector privado, liberando precios y la circulación de dólares. A pesar de respuestas que parecían auspiciosas, la incipiente liberalización no tardó en verse comprometida por los desequilibrios intrínsecos a la gestión chavo-madurista. Saltó el precio de la divisa, con impacto en algunos precios internos, porque el sustrato productivo de la economía seguía siendo muy precario. Veamos.

Durante los años en que la actividad económica se reducía (2014-2020) y, con ello, la productividad laboral, Maduro pretendió defender la capacidad adquisitiva de los trabajadores decretando sucesivos aumentos del salario mínimo (21 hasta finales de 2021). Pero, con el colapso de la base impositiva por la ruina de la economía doméstica y de la capacidad productiva de PdVSA, y el aislamiento financiero internacional del Estado, luego del default fáctico sobre sus deudas en 2017, no tenía cómo pagarlos. Acudió al financiamiento monetario del Banco Central, que terminó multiplicando la liquidez en más de 70 millones durante estos años, sumiendo al país en una hiperinflación pavorosa. Sus decretos produjeron el efecto contrario: para finales de 2021 el salario mínimo real (con bono de alimentación) se había reducido a solo el 5% de cuando asumió la presidencia. Pero en marzo, Maduro decretó otro alza.

El combate a la hiperinflación lo emprendió Maduro demasiado tarde, cuando ya había acabado casi por completo la capacidad adquisitiva de los venezolanos. Se concentró, además, en reducir de forma drástica la oferta monetaria, recortando el gasto público, paralizando prácticamente la actividad crediticia de la banca con encajes prohibitivos y vendiendo los escasos dólares que entraban al BCV para “anclar” su precio y absorber liquidez. Contribuyó, así, a deprimir aún más la actividad productiva y, con ello, la remuneración de los trabajadores. En absoluto introdujo medidas que buscaran reequilibrar la economía promoviendo una mayor demanda de las variables monetarias. De ahí su precariedad.

La economía venezolana revela actualmente un desempleo altísimo de recursos productivos, mídase como se mida. Obviando la incómoda discusión de cuál es el producto potencial real del país en estos momentos –parte del aparato productivo ha sido destruido más allá de toda recuperación--, es patente que, con las políticas adecuadas, la actividad económica podría incrementarse radicalmente en poco tiempo. Estamos hablando de superar el nivel más alto del PIB (real) registrado, el de 2013, en menos de quince años. Por el contrario, con la “normalización” de Maduro ello tardaría, en el mejor de los casos, unos 40 años. Tan rápida reactivación conllevaría un incremento significativo de las transacciones –actividades de compraventa, contrataciones, créditos, empleo, inversiones-- que permitirían reabsorber los excedentes monetarios. Sería un ajuste expansivo. En presencia de un fuerte desempleo de recursos, la política antiinflacionaria no debe dejar por fuera la activación de la demanda monetaria.

¿Cómo se diferenciaría de la gestión de Maduro? A continuación, algunos aspectos centrales:

1) Un retorno al ordenamiento constitucional y a las garantías inherentes al Estado de Derecho, que impliquen reglas de juego que den seguridad y confianza a los inversionistas;

2) La concertación de un generoso financiamiento internacional, con una reestructuración profunda de la deuda externa, capaz de auxiliar un programa exitoso de estabilización macroeconómica y proveer los recursos con los cuales recuperar la capacidad de gestión del Estado;

3) Aprovechamiento cabal de la capacidad ociosa del aparato productivo nacional en el corto plazo;

4) Una estrategia de desarrollo explícitamente orientada al desarrollo de la competitividad, con base en políticas industriales bien concebidas y articuladas, favorables al emprendimiento productivo;

5) El aprovechamiento de la transición energética y de las oportunidades de la 4ª Revolución Industrial, fortaleciendo las capacidades de innovación y de desarrollo tecnológico del aparato productivo.

La “normalización” de Maduro se centra, por el contrario, en el consumo de bienes importados pagados en dólares. Un rentismo raquítico, porque éstos escasean. Muy poco va en aumentos en la producción y en la generación de empleo productivo. De ahí su tipificación como burbuja. Para nada se orienta a superar los factores que entraban el aprovechamiento de la enorme capacidad inutilizada que presenta, hoy, el aparato productivo doméstico, en particular:

a) La emigración de mano de obra calificada y de talento profesional;

b) El colapso de los servicios públicos y de la infraestructura física;

c) Un marco institucional –leyes, reglamentos— asfixiante y punitivo, aplicado a discreción;

d) La destrucción del tejido industrial (clusters que sustentan la competitividad): proveedores, industrias complementarias, servicios especializados de apoyo, etc.

e) Una banca atrofiada, que ha visto reducir sus activos en un 90% y su capacidad de intermediación en su casi la totalidad desde 2013;

f) El colapso de la capacidad de respuesta administrativa y de gestión del Estado en tantas áreas;

De resolverse exitosamente los cuellos de botella señalados, el salto en la productividad sería inmediato. Permitiría aumentar las remuneraciones significativamente en un corto plazo, satisfaciendo expectativas de mejora sostenida en las condiciones de vida de la población trabajadora. Pero ello sólo sería posible en el marco de condiciones como las referidas arriba. ¿Podrá Maduro con eso?

“¡Mucho camisón pa’ Petra”!, habrían exclamado nuestros padres. Por las denuncias que se leen a diario, Maduro en absoluto le interesa alterar la dinámica de expoliación de militares corruptos y enchufados. ¿Dónde están las garantías para quienes quisieran invertir con miras en el largo plazo? ¿Y para que el talento emigrado retorne, aunque sea en parte? ¿Dónde los derechos laborales que permitan luchar por mejoras en las condiciones de trabajo y negociar las remuneraciones que se merecen? ¿Y la transparencia y la rendición de cuentas en el manejo de los recursos de la nación que se confían a quienes dirigen el Estado? ¿Dónde están los derechos humanos y civiles que amparen la movilización ciudadana a favor de la recuperación de los servicios públicos y niveles dignos de seguridad? ¿Cómo queda la libertad? Agenda obvia para el cambio político por el que claman los venezolanos.

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela

humgarl@gmail.com

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Eddie A. Ramírez S.

Las elecciones primarias para elegir al candidato de la oposición que deberá enfrentar a Nicolás Maduro es el procedimiento que pareciera tener aceptación general. Es el más democrático y, además, ningún dirigente de los partidos políticos sobresale. De los precandidatos que se asoman, unos tienen méritos, otros no tanto. ¿El ganador tendría suficiente apoyo de los perdedores y del resto de los ciudadanos? ¿Su grado de aceptación sería suficiente para convencer a los abstencionistas y para vencer al aparato electoral del régimen? ¿Es posible unas primarias sui géneris?

El panorama político es complejo. Discutir si conviene o no negociar con el régimen pareciera que, en estos momentos, es una discusión bizantina, ya que Maduro considera que el chaparrón que le estuvo cayendo es hoy una simple garúa, por lo que no tiene interés en conversar. Ello implica que las elecciones se realizarán cuando le convenga, con un registro electoral no depurado, ni actualizado y en las mismas condiciones actuales; además, colocará todos los obstáculos para impedir el voto masivo en el exterior.

Del lado de la oposición, los dirigentes políticos no se ponen de acuerdo sobre cuándo deben ser las primarias, quiénes pueden participar, si es con el CNE o sin él, y si apoyan o no el voto de los venezolanos en el exterior.

Realizar primarias sin el CNE tiene la ventaja de que podrían votar los venezolanos que están en el exterior. La desventaja es el mayor costo y que, aunque no nos guste, las elecciones se realizarán con este CNE. ¿Cómo reaccionarían los ciudadanos si se les dice que las primarias se harían sin el CNE porque no le tenemos confianza, pero después los convocan a votar en la presidencial con ese mismo organismo?

Por si fuera poco, abundan los candidatos que solo cuentan con el apoyo familiar o de sus vecinos. Estos no deben preocuparnos, ya que los votantes los descartarán. Del grupo de los “alacranes” surgirá uno o más candidatos. Ya José Brito se lanzó al ruedo, aunque no tiene cuadrilla, ni simpatizantes en los tendidos. El único que podría restar algunos votos al candidato de la oposición es Bernabé Gutiérrez, pero confiamos que logren neutralizarlo quienes conocen su trayectoria.

Los probables precandidatos de los partidos cuentan con un porcentaje bajo de aceptación y un rechazo considerable. Además, varios de ellos están inhabilitados, aunque injusta e ilegalmente, y la dictadura no los aceptará. Entre los dirigentes de los partidos que podrían participar y que tienen cierta aceptación están María Corina, Andrés Velásquez, César Pérez Vivas y Omar Barboza. ¿Sería posible considerar otros nombres, como Ramón Guillermo Aveledo, Werner Corrales, Asdrúbal Aguiar, José Guerra, Eduardo Fernández, Cecilia García Arocha y Humberto Calderón Berti, entre muchos otros con méritos?

¿Es factible que uno de ellos sea apoyado por la mayoría y que su nombre sea sometido como el candidato de mayor respaldo en las primarias? Serían unas primarias sui géneris, en las que se presenta un candidato con más probabilidades de ganarlas, pero que debe competir con otros y ser avalado por el voto.

Nuestro candidato electo en las primarias debe comprometerse a tener testigos en todas las mesas electorales, asegurar que no se presentará a la reelección, promover la reconciliación de los venezolanos, que haya justicia y no retaliación por motivos políticos; dispuesto a gobernar con un equipo integrado por ciudadanos conocidos por su honestidad y experticia para reconstruir el país, pertenezcan o no a un partido político. Tiene que asegurar que sus prioridades serán enfrentar el problema de la pobreza, reactivar la industria de los hidrocarburos, la agricultura y la producción de acero, aluminio y petroquímica, y luchar para que puedan votar los venezolanos en el exterior.

El electorado está cansado de muchas décadas de promesas incumplidas, por lo que nuestro candidato debe tener credibilidad, ser capaz de convencer de que sí es posible tener un mejor país y tener el coraje de defender su eventual victoria electoral. Respetamos a quienes piensan que no hay salida electoral. Es probable que tengan razón, pero en las circunstancias actuales no se visualiza otra vía. Hay que votar como instrumento de lucha. Una vez más, instamos a los partidos a unirse alrededor de un candidato.

Como (había) en botica

Las ONG de derechos humanos deben investigar las denuncias sobre el intento de asesinar y torturas al mayor Andrik Cañizales, quien perdió un ojo. Hay señalamientos contra un coronel y un sargento, entre otros.

Las acusaciones entre Rafael Ramírez y Tarek El Aissami evidencian el grado de corrupción del régimen Chávez-Maduro. Contundente la intervención del diputado Julio Montoya sobre la responsabilidad de Maduro en la corrupción en Pdvsa

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

eddiearamirez@hotmail.com

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Gregorio Salazar

Tarek El Aissami buscaba un calificativo que pudiera dar la idea más acabada del hecho monstruoso que venía a anunciarle con toda solemnidad a la nación. Apenas le salieron dos: megafraude y megarobo. Se quedó corto porque lo pudo haber etiquetado como una «estafa galáctica» e igual se quedaba corto.

En cambio, al referirse al autor intelectual y gran aprovechador del delito, el ex Ministro de Petróleo y Minería, Rafael Ramírez, los epítetos le fluyeron como manantial de aguas servidas: ladrón, bandido, traidor, monstruo de mente perversa, gángster…

El hombre hizo todo los esfuerzos histriónicos para mostrar indignación. En efecto, venía a denunciar, «una de las tramas de corrupción más graves que hayamos conocido en la industria petrolera», con lo que dejó muy claro que, lejos de ser la única, ha habido otras –¡quién sabe cuántas!– del mismo tenor. Bueno, eso ya es caliche…

En pocas palabras, el tan ponderado Rafael Ramírez, aquel que fue uña y sucio, sucio y uña con el comandante Chávez; ese que juró hacernos entender a carajazos que Pdvsa era «roja rojita»; el mismo cooperador necesario e imprescindible para que Hugo manejara a la industria petrolera como «caja chica» personal, logró birlar a Pdvsa la minucia de 4.850 millones de dólares.

Lo hizo así: «contrató» con una empresa de unos panas bolichicos una línea de crédito de Bs. 17. 490 millones que nunca entraron a las arcas de Pdvsa, y que ésta pagó a lo largo de un año en 28 cómodas cuotas depositadas en cuentas de Panamá y Saint Vincent. Lo demás fue «repartirse la cochina».

Una de las cosas que estremeció a El Aissami en la rueda de prensa fue recordar que Ramírez, también conocido con el alias de El Largo (y de dedos vaya si lo es) cometió tamaña bellaquería cuando Chávez (unos dicen que en Cuba y otros que el Hospital Militar), se disponía a entregar su alma al Señor, no se sabe si de los cielos o al de otros espacios inmensamente más calurosos. Todo es incierto en la revolución bolivariana.

Tal circunstancia fue calificada por el declarante como «una puñalada al alma de la revolución bolivariana”. Debió ser, en todo caso, con un puñal empapado de anestesia porque, vea usted, ha venido a doler diez años más tarde. Es así, los hechos narrados como fresquitos por El Aissami ocurrieron hace más de una década, mientras entretenían a la población con el cuento de la «Venezuela potencia».

Un momento estelar de la rueda de prensa sobrevino cuando al señalar que en el mismo mes en que se firmó el contrato de marras –y sin haber recibido un centavo– Pdvsa entregó a sus timadores $ 230 millones, El Aissami, como si le quedara un rezago de incredulidad, casi suelta la risa. Sólo le faltó agregar: ¿Qué bolas, no?

Pasaron pocas horas para que Ramírez contraatacara en un canal colombiano. Acusó a Erik Malpica Flores, sobrino de Cilita, de haber vaciado la arcas de Pdvsa, utilizando el doble sombrero de vicepresidente de finanzas de la petrolera y Tesorero Nacional, e involucró en operaciones de lavado a un famoso dueño de una planta televisiva. Otra vuelta para ese ventilador.

En cualquier país un robo tan descarado y por esa ingente suma hubiera cimbrado las bases del gobierno. Aquí es como si se oyera llover. De cuando en cuando estallan estas tramas grotescas de corrupción y abuso de poder en las que los involucrados se lanzan réplicas y contra réplicas hundidos en una ciénaga con el lodo a las pestañas. Son los actores que hemos visto desfilar por los más altos cargos de la administración pública, miembros exclusivos de la cúpula, salidos de las propias entrañas de la revolución que convirtió una petrolera estatal modelo en un montón de chatarra.

Una cosa es cierta: no es posible entrarle a palos a Rafael Ramírez sin que le salgan chichones a Chávez, el mismo que manejó la mayor riqueza petrolera que ha recibido la nación venezolana y la dejó hundida en la más abyecta miseria. ¿Qué bolas, no?

Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.

Twitter: @goyosalazar

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Fernando Mires

Un milagro pareció ser Gorbachov. Un milagro, a su vez, parece ser todo aquello que no encuentra explicación inmediata y aparece donde me­nos se piensa. Pues que el imperio soviético llegara a su fin, era algo que soñaban muchos disidentes. Pero que la ruptura decisiva proviniera de la cima del aparato de poder más burocrático de la historia mundial, no se lo imaginaba ni el más optimista. Y sin embargo, así ocurrió.

Pero los milagros son fenómenos sin explicación. Desde esa perspectiva Gorbachov no es un milagro, sino que parte de un proceso bastante racio­nal. Por de pronto, Gorbachov no era una persona aislada. En cierto modo era un dirigente típico de partido y en gran medida, un ciudadano soviético normal. De su historia personal sabemos que su abuelo, un kulak a quien parece haber admirado bastante, fue expropiado y perseguido por Stalin, debiendo pasar nueve años en el siniestro Gulag; que el abuelo de su que­rida Raisa fue asesinado durante el régimen de Stalin; que su padre murió en la guerra. Razones familiares no tenía Gorbachov para adorar a Stalin, y sin embargo como ocurrió con tantos rusos, lo adoraba. Incluso, en los tiem­pos en que era un brillante joven comunista trataba de emularlo hasta en el tono y forma de hablar.

Esa dualidad de acción y pensamiento era preci­samente una de las características del «homo soviéticus», como observó G. Sheehy, uno de sus buenos biógrafos. Por un lado, lleva en su inconsciente las heridas que provocan los asesinatos a los seres amados, la represión sistemática, la degradación de la moral personal en función de la razón de Estado a la cual pertenece delatar a los propios amigos. Por otra, sabe que para sobrevivir, hay que adaptarse a reglas del juego que impo­nen los detentores del poder. Si es miembro del Partido, debe combinar téc­nicas de sobrevivencia con capacidad para conseguir protectores que le ayuden a escalar posiciones, tanto burocráticas como profesionales. De la misma manera, sabe que repentinamente pueden originarse cambios en la cúspide y debe estar preparado para readaptarse a nuevas circunstancias.

La sociedad soviética y el Partido eran verdaderas escuelas en la formación de «camaleones sociales» lo que en la profesión política puede, bajo ciertas condiciones, ser una virtud. De la misma manera, quien quería llegar lejos en la vida debía desarrollar una suerte de «disonancia cognitiva», que significa algo así como realizar algo con la mayor naturalidad, pensando exactamente lo contrario.

Vivir en la contradicción puede ser para un miembro de una so­ciedad democrática, insoportable. En la URSS era no sólo normal, sino que una condición de sobrevivencia y de progreso personal. Y precisamente esas características aparentemente negativas supo convertirlas Gorbachov en cua­lidades. Quien había pasado por la escuela del stalinismo y ganado el apoyo de protectores tan poderosos como Suslow (una especie de Richelieu rojo) o Andropov (durante largo tiempo jefe de la KGB) y que además reunía condi­ciones personales muy valoradas por el régimen como una disciplina que ra­yaba en el ascetismo, capacidad fanática de trabajo, inteligencia, una cultura más que sobresaliente para su medio, y sobre todo, un irresistible «charme» – que lo llevó a cautivar (políticamente, por supuesto) nada menos que a la «dama de hierro» inglesa y a que Reagan le tomara casi tanto cariño como a Micky Maus – estaba llamado a entrar alguna vez al umbral de «los elegi­dos».

Si hubiera que buscar una fórmula clave para designar el sentido las reformas propuestas originariamente ella es: informática+ de­mocratización o, en la terminología de Gorbachov, Perestroika+ Glasnost. Esa fórmula buscaba expresarla Gorbachov en otra, aún mucho más llamativa: La Segunda Revolución es precisamente el subtítulo de su libro escrito en 1987: Perestroika. La primera revolución era naturalmente la de octubre de 1917. La de Gorbachov y una fracción bastante numerosa del PCUS, buscaba establecer continuidad con la primera, y cumplir el sueño leninista- stalinista- jruscheviano de desarrollar las fuerzas productivas y transformar a la Unión Soviética en una potencia moderna. En ese sentido la fracción gorbachiana no se apartaba un ápice de la ideología modernizadora de sus principales predecesores.

No olvidemos que para Lenin el socialismo era electrificación+ Soviets. Para Stalin había sido Gulag+ industria pesada. Para Kruschev era conquista del espacio+ bomba atómica. En esa carrera loca para emular al enemigo, al «capitalismo imperialista», sólo la era Breschnew echaba a perder el juego, pues su política no estaba dirigida tanto a desarrollar las fuerzas productivas, sino a la mantención precaria del orden establecido. Es por eso que en sus primeros momentos, los cañones ideológicos de Gorbachov estaban dirigidos no contra el stalinismo, sino contra el período Breschnew, bautizado como la estagnación, lo que en cierto modo implicaba una justificación ideológica indirecta del stalinismo. Y en efecto: la ideología del bolchevismo, aún presente en los años ochenta, podía tolerar los crímenes de Stalin y de Lenin, pero no la falta de «crecimiento económico».

Debido a esa razón, la constatación del principal asesor econó­mico de Gorbachov, Abel Aganbegjan, relativa a que el último plan económico (1981-1985) arrojaba un saldo de cero, no podía sino constituir un escándalo político al interior de la «Nomenklatura». El desarrollo de las fuerzas productivas era, entre otros puntos, parte de la racionalidad interna del marxismo soviético; «la guerra económica» que, a fin de cuentas, debía de ser tanto o más decisiva que la política o la militar frente al «mundo ca­pitalista».

En 1982, Andropov, esa extraña simbiosis de policía e intelectual, había hecho preparar un informe en el que participaron los más connotados espe­cialistas soviéticos. El resultado, para la ideología comunista, no pudo ser más desalentador (Spiegel Spezial 1991:92). Sobre esa situación se ha escrito bastante y lo concreto puede resumirse así: la URSS se encontraba al borde del colapso financiero y, lo que era peor, en los niveles de producción, y en el tecnológico, muy atrasada respecto «al capitalismo». Cuando el último re­presentante de la gerontocracia bolchevique, Chernenko, falleció (10 de marzo de 1985), el relativamente joven Gorbachov traía como principal misión sacar a la URSS de la estagnación y reencauzarla por las sendas del pro­greso en dirección del socialismo. Gorbachov debía ser el encargado de restaurar el orden histórico. Y para eso era necesario una segunda revolu­ción.

La primera revolución, la antizarista, había sido nacional, democrática, y sobre todo, popular. Esto último no se puede decir desgraciadamente de la que quería encabezar Gorbachov. Que se sepa, Gorbachov no alcanzó el po­der montado en ninguna ola revolucionaria, ni nunca hubo alguna manifesta­ción popular de importancia en contra de Brechner.

Gorbachov era, en el mejor de los casos, el representante de una revolución interpartidaria. Es por eso que la lectura que él y su fracción hicieron de la realidad no podía ser la misma que hacía el pueblo.

Digámoslo así: el pueblo soviético no estaba interesado mayormente en el desarrollo de las fuerzas productivas, ni en que la Unión Soviética se convirtiera en potencia mundial, ni en derrotar al imperialismo, ni en nada de las cosas en las que estaba interesado su «glorioso Partido». Más aún: y espero que el lector me entienda: parece que nunca, en su triste historia del último centenio, lo pasó mejor que durante Breschnew.

Por cierto, subsistían los sistemas leninistas- stalinianos de vi­gilancia, las relaciones de desconfianza, las tristemente famosas clínicas psi­quiátricas, y las persecuciones a disidentes. Nadie podía leer lo que quería, ni manifestar libremente sus opiniones. Pero comparada con el pasado, la generación de Breschnew vivía una especie de stalinismo con rostro humano. No había gran escasez; por lo menos lo suficiente para comer y sobre todo para beber, y lo que no se conseguía en tiendas, se adquiría a buen precio en el mercado negro, como viene ocurriendo desde la antigüedad hasta nuestros días en todas partes. Se trabajaba lo suficiente, pero no dema­siado, y sin mística patriótica ni comunista, sino simplemente para tener lo suficiente para alimentar a la familia, salir en las escasas tardes de verano a comer esos deliciosos helados rusos, y emborrachare el fin de se­mana como ocurre con los trabajadores de casi todo el mundo. Y la URSS era fundamentalmente un país de trabajadores (y de burócratas). En cual­quier caso, no era un país revolucionario, y eso es lo más normal que le puede suceder a cualquier país.

Por cierto, había que pagar ciertos precios: asistir por lo menos irregularmente a reuniones de partido o de sindicato (era lo mismo), desfilar marcialmente el primero de mayo, inscribir a los hi­jos en los «pioneros», y trabajar un par de días voluntarios al año por Cuba, Vietnam, Chile, o cualquier otro país caído en desgracia. Pero eso no era nada comparado con el Gulag y las guerras que habían tenido que so­brellevar en el pasado. Quizás fue esa la razón por la cual el pueblo sovié­tico se asustó tanto cuando Gorbachov pretendió movilizarlo en función de una nueva revolución. En nombre de la revolución había tenido que sufrir demasiado y ya no quería hacer ninguna más. También los pueblos tienen derecho a descansar.

Pero Gorbachov no pertenecía al pueblo. Era un hombre de Partido, y por lo tanto le interesaba más el futuro que el presente, sobre todo si se tiene en cuenta que su Partido vivía de ficciones históricas. La fracción mo­dernizante, desde los tiempos de Andropov, estaba evidentemente escanda­lizada de lo que ocurría entre los seres mortales.

Como herederos de la tra­dición revolucionaria inaugurada por los bolcheviques, era puritana. De otra manera no se explica que Gorbachov haya iniciado su proyecto democrático con una campaña en contra del alcoholismo. Puritano, como Lenin y Stalin, como Kruschev y Andropow, como Robespierre, pero no como Dantón, no po­día tolerar que el país se escapara del orden histórico asignado desde el Olimpo.

El leninista puritano que era Gorbachov en 1987 escribía por ejemplo que el pueblo (o su Partido) «ven con conmoción y disgusto que los sagrados valo­res de la revolución de octubre sean tratados a puntapiés». Y como un profesor de escuela frente a una desordenada clase se indignaba por «la erosión de la moral pública, del digno sentimiento de soli­daridad de los primeros años de la revolución, de los primeros planes quin­quenales, de la de la gran Guerra Patria, y de la reconstrucción de post­guerra, los que han perdido su significado».- Y agregaba todavía más irri­tado – «En cambio aumentan el alcoholismo, la drogadicción y la criminalidad. Se fortalece la penetración de los estereotipos de la cultura de masas, que a nosotros nos son extraños y que conllevan un gusto primitivo y al empobreci­miento ideológico».

Gorbachov, siguiendo la línea de An­dropow, llegaba al poder en su doble condición de modernizador y restaura­dor. Él se encargaría de restaurar el orden de la historia en contra del caos breschneviano. Democracia sí, pero de acuerdo a las normas socialistas y, como se deja ver en las líneas citadas, reivindicando incluso la obra de Stalin. Como los grandes revolucionarios, el desrevolucionario Gorbachov no podía entender que el pueblo soviético no quería vivir en el curso de la historia sino en de la vida real y cotidiana, nada de heroica, pero a veces más hermosa.

La historia de Rusia desde Pedro el Grande hasta Yelzin, pasando natu­ralmente por Stalin, ha sido la de modernizar «desde arriba» al país. En al­gunos terrenos como en el tecnológico- militar había sido alcanzado ese ob­jetivo. Pero el objetivo máximo, alcanzar, y después superar al «capitalismo», estaba lejos de materializarse durante la época Breschnew. Kruschev había prometido nada menos que la sociedad comunista para 1980. Durante Breschnew ya nadie quería acordarse de eso.

En el terreno militar, por ejemplo, ya habían perdido la guerra. En el de la produc­ción se habían quedado más que rezagados. Ni hablar del cultural, pues Coca Cola y Rock and Roll ya se habían apoderado de la so­ciedad soviética, como constataba escandalizado Gorbachov. Por si fuera poco, la violación permanente de la realidad en función de un objetivo meta histórico: la revolución industrial en un sólo país, había degradado las fuentes de todo proceso económico: la naturaleza y el ser humano.

El drama de la URSS era tener que alcanzar siempre «al enemigo». La lógica militar, en función de ese objetivo, había sido trasladada durante la Guerra Fría a la de la producción. No por casualidad la terminología econó­mica estaba plagada con la jerga militar. Y cada año, los jerarcas llenaban de medallas los pechos enflaquecidos de «los héroes del trabajo». En pocos países del mundo «la ideología del crecimiento» ha sido impuesta con mayor fanatismo que en la URSS. El problema es que de tanto perseguir al ene­migo, la economía, en su conjunto, se había estructurado como «una economía de alcance». La producción no «crecía» de acuerdo a las necesidades inter­nas, sino que de los avances del enemigo.

En otras palabras: para alcanzar al enemigo, necesitaba del enemigo. El enemigo era el principal factor de crecimiento. Pero, para que esa economía funcionara, el enemigo no debía ser nunca alcanzado, pues de otra manera dejaba de ser una economía de al­cance. El drama de Sísifo estaba presente en la economía soviética en toda su magnitud. En tiempos de Gorbachov ya era evidente, que después de Stalin, la URSS había realizado hasta sus últimas consecuencias, la segunda revolución industrial, y precisamente cuando se disponía, durante Breschnew, a disfrutarla, el enemigo ya había realizado la tercera.

De un modo general es posible decir que el proyecto originario de Gor­bachov era crear marcos políticos institucionales a fin de modernizar al país en función de los objetivos determinados por la tercera revolución industrial. En los propios términos marxistas, la URSS vivía un momento en que las fuerzas productivas habían entrado en contradicción con las relacio­nes sociales de producción. Tal era al menos el diagnóstico de Andropov hecho suyo por la fracción gorbachiana. De ahí la importancia que tenía, a juicio de Gorbachov, la democratización, a la que concebía como una condi­ción para el desarrollo y la modernización económica. «Perestroika» -escri­bía- «es sólo posible sobre fundamentos democráticos».

De acuerdo a la lectura de la realidad hecha hasta 1987, Gorbachov se en­contraba en perfecta sintonía con el orden histórico que regía en la URSS. Stalin había realizado, sobre las bases de una acumulación originaria de ca­pitales, la revolución industrial, la que se había estagnado durante Breschnew. La revolución modernizadora debería iniciarse bajo su reinado. Como las condiciones no estaban dadas para una reestalinización del poder, lo que además habría sido imposible – no sólo porque la introducción de tecnología basada en la informática es relativamente incompatible con siste­mas políticos cerrados (Mandel 1989:34) sino además porque era contraprodu­cente para la distensión internacional que a su vez era fundamental en la provisión tecnológica que requería la URSS, no quedaba más alternativa que «activar al factor humano», como continuamente repetía Gorbachov en su li­bro acerca de la Perestroika.

De ahí que invirtiendo la lógica economicista de sus predecesores teóricos, la democracia aparecía ahora no como el re­sultado del desarrollo, sino que como su condición. Perestroika quería ser, a la vez, la segunda revolución política (la primera era la de Lenin) y la se­gunda revolución industrial (la primera era la de Stalin). Al final no fue ninguna de las dos. Pero sí fue la primera desrevolución del mundo.

El aporte verdaderamente revolucionario de Perestroika residía sin em­bargo en sus proyecciones internacionales. No sin razón Gorbachov era mucho más aplaudido en el extranjero – donde era visto como una suerte de milagroso mensajero de la paz – que en su país, donde nunca fue realmente amado.

Que se hubiera desatado una verdadera «gorbimanía» en Alemania, donde sus habitantes no son precisamente muy tropicales, muestra como Gorbachov estableció una suerte de alianza entre un amplio movimiento paci­fista que desde tiempo atrás venía erosionando las estructuras belicistas de sus países, y su proyecto distensionador. En el extranjero, efectivamente, Gorbachov era otra persona. Franco, abierto, simpático, se adaptaba a las normas de la política internacional con la misma facilidad que cuando en su juventud se adaptaba a las del stalinismo. Las principales revisiones teóri­cas de la Perestroika se encontraban precisamente en el terreno de la polí­tica internacional, y de eso tomaron nota rápidamente los expertos europeos y norteamericanos.

A primera vista, la propuesta internacional de Gorbachov parecía ser una confirmación retórica de la política de «coexistencia pacífica» iniciada por Kruschev. Sin embargo había tres innovaciones altamente interesantes. La primera era que dejaba de considerar como fundamental la contradicción entre el mundo capitalista y el socialista que venía rigiendo hasta Breschnev, poniendo en su lugar a la que se daba entre la guerra y la paz. Esa contradicción -y esta era una sorpresa en el discurso marxista-sovié­tico- se encontraba más allá de las propias contradicciones de clase, o como formulaba en su Perestroika «por primera vez se ha constituido un interés común a toda la humanidad que no es especulativo sino que real: la salva­ción de la humanidad frente a la catástrofe» .

La se­gunda innovación era «la relación de causa y efecto entre guerra y revolu­ción no existe más». La imagen del socialismo emergiendo de las cenizas como el Ave Fénix no podía seguir siendo válida pues después de las cenizas atómicas no hay Ave Fénix posible o lo que es pare­cido: el socialismo no podía ser fundado sobre las bases del apocalipsis.

La tercera innovación era quizás la más radical: Gorbachov renunciaba explícitamente a expandir el imperio hacia el llamado Tercer Mundo, desapare­ciendo una de las principales fuentes de conflictos entre USA y la URSS que, complementados entre sí habían externalizado esos conflictos hacia los países pobres instalando en muchos de ellos dictaduras stalinistas o facistoides a fin de asegurar sus «zonas de influencia» (en el lenguaje de la Guerra Fría). En ese sentido, Gorbachov era brutalmente franco: «nosotros sabemos cómo de importantes para la economía americana y europea son el Cercano Oriente, Asia, Latinoamérica y otras regiones del Tercer Mundo, como también Sudáfrica, en lo que respecta a las fuentes de materias pri­mas. Romper esos vínculos es lo último que nosotros deseamos». Por supuesto, la nueva política de la URSS hacia el «Tercer Mundo» no sería recibida con alegría por Huseim, Gadafi y Castro.

Sabiendo Gorbachov que la política de las armas ya no tenía sentido, recurrió a las armas de la política. Y no se puede negar: en ese terreno era mejor guerrero que casi todos sus colegas occidentales. Gorbachov ha sido incluso uno de los pocos gobernantes que ha logrado convertir una derrota militar en un triunfo político, como fue su retirada de Afganistán.

Sin haber leído a Maquiavelo y a Gramsci, sabía que los principios de la he­gemonía política son más importantes que los de la dominación. Técnica y militarmente la URSS ya no tenía medios para ejercer una política de domi­nación. No le quedaba más que jugar la carta política. Y en ese juego Gor­bachov demostró poseer dotes que rayaban en la genialidad. Durante un largo tiempo fue la figura hegemónica de la política mundial, desarmando por completo la lógica de Reagan quien se preparaba para la «guerra de las ga­laxias». Fue, en buenas cuentas, un líder político occidental. Donde iba era aclamado, aún más que el Papa. Pero en su casa, no.

Este artículo es una reelaboración de un fragmento de mi libro «El Orden del Caos», «historia del fin del comunismo», Buenos Aires, 2006.

Twitter: @FernandoMiresOl

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.

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Alejandro J. Sucre

Hay una especie de regreso al mundo físico luego del gran viaje hacia el mundo digital que tuvimos en los últimos 25 años. Y las empresas mineras pequeñas tienen un buen horizonte en este nuevo mundo que se avizora. Hay un temor grande de que haya una recesión económica luego de la guerra de Rusia contra Ucrania. La criptomonedas han perdido la mitad de su valor en los últimos meses. La supervivencia de empresas como Tesla depende más que nunca del surgimiento de pequeñas empresas mineras. Por primera vez en el Bolsa de Valores de Toronto, en el año 2022, las empresas junior de minería han dominado los montos transados. Han estado por encima de los montos transados por empresas mineras de larga experiencia, y por el resto de las empresas de los demás sectores de la economía canadiense.

Según Kaiser Research, EEUU y China tendrán el mismo % del PIB mundial para el año 2027 según el FMI, con un 25 % cada una. India será el 5 % de la economía mundial. La economía mundial se estima estará en $140.000 millones de millones. El gato militar de EEUU está alrededor del 41% del gasto militar mundial y el de China en 15%. La idea de que China y Rusia eventualmente iban a convertirse en una democracias ya no está a la vista ni en el panorama. Este es un gran tema moderno. Los metales raros son otro tema de interés mundial conectado a la evolución política y económica de los próximos años. El oro seguirá siendo una manera de protección. China es el productor de oro más grande del mundo. Y China y EEUU tienen la misma cantidad de reservas de oro hoy.

Para el año 2030 se avizora una especie de nuevo mundo. China va a controlar el eje asiático, Rusia el eje europeo y EEUU el eje americano. Una reversión de la globalización. 19 de los metales raros más importante están concentrados en Rusia y China en un 40 %. La gran pregunta es quien va a movilizar la producción física de materiales mineros si Rusia y China se salen del comercio global. Las grandes empresas mineras no van a ser los grandes jugadores e los próximos años. Esas grandes mineras necesitan grandes proyectos para movilizarse. Las pequeñas empresas mineras de Canadá y de Australia son las mejores posicionadas para atender la demanda de minerales en los próximos años. Tienen tecnología y acceso a capital. Las grandes empresas prefieren esperar que suban los precios en lugar de explorar más en pequeñas reservas. El Litio es un gran ejemplo de lo que ocurre. La oferta se debe incrementar de 100.000 tn a 1.000.000 en el año 2030 para seguir la evolución de los carros eléctricos. El reciclaje es totalmente insuficiente ya que lo que se usa hoy no está disponible sino en 10 años y es mucho menos de lo que se necesita en el 2030. Hay grandes depósitos en Brasil pero no suficientes. Pero la mayoría son pequeños depósitos alrededor de las Américas. El litio que se vende hoy a $36 es 10 veces más que el precio hace dos años. El carro eléctrico se baja en litio entre 10 y 20 $ .Un mayor precio no permitirá que siga aumentando al demanda de carros eléctricos. El cobre es otro mineral importante que escasea. Las fincas eólicas y las fincas solares usan 7 veces más cobre que la energía eléctrica de hoy. Se necesitan 5 millones de toneladas de cobre para el año 2028. Sin cobre no hay vehículos eléctricos ni fincas eólicas. Y los europeo no obtuvieron suficientes vientos este año 2021. Lo cual implica producir más de 250% en cobre en comparación con el año 2019. Para el 2040 hay que multiplicar por 30 veces. Hay una deficiencia gigante de cobre para el 2030. Cada vez se necesita más agua para procesar el cobre. Un carro de gasolina usa 30 kg de cobre. El carro hibrido usa 42 kg. El carro eléctrico usa 100 kg. Cómo se va a reducir el calentamiento global si hay que producir millones de carros eléctricos. Los vehículos de carga grandes serán transportados por hidrogeno.

El mundo va a necesitar unos $200.000 millones para desarrollar nuevas minas en los próximos 5 años y así atender la demanda de minerales. Digitalización, Inteligencia Artificial será indispensable ya que las reservas serán mucho más pequeñas y complejas. Así que la minería cada vez más va a depender de buenas relaciones entre gobiernos, inversionistas y operadores para ser viables. Las minas deberán ser mucho más eficientes desde el punto de vista ambiental. Todas las operaciones van a cambiar. Para atraer capital va a ser mucho más complejo.

Twitter @alejandrojsucre

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Carlos Raúl Hernández

Nunca pensé ver un champignon atómico sino en películas, pero ahora tengo la posibilidad de hacerlo en vivo. Vamos al séptimo paquete de sanciones para descalabrar la economía rusa y la presidenta del Banco Central, la muy mediática Elvira Nebiúllina (orienta la economía rusa con sus prendedores), avisora sobre la crisis en invierno –igual que en Europa, aunque por razones contrarias- y no en el sector financiero, lo que sería una crisis vegetariana, sino carnívora porque afectará la estructura industrial y la producción de bienes. En esta guerra hay dos perdedores seguros Ucrania y Europa. Ni los EE. UU ni Rusia parecen dispuestos a perder y eso recuerda el hongo, lo que haría perdedora a la raza humana. La tercera guerra mundial ya comenzó en su forma posmoderna, la guerra híbrida según resume Frank Hoffman (2007): conjugación de ofensivas múltiples: cibernética, comunicacional, convencional, económica y militar (si fuera necesaria). Por el momento es una guerra de desgaste en favor del que aguante más. El año pasado polemicé desde este espacio con un libro de Vladimir Padrino, la Escalada de Tucídides, quien anunciaba la posibilidad de guerra. Él tenía razón.

La guerra comunicacional hace desaparecer la información sobre el conflicto que intente objetividad analítica, e histeriza en las redes, veto al conocimiento del que no se salva siquiera Kissinger, “putinista” para Ucrania. Los rusos vienen de una terrible tradición de precariedades comunistas, saben vivir sin calefacción y desde 2014 que vieron el mango del puñal, se desligan de occidente y se preparan para bañarse con agua fría. Por eso sancionarla es más bien un incomprensible masoquismo de consecuencias terribles. Vivimos un trágico enfrentamiento del sistema económico global en dos bloques, aunque la mayoría de los países no sancionó a los rusos, sino solo Europa y los aliados más cercanos de EE.UU.

Ucrania le cuesta y le costará al mundo una masa incalculable, impagable de dinero, y su recuperación es incierta. Antes de la guerra era ya un estado fallido en lo económico. Pese a que hay países ex socialistas muy pobres, Moldavia, Tayikistan, Kirguistán, el de Trotsky es el único que no pudo crecer, mantuvo el mismo PIB de 1990. El gasto militar es un gran negocio para EE. UU que suministra las armas de defensa más caras, su gas licuado vale tres veces más que el de tubería y en materia económica está ganando, aunque aterra escuchar a Borrel decir “esta guerra hay que ganarla en el campo de batalla”, es decir, hasta la última gota de sangre ucraniana. En seis meses Rusia controla 20% del territorio, 28% de la población y pese a que el armamento occidental entorpece su avance, priva la superioridad de la artillería rusa.

Rusia controla la central nuclear de Zaporiyia, la mayor de Europa, fuente eléctrica de Ucrania y el continente. Devastaron la infraestructura y las fábricas con pérdidas por 160.000 millones de dólares, la mitad de los empleos y las refinerías con daños de otros 200.000 millones de dólares. Ocuparon las zonas industriales y los recursos naturales ucranianos: 60% del carbón, 42% de los yacimientos de metales, un tercio de las tierras raras y litio (con eso Rusia puede pagar la guerra) El PIB caerá este año 45% según el BM, y los bancos enfrentan morosidad que los conduce a la quiebra. La recaudación ha caído en 40% mientras el gasto fiscal aumenta en 60%, el déficit crece 5000 millones de dólares mensuales, que será este año 50% del PIB. La recuperación costaría alrededor de 400 mil millones de dólares.

¿Quién cubrirá el presupuesto de Ucrania y pagará salarios, pensiones, médicos? Imprimen moneda desaforadamente, la devalúan 25% y queman divisas por 1000 millones semanales. Tienen las reservas de gas más bajas de Europa, apenas 20%. Suplirlo vale 15. 000 millones de dólares y 15.000 recuperar la red eléctrica. Recibió 12 mil millones de ayudas y vienen 20 mil millones más para fin de año. Más 80 mil millones de ayudas humanitaria y militar, pero ganar la guerra costaría masivamente más. La deuda externa es impagable, gobierno no es transparente y por eso el apoyo de Francia y Alemania disminuye. Según Bill Gates las consecuencias serán siniestras y perseguirán a la humanidad por mucho tiempo porque en los próximos meses estallará una crisis económica sin precedentes en cien años.

Estados Unidos entró en recesión, la crisis energética auto inducida arrastra a Europa a la escasez de alimentos de trigo, granos, maíz, soya, caña, aceites y arroz, de los que se deriva 80% de lo que consumimos. Provenían de Rusia-Ucrania 64% del aceite de girasol 19% de la cebada, 12% de las calorías consumidas. Los fertilizantes venían de Rusia, y los precios subirán porque lo que comemos hoy se produjo el año pasado. Según Gates la guerra nos lleva a la stagflación, recesión con inflación, caída del PIB mundial, hambrunas y crisis humanitarias. Sacrifican a Ucrania, que puede quedar a la deriva, una especie de Haití. África arriesga hambrunas, Europa se tercermundiza (Scholz recomienda no bañarse mucho) ¿Sobrevivirá la U,E?. Por algo dijo el FMI, que luego de un embargo energético a Rusia, tal vez haya potencias que no sigan siéndolo.

@CarlosRaulHer

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