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Opinión

Fernando Mires

Hemos escuchado que estamos en una situación de pre-guerra. Si es así, tenemos que convenir en que toda pre-guerra pertenece a una guerra, vale decir, a un periodo donde se establecen las condiciones de la guerra la que, como toda guerra, intenta dirimir por la fuerza un conflicto que no puede ser resuelto mediante el uso de la razón diplomática. De tal manera que, por el momento, estamos presenciando una guerra diplomática, o si se prefiere, la fase diplomática de una guerra militar. Cabe preguntarse entonces cuáles son las razones de la guerra y sobre todo por qué el actor principal, en este caso Putin, ha elegido justo estos momentos para caminar por el sendero que conduce a la guerra, tenga esta o no lugar.

Las razones parecen evidentes: Putin busca anexar Ucrania a Rusia, y si las condiciones no son del todo favorables, una parte de Ucrania (la controlada militarmente por el movimiento pro-ruso en Donetsk y Lugansk ya la domina). Los orígenes de la guerra hay que encontrarlos entonces en la política expansionista del gobierno ruso. Dicha política a su vez, tiene sus orígenes en una mitología que dice así: Ucrania, como todo el mundo euroasiático pertenece, cuando no a la dominación, por lo menos a la hegemonía rusa. Todos los que se opongan a la expansión rusa deben ser considerados enemigos de Rusia. Y en este momento, para Putin, sus enemigos fundamentales son las democracias occidentales, sobre todo las europeas y norteamericanas.

Putin aparece así como el máximo representante de una contrarrevolución anti-occidental y anti-democrática desplegada a nivel mundial. Esa la razón por la que ha logrado unir en su torno a la gran mayoría de los gobiernos, movimientos y partidos anti-democráticos del mundo, sean estos autoritarios como los de Hungría, Polonia o Turquía, o dictaduras poscomunistas como la de China y Corea del norte, o militares como las de Cuba y Siria, o teocráticas como las de Irán, o simplemente autocracias mafiosas como las de Bielorrusia, Nicaragua, Venezuela. En Ucrania, se quiera o no, está siendo dirimido el tema de la contradicción fundamental de nuestro tiempo: la que separa al mundo democrático del antidemocrático.

¿Por qué ahora y no antes o después moviliza Putin a más de 100.000 soldados hacia los límites con Ucrania? Pues, porque ha encontrado su momento. No de atacar –de hacerlo lo habría hecho por sorpresa y de un zarpazo como cuando anexó Crimea en 2014- sino de hostigar al bloque occidental. Ucrania es el objetivo final de su actual estrategia aunque puede que no sea el principal. La fase actual está dirigida a desorientar y dividir a sus dos enemigos fundamentales. El enemigo geográfico formado por las democracias europeas, y el enemigo político-militar representado por EE UU. De hecho lo ha conseguido. Ha mostrado a todo el mundo como la Alianza Atlántica se encuentra dividida en dos fracciones: los “negociadores” (Alemania y Francia) y los “intervencionistas” (EE UU y Gran Bretaña)

No se puede negar que Putin se encuentra bien posicionado. De hecho está jugando un juego de ganar o ganar. Lo que más le interesa es desorientar al enemigo. Lo que está haciendo, y parece que pocos se han dado cuenta, es llevar a cabo una masiva operación de desgaste. No pudo haber escogido un momento mejor. Después del retiro de tropas de Afganistán, la política internacional de la alianza occidental se encuentra totalmente desorganizada. Si a ellos sumamos una Europa concentrada en combatir a la pandemia -de hecho Putin ha sabido hacer del Covid un gran aliado- lo demás viene solo. Ya las bolsas de los países europeos están experimentado estrepitosos bajones. La inflación se ha disparado. Hay asomos de miedos e histerias colectivas. Lo menos que quiere la ciudadanía europea es embarcarse en una guerra de connotaciones globales y de proyecciones indescifrables, y en ningún caso padecer frío bajo un devastador invierno como consecuencia del cierre de la llave del gas ruso.

Por si fuera poco, las dos naciones que comandan el bloque europeo, Francia y Alemania, se encuentran políticamente trabadas. Macron encara un difícil proceso electoral. Y en Alemania, su nuevo gobierno no quiere estrenar su mandato con una guerra. De ahí que los gobernantes de los dos países se han puesto de acuerdo para entonar la misma melodía. “Diplomacia sí, intervención no”. Cuando más, repiten como papagayos, “si Putin invade Ucrania, Rusia sufrirá terribles sanciones”. Nadie dice cuáles serán, pero todos sabemos lo poco que sirven las sanciones en política internacional, mucho menos si se trata de amedrentar a un gobernante que tiene como aliados económicos a países como China, Irak y Turquía. Una guerra económica nunca podrá asustar a Putin. Y una militar, frente a un bloque dividido, tampoco.

En estos momentos Putin, hay que decirlo, está infligiendo una fuerte derrota a las democracias occidentales. Ucrania, ocupada o no, pasa a ser un detalle secundario al lado de la magnitud de esa derrota. La humillación de las democracias occidentales frente al desafío ruso podría ser el gran triunfo destinado a coronar su aventurera carrera política.

En el contexto de la pre-invasión, el espectáculo más triste es el que está dando Alemania. No es para menos. La nación hasta hace poco considerada locomotora económica de Europa, ha demostrando que, en los niveles militares y políticos no pasa de ser un destartalado vagón de carga.

Alemania es un país que arrastra una gran culpa histórica, dicen siempre sus filósofos e historiadores. Ahí reside precisamente gran parte del problema. Bajo la influencia del izquierdismo pacifista y de las corrientes humanistas cristianas, prima en Alemania un discurso que puede llevar al país a la indefensión frente a sus enemigos. Desde ese prisma, la "buenista" lección extraída de su tortuoso pasado no puede ser más abstrusa. En lugar de haber sido levantada una política de animadversión en contra de países gobernados por regímenes antidemocráticos como fue el hitleriano, los gobiernos han seguido la consigna de un “abajo las armas” digna más bien de ordenes conventuales que de países enfrentados a enemigos antidemocráticos, expansivos e incluso imperiales, como Rusia. Situación irrisoria. Cuando el gobernante ucraniano Zelenski pidió a Alemania ayuda militar, Alemania le ofreció dinero para comprar medicamentos. Además, cascos militares (!!).

Si a la falsa lectura de su propia historia agregamos la facilidad con que Alemania ha entregado llaves estratégicas a Rusia -como la dependencia del gas- gracias a la irresponsabilidad e incluso venalidad de sus políticos, completamos un cuadro deplorable. Solo el hecho de que un ex canciller como Gerhard Schroeder, no habiendo pasado siquiera un mes del cese de su cargo, hubiera asumido el rol de consejero de la empresa Gazprom ligada directamente al gobierno ruso, es propio a una república bananera y no a un país que busca ocupar un lugar hegemónico en la arena continental.

Negocios son negocios y política es política dirá la Realpolitik. Precisamente, de eso se trata, podríamos responder. En Alemania no ha sido lograda la separación entre economía y política. Más bien ocurre lo contrario: la política, sobre todo la internacional, depende de la economía, y la economía, de países gobernados por anti-demócratas como Putin.

Naturalmente, hay que mantener relaciones comerciales con todos los países, más allá de ideologías políticas. Pero hay áreas estratégicas que lisa y llanamente no deben ser entregadas a gobiernos que, debido a tradiciones y formatos antidemocráticos pueden llegar en cualquier momento a convertirse en enemigos. De esa fatal dependencia económica, el gobierno de Merkel arrastrará una cuota de responsabilidad. Los grandes méritos de la gobernante no podrán ocultar esa mancha, máxime si Merkel no podrá negar que no fue advertida, incluso desde su propio partido (entre algunos, por el internacionalista Norbert Röttger).

Un país como Alemania no puede depender de la energía de un producto estratégico controlado por una autocracia. Ceder a Putin el monopolio sobre el gas fue una decisión tanto o más peligrosa que entregar la producción de energía atómica a consorcios privados de los cuales Alemania está intentando todavía liberarse. La lección nunca aprendida, la que dice que entre países democráticos jamás ha habido guerras a diferencia de los países no democráticos contra los que siempre habrá guerras, hay que volverla a estudiar.

Visto en perspectiva histórica, Ucrania más que ocupada puede llegar a ser negociada. Solo esa negociación sería un triunfo para Vladimir Putin. Pero antes que nada sería la más terrible derrota política experimentada por la comunidad democrática europea desde la segunda guerra mundial. La capitulación del occidente político mostraría al mundo entero la vulnerabilidad de sus miembros frente a potencias no democráticas. Significaría, sin más ni menos, ceder a Rusia y después a China un rol político dominante en el concierto mundial y así renunciar a uno de los principios más caros que dieron origen a las Naciones Unidas, el de la autodeterminación de las naciones.

Si el mundo democrático cede ante Putin, sentará un peligroso precedente. ¿Quién podrá oponerse si Turquía hace y deshace con los kurdos e incluso con los armenios? ¿O si la extrema derecha israelí reclama derechos “bíblicos” en territorios palestinos? ¿O si China extermina a los uiguren? (solo para nombrar algunos casos conocidos). No nos engañemos: si Rusia negocia y /o ocupa Ucrania terminará por imponerse una suerte de darwinismo geopolítico, el derecho de los más fuertes a someter a los más débiles. El regreso al siglo XlX con las armas del siglo XXl.

No podemos seguir ocultando el hecho objetivo de que las naciones democráticas han pasado a la defensiva. Razón de más para que unan sus fuerzas y elaboren nuevas estrategias no solo militares sino también políticas frente a las futuras contiendas con regímenes antidemocráticos. Las libertades ganadas en las luchas en contra del nazismo y del comunismo no deben ser abandonadas. No podemos permitir que las espartas arrasen con las atenas.

A un lado la economía digital-esclavista china. Al otro, el bárbaro militarismo ruso. Occidente, el democrático, no está en condiciones de enfrentar ambas potencias a la vez. Hay que aprender a dividirlas, a establecer alianzas con una u otra, de acuerdo a las circunstancias que se den en la política internacional. Pero para que eso sea posible, deberá nacer una nueva solidaridad entre las naciones democráticas del planeta.

Lo que está en juego en Ucrania no es solo Ucrania sino la sobrevivencia de principios y valores heredados de la era de la Ilustración. Entre ellos, los más inalienables, los derechos humanos, los mismos que son pisoteados por Putin en su propio territorio, en las frías cárceles de Siberia o en la largas listas de opositores asesinados. Todos somos Ucrania debería ser el grito de nuestro tiempo.

28 de enero 2022

Polis

https://polisfmires.blogspot.com/2022/01/fernando-mires-en-ucrania-no-so...

 8 min


Jesús Elorza G.

En la recién finalizada campaña electoral de Barinas, fue notoria la presencia de altos jerarcas del gobierno. Ministros, generales, diputados, banqueros, dirigentes nacionales del Psuv, jefes policiales y milicianos hicieron acto de presencia en los diferentes municipios y parroquias del estado para impulsar y pedir apoyo a la candidatura de Arreaza a la gobernación. La presencia de estos camaradas iba acompañada de un derroche de regalías: Neveras, cocinas, equipos de aire acondicionado, lavadoras, bolsas Clap para la conquista de votos.

Pero, lo que más llamó la atención de los ciudadanos del estado, fue que cada uno de los representantes del régimen lucia en sus muñecas relojes lujosos y que, a cada rato, se preguntaban la hora entre ellos, con la finalidad de que la gente viera sus costosas prendas.

Esa indeseable conducta de nuevo riquismo, causó un profundo malestar en todos aquellos que veían el triste espectáculo y muchos se preguntaban sobre el origen de los dineros que hacían posible esa ostentación y derroche. Diputados de la Asamblea Nacional, presentes en apoyo a la candidatura unitaria de la oposición, comenzaron a dar una explicación sobre los relojes que lucían los camaradas del régimen.

¿Se acuerdan del joyero Habib Ariel Coriat Harrar, dijo uno de los diputados que formaba parte de la Comisión de Contraloría? ese señor ayudó, según el Informe de Inteligencia Financiera de Andorra (UIFAND), a blanquear 5.5 millones de dólares a la cofradía de dirigentes y empresarios cercanos al régimen. Coriat, es propietario de la joyería de lujo “Daoro San Ignacio C.A.” ubicada en el Centro Comercial San Ignacio de Caracas y en el 2011 recibió más de 5.5 millones de dólares de tres de los actores principales de la quiebra de PDVSA por la venta de 250 relojes de las marcas Rolex, Cartier, Chopard y Breguet. Los compulsivos compradores fueron: Nervis Villalobos ex vice ministro de Energía y Petróleo, que pagó al joyero1.5 millones de dólares; el empresario Diego Salazar que abonó cuatro millones de dólares y Javier Alvarado el todo poderoso exministro de Energía y Petróleo y director entre 2007-2010 de la Corporación Eléctrica Nacional (CORPOELEC) quién transfirió al joyero 141.480 dólares”.

La red, de estos pillos, operó entre 2007 y 2012 y recurrió para lavar su botín a una alambicada madeja de una treintena de sociedades radicadas en paraísos fiscales como Belice o países protegidos por el secreto bancario, como Suiza o Andorra. El dinero manchado presuntamente por la corrupción de la petrolera confluyó en los depósitos de la Banca Privada de Andorra (BPA), una entidad intervenida en 2015 por participar en una supuesta lavadora de fondos de grupos criminales internacionales, proveniente de la mafia china, rusa y de una trama de corrupción enquistada en Pdvsa, que habría legitimado más de $2.000 millones en cuentas, tanto en la sede central en Andorra como de sus filiales en Madrid y Panamá.

También destaca en el informe de la Unidad de Inteligencia Financiera d’Andorra (UIFAND), fechado en septiembre de 2020, que los camaradas empresarios corredores de seguros, José Luis Zabala y Omar Farías, no se quedaron atrás en la compra de relojes de lujo. Por ejemplo, pagaron 149.900 euros para hacerse en 2010 con un exclusivo ejemplar de oro de una edición limitada de Jaeger-LeCoultre. Uno de platino, modelo Big Pilot por 34.445 euros. Otro de oro blanco por 18.190 euros. Piezas de Patek Philippe fabricante de relojes de lujo por 126.760 euros. Un IWC de oro rosa por 155.000 euros. Un Parmigiani Kalpa de mujer, de oro con brillantes y montado manualmente, con un coste de 18.190 euros.

En este Festín de Baltazar, como fue el saqueo de PDVSA, estos pillos no se limitaron a la compra de relojes. También, gastaron millones de euros en vinos como el Pomaerol Petrus 1990 cuyo valor es de 5.560 la botella. Compraron una villa en República Dominicana por 602.000 euros y dejaron una reserva de 125.000 euros para el consumo de delicias gastronómicas como caviar y jamón.

Amigos, testaferros y cómplices fueron retribuidos o agradecidos con lujosos regalos de parte de los saqueadores, básicamente relojes de marcas lujosas. Se dice en los corrillos de pasillo, que Diego Salazar a la persona que lo iba a visitar a su oficina, le quitaba el reloj, lo tiraba en un cesto de basura y le regalaba un Rolex.

Finalmente, se desprende del Informe de Inteligencia Financiera de Andorra, que si realmente quieres conocer a un enchufao de este régimen pregúntale la hora y por su reloj lo conoceréis.

 3 min


Observatorio Electoral Venezolano

El Consejo Nacional Electoral (CNE) levanta un muro que es imposible de saltar. Con los tiempos, términos y condiciones acordados el 21 de enero, sobre el procedimiento de recolección de manifestaciones de voluntad para tramitar una eventual solicitud de referendo revocatorio presidencial, se está violando de nuevo un derecho constitucional de los venezolanos.

Todos los cargos y magistraturas de elección popular son revocables, consagra el artículo 72 de la Constitución. A partir del pasado 10 de enero, mitad del período presidencial en curso, el Movimiento Venezolano por el Revocatorio (MOVER) promovió una solicitud a la cual se sumaron otras dos organizaciones en calidad de adherentes.

Independientemente de lo que cada uno opine sobre el referendo revocatorio y su pertinencia en estos momentos, la obligación del CNE, como ente rector de un poder público nacional, es facilitar el ejercicio de este derecho consagrado en la Constitución, y no bloquearlo. El cronograma aprobado en el directorio, con dos votos salvados entre los cinco rectores principales, dificulta radicalmente la posibilidad de tan siquiera empezar a ejercer el derecho constitucional a revocar.

En primer lugar, el CNE estableció que la jornada única de recepción de las manifestaciones de voluntad fuese el 26 de enero. Esto es, apenas cinco días después de la decisión, lo cual resulta un tiempo insuficiente tanto para notificar oportunamente a los electores sobre los puntos de recepción como para nombrar y acreditar a los testigos ante esos centros.

Más allá de esta logística fundamental, las propias Normas para Regular la Promoción y Solicitud de Referendos Revocatorios de Mandatos de Cargos de Elección Popular (Gaceta Electoral N°405, 2007), sobre las cuales se basa el CNE para su cronograma de 2022, permiten que esta recepción de manifestaciones de voluntad se realice por un máximo de tres días, y que el lapso para proponer los centros sea de hasta 15 días hábiles, tomando en cuenta las variantes geográficas y de población electoral.

En menos de 24 horas, el 22 de enero, apenas cuatro días antes de la fecha fijada para registrar las manifestaciones de voluntad, el CNE publicó en su web una lista de 1.200 centros a habilitar en el territorio nacional, en horario comprendido de 6:00 a.m. a 6:00 p.m. Con base en lo que estable la Constitución, serían necesarias alrededor de 4,2 millones de firmas y huellas válidas en circunscripción nacional para activar un referendo revocatorio presidencial en 2022.

Siendo este el diseño, en promedio cada punto tendría que atender a cinco firmantes por minuto sin pausa durante 12 horas, disponiendo cada uno de los firmantes de 12 segundos, en promedio, para poner cuatro huellas dactilares y firmar en un cuaderno. Esta capacidad instalada implicaría el desplazamiento de electores entre municipios de su mismo estado, en un país con deficiencias de movilidad, acentuadas en tiempo de pandemia. Tenemos, en consecuencia, un número de puntos de recepción absolutamente insuficientes durante un lapso aprobado igualmente insuficiente.

Aun teniendo un número óptimo y bien distribuido de puntos, atenta contra el proceso el poquísimo tiempo disponible para que los electores puedan enterarse suficientemente de qué va esta acción ciudadana, quiénes la promueven, a dónde acudir o cómo acreditarse como testigo. Los electores venezolanos deben tomar una decisión al respecto, cualquiera que sea, y las decisiones responsables se fundamentan en información diversa y oportuna.

Persiste el CNE, por otra parte, en el error arrastrado del anterior intento fallido de revocatorio de querer contabilizar las manifestaciones de voluntad por cada una de las entidades federales del país. Si tan solo un estado no alcanzara el 20% de firmas de sus electores, se anularía automáticamente el proceso del revocatorio, con base en un fallo del Tribunal Supremo de Justicia del año 2016. El artículo 72 de la Constitución establece, sin embargo, que podrá solicitar la convocatoria un número no menor del 20% de los electores “inscritos en la correspondiente circunscripción”. En este caso, estamos ante una única circunscripción nacional por tratarse del cargo presidencial, con lo cual estaría el CNE violando una expresa disposición constitucional.

Todo lo anterior debe tomar en cuenta no solo el curso global y nacional de la pandemia de covid-19, sino el registro, en los últimos días, de los números de casos diarios de contagio más altos reportados por el propio gobierno desde el inicio de la emergencia sanitaria hace casi dos años. Las condiciones de recolección de voluntades establecidas por el CNE para nada consideran las recomendaciones internacionales de estos tiempos en materia de salud pública.

Desde el punto de vista de garantías técnicas, el cronograma aprobado para 2022 tampoco contempla las auditorías del Registro Electoral, de software de máquinas, de software de recepción, de producción de equipos y de resultados, a diferencia del cronograma del año 2016 que, en general, contemplaba ocho actividades más que ahora.

El Observatorio Electoral Venezolano seguirá atento al desarrollo de esta situación desde la mirada técnico-electoral que le compete. El OEV lamenta que la decisión tomada por el CNE imposibilite la activación del derecho constitucional a la revocatoria ciudadana y electoral de cargos de elección popular. Mas allá de la discusión que pueda darse con respecto a su pertinencia, es, sin duda, una mala señal de cara a la resolución de la ya larga crisis venezolana. Ante esta nueva lesión a la salud de la democracia, urge que los actores nacionales retomen negociaciones con miras a acuerdos políticos inclusivos y estables que sustenten la agenda electoral futura de la nación.

Caracas, 23 de enero de 2022

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Eddie A. Ramírez S.

El dogmatismo pareciera tener cada día más adeptos. No es extraño, ya que esa tendencia ha aflorado en muchos países en tiempo de crisis. Cuando determinada situación nos agobia y no se visualiza una salida, nos abocamos a identificar un culpable. Por lo general ese culpable es quién nos ha causado daño, pero a veces señalamos a quienes endosamos, con razón o sin ella, la responsabilidad de obstaculizar la vía para salir del atolladero.

Culpables por acción: Tenemos claro que la dictadura de Maduro es la culpable del desastre. Curiosamente, muchos compatriotas exoneran a Hugo Chávez, responsable del inicio de la debacle. La devaluación de nuestra moneda y la caída de la producción petrolera evidencian la responsabilidad del teniente coronel. La pérdida de valor del bolívar la conocen todos, pero algunos ignoran lo sucedido con el petróleo o achacan a las sanciones el colapso de la producción.

El colapso petrolero: Según cifras de la OPEP, la producción en el año 2001 fue de 2.862.000 barriles por día (b/d) cayó a 2.586.000 b/día en el año 2002 como consecuencia del paro petrolero de abril y del paro cívico de diciembre; se desplomó a 2.305.000 b/d en el 2003, como consecuencia del despido ilegal de casi 23.000 trabajadores. En el 2005 subió a 2.633.000 b/d, por inercia y por estar las instalaciones en perfectas condiciones, lo que demuestra que no hubo sabotaje, como todavía afirman los fanáticos rojos. Después del 2005, la producción petrolera ha caído año tras año por falta de inversión, de personal capacitado y la politización. Hoy es de solo 681.000 b/d. Maduro terminó de hundir al país. Eso lo reflejan las encuestas, los resultados en votación total el 21 de noviembre y los recientes de Barinas.

Culpables por omisión: Por estar consciente del rechazo, el régimen tenía que hacer abortar el referendo revocatorio que lo hubiese defenestrado. Al respecto, lo que extraña es la conducta del liderazgo opositor. Lo lógico hubiese sido que todos cerraran filas para apoyar esta iniciativa. Unos se hicieron los desentendidos, otros lo rechazaron. Algunos alegan que no se pronunciaron porque era imposible que tuviese éxito.

Cierto, las condiciones ilegales impuestas por el CNE, de que deben recogerse el 20 por ciento de las firmas en cada estado, que los firmantes deben acudir a los pocos centros establecidos por el sumiso organismo electoral y que el régimen tenía derecho a conocer la identidad de los solicitantes, lo hacían inviable. Pero lo que los demócratas exigimos a nuestra dirigencia es que luche por derogar esas condiciones inconstitucionales y no que permanezca pasiva.

A última hora el CNE estableció otro obstáculo infranqueable, como es la recolección en un solo día de las firmas en puntos limitados. Quizá, en una maniobra de propaganda engaña bobos, el sumiso CNE acuerde más días y más puntos para la recolección de firmas, pero ese no es el principal escollo.

La Constituyente: Queda apelar a una Asamblea Constituyente. No es la vía que preferimos en estos momentos, pero hay que apoyarla. Sus proponentes son ciudadanos bien intencionados, aunque algunos dan declaraciones como si fuesen los dueños de la verdad. Se oponen a elecciones organizadas por el CNE. No les faltan razones, pero no toman en cuenta que en plena popularidad de Chávez lo derrotamos en su primer intento de reformar la Constitución y en el 2015, con Maduro en el poder, ganamos las dos terceras partes de la Asamblea Nacional. Además, cuando hemos ido unidos, con organización, testigos en todas las Mesas, y candidatos apropiados hemos ganado varias gobernaciones y alcaldías. ANCO quiere organizar la elección sin participación del CNE. Ojalá lo logre y la comunidad internacional apoye para que el régimen reconozca los resultados. Otro punto de atención es lograr candidatos de la unidad democrática.

La Corte Penal: Un distinguido amigo indica que es necesario tomar en cuenta que la Corte Penal Internacional pareciera querer acelerar sus procedimientos y quizá decida enjuiciar a Maduro y a otros. Hay señales alentadoras. Esto debería producir una implosión en el régimen para lograr una transición pacífica. ¿Es posible? Sí. ¿Es probable? No lo sabemos y no depende de nosotros, pero es deseable.

Elección adelantada o en 2024: La otra opción, es presionar y conseguir en la negociación en México una elección adelantada. No es fácil. Hemos rechazado prepararnos para la elección del 2024, con liderazgos renovados. Cuando un distinguido compatriota como Ismael Pérez Vigil y otros, consideran que hay que considerarla, no debemos descartarla. Sin embargo, hay que presionar para que se adelante.

La gran crisis nos ha vuelto dogmáticos, unos más, otros menos. Como sabemos por la historia, el dogmatismo, político o religioso, ha traído muchas desgracias. En el caso de nuestra política hay seguidores de Torquemada, tanto en la dirigencia, como en los dirigidos. Si no deponemos nuestros dogmas, se hará más difícil salir de esta pesadilla. El fanatismo ha impedido la unión. Sin la misma se dificultará ejercer presión para salir de la usurpación.

Como (había) en botica:

El dogmatismo fue factor importante en nuestra Guerra Federal e impidió la unidad en la lucha contra la dictadura de Gómez. La lograda contra Pérez Jiménez costó muchos años; Copei solo se integró cuando el dictador suspendió la elección e impuso el referendo.

Nos complace el éxito en Francia de la joven periodista Andreina Flores y de la cantante lírica María Fernanda Brea. Felicitaciones.

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

eddiearamirez@hotmail.com

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Ignacio Avalos Gutiérrez

Hugo Chávez acaparó el último tramo de la historia venezolana. Su figura ocupó, sin duda, el epicentro político y en más de un sentido puede afirmarse que se extendió a todos los ámbitos de nuestra sociedad. Su interpretación del país, difundida permanentemente por su agobiadora presencia en los medios de comunicación, se convirtió en la referencia sobre cualquier asunto, desde la geopolítica hasta la crisis del capitalismo mundial, pasando por el beisbol, a cuenta de que fue pícher, y por la música, a cuenta de que tenía buena voz. No pareciera exagerado señalar, por otro lado, que el chavismo represento una manera de ser en la tarima política, que incluso contagió de alguna medida a no pocos de los que lo adversaban.

Chávez: el poder simbólico de la nostalgia.

A Chávez la duda no le acompaño nunca. Su interpretación sobre nuestra sociedad, su pasado, su presente y su futuro, se convirtió en el libreto que progresivamente trazó el rumbo del país. Asumió el rol de caudillo, al principio con cierto disimulo, luego más abiertamente, incluso dejando ver su talante autoritario. Empezó por propiciar la redacción de una nueva Constitución, “la mejor del mundo”, y asomó el “socialismo del Siglo XXI como proyecto para Venezuela, sin que hubiera, salvo algunos amagos, ninguna consulta al respecto.

En efecto, durante su gobierno fueron mínimos los espacios para el diálogo y las demás herramientas propias de la democracia, esenciales para la construcción de los consensos básicos que requiere la convivencia social. En suma, desapareció la política y surgió un país extremadamente dividido y poco cohesionado, atravesado de un lado a otro por la desconfianza, situación en la que, es bueno decirlo, también tuvo responsabilidad, aunque en grado menor, la propia oposición.

Así, durante casi dos décadas, Chávez condujo al país con algunos aciertos, pero sobre todo en medio de grandes errores y omisiones que, sin embargo, alcanzaron a disimularse porque su gobierno tuvo la bendición de un boom petrolero (2008 – 2014) y le permitió transitar un buen tiempo y sin mayores aprietos, el irónicamente denominado camino del “socialismo rentista”, armado en torno a un amplio repertorio de políticas asistencialistas que, temporal y parcialmente, mejoraron la vida de la gente, mientras la Venezuela Potencia cobraba el formato de un espejismo, que cada año se anunciaba como el gran objetivo estratégico de la nación. En síntesis, la obra que dejó tuvo poco que ver con los enormes recursos financieros de los que dispuso durante buena parte de su gestión.

Los desacomodos actuales del país se venían observando, así pues, durante el final del período de Chávez. Desde entonces, el “proceso” empezó a mostrar desviaciones y señales de agotamiento, dejándose ver como una ruta equivocada e inviable, no obstante lo cual en la memoria colectiva ha permanecido como la figura política mejor valorada de la actualidad. Chávez se convertido en nostalgia política, son muchos losvenezolanos convencidos de que si estuviera vivo no pasaría lo que esta pasando.

La realidad paralela

Nuestros problemas se han agravado considerablemente durante la administración de Nicolas Maduro, designado como sucesor en la presidencia por el propio caudillo, poco antes de morir. Aparte de su falta de tino en el abordaje de los temas nacionales más medulares, el nuevo mandatario tuvo que lidiar con muchas dificultades a poco de ocupar el cargo, consecuencia de que la mano invisible del mercado internacional bajó los precios del oro negro.

El nuestro es hoy en día un país roto, esto es, mal cosido, desarticulado, anómico, violento además de fragmentado desde el punto de vista territorial. Un país con lunares notables en todos sus ámbitos (económico, social, educativo, ambiental y paremos de contar), cada vez más autocrático y en el que sus habitantes parecieran “no tener derecho a tener derechos”, según la expresaría Hanna Arent. Un país, dicho en pocas palabras que es todo lo contrario del que nos relató Maduro, durante su mensaje anual a la Asamblea Nacional, en un discurso presumido en el que los hechos fueron abiertamente desconocidos por afirmaciones y estadísticas fantasiosas, dibujando una suerte de realidad paralela, si se me permite el símil, que recuerda el metaverso del que habla Zuckerberg.

Evidentemente, no faltó en su arenga cierta retórica que buscaba barnizar la transición del proyecto del Socialismo del Siglo XXI hacia el actual Capitalismo de Bodegones, nombre este último que desde luego ayuda a su descripción, aunque deja por fuera algunos de sus atributos (dolarización, importaciones libres sin ton ni son, extractivismo salvaje, precariedad laboral, exclusión social, en fin). Cabe imaginar que se trata de un formato impuesto por los hechos, a contramano de las pretensiones revolucionarias, referido por ciertos economistas como el “modelo ecuatoriano”, no en balde uno de los asesores principales del gobierno se desempeñó como Ministro de Hacienda en la época del Presidente Correa.

En su alocución a los diputados, Maduro anunció que gobernaría hasta el 2030 con el propósito de preservar un futuro para los venezolanos, iniciado el año 2021 con pasos firmes y auspiciosos. Sin embargo, no es ser mal pensado creer que en la mente del liderazgo oficialista no hay otra idea que la de gobernar para seguir gobernando, de sobrevivir manteniendo el poder por razones que no son propiamente ideológicas ni doctrinarias, sino grabadas, no sólo, pero en grado nada despreciable, por la corrupción.

Chao al “proceso”, pues.

Replay electoral en Barinas

Como se sabe, el pasado 9 de enero se repitió en Barinas la elección del gobernador efectuada el 21 de noviembre del 2021, en la que había triunfado el candidato opositor. Sin embargo, bastaron y sobraron dos sentencias que se sacó de la manga el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), para ordenar la repetición del evento comicial.

Se trató de una contienda claramente inclinada a favorecer al oficialismo, puesta de manifiesto en las inhabilitaciones exprés de dos candidatos opositores y un disidente del chavismo, la inadmisión de adhesiones de dos tarjetas a postulaciones opositoras, el ventajismo oficial en el acceso a medios de comunicación públicos y la disposición de funcionarios, bienes y recursos del patrimonio público con fines electorales, conformando, así, un elenco de abusos nunca vistos en semejante grado en procesos anteriores. (Para mayores detalles se consultar, entre otras, la página del Observatorio Electoral Venezolano, OEV).

Se corroboró, pues, que el fair play en la cancha electoral no depende solo del CNE, cuya actuación en este último episodio regional fue, sin duda, la más equilibrada de los últimos tiempos, sino que puede ser invadida otros organismos públicos con decisiones que no les corresponden y que atienden peticiones que provienen del alto gobierno.

No obstante lo anterior Sergio Garrido, candidato opositor, logró la victoria sobre el excanciller Arreaza, presentado por el oficialismo, confirmando así la idea de que los votos, cuando se convierten en alud, imponen una verdad que es difícil desmentir, lo que ya se había constatado en las elecciones parlamentarias del 2015.

Obviamente, la elección efectuada en Barinas fue, sin duda, un hecho muy importante desde el punto de vista político, entre otros motivos porque ocurrió nada menos que en el terreno más chavista del chavismo y por tanto su impacto simbólico no puede dejarse de lado. En torno a ella se han tejido varias explicaciones. En el seno de la misma oposición, algunos sectores entrevén en lo ocurrido una ruta para resolver la crisis política, mientras que otros alertan sobre una jugarreta oficial. Por su parte, Maduro reclama el episodio, como una prueba de que en Venezuela hay una verdadera democracia, soslayando las referidas circunstancias en las que tuvieron lugar estas votaciones y en las que con seguridad tuvo algo que ver.

Cambian las coordenadas políticas del país

En el contexto general descrito al comienzo de estas líneas y teniendo como detonante los recientes eventos, tanto el del 21 de diciembre como el del 9 de enero, no es aventurado anticipar que se modifica el escenario político nacional.

En este sentido, habrá que empezar indicando que en ambos episodios la asistencia a las urnas fue importante, lo mismo que la votación opositora, mayor que la del gobierno, aunque en las elecciones de diciembre no se reflejara en los cargos obtenidos, debido a sus discrepancias domésticas. Por otra parte, algunos sondeos preliminares elaborados después de las votaciones de Barinas muestran el aumento de la confianza en la vía electoral como condición (necesaria aunque no suficiente, cabría agregar) para resolver nuestra crisis política.

Como se observa, el oficialismo no salió bien librado en ninguna de los dos procesos. Resultó difícil ocultar las desavenencias que perturban sus filas, que a primera vista sugieren distanciamientos de no poca monta entre el chavismo y el madurismo.

Es forzoso referirse, por supuesto, a la espinosa tarea que afrontan las distintas parcelas opositoras. La lista de asuntos pendientes es larga y comienza por encarar la revisión a fondo los partidos, la división entre unos y otros, así como en el seno de cada uno de ellos, la renovación de sus dirigencia, la necesidad de conformar alianzas con otras organizaciones de la sociedad civil, revisar sus maneras de abordar el apoyo internacional, de elaborar un mensaje común capaz de descifrar e interpretar adecuadamente la situación nacional, reparando en el hecho de que más del 70% de los ciudadanos desea un cambio político, pero no avizora ninguna opción. Debe también, me parece, hacer esfuerzos por abandonar la polarización con el propósito de explorar la posibilidad de negociaciones en diversos aspectos, vitales para el país, asumiendo que el asunto que se tiene entre manos no pasa por el terreno de las leyes, sino por las dinámicas de la política, cosa que, por cierto, Sergio Garrido ha entendido perfectamente. Y debería evaluar con cuidado la apresurada solicitud hecha al CNE para la llevar a cabo, de un referéndum presidencial, teniendo presente que la misma no fue tramitada de manera unitaria, sino a través de dos o tres organizaciones y que las experiencias no han sido exitosas (2004 y 2016), amén de que, en la opinión de los entendidos, su realización tiene complicaciones nada menores.

Sumado a lo anterior, lo más relevante es reconocer las diversas aristas que dibujan la complejidad del conflicto político nacional y las implicaciones que tiene para el trabajo político opositor. Aludo a la necesidad de calibrar el interés que despierta el país desde la perspectiva geopolítica (ojo, los rusos sí juegan), así como a la nueva fisonomía del chavismo-madurismo, embarcado hoy en día en un modelo que del “proceso” apenas conserva su autoritarismo, habiendo modificado la naturaleza y alcance de sus apoyos sociales, así como la orientación de las políticas públicas en los distintos espacios.

Conclusión: no es soplar y hacer botellas

Hay que ser optimista, pero no iluso. Las elecciones recientes son importantes, pero no cambian el status quo del país, si bien amplían las rendijas políticas y trazan el borrador de algunos caminos que antes no aparecían. Sería imperdonable que no se exploraran, entendiendo que no es responsabilidad exclusiva de los políticos y de sus partidos, sino de todos los sectores que forman la sociedad venezolana, cada uno desde sus posibilidades. Nadie queda fuera de la tarea, a todos nos concierne. El trabajo no es fácil, es verdad, pero se trata de abrirle el porvenir al país. Sacarnos de encima, lo repito cada vez que tengo la oportunidad, esa sensación horrible de que la vida venezolana transcurre en una calle ciega.

El Nacional, 21 de enero de 202

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Carlos Raúl Hernández

Después de la Segunda Guerra Mundial, Latinoamérica vivió un auge gracias a sus exportaciones de productos primarios, pero en los 60 la Cepal estableció un modelo económico centralizador, "desarrollista" y estatocéntrico, cuyo holocausto fue la crisis de la deuda de los 80. Según la teoría, el subdesarrollo era consecuencia de exportar, cambures, café o petróleo, y de la mandrágora perversa de los capitales nacionales e internacionales. Adquirió academia el chauvinismo económico peronista y fidelista. Se necesitaba que el gobierno controlara la economía, la "ciudad al campo", según la ideología de Prebisch, Jaguaribe, Furtado, De Castro, Sunkel, Aguilar y la intelligentzia. "Los capitales privados son antidesarrollo y el Estado debe asumir sus funciones" decía el tercermundismo académico que promovió la aberración de sustituirlos y hostilizarlos.

La crisis era en todo el mundo, afectado por el estatismo, Estados Unidos, Europa, Asia y Oceanía. Durante los veinte años de la ilusión seudopatriótica, y como el gobierno es mal inversionista y peor administrador, nuestros países se pudrieron de "villas miseria", "favelas", barrios, hiperinflaciones, hiperdevaluaciones, desempleo, pobreza, crisis económicas y políticas. El tercermundismo cepalista hizo que países petroleros odiaran las empresas petroleras y los bananeros, las frutícolas. Cincuenta años después se retorna a la exportación primaria, pero con la elegante expresión commodities. En el infierno de los 80 hubo profundos debates y rectificaciones para el gran cambio, pero hábilmente la izquierda, sin reconocer su fracaso universal, inventó el “neoliberalismo”.

Los destrozos eran culpa, no del incendio populista, sino de los bomberos del Fondo Monetario Internacional (FMI) que lo apagaron. Pero 1989 ocurre en Venezuela el viraje. Por primera vez se emprende la descentralización, transferir la toma de decisiones políticas y administrativas desde el gobierno central hacia las gobernaciones, de éstas a los municipios y del aparato de Estado hacia la sociedad civil. Surgieron la elección directa de gobernadores y alcaldes, la reforma del Estado, del régimen municipal, y estímulo a las juntas parroquiales. La descentralización mejora la calidad de los funcionarios, porque gobernadores y alcaldes están obligados a administrar en beneficio de la comunidad si quieren ser reelectos. Los puertos y aeropuertos mejoraron espectacularmente su desempeño en manos de los gobernadores electos, y Cantv, lejos del gobierno, fue un milagro.


Para corregir los errores, en vez de populismo y corrupción, se requiere coordinar con gobernadores y alcaldes planes de inversión en infraestructura y educación. Después de 2000, vino la “contra” y el gobierno arrebató facultades a las comunidades para concentrarlas en las cúpulas. Hoy los puentes se caen porque mantenimiento y supervisión dependen de un funcionario en Caracas para quien Cúpira y Urica no son más que pequeños nombres en un mapa olvidado y bajo una ruma de papeles amarillentos. Igual las carreteras y las escuelas Descentralización territorial, modernización del Estado y apertura a las inversiones nacionales e internacionales, produjeron el "milagro" latinoamericano, devolver la economía al sentido común. El mundo comunista se hundió y renació China. Reagan emprende la reforma en EEUU seguido por Bill Clinton. Felipe González, Margaret Thatcher y François Mitterrand liderizan un proceso que quedó inconcluso con problemas para Europa.

Pero el pensamiento anacrónico reverdeció en 1998, volvió el pasado, la lucha de clases, se opuso al cambio, desató la “lucha contra el neoliberalismo”, y se pagó caro. Se entronizó “la constituyente” para centralizar y concentrar el poder, y retumbaba la desdichada frase, digna de la reina de Alicia en el país de las maravillas: “¡exprópiese!”. Venezuela, una sociedad que había saltado del atraso en 1958 a ser la más dinámica del continente, con las mayores reservas petroleras del planeta, se hunde en el cuarto mundo por obra del centralismo y el estatismo, fuentes fundamentales de la pobreza, corrupción, y desgracia de los grupos más débiles que dependen de los servicios que presta el Estado. Pero su ola ideológica universal colapsó en todas partes.


Hoy se habla de una ley de comunas que tienden a ser una hemorragia de recursos para seguirnos empobreciendo, o un punto de partida del verdadero poder del pueblo. El problema no es el nombre, pues comunas se llaman los municipios en varios países democráticos, sino el contenido. Servicios públicos decentes, requerirá dar poder “al pueblo”, una agresiva política para transferir competencias a las administraciones locales, independientemente del partido político al que pertenezcan los gobernadores y alcaldes, en el contexto de poderosos mecanismos de contraloría sobre los recursos. Los consejos regionales tendrían un papel importante que jugar. Así se creará empleo y mejorará la calidad de vida construir masivamente carreteras, electrificación, acueductos, cloacas, seguridad policial, ornato público, caminos vecinales, puertos, aeropuertos, terminales, trenes, autopistas. Hará más eficiente la economía y pondrá fin a la discrecionalidad para malbaratar.

@carlosraulher

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Fernando Mires

Para nadie es un misterio que Rusia, gracias al comando de Putin, se encuentra en intenso proceso de expansión territorial. No está claro si el objetivo será la reconstrucción de un imperio euroasiático, como pronosticó en 1997 Zbigniew Brzeziński, o si ese imperio trascenderá la forma euroasiática para convertirse en una réplica territorializada de lo que fue la URSS, posibilidad considerada por el mismo autor.

Revisando los tres últimos libros que escribiera Brzeziński, El poder mundial único (1997) La segunda chance (2007) y Visión estratégica (2012), se observa en quien fuera consejero de Lyndon Johnson, Jimmy Carter y Bill Clinton, la configuración de fases estrechamente ligadas a los tres periodos en que escribió esos libros.

El primero de los citados es un libro muy optimista. Cuando fue escrito, después de la caída del comunismo, EE. UU. parecía no encontrar rivales opuestos a su hegemonía mundial. No obstante, Brzeziński ya alertaba sobre un peligro en potencia: la disgregación del espacio euroasiático o, justamente lo contrario, su proyección como fuerza geopolítica mundial bajo la batuta imperial rusa.

Para que la segunda opción fuera real, era necesario –según Brzeziński– que EE. UU. trabajara en estrecha colaboración con la Rusia poscomunista, lo que a su vez suponía que Rusia continuaría el proceso de democratización y occidentalización impulsado por Gorbachov y Yelsin. De más está decir, el proyecto de Brzeziński no ha sido realizado. Por lo menos, no en su totalidad.

Estamos efectivamente presenciando la reconstrucción de una potencia euroasiática dirigida por Rusia, pero no en cooperación sino en contraposición a los intereses de los EE. UU. y sus aliados europeos.

Para que esa visión hubiera sido realidad eran necesarias algunas condiciones a tener lugar en Europa. La primera, un bloque sólido europeo dirigido por Francia y Alemania (de modo premonitorio Brzeziński dejó afuera a Inglaterra). Esa condición se ha dado solo en parte.

La conducción franco-germana en la UE es inobjetable, pero el bloque que ambos conducen está lejos de ser sólido. La creación de un frente político-militar entre una Europa unida y los EE. UU. fue, como es sabido, interrumpida brutalmente por Trump, quien enfiló directamente en contra del que había sido el pilar más robusto de la Guerra Fría: la Alianza Atlántica y su expresión orgánica, la OTAN. Ambas se encuentran en estado de precaria reconstitución durante Biden, lo que no ha pasado por alto a esos ojos de lince que tiene Putin.

Una segunda condición, quizás la determinante, era la disposición occidentalista de Rusia de la que Brzeziński comienza a despedirse en su libro Segunda chance. Allí acusa directamente a la administración Bush Jr. de haber dilapidado en guerras absurdas, sobre todo con la destrucción de Irak, las pretensiones hegemónicas de los EE. UU.

Mirando los acontecimientos en retrospectiva, Brzeziński tenía razón. La guerra contra Irak no solo destruyó a uno de los países más modernos del Oriente Medio, además construyó el camino para que a Rusia le fuera abierta una zona geopolítica que hasta entonces había estado cerrada en la región.

El apoyo irresoluto de los EE. UU. a los movimientos que dieron origen a la Primavera Árabe (2011) creó las posibilidades para que la Rusia de Putin, en nombre de la lucha en contra del terrorismo que emergía desde las ruinas de Irak, convirtiera a Siria en un protectorado militar al servicio de la política de Rusia, no sin antes aplastar a sangre y fuego a la rebelión democrática de ese país, levantada en contra del dictador Bashar al-Ásad. Con la anexión militar de Siria, los apetitos de Putin dejaron de ser solo regionales y pasaron a ser globales.

En su último libro Visión estratégica: América y la crisis del poder global, Brzeziński, a diferencia de sus anteriores libros, escribe en un tono defensivo. Evidentemente, ha comenzado a pensar en el descenso global de los EE. UU., descenso que arrastra consigo a todo el Occidente político. La diferencia es que esta vez introduce, como factor dominante, la presencia de China.

Las tareas para evitar el descenso completo de los EE .UU. frente a la emergencia de China, la ve Brzeziński nuevamente en una suerte de triple alianza entre EE. UU., Europa y Rusia (y Turquía) coordinando el espacio euroasiático. Como es sabido, las últimas recomendaciones de Brzeziński serían tomadas muy en serio por Donald Trump.

El gobierno de Joe Biden, por el contrario, intenta volver la página hacia la era pre-Trump. Su discurso puede resumirse así: China es un competidor económico. Rusia, en cambio, ha sido reconstituida como una potencia militar cuyas ambiciones territoriales parecen ser insaciables.

Las condiciones para los EE. UU., si pensáramos desde la perspectiva de un cuarto libro que nunca Brzeziński escribió, no pueden ser peores. EE. UU. no está en condiciones de continuar su juego aliancista con Rusia, el espacio euroasiático ha sido vaciado de todo control norteamericano, y Putin avanza a paso de vencedor hacia los límites que separan a Rusia con Ucrania, la guinda de la torta euroasiática.

Como dijera el mismo Brzeziński en una entrevista concedida en 2015 a la publicación alemana Tagespiegel: «Sin Ucrania, Rusia no puede ser un imperio». Y aquí agregamos: y sin imperio, Putin no puede ser Putin.

¿Qué hacer? Hay dos posibilidades. ¿Dar libertad a Putin para que continúe su camino de anexión y luego, concluida su obra, vuelva a ser otra vez un aliado de Occidente (como soñó Brzeziński y como se disponía a creerlo Trump) en contra de China? ¿U oponerse con todos los medios posibles a que el jerarca ruso culmine su obra geopolítica en Eurasia? Son, como se ve, dos caminos contrarios. Entre esos dos caminos no hay ninguna vía intermedia. Y, lo que hace más difícil una decisión, para ambos caminos hay argumentos atendibles.

Miremos el primer camino: los argumentos que hablan a favor de dejar el campo libre a Rusia para que se apodere de Ucrania son diversos pero conectables. Ucrania ha pertenecido durante siglos al «espacio vital» de Rusia es un argumento de Putin que goza de cierta aceptación en los medios de opinión neo-nacionalistas occidentales. Para otros observadores, la reanexión de Ucrania no aumentaría el poder geopolítico sino, más bien, contribuiría a un debilitamiento económico de Rusia. Por de pronto, Rusia tendría que vivir permanentemente acosada por movimientos de liberación nacional en su periferia, sobre todo en las grandes ciudades de los países anexionados, donde la impronta antirrusa y prooccidentalista es más marcada que en las zonas agrarias.

Si a ello sumamos el hecho de que Rusia está condenada a enviar todas las semanas tropas a Bielorrusia, a Georgia, a Chechenia, a Azerbaiyán, a Taykistian, y como hemos visto recientemente, a Kazajistán, Putin se metería en su “»propio invierno ruso».

Ningún imperio, es la razonable opinión que cursa en Europa, menos uno con crecientes problemas económicos como Rusia, se encontraría en condiciones de resistir de modo permanente el acoso de tantas naciones rebeldes, aun al precio de convertir a todo el espacio euroasiático en una carnicería internacional (no negamos que Putin pueda hacerlo). En breve: para quienes defienden el camino de la no intervención, Putin es un gigante, pero con pies de barro.

La posición contraria tampoco carece de argumentos. Si Rusia es convertida en la cabeza de una Eurasia militarizada, pronto intentará alargar sus tentáculos hacia Europa del Este y hacia los países bálticos, si no para apoderarse de ellos, para mantenerlos por lo menos dentro de una subzona de influencia (sobre esa segunda posibilidad escribiremos pronto una nueva nota).

Hay que cerrar el paso a Rusia y eso pasa por impedir que Ucrania caiga en los brazos de Putin, parece ser por ahora la divisa de Biden. Pero para que ello sea posible, Biden requiere del concurso de Europa occidental y así dejar claro a Putin que la comunidad de naciones democráticas está decidida a bloquear su avance imperial, cueste lo que cueste. Pero de esa decisión –hay que decirlo– la mayoría de los gobiernos europeos están muy lejos. Siguiendo el estribillo del gobierno alemán, corean que el «problema» solo se puede solucionar de modo diplomático. Putin debe reír cuando los escucha. Y Zelenski debe llorar. El presidente ucraniano, casi al borde de la desesperación, pide armas para detener la invasión en cierne. Alemania niega ese camino. Francia duda.

Como es posible deducir, las dos alternativas, entregar Ucrania a Rusia o defenderla con decisión, son posibles. Lo que no es posible es no tomar ninguna alternativa. Tampoco es posible intentar tomar las dos al mismo tiempo y mucho menos intentar un camino intermedio (algo así como un poco de paz y un poco de guerra)

Hay que destacar por último que ambas alternativas tienen que ver con China. En caso de aceptar EE. UU. el avance de Rusia, Occidente se vería obligado a recabar la ayuda de China o, por lo menos, garantizar su neutralidad, a fin de impedir una segunda era de expansión global del imperio Putin.

La segunda, la vía militar, también requiere de la neutralidad de China y por cierto de fuertes concesiones a su hegemonía económica (en el fondo, la única que a China interesa). Desde esa perspectiva, el futuro geopolítico de los EE. UU. estaría en manos de China.

A menos, y esta sería una tercera variante, que las próximas elecciones norteamericanas sean ganadas por el nacional-populismo de Trump. En ese caso, Rusia tendría todos los caminos libres para continuar alegremente su expansión territorial bajo la condición de que se convirtiera en aliado disuasivo de los EE. UU. frente a China. El problema es que esa solo es una posibilidad. Y Putin, ya lo sabemos, no apuesta a posibilidades. Más todavía si ha observado que, aún sin tener un aliado como Trump, está mejor posicionado que los EE. UU. frente al tema Ucrania.

Borrascosas se ven las nubes que avanzan hacia Occidente. No sacamos nada con mirar hacia el lado.

Twitter: @FernandoMiresOl

Fernando Mires es (Prof. Dr.), fundador de la revista POLIS, Escritor, Político, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol.

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