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Opinión

Jeffrey D. Sachs

Los amigos de Ucrania en Occidente aseguran que protegen al país cuando defienden su derecho de unirse a la OTAN. Pero es todo lo contrario. Con la defensa de un derecho teórico, ponen en riesgo la seguridad de Ucrania, al aumentar la probabilidad de una invasión rusa. La independencia de Ucrania se puede defender mucho mejor llegando a un acuerdo diplomático con Rusia que garantice la soberanía de Ucrania como país no perteneciente a la OTAN, a la manera de Austria, Finlandia y Suecia (miembros todos ellos de la Unión Europea pero no de la OTAN).

En concreto, Rusia aceptará retirar sus tropas de Ucrania oriental y desmovilizar las que tiene desplegadas cerca de la frontera con Ucrania; y la OTAN renunciará a incorporar a Ucrania, con la condición de que Rusia respete su soberanía y de que Ucrania respete los intereses de seguridad rusos. Un acuerdo de esta naturaleza es posible, ya que conviene a ambas partes.

Es verdad que quienes defienden el ingreso de Ucrania a la OTAN consideran que dicho acuerdo sería ingenuo. Señalan que en 2014 Rusia invadió Ucrania y anexó Crimea, y que la crisis actual surgió porque Rusia reunió más de cien mil soldados en la frontera con Ucrania y amenaza con una nueva invasión. Al hacerlo, el Kremlin violó los términos del Memorándum de Budapest (1994), por el que Rusia prometió respetar la independencia de Ucrania y su soberanía (con inclusión de Crimea) a cambio de que Ucrania entregara el inmenso arsenal nuclear que heredó tras el derrumbe de la Unión Soviética.

Aun así, es posible que Rusia acepte y respete una Ucrania neutral. Pero nunca hubo una oferta en la que Ucrania obtuviera esa condición. En 2008, Estados Unidos propuso invitar a Ucrania (y Georgia) a la OTAN, y esa sugerencia se ha cernido desde entonces sobre la región. Por considerar que la jugada estadounidense era una provocación a Rusia, los gobiernos de Francia, Alemania y muchos otros países europeos evitaron una invitación inmediata de la Alianza a Ucrania; pero en una declaración conjunta con este país, la dirigencia de la OTAN puso en claro que Ucrania «se convertirá en miembro de la OTAN».

Desde el punto de vista del Kremlin, la presencia de la OTAN en Ucrania plantearía una amenaza directa a la seguridad de Rusia. La ingeniería política soviética estuvo en gran medida dirigida a crear una separación geográfica entre Rusia y las potencias occidentales; y desde el derrumbe de la Unión Soviética, Rusia se ha opuesto firmemente a una ampliación de la OTAN dentro del antiguo bloque soviético. Es verdad que el razonamiento de Putin exhibe la continuidad de una mentalidad propia de la Guerra Fría; pero esa mentalidad se mantiene activa en ambas partes.

La Guerra Fría se caracterizó por una serie de guerras por intermediarios en los niveles local y regional a través de las cuales Estados Unidos y la Unión Soviética determinaban cuál de los dos instalaría un régimen favorable. Aunque el campo de batalla se fue trasladando por el mundo (de Asia suroriental y central a África, al hemisferio occidental y a Medio Oriente), siempre fue sangriento.

Pero desde 1992, la mayoría de las guerras de cambio de régimen las lideró o apoyó Estados Unidos, que se convenció de ser la única superpotencia tras la caída de la Unión Soviética. Fuerzas de la OTAN bombardearon Bosnia en 1995 y Belgrado en 1999, invadieron Afganistán en 2001, y bombardearon Libia en 2011. Estados Unidos invadió Irak en 2003; y en 2014, apoyó abiertamente las protestas en Ucrania que provocaron la caída del presidente prorruso Viktor Yanukovych.

Claro que Rusia también ejecutó operaciones de cambio de régimen. En 2004 interfirió en Ucrania para ayudar a Yanukovych mediante la intimidación de votantes y el fraude electoral, pero las instituciones locales y las protestas masivas terminaron frustrando estas acciones. Y sigue imponiendo o apuntalando regímenes amigos en su periferia cercana; los ejemplos más recientes son Kazajistán y Bielorrusia (que ya está bajo control total de Putin).

Pero la mutua animosidad y desconfianza entre Rusia y Occidente viene de muy lejos. A lo largo de su historia, Rusia temió (y de hecho soportó) repetidas invasiones desde el oeste, mientras que los europeos temieron y soportaron repetidos intentos expansionistas de Rusia desde el este. Ha sido una larga, triste y sangrienta saga.

Con altura política de ambas partes, esta animosidad histórica se hubiera podido aplacar tras la desaparición de la Unión Soviética. Hubo una oportunidad en la primera mitad de los noventa, pero se desaprovechó, y en esto tuvo un papel el inicio de la ampliación de la OTAN. En 1998, George F. Kennan, el veterano diplomático e historiador de las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética, se mostró presciente y pesimista. «Creo que [la expansión de la OTAN] es el inicio de una nueva Guerra Fría», declaró. «Creo que con el tiempo los rusos reaccionarán bastante mal y que afectará sus políticas. Creo que es un error trágico». William Perry, secretario de defensa de los Estados Unidos entre 1994 y 1997, coincidió con Kennan, e incluso contempló la posibilidad de renunciar a su cargo en el gobierno del presidente Bill Clinton por el tema.

Ya ninguna de las dos partes puede proclamarse inocente. En vez de intentar presentar a uno de los lados como el bueno y al otro como el malo, tenemos que concentrarnos en lo que hay que hacer para que haya seguridad para ambas partes y para el mundo en general. La historia sugiere que es mejor mantener una separación geográfica entre las fuerzas rusas y las de la OTAN, en vez de enfrentadas cara a cara a través de una frontera. Nunca hubo tanta inseguridad en Europa y el mundo como cuando fuerzas estadounidenses y soviéticas estuvieron frente a frente a corta distancia: en Berlín en 1961 y en Cuba en 1962. En esas angustiosas circunstancias, en las que todo el mundo estuvo en riesgo, la construcción del Muro de Berlín obró como un estabilizador (aunque profundamente trágico).

Hoy nuestra principal preocupación debe ser la soberanía de Ucrania y la paz en Europa y en el mundo, no la presencia de la OTAN en Ucrania (y menos aún alzar otro muro). Ucrania estará mucho más segura si la OTAN detiene su expansión hacia el este a cambio de que Rusia se retire del este de Ucrania y desmovilice sus fuerzas en la frontera. Hay necesidad urgente de una diplomacia que siga estos lineamientos, con participación de la UE y Naciones Unidas.

Traducción: Esteban Flamini

8 de febrero 2022

Project Syndicate

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 5 min


Andrés Ortega

China, como era esperar, tiene una posición compleja ante la crisis entre Rusia y Ucrania, con dos objetivos principales: calibrar la posición de EEUU ante una posible crisis entre Pekín y Taiwán; y evitar que la OTAN como tal se entrometa en el Indo-Pacífico, una de las metas primordiales que ha de dilucidar de aquí a la cumbre de la Alianza Atlántica en junio en Madrid. Aunque se haya alineado con Rusia en la reciente reunión del Consejo de Seguridad de la ONU y en el encuentro entre los presidentes ruso y chino, y ambos regímenes compartan el deseo de un nuevo orden internacional con menos peso de EEUU, China no está al 100% con Putin, ni con su visión. Defiende la integridad territorial de los Estados, por lo que le va en ello. Y, claro, mira por sus intereses económicos.

Xi Jinping califica a Vladimir Putin de “mejor amigo” y este habla de “relaciones sin precedentes”. Con ocasión de su encuentro el 4 de febrero, previo a su inauguración de los Juegos Olímpicos (la primera reunión del dirigente chino con un líder extranjero desde el principio de la pandemia), China y Rusia publicaron una larga declaración conjunta –hecha pública por el Kremlin– en la que recogen algunas de sus preocupaciones, y muy especialmente, por si duda había, su oposición “a la formación de estructuras de bloques cerrados y campos opuestos en la región de Asia-Pacífico y permanecen muy atentas al impacto negativo de la estrategia Indo-Pacífica de Estados Unidos en la paz y la estabilidad de la región”.

Ambos rechazan la injerencia en los asuntos internos, especialmente en cuestiones como los derechos humanos y el sentido de la democracia. El comunicado conjunto afirma sin ambages que ambos “comparten el entendimiento de que la democracia es un valor humano universal, y no un privilegio de un número limitado de Estados”. El régimen chino viene defendiendo que lo que llama su democracia, funciona. Es parte de la campaña ideológica, frente a unas democracias liberales que acusan problemas internos.

Que la OTAN, además de EEUU, dirija su mirada no sólo hacia China, sino hacia el conjunto del Indo-Pacífico, es uno de los temas esenciales para la renovación de la OTAN en la cumbre de Madrid en junio. Si hay un desplazamiento del poder mundial hacia Asia, la Alianza quiere contrarrestarlo y participar en él, pese a que sus siglas (Atlántico Norte) no respondan a ello. China ha entrado en el temario central de la OTAN. De momento no hay un acuerdo general entre los 29 aliados respecto al papel de la OTAN en el Indo-Pacífico, siendo Francia la más reticente, escocida por la alianza informal “anglosajona” AUKUS (Australia, el Reino Unido y EEUU, que también critica el comunicado sino-ruso), que le ha birlado un contrato de submarinos de propulsión nuclear con Canberra. A la vez, todo esto está dividiendo a Europa –la UE y la Europa más amplia–, al menos mientras haya tensión y no invasión en Ucrania. Eso le conviene tanto a Rusia como a una China que penetra en el Este europeo y en Asia Central, gracias a su programa de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, que Moscú no ve con buenos ojos. Además de la OTAN, China quiere evitar que EEUU, que en términos militares es también una potencia asiática, teja una red de alianzas en su contra en Asia.

En la reciente reunión sobre Ucrania del Consejo de Seguridad de la ONU, el embajador chino, Zhang Jun, en la línea oficial, consideró que “las legítimas preocupaciones de seguridad de Rusia deben ser seriamente tenidas en cuenta y atendidas”. China no suele hablar públicamente del orden de seguridad europeo. Pero esta vez, en la declaración conjunta, se afirma que “la parte china simpatiza y apoya las propuestas presentadas por la Federación Rusa para crear garantías de seguridad jurídicamente vinculantes a largo plazo en Europa”. Y se opone a la ampliación de la OTAN.

China apoya a Rusia, pero no una invasión armada rusa de Ucrania. De hecho, en 2014, en el Consejo de Seguridad, China se abstuvo a la hora de intentar condenar la invasión y posterior anexión de Crimea por Rusia, que Pekín nunca ha reconocido formalmente. De hecho, ha intensificado sus relaciones comerciales con Ucrania, especialmente en materia de importación de grano, pero también de infraestructuras. En 2016 se abrió un enlace directo por tren y ferry entre China y el puerto ucraniano de Chornomorsk (anteriormente Illichivsk), en el Mar Negro, que no pasa por Rusia. También China ha invertido en una nueva línea de metro en Kiev. Es decir, que la relación entre China y Ucrania va a más, con la intención de aumentar sus intercambios bilaterales en un 50% para llegar en 2025 a 20.000 millones de dólares anuales.

Como decimos, ante el problema de Taiwán, defiende la integridad territorial. Considera a Taiwán parte de China, mientras Taipéi busca diversificar su política exterior con su palanca tecnológica. China podría ganar estatus diplomático internacional si contribuye a desescalar la crisis de Ucrania. Además, el régimen chino no quiere que la crisis de Rusia con Ucrania vaya a tapar sus Juegos Olímpicos de Invierno, que se inauguraron con cierto deslucimiento debido a la pandemia del COVID-19, una ceremonia boicoteada en términos diplomáticos por varios países, entre ellos EEUU. China quiere que sean otra vez, como los de verano de 2008, un escaparate al mundo de sus capacidades, bajo el lema un “futuro compartido para toda la humanidad”; aunque por detrás está la competencia geopolítica, tecnológica e ideológica que marca esta era.

China puede ayudar mucho a Rusia en caso de sanciones, comprándole más crudo y gas y otras materias primeas o elaboradas, y ayudándole con el yuan frente a un dólar cuyo uso se le puede cerrar al ruso. Ahora bien, Moscú busca un nuevo orden europeo, y en parte mundial como Pekín, que también empuja por un orden regional en Asia acorde a sus intereses y preocupaciones. La Rusia de Putin quiere recuperar un estatus de gran potencia, pero China lo busca de superpotencia, la única que puede llegar a superar a EEUU en muchos ámbitos. Salvo por el gas y el petróleo, Rusia es una economía mucho más cerrada que la China, más dependiente en los mercados globales.

Aunque ambas potencias se hayan acercado más que nunca desde la revolución comunista china, incluso en el terreno militar, los intereses de uno y otro, y sus propios intereses nacionales no son completamente coincidentes. Pero esta crisis hace a Rusia aún más dependiente de Pekín (cuando durante muchos años fue al revés). Mal negocio para Occidente.

8 de febrero 2022

elcano

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Mariza Bafile

Tras la segunda Guerra Mundial, el mundo parecía haber entendido la estupidez de unas acciones militares de las cuales nadie sale ganando. El denominador común de toda guerra es miles y miles de muertos, ciudades destrozadas, hambre y emigraciones forzadas. Los ejércitos marchan sin que la mayoría de sus soldados entienda la razón por la cual tiene que matar a otro como él, con los mismos miedos, las mismas añoranzas, el mismo deseo de paz.

Quizás lo absurdo de todo aflore con particular evidencia cuando, al firmar la paz, los pueblos salgan a la calle a festejar y personas que hasta el día antes se consideraban como enemigos vuelvan a ser solo personas de países distintos.

Las guerras siguen asolando aún hoy nuestro planeta, sobre todo en África. Países como Libia, Siria, Yemen viven las consecuencias de conflictos que continúan obligando a miles de personas a huir de ciudades devastadas, del hambre y del miedo.

Es evidente, absolutamente evidente, la inutilidad de las guerras que responden a los intereses de pocos y cobran la vida de muchos. Sin embargo, como si fuéramos marionetas que no pueden evitar moverse según los hilos que las manejan, estamos nuevamente hablando de guerra fría o, peor todavía, de una tercera guerra mundial.

El ciego y obstinado deseo de grandeza de Putin lo ha llevado a empujar, hasta el límite de lo racional, un posible conflicto internacional utilizando Ucrania como si fuera un país de papel y no un lugar en el cual viven millones de personas que nada tienen que ver con sus designios geopolíticos.

Estados Unidos y la OTAN desplazaron tropas a la frontera dispuestos a responder con la fuerza en caso de una invasión de Ucrania por parte de Rusia. En el medio de este tira y afloja, los ucranianos quienes se preparan para lo peor, sin poder evitarlo.

Desde 2013 Ucrania, y en ese entonces también Crimea que era parte del mismo país, se ve envuelta en un conflicto que nada tiene que ver con los intereses y la voluntad de la mayoría de su población. En ese momento el presidente Víctor Yanukóvich, prorruso, decidió bloquear los acuerdos que se estaban llevando adelante para que Ucrania entrara a ser parte de la Unión Europea. La indignación de la población se manifestó en las calles, pero la represión fue tan brutal que Yanukóvich tuvo que renunciar y dejar el país.

Poco después, se consumó la anexión de Crimea a Rusia a través de un referéndum manchado de acusaciones de fraude.

Es el fin declarado de la paz para Ucrania que empieza a ser escenario de guerras internas que enfrentan a prorrusos y proeuropeos. Entre escaramuzas, amenazas, intentos de paz fallidos, se llega hasta el actual despliegue de fuerzas rusas en Bielorussia, cerca de la frontera con Ucrania.

Putin sueña con ser el artífice de una renovada Unión Soviética, que revierta el mapa geopolítico actual. Naturalmente cuenta con el beneplácito de China. Estados Unidos y Europa, aun con menos ganas de iniciar una guerra, están decididos a no permitir una invasión de Ucrania que pondría en serio riesgo su posición y fuerza internacional.

En medio de esos cálculos, estrategias y juegos de poder, está Ucrania, víctima de una confrontación que parece destinada a seguir y seguir sin que se puedan medir las consecuencias.

Parece un juego de mesa, mas no lo es. En el tablero de esos pocos que aman jugar a la guerra hay seres humanos que no quisieran matar ni ser matados. Pero que, con el orden mundial en el cual vivimos, no tienen como evitarlo.

Las grandes guerras empezaron siempre con conflictos aparentemente periféricos.

Quizás haya llegado el momento de pensar qué instrumentos podríamos crear los ciudadanos, independientemente de los gobiernos, para frenar la locura de quienes detienen el poder sin preocuparse por el bienestar ni de sus pueblos ni del resto del mundo.

7 de febrero 2022

ViceVersa

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 3 min


Aurora Nacarino-Brabo

Nadal acaba de ganar su 21º trofeo de Grand Slam. Su victoria en el Open de Australia ante un rival diez años más joven lo convierte en el tenista masculino más laureado de la historia. Nadal, que hace poco más de un mes no sabía si podría volver a jugar al tenis, disputó un partido de cinco horas para batir al número dos del mundo. Un encuentro en el que durante mucho rato estuvo desahuciado: el algoritmo llegó a estimar sus opciones de victoria en un birrioso 4%. Sabemos que nunca hay que dar por muerto a Nadal y, aun así, la mayoría de sus seguidores ya habíamos tirado la raqueta. Algunos, que ahora juzgamos insensatos, incluso habían apagado la tele. El que nunca bajó los brazos fue él, que siguió corriendo detrás de cada bola como una leona famélica tras su cena.

Nadal es un tenista que impresiona por su técnica depurada y por su despliegue físico, pero no es eso lo que ha cautivado a millones de personas en todo el mundo. El fervor por Nadal no es la rendición ante lo sobrenatural, sino el elocuente reconocimiento de los iguales. Lo que nos hace admirar a Nadal es esa “ética del trabajo” que le adjudicó su rival y sin embargo amigo Roger Federer, tanto más esforzada cuanto prescinde de toda predestinación calvinista. Nos deshacemos en elogios a su tesón, su capacidad de sacrificio y esa entereza para resurgir en los peores momentos, porque parece que dependan de la voluntad y no de la gracia.

“Si hay meritocracia –me atreví a tuitear tras el partido contra Medvedev–, se llama Rafa Nadal”. Pero nótese que lo escribí usando el si condicional.

El debate sobre la meritocracia es uno de los más vivos, estimulantes y, a veces, acalorados de la actualidad, y lo es porque entronca con el gran tema de nuestro tiempo: la igualdad. Pero es, también, un debate con querencia por los hombres de paja, y en el que se echa en falta alguna ambición de síntesis y encuentro. ¿Existe la meritocracia o somos el resultado de nuestra buena o mala fortuna? Si la realidad no fuera más que la expresión de nuestros desempeños, entonces el éxito sería solo un justo reconocimiento y el fracaso, merecida culpa que nadie debe remediar. Pero, como quiera que la investigación social no puede guiarse por principios propios de algún dios vengativo y justiciero, el conocimiento acumulado nos avisa de que en el azar de nuestro nacimiento se prefiguran muchas de las circunstancias que marcarán nuestro porvenir.

Atribuir todo al mérito es, qué paradoja, una postura perezosa, un gran asidero en que descansar la conciencia de la comunidad. Pero haremos bien en evitar interpretaciones rigoristas para desarmar esta postura, pues reducir, por contra, la vida a unas circunstancias inasequibles a nuestros actos es tanto como ahogar la libertad. Como negar al individuo.

El corolario de esta pugna podría escribirse en dos partes: 1) las personas que nacen en entornos desfavorecidos tienen una probabilidad mucho menor de ir a la universidad o de desarrollar una carrera profesional bien remunerada que quienes crecieron en entornos acomodados. Desde luego, hay quienes se reivindican como el ejemplo que desmonta esta proposición, pero no hay caso: una excepción no refuta una estadística y, además, conviene no tomarse a uno mismo como unidad de medida de las cosas. 2) Todo lo anterior no significa que, como los malogrados héroes del teatro romántico, no podamos intervenir en nuestro destino. Nuestro futuro no es ajeno a las decisiones que tomamos ni a nuestro esfuerzo, y esta es una verdad cuyo aprendizaje es particularmente valioso para quienes parten de una posición de desventaja en la vida: cuantos más obstáculos nos ponga la suerte, más importante será la tenacidad para vencerlos. O, dicho de otro modo, solo el niño rico se puede permitir ser un haragán.

Si traducimos a la política esta conclusión, probablemente nos descubramos defendiendo, desde coordenadas más o menos rawlsianas, una sociedad en la que el nacimiento no determine el destino de las personas. O sea, la igualdad de oportunidades. Pero habíamos comenzado hablando de Nadal y a él hemos de regresar. Antes, sin embargo, todavía complicaremos un poco más este entuerto.

Las democracias liberales encumbraron la nación de ciudadanos libres e iguales, y la tensión entre esos dos conceptos, libertad e igualdad, recorre la historia de las ideas. También alcanza el corazón del debate sobre la meritocracia. Los defensores del esfuerzo y la superación ponen el foco en la autonomía personal, mientras sus críticos achacan la desigualdad a las ventajas de partida que disfrutan unos individuos respecto a otros. Ambas posturas contienen verdad, pero incluso tomadas en síntesis resultan incompletas para explicar toda la realidad. Sobre esta discusión gravita, invisible, plúmbea y masiva como una agujero negro, una asuencia: la de los genes. Es una omisión inteligible, porque nuestra memoria aún alcanza los días en que los peores crímenes se cometieron en nombre de la biología. Sin embargo, negar la genética no nos librará de ella. Ni puede explicar el éxito de Rafa Nadal.

La psicóloga y genetista del comportamiento Kathryn Paige Harden tiene una teoría sagaz: el racismo no se combate con daltonismo o con ceguera, sino con antirracismo. Es una forma sencilla y gráfica de explicar una cuestión que ha llenado muchas páginas de literatura. No se trata de negar las diferencias genéticas, sino de desligarlas de toda consideración moral. El color de la piel, el cociente intelectual o la fuerza física no dicen nada de la dignidad ni el valor de las personas. Extender un tabú sobre la disparidad biológica solo tiene sentido para quien íntimamente ha comprado las tesis eugenésicas según las cuales las diferencias biológicas encierran diferencias morales.

Volvamos a Nadal. El mallorquín nació en una familia de deportistas que muy pronto lo introdujo en el tenis. Su tío Toni, que había sido tenista, le enseñó sus primeros golpes con solo tres años y fue su entrenador hasta 2017. Es evidente que Nadal creció en un entorno privilegiado para la práctica del tenis, pero no parece que este hecho pueda justificar por sí solo la dimensión del deportista. ¿Y qué hay de esa ética del trabajo que despierta pasiones en todo el mundo? Sin duda, su fortaleza mental y su capacidad de sacrificio pueden ser decisivas cuando se enfrenta a jugadores de enorme nivel, y la final del Open de Australia es un buen ejemplo. Tras su derrota, Medvedev dijo unas palabras tristes, especialmente tristes para un número dos del mundo que solo tiene 25 años: “He dejado de soñar y así es difícil seguir”. A Nadal nunca le escuchamos algo así.

Pero un carácter rocoso no basta para tirar bolas paralelas a la línea después de cuatro horas de partido. Para entendernos: la distancia entre Nadal y usted o yo no se mide únicamente en horas de entrenamiento bajo la supervisión de un tío extenista, sino, principalmente, en talento. Rafa Nadal nació con unas características físicas y unas destrezas que, en un entorno propicio para su desarrollo y sumadas a una constancia venerable, moldearon a uno de los mejores deportistas de todos los tiempos.

Así, la biología genera desigualdades de un modo parecido al que lo hace el entorno socioeconómico: como un accidente que escapa a nuestro control. A veces, esas diferencias nos sirven a todos con deleite, como un zurdazo de Nadal. Pero, en la vida cotidiana, sus efectos pueden ser menos gozosos.

En su libro The Genetic Lottery, que publicará en español Deusto en octubre, Harden sostiene que obviar el papel que juegan los genes en nuestra vida tiene consecuencias sociales que pagan los más vulnerables. La autora hace una reivindicación de la ciencia genética desde una perspectiva progresista e igualitarista que es audaz y viene a alertarnos sobre una realidad desatendida. Y, sobre todo, niega que en el vínculo de los genes con la desigualdad exista un determinismo que anule la posibilidad del cambio.

Para ilustrar su razonamiento, Harden habla de índices poligénicos, o grupos de genes que se relacionan con algunos resultados. Tener ciertos poligenes puede aumentar nuestra probabilidad de desarrollar una enfermedad, caer en una adicción, padecer depresión, abandonar prematuramente los estudios o tener conductas que desemboquen en un accidente. Otros genes nos harán más proclives a estudiar matemáticas, a fijar mejor la atención o a concluir una carrera universitaria. En último término, nos avisa Harden, los genes acaban teniendo un impacto sobre aspectos tan cruciales como nuestra renta o nuestra salud, y las políticas públicas encaminadas a atajar la desigualdad deberían tenerlos en cuenta.

Uno de los ejemplos que contiene su libro es el de la lucha contra el tabaquismo. Los impuestos pigouvianos que gravan la compra de cigarrillos han conseguido en Estados Unidos reducir su consumo a la mitad desde 1960. Puede afirmarse que ha sido una medida exitosa, pero no ha sido igual de exitosa para todos. Los científicos han observado que esta política logra disuadir a muchos fumadores, pero apenas tiene efecto sobre aquellos en los que se han identificado poligenes asociados con el abuso del tabaco. De este modo, las políticas públicas implementadas para reducir el tabaquismo están dejando atrás al grupo de población que es precisamente más vulnerable a esta dependencia.

Si defender la igualdad de oportunidades es aspirar a una sociedad en la que el nacimiento no lastre el porvenir de las personas, las políticas de equidad que solo tengan en cuenta el origen socioeconómico quedarán cojas y fallarán a muchos. Los factores genéticos que afectan a nuestros resultados merecen mayor atención de la que hasta ahora les hemos concedido. Empezando por la infancia.

Hasta ahora, la escuela ha aplicado un modelo pedagógico de irreprochable intención, pero cuyas consecuencias pueden generar alguna frustración. Les decimos a los niños que el aspecto fundamental que decidirá su futuro no será el talento ni la cuenta corriente de sus padres, sino una serie de actitudes a las que nos gusta llamar habilidades “no cognitivas” y que son las mismas que admiramos en un campeón de tenis: la resistencia, la curiosidad, el afán de superación, el autocontrol o la motivación. Lo hacemos porque nos parecen habilidades que escapan a la lotería del nacimiento, que solo dependen de nuestra voluntad. Sin embargo, estudios científicos han demostrado que todas estas actitudes se heredan en una medida muy similar al cociente intelectual. Tampoco en esto somos como Nadal.

Pero manejar información genética exige hacer un uso correcto de ella. Usarla, como dice Harden, no para clasificar a las personas, sino para mejorar sus oportunidades. Que la biología influya en nuestro desempeño académico, nuestra salud o nuestra renta potencial no significa que determine nuestro futuro. La libertad nos sigue haciendo humanos, aunque nuestro albedrío disfrute de una parcela menor de lo que quisiéramos. Por otro lado, la ciencia ha demostrado hasta qué punto es relevante la interacción de nuestros genes con el ambiente. Si sabemos de antemano que una persona tiene una probabilidad superior a la media de desarrollar una diabetes tipo 2, de abandonar temprano los estudios o de caer en la adicción al juego, estaremos quizá a tiempo de tomar medidas que prevengan esos acontecimientos.

El debate sobre la meritocracia tendrá que incorporar la ciencia genética a sus discusiones, pero seguirá siendo (casi) tan vibrante como una final de Grand Slam. Todavía quedan muchas preguntas. Y en cuanto a Nadal: ¿nació o se hizo? Bueno, su caso es una mezcla extraordinaria en la que se podrán discutir las proporciones, pero no así los ingredientes: circunstancias, genes y, claro, mérito.

3 de febrero 2022

Letras Libres

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Fernando Mires

“Fue el encuentro entre un resoluto Joe Biden y un indeciso Olaf Scholz”. Así tituló el periódico Frankfurter Runschau (08.02.2022) al intercambio de opiniones entre ambos dignatarios. Los periódicos alemanes más adictos al gobierno resaltaron en cambio la unidad a toda prueba que existe entre los EE UU y Alemania. Más incisivo aún que el Rundschau fue la descripción del periódico TAZ (Tageszeitung) al publicar un comentario bajo el título: “Forzada unidad entre Alemania y los EE UU”. ¿Significa que Biden tuvo que presionar a Scholz para que hiciera concesiones a favor de la actitud a tomar frente a una eventual invasión de Rusia a Ucrania? Cito a TAZ: “el nuevo gobierno alemán ha esperado demasiado para que muchos observadores en los EE. UU. usen Nord Stream 2 como moneda de cambio contra Rusia y el presidente Vladimir Putin. Ahora fue el propio presidente de los Estados Unidos quien pronunció una palabra de poder sobre el polémico oleoducto (…..) “Si Rusia inicia una invasión, es decir, cruza la frontera de Ucrania nuevamente con tanques o tropas, entonces no habrá más Nord Stream 2. Nos ocuparemos de eso”, dijo Biden.

Esas, las que pronunció Biden, fueron palabras que debería haber pronunciado Scholz, pues si no hay más Nord Stream 2. el país más afectado sería Alemania y no los EE UU. Que las hubiera dicho Biden habría mostrado la presión que ejerció Biden sobre su atribulado interlocutor. Scholz tendría la excusa de haber sido obligado a hacer concesiones a su colega en aras de la unidad de la Alianza Atlántica. Pero ¿una excusa ante quién? En esta pregunta yace el tema clave del problema.

Para buscar una respuesta hay que tener en cuenta que Scholz es el canciller de una coalición. Y bien, precisamente esa coalición no tiene una opinión positiva con relación a un compromiso más intenso de Alemania ante una eventual agresión de Rusia a Ucrania. A diferencias del ex Canciller Helmuth Kohl quien dictó los 10 puntos de la reunificación sin consultar a ningún partido político, incluyendo al suyo, o a diferencias de Merkel, quien cuando interactuaba con Obama, Trump o Putin emitía la opinión suya y de su gobierno -la SPD no podía más que acatar–, Scholz solo emite la opinión predominante de la coalición de la que su partido forma parte.

Quizás nunca vamos a saber lo que piensa Scholz. La política internacional de Alemania durante Scholz es la política de la coalición, y esa política a su vez, un resultado de la correlación de fuerzas a nivel nacional.

Por supuesto, en todos los países existe una relación entre política interna y externa. Al mismo Macron lo vemos haciendo política internacional con Rusia y a la vez tratando de perfilarse como líder de Europa frente a sus electores. El problema es que en la actual Alemania esa relación es demasiado estrecha. Y lo es hasta el punto de que podríamos afirmar que la política alemana hacia afuera es una prolongación de la política hacia dentro. Una política interna no solo sometida a las líneas de tres partidos, sino, sobre todo, a los vaivenes de la opinión pública, medida esta por semanales encuestas.

El pueblo alemán es soberano, y justamente porque quiere vivir en paz, no quiere, además de la pandemia, una guerra. Así de simple. Olaf Scholz acata la voluntad general en un sentido casi roussoniano. Ese no era el caso de Merkel. La canciller, cuando lo consideraba necesario, aún al precio de perder popularidad, no vacilaba en contradecir la voluntad general. Recordemos que cuando estalló la crisis migratoria, en lugar de cercar al país con alambradas como hicieron otros gobiernos, abrió las puertas de Alemania bajo la consigna, “lo lograremos”. Gracias a esa inolvidable acción, Merkel fue aclamada por el mundo entero. No así en Alemania donde fue criticada por la mayoría de los partidos, sobre todo por el suyo, la CDU. Eso es precisamente lo que no puede, o no quiere, o no sabe hacer Scholz. El nuevo canciller -dicho metafóricamente– es un prisionero político de la coalición que encabeza.

Cuando socialistas, liberales y verdes formaron la “coalición semáforo”, casi todo el mundo la saludó con optimismo y alegría. No era para menos. Las tres principales tendencias de la posmodernidad política -liberalismo económico, izquierdismo democrático y ecologismo social- se hacían cargo del gobierno del país más poderoso de Europa. Los socialcristianos pasaban a la oposición y con ello el centro político sería ocupado por cuatro partidos centristas. Qué mejor. Afuera del espectro hegemónico, los partidos extremos, la Linke y AfD. Solo había un obstáculo. Esa coalición era para gobernar en tiempos normales y pacíficos. Pero para tiempos anormales y no muy pacíficos –son los que estamos viviendo– no lo es tanto.

Gobernar en tiempos normales supone lograr acuerdos destinados a administrar la economía y la vida social de un país. En tiempos anormales, en cambio, sobre todos en aquellos en los cuales se cierne el peligro de amenaza externa, las decisiones deben ser rápidas y en directa consonancia con las instituciones supranacionales (la UE, la NATO, entre otras). Esto es justamente lo que no se está dando hoy en Alemania. Las instituciones nacionales (parlamento, partidos, organizaciones civiles, iglesias) tienen más peso en las decisiones externas que las instituciones internacionales.

Alemania está enfrentanda a la más grande crisis internacional vivida por Europa desde la caída del muro, utilizando criterios nacionales. Scholz queda así situado en la situación más incómoda para un gobernante: entre una Europa que está dispuesta a enfrentar unida, y si se diera el caso, militarmente, a las pretensiones imperiales de Putin, y una coalición de gobierno que ya decidió no prestar ayuda militar a Ucrania. Así se explica por qué Scholz hace en estos momentos lo que mejor sabe hacer: callar. Callar hasta tal punto que una decisión tan radical como la de amenazar a Putin con la posibilidad del cierre del Nord Stream 2, debió ser dicha por el gobierno de los EE UU., y en los EE UU. Insólito.

Scholz es el representante de una coalición predominantemente pacifista. En tiempos de paz, estupendo. En tiempos de guerra (o pre-guerra), un desastre. Por cierto, el pacifismo de los liberales no es el de los verdes, pero ambos partidos, situados en aceras ideológicas opuestas, han manifestado su oposición a embarcarse en defensa de Ucrania. La ayuda alemana deberá ser -ese es el consenso partidario- financiera, sanitaria, no militar y, sobre todo, simbólica, como enviar cascos a Ucrania o resaltar el hecho de que se envíen, a guisa de relevo, algunos soldados a Lituania donde no hay posibilidades inmediatas de lucha. Medidas que serían cómicas si las amenazas rusas a Ucrania no fueran trágicas.

El hecho es que la no participación de Alemania está abriendo una fisura peligrosa. “La Europa Unida no está tan unida como dice estarlo”, debe haber anotado Putin en su libreta. Pero al parecer Scholz no se da, o no quiere darse cuenta, de la magnitud del problema que ocasiona no ayudar militarmente a Ucrania. Nadie le ha dicho todavía que deponer las armas frente a un enemigo monolítico acelera las posibilidades de una guerra. Scholz y su coalición no han aprendido nada de la historia de Europa. Ahí reside la miseria del pacifismo alemán.

De los liberales Scholz no puede esperar apoyo a una política pro-NATO. Los liberales alemanes son liberales más económicos que políticos. En gran medida, FDP es el partido de los empresarios y banqueros. Desde la perspectiva de FDP, toda guerra es anti-económica. Y tiene cierta razón. El problema es que el conflicto con Rusia no es solo económico.

De la socialdemocracia tampoco hay que esperar una política favorable a la OTAN. Especulando con la posibilidad de una política socialdemócrata con respecto a Ucrania, Scholz viajó a Madrid a entrevistarse con Pedro Sánchez. Parece que no le fue muy bien. Regresó sin dar un solo comentario. España, sin hacer caso al “pacifista” Podemos, se ha alineado con la NATO.

La socialdemocracia alemana, ya está claro, no es la de los tiempos de Willy Brandt, cuando todavía podía presentarse como el partido de los trabajadores organizados. En materia internacional no está alineada con ninguna tendencia mundial. Al interior del partido coexisten diversas fracciones, desde una izquierda nostálgica, hasta una burocracia más administrativa que política, formada por gestores y burócratas. A ese último grupo pertenece Olaf Scholz. Putin ha logrado, además, cooptar a políticos socialdemócratas, a los que podríamos calificar lisa y llanamente como “putinistas”. Representante de ese grupo es nada menos que el ex canciller Gerhard Schroeder (Textual:“Putin es un demócrata mirado hasta con lupa”) miembro del directorio del consorcio ruso Gazprom. Al escándalo Schroeder habría que agregar entre varios, el caso de la presidenta del parlamento de Mecklenburgo-Pommerania, Manuela Schwessig, quien no se cansa de hacer propaganda a los pipelines de Putin.

Si de liberales y socialdemócratas no puede Scholz esperar una línea europeísta, mucho menos puede extraerla del Partido Verde. Como es sabido, los Verdes alemanes no solo representan a grupos ecológicos. Son también el partido de las identidades post-modernas, entre ellas, las feministas y, sobre todo, las pacifistas. Estas últimas pesan fuerte. La razón es que el pacifismo de los verdes dista de ser pragmático como el de los liberales. Por el contrario, es un pacifismo ideológico, ritualizado, con taras anti-norteamericanas y profundamente anti-político. Para colmo, la cartera del exterior está ocupada por la ex dirigente Annalena Baerbock, quien no posee experiencia en materias internacionales y por lo mismo se encuentra bajo influencia de los viejos mentores de su partido, entre ellos el dogmático Jürgen Trittin. Así se explica por qué Baerbock viaja a través de Europa repitiendo la misma frase de los pacifistas de ayer: “Hay que dar una oportunidad a la diplomacia”. Solo el actual líder del partido, Robert Habeck, deja deslizar de vez en cuando opiniones antagónicas a Putin, pero estas no pasan de eso: simples opiniones personales. Robert Habeck, hay que decirlo, no es Joschka Fischer, el único líder que ha logrado quebrar el rígido pacifismo de los Verdes.

En mayo de 1999, en el congreso del Partido Verde, Joschka Fischer pidió apoyo para declarar la guerra en contra del genocida de Serbia, Slobodan Milosovic. Sus palabras son consideradas como el mejor discurso político pronunciado en Alemania. Pleno de ideas, pero también de emociones, aún después de haber sido agredido físicamente, Joschka “dió vuelta a la asamblea”. Aún se recuerdan sus palabras. Cito un párrafo: “Y cuando dicen: ¡Dale una oportunidad a la diplomacia! Se hizo todo lo posible para llegar a un acuerdo a través de medios diplomáticos [...] Milosevic en su brutalidad, Milosevic en su radicalismo, Milosevic en su determinación de llevar a cabo la guerra étnica sin tener en cuenta a la población civil, para llevar esta guerra étnica a un fin... [ ...] Les digo: Esta política es criminal en dos sentidos: tomar como objetivo de guerra a todo un pueblo, expulsarlo mediante el terror, mediante la opresión, mediante la violación, mediante el asesinato y al mismo tiempo desestabilizando los estados vecinos - yo llamo a esto, una política criminal…”

Hoy, desde su retiro, Fischer ha vuelto a dirigirse a los verdes en un texto en contra de Putin tan emotivo como su discurso sobre Milosevic. Pero esta vez pasó casi desapercibido. El derrotado pacifismo de ayer se ha vengado en contra suya.

Visto así, Olaf Scholz no tiene más alternativa que navegar entre dos aguas, las de los partidos de su coalición y las de las instituciones europeas y transatlánticas. Ni de los primeros ni de las segundas puede prescindir. Sin embargo, Alemania necesita de Europa más que Europa de Alemania. Puede que en algún momento Scholz se vea obligado a decidir. Deberá hacerlo a favor de Europa y de Occidente. Repetir monótonamente "tenemos todas las opciones sobre la mesa" sin nombrar a ninguna, no lo podrá seguir haciendo durante mucho tiempo.

Hasta ahora Scholz se ha comportado como un simple gobernante local. Pero el momento histórico requiere de un estadista continental. Hay, en efecto, un margen en el que le está permitido prescindir de sus ligazones partidarias. Si no usa ese margen terminará por ayudar objetivamente a Putin, sumando otro desprestigio más a la mancillada historia de su país. Y para eso no fue elegido.

Navegar entre dos aguas -como experimentado político Scholz debería saberlo- solo se puede hacer durante un breve tiempo. A la larga, conduce al naufragio.

10 de febrero 2022

Polis

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Raúl Aular

-Independientemente de las injusticias cometidas por el conquistador europeo de origen ibérico en contra de los pueblos originarios, y convencido que lo pasado ya pasó y nada podemos hacer para cambiarlo, salvo no sea perdonar para que sanen las heridas y queden atrás los malos recuerdos, vaya este escrito para reconocer la obra titánica desplegada por La Madre Patria en América Latina; pues, no otra cosa puede concluirse de la tarea que desarrolló en el inmenso y vasto territorio comprendido entre el Sur de los Estados Unidos y la Argentina.

-Ahora bien, como es sabido, cuando los conquistadores desembarcaron por estas tierras tropicales, también lo hicieron una serie de agentes patógenos para quienes y por evolución biológica, el conquistador contaba con un sistema inmunológico que lo protegía de los efectos nocivos de las bacterias, virus y ricketsias, que lo acompañaron en tan larga travesía.

-Obviamente, nuestros indígenas carecían de un mecanismo inmunológico que los defendiera de tales microrganismos; en consecuencia, cuando ambos pueblos; es decir, el español y el indígena entraron en contacto, los cuerpos vírgenes de nuestros aborígenes fueron invadidos por esos agentes productores de patologías que, para esa época, eran fatales, y así comenzó el calvario latinoamericano. Y en mi modesta opinión, esto pudiese ser la razón biológica que explicaría la desaparición de miles y miles de Aztecas mejicanos, Incas peruanos, Mayas guatemaltecos, Mapuches chilenos, Araucanos argentinos, Timotocuicas colombianos, Guaraníes paraguayos, Caribes venezolanos….

-Pero, mientras esto acontecía, Dios, en su inconmensurable e infinita sabiduría, y a través del proceso de la evolución biológica, comenzó a diseñar un nuevo americano nacido del mestizaje entre españoles y aborígenes, que se caracterizaría porque vendría armado con un sistema inmunológico que lo defendería de todas esas patologías que hicieron desaparecer a sus antepasados.

-Y así ocurrió, para el beneficio genético y supervivencia poblacional de nuestros pueblos originarios.

-En este sentido, es oportuno y obligante comentar que al igual como sucedió hace cientos y cientos de años con nuestros aborígenes y las patologías que acompañaron a los españoles durante la colonización, hoy en día está ocurriendo lo mismo con esta pandemia por coronavirus; es decir: la evolución biológica, a través de mutaciones selectivas, “vacunará e inmunizará colectivamente” a toda la población mundial en contra de esta terrible pandemia que azota y amenaza la continuidad de la especie humana; por ello, y como nos enseña la dialéctica hegeliana, esta calamidad también pasará por cuanto todo cambia, todo se transforma y salvo el concepto de Dios, nada es eterno….

-Así es pues que, tengamos la esperanza de que así ocurrirá, la fe que sucederá y la valentía para hacer que suceda.

-Villa de Cura, martes 08 de febrero del 2022-

 2 min


Eddie A. Ramírez S.

¿Qué está pasando en el mundo? Hay peligro de que el autócrata Putin decida invadir Ucrania, el hambre acosa a muchos países, las migraciones ocasionan distorsiones, el calentamiento global es una amenaza, las democracias retroceden ante el avance de gobiernos dictatoriales o autocráticos y la Covid 19 ha causado la muerte de millones de personas. Extrañamente, ante esta situación tan grave, muchos ciudadanos no se preocupan por estos problemas y tienen como prioridad manifestar para oponerse a una vacuna específica.

La amenaza rusa: Rusia ha hecho guerras contra varios países. Ahora amenaza con invadir a Ucrania y quiere tener más influencia en Venezuela y en Nicaragua. Nunca se ha enfrentado a Estados Unidos, salvo en la llamada Guerra Fría. Cuando se derrumbó la URSS, muchos rusos lo aceptaron. Otros no, Putin es uno de ellos. Por eso es peligroso.

Refugiados y hambre: La falta de oportunidades de trabajo y el hambre siguen siendo flagelos que obligan a millones de personas a buscar refugio en otros lares. Actualmente ACNUR estima que hay más de 84 millones de personas refugiadas y desplazadas de sus lugares tradicionales de residencia. La Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en su Informe reporta que hay 418 millones de personas en Asia con desnutrición crónica, 282 millones en África y 60 millones en América Latina y el Caribe.

En Venezuela la cifra de ciudadanos que han tenido que buscar refugio en otros países es de unos seis millones; la desnutrición promedio de los años 2017 a 2019, de venezolanos fue de 9,1 millones (31,4%). De no cambiar las condiciones, la proyección para 2027 a 2029 es de 19,7 millones (59,7%) ¿ Qué estamos haciendo para remediar esta situación? Por lo pronto, los dirigentes de la oposición pelean entre ellos y los malandros que usurpan el poder se apropian del tesoro público, que ya no es tan tesoro, y violan los derechos humanos.

Asustados por la CPI: Maduro está asustado por la investigación de la Corte Penal Internacional. Por eso, ordenó cambiar la sentencia, de seis años y ocho meses a una nueva de 30 años, al teniente Ascacio Tarascio Mejía y al sargento Estiben Zárate Soto por las torturas y asesinato del capitán de corbeta Rafael Acosta Arévalo. Ellos cumplieron órdenes superiores que no han debido acatar. Son culpables, pero debe enjuiciarse a Maduro y al mayor general Iván Hernández Dala, Director de la Dgcim. La nueva sentencia es pantalla. Sucederá lo mismo que con los asesinos de Maritza Ron, que al poco tiempo los pusieron en libertad por “buena conducta y méritos académicos”.

Calentamiento global: Este es otro punto que debería preocuparnos. Independientemente de que la causa principal sea o no los hidrocarburos, existe una tendencia irreversible a que sean sustituidos por otras fuentes de energía. Tardará más o menos, pero en la vida de los países el tiempo no es el mismo que en los humanos. Así es que tenemos que prepararnos para el cambio. Ello obliga a trabajar para crear la visión del país que queremos.

Democracia en retroceso: Con respecto a la democracia, se percibe un retroceso peligroso. Aún es pronto para saber el rumbo que tomará Perú, Chile, Colombia y Brasil. Argentina y México están en la cuerda floja. Nicaragua y Venezuela son dictaduras totalitarias. El gobierno sandinista acaba de cerrar catorce universidades privadas. Maduro ahoga a las que universidades autónomas y, según la ONG Espacio Público, en enero hubo 57 violaciones a la libertad de expresión.

En Estados Unidos la democracia ha sufrido un golpe severo. En este caso no por la izquierda, sino por un megalómano como Trump y grupos de extrema derecha, aunque también hay enclaves izquierdistas que están activos en intentos de cambiar los principios y valores de esa democracia. El problema racial, la insistencia de Trump de que perdió porque le hicieron trampa, y que cualquiera pueda armarse hasta los dientes, ponen en peligro a esa democracia.

El coronavirus: Este tristemente célebre virus, causante de la enfermedad Covid 19, tiene en su haber 5.442.340 muertes. Sin embargo, muchos no aceptan las estadísticas contundentes sobre el beneficio de las vacunas. Los no vacunados tienen mayor probabilidad de morir o de tener que ser entubados. Extraña que en muchos países es obligatorio para asistir a las escuelas que los niños presenten certificados de vacunas, pero ahora miles de adultos protestan por la obligación de presentar certificado contra la Covid 19.

Los antivacuna: La gran mayoría acepta que a sus hijos les exijan varias vacunas para ser admitidos en la escuela. Sin embargo, se oponen a la obligatoriedad de la vacuna contra la Covid 19, alegando que atenta contra la libertad de decidir sobre sus cuerpos, que es antidemocrático y que es un medio de control por parte del gobierno. Esto podría quizá ser tolerado si no afectara a terceros. Pero quienes no se vacunan tienen más probabilidad de contagiar a otros, copan la capacidad de los hospitales y obligan al cierre de escuelas, centros deportivos, espectáculos públicos y restringe la actividad comercial, viajes y reuniones familiares.

Por eso es inaceptable oponerse a esta vacuna y a las restricciones para los no vacunados. Si alguien no se vacuna contra el tétano o contra la rabia esa es su decisión de arriesgarse a morir, ya que no perjudica a otros. ¿A qué se debe esa campaña perversa que induce, por ejemplo, a cientos de camioneros de Estados Unidos y de Canadá a protestar trancando calles y tocando corneta? Indudablemente hay parte de política y parte por hacer caso a informaciones sin base científica. Un articulista venezolano ha llegado a calificar a Trudeau de “tirano sanitario”. No hay duda de que la extrema derecha es tan peligrosa como la extrema izquierda. Ambas mienten y buscan controlar a la población.

Como (había) en botica:

Como siempre, las elecciones en Costa Rica fueron pacíficas y transparentes. Preocupa la presencia de 25 candidatos y una abstención de un 42 por ciento. Habrá segunda vuelta, Figueres con amplia ventaja.

La prohibición de vuelos entre Venezuela y Colombia perjudica a los ciudadanos y obliga a usar más combustible por tener que hacer el viaje vía Panamá.

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

eddiearamirez@hotmail.com

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