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Opinión

Carlos Raúl Hernández

En los setenta Hollywood regresa al mundo real con una generación de creadores nuevos, después de décadas de películas vaqueras, “de guerra”, o apoteósicas con demasiadas escenas y actuaciones de cartón (Ben Hur, Los diez mandamientos, Quo vadis), y uno que otro fracaso, como nada menos que Cleopatra, con Liz Taylor. A la emergencia se le llamó Nuevo cine americano, cine de autor, otro pack rat que dejará obras magnas. Francis Ford Coppola (El Padrino), George Lucas (La guerra de las galaxias), Steven Spielberg (Tiburón), Woody Allen (El dormilón), Brian de Palma (Carrie), Mike Nichols (El graduado), Dennis Hooper (Easy rider), Román Polansky (La semilla del diablo), John Schlesinger (Vaquero de media noche), Michael Cimino (El francotirador), William Friedkin (El exorcista), Martin Scorsese (Taxi driver). Pero la reina de las maravillas, la máxima creación en la historia del cine, es El Padrino, afirmó rotundamente nada menos que Stanley Kubrick. El grupo es en cierto sentido, un giro gringo hacia la nouvelle vague en la Europa de Truffaut, Chabrol, Godard

Paramount tuvo inmenso acierto y audacia en adivinar la genialidad de Francis Ford Coppola, muy lejos entonces de ser ostensible. Aunque ni siquiera figura en los créditos, había codirigido con Roger Corman, autor de montones de películas baratas, disparates en los que peleaban vampiros y extraterrestres. Su primera cinta con firma, Demencia 13, es una copia de Sicosis de Hitchcock, novatada que, junto a las dos siguientes, lo llevaron a la estrechez económica. Algo le vieron pese al dudoso curriculum y le proponen dirigir una película basada en el libro de otro económicamente arruinado, El Padrino de Mario Puzo, que más tarde se mantendrá setenta semanas entre los más leídos en la lista de NYT, y que en el siglo XX equivale a El Príncipe de Maquiavelo. Entre miles de cosas, el libro y la película relatan cómo un joven héroe de guerra, Michael Corleone (Al Pacino) comprende el significado del poder y lo que hay que tener para su ejercicio, como lo explican desde Maquiavelo y el jesuita Francisco de Vitoria.

El Padrino es su primera película en serio, con recursos, y no ha sido superada ni por él mismo ni por nadie en ninguna época. El sanedrín de las “cinco familias” que controlan Nueva York reclama que Vito Corleone (Marlon Brando) maneja cuotas del poder judicial, senadores y diputados “pero no las ·presta” para que introducir el tráfico de drogas. Don Vito se opone a “ese negocio” y atentan contra su vida”. Santino (James Caan) el primogénito, carece de condiciones para heredar a su padre, quien lo sabe perfectamente. Demuestra a menudo su incapacidad, incluso al no tomar previsiones para proteger a su padre hospitalizado. Es emocional, lujurioso, incontinente, arrogante y muere asesinado en una trampa cazabobos, que recuerda por su violencia brutal el cine de San Peckinpah (La Pandilla Salvaje) Un capo policial corrupto enredado al complot, le fractura la mandíbula a Michael. Ahí tiene la epifanía: para que sobreviva “la familia” el debe ser il capo y matar espectacularmente a los que atentaron contra su padre, lo que ocurre en una de las escenas más poderosas en la historia de la cinematografía.

Deja de ser un joven que planea adecentar la familia y se hace temible en el uso del poder, para que este no lo destruya. Los capos de las otras familias lo invitan a una reunión de “conciliación”. Descubre que es para asesinarlo, se les adelanta y los hace liquidar uno por uno, al tiempo que bautiza al hijo de su hermana Connie. El poder se ejerce en la oscuridad, porque su sustancia está más allá del bien y del mal, pugnan en ella dos fuerzas contradictorias, como en la naturaleza humana, y solo lo atajan de alguna manera las instituciones democráticas (pobre del país donde ellas no existen). A todos nos gustan la democracia y los chorizos, pero mejor no averiguar de qué están hechos. Coppola y Puzo navegan en las turbias aguas, bajo el imperio del sentido de la realidad. Maquiavelo y la dupla Coppola-Puzo. ponen al descubierto a los charlatanes que hacen gárgaras con los principios para ganar simpatías y fingen “principio” bobos, o más terrible, no entienden, la dinámica del poder.

Fidel Castro vio que debía cuidar el principio de soberanía porque la geopolítica puede desconocerlo, como le ocurrió en 1962 en la crisis de los cohetes. Para curarse en salud, ofreció públicamente a los norteamericanos devolverles cualquier prisionero que escapara de Guantánamo. Gadafi y Saddam Hussein murieron de geopolítica. Volodímir Zelenski medio comprende tarde e incompleto: el principio de soberanía es suicida si no conjuga con pragmatismo. Desastrosos y cómicos son los diletantes que mojan el panty en Alemania o Francia con los muertos ucranianos, héroes en el teclado lejos, a kms. del plomo. Que sigan muriendo ucranianos, porque mueren gloriosamente por la libertad y para que los charlatanes puedan matar su angustioso ocio y escribir imbecilidades. Una vez Pompeyo Márquez respondió a unos periodistas e intelectuales que lo increpaban en el Hotel Lutecia de París por abandonar la lucha armada. “Es que es una desigual división del trabajo: Uds. ponen novelas y películas y nosotros ponemos los muertos”. El charlatán pone boberías y los ucranianos ponen cadáveres.

@CarlosRaúlHer

 4 min


Ismael Pérez Vigil

Regreso al tema de la invasión de Putin a Ucrania −me resisto tercamente a decir que es una invasión rusa− pues se cumplió ya más de un mes que se inició esta triple guerra: militar, económica y de comunicaciones. A esta última, la guerra comunicacional, es a la que me voy a referir de alguna manera.

Sin apartarme de la política

Vuelvo a señalar que el análisis militar del tema, el de las estrategias de cada contrincante, el de las implicaciones de la guerra económica y las medidas económicas sobre Rusia y la forma que tiene y adquirirá el tablero geopolítico del mundo una vez que se produzca un desenlace, el de la profundidad e implicación de las estrategias mediáticas, todo eso, se lo dejo a los excelentes analistas que hemos visto desfilar este mes −y a unos cuantos no tan excelentes, algo repetidores y un tanto superficiales, que también abundan y de cuyo coro no quiero formar parte−. Pero, en esta ocasión, no puedo decir que me aparto del tema político, porque de lo que quiero hablar es de las reacciones de los diferentes grupos o sectores políticos en Venezuela frente a esta situación.

Objetivos, no logrados, de Putin

Lo primero que diré es que tras lamentar los miles de muertos que está dejando esta guerra insensata y la destrucción económica en Ucrania −y en Rusia, pues están sufriendo ya los coletazos− me reconforta pensar que Putin no ha logrado ningún objetivo, al menos los que declaró al principio.

Putin no ha logrado someter a Ucrania, no ha logrado que el gobierno ucraniano renuncie o huya del país y por el contrario ha “logrado” algunas cosas que no lo deben tener muy feliz: que la OTAN, en decadencia, se haya fortalecido; que la UE este más unida que antes y apoyando a Ucrania de diversas maneras, con sanciones económicas, recibiendo refugiados y suministrando armamento a Ucrania; que países como Alemania y Japón −aunque algo más lejos, físicamente− estén aumentando sus presupuestos militares, por recomendación de la OTAN; que países que pertenecieron en algún momento al eje soviético, como los Bálticos, hayan estrechado más sus lazos con Europa; que algunos países tradicionalmente neutrales o poco beligerantes, como Suecia y Finlandia hayan manifestado su deseo de pertenecer o acercarse más a la OTAN, y que hasta la tradicionalmente neutral Suiza esté apoyando las medidas económicas en contra de Putin. Repito, no entro a analizar estos aspectos y sus implicaciones, simplemente me limito a resaltar la resistencia de Ucrania y algunos hechos concretos que todos hemos leído, aun los más legos en la materia, de los análisis de los que si conocen más a fondo el tema.

Los argumentos…

El segundo punto que quiero resaltar es que entre todas las cosas que he leído, en enjundiosos artículos de prensa y largas y candentes discusiones −cuando no− en redes sociales, me llama la atención los argumentos que algunos esgrimen para justificar la invasión; o al menos “atenuar” su horrendo significado e impacto. Y llego así al corazón de este artículo: Muchos se refugian en sus atavismos ideológicos.

… desde la izquierda

Desde la izquierda hay los empeñados en mantener vivos los “ideales” socialistas o izquierdistas de su juventud y por eso tratan de justificar la invasión en términos de comparar lo ocurrido en Ucrania con pasadas invasiones o intervenciones, sobre todo de los EEUU, en otros territorios, en un pasado cercano o lejano; les parece que eso justifica cualquier acción de un individuo como Putin, que algunos aún consideran comunista, socialista o por lo menos de izquierda, pues obviamente no está situado en el mundo occidental del liberalismo y la democracia. Algunos apelan también a conceptos algo más trillados como: el balance de poder mundial, la razón de estado, etc.

… desde la derecha

Desde la derecha la cosa es todavía más extraña, pues ven el problema, la mayoría de los que opinan en redes sociales, en el contexto de la polarización de la política norteamericana, obviamente pro Trump y anti Biden; llegan a la ingeniosa perogrullada de decir que aunque la invasión sea injustificable, tiene causas; y por allí se van, tras haber descubierto esa agua tibia, haciéndose la vista gorda con la matanza del ejército de Putin en Ucrania; en el mejor de los casos simplemente lo ven como un “error” o peor aún, como “falta de decisión” del presidente de los EEUU.

… los republicanos

Todavía podríamos entender la posición de algunos políticos en la Florida −sobre todo republicanos, en perspectiva de la “elección de midterm”, en noviembre−, donde el tema del comunismo, Cuba, Nicaragua o Venezuela es sensible electoralmente hablando y ven oportunistamente una posibilidad de desacreditar las políticas de Biden, sea por su falta de acción o por sus “intentos negociadores” con regímenes como el de Venezuela, y así “desmejorar” las perspectivas electorales de los demócratas.

…los más extremos

Pero, algunos llegan incluso a suscribir los argumentos de Putin: que Ucrania no es ni ha sido nunca un país, que es una creación rusa; que son los ucranianos los que han agredido a los rusos en los territorios ucranianos que reclama Putin; que el presidente ucraniano usa a su población como escudo; que hay un intento de sojuzgamiento y expansión occidental sobre Rusia, apoyado por la OTAN; que en Ucrania lo que hay son grupos nacionalistas, separatistas, neonazis y neofascista, etc.

… y los menos extremos

El drama lo tienen algunos derechistas menos extremos que los mencionados previamente, pero igualmente anticomunistas febriles y también polarizados con relación a la política norteamericana, quienes al ser más racionales, condenan la invasión de Putin pero tratan de explicársela y en su argumentación deslizan conceptos de la jerga “pusinesca” y fustigan al gobierno norteamericano por su “debilidad”.

Comparando con Venezuela

Pero lo que me parece más insólito −y hasta peligroso− son los que se lamentan y se rasgan las vestiduras porque en Venezuela, la oposición venezolana, los lideres venezolanos, no sigan el ejemplo de Ucrania y de su presidente, Volodimir Zelenski, como si fueran comparables las situaciones, los países y los líderes. Algunos llegan a hablar de la “invasión cubana”, −que ciertamente lo es de alguna manera, al menos en su aspecto colonialista y devastador−, y compararla con la del ejército de Putin a Ucrania y esperan por lo tanto que el gobierno interino lance soflamadas proclamas y que Juan Guaidó se vista de militar y con casco de acero ceñido, llame “a las armas” contra el régimen. Y que por no hacer eso, nosotros estamos como estamos.

Reflexión final

Frente a hechos como la invasión a Ucrania, no nos queda sino hacernos las angustiosas preguntas que se hace Moisés Naim (El Dictador en su Ratonera, El Nacional, 21/03/2022): “¿Es aceptable hacer un trato con Vladimir Putin para que retire sus tropas a cambio de acceder a algunas de sus condiciones? Para muchos esto sería inmoral y la única salida aceptable es salir de Putin. Otros mantienen que la prioridad es detener las muertes de inocentes.”

En lo que a mí respecta, sin entrar en profundos análisis ni justificaciones éticas, solo espero que Ucrania −a pesar de las bajas lamentables que ya ha tenido− salga cuanto antes y triunfante de este ignominioso episodio; que Putin pague caro por su insensata aventura y que las democracias occidentales, contra quienes de verdad es la invasión y la guerra de Putin, salgan fortalecidas.

En este último sentido, consciente de que mi aporte en este tema no está en el campo del análisis estratégico y geopolítico, mi ánimo es el de condenar sin ambages, justificaciones o explicaciones la invasión de Ucrania, celebrar −como ya dije− su resistencia al invasor y alentar una reflexión acerca de que la lección que saquemos del desafortunado y sangriento episodio de Ucrania sea el de la necesidad de luchar por restablecer la plena democracia en el país.

Politólogo

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

 6 min


Fernando Mires

Dijo Vladimir Putin en su ya legendario discurso pronunciado en el estadio olímpico Luzhniki de Moscú (18.03.2022): Occidente está intentando dividir a nuestra sociedad, está especulando con nuestras bajas (en la guerra) y las consecuencias socioeconómicas de las sanciones, y está provocando una confrontación civil en Rusia y utilizando a esa quinta columna para conseguir ese objetivo. Y hay un solo objetivo, del que ya he hablado, la destrucción de Rusia.

Pero cualquiera, y en especial el pueblo ruso, podrá distinguir a los auténticos patriotas de la chusma y los traidores, y simplemente los escupirá como si fueran una mosca que ha entrado en la boca.

Estoy convencido de que esa necesaria y natural autopurificación de la sociedad fortalecerá a nuestro país, nuestra solidaridad, nuestra cohesión y nuestra capacidad para responder a cualquier desafío.

Pocas veces las palabras han sido tan reveladoras. Con ellas, Putin ha cavado una zanja. Su guerra a Ucrania no es a Ucrania, lo dice el mismo, sino a Occidente. Ucrania, en su lenguaje alucinado, es solo una representación de Occidente. Luego, la invasión a Ucrania no tiene mucho que ver con el avance de la OTAN –Zelenski ha dicho varias veces que Ucrania no pertenecerá a la OTAN- sino por que en ese país ha tenido lugar un proceso de occidentalización. No la OTAN sino las democracias que cobija militarmente la OTAN es lo que está en proceso de expansión. Como dice Putin, emulando al repertorio de Hitler, su lucha es “por la necesaria y natural autopurificación de la sociedad”. Purificación lo traduce como desnazificación, palabra inventada por su consejero de cabecera, Alexandr Dugin. Quiere decir: des- occidentalización.

Occidente, según la visión putinista, es impuro. La sangre derramada en Ucrania lavará las impurezas occidentalistas que la contagian. La de Putin –según el cavernario patriarca Kiril- adquiere las características de una guerra santa, de una cruzada, de una Yihad de la ortodoxia asiática.

¿Por qué odia Putin a Occidente? Pregunta que solo puede ser respondida con otra: ¿Qué es Occidente? Occidente no es el Oriente, pero eso no nos dice nada. Pronunciado en lenguaje político, tampoco es un punto geográfico.

Occidente, lo sabemos todos, ha llegado a ser el significante de muchas naciones que han hecho suyos determinados principios, entre ellos, un estado de derecho, la independencia de los poderes públicos, libertades como las de opinión, de culto, de prensa y de movimiento, elecciones libres y democráticas, parlamentos que procesan el debate público.

¿Occidente es entonces la democracia? En gran medida lo es, pero Occidente es algo más que la democracia. En términos escuetos: todas las naciones democráticas son occidentales y todas las naciones occidentales son democráticas. Pero Occidente es más que la suma y síntesis de todas las naciones que lo constituyen. Occidente es más bien una tautología: Occidente es la historia de Occidente, y eso quiere decir: Occidente es lo que ha llegado a ser Occidente y, más aún: lo que puede llegar a ser en el curso de su historia. La nación occidental, dicho con uno de los fundadores de la socialdemocracia austriaca, Otto Bauer, es una “comunidad de destino”. “Una idea”, agregaría a su modo, Ortega y Gasset:

Efectivamente, la historia de Occidente no es una historia en sí, sino la historia de las naciones en las que la occidentalidad anida. Ahí reside la diferencia entre una nación occidental y otra que no lo es. La segunda, la nación no occidental, ha sido entendida por Putin de acuerdo a las lecciones que le inculcara el oscurantista filósofo del anti-democratismo ruso, Alexandr Dogin: una unidad territorial cuyos habitantes están vinculados por un lenguaje, una tradición, una cultura y una religión común. En cambio, la nación occidental se define fundamentalmente por otras propiedades, entre ellas: el territorio, un estado constitucional, una historia común y su acreditación en las Naciones Unidas.

De acuerdo a la concepción arcaica y etnológica de Putin, Ucrania es una simple prolongación natural de Rusia, un territorio puesto a disposición de su imperio. Así lo dice con fe ciega: Permítanme enfatizar una vez más que Ucrania para nosotros no es solo un país vecino. Es una parte integral de nuestra propia historia, cultura, espacio espiritual (discurso 21.02 2022)

Y en su largo artículo La Unidad histórica de Rusos y Ucranianos (2021), escribía el gobernante: Confío en que la verdadera soberanía de Ucrania sólo es posible en asociación con Rusia. Nuestros lazos espirituales, humanos y civilizatorios se formaron durante siglos y tienen sus orígenes en las mismas fuentes, se han endurecido por pruebas, logros y victorias comunes. Nuestro parentesco se ha transmitido de generación en generación. Está en los corazones y la memoria de las personas que viven en la Rusia moderna y Ucrania, en los lazos de sangre que unen a millones de nuestras familias. Juntos siempre hemos sido y seremos muchas veces más fuertes y exitosos. Porque somos un solo pueblo.

Sin embargo, de acuerdo a una concepción moderna, a la que apela el mismo Putin, Ucrania como nación nunca podría definirse “por lazos humanos, espirituales, civilizatorios”, ni mucho menos por “lazos de sangre”. Lo que caracteriza a una nación moderna es una Constitución, la existencia de partidos políticos, la práctica de elecciones libres de acuerdo al principio de la alternancia en el poder, y la mantención de una -aunque sea breve- historia forjada por revoluciones y elecciones. Y no por último, hay que subrayarlo siempre, el reconocimiento internacional a través de instituciones como la UE y la ONU. Esa es una nación política a diferencia de una nación cultural o pre-política, como es la de Putin. Las credenciales de Ucrania son y serán la de una nación independiente de Rusia.

Por lo demás, la propia invasión rusa ha terminado por crear lo que Putin niega a Ucrania: un sentimiento de nacionalidad muy profundo. Así como el sentimiento de pertenencia nacional fue creado en el pueblo judío por las constantes persecuciones a que ha sido sometido, la guerra y la invasión a Ucrania ha creado una idea de nacionalidad cuya principal afirmación es su negación a Rusia, una radicalmente opuesta al asiatismo despótico representado por Putin. Quiero decir: aunque Putin logre someter a Ucrania, nunca los ucranianos se sentirán miembros de Rusia. Cultural y emocionalmente su población se ha constituido como un pueblo, el pueblo en ciudadanía y la ciudadanía, en nación.

La Rusia de Putin es y será para los ucranianos; representación de la barbarie. Y el mundo occidental, representación de la civilización. No ser rusos ha pasado a ser, después de la sangrienta invasión, un sinónimo de ser ucraniano, y ucraniano, una forma de ser occidental. Putin, digamos con descaro, ha fundado con su maldita guerra, a la nueva nación ucraniana.

Putin, como Stalin ayer, ve en Occidente un peligro existencial. De acuerdo a su mentor ideológico, Dogin –quien iniciara su carrera política como miembro fundador del “partido nacional-bolchevique” (variante semántica del nacional-socialismo pre-hitleriano)- Occidente simboliza a la decadencia. La tesis no es nueva.

De acuerdo al libro clásico de Oswald Spengler, La Decadencia de Occidente (1923), Occidente ha entrado a su fase de decadencia. La misma opinión sustentará otro clásico, Arnold Toymbee en su famoso A Study of History (1934-1961) para quien las culturas, también la occidental, están destinadas a perecer cuando no se encuentran en condiciones de responder a los desafíos de la historia. De dos autores eslavófilos, Ivan Illyn, y más recientemente, el ya citado Dogin, se nutre la tesis del naturalismo histórico cultural del anti-occidentalismo ruso. Según la fundamentación de esa tesis, las culturas son cuerpos colectivos sometidos a las mismas leyes que los cuerpos biológicos: nacen, se desarrollan, pasan por la juventud, alcanzan la madurez y, al final, decaen, mueren, o son absorbidas por otras culturas. Por lo tanto, las culturas se encuentran en permanente conflicto consigo mismas y por eso, con otras culturas. Afirmación popularizada por el ya también clásico Samuel Hungtinton (The Clash of Civilizations, 1996). No obstante, la afirmación de Hungtinton sería correcta solo si aceptamos que Occidente es “una” cultura. Y bien, justamente ahí yace la diferencia entre Occidente y las demás culturas: Occidente, si es una cultura, es y será una cultura solo si permite en su seno la existencia de otras culturas.

Occidente nunca ha sido monocultural: nació de un cruce entre diversas vertientes religiosas y culturales: la religión de los judíos, la prédica anticanónica de Jesús y Paulo, la filosofía griega (sobre todo la platónica-socrática) y el derecho romano desde donde tomó forma y figura el principio del estado secular, hoy hegemónico en el mundo occidental. Visto entonces el tema en contra de la perspectiva de Spengler, no se trata de que Occidente esté en decadencia, sino de todo lo contrario: la decadencia es una forma de ser de Occidente.

Occidente, desde Atenas hasta ahora, ha caído y decaído muchas veces. Pero la llama de la luz ateniense continúa ardiendo no solo al exterior sino también al interior de las naciones occidentales e incluso de las no occidentales. En cada lucha democrática nace un proyecto de Occidente. Bajo cada dictadura, despotía, o simplemente autocracia, decae Occidente. Como en Ucrania: cuando sus habitantes luchan por sobrevivir físicamente, libran, desde una visión macro-histórica, una guerra desgarradora entre la democracia occidental y la barbarie rusa que busca imponer Putin.

No deja de ser notorio: mientras menos democrática es una nación, menos occidental será. En ese mismo orden, mientras menos democrática, mayores serán las posibilidades del imperio ruso para expandir su poder mundial. Eso quiere decir que la contradicción política de nuestro tiempo, la que avistara a nivel mundial el presidente Joe Biden, entre democracia y autocracia, tiene lugar no solo entre naciones sino al interior de cada una de ellas. Allí donde late nuestro deseo de ser libres, comienza a nacer Occidente. Allí donde emerge la autorepresión, la culpa y el castigo, brota el no-Occidente. Allí donde prima el principio de muerte crece la anti-occidentalidad. Allí donde triunfa el de la vida -para decirlo en el sentido teológico de Paulo de Tarso- muere la muerte.

En el fondo de nuestros corazones, muchos somos hoy ucranianos.

27 de marzo 2022

Polis

https://polisfmires.blogspot.com/2022/03/dijo-vladimir-putin-en-su-ya-le...

 8 min


Henkel García U.

La devolución del Sambil La Candelaria es, en cierto modo, un motivo de alegría, pero no por ello debemos dejar de considerar que todo este fenómeno reciente, en el que el socialismo controlador y represor pareciera quedar atrás para dar paso a una economía más libre, más de mercado, pueda ser solo una concesión táctica y no un cambio de postura genuino y sostenible en el tiempo. Para muestra vale hacerse una de tantas preguntas: ¿Qué garantías legales e institucionales tienen hoy los venezolanos para que esto no vuelva a ocurrir?

En un país volátil pasan una gran cantidad de eventos. Uno de los más destacados de los últimos días es la devolución del Sambil La Candelaria a sus legítimos dueños. Ponderar este hecho, el cual es relevante, no es del todo sencillo.

Esta devolución forma parte de una lista de decisiones que apuntan a una dirección distinta a la que nos dirigieron durante buena parte de los últimos 23 años. Entre esas puedo nombrar algunas para poner en contexto:

Ya no se aplica el control de precios;

Ni tampoco el control de cambio;

Disminuyeron la toma de inventarios para “repartirlos” al pueblo;

El empresario pasó de ser un ente del mal a uno generador de valor (y que paga impuestos);

Dejaron circular al dólar “imperial” y hasta le reconocen sus bene cios.

A esto hay que agregarle que estamos en un incipiente proceso de negociación directa entre los gobiernos de Venezuela y Estados Unidos. Hay un cambio evidente, pero como pregunté en Twitter (https://twitter.com/HenkelGarcia/status/1505889690003648522): ¿Vamos por el camino correcto?

Debo confesar que fue Guillermo Tell Aveledo el que me llevó a considerar el concepto de concesión para entender estos actos que estamos presenciando. Este párrafo es tanto elocuente como pertinente:

La ‘Pax Bodegónica’ no puede ser entendida como una apertura, sino como las concesiones, condicionales, desde el poder vigente. Concesiones que pueden ser retiradas y que son frágiles, mantenidas en tanto sigan siendo funcionales al propósito descrito”1.

Sí, la devolución del Sambil La Candelaria es, en cierto modo, un motivo de alegría, pero no por ello debemos dejar de considerar que todo este fenómeno reciente, en el que el socialismo controlador y represor pareciera quedar atrás para dar paso a una economía más libre, más de mercado, pueda ser más una concesión táctica que un cambio de postura genuino y sostenible en el tiempo.

Como es costumbre, comparto algunas inquietudes:

¿Por qué otros activos expropiados y con scados no fueron devueltos a sus dueños, sino fueron entregados a personas cercanas al poder?

¿Qué garantías legales e institucionales tenemos para que esto no vuelva a ocurrir?

¿Por qué no se deroga la Ley de Precios Justos?

¿Por qué no se elimina la ambigüedad constitucional que existe sobre la propiedad privada?

¿Tenemos hoy seguridad jurídica?

¿Estamos frente a una verdadera reinstitucionalización?

Cuando empecemos a ver respuestas satisfactorias a estas preguntas, entonces sí pudiésemos creer que estos cambios tienen bases sólidas. Hasta que ello no ocurra resulta sano considerarlas concesiones alineadas con la intención de a anzarse en el poder.

No podemos olvidar todo lo que hemos vivido, las vidas impactadas profundamente durante estos 23 años. No es momento para la ingenuidad.

23 de marzo 2022

La Gran Aldea

https://www.lagranaldea.com/2022/03/23/etapa-de-concesiones/ ...

 2 min


Alfredo Maldonado Dubuc

Crónicas burguesas

A juzgar por el tamaño de ambos países y sus fuerzas militares, en principio diría uno que más tarde o más temprano Rusia terminará derrotando a Ucrania y asegurando su salida al sur, al Mar Negro. Pero a juzgar también por la empecinada resistencia ucraniana, también habría que asegurar que los rusos ocuparán y controlarán ruinas. Es lógico pensar que las potencias occidentales seguirán ayudando bajo cuerda a Ucrania y que los chinos mirarán a otro lado. Puede que ayuden con dinero o elementos ocultos, pero su negocio y su futuro está en el comercio mundial, no en la guerra.

Va a ser una trágica victoria para Vladimir Putin, conquistará Ucrania, es decir, se adueñará de escombros y del odio de un pueblo que hasta no hace mucho se sentía familia prorrusa, convertido en villano del mundo, en el macho agresor, no el dirigente triunfador. No se le admirará, se le temerá. Y muchos le odiarán, porque miles de cadáveres rusos –aparte de millones de dólares en equipos- están ya cubriendo los campos de combate; sea porque quieren destruir lo menos posibles –aunque se ha visto lo contrario en las informaciones de periodistas internacionales y de la propaganda ucraniana- sea por una inadecuada estrategia militar. Se dice –no nos consta ni tenemos una fuente 100 % confiable- que los militares rusos incluso tienen equipos especiales para cremar sus cadáveres en los campos de batalla para no llevar a Rusia miles de bolsas plásticas con cadáveres.

Hay otro factor que Putin está olvidando o, al menos, sobre el cual no puede dar órdenes. La economía. Tiene elementos a su favor, como el petróleo y el gas que tiene en abundancia y que, de perder sus clientes europeos –que no será de inmediato- siempre tendrá compradores importes ávidos tanto del petróleo como de los descuentos. India, por ejemplo, potencia industrial y el segundo país más poblado del mundo pero sin una gota de petróleo en su extenso territorio, acaba de comprar 3 millones de barriles a Rusia que, con los descuentos, no bajan de los casi 300 millones de dólares. E India puede comprar muchos barriles mas con importantes descuentos.

Europa, y particularmente Alemania, no puede renunciar así como así al gas ruso que moviliza una parte importante de su poderosa maquinaria industrial, tardarán en cortarle el negocio a Moscú, y los países árabes aumentarán con extrema prudencia su producción y oferta. Quedan fuentes en el mundo, como Colombia que podrá aumentar unos pocos miles de barriles diarios, Canadá y algún otro, Venezuela es proyecto en desarrollo pero falta mucho tiempo y especialmente dinero. No es cosa sencilla lo de dejar sin salida al petróleo ruso, Putin lo sabe, suponemos que Biden también.

Pero hay otro elemento económico que sí puede causarle serios problemas a Vladimir Putin y son los rusos millonarios que han hecho fortunas gigantescas pegados a él. No importa cuánto dinero tengan, las sanciones occidentales les están causando problemas, congelando capitales, cerrando y decomisando mansiones, yates, aviones y cuentas en Rusia y en Europa, ¡hasta los prudentes suizos se han metido en el asunto!

Esos millonarios, “oligarcas”, los llaman, no son tanto parte del poder de Putin como sí perjudicados por su presencia, sus decisiones y sus consecuencias. El Banco Central ruso o el Kremlin pueden tener miles de millones de dólares, euros y rublos escondidos por ahí para apagar las sanciones, pero no pueden sustituir las comodidades de los multimillonarios, es el problema de ciertas sanciones nacionales y de las sanciones personalizadas. Podrán mantener inversiones en Rusia, pero no disfrutar sus yates en el Mediterráneo en primavera y verano.

Pero esas “inversiones en Rusia” ¿no pueden ser también incentivos y financiamientos ocultos a enemigos de Putin, el villano mundial?

 2 min


John Carlin

Podríamos estar peor. Podría estar Trump en la Casa Blanca y tendríamos a dos locos en vez de uno al mando de los cohetes del apocalipsis. Quizá sea una herejía buscar el lado menos malo de la vida mientras el anticristo crucifica a Ucrania, pero hay más. Bueno, una cosa más, una cosa por la que los ciudadanos de los países democráticos deberíamos dar las gracias diez veces al día: no tuvimos la mala suerte de haber nacido en Rusia.

Nos hemos pasado la edad de las redes sociales quejándonos de lo mediocres, frívolos e irresponsables que son nuestros políticos, de lo desgastada que está la democracia. No me excluyo, en absoluto. Pero, la verdad, visto lo visto en estos días de sangre y fuego: ¡qué lujo vivir en un país como España, o Japón, o Estados Unidos o, sí, Argentina en el que pese a tantas frustraciones podemos decir lo que nos dé la santa gana de los gobernantes y gozamos del derecho de sacarlos del poder si nos disgustan!

Por historia, cultura y situación geográfica Rusia podría haber sido uno de los nuestros. Vean el caso de Estonia, parte de Rusia durante dos siglos hasta 1918, parte de la Unión Soviética hasta la independencia en 1990. Hoy es miembro de la Unión Europea, es tan democrático como Francia y tiene un PIB por habitante dos veces y medio mayor que el de Rusia. En tres décadas Estonia se ha convertido en un país plenamente europeo, haciendo realidad el sueño fracasado ruso desde tiempos del zar Pedro el Grande, a principios del siglo XVIII.

Hubo un avance en Rusia en 1861 cuando abolieron la esclavitud, pero los zares siguieron en el poder medio siglo más. Tuvieron su oportunidad con la revolución de 1917, y otra vez, con mayores posibilidades, tras la caída del muro de Berlín. ¿Pero hoy qué? Marcha atrás a la Unión Soviética: Rusia se ha vuelto a convertir en un gulag del que la gente no puede salir, donde la libre expresión se penaliza con cárcel.

Su líder concentra el mismo poder en sus manos que Stalin, pero no es el genocida soviético con quien el dictador actual se quiere comparar. Su ídolo es Pedro el Grande, como confesó en una entrevista con el Financial Times en 2019. “Vivirá mientras su causa siga viva”, declaró Putin.

Pedro el Grande hizo una gira por Europa occidental para aprender cómo modernizar su país. Pero esta no es la causa con la que Putin prefiere asociarle. Tuvo otra causa más eficaz: la expansión del territorio ruso. Durante los 43 años que Pedro el Grande permaneció en el poder conquistó tierras desde Finlandia al norte hasta el Mar Negro, incluyendo lo que hoy es Ucrania, al sur. Hoy Putin aspira a imitar su legado.

Hay dos tipos de envidia. La sana y la mala. La sana es la que ve a un competidor superior y, a base de esfuerzo, intenta emularlo. La mala es la que responde al éxito del otro con el deseo de romperle las piernas. La envidia de Putin es la segunda. Pena para Rusia que no fue la primera. Mala suerte que les haya tocado Putin. Mala suerte para el mundo entero que Putin nació.

Fue lo que llamaron en su día “un bebé milagro”. Su padre era un lisiado de guerra y su madre tenía más de 40 años cuando Vladimir emergió de su vientre en Leningrado en 1952. La ciudad aún se recuperaba del asedio nazi que mató de hambre a un millón de personas. La madre, raquítica, apenas sobrevivió; el que hubiera sido su hermano mayor, no.

Casi medio siglo después fue por una sucesión de casualidades que un tipo tan poco carismático como Putin, un gris agente de la KGB, llegó a ser el elegido del borracho Boris Yeltsin. Otro día, quizá con menos vodkas en la barriga, el primer presidente ruso post soviético hubiese elegido a otro como sucesor, posiblemente alguien cuya prioridad hubiera sido la paz y la prosperidad y no, como Putin, remilitarizar el país, apostarlo todo a la fuerza de la jungla.

Las antiguas ansias rusas de aspirar a la modernidad de Occidente se vieron con burda desnudez en 1990 cuando se abrió el primer restaurante McDonald’s en Moscú. Más de 30.000 personas hicieron cola, emergiendo horas después hamburguesas en mano como si hubiesen vaciado las minas del rey Salomón. Un país con tanta gente de altísimo nivel educativo, con tan grandes figuras históricas en la ciencia y la literatura, tenía más que abundante potencial para convertirse rápidamente en una potencia económica mundial, o al menos para duplicar su PIB, como la vecina Estonia.

Pero no. ¿Hay alguna marca internacional rusa remotamente tan conocida como McDonald’s? Ninguna. Las marcas rusas más reconocibles son las de los venenos que utiliza Putin para asesinar a sus enemigos, polonio y Novichok.

¿Tendrá Rusia otra oportunidad de pasar de ser un país fallido a uno en el que sus ciudadanos puedan sentirse orgullosos de algo más que su poderío destructivo? El día en el que se vaya el criminal que los ha sumergido en la miseria económica y moral, quizá. Sigue en el poder 22 años después debido a la mano de hierro con la que controla la población pero también -no hay que exculpar a los súbditos- porque encarna sentimientos de envidia y resentimiento que demasiados comparten.

Como Donald Trump, con la diferencia de que en Estados Unidos hay libertad de expresión y elecciones libres, Putin apela a lo peor de la naturaleza humana. El resultado es un pueblo moralmente castrado y un desperdicio terrible del talento que posee Rusia, un país cuya grandeza se podría medir en sus aportaciones a la humanidad en vez de su afán medieval de conquista.

Rusia sigue desfilando a ciegas al compás de un hombre fuerte. Eso no cambiará de un día al otro. Pero con suerte el sucesor de Putin sea un hombre fuerte de verdad, sin complejos, capaz de conducirlos hacia la tierra prometida con la que soñaba Pedro el Grande. Vladimir el Pequeño está condenado a que su legado sea la ruina, la vergüenza y la más pura maldad.

13 de marzo 2022

Guayoyo en Letras

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Alonso Moleiro

La hiperinflación ha llegado a su fin en Venezuela. El país ha vivido una de las tormentas de precios más descontroladas y agresivas de la historia moderna. La tendencia se está revirtiendo por la dolarización de la economía y la apertura al mercado. El índice inflacionario de Venezuela en el pasado mes de febrero fue de 2,9%, el promedio más bajo registrado en la economía local en varios años, y el comportamiento de los precios rondará 36% en 2022. Este es el cuarto mes consecutivo en el cual el aumento de los precios registra promedios de un solo dígito.

El descenso se ha concretado de un mes a otro. En los últimos 12 meses, el índice de precios al consumidor ha estado por debajo de 50% intermensual. Y desde septiembre, por debajo de 10. El precio del dólar lleva varios meses estabilizado en torno a los 4,5 bolívares, luego de la tercera reconversión monetaria adelantada en Venezuela en poco más de diez años. El año pasado, el Índice de Precios al Consumidor llegó al 686%. En 2020, fue de 2.900%. En 2019, de 7.300%.

El fin de la hiperinflación en Venezuela parece dispuesto a consolidarse. Los estragos de la tormenta económica que fue tomando vuelo desde 2013, cuando Nicolás Maduro asumió la presidencia de la República, y que estalló con furia en 2017. Sus consecuencias han sido devastadoras en el terreno social y económico.

Consumada la catástrofe, pulverizados los sueldos, destruido el aparato productivo, calcinado el empleo, consolidado el volumen de la diáspora, muchas personas se preguntan cómo ha logrado el Gobierno de Maduro detener esta endiablada tendencia, a la cual rara vez se refiere en público.

Maduro ha decidido dejar de hacer aquello que llevaba años haciendo: “El Gobierno finalmente ha renunciado al financiamiento del déficit de las empresas públicas a través de la emisión de dinero sin respaldo”, afirma el economista Víctor Alvarez, exministro de industria. “Se ha producido un ajuste de tarifas de empresas estatales y servicios que se incrementan de forma subrepticia y paulatina; se ha reducido el nivel del gasto público, por primera vez en todos estos años. El Gobierno ha adelantado una política comercial de apertura de mercado interno, permitiendo toda clase de importaciones sin aranceles y sin pago de IVA. Eso abarata los costos. Hay una nueva política cambiaria, se renunció a la estrategia de controles. Se ha colocado un encaje legal elevado para secar la liquidez de la banca.”

Durante casi todo el siglo XX, Venezuela disfrutó de inflaciones anualizadas de un solo dígito. Esta tendencia comenzó a agrietarse a fines de los años 80, cuando trepó a promedios de 30 y 35% anual. Con todos los sobresaltos que vinieron más adelante, parecía consolidada la sensación de que el ingreso petrolero protegía a la economía nacional de un fenómeno que llegó a ser común en América Latina, pero que Venezuela no había vivido jamás.

Sin anunciarlo, el Gobierno de Maduro ha decidido cambiar las reglas del juego del chavismo en estos años, tendentes a regular en exceso la economía, fiscalizar al empresariado y problematizar la propiedad privada. Los proyectos productivos colectivistas y estatales de Chávez y Maduro fracasaron rotundamente.

Henkel García, analista financiero y socio directivo de la firma Econométrica, sostiene que el crecimiento descontrolado de los precios que vivió el país encuentra una de sus razones “en el desplome de la producción nacional”, en crisis después de la ola de expropiaciones adelantada por Hugo Chávez.

Además, afirma, en el desarrollo de una política monetaria y fiscal equivocada, empeñada en forzar aumentos de precios divorciados del contexto económico y en regular el margen de ganancias de las empresas. “En 2018, Maduro decide aumentar el salario en una cifra astronómica, inconcebible, cercana al 18.000 %. Para pagar ese aumento había que emitir dinero inorgánico. La emisión monetaria de entonces fue inmensa. El Gobierno financiaba la nómina de las empresas estatales, todas quebradas. El Banco Central no tenía ninguna autonomía. El venezolano le perdió toda la confianza al bolívar. En el sector económico y empresarial había mucho nerviosismo. Eso fue abriendo las compuertas de la dolarización”.

Desde hace varios meses, técnicos ecuatorianos cercanos a Rafael Correa asesoran a la vicepresidencia de la República para diseñar una nueva estrategia económica, mucho más parecida a la que proponían los críticos del chavismo que a la que fundamentan los postulados chavistas.

Los 37 meses que comprendió la hiperinflación venezolana conocen su fin, como apunta Francisco Rodríguez, académico y socio directivo de la firma Torino Capital, como consecuencia de un proceso que tiene algo de inercia. “No hay hiperinflación que dure 10 años. El promedio de duración de procesos como estos es de 20 meses. No se trata de una experiencia exitosa la que adelanta Maduro. Es un ajuste que se ha retrasado.”

“La hiperinflación se consume como los incendios, llega un momento en el cual no hay nada más que quemarse” continúa Rodríguez. “Lo que hizo Maduro es financiar sus operaciones quitando el valor al dinero que la gente tiene en sus manos. La hiperinflación te obliga al final a hacer el ajuste que no querías hacer. Se concreta a través del deterioro del salario real del trabajador público. El gasto público ahora es más bajo porque lo que estás pagando es muy poco.”

25 de marzo 2022

El País

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