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Opinión

Ismael Pérez Vigil

A pesar de la crisis en la que sumió a la humanidad la invasión de Putin a Ucrania y la respuesta de Occidente a esa siniestra aventura, debemos volver a ocuparnos de los temas, quizás más modestos, pero igualmente vitales para nosotros: cómo despojarnos de este régimen de oprobio.

Consecuente con la opción que predico −la vía electoral−, lo que se aproxima en el horizonte es la elección presidencial de 2024.

He sostenido que el camino que nos lleva al 2024 es un camino pedregoso, lleno de incertidumbres y obstáculos y que presenta al menos tres dificultades graves −a dos de los cuales ya me he referido en artículos anteriores−: La selección de un candidato único por un mecanismo aceptado por todos; la unidad de los partidos, previa revisión, legitimación o reorganización de los mismos y sus líderes; pero a la tercera dificultad es a la que quiero referirme hoy: la definición de una oferta electoral, propuesta o programa, que entusiasme al país.

Lo primero a aclarar es un malentendido común: eso de que la oposición no ha concretado su triunfo, entre otras cosas, por carecer de una propuesta alternativa al país.

Nada más falso que esa afirmación, pues la oposición a lo largo de estos 22 años de lucha contra la ruina actual, no solo una, sino varias son las propuestas alternativas que ha planteado. Esas propuestas las han divulgado y defendido los candidatos ‒a la presidencia, a gobernaciones, a alcaldías o a diputados‒ y también lo han hecho las organizaciones políticas que componen la hoy vilipendiada MUD, además de grupos de economistas identificados con la oposición, organizaciones empresariales ‒Fedecámaras, Conindustria, cámaras regionales− aun cuando no entren en la disputa por el poder y hasta la Iglesia Católica, que no es propiamente una organización de oposición, aunque en ocasiones ha sido la más contundente opositora a este régimen de oprobio.

Las propuestas alternativas se han presentado en lo político, lo jurídico, lo social, la seguridad personal y pública; en materia agrícola y ganadera, turismo, educación, desarrollo tecnológico, el desarrollo de determinadas regiones, para industrializar y reindustrializar el país, con relación a las empresas del estado −las de Guayana y las estatizadas‒, en materia cambiaria, con relación a la industria petrolera; en fin, se ha cubierto todo el espectro de la vida pública nacional con propuestas alternativas al fracasado socialismo del Siglo XXI.

Esas propuestas han ido desde lo más general −alternativas al sistema socialista, contraponiéndole un sistema de mercado o capitalismo social y humano−; hasta lo más concreto e inmediato, como ya mencioné: alternativas cambiarias, medidas antiinflacionarias o contra la escasez, pasando por la defensa a la propiedad privada, el estado de derecho, la regionalización, la democracia, etc. Más bien el problema por momentos parece ser que son demasiadas propuestas, no es por falta de ellas.

Por tanto, la afirmación de que la oposición no tiene una propuesta parece más bien una estrategia mediática del régimen o de los opositores de la oposición; o, para darles algún crédito, la de algunos voceros opositores, un tanto ingenuos.

¿Qué tanto cala esa afirmación −la oposición no tiene una propuesta− en el pueblo? Hace años dije que era algo que estaba por verse. Hoy, no creo que sea así y debemos lamentar, a juzgar por los resultados, que nuestras propuestas no han calado y lo que si lo ha hecho, es sin duda, el “discurso” del régimen.

El “discurso”, en este caso, es eso que hoy llamamos la “narrativa” y que algunos −como el publicista Aquiles Este, hace ya varios años− lo comparan con un “virus”, que ha sobrevivido varios siglos, que aquí recibió fue bautizado por Hugo Chávez con el pomposo nombre de “Socialismo del Siglo XXI” y que hoy resurge, nuevamente remozado, con su verdadera esencia, como “populismo”, de izquierda y de derecha. Pero hoy, debido a la desgracia del coronavirus, estamos en mejores condiciones de entender y explicar cómo mutan y se adaptan los virus para seguir haciendo estragos, como el perverso y destructivo socialismo del Siglo XXI.

Ese virus del populismo, que ha mutado a lo largo de la historia y se ha convertido en fascismo, socialismo, comunismo, estalinismo, peronismo, velasquismo, castrismo, chavismo y un largo etcétera, sobrevive manteniendo su estructura básica, que aparece y reaparece con líderes mesiánicos, salvadores de turno, pero con un mismo o parecido discurso, que podemos resumir así:

Nosotros somos un país rico, vivíamos felices, teníamos perlas, cueros, ganado, cacao, café, ahora tenemos petróleo, minerales; y vino el imperio ‒el español primero y luego el norteamericano‒ y sus secuaces y nos quitaron nuestra riqueza y nos hicieron pobres; pero yo ‒dice el líder populista‒ voy a salvarte, a devolverte lo que es tuyo, arrebatándoselo a ellos y dándotelo de vuelta a ti, sin que tengas que hacer nada, pues solo por ser venezolano mereces “la mayor suma de felicidad posible”.

Como vemos, es un discurso simple, cerrado, redondo y perfecto. Y ese es el problema a vencer. No se trata simplemente de una propuesta −que como vimos tenemos de sobre−, se trata de vencer ese discurso, que muta, se transforma en boca de los lideres populistas de turno, que tiene profundas raíces, históricas, y que es fácil de tragar y tan difícil de derrotar: ¿Quién no está de acuerdo con un discurso así?, ¿Con una propuesta como esa, según la cual todo lo merezco y nada tengo que hacer, sino esperar a que me restituyan lo que en derecho ya es mío y me fue arrebatado inescrupulosamente?

En efecto, nadie en la humanidad se ha sumado o emprendido grandes luchas y transformaciones por leer unas cuantas cuartillas de propuestas, números y ejemplos. Por ejemplo, ningún obrero en la Europa de finales del siglo XIX abrazó la idea del socialismo por leer los tres tomos de El Capital de Carlos Marx o los tres tomos de “Elementos fundamentales para la crítica de la economía política de 1857-1858”; ningún “proletario” se sumó a la causa bolchevique por leer de Lenin el “¿Qué hacer? o “El imperialismo, fase superior del capitalismo”.

En un contexto distinto, Nelson Mandela nunca explicó en detalle su eslogan de “Una mejor vida para todos”, pero el pueblo sudafricano se sumó masivamente a su campaña para llevarlo a la presidencia de Sudáfrica, guiados por su ejemplo de vida y su sacrificio personal de 27 años de cárcel.

El breve discurso “Yo tengo un sueño” de Martín Luther King y su involucramiento personal en la lucha por eliminar la discriminación y segregación racial en los Estados Unidos, tuvieron más impacto en arrastrar seguidores a su causa, que sus más de 20 libros; todos los que se sumaron a las causas que emprendieron los mencionados, lo hicieron porque se sintieron impulsados por la fogosidad de sus discursos en defensa de los desposeídos, los desclasados o los segregados y discriminados y por la intuición de que allí podrían encontrar una solución a sus penurias y la justicia que de otra forma se les negó.

De manera que es allí donde está el problema de la oposición. No es en la falta de propuestas. Es en no contar con lideres y partidos cuya moral y ejemplo expresen y representen las aspiraciones populares con un “discurso” alternativo, igualmente fogoso. Tenemos un discurso coherente, descriptivo y técnico, pero no emotivo ni entusiasta, que le llegue al pueblo de manera eficiente y eficaz, que articule todas esas propuestas que ya ruedan hace tiempo y las convierta en un discurso simple, tan atractivo y emotivo como el discurso populista del régimen; pero, sin parecerse a él, sin imitarlo, sin pretender sustituirlo por otro discurso igualmente populista.

Yo no tengo una propuesta de mensaje alternativo, y creo que nadie tiene una “fórmula” para entusiasmar al pueblo con unas determinadas líneas. Además del trabajo que se pueda −y deba− hacer de investigación lingüista −del tipo que hacen las empresas publicitarias o de imagen para determinar los contenidos semánticos que mejor expresen una determinada idea o producto−, se trata sobre todo de realizar una tarea sistemática de investigación, a partir de la labor de los dirigentes y militantes de los partidos políticos y de las organizaciones de la sociedad civil dedicadas a la tarea política, en su trabajo cotidiano con la gente, para determinar sus necesidades, la forma de enfrentarlas y sobre todo la manera de explicarse el mundo, el lenguaje que utilizan para ello.

Esa es la tarea difícil, que hay que comenzar a emprender de inmediato, una vez que se cumpla la necesaria revisión interna de los partidos y el liderazgo, de la que tanto se habla.

Politólogo

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

 6 min


Alejandro J. Sucre

El presidente Biden ha tomado el paso correcto de enviar una comisión de funcionarios públicos de su administración para tantear a la Administración Maduro en cuanto a varios temas: retorno de los presos estadounidenses, reducción de las sanciones petroleras para reactivar la venta de ese producto y animarla a una vuelta a la mesa de negociación con la oposición para retomar el camino electoral.

Aunque nuestro país hipotéticamente representa riesgos a la seguridad de los EEUU en cuanto a la triangulación de drogas hacia su territorio, y también a que la corrupción de nuestros funcionarios públicos contaminan el sistema financiero norteamericano, no es correcto comparar a Venezuela con Irán o Rusia como amenaza a la seguridad de los EEUU. Primero Venezuela no tiene armas nucleares ni tampoco bases militares de Rusia. Segundo, durante la administración actual Venezuela ha emprendido reforma al Consejo Nacional Electoral y se ha avanzado en los procesos electorales democráticos, como lo aseveró la Unión Europea y se demostró en el terreno durante las elecciones de noviembre del 2021. Tercero, la misma oposición venezolana que pide democracia antes que se levanten las sanciones, no participa en las contiendas electorales que establecen en la constitución nacional, tampoco hacen elecciones internas en sus propios partidos políticos y no presentan ni rinden cuenta de los recursos que administran en el exterior desde que el expresidente Trump les asignó partidas de gastos. Cuarto, el gobierno del Presidente Biden debe reconocer que hay otra oposición que si esta de acuerdo con que levanten las sanciones y que participó en las elecciones de noviembre del 2021 y que activaron a la población a votar. De levantarse las sanciones, el menos beneficiado sería la Administración Maduro y la oposición G4, y los más beneficiados serían la población venezolana y la oposición que sí participa en elecciones que tendrían más fuerza para pagar campañas electorales.

El planteamiento de algunos senadores del congreso de los EEUU de no negociar con dictadores, violadores de los derechos humanos no aplica. El sistema americano consiste en promover acciones correctivas más que en acorralar a las personas que se desvían en las conductas sociales y políticas. En Venezuela ha habido acciones correctivas por parte de la Administración Maduro. En Venezuela ha habido progreso en las medidas económicas que ofrecen hoy una participación amplia del sector privado en la totalidad de la economía. Por lo tanto, el beneficio del levantamiento de sanciones económicas es para el pueblo de Venezuela. En Cuba levantar sanciones beneficia solo al gobierno ya que el gobierno de ese país establece los salarios a pagar. En Venezuela, los sueldos los fija la oferta y la demanda y si hay inversiones los sueldos van a subir. Segundo, está demostrado que más democracia en Venezuela no se va a lograr a través de sanciones ni amenazas verbales, sino con una más decidida y firme oposición que se renueve como ejemplo de democracia y que participe unida y masivamente en las elecciones que establece la Constitución nacional. Eliminar las sanciones económicas, obligaría a la oposición a salir a la calle a hacer una oposición democrática y unida en lugar de apoltronarse en las grandes ciudades occidentales para pedir sanciones, victimizarse y recibir cuotas de dinero asignadas desde Washington.

Igualmente, sí EEUU concede levantar las sanciones económicas entonces crearía una competencia entre aspirantes a dictadores en el mundo. Mientras más sea el numero de productores de petróleo, menos poder van a tener para fijar precios individualmente esos dictadores. La competencia es la verdadera forma de regular a los que tratan de acumular poder. Europa colocó sanciones a personas y no a la economía para frenar actuaciones de personas que violan leyes y no perjudicar al pueblo. EEUU debe hacer lo mismo, no sancionar a todo un país sino a las personas o individuos que violan derechos humanos y son un riesgo al sistema financiero norteamericano. Por eso me extraña que los senadores de Florida se opongan a que Venezuela vuelva a producir petróleo, cuando eso debilitaría a los regímenes de Irán y Rusia. Abrir las inversiones petroleras en Venezuela haría que las empresas estadounidense controlen mas mercado y paguen impuestos al fisco americano. No veo en los senadores de Florida una propuesta para tratar a la Administración Maduro. El expresidente Trump puso las sanciones probablemente para debilitar a la Administración Maduro en caso de una incursión militar, para un cambio de gobierno. Pero esa política no se ejecutó.

Es mucho lo que ha aprendido la Administración de Maduro y el gobierno de Biden debe tomarlo en cuenta. Creo que luego de la guerra de Ucrania, la Administración Maduro debe tomar en cuenta quienes son sus aliados; Rusia tomó en EEUU el sancionado mercado de Venezuela, y cuando le declara una guerra a Ucrania, le congela los fondos de Pdvsa que administraba para canalizar las pocas ventas de petróleo sancionado venezolano. También la Administración Maduro sabe que la economía venezolana no funciona sin inversión de los ciudadanos de Venezuela, de EEUU y de Europa. Probablemente las inversiones chinas y rusas también esperan que EEUU levante sus sanciones a la economía.

Twitter @alejandrojsucre

 4 min


Carlos Raúl Hernández

La historia chilena está llena de dolorosos naufragios para convertir el país en un régimen colectivista, y en el penúltimo la Democracia Cristiana apostó a un golpe de Estado creyéndolo efímero. De ahí nació el gran drama del que “todos somos culpables”, como espetaría el Príncipe ante la muerte de los amantes de Verona. Pero gracias al triunfo del sentido político, vino la concertación entre esos culpables, socialcristianos y socialistas. Luego de 17 años de horror retornan la democracia, la paz, el progreso, y convierten a Chile en la estrella más brillante de Latinoamérica, que ingresa en el club de los países desarrollados. Alguien dice que “estudiar la historia no sirve para nada, porque la humanidad está condenada a cometer siempre los mismos errores”. Eso lo suscribe el ataque de anacronismo que le sobrevino al Presidente Gabriel Boric, al marcar su arranque con dramática y malhadada frase de Salvador Allende y una ridícula pirueta de desprecio al presidente constitucional saliente.

“Por lo mientras”, diría un mexicano, los chilenos dejaron cesante el Estado de Derecho, delegado a una enloquecida “constituyente”, la nueva vía revolucionaria, tal como anuncia Petro para Colombia. Bien por Boric, parece que olvidó la insólita tirria a los fondos de pensiones, pero en vez de pensar en el salto tecnológico, científico, educativo y económico que requiere su país, pone un ingenuo y aberrante énfasis en fracturar la sociedad en base a políticas “identitarias”, el fascismo del siglo XXI, que hoy no tienen como bandera la “igualdad”, como aprendimos con la revolución francesa, sino la “diferencia”. En septiembre de 1970, Allende obtiene la presidencia por votación en el Congreso, luego que en los comicios populares ningún candidato obtuviera mayoría calificada. En Chile la izquierda desde los años 30 creó varias efímeras repúblicas socialistas con personajes apasionantes, dignos de Hollywood. Luis Emilio Recabarren funda el Partido Obrero Socialista en 1912, cinco años antes de la Revolución Bolchevique.

En 1932 el Comodoro Marmaduke Grove crea su “república socialista” por un pronunciamiento de facto que apenas dura 12 días. En 1938, en la política de los frentes populares stalinistas, la izquierda gana las elecciones con uno de los personajes más extraños del continente, Pedro Aguirre Cerda, cuyo filonazismo y filosovietismo al mismo tiempo preocupan a Gabriela Mistral, su íntima amiga. La izquierda vuelve a triunfar en los comicios de 1946 con Gabriel González Videla, quien una vez electo, abandona el barco revolucionario, y por ello Neruda le dedica uno de los poemas más demoledores y menos poéticos de la lengua en Canto General. (“Triste clown, miserable mezcla de mono y rata, cuyo rabo peinan en Wall Street con pomada de oro/ no pasarán los días sin que caigas del árbol y seas montón de inmundicia evidente/que el transeúnte evita pisar en las esquinas”.) Allende obtiene la primera minoría en los comicios y la Democracia Cristiana votó a su favor en el Parlamento.

No hacerlo, dicen expertos como Joan Garcés, hubiera podido precipitar la guerra civil. Tenía fuerte apoyo en las propias bases socialcristianas, permeadas por los planteamientos socialistas, y en las fuerzas armadas. Después de tres años de un gobierno entrópico con acelerado deterioro institucional y económico, y la demencia subversiva de la Unidad Popular, crean ambiente para el golpe. Las políticas estatistas conducen inmancablemente a la ruina. Allende actuaba con “el escudo de la constitución”, pero la Unidad Popular estimulaba el vandalismo. La triste historia de las “transiciones”: tomas de fincas, caos urbano, ocupación de fábricas de botones, inflación, desempleo, devaluación, fuga de divisas, insultos y ruina para los productores, atracos revolucionarios a los bancos. El Partido Socialista fragmentado en tendencias desde la derecha hasta ultra izquierda, que andaban cada una de su cuenta. Así la disidencia socialcristiana del MAPU y los extremistas (siempre ellos) que no eran de la Unidad Popular, -MIR, Izquierda Cristiana y VOP-, adherían “la causa” desde fuera para radicalizarla.

El triunfo de Allende y el golpe de Estado fueron desgracias, desgracias inevitables. El pinochetazo fue incansablemente buscado por todos los factores, porque la cordura había huido. Los radicales, siempre estúpidos, querían la “confrontación final” para que el pueblo derrotara al ejército. A una sugerencia ingenua de Regis Debray sobre “movilizar a las masas”, Allende responde “¿cuantas masas hay que movilizar para detener un tanque?”. En los cinturones industriales donde la clase obrera “detendría el golpe”, “armaban” los trabajadores con revólveres y escopetas para dar la batalla decisiva contra el ejército. Pinochet dio el zarpazo cuando el caos disolvió la fuerza de Allende en el aparato militar y pudo asumir el control pleno. “Pobre Augusto: ya deben haberlo matado”, dijo Allende en medio del putch condolido de su Ministro de Defensa, que lo encabezaba. El otro gran responsable ante la historia fue el secretario general de los socialistas, Carlos Altamirano, quien el 9 de septiembre le retira el apoyo del partido al presidente. Esa fue la señal para el golpe.

@carlosraulher

 3 min


Fernando Mires

La mentira, no lo vamos a descubrir ahora, es un arte de la guerra. Al enemigo para derrotarlo hay que sorprenderlo y, por lo mismo, engañarlo. Pero no es a esas mentiras a las que me referiré en este texto sino a otras. Las llamaré, siguiendo como tantas veces a Hannah Arendt, pero esta vez en contraposición a ella, mentiras de opinión (Arendt hablaba de verdades de opinión y de verdades de hecho). También podríamos llamarlas, mentiras legitimatorias. No son mentiras de guerra, sino mentiras sobre la guerra. Son las que pretenden justificar a una guerra sobre la base de algunas verdades, pero encapsuladas en grandes mentiras. De esas mentiras he elegido a tres que parecen ser predominantes.

1. La primera gran mentira afirma que la guerra a Ucrania es realizada por el gobierno de Putin para evitar que Ucrania ingrese a la OTAN y con ello ponga en riesgo la seguridad interior y exterior de Rusia.

Esa es también la tesis oficial del gobierno Putin. Ha tenido incluso acogida en personas y grupos que no pueden ser calificados como acólitos de Putin. Para la gran mayoría de quienes la sustentan –algunos por reflejos condicionados originados en la Guerra Fría- la OTAN es una institución expansiva al servicio de los intereses del -por el movimiento comunista así denominado- imperialismo norteamericano. Quienes alcanzamos a convivir bajo el influjo de las ideologías de ese periodo recordaremos que en los círculos de izquierda, sobre todo en los pro-soviéticos, el carácter imperialista de la OTAN estaba fuera de toda discusión. La verdad, sin embargo, dice otra cosa.

La OTAN comenzó a ser forjada desde 1947 a solicitud de los gobiernos democráticos de Europa a los EE UU cuando Stalin no ocultaba sus propósitos de enfilar hacia Turquía y Grecia. Fue entonces cuando el presidente Truman, a petición de Churchill, lanzó su legendaria advertencia a Stalin: “ni un paso más”. Así nació la OTAN, institución destinada a contener militarmente el avance soviético. De esos hechos se deducen tres consecuencias.

Primero: la OTAN nació como institución militar antimperialista (en contra del imperio de la URSS) En 1952, Grecia y Turquía ingresaron a la OTAN y con ello, la puerta del avance stalinista hacia el sur de Europa fue cerrada con candado. Si no hubiera sido por la OTAN, alguno países del sur europeo, incluida Italia donde un 40% votaba por los comunistas, habrían pasado a formar parte del imperio soviético.

Segundo: la OTAN nació como institución esencialmente defensiva y no expansiva.

Tercero: el objetivo de la OTAN de acuerdo al artículo 51 de su reglamento interno, no era proteger a todas las naciones europeas sino a las de carácter democrático. Hoy, tal vez con la excepción de la Turquía de Erdogan (no dictatorial, pero sí autoritaria) todos los países de la OTAN son democráticos.

Considerar la composición democrática de la OTAN es fundamental para contrarrestar la tesis putinista de la expansión de la OTAN en menoscabo de Rusia. En efecto, no es la OTAN la que se ha expandido, sino el número de los países democráticos europeos, los que al serlo, han solicitado su ingreso a la OTAN. Eso quiere decir desde un punto de vista historiogáfico que la tesis de la amenaza de la expansión de la OTAN debe ser puesta en orden secuencial pues al aumentar la expansión democrática en Europa aumentó el radio de acción de la OTAN, y no al revés. La conclusión es: Putin no invadió Ucrania porque podía ser miembro de la OTAN, sino porque Ucrania llegó a ser un país democrático. Un país que, por lo mismo, mantiene un régimen político alternativo y antagónico al que impera en Rusia. En otra frase: un país que es una amenaza política pero en ningún caso militar para Rusia.

El origen de la segunda expansión de la OTAN sucedió como consecuencia de la liberación nacional de los países europeos que formaban parte del área de dominación soviética, inmediatamente después de las revoluciones democráticas de 1989-1990. En todos esos acontecimientos, ni la OTAN, ni los países democráticos de Europa, movieron un solo dedo. La liberación de los países sometidos a la URSS fue pacífica, electoral y nunca militar. Luego, otra vez hay que secuenciar: primero vino la revolución democrática y después, la admisión de los países liberados, en la OTAN. No al revés. Si en Europa del Este y Central ha habido alguna expansión no ha sido la de la OTAN sino la de las democracias. La OTAN solo ha prestado cobertura militar a las democracias post-soviéticas después que estas se habían constituido.

La Ucrania de Zelenski, al solicitar su ingreso a la OTAN, no ha hecho nada distinto a lo que hicieron en el pasado reciente los gobiernos de la ex Checoeslovaquia, Polonia y Hungría, entre varios. Una Ucrania en la OTAN nunca habría sido un peligro militar para Rusia, aunque Rusia sí era un peligro para una Ucrania sin OTAN. Por lo demás, los derechos reclamados por Putin para anexar a Ucrania, todos formulados en su extenso artículo “Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos” (puede ser hallado en Google), no menciona a la eventual pertenencia a la OTAN como razón de reclamo, sino a los elementos míticos que, según su arcaica ideología, conforman a una nación (lenguaje, carácter, y sobre todo, “espacio vital”). De acuerdo al tenor de ese artículo, Ucrania pertenece a Rusia “por naturaleza” (idea de origen netamente fascista).

Hemos dicho que la democracia es expansiva. Desde las “revoluciones madres” de la modernidad, la norteamericana y la francesa, la democracia como forma política hegemónica no ha cesado su expansión. Con cierta razón Claude Lefort entendía a la democracia como una revolución permanente. No solo se profundiza hacia adentro sino, además, crece hacia afuera. Revolución democrática que avanza en forma de olas –en ese punto tiene plena razón Samuel Hungtinton-.

Una gran ola apareció en los tres últimos decenios del siglo XX. Primero con las evoluciones democráticas europeas en Europa del sur: Grecia, Portugal y España. Luego con la gran revolución democrática que puso fin al comunismo y a la dominación rusa en los países de Europa Central y del Este y, finalmente, el declive de las dictaduras militares del Cono Sur en Latinoamérica. Hoy en cambio asistimos a la aparición de una fuerte ola antidemocrática, encabezada por la Rusia de Putin y seguida por una gran cantidad de gobiernos autoritarios y autocráticos en Europa, en el Oriente Medio y en América Latina. Víctima de esa contrarrevolución ha sido Ucrania, como ayer lo fueron Georgia y Chechenia.

Para poner las cosas en orden: el gran error de la OTAN no fue haber dado protección a Ucrania sino no haberlo hecho a su debido tiempo, cuando Ucrania lo solicitó. Hoy ya es tarde. Hacer ingresar en estos momentos a Ucrania a la OTAN, llevaría a una tercera guerra mundial de carácter atómico. Esa es la amenaza pronunciada por Putin. De tal modo que la renuncia a ser miembro de la OTAN planteada por Zelenski puede ser considerada como una capitulación parcial y necesaria, pero en ningún caso como el reconocimiento de un error.

Ucrania, si no hubiera mediado la amenaza atómica, habría pasado a formar parte de la OTAN. Puede ser anexada por Putin, pero -y en eso están de acuerdo la mayoría de los observadores– por derecho, por su formación política y por su reciente historia, Ucrania debe pertenecer y probablemente pertenecerá algún día a la OTAN o a una organización continental similar que la suceda. Cuando el virus de la democracia contagia a una nación, nunca se va de ella.

El ingreso a la OTAN no conducirá a ninguna nación europea a la democracia, pero el ingreso a la democracia sí debe conducir a la OTAN. Es no lo quieren entender los putinistas debido a una razón muy simple: afirmar que Putin arrasa con Ucrania para evitar la expansión de la OTAN, confiere al horroroso genocidio que hoy se está cometiendo en Ucrania, un aparente carácter defensivo y no ofensivo. No Ucrania, sino la Rusia de Putin sería la víctima. Luego, la guerra de Putin, es justa. Los anti- OTAN, sobre todo los de la “izquierda jurásica”, asumen el discurso criminal de Putin como propio.

2. La segunda gran mentira afirma que Ucrania fue impulsada por los países miembros de la OTAN y por la UE a la guerra, para luego dejarla abandonada a su suerte.

El objetivo de esa afirmación no puede ser más venenoso. La intención es hacer aparecer al gobierno de Zelenski como una marioneta de la OTAN, de los EE UU y de la UE. Precisamente lo que busca Putin. Pero esa mentira pasa por alto el hecho de que la lucha por la independencia de Ucrania no ha comenzado ahora. Por el contrario, es una historia de larga data. Comenzó antes de que apareciera Putin, desde la disgregación de la URSS.

La independencia de Ucrania fue confirmada en diversos tratados, entre otros en el artículo 2.4 de la Carta de Naciones Unidas, en el Acta de Helsinki de 1975, en los compromisos contraídos por Moscú con Ucrania sobre su integridad territorial, en el Tratado de Minsk que formaliza la disolución de la URSS en diciembre de 1991; en el Memorándum de Budapest de 1994 por el que Ucrania entregó sus armas nucleares a Rusia a cambio de una garantía de seguridad; y el Tratado de Amistad entre Rusia y Ucrania de 1997.

Naturalmente, Occidente y sus instituciones han prestado colaboración a cada uno de los acuerdos nombrados. En ese sentido ha continuado la línea política que mantuvo con los movimientos democráticos de la Europa comunista, línea que se puede definir en una frase: apoyo sin intervención. Así fue como Occidente apoyó al Solidarnosc de Lech Walesa, a Charta 77 de Vaklav Havel, y a muchos otros movimientos, pero nunca de modo directo. Recordemos que cuando se produjo el golpe de estado en Polonia en 1981, la OTAN tampoco acudió en defensa de Solidarnosc, haciendo oídos sordos ante quienes lo pedían. Ya antes, en 1956, cuando la rebelión húngara fuera destrozada por las fuerzas represivas de la URSS, la OTAN tampoco intervino, ni militar ni políticamente. Lo mismo en 1968, cuando los tanques rusos entraron a Praga. Y mucho más recientemente, cuando Lukashenko ha llevado a cabo en Bielorusia una brutal persecución a todo lo que parezca oposición, Europa y la OTAN no movilizaron a ninguna fuerza en su contra.

Tampoco Occidente ha intervenido en contra de las espantosas masacres llevadas a cabo por Putin en Georgia y en Chechenia. Y cuando el dictador ruso ocupó Crimea en 2014, Occidente dejó que los propios ucranianos resolvieran sus problemas con Rusia.

La mentirosa tesis de Putin y sus seguidores, relativas a que los patriotas ucranianos son conducidos por Occidente y la OTAN solo busca reforzar la afirmación de que Ucrania no es una nación independiente. Pero la realidad muestra exactamente lo contrario. Las luchas por la independencia nacional en Ucrania han resultado de complejas confrontaciones internas. La llamada “revolución naranja” del 2004, los avances de los grupos dirigidos por Víctor Jutschtschenko, el fracaso del pro-ruso Víctor Yanukovitsch, la ascensión de Petro Poroschenko y recientemente de Volodimir Zelenski, todo eso nos habla de una nación que ha ido formando su personalidad política en interesante y apasionada conflictividad. Ucrania, dicho en breve, posee su propia historia. Es una nación política. En virtud de los tratados firmados por los propios gobiernos rusos, es una nación jurídica. Y por su pertenencia a la ONU, es una nación independiente y soberana. Una nación que nunca ha agredido a otra y cuyo objetivo ha sido buscar un lugar en el mundo, más cerca de Europa que de Rusia, a la que aún anexada, nunca más pertenecerá.

No, Occidente no ha movilizado a Ucrania en contra de Rusia ni tampoco la ha dejado abandonada como afirman los sofistas del putinismo internacional. Pero sí ha respetado sus derechos y en su lucha por la independencia la apoya con solidaridad, dinero, ayuda a los millones de refugiados y provisión de materiales bélicos. Quizás pueda y debería hacer algo más. No hay que olvidar que Ucrania es un país que cumple con todos los requisitos para ingresar a la UE. Hasta ahora, los políticos miedosos y los burócratas de la letra chica, lo han impedido. A pesar de todo, Ucrania no está sola.

3. La tercera gran mentira es la que busca nivelar a la sangrienta invasión a Ucrania con las cometidas por EE UU y otros países occidentales en otras latitudes.

Nadie lo va a negar. Las invasiones dirigidas por Washington a Vietnam, a Irak, a Afganistán, o a otras regiones, son en muchos aspectos condenables. Así como los excesos de las tropas de Israel en Palestina. O las persecuciones al pueblo kurdo llevadas a cabo desde Estambul. Todos eso, y muchos más, no son hechos que enorgullecen la historia de esos países. Podríamos incluso seguir enumerando episodios luctuosos en donde han actuado naciones democráticas, no solo en el pasado colonial, también en nuestros días.

Nadie dice que los gobernantes y los partidos políticos de los países occidentales son ángeles de la paz. Probablemente hay algunos tan canallas como el mismo Putin. No obstante, el solo hecho de que los putinistas se sientan obligados a legitimar masacres con otras masacres - frente a las que muchos de ellos nunca protestaron en el momento en que se produjeron- solo nos muestra una perversión mayor: la de relativizar crímenes con crímenes.

Más allá de la sangre derramada, y sin intentar disculpar a nadie, parece ser necesario poner el acento en algunos puntos que confieren a la invasión y a las consecuentes masacres inducidas por el régimen de Putin en Ucrania, como un hecho inédito y mucho más peligroso que las guerras propiciadas o ejecutadas desde o por Occidente en el pasado reciente.

Un punto dice que todas las guerras de Occidente han tenido lugar en contra de dictaduras. Nunca, ningún país democrático ha ido a la guerra contra otro país democrático. No queremos decir con esto que las naciones democráticas sean poseedoras de un pasaporte de inmunidad militar. El problema es otro, y no es moral. Tal vez ni siquiera es político. Lo que se intenta destacar es que los países dominados por dictaduras carecen de medios comunicativos para resolver de modo político los conflictos que se presentan entre ellos o con otros países, sean estos democráticos o no. Esos mismos gobiernos actúan en un estado de guerra permanente en contra de su propia ciudadanía. El caso de Putin es paradigmático. El presidente ruso debe ser el gobernante que más opositores ha envenenado. Cada opositor es un enemigo. Los procedimientos en contra de Navalny así lo demuestran. Cada vez que tiene problemas, Putin aumenta los años de prisión al líder. Putin y la mayoría de los tiranos que asolan el mundo no saben, ni quieren, y tal vez ni pueden, resolver diferencias en términos políticos pues las estructuras de dominación de sus países no son políticas.

Otro punto es que los gobernantes de democracias que llevan a cabo desmanes en otras latitudes, están sujetos a vigilancia, sea parlamentaria, sea de la prensa o de sus propios partidos. No son en fin, personas políticas autónomas. Alguien puede criticarlos a fondo como ocurrió a Nixon en EE UU y después al mismo Bush jr., sin temor a ser encerrado en una cárcel. Más aún, son revocables y con ello, sus políticas también lo son. No ocurre lo mismo con dictadores como Putin. La guerra a Ucrania continuará hasta donde él, consultando a su almohada, decida mantenerla.

Hay también un tercer punto, y probablemente el mas importante. Ese punto constata que nunca un país democrático ha amenazado a otra nación en término atómicos como lo ha venido haciendo Putin, incluyendo a naciones no involucradas en el conflicto.

4. Y una reflexión final …...

La conclusión no puede ser más deplorable. Ucrania solo será una nación definitivamente libre cuando en Rusia imperen relaciones democráticas, o por lo menos, cuando se vaya Putin. Algo que por ahora solo nos está permitido soñar, porque de eso estamos lejos. Lo que sí presentimos es que debe haber millones de seres en esta tierra que pensamos lo mismo: en que el mundo sería más habitable si Putin nunca hubiera nacido.

Y así y todo lo dudamos: nunca sabremos por ejemplo si el nazismo fue una creación de Hitler o si Hitler fue un producto del nazismo. Lo mismo sucede con Putin. Más todavía cuando en este tiempo hemos observado a cantidades de personas con predisposiciones putinistas, sea en la política, en los gobiernos, en los medios de comunicación, en las redes. Seres que buscan legitimar el crimen cometido a Ucrania con sofismas o simplemente mentiras. Oportunistas que intentan desviar la atención hacia problemas secundarios. Jueces improvisados que reparten puntos para lado y lado como si la invasión a Ucrania fuese un juego de boxeo. Algunos publican su indignación porque a un director de orquesta le fue solicitado distanciarse de la guerra a Ucrania, pero callan sobre los mártires de Mariopolis y Kiev. No faltan los hipócritas que repiten “toda las guerras son malas”, como si se tratara de otra epidemia. Y aún hay peores: los que convierten a las víctimas en hechores, a los asesinados en culpables y a los perseguidos en perseguidores.

Si algo ha mostrado con claridad la guerra a Ucrania es la enorme cantidad de lacra que yace esparcida sobre el mundo. El problema es que esa lacra es humana. Los asesinos y sus seguidores viven entre nosotros. Con esa verdad tenemos que confrontarnos. La democracia no tiene seguro de vida. La democracia, al fin y al cabo, es un plebiscito cotidiano.

17 de marzo 2022

Polis

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Luis Velasco

Desde el final de las guerras napoleónicas se ha ido denominando el enfermo de Europa a diferentes potencias. El Imperio Otomano inauguró el uso de este epíteto pero le han ido siguiendo otros hasta la actualidad. Reino Unido, Irlanda, España, Portugal o la Rusia postsoviética han sido algunos de los enfermos de Europa desde entonces.

En el s.XIX el enfermo por antonomasia fue el Imperio Otomano. Aunque incapaz de mantener el control sobre todos los territorios bajo su soberanía, era visto, a su vez, como el tapón necesario para frenar el expansionismo ruso desde las costas del Mar Negro hacia el Mediterráneo. De ahí el apoyo brindado por Francia, Reino Unido y Cerdeña al sultán Abdülmecit I durante el conflicto de Crimea (1853-1856) entre los imperios otomano y ruso.

Rusia aspiraba a tener una salida al mar Mediterráneo para comunicar sus puertos del Mar Negro, pues su flota debía pasar por los estrechos del Bósforo y los Dardanelos, bajo control otomano. Esto hacía la comunicación entre Rusia y el Mediterráneo prácticamente imposible en caso de conflicto entre los imperios.

La Turquía moderna y el control de los estrechos

Después de la I Guerra Mundial y hasta 1936 esta zona quedó bajo soberanía británica. El enfermo Imperio Otomano desapareció después de la guerra y su sucesora, la república turca fundada por Mustafá Kemal Atatürk, fue desprovista del control sobre los estrechos que controlaban el acceso al Mar Negro desde el Egeo.

En 1936, a las puertas del segundo conflicto mundial y como resultado de la Convención de Montreux (Suiza), el Reino Unido le transfirió la soberanía sobre esos territorios a la Turquía moderna.

El acuerdo fue producto de una ardua negociación a varias bandas entre Australia, Bulgaria, Francia, Grecia, Japón, Rumania, la URSS, el III Reich, Reino Unido y Yugoslavia. Quedaron al margen de las conversaciones los EE UU, de acuerdo con su aislacionismo de entreguerras, y la Italia fascista, aún doliente por no haber conseguido hacer valer sus pretensiones territoriales sobre la península de Anatolia. El III Reich se negó a firmar el acuerdo final mientras que Japón mostró grandes reservas. Los bandos de la inminente guerra estaban ya configurándose.

La convención de Montreux pretendió garantizar el tránsito por los estrechos de las flotas militares y mercantes de todos los Estados ribereños del Mar Negro y estableció algunas limitaciones importantes para el paso por los estrechos de los buques de guerra de Estados no ribereños.

Con la firma de 1936, Turquía quedó en posición de hacer valer sus intereses en caso de un hipotético conflicto dentro del Mar Negro. Este tratado no ha sido sustituido desde entonces.

No a los buques de guerra

Dentro de las dinámicas que ha puesto en marcha la invasión rusa a Ucrania iniciada el 24 de febrero de 2022, el Gobierno del Reino Unido ha planteado en las últimas semanas la posibilidad de enviar uno de sus dos nuevos portaaviones junto con su grupo de combate hacia el Mar Negro. Dentro de la nueva estrategia para un Reino Unido global en el escenario pos-Brexit, la nostalgia imperial británica le ha jugado una mala pasada al primer ministro. Esa propuesta no es posible.

La convención de Montreux impide por varios motivos que un Estado no ribereño pueda desplazar una fuerza de tareas de ese tipo más allá de los estrechos turcos. Además, hay dos miembros de la OTAN entre los Estados ribereños: Rumanía y Turquía. La presencia naval de la Alianza Atlántica en el Mar Negro debe estar capitaneada por ellos, si es que existe una posición común y unánime al respecto.

Ankara ha constatado que existe un estado de guerra de facto entre Rusia y Ucrania. Por tanto, ha hecho valer la convención de Montreux y su posición geopolítica como llave del tránsito entre el Mar Negro y el Mediterráneo, por supuesto de acuerdo con sus propios intereses.

Aplicando lo estipulado en 1936, ha tomado la decisión de cerrar el paso de sus estrechos a cualquier barco de guerra extranjero. Esto dificultará una posible escalada de la situación. Los barcos de la OTAN desplegados en el Mar Negro deben abandonarlo en un plazo máximo de veintiún días desde que entraron en él y no podrán volver hasta que Turquía lo permita.

Rusia busca una vía hacia el Mediterráneo

Por su parte, Rusia no podrá reforzar desde el Báltico su flota en el Mar Negro, aunque podrá mover algunas de sus unidades desde el Caspio a través del canal Volga-Don. Por otra parte, su base naval de Tartús (Siria) también queda aislada de los puertos del Mar Negro.

La conexión entre el conflicto sirio y el conflicto ucraniano tenderá a ser mayor durante las próximas semanas. Parece confirmarse que Rusia va a promover la participación de sirios en el conflicto ucraniano como fuerza de choque.

Esto evitará el coste político de reclutas rusos muertos o heridos, pero también aumentará la brutalidad de los combates en Ucrania y extenderá a este teatro algunas de las terribles formas de lucha ensayadas en la guerra siria.

Una decisión geoestratégica

Con su decisión, Turquía ha defendido sus intereses inmediatos en el conflicto, evitando que ante sus costas se concentren buques de la OTAN y rusos con el consabido riesgo de escalada, pero también ha dificultado algunas formas de presión que podrían haber tomado sus aliados.

Las relaciones de Rusia con Turquía a lo largo de la última década no han sido fáciles ni han estado exentas de tensiones, pero actualmente ambos actores se necesitan aunque sus intereses choquen en algunos escenarios. A fin de cuentas, los drones turcos que utilizan las fuerzas ucranianas intentan ser derribados por los mismos sistemas antiaéreos rusos que Ankara compró a Moscú.

El área de influencia rusa se extiende más allá del este de Europa, y en la zona del Mar Negro, el Cáucaso y Oriente Medio se encuentra con otro actor regional de primer orden. Turquía hoy no puede ser considerado el enfermo de Europa.

15 de marzo 2022

The Conversation

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Acceso a la Justicia

La última vez que un país europeo fue invadido, los responsables hablaban ruso, y la penúltima también. De este modo, así como ocurrió con Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968), ahora los sucesores de la no tan extinta Unión Soviética vuelven a ocupar territorio de un Estado soberano en Europa.

Por ello, el 24 de febrero de 2022 pasará a la historia por ser la primera vez en cinco décadas que un Estado europeo es invadido por otro. Ese día, el presidente ruso, Vladimir Putin, anunció que ordenó a su Ejército realizar una «operación especial» para «la desmilitarización y la desnazificación de Ucrania, así como para llevar ante la justicia a quienes cometieron numerosos crímenes sangrientos contra civiles, incluidos ciudadanos de la Federación Rusa».

Desde que el Kremlin decidió invadir a su vecino, al que acusa de atacar a la minoría rusófona que vive en las provincias del este de Donestk y Luhansk y de poner en riesgo su seguridad con sus intenciones de incorporarse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el mundo se ha horrorizado con las escenas de los misiles rusos cayendo sobre las ciudades ucranianas, así como por los tanques que se dirigen hacia ellas.

La agresión ha dejado, hasta el 7 de marzo, 406 civiles muertos, de los cuales al menos 28 eran niños, 801 heridos y más de un millón y medio de personas desplazadas hacia países vecinos como Polonia, Moldavia, Hungría o Rumanía, de acuerdo con los datos de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), la cual admite que la cifra real podría ser mucho mayor.

Asimismo, gobiernos como los de Estados Unidos y del Reino Unido han asegurado en los últimos días que tienen evidencia de que las fuerzas invasoras rusas realizan «ataques sistemáticos y deliberados contra la población civil que podrían constituir crímenes de guerra» con el propósito de quebrar la feroz resistencia de las fuerzas de Kiev, la capital de Ucrania.

La CPI mueve fichas

Lo anterior explica parcialmente por qué el pasado 28 de febrero el fiscal general de la Corte Penal Internacional (CPI), Karim Khan, informó mediante un comunicado que había «bases razonables» para que su despacho abriera una investigación por crímenes de lesa humanidad en Ucrania y anunció el inmediato inicio de las averiguaciones.

Al respecto, declaró lo siguiente:

«Estoy convencido de que existe una base razonable para creer que tanto los presuntos crímenes de guerra como los crímenes de lesa humanidad se han cometido en Ucrania, en relación con los hechos ya evaluados durante el examen preliminar de la Fiscalía».

A pesar de que Ucrania no forma parte del Estatuto de Roma esto es posible porque el mismo tratado en su artículo 12, párrafo 3, permite que Estados no partes del mismo remitan casos a la CPI y se sometan a su jurisdicción; en el caso de Ucrania, ello ha ocurrido en dos ocasiones.

Precisamente, ante la invocación de la mencionada norma, el pasado 11 de diciembre de 2020 la otrora fiscal Fatou Bensouda anunció que se había completado el examen preliminar sobre la situación de Ucrania, y concluyó que existía una base creíble para creer que crímenes de guerra y de lesa humanidad fueron cometidos durante las protestas en 2014 y en el conflicto con los territorios separatistas, como lo explicó Alí Daniels, director de Acceso a la Justicia.

Así, la primera remisión ocurrió el 9 de abril de 2014, y fue presentada por las propias autoridades del país, quienes solicitaron una investigación por los hechos ocurridos en su territorio a partir de 2014, cuando una ola de protestas antigubernamentales que comenzó a finales de 2013 fue duramente reprimida por el Ejecutivo, entonces encabezado por Víctor Yanukovich. Los manifestantes rechazaron las pretensiones de Yanukovich, un prorruso que trató de detener el proceso de Ucrania de adhesión a la Unión Europea y a la OTAN. Tras meses de disturbios y confrontaciones, el mandatario fue destituido por el Parlamento y huyó a Rusia.

En la segunda oportunidad, Ucrania sometió a la CPI el 8 de septiembre de 2015 los eventos involucrados con los crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra derivados del movimiento separatistas de las regiones de Donetsk y Lugansk. En esa ocasión, la remisión se dejó abierta para todos los hechos posteriores a la fecha de la comunicación, lo que permitiría incluir los eventos actuales.

Además de la decisión del fiscal Khan de pasar a investigación estos casos previos, y para que no quedase duda sobre la necesidad de que la CPI investigue lo que está ocurriendo en Ucrania, el pasado 2 de marzo un grupo de cuarenta y un países miembros de la CPI (Albania, Alemania, Australia, Austria, Bélgica, Bulgaria, Canadá, Chipre, Colombia, Costa Rica, Croacia, Dinamarca, Eslovaquia, Eslovenia, España, Estonia, Finlandia, Francia, Georgia, Grecia, Hungría, Irlanda, Islandia, Italia, Japón, Letonia, Liechtenstein, Lituania, Luxemburgo, Malta, Macedonia del Norte, Noruega, Nueva Zelanda, Países Bajos, Polonia, Portugal, Reino Unido, República Checa, Rumanía, Suiza y Suecia) solicitó que investigara los presuntos crímenes de guerra cometidos en territorio ucraniano.

Recordemos que el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) pueden remitir casos a la Fiscalía de la CPI relacionados con aquellas situaciones en que presuntamente se han cometido crímenes de su competencia, aunque esto parece descartado visto el poder de veto que ya Rusia ha ejercido sobre lo relativo a su actuación en Ucrania.

Investigación cuesta arriba

Como ha quedado demostrado, Ucrania aceptó la jurisdicción de la CPI hace más de un lustro atrás en dos ocasiones, y tras la remisión de lo que está ocurriendo a causa de la actual invasión rusa en Ucrania queda claro el anuncio y la competencia del fiscal Khan para incluir cualquier presunto delito cometido en el territorio del país europeo del 20 de febrero de 2014 en adelante; de esta manera, la Fiscalía y la Corte pueden conocer los crímenes de guerra, de lesa humanidad o genocidio que se estaría perpetrando en territorio ucraniano

Esto permitiría sentar en el banquillo de los acusados a Vladimir Putin o alguno de sus generales e incluso soldados, pues aunque Rusia tampoco es miembro de la CPI, con la remisión del caso por cuarenta y un países, sus autoridades deben responder ante la Fiscalía y el tribunal con sede en La Haya (Países Bajos).

No obstante, la posibilidad de que la actual administración rusa colabore con cualquier investigación es poco menos que una ilusión. Así lo han dejado en claro desde Moscú, al rechazar participar este 7 y 8 de marzo en las audiencias que otro tribunal internacional, la Corte Internacional de Justicia de la ONU (CIJ), celebró con el propósito de analizar las alegaciones del Kremlin de que en Ucrania se habría estado ejecutando un genocidio contra la minoría rusa que vive en el este del país.

Sin embargo, debe advertirse que los poderes de la CPI son limitados para obligar a países a colaborar. También es cierto que de dictarse órdenes de captura contra funcionarios rusos, tales decisiones son de obligatorio cumplimiento en los 123 países miembros, por lo que el rango de acción de estos individuos quedaría severamente limitado, incluyendo aquellos que tengan condición de diplomáticos u ostenten altos cargos gubernamentales.

A los días de ocurrida la agresión militar, las autoridades ucranianas denunciaron también a Rusia ante la CIJ, solicitando medidas provisionales ante la misma, esperando que ordene el cese de las actividades militares.

El juzgado antes mencionado, que como la CPI está ubicado en La Haya, tiene entre sus competencias resolver disputas sobre:

«la interpretación de un tratado; cualquier cuestión de derecho internacional; la existencia de todo hecho que, si fuere establecido, constituiría violación de una obligación internacional y la naturaleza o extensión de la reparación que ha de hacerse por el quebrantamiento de una obligación internacional».

Lo anterior de acuerdo con el artículo 36 de su Estatuto. Además, sus decisiones son de obligatorio cumplimiento para los Estados involucrados en el pleito.

Sin embargo, debemos aclarar que a diferencia de la CPI, la Corte Internacional de Justicia no tiene las potestades descritas para el primero, por lo que depende, en principio, de la voluntad de los Estados para que se cumplan sus decisiones.

Y a ti venezolano, ¿cómo te afecta?

Nadie es ajeno a lo que acontece actualmente en el conflicto Rusia-Ucrania, sobre todo cuando este episodio histórico representa un grave peligro para la paz y la seguridad internacionales. Lo que ocurre en Ucrania ya está generando efectos en la economía mundial, y a eso no es ajena Venezuela.

De ahí entonces que si bien se valora positivamente la iniciativa de la CPI, que es un significativo paso en la lucha contra las atrocidades que están ocurriendo en Ucrania, lo cierto es que deben seguirse activando otros mecanismos por parte de la comunidad internacional que realmente garanticen a los ucranianos, víctimas de la invasión rusa, el restablecimiento de los derechos humanos y de su soberanía nacional, y no solo a limitarse a investigar los hechos que están ocurriendo, que puede demorar largo tiempo.

Por ello son necesarias todas aquellas acciones de negociación que traigan el cese de las hostilidades, pero sin impunidad, pues una paz con injusticia es solo la antesala del siguiente conflicto, que siempre puede ser el último.

16 de marzo

https://accesoalajusticia.org/que-puede-hacer-la-justicia-internacional-...

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José Antonio Gil Yepes

En días recientes he enviado por las redes sociales mensajes que reportan la recuperación económica que está ocurriendo desde principios de 2019, cuando el gobierno de NM liberó los precios, el cambio, la circulación de las divisas y bajó los aranceles. Este proceso, aunque lento y con resultados modestos, tiene cada vez algo más de impacto positivo sobre la población. Por lo que también coincide y he reportado que los resultados de las Encuestas Omnibus Nacional de Datanalisis muestran mejoras en la percepción de la Situación País, aunque siga en negativo. La Situación Personal mantiene un balance positivo, entre 52 y 58%, desde hace casi un año. Lo mismo ha pasado con la evaluación de gestión de NM, la cual sigue muy baja, pero ha subido de 12 a 20% en un año, pasando del sexto lugar en el orden de aprobación de los líderes políticos nacionales (gobierno y oposición) a ser el menos mal evaluado de todos ellos. En la Encuesta Multisectorial Empresarial de Escenarios Datanalisis los resultados son más alagüeños: todos los sectores dicen que están mejor que hace un año y esperan estar mejor aún en los próximos doce meses.

Cuál es mi sorpresa, que, si bien he recibido comentarios positivos por reportar lo que estamos observando y que esas mejoras nos benefician a todos, otros comentarios no sólo manifiesten su incredulidad sino que son hechos con descalificaciones e insultos personales, tales como “¿Y cuánto te pagaron?” Es decir, que no basta manifestar un desacuerdo sino que hay que asesinar moralmente al otro, a pesar de que estos cambios positivos los están reportando decenas de fuentes económicas nacionales e internacionales y varias encuestadoras nacionales en cuanto a la opinión pública.

Este tipo de experiencia me recuerda otras observaciones en las cuales uno constata la existencia de interlocutores que no les importan los hechos, lo observable, sino que los rechazan si no concuerdan con lo que ellos quieren. Esta posición no sólo es inmadura sino que pasan de no reconocer la realidad a descalificar y a dudar de la calidad moral del otro que te dice lo que no quieres oir, pasas de inmaduro a tener una posición “yo estoy bien, tú estás mal”, propia de los extremismos religiosos o ideológicos. Recordando esto, a su vez, que de esos fundamentalismos salen asesinos, como vemos en las noticias mundiales.

Este tipo de actitudes coincide con la deplorable evolución de los regímenes políticos en la Venezuela republicana: Han sido 13 regímenes desde la Independencia hasta la fecha y todos los cambios de uno a otro han sido violentos, con la excepción del cambio entre el Pacto de Punto Fijo y el régimen chavista. Todos los cambios han sido un “quítate tú pa’poneme yo”. Todos han perseguido a los gobernantes salientes. Todos han prometido cumplir con las promesas que los anteriores no cumplieron. Ninguno las ha cumplido. Todos han gobernado en función de una máxima: la concentración del poder político. Por lo que todos se han caracterizado por la desconfianza y la exclusión de los grupos no gobernantes, el clientelismo, la corrupción y la ineficiencia. Ninguno ha podido erradicar la pobreza. Por supuesto, todos han fracasado.

Es decir, que siempre hemos cambiado a Quién Gobierna, pero nunca hemos cambiado el Cómo se Gobierna. El afán de ver las cosas y de hacerlas cómo yo digo, de excluir y descalificar a los demás no solo tiene visos de inmadurez sino también de una gran violencia, moral, social y hasta física. Lo peor es que esa violencia es preludio de que se repita la deplorable historia de los regímenes políticos de Venezuela.

No vamos a mejorar la situación por cambiar a quien manda sino cambiamos cómo manda. Eso no se logra negando sus pocos logros sino reconociéndoselos para que “tome nota” y siga cambiando. ¿Ud. se imagina lo torcido y estúpido (dícese de “persona o animal que muestra torpeza o falta de entendimiento para comprender las cosas”) que es no reconocer que un marxista-estatista, como NM, haya liberado los precios, el cambio, etc. y esté negociando con EEUU las sanciones a cambio de petróleo y esté devolviéndole a la banca la capacidad de prestar dinero, revirtiendo la medida con la cual ha podido quebrarla? Entonces si, en vez de reconocerle sus pocos logros y el gran esfuerzo moral de poner de lado sus principios ideológicos inservibles, se le niega cualquier cambio y mejora, cómo se puede esperar que tome nota y cambie el juego?

Estas reflexiones se pueden resumir en una invocación a que nos demos la oportunidad de jugar otro juego. Estamos acostumbrados al ajedrez, emblemático de Occidente, y que consiste en acabar con el otro, o sea, en darle “jaque mate”. Me pregunto, si no será mejor ensayar a jugar el juego emblemático del Oriente, llamado en China, Wei Chi, y por los japoneses Go. Este juego consiste en ir poniendo fichas en un tablero para ocupar más espacios que el otro y el que lo logre gana; pero eso no quiere decir que el vencido muera ni que se quede sin nada. En la sociedad moderna, plural por excelencia, la pregunta clave no puede ser quién tiene la razón, sino cómo nos ponemos de acuerdo.

@joseagilyepes

17 de marzo 2022

ElUniversal

https://www.eluniversal.com/el-universal/120913/cambiamos-el-juego

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