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Opinión

Enrique Prieto Silva

El Jueves, 06 de junio de 2017 escribimos sobre el juez y la naturaleza del delito; hoy, a manera de complemento, nos referiremos a la naturaleza del delito militar, con el fin de insistir en un tema por demás controversial, luego de que la justicia militar en Venezuela fuera constitucionalizada con el artículo 261, al que se ha hecho poco o ningún caso al hablar de la justicia militar, que lo consideramos un error porque es el fundamento de la crisis político-militar, toda vez que pocos juristas asesores u orientadores yerran al creer que son versados en la materia del Derecho Militar por su formación curricular.

No fue fácil para nosotros imbuirnos en la realidad del tema, aún cuando nos considerábamos expertos en la materia del Derecho y la Justicia Militar, hasta que por coincidencias del destino fuimos incluidos en la Comisión Mixta de la Asamblea Nacional para la reforma de los códigos Penal, Orgánico Procesal Penal y Orgánico de Justicia Militar, Comisión que funcionó entre 2002 y 2005, cuando fue eliminada por razones políticas. Y en esta Comisión nos correspondió el rol de relatador y el de la preparar del documento doctrinario justificativo que denominamos “Lineamientos y Bases Fundamentales: Jurídica, Doctrinaria y de Principios para el Nuevo Código Orgánico de Justicia Militar”, donde plasmamos la base conceptual que fundamentó nuestra frustrada propuesta. De ella nos valemos para exponer algunos conceptos en este escrito.

La justicia militar en Venezuela

En el referido documento exponemos: “Podemos diluirnos en muchos conceptos, tantos cuantos comprende la norma constitucional para referir, definir y crear la Justicia Militar y en ella: órganos, jurisdicción, competencia, proceso y procedimiento, delito militar especifico, delito común, delitos de lesa humanidad, derechos humanos, poder judicial. No es fácil y simple encontrar argumentos para mantenerla, reducirla o para eliminarla. Todo puede ser justo y necesario, no obstante, en la búsqueda de la verdadera Justicia Penal Militar debemos guiarnos por preceptos que creemos nos ayudan a entender el problema. En primer término, considerar como premisa que: ´’Las Instituciones no deben justificarse porque existen, sino que deben existir si se justifican’ y en cuanto a lo organizativo y a la necesidad que: ‘La Justicia Militar, que es parte del Derecho Público, no debe convertirse en derecho de los militares’. Y mucho menos debe ser convertido en “Derecho de algunos y de algunas circunstancias”

Antes dijimos, que la CRBV en su artículo 261 establece, que “la jurisdicción penal militar es parte integrante del Poder Judicial”, por lo que la Justicia Militar como ente jurídico con jueces autónomos y órganos operadores de esta jurisdicción, debe conformarse al criterio que emana de los principios de “autonomía en la administración de justicia”, “seguridad jurídica”, “unidad y celeridad procesal”. Igualmente establece que: “Su ámbito de competencia, organización y modalidades de funcionamiento, se regirán…de acuerdo con lo previsto en el Código Orgánico de Justicia Militar”. Esto le da vigencia e independencia al Código Orgánico de Justicia Militar, por lo que tiene que ser un instrumento jurídico orgánico e independiente de los códigos: Penal y Procesal Penal. Además, establece para su contenido las materias: tipológica delictiva, organizativa del subsistema jurídico penal militar y; lo correspondiente a la materia procedimental (procesal). No obstante, exceptúa el contenido de la competencia al establecer que: “La competencia de los tribunales militares se limita a delitos de naturaleza militar”. Es este el meollo del problema para entender el delito militar.

Naturaleza jurídica de los delitos militares

En la Comisión referida, durante 18 meses estuvimos investigando, analizando y estudiando conceptos y doctrinas que nos llevara a entender el concepto de “naturaleza militar del delito” para definirlo y establecerlo con claridad, tanto más, cuando la misma norma establece la necesidad de legislar para la especialidad delictiva a los fines de diferenciarla de los delitos comunes. En este sentido, creímos oportuno incorporar al estudio la doctrina que consideramos con mayor acierto para entender lo referente a la naturaleza jurídica de los delitos militares, la cual nos puede servir de orientación para resolver la materia que nos ocupa, es así, como referimos el contenido de la Enciclopedia Jurídica OMEBA, con escrito del autor RAÚL AUGUSTO BADARACCO, quien al tratar acerca de los Delitos Militares, expresa lo siguiente: “… DELITOS MILITARES…

1- Naturaleza de los delitos militares. El interés, jurídicamente protegido por la legislación, al crear los delitos militares, es el interés público del Estado de proteger la organización de sus fuerzas armadas. Y el Estado tiene interés en proteger la organización de sus fuerzas armadas, porque con ellas provee la defensa nacional, que es uno de sus fines vitales.

Por lo tanto, serán delitos militares todos aquellos actos que, atentando de una manera u otra contra la organización de las fuerzas armadas, se encuentren reprimidos por el Código de justicia militar.

En el terreno doctrinario entonces, para que haya delito militar será necesario: A) Que el acto de que se trate atente contra la organización de las fuerzas armadas. B) Que sea reprimido por el Código de justicia militar.

Así, desde un punto de vista doctrinario, si un acto no atenta contra la organización de las fuerzas armadas, aunque se encuentre legislado como delito militar en el Código respectivo, ello no bastaría para que ese acto sea un delito militar, porque por su naturaleza jurídica no lo sería. De la misma manera, aunque el acto de referencia atente realmente contra la organización de las fuerzas armadas, si no está específicamente reprimido por el Código de justicia militar, no puede considerarse un delito militar; de la misma manera, y por la misma razón que, aunque un acto humano sea antijurídico, no por ello será un delito si no se encuentra tipificado como tal en el respectivo código penal (aplicación del principio nulla poena sine lege).

En síntesis: un fin vital del Estado es proveer a la defensa nacional; para ello organiza sus fuerzas armadas; todo lo que atente de alguna manera contra la organización de dichas fuerzas armadas, si está previsto y castigado por el Código de justicia militar, será un delito militar.

Aclarado el principio básico precedente, surge con claridad la naturaleza jurídica de los delitos militares: no se trata de acciones que denotan más o menos peligrosidad social en el sujeto que las comete, o más o menos falta de adaptación al medio social en el mismo, sino que se trata de acciones en las cuales se considera, principalmente, la medida en que las mismas gravitan o pueden gravitar en lo referente a disminuir o debilitar la capacidad bélica del Estado. En los delitos militares, entonces, la naturaleza jurídica puede determinarse dentro de las siguientes líneas generales: tienden hacia un carácter más bien formal; buscan una finalidad utilitaria, que es defender la capacidad bélica del Estado; y tienden a seguir un criterio clásico más bien que positivista, porque atienden más al delito que al delincuente.

Son delitos que crea el Estado en su función de policía militar; y no en su función de regulador social, como cuando dicta el Código penal.

2- Concepto específico de “delito militar”. Vimos que, por su naturaleza jurídica, delito militar es aquella acción u omisión que atenta contra la organización bélica del Estado.

Cabe ahora determinar, concretamente, cuando estará lesionada por un acción o por una omisión la capacidad bélica del estado.

La organización bélica del estado supone dos elementos básicos: A) Material humano; B) Material físico. En el material humano está incluido todo lo referente al personal, de cualquier grado o jerarquía, afectado directa o indirectamente a los fines bélicos del Estado. En el material físico se incluye todo lo referente a armamentos, locales, medios de movilidad, medios de información y medio de abastecimiento del personal afectado, directamente o indirectamente, a los fines bélicos del estado.

Por lo tanto, resulta fácil determinar por deducción, el concepto especifico de delito militar: será aquella acción u omisión que, de una manera u otra, específicamente, destruya o anule, disminuya o perjudique, en cuanto a su función de elemento bélico del Estado, los elementos del material humano o del material físico del mismo…”

Antes de concluir este resumen, creemos necesario referir lo que consideramos un error interpretativo lo que hizo la Sala de Casación Penal del Tribunal Supremo de Justicia, limitando el alcance de estos delitos a que “deben entenderse por estos delitos aquellas infracciones que atenten a los deberes militares” (Tribunal Supremo de Justicia. Sala de Casación Penal. Sentencia del 23-10.2001. Expediente N° CC01-0687). Entendemos una confusión o contradicción en esta decisión, por cuanto en la misma sentencia relaciona el delito con la persona del militar al indicar que: “No existe fuero castrense en razón de las personas que cometan o en víctimas de delitos, sino que la jurisdicción sigue la naturaleza de la infracción”. A nuestro entender e interpretación, como dice el referido artículo 261, se sigue a la naturaleza militar del delito.

Además de este análisis para entender la naturaleza del delito militar; cuando se habla de las Fuerzas Armadas y su fin, es necesario analizar y el qué, y el para qué son las FAN de Venezuela, que como dijimos: “El interés, jurídicamente protegido por la legislación, al crear los delitos militares, es el interés público del Estado de proteger la organización de sus fuerzas armadas. Y el Estado tiene interés en proteger la organización de sus fuerzas armadas, porque con ellas provee la defensa nacional, que es uno de sus fines vitales”, lo que nos obliga a exponer. La relación constitucional con los artículos 322 y 326 que desarrollan lo referente a la Seguridad de la Nación”, además de otras concomitantes.

(Resumen tomado de “El Derecho y la Justicia Militar en Venezuela”, en preparación para https://amzn.to/3JkDCLN)

@Enriqueprietos

 7 min


Fernando Mires

Con la declaración de independencia hecha por Putin con respecto a las “repúblicas” separatistas de Donetsk y Lugansk (21.02.2022) ha comenzado la ocupación rusa de Ucrania.

Una maniobra habilísima que solo se puede permitir quien consulta sus problemas con la almohada y con nadie más. Una gran ventaja de Putin sobre Occidente, donde cada resolución ha de surgir de compromisos entre una multitud de países con distintos gobiernos y, por lo mismo, con diferentes intereses. Los pasos que vendrán después del reconocimiento de las republiquetas, seguirán una práctica de “solidaridad armada”. Enseguida Putin provocará el terror entre la población de Ucrania hasta consumar la rendición del país y luego su reintegración al imperio ruso, conservado su autonomía “cultural” pero no la administrativa y mucho menos la política, al estilo de Bielorrusia. Donnetsk y Lugansk son por el momento dos enclaves militares rusos hendidos en el Este de la nación ucraniana.

La reacción del conjunto occidental hegemonizado por EE UU fue demasiado previsible. Putin la conocía de antemano: sanciones que no serán cumplidas en su totalidad y que no afectarán demasiado a la economía rusa, máxime si se tiene en cuenta de que esta ya está articulada con economías dirigidas por dictaduras, como son las de China e Irán.

Más del 60 por ciento de las naciones de este mundo no son democráticas y, por lo mismo, aliadas reales o potenciales de Rusia en su cruzada antioccidental.

Con esa parte del mundo le basta a Putin para sobrevivir sin contratiempos a las sanciones norteamericanas y europeas, cualquieras que ellas sean. Para colmo, según cálculos de sectores empresariales, las sanciones de Alemania serán más perjudiciales para la economía alemana que para la rusa. Lo mismo sucederá en otros países europeos. Entre naciones económicamente interdependientes, las sanciones se transforman, tarde o temprano, en autosanaciones.

Aparte de la capacidad de decidir solo y por su cuenta –desde Hitler no existía un gobernante tan desligado de partidos, instituciones y constituciones como Putin– el jerarca ruso, a diferencia de los países europeos, cuenta con la pasividad y control de su frente interno. No permite disidencias, es radicalmente cruel con sus opositores y cuenta con el apoyo de “la Rusia profunda” basada en la servidumbre incondicional al poder central.

En cada aldea, pueblo o ciudad existe un poder putinista expresado en jefes de la policía, alcaldes, gobernadores, toda suerte de pequeños putines, dispuestos a reventar cualquiera oposición antes aún de que esta nazca. Esa es la impresión que deja entrever el escritor francés Emmanuel Carrére en su libro Una novela rusa. Allí nos enteramos como el aparato de dominación zarista, perfeccionado por Stalin y hoy por Putin, continua siendo el mismo de los tiempos de Tolstoi, Chejov y Gorki.

Putin domina sobre un país a prueba de sanciones económicas. No así los países occidentales donde cualquier alza de precios, cualquiera caída de la bolsa, cualquier síntoma de escasez, se traducirá pronto en un malestar activo en contra de los respectivos gobiernos. En ese sentido Putin cuenta con ayudistas internos en los países de Occidente. No me refiero a sus espías, que también los tiene por montones. Ni siquiera a los partidos putinistas como son la mayoría de los nacional populistas de derecha e izquierda. Putin cuenta sobre todo con una población europea que no quiere perder su nivel de vida, que desde hace casi ochenta años no sabe de guerras ni de hambrunas, que aún en sus estratos más bajos quiere gozar la vida material, en fin, con una ciudadanía consumista, turística y lúdica. En un mano a mano con las naciones occidentales para saber quién perdería más en un periodo de tensión bélica, Putin ganaría lejos.

Putin, ha descubierto al igual que sus antecesores despóticos, la estrategia del invierno ruso, solo que esta vez el invierno no es ruso sino europeo. Por eso, Putin, calculador como es, utiliza el negocio del gas como arma militar y política.

Cuenta para eso con el pacifismo europeo, incrustado a fondo en la liturgia de los partidos izquierdistas y socialdemócratas. Ese mismo pacifismo que pavimentó el camino a Auschwitz para decirlo con las palabras de ese gran político socialcristiano que fue Heiner Geißler. Ese pacifismo sigue latente, más aún, fortalecido con la emergencia de los partidos ecologistas cuya fobia a la violencia linda con lo religioso.

Por si fuera poco, Putin cuenta con la corrupción de los gobiernos europeos. Que un “lobbista” financiado por Putin, como el ex canciller Gerhatd Schroeder, maneje los negocios del gas ruso en Alemania, habría sido visto en periodos menos materialistas que los actuales, como un escándalo de proporciones. Schroeder y los grupos mafiosos de la socialdemocracia alemana ligados al gobierno Putin, habrían sido calificados por lo menos de traidores a la patria. Hoy, en cambio, esa corrupción es vista como algo normal, algo así como un mero síntoma de la globalización. “El negocio del gas es un asunto de la economía privada”, dijo sin ningún pudor el actual canciller alemán Olaf Scholz.

Malvado, pero inteligente, Putin ha sabido esperar el momento preciso. Ese momento llegó junto con la pandemia. Definitivamente Putin ha logrado convertir en aliado suyo al Covid 19, en todas sus múltiples variantes. El bicho sigue efectivamente una estrategia muy parecida a la del gobernante ruso. Parece que por momentos se va, pero solo para volver mutado en diversas variantes.

Covid 19 cansa, agota, desquicia psíquicamente a las multitudes enmascaradas de las grandes ciudades europeas, y sobre todo, al igual que Putin, aterroriza a los mortales con la posibilidad de la muerte. Una población histérica y pandemizada no está definitivamente en condiciones de soportar un clima de guerra por mucho tiempo, ha de haber calculado Putin. El tiempo, ese es su otro aliado.

Mientras más pase el tiempo, mejor para Putin. Ese invierno ruso que es la economía occidental no podrá resistir durante largos periodos el auto asedio impuesto a sus países por sus gobernantes. Puede suceder incluso que como su socio el Covid, Putin no termine nunca de irse. Ha olido el olor del miedo europeo y ya sabe como dosificarlo con sus amenazas y chantajes.

Desde el punto de vista político, Putin ha aprendido a actuar en el momento preciso. A primera vista debe haberse dado cuenta de que el tímido Scholz no es Merkel, que está atado dentro y fuera de su partido a múltiples compromisos. Debe haber captado que Macron solo está interesado en su reelección y que una guerra sin solución no es su mejor carta para acceder al gobierno.

Observa como Boris Johnson está al borde de su caída, empantanado en el fango de una crisis política sin precedentes. Y lo más importante: entiende que después del caótico retiro de las tropas norteamericanas en Afganistán, Biden no es visto por nadie como un gran estratega, ni político ni militar. En otras palabras, Putin conoce los talones de aquiles de las democracias liberales. Puede ser entonces que su máxima preocupación sea China y no Europa.

China no se pondrá nunca al servicio de Putin. Eso quedó muy claro en el documento que firmaron durante los Juegos Olímpicos ambos gobernantes, y eso el presidente ruso lo acepta. Pero seguramente no escapa a su atención que después de los destrozos diplomáticos de Trump, China ve con suma desconfianza la política exterior de los EE UU.

Biden, quizás ese ha sido su máximo error, no se ha esforzado demasiado por mejorar las relaciones políticas de EE UU con China. Todavía podría intentarlo, pero bajo peores condiciones que en los comienzos de su mandato. Después de todo, para China, Europa y EE UU son todavía sus mejores mercados. Probablemente Xi Jinping y los suyos, a diferencia de Putin, no está interesado en arruinar a las economías occidentales. Ningún vendedor quiere eliminar a sus compradores. Pero tampoco está dispuesto a aplaudir las acciones de la OTAN ni permitir que los EE UU dirijan el concierto mundial. En fin, Putin está en condiciones de ganar la guerra en contra de Occidente, aunque esta guerra nunca tenga lugar. ¿Cuál será su próxima movida? Nadie lo sabe. Seguramente será la menos previsible.

Quizás no estamos todavía frente a esa decadencia de Occidente proclamada por Oswald Spengler hace ya más de un siglo. El capítulo ucraniano ha mostrado, sin embargo, que Occidente atraviesa por una grave crisis de identidad. Su tecnología y su capacidad de fuego siguen intactas. Pero su depresión política más que económica, lo mantiene paralizado. Puede ser que el descubrimiento de un peligro común, y hoy ese enemigo se llama Putin, haga reaccionar a Occidente. Pero también es posible que cuando eso suceda ya sea demasiado tarde.

Al fin y al cabo, pensarán algunos filósofos, Occidente no es un territorio. Ni siquiera es un conjunto de ideas. Occidente es un modo de ser libre en el mundo. Permanentemente derrotado por naciones bárbaras, el ser de las atenas y las romas ha sobrevivido a través los siglos. Eso es lo que seguramente ignora el Atila de nuestro tiempo: Vladimir Putin. ¿Un pobre consuelo frente a la nueva derrota que nos espera? Puede que sí. Pero es un consuelo basado en la evidencia.

Twitter: @FernandoMiresOl

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS, Político,

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Alejandro J. Sucre

En conversaciones con varias empresas que operan en EEUU. he podido observar que un simple restaurant en Miami recibió $200,000 de subsidio para pasar el chaparrón que les genero el covid-19, como susidio y no debe ser rembolsable al fisco. Igualmente, una agencia de viajes para superar las dificultades del sector turístico recibió un préstamo reembolsable por $400,000 pagadero en 30 años y a tasas de interés muy bajas. Mientras tanto, el gobierno de los EEUU intenta mantener el costo de la gasolina barato, para hacer eficiente el costo de movilización de las cargas y ciudadanos, intenta traer mano de obra de otros países para que no suba el precio de los productos, incentivan la tecnología para no haya falta de eficiencia. Analizan qué productos son mas baratos producir en EEUU versus otras naciones para concentrar sus gastos de infraestructura y ser mas eficiente. Todo el sistema y la burocracia estadounidense están enfocada a buscar cuellos de botella para que haya más inversión, más empleo y más prosperidad. Se trabaja como equipo entre los distintos sectores de la economía. Aunque batallan sindicatos y empresarios, entre partidos políticos, y entre los medios de comunicación, todos tienen claro que la batalla entre ellos es para posicionar las mejores ideas y prácticas comerciales para que EEUU. sea productiva en su conjunto.

En otras naciones, las burocracias son menos enfocadas en la prosperidad de la nación como conjunto y se enfocan más en concentrar el poder e intentan controlar más que servir a la sociedad en su conjunto. Hay burocracias en Europa y en otras naciones cuyos dirigentes gubernamentales se montan en el poder usando ideologías como los ambientalistas o los socialistas pretendiendo con falsas informaciones crear un temor en sectores de la población para que voten por ellos. Otros crean amenazas externas muchas veces falsas para justificar su permanencia en el poder. Logran el poder y usan el presupuesto nacional para fines distorsionados y distanciados a las verdaderas necesidades de las naciones que gobiernan. Por ejemplo, en los países donde los ambientalistas gobiernan, colocan impuestos a la gasolina bajo el pretexto de ayudar al ambiente. Mientras tanto hacen el costo de transporte más alto. Luego usan esos impuestos para subsidiar energías verdes, cuyos plazos y tiempos de obtención de resultados son muy poco transparentes. En esos procesos ideológicos, las burocracias obedecen a los líderes políticos que las representan y colocan trabas y regulaciones que muchas veces alejan a las sociedades de sus fortalezas competitivas y pierden poder adquisitivo en favor de las economías cuyas burocracias fueron más objetivas y no se afanaron de ninguna ideología cognitivamente errada para llegar al poder.

Europa y muchas naciones han perdido competitividad, y ni se diga la venezolana, debido a que sus políticos y burocracias han pensado más en perpetuarse en el poder usando ideologías, complaciendo y mal informando al voto del ciudadano menos educado. Si a estas burocracias que obedecen a batallas ideológicas le agregamos el tema de la corrupción como en el caso venezolano y muchas en África, entonces esas sociedades no tienen casi chance de prosperar. Venezuela y muchas naciones pobres en el mundo son producto de las propias fallas de sus clases políticas que no estudian las realidades y requerimientos que deben cumplir las sociedades que dirigen para hacer sus naciones competitivas ni tampoco hablan claro a sus habitantes para prepararlos para esa carrera del desarrollo. Es imposible saber si son los políticos culpables de manipulación y falta de entendimiento de su papel en la sociedad o si son los ciudadanos enceguecidos los que escogen políticos sin visión. Podría ser que los políticos no actúen de mala fe sino por ignorancia propia. Pero si fuera la ignorancia y no la mala fe los políticos del tercer mundo, entonces deberían permitir más debate de ideas y más democracia.

El político no ejerce en su profesión algo muy diferente a la de un entrenador de un equipo de futbol. La diferencia entre un entrenador deportivo y un político es que el segundo no solo debe saber cómo hacer a sus jugadores más competentes con buenos entrenamientos, sino también ayudarlos a los a definir que deportes jugar y concentrar sus talentos para producir resultados destacados en un mundo globalizado. El subdesarrollo se pudiera entender como falta de visión de las oportunidades que tienen los ciudadanos y esta falta de visión los hace elegir o aceptar dirigentes que salen de las mismas filas de los ciudadanos. Si los ciudadanos eligen líderes que contratan burocracia que no desarrollan las ventajas comparativas de esas sociedades, sino que les restan valor y flujo de ideas, los ciudadanos se van perpetuando en la pobreza. Los ciudadanos menos conformes viendo que son reprimidos se van a otras naciones a desarrollar sus talentos. Y los líderes de las naciones subdesarrolladas terminan con mucho poder local pero siendo dirigentes de un barco que no se mueve o de un equipo vacío que no mete goles en sus propias naciones sino que trabajan para fortalecer el equipo de las naciones que los reciben.

Es sumamente importante que los lideres de Venezuela y de las naciones subdesarrolladas logren desarrollar estrategias para lograr estimular a sus ciudadanos a ser productivos y que sus aspiraciones de riqueza personal no obstruya ese potencial y futuro que merecen tantos niños y ancianos a una vida activa y decorosa desarrollando sus talentos naturales.

Twitter: alejandrojsucre

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Carlos Raúl Hernández

Para mi admirado amigo Eduardo Jorge Prats

Una revelación para mí volver a Antígona de Sófocles, leída la última vez hace muchos años por su belleza literaria, sin captar entonces parte de la profundidad ética, política y la exaltación al “acto in jus concepta” del poder, vigentes aún transcurridos 2500 años. La tragedia ática, Esquilo, Sófocles y Eurípides, resplandece en el siglo V a. C en la Atenas de Pericles. Hoy mera diversión previa a cenar con apego a unos vinos, para los griegos el teatro era actividad esencial en su formación ciudadana, política. Para comprenderlo, basta un dato. De los lugares más sagrados de Grecia era el santuario de Delfos, un complejo formado por el stadium, los templos de Apolo y Dionisio, el espacio para la Asamblea… y el theátron.
La tragedia (y la comedia) era de las más importantes instituciones de la polis, que promovía debates y respuestas sobre el ser y el deber ser, orientaba críticamente la opinión pública. Era la catarsis, término médico, para librar al alma de pasiones dañinas al analizar la vida de los hombres, el destino, tiké, las conflictivas relaciones entre ellos y con los dioses. Antígona decide enterrar a su hermano Polinices, contra una decisión brutal de su tío, el rey Creonte, quién ordena dejar pudrir el cadáver a la intemperie, como castigo por levantarse al mando de tropas extranjeras, argivas, contra Tebas, su propia ciudad. Tal cosa ocurre porque Teocles, el hermano de Polinices, incumplió el acuerdo de alternabilidad entre ambos y usurpa el poder. Se matan mutuamente en combate, asume Creonte el trono, y en siniestra venganza por la apatridia, dictamina que al cadáver del sobrino sea alimento de perros y zopilotes. Y a quien ose sepultarlo, lo sentencia a muerte.
Capturada luego de violar el mandato real, comparece Antígona ante Creonte, quien la condena a que la entierren viva, pese a ser su sobrina y novia de su hijo Hemón. Valerosa al extremo, Antígona responde altivamente al rey: “lo hice, no niego nada. Tus edictos no pueden estar por encima de las leyes no escritas de los dioses, que son para la eternidad”. Se lamenta de que a su edad (14 o 15 años) no conoció el amor. “Puedo enfrentar la muerte, pero no dejaría a mi hermano sin sepultura” y comienza una secuela de horror y sufrimiento para Creonte, los suicidios terribles de Antígona, luego de Eurídice y Hemón, esposa e hijo de Creonte. Incontables debates filosóficos, jurídicos y morales, algunos muy necios, giran en la modernidad sobre la acción de los protagonistas.
Unos resaltan la condición tiránica y torpe de Creonte, y otros lo justifican “porque el día siguiente de una invasión extranjera no podía mostrar debilidades”. Otros culpan a Antígona de temeraria al enfrentar inútilmente el poder, aunque en defensa de leyes trascendentes que ni los reyes podían desconocer, como le señala su hermana Ismenia. Enterrar los cadáveres era requisito para que sus almas pudieran ingresar al Hades, el mundo subterráneo, y de no hacerlo quedarían vagando eternamente. Además, las aves de rapiña trasladaban pedazos de carne putrefacta a los altares, y los dioses airados rechazaban los sacrificios, como le grita el visionario Tiresias. La profanación del cadáver era un arranque de odio y no de justicia, porque enterrarlo no ponía en peligro a la ciudad.
Otros acusan a Creonte de hibris, soberbia, desmesura del poder por irrespetar la ley no escrita de los dioses, pérdida autocontrol, “salirse de sus casillas”. La heroína defiende derechos que según la tradición iusnaturalista, están por encima de otras leyes y más aún, de las disposiciones tiránicas. Para no controvertir sobre iusnaturalismo y iuspositivismo, los consagran la Declaración de Derechos de Virginia (1776, la Constitución norteamericana (1787); y la Declaración de los Derechos del hombre y del Ciudadano (1789) decreta que… “La finalidad de cualquier asociación política es la protección de los derechos naturales e imprescriptibles del Hombre… la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión”. Kant les da un fundamento no metafísico, pragmático cuando prescribe que hay que proceder como si cada acto de nuestras vidas fuera a convertirse en ley para toda la Humanidad.
Antígona defiende la constitución por encima de la eventual sevicia de un déspota contra leyes no escritas. Sófocles deja enfáticamente claro que Creonte es un político rígido e imbécil. Sus asesores insistieron sobre lo grave del crimen contra Antígona, y su hijo Hemón suplica por ella con argumentos políticos sobre los efectos públicos de violar la ley divina. El pueblo tebano estaba en favor del perdón y Tiresias lo advierte estremecedoramente de la desgracia que lo aguarda. Sófocles no deja espacio para dudas, porque Creonte se retracta de su torpeza, pero ya la siniestra maquinaria de muerte se había desatado. Y la catarsis, la reflexión deja claro que la brutalidad de Creonte causo la orgía de sangre, sus propias, terribles, destrucción y desgracia. Al final, arroja la corona y sale solitario de la ciudad. Por eso cuesta entender el rebuscamiento de algunos críticos o hipercríticos, para concederle “razón de Estado” a un déspota criminal y fracasado, azotado como merecía por el máximo poder.

@CarlosRaulHer

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Ismael Pérez Vigil

A la memoria de Américo Martín, político, demócrata y amigo. Descansa en paz, Américo.

El camino hacia las elecciones del 2024, pedregoso, presenta al menos tres dificultades graves. La selección de un candidato único, por un mecanismo aceptado por todos; la unidad de los partidos, previa revisión, legitimación o reorganización de los mismos y sus líderes; y una oferta electoral, propuesta o programa, que entusiasme al país.

Sobre la selección del candidato no hemos tenido nunca mayores dificultades, porque al final, no importa si los partidos se ponen de acuerdo o no para presentar un candidato, o si aparece alguno, que se lanza “porque sí”, porque la polarización y que la gente “juega a ganador”, lo ponen en su sitio y terminamos teniendo un solo candidato opositor, con relativo chance. Otra cosa es la segunda parte de la afirmación: Que ese candidato sea seleccionado “por un mecanismo aceptado por todos”, pues en eso no hemos sido tan asertivos y probablemente ello ha influido −entre otras razones, quizás de mayor peso− para que ese candidato no sea tan exitoso. Pero no voy a repetir lo que ya dije en mi artículo de hace dos semanas.

También dejo para una futura ocasión el tema, nada fácil, de la “oferta electoral, propuesta o programa, que entusiasme al país”, que si bien no nos han faltado propuestas, es evidente que no han cumplido la condición de “entusiasmar al país”, porque si hubiera sido así, estaríamos hablando de otra historia. Por lo tanto, me voy a concentrar ahora en el tema peliagudo de “la unidad de los partidos, previa revisión, legitimación o reorganización de los mismos”.

El tema de la “unidad” no es para mí el centro del problema, pues de nuevo, como la gente “juega a ganador”, el que se sale del guion lo paga caro. Además, vamos a hablar claro, nadie en sus cabales va a oponerse a la unidad; quien lo haga no tiene futuro político; otra cosa es que no sea nada fácil lograr ese “cemento mágico” que una a la mayor cantidad de gente posible; pero al menos, la “unidad”, básica, superficial, de forma, la electoral, ha estado siempre más o menos garantizada; al menos para una elección presidencial, que es la que se nos viene en el 2024; otra cosa es que se logre para otros procesos: regionales, locales o parlamentarias, −aunque para estas últimas en 2010 y 2015 no lo hicimos nada mal−, lo complicado es la unidad en una propuesta para reconstruir el país.

El tema de la reorganización de los partidos, su renovación y la de los líderes, es la otra cosa realmente complicada. En los últimos días, varios líderes han hablado acerca del “envejecido” liderazgo político y varios partidos han anunciado que están en ese proceso de “reorganización interna”, de “elecciones por la base” o proponiendo “rutas de salida”; pero el problema es que lo que está totalmente “enrarecido” es el ambiente político, el del país como un todo, con relación a los partidos, los líderes políticos y la política, e incluyo allí a los seguidores del régimen, que tampoco las tiene todas consigo, según admiten varios de sus “connotados” y conspicuos voceros. ¿Serán suficientes esas reorganizaciones en camino? ¿Servirán, ahora sí, para llenar la fosa que hay entre partidos y sus lideres, con el pueblo venezolano? ¿Se atreverán a romper con los esquemas de partidos de masas y de cuadros, propios de finales del siglo XIX y principios del XX? ¿Darán una respuesta a los miles de militantes de la sociedad civil, que han preferido refugiarse en sus pequeñas organizaciones −limitadas y dispersas como los partidos− para tratar de hacer política? Hay recelo en que éste sea el momento para eso, pero qué duda cabe que sí hay que iniciarlo en algún momento.

Tenemos más de cuarenta años, desde finales de los 70 del siglo pasado, en este proceso de escabechina de líderes y partidos; y francamente, yo no creo que hayamos llegado todavía a un compromiso serio para el proceso de renovación de partidos y líderes −que nadie discute su necesidad− porque si existiera ese compromiso serio por cambiar el medio político o el ambiente político venezolano, muchos de los que los critican hace tiempo que se habrían metido a hacerlo: Militando en organizaciones políticas, creando nuevas organizaciones, actualizando permanentemente las que existen, etc.

El problema es que una de las terribles características de los venezolanos que tenemos algo de instrucción −y no hay nada peor que tener solo “algo” instrucción− es que tenemos la peculiar costumbre de saber que deben hacer los demás, para nosotros hacer lo mínimo o no hacer nada. Siempre ha sido más cómodo dedicarse a los negocios, a la actividad profesional, a la docencia, a militar en organizaciones de la sociedad civil − dispersas y atomizadas, pero manejables− o a disparar desde la cintura cada vez que nos provoque.

Además, quedamos muy bien, porque eso de criticar a los políticos y los partidos siempre ha estado de “moda” y es muy seguro; no hay que probar nada, pues “todo el mundo sabe que eso es así” y además nadie te va a responder ni a desmentir; y si alguien lo hace, no importa, porque en este país a nadie se le ocurre rectificar o pedir disculpas por dar falsa información o difamar.

La desadaptación de los partidos, sus líderes y su inocultable problema de desarraigo con respecto a la población venezolana y sus problemas, es un tema viejo, que se remonta a finales de los años 70 del pasado siglo y tuvo su eclosión en 1993, cuando resultó electo para un segundo periodo presidencial, Rafael Caldera, quien llegó al poder con el 30% de los votos, prescindiendo del partido social cristiano, que él mismo fundara, y a través de una alianza de mini partidos, varios de izquierda, que se autodenominaban el “chiripero”.

Durante su periodo presidencial, 1993-1998, se profundizó la decepción con los partidos tradicionales y surgió una nueva fuerza en el país: el chavismo, que se presentó y triunfó en las elecciones de 1998, en medio de un país totalmente polarizado y dividido en tres frentes bastante simétricos: el chavismo, que obtuvo 3,6 millones de votos, la oposición con 2,8 millones; y sorpresivamente la abstención, como fuerza mayoritaria pues más de 4 millones de venezolanos dejaron de ir a las urnas.

La opción triunfadora, el chavismo, era en ese momento amorfa de contenido ideológico; tras un líder, Hugo Chávez Frías, con una oferta política, mezcla de demagogia y populismo, que un día se presentaba como un Savonarola de la política, que amenazaba a los “corruptos” con freír sus cabezas en aceita; otro día aparecía aliándose con partidos de izquierda; y otro, invocando una especie de “tercera vía”, al estilo Tony Blair; pero, siempre cruzando el rio, bien montado sobre el caballo de la antipolítica.

A ese “fenómeno” los partidos tradicionales, en su momento y aún hoy, no han sabido salirle al paso, tratando de combatirlo electoramente con alianzas tradicionales poco exitosas, que han dejado en el camino muy maltrechos a los partidos tradicionales y a sus líderes. No repetiré lo ya dicho; pero, como quiera que es un tema en el que hay mucha tela que cortar, en la penosa situación de silencio que lo rodea, concentrémonos en un pequeño trozo de esa tela: La “fórmula” para renovar el liderazgo opositor.

En noviembre de 2021 surgió una propuesta para acometer esta renovación de la dirigencia opositora, cuya abanderada fue M.C. Machado: Proceder a una Elección Popular, sin CNE, −obviamente−, para elegir por la base la nueva dirigencia opositora, la que se pondría al frente de una única tarea: Salir de este régimen de oprobio.

Según dicen algunos, aunque confieso no haberlo visto, la propuesta Machado tuvo “gran aceptación”; al menos, debo decir que, salvo contadas excepciones, nadie se pronunció públicamente en contra y las críticas a los términos de la misma han sido bastante tibias; a lo mejor es porque no hay “términos”, que hayan sido expuestos de manera concisa y clara; porque si bien se habló de una “Elección Popular”’, después se ha “matizado” señalando que no se trata de unas “elecciones primarias”, sino de un “proceso popular”, sobre el cual no se han ofrecido mayores detalles: ¿Cómo?; ¿Cuándo?; ¿Características?, ¿Quién lo organiza?; y sobre todo, ¿Quiénes participan?; ¿Podrán participar en el proceso también los partidarios del régimen? Y si eso es así, ¿Cómo evitar que ellos −que obviamente tienen una mejor y demostrada capacidad para organizarse−, no sean los que decidan quienes serán los dirigentes y lideres de la oposición? Obviamente, estoy consciente que mis interrogantes pueden ser triviales, pero no descabelladas y sé que soy “vocero”, sin que nadie me lo haya pedido, de muchas personas en el país, preocupadas por el devenir político opositor.

Lo cierto es que nadie −o muy pocos− se han atrevido a criticar la “propuesta Machado”; probablemente por tres razones; primero, porque creo que todos estamos de acuerdo en que es necesario una renovación total de la dirigencia opositora, pendiente desde hace muchos años; es obvio que la actual no ha sido exitosa en su desempeño político principal: Sumar voluntades para lograr una salida política a la crisis en la que estamos sumidos; segundo, vamos a ser sinceros, porque nadie se enfrenta a MCM; y tercero, porque en mi opinión no se ha predicado con el ejemplo; el primer partido en renovarse de esta forma debió haber sido el partido que fundó, organizó y en el cual milita la proponente; y eso, que yo sepa, no ha ocurrido.

Los proponentes, aunque no mucho, sí han dicho algo: Que eso hay que construirlo entre todos −que es otra forma de decir, que nadie se hace responsable− y que eso no es por casualidad, sino por diseño; que, deliberadamente, la propuesta fue concebida y planteada de esa manera, para que algún grupo, equipo humano o dirección colegiada de gerencia lo asumiera, aunque no sabemos bajo que directriz o inspiración, porque de eso sí es verdad que no se ha hablado. Pero, los que son el objeto de la propuesta, los partidos y los líderes, tampoco han dicho nada. Quizás en el discurrir de los días, asomen algunas propuestas o se aclare más la original.

Mientras tanto, la tan deseada renovación de la dirigencia partidista y la estirpe del liderazgo opositor −como nos recordó García Márquez− parecen condenadas a pasar sus cien años de soledad, de los cuales ya llevamos más de 40; siendo los 23 últimos, los más penosos.

Politólogo

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Henry Kissinger

La discusión pública sobre Ucrania tiene que ver con la confrontación. Pero ¿sabemos adónde vamos? En mi vida he visto cuatro guerras comenzadas con gran entusiasmo y apoyo público, todas las cuales no supimos terminar y de tres de las cuales nos retiramos unilateralmente. La prueba de la política es cómo termina, no cómo comienza.

Con demasiada frecuencia, la cuestión de Ucrania se plantea como un enfrentamiento: si Ucrania se une al Este o al Oeste. Pero para que Ucrania sobreviva y prospere, no debe ser un puesto avanzado de ninguno de los lados contra el otro, debe funcionar como un puente entre ellos.

Rusia debe aceptar que tratar de forzar a Ucrania a convertirse en un satélite y, por lo tanto, mover las fronteras de Rusia nuevamente, condenaría a Moscú a repetir su historia de ciclos autocumplidos de presiones recíprocas con Europa y Estados Unidos.

Occidente debe entender que, para Rusia, Ucrania nunca puede ser simplemente un país extranjero. La historia rusa comenzó en lo que se llamó Kievan-Rus. La religión rusa se extendió desde allí. Ucrania ha sido parte de Rusia durante siglos y sus historias estaban entrelazadas antes de esa fecha. Algunas de las batallas más importantes por la libertad rusa, comenzando con la Batalla de Poltava en 1709, se libraron en suelo ucraniano. La Flota del Mar Negro, el medio de Rusia para proyectar poder en el Mediterráneo, tiene su base en arrendamiento a largo plazo en Sebastopol, en Crimea. Incluso disidentes tan famosos como Aleksandr Solzhenitsyn y Joseph Brodsky insistieron en que Ucrania era una parte integral de la historia rusa y, de hecho, de Rusia.

La Unión Europea debe reconocer que su morosidad burocrática y la subordinación del elemento estratégico a la política interna en la negociación de la relación de Ucrania con Europa contribuyeron a convertir una negociación en una crisis. La política exterior es el arte de establecer prioridades.

Los ucranianos son el elemento decisivo. Viven en un país con una historia compleja y una composición políglota. La parte occidental se incorporó a la Unión Soviética en 1939, cuando Stalin y Hitler se repartieron el botín. Crimea, el 60 por ciento de cuya población es rusa, pasó a formar parte de Ucrania recién en 1954, cuando Nikita Jruschov, ucraniano de nacimiento, la otorgó como parte de la celebración del tricentenario de un acuerdo ruso con los cosacos. Occidente es mayoritariamente católico; el este en gran parte ortodoxo ruso. Occidente habla ucraniano; Oriente habla principalmente ruso. Cualquier intento de un ala de Ucrania de dominar a la otra, como ha sido el patrón, conduciría eventualmente a una guerra civil o una ruptura. Tratar a Ucrania como parte de una confrontación Este-Oeste hundiría durante décadas cualquier posibilidad de llevar a Rusia y Occidente, especialmente Rusia y Europa, a un sistema internacional cooperativo.

Ucrania ha sido independiente por solo 23 años; anteriormente había estado bajo algún tipo de dominio extranjero desde el siglo XIV. No es sorprendente que sus líderes no hayan aprendido el arte del compromiso, y menos aún de la perspectiva histórica. La política de la Ucrania posterior a la independencia demuestra claramente que la raíz del problema radica en los esfuerzos de los políticos ucranianos por imponer su voluntad en partes recalcitrantes del país, primero por una facción, luego por la otra. Esa es la esencia del conflicto entre Viktor Yanukovich y su principal rival política, Yulia Tymoshenko. Representan las dos alas de Ucrania y no han estado dispuestos a compartir el poder. Una política sabia de EE. UU. hacia Ucrania buscaría una manera de que las dos partes del país cooperen entre sí. Debemos buscar la reconciliación, no la dominación de una facción.

Rusia y Occidente, y mucho menos las diversas facciones de Ucrania, no han actuado según este principio. Cada uno ha empeorado la situación. Rusia no sería capaz de imponer una solución militar sin aislarse en un momento en que muchas de sus fronteras ya son precarias. Para Occidente, la satanización de Vladimir Putin no es una política; es una coartada para la ausencia de uno.

Putin debería darse cuenta de que, cualesquiera que sean sus quejas, una política de imposiciones militares produciría otra Guerra Fría. Por su parte, Estados Unidos necesita evitar tratar a Rusia como un aberrante para que le enseñen pacientemente las reglas de conducta establecidas por Washington. Putin es un estratega serio, en las premisas de la historia rusa. Comprender los valores y la psicología de los EE. UU. no son sus puntos fuertes. La comprensión de la historia y la psicología rusas tampoco ha sido un punto fuerte de los legisladores estadounidenses.

Los líderes de todos los bandos deben volver a examinar los resultados, no competir en posturas. Esta es mi noción de un resultado compatible con los valores y los intereses de seguridad de todas las partes:

• Ucrania debería tener derecho a elegir libremente sus asociaciones económicas y políticas, incluso con Europa.

• Ucrania no debería unirse a la OTAN, una posición que asumí hace siete años, cuando se trató por última vez.

• Ucrania debe tener la libertad de crear cualquier gobierno compatible con la voluntad expresa de su pueblo sabio ucraniano

• Ucrania debe tener la libertad de crear cualquier gobierno compatible con la voluntad expresa de su pueblo. Los sabios líderes ucranianos optarían entonces por una política de reconciliación entre las diversas partes de su país.

A nivel internacional, deberían adoptar una postura comparable a la de Finlandia. Esa nación no deja dudas sobre su feroz independencia y coopera con Occidente en la mayoría de los campos, pero evita cuidadosamente la hostilidad institucional hacia Rusia.

•Es incompatible con las reglas del orden mundial existente que Rusia se anexione Crimea. Pero debería ser posible poner la relación de Crimea con Ucrania sobre una base menos tensa. Con ese fin, Rusia reconocería la soberanía de Ucrania sobre Crimea. Ucrania debería reforzar la autonomía de Crimea en las elecciones celebradas en presencia de observadores internacionales. El proceso incluiría eliminar cualquier ambigüedad sobre el estado de la Flota del Mar Negro en Sebastopol.

Estos son principios, no prescripciones. Las personas familiarizadas con la región sabrán que no todos serán aceptables para todas las partes. La prueba no es la satisfacción absoluta sino la insatisfacción equilibrada. Si no se logra alguna solución basada en estos u otros elementos comparables, se acelerará la deriva hacia la confrontación. El tiempo para eso llegará muy pronto.

25 de febrero 2022

La Calle

https://lacalle.com.ve/internacionales/la-solucion-a-la-crisis-que-plant...

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Laureano Márquez

El honor es uno de los atributos más difíciles de definir. La Real Academia asocia el término a una cualidad moral, lo cual complica aún más las cosas, porque la moral tiene que ver con conceptos de engorrosa precisión, como el bien, el mal y el obrar correctamente conforme a la conciencia. Y así, en un par de saltos, ya nos encontramos con Immanuel Kant, su filosofía moral y su imperativo categórico. «Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal», nos dice el filósofo.

Es decir: uno debería querer que las propias acciones fuesen leyes universales de comportamiento o dicho más corrientemente: trata a los demás como tú querrías que fuese el trato de todos.

Así pues, con el honor nos pasa lo mismo que a San Agustín con el tiempo: aunque uno no sea capaz de definirlo bien, puede reconocerlo con claridad. Uno sabe de gente de vida honorable y la admira. La historia universal da cuenta de personalidades que han trascendido por su estatura moral. Gente que vive o vivió conforme a principios y valores universales que hemos valorado en todos los tiempos: sabiduría, bondad, honestidad, valor, justicia, compromiso con el prójimo, etc. También uno distingue con claridad aquellos seres en los que el honor está en pausa.

En tanta estima se tiene al honor, que las universidades conceden un grado especial al que denominan «doctor honoris causa», literalmente «a causa del honor». Es la máxima distinción que otorga el claustro a una persona «docta» en el sentido cásico del término: sabia, iluminada y poseedora de unas cualidades y de una trayectoria de brillo intelectual que hacen que a la academia le resulte un honor tener a esa personalidad entre los suyos, asociar su nombre al de la institución.

Así que aquí el honor es doble: tanto para el homenajeado como para la universidad que lo honra. Por eso la concesión del doctorado honoris causa, en los más solemnes actos, está acompañado de un ritual de profundo simbolismo. Se entrega al doctorando el birrete, unos guantes blancos, un anillo y un libro:

  • El birrete: «…para que no solo deslumbres a la gente, sino que además, como con el yelmo de Minerva, estés preparado para la lucha».
  • El anillo: «La Sabiduría con este anillo se te ofrece voluntariamente como cónyuge en perpetua alianza».
  • Los guantes. «Estos guantes blancos, símbolo de la pureza que deben conservar tus manos en tu trabajo y en tu escritura, sean distintivo también de tu singular honor y valía».
  • El libro: «He aquí el libro abierto para que descubras los secretos de la Ciencia (…) he aquí cerrado para que dichos secretos, según convenga, los guardes en lo profundo del corazón».

Este ritual varía de una universidad a otra, llegando incluso algunas a sustituir el birrete por boina («para que tus ideas prevalezcan por encima de las de los demás»), el anillo por manopla («para que convenzas a los que no estén de acuerdo»), los guantes blancos por guantes de boxeo («para que no olvides que la lucha es literalmente a golpes») y el libro por un mazo («porque a veces hay que abrirle el entendimiento a la gente»). En fin, cada institución decide con qué criterios selecciona aquellos a los que quiere asociar su prestigio y destino. Como diría el maestro Pedro León Zapata: hay casos en los que el desprestigio es mutuo.

Twitter @laureanomar

Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.

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