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Opinión

Ismael Pérez Vigil

La próxima semana se activan dos eventos políticos que seguramente agriarán aún más la discusión en el seno de la oposición: Se abre el proceso de inscripción de candidatos para las elecciones regionales, sin que la oposición mayoritaria −la representada por Juan Guido y el llamado G4− haya decidido si participará o no; y se dará un primer contacto en México entre los representantes del régimen y de la oposición, con la mediación o participación de Noruega.

En materia de negociación, al menos, finalmente dejaremos el mundo de las conjeturas, de lo posible, el oscuro terreno de la incertidumbre. Pero eso desatará una nueva oleada de críticas y comentarios entre los que se oponen a esta situación y los que estamos a favor de la misma. Los que se oponen se afincarán en su absoluta creencia de que se aproxima una nueva “traición”, “cohabitación”, “entrega”, de lo que llaman la oposición “falsa”, “oficial”, “entreguista”. Es inevitable que esto ocurra, como son inevitables las respuestas, con igual ácido, de los que favorecemos estas opciones.

No es ninguna sorpresa los análisis e interpretaciones de una buena cantidad de asesores, consultores y analistas sobre lo que ocurre en el país; sobre todo si observan desde la distancia −y no me refiero solo a la distancia física− porque desde la distancia, piensan, todo se ve distinto, mejor, más nítido, sobre todo los errores que comete la oposición; y si es la llamada “oposición oficial”, todavía más claro se ven los errores.

Las opiniones en contra o a favor de la participación electoral y de la negociación, al final de todo, oscilan entre argumentos de eficacia política y argumentos que podemos llamar de “principios” o “morales”. Pudiéramos seguir hasta el infinito, contraponiendo argumentos, que en definitiva no convencen a nadie, pues todos estamos cómodos en nuestra burbuja, en nuestro mundo de pensamientos y no queremos salir de allí. Eso es perfectamente humano, razonamos. Por lo tanto, más que referirme a los argumentos en contra, me referiré a algunas conclusiones preliminares a las que he llegado.

Con respecto a ambos temas, mi primer comentario es constatar, humildemente, que en el ya reducido mundo de los que tenemos alguna preocupación acerca de ambos, el grupo de los consultores, asesores, “opinadores” o los llamados “influyentes”, aunque debatimos duramente entre nosotros, somos un grupo realmente reducido. A estas alturas −yo, al menos− no estoy muy seguro de si nuestras opiniones llegan a alguna parte, sí tienen algún eco o si alguien las tiene en cuenta para tomar sus decisiones de acción política, que en definitiva es lo que cuenta.

Mi segunda consideración es que, en materia de negociación, tal parece que el régimen no es tan fuerte como parece o que la oposición no está tan debilitada; si el régimen fuera tan fuerte, ¿Por qué accedería a negociar? Con intensificar la represión y mantener la fuerza, que sin duda la tiene, le bastaría, no necesita hacer concesiones a un rival considerablemente más débil. Pero lo que no cabe duda es que esa fortaleza opositora o la “debilidad” del régimen que lo lleva a la mesa de negociación, descansa en la presión que ejerce la llamada “comunidad internacional”, de manera directa o mediante las sanciones económicas. Nacionalmente la oposición, como un todo, sigue en deuda con la presión interna que debe desplegar, en favor de cualquier opción: participar o abstenerse, negociar o no hacerlo.

También se argumenta que lo del régimen no es más que un “truco” para ganar tiempo y ver sí, de paso, le levantan algunas sanciones internacionales. Pero, para mí, el régimen, en realidad, tiene todo el tiempo que necesita, no hay premura, nadie lo está desalojando del poder de manera perentoria y, además, a pesar de las sanciones, ha logrado también manejarse para “sobrevivir”.

Mi tercer comentario tiene que ver con la incapacidad de los críticos, incluidos los supuestos líderes políticos que se oponen a participar electoralmente y a las negociaciones, en convencer a la población de la justicia o valor de sus propuestas. Son clásicos los análisis buenos, lógicos, eruditos, documentados; pero que dejan el problema en carne viva: si, como dicen, el gobierno, dictadura o régimen, es de la naturaleza que ellos describen, ¿cómo negociar con ellos?, pareciera claro que eso no es posible. Y surgen entonces dos alternativas, pero que nunca las dicen: una, que no hay que oponerse, no hay que hacer nada; o dos, que hay que buscar una especie de fuerza policial que se ocupe del régimen; pero, nunca dicen, ni proponen cual es esa fuerza policía y donde puede estar disponible.

Mi último comentario es que el liderazgo político, opositor, sea el ligado a Juan Guaidó y el llamado G4, o el que se denomina o autodenomina “radical”, ambos, están en deuda con el país en ofrecer una alternativa que signifique algo, que nucleé, le dé esperanza y objetivo al sector opositor del país, al que se considera mayoritario en todas las encuestas. Ese “¿Qué hacer?” no se puede seguir evadiendo, no puede seguir siendo una pregunta retórica.

Desde luego son aún más lamentables los que, últimamente, admiten claramente − ¿cínicamente? − que ellos no tienen ninguna alternativa acerca del “qué hacer”, pero no se arredran en criticar, sembrar dudas: sobre la corrupción de la oposición, sobre sus fallas y la mediocridad general de todos los políticos, sin excepción, aunque ellos −afirman− que no tienen una posición “antipolítica”; pero tampoco terminan de ofrecer una alternativa concreta. Solo vemos una retórica tan vacía como la que critican.

Los líderes opositores no son de plastilina, que pueden aguantar toda clase de embates e improperios; tampoco son frágiles piezas de porcelana que no resisten el mínimo impacto. Pero la crítica, inevitable y necesaria, debe ser fundamentada y, no habría ni que decirlo, que debe ser respetuosa y no ser personal, para que sea contundente, para que conduzca a la reflexión y a la rectificación oportuna, de ser necesario. ¿Mucho pedir?

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

 4 min


Fernando Mires

1. Que el ser humano sea errático es parte de nuestra condición, por no decir naturaleza. Viene de nuestro más grande atributo: la palabra. La palabra que lleva al conocimiento, al saber, al pensar. Significa que estamos condenados a buscar la conexión entre las palabras y las cosas. Por eso erramos. No siempre la palabra se ajusta a la cosa. Vivimos desajustados.

Pensamos con palabras. Las palabras son instrumentos que nos llevan a vincular el cuerpo con el alma. Si no fuera por ellas jamás podríamos pensar. Estaríamos librados al orden que nos imponen nuestros instintos, pulsiones e impulsos. Tres palabras usadas como sinónimos pero cuya diferencia conviene explicar. Sobre todo debido al hecho de que los primeros psicoanalistas, Freud a la cabeza, tendieron a usarlas como sinónimos. Los traductores también.

Seamos simples: los instintos están integrados en nuestra naturaleza biológica o animal, sobre todo el instinto de vida o de supervivencia del que los demás son derivados. La pulsión, en cambio, se da cuando sentimos el llamado del instinto biológico representado, casi siempre de modo indirecto o sinuoso, como palabra o como imagen en el alma. El impulso, a su vez, sería el reconocimiento del objeto sobre el cual realizaremos nuestro instinto. Pongamos por ejemplo, para no hablar siempre de sexo, el hambre.

El instinto de comer forma parte del instinto de supervivencia. El instinto de comer para sobrevivir llama a su pulsión o apetito. El apetito busca a su objeto. En el impulso de comer lo que primero encontremos es la tercera fase. Elegir el objeto a comer, o a su representación psíquica, ya no tiene mucho que ver con el impulso sino con la cultura en la que vivimos.

Cuando una cultura no nos deja realizar nuestro impulso surge entonces, según Freud, un malestar: El malestar en la cultura. Significa que más allá del instinto, la pulsión y el impulso, han sido establecidas demasiadas transiciones. El malestar en la cultura es el síntoma inequívoco de una contradicción entre nuestra naturaleza biológica con nuestra naturaleza social, entre los deseos y los deberes, entre las pulsiones y sus objetos. El tributo que debe pagar nuestra condición humana para seguir siendo humana.

Somos los hijos de un segundo parto, ya no biológico sino cultural. Desde el momento en que entramos al campo de la cultura abandonamos la larva del lactante, renacemos, y eso significa: somos otros distintos a los que éramos. Freud lo entendió perfectamente cuando en su El yo y el ello escribió que existe un «algo» psíquico anterior al lenguaje, un «algo» que no necesita de las palabras para hacerse consciente. Y aquí viene la contradicción más grande: a ese «algo» no podemos acceder con palabras porque ese «algo», el del inconsciente, no se ajusta a nuestro lenguaje. O lo que es parecido, tenemos que dislocar nuestras palabras de sus objetos para aproximarnos a ese mundo que, según Freud, no es una fase preinfantil sino una que se desplaza desde la preinfancia hacia lo desconocido, hacia lo que no sabemos, hacia lo que no entendemos ni lograremos entender jamás y que, sin embargo, es real, real porque existe. Ese fue el hallazgo de Lacan. Por eso el vocabulario de Lacan no es el de los diccionarios.

El deseo, según Lacan, no es lo que deseamos sino lo que está más allá o antes del deseo, en una relación en donde el objeto no es un objeto sino un sustituto de un objeto que no sabemos lo que es ni donde está.

Lo real-lacaniano no es «nuestra» realidad. Si se quiere, es una metarrealidad. Es lo inaccesible. Tan inaccesible como es al analista la mente del paciente enloquecido, como los sueños a nuestras fallidas interpretaciones. Más inaccesible todavía porque a ese mundo, según el mismo Freud, no podemos acceder con nuestras palabras, pero que, por otra parte, posee un lenguaje desconocido por nosotros. Ese es un mundo que, siendo nuestro, siempre seremos extranjeros en él.

2. Hay momentos, sin embargo, en los cuales la metarrealidad deja asomar algunas diminutas puntas de su iceberg. Suele suceder en las no tan mal llamadas «situaciones límites». En eso pensaba al terminar de ver una serie danesa que en idioma alemán se titula Wenn die Stille einkehrt y que en español podría traducirse como «Cuando vuelve la calma». La serie está centrada en ocho personajes, cada uno con sus respectivos contornos familiares, sociales y culturales. El hecho desencadenante de la trama fue un sangriento ataque terrorista perpetrado en un restaurant muy concurrido. Después del atentado, la tragedia será presentada en las reacciones experimentadas por los ocho sobrevivientes. Pero no voy a contar la historia. Me limitaré a extraer solo un caso, justamente el que me llevó a pensar en el artículo que ahora estoy escribiendo.

Una conocida cantante y su novio cenan mirándose intensamente, ambos muy enamorados, hasta el punto de que para estar juntos aceptan comenzar una vida nueva rompiendo en parte con las relaciones familiares e incluso profesionales contraídas antes de conocerse. Pues bien, apenas irrumpieron los terroristas, el novio corrió a refugiarse en el WC del restaurant, dejando a su novia librada a su suerte. Después escapó aterrado hacia su casa, y de la cantante, si te he visto ni me acuerdo.

En nuestras palabras: el instinto de vida del enamorado despertó, se convirtió en una pulsión por sobrevivir y así consumó el impulso que lo llevó a esconderse y huir dejando a su novia abandonada. Días después sobrevinieron los remordimientos y comenzó a pedir disculpas a la cantante.

El comportamiento del enamorado contrastó con el del dueño del restaurant, hasta ese momento mostrado como un empresario calculador, sin muchos escrúpulos. Sin embargo, entre las balas, logró salvar la vida de la cantante. Volviendo a nuestra terminología: en la naturaleza del empresario yacía escondido un fondo moral y cultural del que el novio, un personaje culto y civilizado, carecía. Fue esa razón por la que la cantante, luego de pensarlo mucho, decidió abandonar a su enamorado para siempre.

En una situación límite, ese enamorado, en contra de sus propios deseos e ideales, se había mostrado como un cobarde. No obstante, lejos de juzgar al enamorado con las categorías morales de uso común, podemos afirmar que él solo reaccionó siguiendo el llamado de su primera naturaleza, la biológica. En cambio, el empresario ya había interiorizado, quizás sin saberlo, algunos elementos de una segunda naturaleza, la moral y la cultural.

El episodio narrado me llevó a recordar un texto de Levinas en donde el filósofo afirma que el don moral puede ser solo reconocido en situaciones límites. Pone el ejemplo de alguien que, de pronto, ve a otra persona ahogándose en las profundas aguas de un río. Sin pensarlo dos veces se lanza al agua a salvar al ahogado. Ese es el acto de un ser moral, según Levinas.

El que lo piensa dos veces ya es portador de alguna imperfección, pues entre el impulso moral y el hecho de salvar a alguien introduce el momento de la reflexión. Entonces, el impulso deja de ser un impulso y, aun en caso de que la decisión sea salvar al ahogado, solo sería un deber. Sin embargo, pienso yo, dicha conclusión no es tan simple si damos vuelta el ejemplo de Levinas en sentido contrario.

Imaginemos que alguien te ofende de modo brutal. Si tú respondes con un insulto peor, o con una bofetada, accedes al primer impulso que es el de defender tu integridad personal frente a un agresor. Pero, si en lugar de responder con insultos o una bofetada, no le haces caso o simplemente respondes con una frase civilizada, actúas, reflexivamente, de acuerdo con la moral social o cultural.

Podríamos llenar páginas y páginas con ejemplos parecidos. Al final concluiremos en que la moral no es una cosa en sí. Puede estar integrada en los impulsos primarios, pero también en la reflexión.

3. En la serie televisiva de referencia hubo otro caso que me llamó la atención. Se trata de una mujer llamada Elizabeth, una política de un partido democrático, tolerante y abierto a los cambios. Desde su cargo de ministra de Justicia, Elizabeth dedica casi toda su actividad a crear una legislación que amplíe los derechos de los emigrantes. Sin embargo, en el atentado fue asesinada su mujer, el amor de casi toda su vida. Después de ese acontecimiento, Elizabeth se convirtió en alguien radicalmente distinta a la que hasta entonces había sido: intolerante, con arranques lindantes en el racismo, capaz de descargar toda su furia sobre un pobre muchacho de origen palestino al que sin pruebas ella intentaba culpabilizar a todo precio.

Queda entonces la pregunta abierta: ¿quién era Elizabeth? ¿Era la representante de la tolerancia y civilidad que la caracterizaba antes del atentado, o esas virtudes eran un simple camuflaje ideológico y cultural para ocultar al energúmeno facho aparecido después del atentado? Fue en ese momento cuando recordé una de las más interesantes teorías de Donald Winnicott.

Según el destacado psiquiatra británico, todos somos portadores de dos yo. Winicott los llama el verdadero y el falso yo. El primero es el instintivo, el yo biológico, el de las pulsiones y el de los impulsos. El segundo es el yo social, cultural; y aquí agregamos: político.

Ahora bien, lejos de haber una contradicción entre ambos yo, Winnicott ve una relación de recíproco apoyo. Vista así, la tarea del falso yo sería la de brindar protección al verdadero yo. Esos dos yo, sin embargo, deben permanecer en comunicación. Si existe una separación muy grande entre ellos —o el primer yo queda librado a sus pulsiones— se convierte en un peligro para la sociedad y la cultura, o el segundo yo lleva a su portador a transformarse en un autómata sin sentimientos.

Como demuestra el caso de la ministra Elizabeth, el político ideal sería aquel que deja lugar para que ambos yo coexistan amistosamente en una persona. En ese sentido, si concordamos con Max Weber en que la política es lucha por el poder, ambos yo —y no uno solo— deben estar imbricados en los objetivos a lograr.

En países gobernados por dictaduras, o simplemente gobiernos autoritarios, la tarea política es desalojar del poder a los opresores, personas y grupos que impiden que los ciudadanos expresen su ser en libertad y democracia. La tarea del segundo yo, el llamado «falso» por Winnicott, sería la de encontrar los medios menos violentos y más políticos para lograr ese objetivo. En otras palabras, convertir la ira legítima del primer yo en una estrategia civil y democrática. Ese camino lleva a buscar el diálogo, directo o indirecto con los opresores, aceptar condiciones de lucha no ideales y a contraer compromisos ineludibles con el poder establecido.

El político, para ser político, debe saber mantenerse a sí mismo como político, y esa fue la falla del personaje Elizabeth quien, cuando fue acosada por sus impulsos más primarios, dejó de ser una mujer política, capitulando frente a la lógica de los terroristas. Esa es la diferencia entre los grandes políticos y los que ceden al embate de sus pasiones. Pues los demagogos y populistas no solo engañan, suelen creer en la verdad de sus impulsos. Para ellos solo existen fines, no medios. Es por eso que permanentemente proponen objetivos grandiosos, pero sin dar a conocer los medios para lograrlos.

Probablemente, Mandela nunca simpatizó con de Klerk. Quién sabe si alguna vez fue tentado por la idea de permanecer en prisión, esperando una revolución de masas que pusiera fin a la usurpación, asumiendo así un rol de mártir frente a la historia universal.

Seguro también que a Walessa tampoco le caía muy bien el general Jaruzelsky, quien mantenía en prisión a muchos de sus camaradas obedeciendo al mandato de la URSS. Eso no lo llevó sin embargo a rehuir el diálogo cuando descubrió que podía hacerlo. Por razones similares, los socialistas y comunistas españoles no sentían ninguna simpatía por el franquista Adolfo Suarez, pero decidieron deponer sus sentimientos y sus identidades ideológicas para contraer compromisos y llevar al restablecimiento de una monarquía erigida sobre bases republicanas y democráticas. Del mismo modo, los demócratas chilenos que fueron al plebiscito sabían que iban a una elección llena de fraudes y que probablemente era más digno gritar —como hacían los comunistas— «a Pinochet no hay que revocarlo sino derrocarlo». No obstante, decidieron renunciar a sus odios y venganzas en aras de la posibilidad democrática.

Esos ejemplos, y otros, nos muestran cómo la política no solo es el lugar de la exaltación, de las marchas sin destino, de las visiones moralistas, de las salidas apocalípticas.

Los cubanos, que recién hicieron su puesta en escena en contra de un régimen con muchas características totalitarias, ya aprenderán que corear «Abajo la dictadura» sin crear estructuras, afinar organizaciones y generar dirigencias, nunca podrán alcanzar los objetivos deseados. Ese «nosotros» formado por muchos individuos políticamente organizados no solo puede ser moral ni mucho menos moralista sino, además, político.

Los políticos son ciudadanos con máscaras. La máscara es la representación que ellos asumen frente a los demás. Pues máscara, nunca hay que olvidarlo, quiere decir en griego, persona. Y una persona no muestra en público sus instintos, sus pulsiones y sus impulsos. Su tarea es construir frases estructuradas en sujetos y predicados cuyo objetivo no puede ser otro sino ordenar el orden simbólico de la polis, la ciudad de todos. O dicho en otros términos: de lo que se trata es de imponer la lógica de la razón por sobre el mandato tiránico de los impulsos. Quien quiera vivir en democracia debe comenzar a practicarla consigo mismo.

Twitter: @FernandoMiresOl

Fernando Mires es (Prof. Dr.), fundador de la revista POLIS, Escritor, Político, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol.

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Américo Martín

Fidel Castro era un hombre de acción, pero también de vacías frases para el bronce. Acuñó varias que pronto ganaron nombradía. Estaba el caudillo cubano en la cima de la popularidad, en olor de santidad, digamos, aunque de santo había dado repetidas pruebas de no tener nada. Patria o muerte fue la más notable, pese a que su revolución ya había recibido azotes de realidad.

Los barbudos ya habían hecho del «paredón» un arma de miedo y, no obstante, la rutina, la costumbre y el deseo de presentarse como modelo de militante leal a las consignas de turno. Pero no es dable imaginar que tan pobres mecanismos sean efectivos.

El caso ahora es que con el despertar de la disidencia cubana ha sido, igualmente, el punto de partida de una reactivación sorprendente de la lucha por la democracia y la libertad.

Casi por una brusca toma colectiva de consciencia, dada la intimidante atmósfera de sumisión y temor todavía imperantes, es también una vigorosa respuesta popular que anticipa la organización de una fuerza de cambio, en plan de abrirse paso en el cerrado sistema totalitario todavía imperante. Por eso hay que recibir como un excelente síntoma que de las gargantas de los cubanos haya emanado la muy apropiada consigna de Patria y vida, recibida con alegría y espíritu de reto, aparte de convertirse en la opción posible contra la oscura bandera de la muerte y, mejor aún, contra la intensificación de la represión y la multiplicación de asesinatos de portadores de disidencia que se expanden con alarmante rapidez.

¿Cómo saldrán Cuba, Venezuela, Nicaragua y otras naciones sometidas a semejantes condiciones?

Los signos expuestos reflejan el avance de una corriente de cambio en libertad, a la que hay que proporcionarle rápido y, sobre todo, eficiente respaldo. No se peca de optimista irremediable al afirmar que lo ya logrado en las impresionantes jornadas de Cuba parece francamente irreversible.

En las alturas del poder todo el espacio parece ocupado por robustos elefantes que se empujan unos a otros sin, por ahora, derribarse. No hay que conformarse con menos que un cambio democrático susceptible de abrir un nuevo capítulo de la historia.

Lo interesante es que la abrumadora y polifacética crisis, pese a su carácter hondamente regresivo, asoma un ángulo nítidamente vanguardista —califiquémoslo de esa manera— por su previsible impacto en las duras realidades del zarandeado continente. Tal como los fenómenos regresivos se intercomunican y son arrastrados en la decadencia, también lo hacen los procesos de auge. Se puede esperar que las señales positivas se retroalimenten en dinámicas de recuperación y alza.

El ímpetu de la cierta rebelión popular no se confina a determinados sectores sociales, partidos políticos. Comenzaría en ellos, pero se propuso dar y dio pasos más audaces y, por ende, de más consistente potencial de cambio. Especialmente llamativo y sorprendente el caso de los militares de alta graduación que han muerto sin que nadie pueda explicar en forma convincente por qué ocho generales de las FAR han fallecido, misteriosamente, uno tras otro. Se pretendió atribuirle esa hecatombe a la pandemia, pero ni un alma suscribió tan peregrina y oportunista tesis. El tiempo sigue corriendo y la desinformación continúa.

En paralelo de tan delicada tragedia, las inesperadas declaraciones del presidente Miguel Díaz-Canel han sido no menos descabelladas. En lugar de apaciguar reacciones, hizo un llamado al «pueblo revolucionario» de Cuba a disponerse a salvar la vigencia del castrismo, lo que encrespó los ánimos en su contra.

Díaz Canel es uno de los coautores de la línea estratégica elaborada en el VI Congreso del PCC, bajo la dirección de Raúl Castro, cuyos objetivos fundamentales son la apertura de la economía en una operación que recuerda el socialismo de mercado de China que, por cierto, ha colocado a esa potencia en los linderos del capitalismo. Y el segundo gran objetivo de la estrategia de Raúl Castro y sus estrechos colaboradores es democratizar en lo posible el cerrado y hermético sistema político cubano.

Es obvio que el liderazgo de Díaz Canel tenía que irritar a la población, así como los presuntos asesinatos de oficiales de la más elevada graduación han debido suscitar mucho malestar.

Todo lo que puede agregarse es que con disparates políticos o sin ellos, los dirigentes nuevos y viejos están obligados a devolverle la tranquilidad al pueblo, desterrando los métodos represivos, y abrir con energía las puertas del mercado y a respetar los derechos humanos.

Seguir el ejemplo del fenómeno chino supone emprender en Cuba una masiva venta de empresas del Estado a la iniciativa privada, lo que equivaldría a intentar repetir lo que han hecho de aquel vasto país, el que ha llegado más lejos en el mundo en lo concerniente a la desestatización de empresas públicas. Por supuesto, para coronar semejante obra, habría que brindar lo que todavía está en mora en la superpoblada nación asiática. Estoy pensando en la urgencia de garantizar los derechos humanos, en la medida en que lo hacen las naciones democráticas de Occidente.

Twitter: @AmericoMartin

Américo Martín es abogado y escritor.

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Carlos Raúl Hernández

Yulimar es…

​… grandiosa y expresa un cambio social que llega hasta Merkel, mujeres que han demostrado con trabajo, voluntad y capacidad, que el mundo les pertenece. Asistimos al “fin de la historia” de ellas, su triunfo, el triunfo de la razón. Inundaron el mercado de trabajo, las posiciones de dirección política, intelectual y empresarial, dominan varias áreas de la actividad social y la curva es ascendente. La reivindicación femenina ha sido corriente esencial para el desarrollo de la democracia, como el sindicalismo, el periodismo, los partidos políticos, el pluralismo, el antirracismo, las luchas de los homosexuales y el parlamentarismo. Hombro a hombro con reformistas socialdemócratas, socialistas y demócrata cristianos, doblegaron la reacción conservadora escandalizada por los cambios, y a la ultraizquierda, que históricamente desfigura las luchas para ponerlas al servicio de su “revolución”.
El feminismo democrático nace con una gran filósofa política británica, Mary Wollstonecraft, quien produjo su primera obra teórica, Vindicación de los derechos de la mujer (1792), un terremoto que se burla del tótem, Rousseau, amante brutal y vividor, quien excluía las mujeres de la vida pública (p.127). Lo ridiculiza al equiparar el “derecho divino de los reyes y el derecho divino de los maridos”. La genialidad la hereda su hija Mary, mujer del gran poeta romántico Shelley, quien a los 18 años escribió nada menos que Frankenstein, en competencia con amigos durante el veraneo en un castillo ginebrino. Wollstonecraft plantea que las facultades humanas se desarrollan sin distinción de clase, raza o sexo cuando hay libertad e igualdad.
“Débil”, “oscuro objeto de deseo” (frase inmortalizada por Buñuel), fueron estereotipos mientras vivió sometida a oficios domésticos, el “confinamiento en jaulas” en las que “aprendían un ideal femenino” falso. “Un constructo social”, frente al que Wollstonecraft vindica otro en el que “no exista coerción” para que “los sexos ocupen su lugar adecuado… ellas puedan ser médicos igual que enfermeras… y participar directamente en debates del gobierno” (p.252) Uno de los soportes intelectuales de la democracia, John Stuart Mill, en Ensayo sobre la igualdad sexual (1869) afirma que a las mujeres las inferiorizan las instituciones, pero cuando la represión cesa, despliegan el mismo potencial que los hombres. Presentó en el Parlamento un proyecto de ley para el voto femenino que rechazaron. La segunda ola histórica feminista viene con el sufragismo entre los siglos XIX y XX, de Hubertine Auclert, Emmeline Pankhurst, sus hijas Cristabel y Sylvia; Milicent Fawcet, sus seguidoras en Gran Bretaña y muchos otros países.
Encarceladas se declaraban en huelga de hambre y el gobierno las hacía comer a la fuerza, pero ganaron. Finalmente, Nueva Zelanda les otorgó el voto (1893), Australia (1902), Finlandia (1906), y en 1996 cedió el último rincón oscurantista, el cantón suizo de Vaud. La tercera ola arranca en los años 60 con la revolución sexual de la píldora anticonceptiva, la minifalda de Mary Quant, el triunfo del rock, cuando a Elvis y Jagger les lanzaban pantaletas. El mayo francés fusiló la virginidad como virtud femenina: “mientras más hago la revolución, más ganas me dan de hacer el amor… mientras más hago el amor, más ganas me dan de hacer la revolución”. Las universidades se llenan de ellas, igual que los puestos de comando en las empresas y el Estado. En los 2000 Latinoamérica tuvo cuatro mujeres al mando: Bachelet, Chinchilla, Rousseff y Kirchner, pero retoña la enfermedad totalitaria, antisistema y antihumanista de la ultraizquierda. Esta desprecia los cambios “dentro del sistema” y se propone una revolución. El ascenso femenino, su salto a la igualdad real, es reformismo burgués y a cambio propugnan el odio y el disparate. Otro mito socorrido, la diferencia salarial por sexo, la echó por tierra Google en un estudio global que comenzó por sus propios empleados y se extendió a mil empresas.
Wollstonecraft demuestra que sociedades anteriores crearon el arquetipo de la inferioridad femenina, pero la ultra pretende el disparate de que “el constructo” es el sexo mismo, que no es más que género, una abstracción creada. No importa que los humanos desde la infancia sientan atracción instintiva. Si se educa y viste niños como niñas y viceversa, “cambiaría su constructo sexual”, pero las experiencias terminaron en tragedia. Por eso combatir la homofobia y defender el derecho a que cada quien viva su sexualidad libremente, cualquiera sea, es un paño caliente reformista. La ultra declara guerra “al patriarcado” en sociedades que dejaron de tenerlo gracias a las tres oleadas feministas y al movimiento de la dignidad gay. Una conferencista española ultrosa pidió a los varones que oyeran el foro tres horas de pie para demostrar “vergüenza y empatía” con las mujeres. Declaró que cuando un hombre y una mujer se acuestan juntos, se repite la humillación histórica del patriarcado, el machismo y el capitalismo. Una joven le respondió: “señora… puedo vivir con eso”. Parece que hay cosas peores.
@CarlosRaulHer

 3 min


Editorial Nobbot

El consumo de agua embotellada ha ido aumentando considerablemente en los últimos años a escala mundial. Según investigaciones anteriores, esta tendencia puede explicarse en parte por factores subjetivos como la percepción del riesgo, el sabor, el olor, la falta de confianza en la calidad del agua del grifo y el marketing por parte de las empresas.

Ahora, un nuevo estudio liderado por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), un centro impulsado por la Fundación «la Caixa», es que, al menos en la ciudad de Barcelona, ​​el agua del grifo es la opción que ofrece más beneficios generales. Los investigadores se centraron en esta ciudad debido a la solidez de los datos disponibles y debido a que la calidad del agua del grifo puede diferir entre ciudades o países.

Los resultados mostraron que si toda la población de Barcelona decidiera cambiar al agua embotellada, la producción requerida tendría un peaje de 1,43 especies perdidas por año y un costo de 83,9 millones de dólares por año debido a la extracción de materias primas. Esto es aproximadamente 1.400 veces más impacto en los ecosistemas y 3.500 veces mayor costo de extracción de recursos en comparación con el escenario en el que toda la población cambiaría al agua del grifo.

AGUA DE GRIFO VS. AGUA EMBOTELLADA

“Nuestros resultados muestran que, considerando los efectos ambientales y de salud, el agua del grifo es mejor opción que el agua embotellada, que genera una gama más amplia de impactos”, dice Cathryn Tonne, investigadora de ISGlobal y última autora del estudio.

“La calidad del agua del grifo ha aumentado sustancialmente en Barcelona desde la incorporación de tratamientos avanzados en los últimos años. Sin embargo, esta mejora considerable no se ha visto reflejada en un aumento en el consumo, lo que sugiere que el consumo de agua podría estar motivado por factores subjetivos distintos a la calidad”, dice Cristina Villanueva, investigadora de ISGlobal y primera autora del estudio.

“Uno de estos factores subjetivos es la presencia percibida de compuestos químicos en el agua del grifo. Si bien es cierto que el agua del grifo puede contener trihalometanos derivados del proceso de desinfección y que los trihalometanos están asociados al cáncer de vejiga, nuestro estudio muestra que debido a la alta calidad del agua del grifo en Barcelona, ​​el riesgo para la salud es pequeño, especialmente si tenemos en cuenta los impactos globales del agua embotellada”, añade Cristina Villanueva.

En este sentido, los resultados estiman que un cambio completo al agua del grifo aumentaría el número total de años de vida perdidos en la ciudad de Barcelona a 309 (lo que equivale aproximadamente a una media de 2 horas de esperanza de vida perdida si se repartiese por igual entre todos los residentes de Barcelona). Añadir un filtro doméstico al agua del grifo reduciría el riesgo considerablemente, rebajando el número total de años de vida perdidos a 36.

06/08/2021

EDITORIAL NOBBOT

https://www.nobbot.com/personas/el-impacto-ambiental-del-agua-embotellad...

 2 min


Soledad Morillo Belloso

Supongamos que de aquí a unos meses logramos salir de esta pandemia, tarde, pero lo logramos. Será entonces tiempo de enfrentarnos con la cruda realidad.

El nuevo presidente de Fedecámaras, paisano, se estrena. Pasados los momentos de recibir las palmadas en el hombro, y luego de quedarse a solas, imagino que le llegó el momento de angustia. Porque por mucho entusiasmo que sienta, sabe él que el panorama no es nada auspicioso, ni para el empresariado ni para el país.

Es rigurosamente cierto que el régimen puede hacer cosas para destrabar el juego. Para empezar, puede tomar decisiones menos ideológicas. Hablamos de derribar barreras que el mismo régimen creo y que hoy son su peor enemigo. Claro, muchos en su propio círculo de asesores le advierten que tenga cuidado con cambiar el discurso y la narrativa, pues al hacerlo puede empezar a parecerse a la oposición. Eso no es cierto.

Vietnam. Luego de una guerra horrorosa, el régimen impuso su ideología. Así fue durante años. Hasta que llegó el momento de entender que así no se lograba nada. Y si bien no renunciaron en ese régimen al diseño político, pues rediseñaron el modelo económico. Hoy Vietnam no es ni parecido a lo que era en tiempos de la posguerra. Y seguramente de aquí a unos años, habrá además una reforma política que permita algo que se parezca más a un sistema democrático que a ese absolutismo de un partido que todavía priva.

No sabemos qué es primero, si el huevo o la gallina. No voy a decir que Maduro es capaz de conducir el viraje que necesita dar Venezuela. De veras que me parece que le falta lo elemental: conocimientos, destrezas y liderazgo. Pero me pregunto cómo acortar el camino de la reforma que obviamente necesitamos. Si me fijo en los que hablan de esperar un revocatorio o las elecciones presidenciales en la fecha que «tocarían», bueno, entonces tengo que apuntar que de aquí a allá el deterioro del país va a ser mucho peor que el que padecemos. Bien. Entonces hay que, o acortar los lapsos, o, lograr que las reformas económicas que son urgentes se produzcan antes que los cambios políticos.

Maduro no quiere soltar el coroto. Puede ser que los acontecimientos le pinten un escenario muy complicado. No son dos conchas de ajo lo que puede ocurrir en la CPI. Y nadie me va a convencer que en Miraflores y Fuerte Tiuna no están angustiados. Lo están. Pero también saben que eso, un posible proceso en esa instancia judicial tomará tiempo. No es la escena de una película, es una película larga y de muy compleja producción, con muchos actores.

Bien. ¿Qué hacemos? ¿Nos encerramos en nuestras casas y nos plantamos? Si hacemos eso, pues morimos. De mengua.

Las elecciones del 21N me dan grima. Son un pichaque. Y no hay un solo candidato que me mueva el piso. Para completar el tedio, el CNE anuncia que habría penalización con cárcel para aquellos ciudadanos que incumplan su «deber» de actuar como miembros de mesa, en caso de haber sido seleccionados para tal función. La torpeza de ese anuncio no hay cómo adjetivarla. Han sumado así una razón más al portafolio de razones para no votar. Porque a juro, nada. Ni votar ni ser miembro de mesa. Sin embargo, aún sin haber tomado una decisión en firme, es probable que yo el 21N vote. Y espero que de aquí a ese día algo inspire a las organizaciones y los candidatos para que digan algo mínimamente interesante y espero, también, que el CNE deje de hacer amenazas estúpidas y los rectores tengan un discurso menos cursi y relamido.

No sé si habrá negociación en México. Espero que sí. Y espero que esas conversaciones no se vuelvan un torneo de quién grita más o quién construye la declaración más escatológica. Es bueno que los que están en el poder en el régimen y los que están en posiciones de liderazgo en la oposición (en los varios pedazos que hay) sepan y entiendan que están todavía a tiempo. Que si el país se termina de hundir, pues los arrastrará al hueco. Y ese hueco es un barranco infinito

1 de agosto

Guayoyo en Letras

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DW

Alrededor del 75 % de los cultivos mundiales que producen frutos y semillas para el consumo humano dependen de los polinizadores, como el cacao, el café, las almendras y las cerezas, según la ONU.

La exposición a un cóctel de agroquímicos aumenta netamente la mortalidad de las abejas, una situación subestimada por las autoridades encargadas de regular la comercialización de estos productos, según un estudio publicado en la revista científica Nature.

De acuerdo con la ONU, las abejas polinizan 71 de las 100 especies cultivadas que proporcionan el 90 % de los alimentos del mundo. En los últimos años, el colapso de las poblaciones de insectos polinizadores, muy vulnerables a los pesticidas, amenaza la producción agrícola.

Múltiples agroquímicos aumentan la mortalidad de las abejas

El estudio recoge decenas de investigaciones divulgadas durante los últimos 20 años. Se centra en las interacciones entre los agroquímicos, los parásitos y la desnutrición que afectan el comportamiento de las abejas.

Los investigadores concluyeron que es probable que el efecto combinado de diferentes pesticidas y otros productos químicos sea mayor que la suma de los efectos de cada uno.

Estas "interacciones entre múltiples agroquímicos aumentan significativamente la mortalidad de las abejas", señaló Harry Siviter, coautor del estudio, de la Universidad de Texas.

"Si no se aborda esta cuestión y se sigue exponiendo a las abejas a múltiples factores de estrés antropogénicos dentro de la agricultura, se producirá un descenso continuado de las abejas y de sus servicios de polinización, en detrimento de la salud humana y del ecosistema", concluye el estudio.

Amenazados por la agricultura intensiva

En un comentario publicado también en Nature, Adam Vanbergen, del Instituto Nacional de Investigación para la Agricultura, la Alimentación y el Medio Ambiente de Francia, afirma que los insectos polinizadores se enfrentan a las amenazas de la agricultura intensiva, incluyendo productos químicos como fungicidas y pesticidas, así como a la reducción del polen y el néctar de las flores silvestres.

El uso a escala industrial de abejas melíferas manejadas también aumenta la exposición de los polinizadores a parásitos y enfermedades.

"Los reguladores deben considerar las interacciones entre los agroquímicos y otros factores ambientales estresantes antes de autorizar su uso", dijo Siviter a la AFP.

Los resultados del estudio "muestran que el proceso regulatorio en su forma actual no protege a las abejas de las consecuencias indeseables de la exposición a múltiples niveles a los agroquímicos".

Alrededor del 75 % de los cultivos mundiales que producen frutos y semillas para el consumo humano dependen de los polinizadores, como el cacao, el café, las almendras y las cerezas, según la ONU.

En 2019, los científicos advertían ya que casi la mitad de las especies de insectos del mundo están en peligro y un tercio podría extinguirse a finales de siglo.

Una de cada seis especies de abejas se ha extinguido a nivel regional en algún lugar del mundo. Se cree que los principales impulsores de la extinción de los polinizadores son la pérdida de hábitat y el uso de pesticidas.

6 de agosto 2021

https://www.dw.com/es/la-agricultura-y-sus-pesticidas-están-matando-más-abejas-de-lo-que-pensamos/a-58785271

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