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Opinión

Carlos Raúl Hernández

Así caracterizó León Trotsky la soviética, aunque por razones diferentes. Varias revoluciones son políticas (en lengua marxista “burguesas”) y consagran libertad e instituciones pluralistas, civilizadas, representativas. Derrotan, caso de Venezuela 1958-1998, a quienes las querían “profundas”, colectivistas, y “populares”, las que llama Camus revoluciones metafísicas porque quieren cambiar la naturaleza humana, y reclaman para ello poder total.

En Rusia la revolución política derroca al Zar, y la presidencia de Kerensky da origen a una democracia representativa, pero la genialidad maligna de Lenin y la nulidad de sus adversarios la quiebran en ocho meses para dar paso a la revolución metafísica, el Estado socialista. “Pobrecito Lenin, está muy solo e iré a visitarlo” dijo Kerensky, cuando el “incomprendido” publicó las Tesis de Abril, que trazaban la estrategia del infierno triunfante. En Alemania la democracia de Weimar surgía entre escombros de la Primera Guerra Mundial, pero otro demonio genial aplastó a los idiotodemócratas.
Pero en esas estructuras construidas sobre cadáveres de políticos tontos, de repente aparece un MacDuff y sale el sol. Las revoluciones son pugnas entre bloques de poder con intereses antagónicos y sin destino prestablecido, porque lo escriben todos los días, gracias a la garra, la astucia y la capacidad política de cada uno. El asalto a la Bastilla el 14 de julio de 1789, que se asume como el inicio de la francesa, cumplió 221 años. Ese día el rey destituye al ministro Necker, muy querido por el “pueblo”, una de las pocas cabezas políticas, racionales, enemigo de las fantasías y que evitaba choques porque tenía claro que favorecían al radicalismo.
La etapa de construcción
Los jacobinos intoxicados de comunismo, Robespierre, Marat, Dantón, Hébert, Saint Just, y Desmoulins (quien es distinto), esparcen en París la noticia de la salida de Necker. Unas seiscientas personas, entre ellas soldados cesantes, van a la Bastilla a robarse 2000 barriles de pólvora. Ningún militar podía aceptar eso y el gobernador de la fortaleza, un aristócrata vulnerado por la Ilustración, decide “convencerlos” del peligro. La diferencia metodológica con Napoleón es que éste disolvía las manifestaciones a cañonazos. Y las cabezas del gobernador y sus once soldados terminan paseadas en picas por las calles.
Entre los partidos se discute como calificar semejante atrocidad radical, pero aplicó el viejo oportunismo suicida, que tanto hemos visto. Los moderados, razonaban que era un horrible crimen, pero cuestionarlo, una raya. Y apoyaron la destrucción (remember 27F y 28F en Venezuela) Pero salvo esta revuelta como la llamó Luis XVI, la etapa virtuosa, la revolución democrática había comenzado el 15 de mayo y legó la Declaración de los Derechos del Hombre (1789), la Constitución de 1791.
Nace una monarquía Constitucional y desarman el ancien régimen de castas feudales, al consagrar que todo hombre es un ciudadano igual ante la ley. Luego viene la traición, la revolución metafísica, el Terror a partir de 1793, el asesinato del rey y su mujer, –le seguirán 35.000 personas más- y a su hijo de ocho años lo encierran en un calabozo inmundo de cucarachas y ratas, donde muere dos años después, cundido de tumores y pústulas. Es la etapa en la que Robespierre, el creador del stalinismo, Saint Just y sus sicópatas del Comité de Salud Pública, controlan la correlación de fuerzas al aplastar en la Convención y luego asesinar a los girondinos.
Tumores revolucionarios
Eso gracias a maniobras del simpático Dantón, el creador del trotskismo, quien lo pagará caro. Se cumplirá que un revolucionario es alguien que se dedica a cortar cabezas y que cuando no quiere hacerlo más, se la cortan a él. Cierra el ciclo Napoleón cuando declara en 1799: “la revolución terminó”. Pero menos conocidos son los espantosos sucesos de la Vandée, el primer genocidio moderno, antes que existiera la palabra. Esa comunidad atlántica se levantó contra el régimen de horror, igual que 65 de los 80 departamentos creados por la revolución.
Por tratarse de una población muy católica, el Comité ordenó exterminio y tierra arrasada, como después harían nazis y soviéticos. Para ahorrar municiones, lanzaban al Loira, masivamente a campesinos amarrados o los hundían en barcazas. Las madres mataban a sus hijos para que no los asaran con ellas en hornos de panadería. Más de 300.000 personas asesinó el Terror Rojo, la Vandée quedó casi extinguida, genocidio misteriosamente silenciado y todavía hoy mucha gente en Francia con una idea difusa de qué pasó. Un siglo estuvo escondida El Conde de Chantelaine, novela nada menos que de Julio Verne sobe los hechos. Apenas en 1992 pudo publicarse.
Robespierre era un criminal frío, un sicópata místico, que asesina a Desmoulans y su esposa, su compañero de primaria y su comadre, aunque sabía que eran inocentes En cambio hay episodios que humanizan a Dantón y le dan un halo de simpatía histórica que retrata la película de Andrzej Vadja. Bebedor, valiente, seductor, “entrompador”, brillante, impredecible. De regreso de una misión en Bruselas, al llegar a casa se encuentre conque su mujer había muerto tres días antes. Esa noche va al cementerio, la hace desenterrar para acariciarla, llorarla, besarla y le toma una mascarilla de yeso que aún se conserva.

@CarlosRaulHer

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Michael Snyder

AL COMIENZO de El Decamerón, la colección de cuentos del siglo XIV del escritor italiano Giovanni Boccaccio, un grupo de diez jóvenes nobles —siete mujeres y tres hombres— huyen de “la mortífera peste” que barría Florencia y se abría camino hacia un banquete en el país a través de las colinas toscanas. “Usaban con gran templanza de comidas delicadísimas y óptimos vinos, huían de los excesos”, escribe Boccaccio —en inglés traducido por John Payne— sobre su despreocupado idilio de diez días, “sin permitir que nadie hablase o trajese noticias de fuera, de muerte o de enfermos, se entretenían con la música y los placeres que podían tener”. Cenaron en “mesas puestas con manteles blanquísimos y con vasos que parecían de plata”, alimentándose de acuerdo con la sabiduría médica común de la época, que sostenía que una disposición alegre era tan necesaria para mantener a raya la peste como el tipo de comida adecuado.

Boccaccio nunca describe estos festines en detalle, pero es fácil adivinar lo que sus nobles podrían haber comido: ricos banquetes de aves silvestres y ternera condimentados con pimienta, canela y nuez moscada importados a gran costo de Asia, y pan blanco, rebanado y sin corteza, el único tipo considerado adecuado para los ricos. Las verduras, consideradas humildes y poco saludables, y por lo tanto aptas para los legos, podrían haber estado ausentes de la mesa. Las dietas de la época, tanto para ricos como para pobres, se basaban en la ciencia humoral de los antiguos griegos, que sostenían que la desigualdad entre los cuatro humores del cuerpo —sangre, flema, cólera (bilis amarilla) y melancolía (bilis negra)— causaba cada tipo de dolencia. Una vez consumida, se pensaba que los alimentos se convertían en sangre y luego en carne, con el potencial de recalibrar el equilibrio humoral del cuerpo, lo que podría afectar, o incluso transformar, la constitución de una persona. Todos los alimentos poseían cualidades humorales —el hinojo era caliente y seco, el pepino era frío y mojado— y se les asignaba un lugar en una rígida jerarquía cósmica. Mientras que los campesinos comían alimentos como coles y nabos que crecían cerca del suelo, junto con panes integrales y papillas gruesas y pesadas, los aristócratas se deleitaban con aves de aire, a veces vestidas, dice Ken Albala, historiador de la Universidad del Pacífico, “en disfraces completamente caprichosos e impactantes”, teñidos con colorante, suspendidos en áspic (una invención medieval) o unidos para formar criaturas fantásticas. Esos principios subyacentes no cambiaron en el apogeo de la peste negra, que llegó a Europa alrededor de 1347, pero las recomendaciones dietéticas “se volvieron menos atrevidas”, agrega Albala, y los médicos de la época sugirieron que “los alimentos suaves no se corrompen en melancolía o alteran el sistema de ninguna manera, lo que es, casualmente, lo que las personas hacen psicológicamente en cualquier momento de estrés”. Incluso hace siglos, los tiempos de crisis indujeron un retorno a lo familiar.

DESDE MARZO, PERIÓDICOS, revistas, sitios web de estilo de vida y, por supuesto, las redes sociales se han henchido con imágenes de focaccia y pan de masa madre, frijoles y fermentos, pollos de piel brillante y asados con grasa: platos ricos y sabrosos que, para la mayor parte, Boccaccio podría haber reconocido. Tras el cambio reciente hacia la cocina basada en plantas y el auge de las tiendas de restricciones dietéticas —las ventas de productos sin gluten, por ejemplo, han crecido enormemente en la última década, mientras que en los últimos años se han visto enormes inversiones en reemplazos de carne impulsados por la tecnología— estas imágenes son sorprendentes en su aparente indiferencia hacia los dogmas de la llamada alimentación “limpia”. De hecho, en su flagrante carnalidad, los alimentos reconfortantes de la crisis del nuevo coronavirus pueden parecer prácticamente medievales, particularmente en su descuido de las tendencias de salud a favor de la comodidad.

Estos alimentos reconfortantes, según el paradigma dominante de la cultura alimentaria angloestadounidense, son casi siempre malos para nosotros, bálsamos para el alma pero nunca lo que el cuerpo necesita, al menos no nutricionalmente. Pero hay una paradoja en esto: en la Europa medieval, como en muchas de las culturas alimentarias del mundo hoy, la comodidad y la salud eran inseparables; el placer y la familiaridad se encontraban entre las guías para mantener el equilibrio del cuerpo, una noción que persistió en el pensamiento popular incluso cuando la ciencia médica se transformó a lo largo de los siglos.

Cuando los invasores españoles trajeron un brote catastrófico de viruela y sarampión a las Américas en el siglo XVI, por ejemplo, algunos colonizadores atribuyeron la crisis insondable que se produjo no a la enfermedad, sino a las mismas carnes y vinos desconocidos introducidos desde Europa que afirmaron “civilizarían” a las poblaciones nativas (las muertes entre los suyos, mientras tanto, se atribuyeron a ingredientes locales como el maíz y los chiles). Para los españoles, comer alimentos desconocidos podría transformarte o matarte. A fines del siglo XVIII, la idea de la Ilustración de que todos los cuerpos —o al menos todos los cuerpos masculinos blancos— eran fundamentalmente los mismos, hizo que la medicina humoral pareciera en gran medida obsoleta, pero, fuera de una pequeña élite médica, la comida seguía siendo una herramienta principal para tratar enfermedades. En el sur estadounidense antes de la Guerra de Secesión, dice Carolyn Roberts, una historiadora de Yale centrada en la medicina y el comercio de esclavos, los sanadores negros esclavizados siguieron siendo la primera línea de defensa contra las enfermedades de sus comunidades, al combinar el conocimiento médico con productos botánicos locales para mezclar las tradiciones curativas de África y las Américas, incluso después de que los hospitales se volvieron más comunes. En su An Account of the Bilious Remitting Yellow Fever, as it Appeared in the City of Philadelphia, in the Year 1793, el médico Benjamin Rush, un defensor de la medicina moderna, sin embargo prescribe “limonada, tamarindo, gelatina y agua de manzana cruda, tostada y agua… y té de manzanilla”, junto con tratamientos a base de mercurio, durante las primeras etapas de la enfermedad y, a medida que avanzaba la curación, un menú de “caldos ricos, la carne de aves de corral, ostras, cereales espesos, papilla y leche con chocolate”. Las dietas recomendadas durante la pandemia de gripe de 1918 fueron prácticamente idénticas, incluyendo caldos de carne y jugos cítricos para evitar la fiebre y la avena, sopa de papas, natillas y tostadas a medida que el paciente se recuperaba. Incluso el dicho popular de “alimentar un resfriado, matar de hambre una fiebre” contiene vestigios de esa sensibilidad humoral.

Pero lo que sí cambió fue la forma en que muchos europeos y americanos se relacionaron con sus cuerpos fuera de la enfermedad. Los mismos ideales de la Ilustración que produjeron revoluciones políticas, y, por otro lado, justificaron el colonialismo sobre la base de la superioridad europea como un supuesto imperativo biológico, más tarde replicaron cómo cenaba la aristocracia: comidas completas, donde cada comensal comía la misma cosa al mismo tiempo, reemplazaron los grandes banquetes, donde todos elegían la comida que mejor se adaptaba a su constitución. Más tarde, en el siglo XIX, los avances de la química y el descubrimiento de los gérmenes como vectores de enfermedades convirtió a los humanos en aglomeraciones de grasa y proteínas. “Ya no tenías derecho a tener opiniones sobre lo que tu cuerpo necesitaba: lo que se requiere es un hecho científico”, dijo Rebecca Earle, historiadora de alimentos en la Universidad de Warwick. “Y tu apetito es solo un problema en lo que respecta a la ciencia nutricional”.

Esa misma actitud autoritaria persistió en el siglo XX en forma de la cultura de la dieta, que todavía trata el tener el cuerpo “equivocado” como un signo de enfermedad moral. En los primeros días de la epidemia de VIH/sida, el ala asimilacionista de la comunidad gay se basó en una filosofía similar, recuerda el escritor de alimentos radicado en Oakland John Birdsall, y el argumento era que si comes bien, eso evitará la infección. El hedonismo, insistía la cultura en general, había llevado esta plaga a los homosexuales; la austeridad, en forma de dietas macrobióticas sin grasa y el naciente vegetarianismo estadounidense, podría evitarlo.

Al mismo tiempo, el lado más radical del movimiento queer insistía en que el poder gustativo podía salvar los cuerpos queer, al igual que reclamar el derecho al placer sexual había salvado sus almas. En su columna de cocina de la década de 1990, “¡Engorda, no te mueras!”, publicada durante casi una década en la revista de humor negro de San Francisco Diseased Pariah News, el activista Beowulf Thorne, que escribía bajo el pseudónimo de Biffy Mae, prescribía comidas de cereales con crema, budines de pan de jengibre y curry tailandés con el mismo entusiasmo que Rush reservaba para los caldos de carne y el té diluido. Como escribió Jonathan Kauffman en su reciente artículo para Hazlitt, Thorne “se burló de los suplementos nutricionales comercializados para las personas con sida, y se inclinó hacia la mezcla para hornear Bisquick, sus gustos alternadamente cosmopolitas o de plano reconfortantes”.

“ALTERNADAMENTE COSMOPOLITAS Y de plano reconfortantes” encapsula más o menos el núcleo de la cocina casera de la cuarentena actual. Los alimentos que han llegado a dominar las redes sociales —desde la lasaña hasta el congee, omelet tamil con curry hasta los huevos rancheros, los panqueques de masa madre al kimchi jjigae (con kimchi casero, por supuesto)— combinan los limitados ingredientes que están disponibles en las tiendas con el único producto que aún tiene amplia oferta: el tiempo. Birdsall, después de algunas semanas de comidas elaboradas, ha vuelto en los últimos meses a la economía y la simplicidad, imbuyendo sus cenas básicas de verduras cocidas y hamburguesas perfectamente selladas con una atención monástica al detalle que, dice, “crea un halo alrededor de estos ingredientes limitados”. Sandor Ellix Katz, cuyos libros Wild Fermentation (2003) y The Art of Fermentation (2012) ayudaron a impulsar el renacimiento de la fermentación de los últimos 15 años —y quien llegó a la fermentación a inicios de la década de 1990— dice que sus clases de masa madre en línea ahora atraen hasta mil estudiantes cada sesión. En este momento de enfermedad e incertidumbre, la fabricación de alimentos artesanales que muchas personas habrían dejado previamente a los profesionales —comprar su pan en la panadería, sus encurtidos en una tienda de delicatessen, su kimchi en un supermercado coreano— han reemplazado al fitness como un signo aspiracional de cuidado. El placer corporal se ha convertido una vez más en una señal, si no de salud física, al menos de salud mental, tan fundamental para sobrevivir a esta plaga como lo fue para sobrevivir a la peste negra.

Pero mientras que la cocina ha traído comodidad y significado a incontables hogares, también ha resaltado las marcadas disparidades mundiales. Un estudio reciente de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Michigan descubrió que el 44 por ciento de los 1500 hogares estadounidenses de bajos ingresos encuestados a fines de marzo ya estaban experimentando inseguridad alimentaria. En México, donde un presidente nominalmente izquierdista ha sugerido que comer alimentos saludables en lugar de comida chatarra podría prevenir el contagio, decenas de comerciantes han muerto en la Central de Abasto, el mercado de productos más grande de América Latina. En India, millones mueren de hambre mientras huyen de las ciudades a las aldeas, incluso mientras el gobierno almacena cantidades sin precedentes de granos. Al igual que las pandemias anteriores, la COVID-19 ha matado a los pobres más rápido y en mayor número. Si los alimentos que anhelamos y cocinamos han llegado a parecerse a un festín medieval, tal vez sea porque nuestra sociedad siempre ha sido medieval.

Aún así, la peste bubónica, a pesar de todo su horror, no fue un apocalipsis, y la Edad Media de Europa no fue en realidad un momento de oscuridad o estancamiento. Las trágicas muertes de decenas de millones en Europa generaron una escasez de mano de obra que, en el transcurso de más de un siglo, permitió a la clase laboral exigir salarios más altos, acumular una modesta riqueza familiar e, incluso, cambiar sus dietas, incorporando la carne que antes había sido accesible solo a la aristocracia. El siglo XV anunció la proliferación de los primeros libros de cocina publicados en Europa, ya que las personas de rango medio buscaban emular la cocina de la aristocracia, completa con especias —como el clavo de olor, galangal y la pimienta larga— que antes estaban fuera de su alcance. Las innovaciones a menudo asociadas con el Renacimiento surgieron de revoluciones en política, educación, arte y filosofía puestas en marcha siglos antes, a menudo inspiradas y alimentadas por los mismos intercambios comerciales y culturales que facilitaron la propagación de la enfermedad en primer lugar.

La pandemia de nuestra generación ha llegado con una revolución propia, una que se ha extendido incluso más rápido que el virus. Los llamados a la justicia y el cambio político reemplazaron las imágenes amorosas de panes de masa madre, fideos dan relucientes con aceite de chile y cuencos de khichdi manchados de cúrcuma, los potajes de arroz y lentejas servidos en innumerables variaciones en todo el sur de Asia como un alimento reconfortante icónico y, en tiempos de enfermedad, un tónico. En los últimos dos meses, hemos sido testigos del derrumbe de los bastiones de la cultura de la comida blanca junto con monumentos que conmemoran una vergonzosa historia de racismo y colonización, un movimiento —liderado por personas de color— que exige, una vez más, el tipo de igualdad política que la Ilustración no pudo ofrecer. También parece requerir un retorno a una comprensión mucho más antigua de nuestros cuerpos como fluidos y cambiantes, cada uno con su propia forma de curación, su propio tipo de comodidad individual. Restringidos como estaban por clase y acceso, tal vez los alimentos que se desplegaron en Instagram durante todos esos meses fueron una visión de una cultura alimentaria que coincide con una nueva sociedad, una que no se basa en la abnegación o la apropiación o en nociones fáciles de unidad sino, en cambio, como un banquete medieval refractado a través de la comodidad y el cosmopolitismo propuestos por Thorne: una mesa interminable, un botín fantástico, con espacio para todo tipo de cuerpo y todo tipo de deseo.

23 de julio 2020

New York Times

https://www.nytimes.com/es/2020/07/23/t-magazine/comida-pandemia.html

 11 min


Pablo Ximénez de Sandoval

Joe Biden estaba fuera de la competición electoral en la noche del 22 de febrero. A los 77 años, su carrera política había terminado para la prensa aquel día cuando, después de haber perdido en las primarias de Iowa y las de New Hampshire, quedó segundo a 26 puntos de Bernie Sanders en Nevada. Subió al escenario, puso su sonrisa más profesional y dijo a sus seguidores: “Mirad, la prensa siempre se lanza a dar por muerta a la gente demasiado deprisa. ¡Pero estamos vivos, estamos remontando y vamos a ganar!”. Una semana después arrasó en Carolina del Sur. El supermartes 3 de marzo, todos los moderados del partido demócrata se unieron en torno a él y le convirtieron en un candidato inalcanzable.

Este fin de semana marca la cuenta atrás de 100 días para las elecciones presidenciales del 3 de noviembre en Estados Unidos. Biden es el candidato in pectore del Partido Demócrata. Está pactando su agenda con Sanders para no dejar atrás ni un solo voto progresista. Pero, además, parece estar ampliando esa base a prácticamente todos los grupos demográficos, en todos los Estados clave. Desde hace un mes, Biden está por delante del presidente Donald Trump en todas las encuestas de nivel nacional. Esta es la radiografía de la campaña cuando faltan 14 semanas para unas elecciones cruciales:

Media de 8,8 puntos de ventaja

Desde el 26 de junio se han publicado 15 encuestas sobre las preferencias a nivel nacional en Estados Unidos, según el recuento que sigue el portal RealClearPolitics. Biden está por delante en todas. La media es una ventaja de 8,8 puntos. La más ajustada le da 2 puntos y la más generosa, 15 puntos (52 a 37). Las encuestas nacionales no son muy útiles para predecir la victoria en un país tan grande y con un sistema político tan fragmentado, como se vio en 2016, cuando ganó Donald Trump frente a Hillary Clinton. Pero sí sirven para captar el tono general de la simpatía del país por uno u otro candidato a la Casa Blanca. En este momento, la cuestión es cuánta ventaja tiene Joe Biden, pero no está en discusión que va por delante.

Por delante en todos los Estados clave

El 3 de noviembre no se celebran unas elecciones presidenciales, se celebran 50, una en cada Estado y cada una con idiosincrasias y demografías distintas. La elección depende de un puñado de Estados medianos, que son los que pueden caer de un lado u otro. Todos los análisis coinciden en que los que cuentan ahora son Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Carolina del Norte, Arizona y Florida. Los cuatro primeros los ganó Trump por sorpresa hace algo más de tres años y medio, algunos por estrechísimo margen. Arizona y Florida son una moneda al aire. Según las encuestas del último mes, Biden está en este momento dulce para su campaña, por delante en todos los Estados clave.

El apoyo de Biden es más diverso

El razonamiento detrás de elegir a Joe Biden como candidato demócrata era que pudiera conectar con todos los grupos demográficos y socioeconómicos del país, algo que no podían garantizar otros candidatos del partido. Las encuestas coinciden en darle ventaja en casi todos los grupos analizados. La encuesta de NBC/WSJ del pasado día 15, por ejemplo, concluía que el exvicepresidente gana a Trump ampliamente entre los negros (80 a 6), latinos (67 a 22), votantes de 18 a 34 años (62 a 23), mujeres (58 a 35) y votantes blancos con estudios universitarios (53 a 38). Trump tiene ventaja entre el total de encuestados blancos (49 a 42) y el total de hombres (45 a 43). El único grupo en el que parece tener amplio predicamento es el de los blancos sin estudios universitarios (57 a 35).

Temas clave: economía, raza, sanidad

Cuando empezó esta campaña, condicionada ahora por la pandemia de coronavirus, las encuestas preguntaban por la economía. En la pregunta de quién es mejor para gestionarla, Trump aún aparece por delante de Biden en algunas encuestas, pero el margen se está cerrando según avanza el parón económico de la emergencia sanitaria. En todos los demás temas, Biden inspira más confianza. Por ejemplo, una encuesta de la Universidad Quinnipac (Connecticut) el pasado día 15 revelaba que los consultados confían más en el demócrata que en Trump para gestionar una crisis económica (57 a 38), para gestionar la sanidad (58 a 35), para combatir la pandemia de covid-19 (59 a 35) y para dar respuesta a las desigualdades raciales en el país (62 a 30). Las cifras son consistentes en casi todas las encuestas.

Empatía del candidato

Donald Trump no despertaba especial simpatía en 2016. Estos últimos años al frente de la Casa Blanca no han mejorado esa imagen. En el capítulo de las cualidades personales, el candidato Biden está por delante del mandatario en cualquier variable. Las encuestas revelan que Biden tiene más apoyo demócrata que Trump republicano. Pero, además, los que se califican como independientes también prefieren a Biden. El demócrata gana en todas las cualidades que se esperan de un candidato a dirigir la superpotencia. Por ejemplo, la encuesta de ABC/Washington Post del pasado día 19 preguntaba: quién es más honesto y fiable; entiende mejor los problemas de gente como usted; tiene mejor personalidad y temperamento para la presidencia; quién tiene una mejor idea de lo que debe representar EE UU; quién representa mejor sus valores personales; quién es más probable que una a los americanos en vez de dividirlos. Biden gana en todas. Trump solo empata (45 a 45) en la pregunta de quién es un líder más fuerte.

Fortaleza en las finanzas de la campaña

La campaña de Biden era raquítica en las primarias demócratas comparada con el tirón recaudatorio de Trump en los últimos años, en los que nunca ha dejado de reunir dinero. Eso ya no es así. Biden tenía 88 millones de dólares en marzo y ahora tiene 279 millones de dólares. Trump ha recaudado 342 millones de dólares. La brecha del dinero se está cerrando. En junio, la campaña de Biden recaudó 63 millones de dólares por 55 la del republicano. En cuanto al dinero disponible en caja, el último informe de la Comisión de Finanzas Electorales (FEC), el pasado 22 de julio, revela que llegan a agosto casi empatados (113 millones Trump y 109 Biden). A esto hay que sumar el dinero recaudado por los partidos y por los grupos de grandes donantes anónimos. Biden ha sumado ya casi tanto dinero como Hillary Clinton a estas alturas en la carrera de 2016. Trump, en el doble de tiempo, está a punto de alcanzar las cifras de Obama en 2012.

25 de julio 2020

El País

https://elpais.com/internacional/2020-07-25/el-despegue-de-joe-biden-a-1...

 5 min


Mariza Bafile

La imagen de las 100 tumbas que activistas de la Ong Rio de Paz cavaron en la playa de Copacabana para recordar a las víctimas del coronavirus en Brasil muestra, sin necesidad de muchas palabras, la dolorosa realidad que vive ese país desde que apareció el Covid-19 en el mundo.

Brasil y Estados Unidos son las naciones con el más alto número de contagios y de muertos por coronavirus. En Venezuela y Nicaragua, la pandemia está mostrando en toda su crudeza el desastre económico y democrático que ambos países viven desde que en ellos se instalaron los gobiernos de Nicolás Maduro y Daniel Ortega respectivamente. Desastres que hoy más que nunca golpean a una población probada por años de privaciones y violencias. En otras naciones, salen a relucir las limitaciones de un sistema de salud pública demasiadas veces abandonado a su proprio destino, en aras de la sanidad privada.

En Brasil y Estados Unidos los respectivos presidentes, lejos de rodearse de médicos y científicos que los ayuden a tomar decisiones sensatas con el fin de salvaguardar la vida y salud de sus ciudadanos, han procedido a denigrar los consejos de los investigadores y a subestimar el peligro que representa la pandemia.

Con una actitud que nos recuerda a los machos de barrio, se han paseado entre la gente sin mascarillas, transformándolas en un símbolo de la oposición, han organizados reuniones y mítines que aglomeraron a miles de personas, se encomendaron a visionarios laicos y a evangélicos exaltados elogiando los efectos de la cloroquina y de los rezos. Inútil el esfuerzo de muchos gobernadores quienes han intentado y siguen intentando frenar los efectos mortales de la pandemia.

Resultado: la curva de los contagios y de los muertos va en aumento en ambos países. Hablamos de más de tres millones y medio de enfermos y casi 180 mil muertos en Estados Unidos y de casi dos millones de contagiados y más de 75 mil muertos en Brasil. Cifras que aumentan hora tras hora.

En estos días Trump, quien no deja que nadie se le acerque sin antes demostrar que no es positivo al virus, apareció por primera vez en público con una mascarilla y Bolsonaro se ha infectado y está en cuarentena. Una cuarentena de lujo en su hermosa casa y contando con la atención de los mejores médicos. Una cuarentena muy diferente de la que está sometida su gente.

Tanto en Estados Unidos como en Brasil la mayoría de los enfermos y de los muertos son las personas más humildes. En Estados Unidos son sobre todo afroamericanos y latinos mientras que en Brasil el virus arrasa en las favelas y sobre todo entre los indígenas de Amazonia.

Cuando todo empezó Bolsonaro, incapaz de empatía alguna con el dolor ajeno, dijo que lo sentía pero que antes o después todos vamos a morir. Su actitud irresponsable e irrespetuosa hacia la ciencia obligó a dos ministros de Salud a dimitir. Su respuesta fue la de poner ese ministerio tan importante en estos momentos, en manos de los militares, con resultados aun más catastróficos ya que la mayoría de ellos no entiende nada de medicina.

Con la presencia de los militares en el Ministerio de Salud no solamente se ha dejado de tomar las medidas adecuadas para frenar el contagio por coronavirus, sino que se han paralizado todos los planes para enfrentar otras enfermedades igualmente graves como por ejemplo diabetes o dengue.

Por su parte el Presidente Trump y sus acólitos se están dedicando a desacreditar a Antony Fauci, reconocido epidemiólogo quien ha trabajado con presidentes demócratas y republicanos mostrando rectitud y seriedad científica. Su única culpa ha sido la de decir la verdad y por ende contradecir las palabras del Jefe de Estado.

Es realmente desolador el panorama que presentan estos y otros países que son liderados por mandatarios incapaces de velar por la salud y las vidas de sus ciudadanos.

Miles y miles de personas, con políticas diferentes, hoy estarían todavía entre nosotros. Y muchas otras no estarían lidiando con las consecuencias que deja el virus, aun después de haber superado la enfermedad, sobre todo si la enfrentan en situaciones de precariedad absoluta como pasa en Venezuela.

Cuando alguien comete un crimen, sobre todo cuando ese crimen conlleva a la muerte de la víctima, interviene la justicia y lo más probable es que esa persona termine su vida en una cárcel.

Sin embargo, cada día asistimos a crímenes masivos cuyos culpables son los malos gobiernos.

Vemos la imagen de las cien tumbas en la playa de Copacabana, otrora símbolo de alegría. Cien tumbas que representan solo una ínfima parte de las que se cavaron para enterrar a los muertos de las últimas semanas.

Vemos el sufrimiento de quien vive en condiciones de pobreza extrema a causa de años de mal gobierno, de quien sigue en una cárcel por los caprichos dictatoriales de sus gobernantes, de quien está lidiando con las enfermedades en sistemas de salud colapsados. Vemos la lucha constante de los sanitarios y los científicos que no descansan para salvar vidas.

Vemos todo eso y sabemos que lo peor que puede pasarle a quien está causando tanto daño es… perder unas elecciones.

20 de julio 2020

@MBAFILE

ViceVersa

https://www.viceversa-mag.com/crimenes-de-estado/?goal=0_fd015c953e-a37e...

 4 min


Paula Rösler

Ya sea como una instantánea o como una puesta en escena precisa, Internet está llena de imágenes de comida. De manera que si las generaciones futuras quieren saber de qué nos hemos estado alimentando en el siglo XXI, las fuentes son abundantes: #foodporn.

Pero hace siglos, los artistas representaban alimentos en pinturas. Por ejemplo, el cuadro "Puesto de frutas" (imagen de portada) del pintor flamenco Frans Snyders (1579 - 1657) muestra una abundancia de frutos. En este se puede ver manzanas, uvas, melocotones, alcachofas, pero también una mitad de melón de aspecto inusual con interior blanco.

Cuando la historia se encuentra con la biología

La obra se encuentra en el mundialmente famoso Museo de Arte Hermitage en San Petersburgo, Rusia, donde atrajo la atención de dos investigadores académicos. "Así deben haber sido las sandías en aquel entonces", especuló el historiador de arte David Vergauwen al mirar la pintura. Su colega Ive De Smet, profesor de biología molecular, reaccionó con escepticismo y replicó que tal vez Frans Snyders simplemente no era un pintor particularmente bueno. Pero, según Vergauwen, Snyders fue uno de los mejores artistas del siglo XVII.

Es así como despertó la curiosidad de ambos científicos: "Estuvimos de acuerdo en que ha habido docenas de variedades de frutas y verduras con interesantes historias de desarrollo que no conocemos en detalle", explica Vergauwen. Decidieron combinar sus diferentes campos de investigación, biología e historia del arte, para rastrear la evolución de los vegetales, desde sus inicios hasta las variedades modernas.

¿Plátanos silvestres con semillas? No, gracias.

Pues muchos de los alimentos de origen vegetal que tenemos en nuestras cocinas solían tener un aspecto completamente diferente. Sus antepasados silvestres fueron domesticados, cultivados y adaptados a nuestro gusto. Se cultivaron variedades más grandes o plantas que dan más frutos. Pero también las características indeseables desaparecieron con el tiempo. El plátano silvestre con sus semillas del tamaño de una avellana, por ejemplo, ya no se puede encontrar en el supermercado.

El dúo de investigación espera que el enfoque interdisciplinario les dé una idea concreta de cómo habrían sido las variedades de frutas y verduras silvestres y cómo podrían haber evolucionado. Aunque los rastros de ADN pueden ser muy útiles en la investigación evolutiva, no muestran una imagen clara.

"Es posible que tengamos parte del código genético para ciertas plantas antiguas, pero a menudo no tenemos especies bien conservadas", explica De Smet, que trabaja en el Instituto de Biotecnología en Gante, Bélgica.

En el "Jardín de las Delicias" de Hieronymus Bosch, las fresas son a veces tan grandes como las personas

Aquí es donde la historia del arte entra en juego, porque a lo largo de los siglos numerosos artistas han representado alimentos vegetales, a menudo con gran detalle. Con la ayuda de obras de arte, los científicos ya han podido conocer la domesticación y los colores de las zanahorias, la producción del trigo moderno, el cultivo de las fresas o el origen de la sandía, según la revista Trends in Plant Science.

Pero el método también tiene sus dificultades. Por supuesto, surge la pregunta de cuán fiables son las imágenes antiguas, dice Vergauwen. "Si, por ejemplo, investigáramos el fenotipo de las frutas a principios del siglo XX usando el "Jarra y Frutero" de Pablo Picasso (1931) como ejemplo, probablemente sacaríamos conclusiones erróneas". Y hasta los viejos maestros del arte podrían generar confusión. Aunque la obra de Hieronymus Bosch "Garden of Earthly Delights" (1503-1515) representaba correctamente la fresa en su forma y color, el tamaño era claramente desproporcionado.

Vergauwen explica que es tarea de los historiadores de arte mostrar qué artistas son confiables y por qué: "Si un artista pintó un edificio que todavía está en pie, o un instrumento musical que todavía existe, es probable que haya hecho lo mismo con los alimentos perecederos".

Con el fin de crear una extensa base de datos de obras de arte de frutas y verduras, Vergauwen y De Smet esperan ahora la ayuda de los museos y amantes de arte de todo el mundo. "Es fácil para nosotros ir a las colecciones europeas como el Louvre en París, pero hay museos en Asia o en América Central y del Sur que podrían enseñarnos mucho", comentan.

Y así, los dos investigadores también aprovechan la dinámica de Internet. Con el hashtag#ArtGenetics, están llamando a la gente a marcar imágenes de obras de arte de todo el mundo que representan alimentos vegetales.

21.07.2020

DW

https://www.dw.com/es/evolución-cuando-pinturas-antiguas-ayudan-en-la-investigación-de-alimentos/a-54255391

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Los derechos humanos y el derecho humanitario internacional tienen un solo propósito: proteger al ser humano. A esta conclusión arriba Acceso a la Justicia en su informe La necesaria vinculación entre el derecho de los derechos humanos y el derecho humanitario internacional, recientemente publicado por la organización.

En el reporte, la organización de derechos humanos advierte que:

«a pesar de ser de uso común en el lenguaje cotidiano, y sobre todo en el político, la dignidad humana se ha convertido en la referencia obligada tanto a la hora de condenar conductas violatorias de derechos humanos, como para justificar el reconocimiento de nuevos derechos, lo cierto es que casi nunca se hace referencia a sus elementos conceptuales».

Tras recordar que desde la antigüedad se habla de la «dignidad humana», en el estudio se afirma que no sería sino hasta que el filósofo alemán Immanuel Kant afirmara que «Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio», que se comenzaría definir el concepto que utilizamos en la actualidad.

Sin embargo, a lo largo del siglo XIX el término fue ignorado por los legisladores y solo comenzó a utilizarse «por primera vez en el siglo XX en la Carta de las Naciones Unidas en 1945 (y siempre bajo la sombra de la barbarie de la Segunda Guerra Mundial)», recordó Acceso a la Justicia, quien agregó que en el preámbulo del instrumento internacional se reafirma la fe «en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana», términos que posteriormente figurarían en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en cuyo artículo 1 se afirma: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos».

Paso a paso

Como en el caso del derecho de los derechos humanos o del humanitario internacional, el concepto de dignidad humana continuó evolucionando. Así, hace solo un parte de años los tribunales constitucionales europeos pusieron su atención sobre el asunto. «La dignidad es un valor espiritual y moral inherente a la persona, que se manifiesta en la autodeterminación consciente y responsable de la propia vida y que lleva consigo la pretensión al respeto por parte de los demás», se recuerda en el informe que declaró el tribunal constitucional español.

En el reporte se sostiene que pronunciamientos como el anterior permitieron la vinculación entre el derecho de los derechos humanos y el derecho humanitario, a pesar de que en los convenios de Ginebra, los cuales son posteriores a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, la expresión dignidad humana no se invoca, sino que se hace referencia a la «dignidad personal» en un contexto diferente. Sin embargo, en el documento se considera:

«innegable que intrínsecamente el concepto de dignidad humana está presente en el derecho internacional humanitario, uno de cuyos fines es precisamente evitar que en los conflictos armados se instrumentalice a las personas con fines bélicos y así lo ha dicho la Sala de Primera Instancia del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia, en el caso Anto Furundžija, donde hizo hincapié en que el principio general del respeto por la dignidad humana era la ‘base fundamental’ de las normas de derechos humanos y del derecho internacional humanitario».

El propio Alto Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas también ha confirmado que la protección del hombre es el nexo que interrelaciona a las dos ramas del derecho internacional, al señalar:

«las normas internacionales de derechos humanos y el derecho internacional humanitario comparten el objetivo común de respetar la dignidad y humanidad de todos. A lo largo de los años, la Asamblea General, la Comisión de Derechos Humanos y, más recientemente, el Consejo de Derechos Humanos han considerado que, en las situaciones de conflicto armado, las partes en el conflicto tienen obligaciones jurídicamente vinculantes en relación con los derechos de las personas afectadas por el conflicto».

Por último, se afirma que el concepto de dignidad humana no solo ha servido como base para una fundamentación y evolución de los derechos humanos, sino que también ha tenido efectos en la legitimación del Estado de Derecho, e incluso de los propios estados, al punto que:

«aunque existen campos en los que se necesita consolidar su condición ductora, su transversalidad en las diferentes ramas jurídicas vinculadas a la protección de la persona humana y en la concepción misma de los estados democráticos, sin duda , la hace imprescindible».

¿Y a ti venezolano, cómo te afecta?

La crisis política, social y económica que vive el país ha puesto de manifiesto la importancia de los derechos humanos y del derecho humanitario internacional, conceptos que hace un par de décadas eran considerados como algo abstracto para la mayoría de los venezolanos. Sin embargo, gracias a la labor de denuncia, educación y vigilancia que realizan organizaciones civiles como Acceso a la Justicia, esto ha cambiado.

Hoy más que nunca está vigente hablar y escribir sobre la dignidad humana, y sobre todo denunciar todas las conductas que cotidianamente la niegan, pues tales acciones más que anularla hacen su reivindicación más necesaria.

22 de julio 2020

https://www.accesoalajusticia.org/el-ser-humano-es-la-razon-de-ser-de-lo...

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Corina Yoris-Villasana

Unas semanas antes del enclaustramiento al que hemos estado sometidos durante más de cuatro meses, en una reunión social se conversaba sobre viajes y bellezas de distintos países. Alguien me preguntó cuál era el país que me había impactado más por su belleza y otros aspectos culturales. Dudé por un momento, y, al responder, comenté que cada país tiene su belleza y encanto peculiar, pero que Rusia me había dejado una profunda huella. No solo los paisajes naturales, sino las manifestaciones culturales. No pude seguir hablando, porque la persona que me preguntaba saltó indignada. “¿Rusia? ¿Qué de bello puede tener Rusia?”. Le quise hablar de las hermosas cúpulas del Kremlin y fue peor. Opté por no seguir hablando con aquella persona, pues ante tanta incultura no conseguía que entendiera ni media palabra. ¿Ballet en Rusia? ¿Literatura? ¿Museos?

Días después, en una merienda, donde había gente joven, una muchacha me preguntó que cómo podía yo decir que en Rusia había ballet. Le pregunté si ella alguna vez había ido a ver El cascanueces o El lago de los cisnes y me contestó: ¡Claro que sí, pero ¿qué tiene que ver con Rusia?!

No me sorprendió tanto como en el caso de semanas anteriores. Ya el primer impacto me había hecho buscar de nuevo un viejo y amado libro al que siempre vuelvo: La rebelión de las masas de José Ortega y Gasset. Repito una de sus famosas frases que es citada a cada rato: “El hombre-masa (…) sintiéndose vulgar, proclama el derecho a la vulgaridad y se niega a reconocer instancias superiores a él”. Ese hombre-masa orteguiano no oye, es sordo, no necesita nada, ya todo lo tiene en sí mismo. “El triunfo de la vulgaridad a manos de este hombre-masa que la hace constar, la sitúa por encima de todo. Es casi como si no respondiese a razones; posee todos los poderes”. Para decirlo en criollo, se paga y se da el vuelto.

Y así ha ido conformándose una sociedad inculta, mediocre. Una sociedad llena de “especialistas” en todo y donde reina la vulgaridad.

Los ejemplos citados ut supra dan fe de lo descrito. La señora que horrorizada, porque “Rusia no podía albergar belleza” alguna, va repitiendo esa frase y diciendo de quien sí la ve que es “una redomada comunista”. Pero ella ignora que en San Petersburgo está uno de los museos más hermosos del mundo: Le musée de l’Ermitage.

Este sublime museo nace de la colección de 225 cuadros de pintura holandesa y flamenca que la emperatriz Catalina, la Grande, en el año 1764, compró a Johann Ernest Gotzkowski. Decoró el Palacio de Invierno, su residencia, con los cuadros e inició una de las mayores pinacotecas y museos de antigüedades del mundo.

Cuando usted entra al museo y sube la formidable escalera principal, queda extasiado ante los dos niveles de ventanas; las columnas son de mármol de color natural y el ornamento del piso está compuesto con variedades de madera de color, reflejándose en el dibujo cincelado en bronce del cielo raso metálico. Hay tanta belleza que no me alcanza este artículo para describir lo que se consigue visitar en las horas que le dediqué al museo. No quería salir de él. Sin embargo, no dar una vuelta por la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada o Iglesia de la Resurrección de Cristo es no conocer San Petersburgo. La construcción de la iglesia se inició en 1883, durante el reinado de Alejandro III; fue dedicada a la memoria del zar Alejandro II, asesinado en ese mismo lugar dos años antes. Describir esta iglesia es imposible; las cinco cúpulas centrales son únicas, irrepetibles; enchapadas en cobre y esmalte de diferentes colores, con cierto parecido a las de la San Basilio en Moscú. Las cúpulas más pequeñas, en forma de cebolla sobre los ábsides y la cúpula del campanario, son doradas.

Yo podría seguir describiendo a San Petersburgo, pues visité cada centímetro cuadrado que pude. Pero me quiero referir a la segunda persona que no sabía que en Rusia había ballet. ¿Cómo puede ignorarse a Chaikovski? Es autor de algunas de las obras de música clásica más célebres del mundo, como los ballets. Estamos hablando, nada más y nada menos que de El lago de los cisnes, La bella durmiente, El cascanueces, la Obertura 1812, la Obertura-fantasía Romeo y Julieta, y podemos seguir enumerando.

A lo mejor estas personas habrán oído algo sobre Anastasia, pero si decimos Anastasia Nikoláyevna Románova, no tendrán idea de quién se habla. La historia de los zares, el asesinato de la familia Romanov parece que es solo tema de las “derechas ultraconservadoras” y enemigas de las clases desposeídas del pueblo depauperado y pisoteado por los zares. Así he pasado de ser ““una redomada comunista” a ser una “ultraconservadora derechista”. Sin distingo, ni reproches. No importa, hay que etiquetar a las personas que no piensan como la masa y someterlas al escarnio usando cualquier epíteto. Pero, me falta todavía.

Hablar sobre Dostoievski, Tolstoi, Pushkin, Chéjov, Gorki, Pasternak o Bulgákov hace que entres en la categoría de “hijita de papá” que pudo leer esos clásicos. Decir que el Kremlin de Moscú no es solo el edificio del gobierno, sino que está formado por catedrales, hermosas cúpulas, jardines y pasear por la Plaza de las Catedrales, “corazón del kremlin”, me convierte en una desquiciada que necesita ayuda emocional.

Visitar el noroeste de Moscú, donde se encuentra un conjunto de poblaciones con monasterios, iglesias, catedrales y kremlins, que recogen mil años de historia de la ortodoxa rusa, hace que me condenen a la hoguera.

Esta cultura de masas ha sido y es una de las plagas del universo. Todo el poderío que pudiera tener la inteligencia se ha ido sustituyendo por una masificación construida sobre la base de lo popular y lo fácilmente accesible. Hoy, se han fabricado más personajes célebres que crean matrices de opinión desde los lugares más insólitos y cuya influencia es mayor que cualquier ateneo de doctos. Opinan desde su ignorancia como si fueran sabios. Los nuevos filisteos se han apoderado del mundo.

@yorisvillasana

21 de julio 2020

El Nacional

https://www.elnacional.com/opinion/los-nuevos-filisteos-se-han-apoderado...

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