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Opinión

Fernando Mires

Más allá de lo que diga o haga Donald Trump, el presidente electo de los EE. UU ya tiene un nombre. Se llama Joe Biden. Para que deje de ser así, debería ocurrir un milagro o una monstruosidad. Como este artículo no se ocupa de lo uno ni de lo otro me referiré a las razones que explican el eventual triunfo de Biden, al fracaso electoral del populismo trumpista (o trumpiano, da igual) y a las alternativas nacionales e internacionales que se abren con la posibilidad de un “nuevo comienzo” norteamericano.

Pero antes que nada hay que decirlo: El triunfo de Biden es explicable solo en parte por la personalidad y el programa de su candidatura. Incluso podría afirmarse que lo más decisivo no ha sido el triunfo de Biden sino la derrota de Trump.

¿Acaso no es lo mismo? No, no es lo mismo: quienes votaron por Trump votaron a favor de Trump. Una gran parte, quizás la mayoría de los norteamericanos que votó por Biden, no lo hizo en cambio por Biden sino en contra de Trump. El triunfo de Biden puede ser visto entonces como un triunfo en negativo. Eso quiere decir que las elecciones norteamericanas tuvieron también un carácter cuasi plebiscitario. Dicho en breve: los votos en contra de Trump pueden ser considerados como una rebelión electoral en contra de la persona de Trump. Este ha sido seguramente uno de los factores más decisivos de las elecciones de noviembre.

1.

En contra de la persona: hay que repetirlo. El gran enemigo de Trump, más que Biden, ha sido el propio Trump. Pues Trump compitió contra Trump y perdió. Compitió contra su prepotencia, su narcisismo, sus excesos, su lenguaje antipolítico, su desprecio por los más débiles, su fijación a la economía en desmedro de otros aspectos de la vida y tantos puntos que hacen de él un personaje fascinante para unos, despreciable para otros.

Queda demostrado una vez más el carácter antropomórfico de la política. El “factor humano”, vale decir, la persona del representante puede, bajo determinadas condiciones, ser más determinante que los intereses que dice o cree representar.

Fue la pandemia, dicen unos. Si la Covid-19 no hubiese extendido sus amenazas, Trump, con su logros económicos - entre ellos reducciones de impuestos (incluyendo a los propios), aumentos de salarios, la proliferación de oficios pasajeros - habría podido ganar fácilmente. Pensemos por un instante que ese argumento es cierto. ¿Cómo explicar entonces que esa misma pandemia haya llevado a Merkel – y a otros gobernantes – al primer lugar en las encuestas?

Merkel ha mostrado, así como Trump, su impotencia para rebajar la tasa de contagio. ¿Dónde reside la diferencia? En un hecho muy simple. A Merkel la vemos preocupada, incluso nerviosa por la extensión y duración de la pandemia. La vemos informándose e informando. Los ciudadanos la escuchan, y de algún modo sienten que su gobierno está con ellos, que no están solos.

¿Y Trump? Todo lo contrario.

Trump comenzó negando a la pandemia. Luego la minimizó. En contra de todas las prevenciones, expuso a su gente a contagiarse en lugares cerrados. Luego, cuando no podía ocultarla, intentó presentarse como campeón en la lucha en contra de la Covid-19, prometiendo vacunas y remedios milagrosos, burlándose de los científicos que aconsejaban mayor prudencia. Alcanzado el mismo por el virus, no vaciló en utilizarlo como medio de promoción, exhibiendo su salud privilegiada, presentándose como el héroe que derrotó a la Covid-19 en su propio cuerpo.

Incluso admiradores de Trump comenzaron a comprender que estaban frente a un presidente a quien importaba un carajo la salud de sus ciudadanos, una combinación perversa entre el narcisismo más agudo y el exhibicionismo más obsceno. No fue por tanto Covid-19, ni la mala administración de la pandemia la razón que llevó a muchos estadounidenses a dar la espalda a Trump. Fue, antes que nada, el espectáculo de la indolencia de un presidente ensimismado en sus objetivos y deseos.

2.

Hemos escuchado decir que la pandemia ha mostrado a Trump como lo que es: un populista. Opinión posible de aceptar pero con ciertas precauciones.

El populismo es política de masas en una sociedad de masas. Y las elecciones están orientadas hacia los deseos, intereses e ideales de las grandes masas. Por eso, en tiempos electorales, casi todos los candidatos son populistas. No obstante, la política también reconoce periodos no signados por la participación de masas. Frente a grandes peligros como guerras, catástrofes naturales, epidemias, los gobernantes no suelen ni deben comportarse como populistas. Pues bien, Trump lo hizo. Trump es un populista total.

Peor todavía: Trump no solo es el candidato de un partido, además es líder de un movimiento formado alrededor suyo, un movimiento que trasciende a su partido. Como sus antecesores sudamericanos, Perón o Chávez, el líder populista que es Trump intentó gobernar por sobre las leyes y las instituciones de su país. Incluso, a punto de perder, no vaciló en desprestigiar a los tribunales electorales, alegando fraudes, conspiraciones y delitos, movilizando a turbas armadas, rompiendo tabúes que ningún presidente norteamericano se había atrevido siquiera a tocar: el de la integridad de las instituciones de los EE.UU.

El daño que ha hecho Trump a su nación es inmenso. Ha roto el nexo que vincula a la ciudadanía con la Constitución y con ello, deteriorado la confianza en las instituciones del país.

Restaurar la confianza en las instituciones será la primera tarea que deberá emprender la administración Biden. Tarea imposible, piensa el eminente sociólogo Richard Sennett en su fulminante artículo titulado La Base (El País 28.10.2020). Cuando un tabú ha sido roto es imposible restaurarlo.

Por otra parte – y eso es más peligroso todavía – el trumpismo, si no como gobierno, como movimiento, vino para quedarse. Y como movimiento puede ser aún más agresivo que como gobierno, aduce el mismo Sennett. Lo cierto es que los EE. UU. después de Trump no solo constituirán una nación políticamente dividida – lo que es normal – sino una nación polarizada en dos bloques irreconciliables. Dos países en uno. La única posibilidad de enfrentar esa situación puede llegar a ser, tarde o temprano, la formación de un frente democrático que incluya a republicanos no dispuestos a doblegarse ante el populismo y la demagogia del trumpismo.

Los EE. UU. han demostrado una vez más como ese invento occidental llamado democracia reposa sobre frágiles cimientos. La utopía negativa descrita por Philip Roth en su premonitoria novela The Plot Against America (2004), donde relata como un gobernante fascista puede llegar a apoderarse de las instituciones estatales, ya no puede ser leída con la tranquilidad que nos otorga la ficción. Como muchos grandes escritores, Roth tuvo momentos de inspiración futurista. La democracia, quiso decirnos, vive siempre en peligro. Incluso en los EE.UU.

3.

Si los desafíos que enfrentará Biden a nivel nacional son duros, aún más duros serán los que deberá enfrentar en el plano internacional.

Si bien es cierto que Trump durante sus cuatro años no inició ninguna guerra, ha abierto flancos para que emerjan conflictos internacionales en los cuales tarde o temprano los EE.UU. se verán envueltos. Esos conflictos surgirán precisamente de la doctrina Trump. Una doctrina erigida sobre la base de tres dogmas: economicismo, nacionalismo, bilateralismo.

De acuerdo a esos dogmas Trump ha transformado a conflictos puramente económicos en conflictos políticos.

El mismo concepto de guerra económica usado en la competencia con China es equívoco. No hay guerras económicas. Devolver su nombre adecuado a las cosas será tarea ineludible para la administración Biden. Una competencia que, como la que lleva con China, no pone en juego la sobrevivencia de los EE. UU. Puede incluso que en algunos rubros los EE. UU. se vean superados por China. Pero ese no puede ser el problema principal. El problema es como crecer económicamente sin poner en juego los fundamentos sobre los cuales ha sido erigido el crecimiento. Y en el caso norteamericano esos fundamentos no son puramente económicos.

La ciencia y la tecnología, motores del crecimiento económico, solo pueden desarrollarse en plenitud cuando no es alterada la capacidad creativa del ser humano, y a esa capacidad pertenecen la invención y la inventiva. La invención y la inventiva, a su vez, pueden expandirse con más fuerza allí donde priman libertades consagradas en Constituciones como la norteamericana. Debido a la posesión de esos tesoros no económicos de la economía, Estados Unidos logró derrotar al imperio soviético aún antes de que apareciera Gorbachov. Lo mismo deberá suceder en la competencia con China. Ninguna gran economía puede mantenerse en el tiempo sin libertad, y la libertad no es solo económica.

Los EE.UU. podrán seguir siendo América First en muchos terrenos de la vida mundial, mas no en todos. Tarea de la administración Biden será transmitir a la ciudadanía que el nacionalismo es legítimo siempre que no sea dirigido en contra de otras naciones. Para lograr ese objetivo las relaciones bi-laterales son insustituibles. Pero las relaciones bi-laterales no son, como ha dado entender la doctrina Trump, contrarias a las multilaterales.

Nada impide a los EE.UU. mantener relaciones bi-laterales con Rusia e incluso con China y al mismo tiempo ser fiel a las comunidades internacionales a las que no solo pertenece por tradición y cultura, sino además, porque desde un punto de vista estratégico son indispensables para la conservación de sus propios intereses. En ese sentido, la cooperación con Europa será la clave.

4.

Cierto es que la UE es una institución burocrática. Cierto también es que los países europeos fueron sobreprotegidos por los EE.UU. durante y después de la Guerra Fría. Pero una cosa es incentivar la autonomía política de Europa y otra intentar demoler sus instituciones supranacionales, desconocer tratados de cooperación tecnológica, militar, cultural, política y abandonar espacios tan sensibles cono son los referentes al cambio climático.

Los EE.UU. no pueden ni deben ser el policía del mundo, eso está claro. Pero tampoco pueden ser espectadores del desmoronamiento del occidente político al cual, quiera o no Trump, pertenece su nación.

Europa, cuna del occidente político, está amenazada por tres peligros: el islamismo radical interno y externo, los movimientos y gobiernos nacional- populistas (o neo-fascistas) y la expansión territorial de la Rusia de Putin. Frente a ninguno de esos tres peligros los EE.UU. de Trump han sido solidarios con Europa. Por el contrario, los ataques continuados de Trump a la UE, sus planes para liquidar la OTAN, y la complicidad de Trump con Putin (e incluso con Lukashenko), han abierto el camino a las tendencias más regresivas del antiguo continente, a las que apuntan hacia la balcanización de Europa. Objetivo central del futuro gobierno Biden deberá ser el de reconstruir la “alianza atlántica”, convertirla en una fuerza militar y política que frene el avance de la barbarie interna y externa y con ello establecer una nueva línea demarcatoria: la que se da entre las naciones que defienden a la democracia y las que la niegan.

Que Trump sea saludado por el neo-facismo europeo como un líder mundial es un estigma para los EE.UU. La administración Biden deberá devolver a los EE.UU. al lugar donde históricamente pertenece: al de la comunidad de las naciones democráticas del mundo.

5.

La reconsolidación de la alianza con las democracias europeas que deberá llevar a cabo el gobierno Biden, pasa también por una reformulación de las relaciones entre EE.UU. y América Latina.

Nadie exige en estos momentos una nueva doctrina como la de Monroe o como la tristemente recordada “doctrina de seguridad nacional”. Los aciagos tiempos de la Guerra Fría ya están atrás. Pero sí se trata de incentivar alianzas con las fuerzas democráticas de América Latina, amenazadas desde siempre por movimientos y líderes extremistas que se dicen de izquierda o de derecha.

Como en todas las relaciones internacionales, Trump ha sustituido las vías políticas por las puramente económicas. Ni siquiera hacia Cuba ha tenido Trump una estrategia coherente. Sus acciones frente a la dictadura de la isla o han sido disfuncionales (bloqueos, sanciones artificiales) o han establecido una relación de complicidad con las empresas norteamericanas que actúan en la economía cubana, sobre todo en la turística. Y en Nicaragua, mientras la dictadura mantenga buenas relaciones comerciales con los EE.UU., Ortega sabe que puede respirar tranquilo.

Con respecto a Venezuela, un país simbólico sufriendo bajo uno de los regímenes más anti-democráticos del mundo, Trump ha dado una lección de cómo no se deben hacer las cosas en la política internacional. Por de pronto, se apoderó, incluso financieramente, de la oposición de ese país, hasta el punto de desraizar y desnacionalizar a su política. Enseguida, con la complicidad de los sectores más extremistas de esa oposición, ha retrocedido hacia los años veinte y treinta del siglo XX, llevando a cabo acciones operativas, confiados en que los problemas de un país tropical solo se solucionan comprando generales, corrompiendo políticos, o embarcándose en conspiraciones, tal como lo mostrara Mario Vargas Llosa en su política novela Tiempos Recios.

En manos de Trump, la que fuera la oposición más grande y democrática de América Latina, ha sido desviada de su línea democrática, electoral, pacífica y constitucional, para convertirse bajo la presidencia de un político de invernadero, como es Guaidó, en un remedo de lo que una vez fue.

Biden estará obligado a abandonar la línea aventurera en la que embarcó Trump a Venezuela a la que junto con Cuba solo supo utilizar para ganar más votos en Florida. El problema es que bajo el amparo norteamericano, ha tomado forma - sobre todo entre venezolanos y cubanos en el exilio - una suerte de trumpismo aún más agresivo que el original. ¿Serán los Bukeles y los Bolsonaros los sucesores de los Maduros y de los Castros en América Latina? Algunos indicios parecen indicar que así puede ser.

El gobierno de Biden se verá obligado a reconsiderar los vínculos con América Latina. Las democracias de sus países son muy frágiles. Pero eso será posible si los EE.UU. no actúan solos y por su cuenta. En un mundo global, las relaciones internacionales también deben ser globales. Las fuerzas democráticas de América Latina necesitan de un apoyo internacional más amplio que aquel que se deduce de un solo gobierno, aunque ese sea el de los EE. UU.

Gracias al triunfo de Biden, en los EE.UU. serán abiertas las posibilidades para un nuevo comienzo. Solo el tiempo dirá si el periodo de Trump fue un episodio descarrilado de la historia o el origen de una noche sombría extendida sobre el mundo democrático.

Por ahora lo importante es lo siguiente: el pueblo de los Estados Unidos decidió. Y decidió bien.

6 de noviembre 2020

Polis

https://polisfmires.blogspot.com/2020/11/fernando-mires-el-pueblo-de-los...

 11 min


​José E. Rodríguez Rojas

El factor clave del progreso económico es la iniciativa individual. Los sistemas de mercado son los que mejor canalizan estas iniciativas hacia el progreso material. Se requiere sin embargo un marco institucional que motive a los emprendedores. Esto lo tuvieron en cuenta los comunistas chinos, lo que posibilitó el acelerado crecimiento de su país. Los socialistas venezolanos, por el contrario, han creado un marco institucional hostil a la iniciativa privada, que ha generado una involución en nuestras capacidades productivas.

En este escrito expondremos las ideas de Dani Rodrik (1) en los primeros párrafos, expuestas en uno de sus trabajos, en el cual analiza las estrategias de desarrollo que considera más relevantes y que han impactado el crecimiento económico de los países calificados como en vías de desarrollo, incluyendo la “estrategia de dos vías” seguida por China (2). Al final haremos una interpretación del caso venezolano, basándonos en las ideas del profesor de Harvard.

Rodrik concluye que lo que determina el progreso económico es la iniciativa individual. Además señala que la experiencia indica que los sistemas de mercados son los que mejor canalizan las iniciativas individuales hacia el progreso material de la sociedad. Enfatiza, que la experiencia que nos ha dejado el siglo XX es que para que el desarrollo fructifique se requieren mercados apoyados por instituciones sólidas. Sin embargo las instituciones no tienen un rol relevante en la formación de los economistas, ya que los modelos que toman como referencia suponen que hay un conjunto definido de derechos de propiedad y que los contratos se respetan, como sucede en las economías industrializadas más avanzadas. En el trasfondo suponen que hay instituciones que establecen y protegen los derechos de propiedad.

En todas las naciones industrializadas avanzadas las economías están insertas en un conjunto de instituciones que regulan su comportamiento como las que garantizan la libre competencia y luchan contra las conductas que la traban. Todas las economías avanzadas cuentan con instituciones, como los Bancos Centrales, para estabilizar la economía (controlar la inflación) y evitar las crisis bancarias. También cuentan con sistemas de seguridad social que actúan como amortiguadores en tiempos de crisis. También están las instituciones para manejo de conflictos como los sindicatos, los partidos políticos, las electorales que moderan o median en los conflictos de grupos étnicos o grupos de interés enfrentados.

El marco institucional debe generar incentivos para que los emprendedores se decidan a invertir, en especial en lo que se refiere a los derechos de propiedad. Esto lo tuvieron muy en cuenta los dirigentes del Partido Comunista Chino cuando, a finales de la década de 1970, introdujeron pequeñas reformas en el sector agrícola para incrementar la producción. Estas reformas posibilitaron que los agricultores tuvieran el control de sus activos o bienechurías a pesar de que el Estado seguía manteniendo la propiedad de la Tierra. Igualmente se les ha permitido disponer de una parte considerable de sus cosechas para vender en los mercados de su preferencia. Todo ello motivó a los agricultores a invertir y generó un considerable incremento en la producción. Ello se dio en un contexto donde gradualmente se introdujeron reformas de mercado a fin de crear un sistema llamado de doble vía, en el cual coexisten la via de mercado y la estatal. Gracias a su gradual apertura al mercado y a la inversión privada, China ha logrado crecer a tasas cercanas al 10% anual durante décadas y posicionarse como la segunda economía del mundo.

El régimen chavista ha creado desde su inicio un marco institucional hostil a la iniciativa privada. Éste comenzó por el desconocimiento de los derechos de propiedad de las empresas, como sucedió con las confiscaciones y expropiaciones enmarcadas en la Ley de Tierras y en el caso de Agroisleña cuyos propietarios todavía esperan por una justa indemnización. Adicionalmente a ello, el Banco Central ha agudizado la inestabilidad económica al convertirse en la caja chica del gobierno. Ello se ha traducido en una hiperinflación que ha destruido la capacidad de compra de la gran mayoría de la población. Además de ver debilitados sus derechos de propiedad, las empresas se ven enfrentadas a un mercado que se ha hecho añicos, por la menguada capacidad adquisitiva de la población. Al lado de la inseguridad jurídica también se ha incrementado la personal. El sistema judicial y los cuerpos de seguridad se han orientado cada vez más a perseguir a la disidencia política, colocando en un segundo plano el control de la delincuencia. En la medida que los emprendedores privados se han visto enfrentados a un ambiente hostil han decidido emigrar a otros lugares con mejores condiciones para invertir, incorporándose a la diáspora de millones de venezolanos que huyen del infierno bolivariano.

Todo ello ha provocado un descalabro económico que se refleja en el comportamiento del PIB (que refleja la producción de bienes y servicios en un año). Según José Manuel Puente del IESA el análisis del comportamiento del PIB durante el periodo 1998-2017, revela “que los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro prácticamente representan décadas perdidas en términos de crecimiento económico y un proceso que deja al país con un aparato productivo profundamente diezmado y con una escasa capacidad para generar riqueza”. Cuando extendemos el análisis hasta los tiempos que corren, podemos llegar a conclusiones similares pues la economía se continuó contrayendo sin signos de recuperación a la vista.

Adicionalmente a ello se ha producido una involución en las capacidades productivas del país que nos han hecho retroceder a la década de 1950. Puente afirma que una investigación que incluyó “el PIB per cápita del lapso 1951-2017 concluye que la producción de bienes y servicios por habitante se redujo 38% en los últimos cuatro años y se ubicó al nivel de 1955”.

  1. Dani Rodrik es un economista especializado en economía del desarrollo. Profesor de la Universidad de Harvard. Ha publicado trabajos muy influyentes sobre el tema, algunos de ellos con funcionarios de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Este año recibió el premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales por su contribución al estudio de la globalización y sus implicaciones en las sociedades de los países en desarrollo.
  2. Rodrik, D. Estrategias de desarrollo para el nuevo siglo. En: Ocampo, J.A. (edt.) 2004. El desarrollo económico en los albores del siglo XXI. CEPAL-Alfaomega (disponible en el repositorio de la CEPAL).
  3. (3) Los señalamientos de José M. Puente se citan en: Salmerón, Víctor. 2018. ¿Donde está Venezuela en el ranking de los colapsos económicos?. PRODAVINCI, 19 de febrero.

Profesor UCV

 5 min


Beatriz Montes Berges

Procesos inconscientes que nos influyen

Entre estos se encuentran nuestro estado de ánimo o emocional, nuestro estado fisiológico, nuestras motivaciones (entre las que se encuentra la autoprotección) y nuestras experiencias previas (más allá de que las recordemos).

Por ejemplo, sabemos que no compramos las mismas cosas antes o después de comer porque nuestro estado fisiológico (tener hambre) influye en nuestra toma de decisiones. Tampoco tenemos las mismas discusiones o intercambio de opiniones cuando hemos descansado que cuando no. De hecho, es inteligente aplazar discusiones para momentos tranquilos.

Respecto a las experiencias previas o culturales, ¿cuántas veces ha vivido situaciones embarazosas porque ha interpretado algo de una manera determinada, basándose en una experiencia anterior (por ejemplo, algo que pasó en la infancia o incluso lo que usted decidió o reflexionó a partir de ese hecho, o una costumbre propia de su lugar natal) que no tenía nada que ver realmente con lo que había acontecido?

Probablemente, nos iría mucho mejor si consideráramos que es muy posible que lo que estemos viendo o pensando no sea correcto al 100%, debido a las diferentes circunstancias antes mencionadas. ¿Cuántas cosas se nos estarán escapando en cada decisión que tomamos y que no somos capaces de ver (desde nuestro cansancio, tristeza o rabia, nuestra historia previa, costumbres sociales y culturales, hábitos, información, etc.) porque tal vez no somos conscientes de ellas en ese momento?

La excepción

Sin embargo, hay una excepción. Una que encontró este grupo de investigadores de la Universidad de Texas. La única habilidad sobre la que creemos que los demás son mejores que nosotros es la capacidad para recordar nombres. Curioso, muy curioso. Pero, ¿por qué?

Seguramente, porque todos recordamos un episodio embarazoso en el que nos hemos confundido de nombre y hemos llamado a alguien de manera equivocada. Así, mientras todas las demás expectativas sobre nuestras buenas capacidades son más difíciles de negar porque tenemos menos pruebas objetivas que pongan las habilidades de los demás claramente por encima de las nuestras, no hay nada más obvio que equivocarnos de nombre para no poder disimular un error.

Según el estudio, muchas personas, especialmente los adultos mayores, se esfuerzan por recordar los nombres de los demás y son conscientes de este esfuerzo. Nuestras creencias sobre nuestra memoria de nombres pueden ser diferentes de la memoria que tenemos para otras cosas.

Algunas investigaciones han demostrado que los nombres propios son más difíciles de aprender y recordar que otros tipos de información (por ejemplo, ocupaciones), pero pocas han explorado el papel de los factores metacognitivos en el aprendizaje de los nombres propios.

Estamos acostumbrados a decirle a los demás cómo haríamos nosotros algo cuando es obvio que esas personas tendrán mucha más información sobre sus propias vidas que nosotros. Pero lo hacemos. Sin embargo, no se le puede decir a alguien que no se llama como dice llamarse y que nosotros recordamos su nombre mejor que él o ella.

¿Qué pasaría si tuviéramos pruebas objetivas de que alguien es mejor que nosotros en otras habilidades? Depende de la persona, por supuesto, pero en este caso sería muy razonable pensar en dos palabras clave: ego y envidia.

El ego puede no ser tan negativo como creemos, pero solo si tenemos un buen nivel de introspección y somos capaces de revisarnos y tomar la parte que nos ayuda a cuidar de nosotros mismos y de las demás personas.

Solo los individuos que realmente se quieren como son, se aprecian y se cuidan son capaces de no sufrir si se pone encima de la mesa un resultado de comparación en el que salen perdiendo.

Esos son los seres humanos que no necesitan halagos, aunque los disfruten, que son capaces de alegrarse con los éxitos de las personas cercanas (o lejanas), las que ven la grandeza de cada cual, a pesar de que la suya en esa característica o capacidad no sea tanta. Esas son las personas evolucionadas que entienden que estamos en este mundo para hacer equipo y no para ponernos la zancadilla.

Desgraciadamente, esas personas son tan pocas que no se recogen en los estudios, porque si no, no saldría la capacidad para recordar nombres como la única en la que somos objetivos.

Y ahora, dígame: ¿dónde cree que está usted?

3 de noviembre 2020

The Conversation

 3 min


Fernando Mires

Estimado XXL

Como te comentaba hace algunos días, los lindes que separan a la virtualidad de la realidad parecen ser cada vez más transitables. Claro, decir que la realidad supera a la ficción no parece ser una frase demasiado original. Pero si no la supera, está en parte determinada por la ficción, hecho que indujo a Woody Allen a decir: “la vida es una mala imitación de la televisión”. Aunque hay días - ayer fue uno de esos días - en los que la ficción puja por convertirse en realidad. Lo malo es que lo logra.

Te lo cuento: ayer vimos el film austriaco “Sangre Vienesa” ("Wiener Blut" 2019). Nada extraordinario, aunque sí lo suficientemente tenso para olvidar, aunque sea por unos momentos, las tragedias de estos días tan pandémicos. Su tema es extraído directamente de la realidad austriaca y europea: Una fracción islamista intenta llevar a cabo acciones terroristas en la estación de trenes en Viena. Esa fracción es financiada por la ultraderecha austriaca cuyos objetivos son crear caos y odio a fin de aumentar el miedo para que los ciudadanos aterrorizados exijan más represión al Estado. Pero de pronto el film fue interrumpido por aun breve noticia.

En Viena, no la virtual, no la de la película, la Viena real, terroristas, al parecer islamistas, han atacado a una sinagoga y después asesinado a cuatro transeúntes. Un terrorista, miembro del siniestro ISIS, ya ha sido acribillado. El gobierno austriaco hace llamados a la población para que no abandone sus hogares. Más de mil policías recorren las calles. Al confinamiento sanitario ha sido sumado el confinamiento policial.

Terminada la noticia continuó rodando el film “Sangre Vienesa” mientras en Viena, la de verdad, también corre sangre vienesa. Nunca imaginó Johann Strauss ll que el título de su famoso vals “Sangre Vienesa” iba a ser tan adecuado para nominar la realidad de tiempos que él desconocía totalmente. Así son las paradojas de la historia.

Estimado XXL, estamos sin duda frente a una escalamiento. Al asesinato cometido por un alumno islamista al profesor francés que intentaba demostrar gráficamente el sentido de la libertad de pensamiento y de opinión que debe primar en occidente, siguió la enérgica y justa condena de Emmanuel Macron. Como tu has podido comprobar, Recep Tayyip Erdogan -ese Donald Trump de Turquía – no desperdició la ocasión para atacar a Macron y de paso afianzar posiciones simbólicas en su inocultable proyecto histórico: el de convertir a Turquía en país líder del mundo islámico.

Las bases islamo-terroristas, al llamado indirecto de Erdogan, están siendo activadas en toda Europa. Los cdsm han declarado “guerra santa”. La sangre vienesa, como tú puedes percibir, es solo una continuación de la sangre que ya corrió en Niza. Esa sangre seguirá corriendo en Europa. Y no solo será vienesa. No hay que ser adivino para predecirlo.

Tu sabes que yo, sin ser religioso (entre otras razones porque soy creyente), soy una persona convencida de la utilidad política de las religiones. De una manera u otra, con sus mandamientos y ritos, ponen orden sobre la barbarie, sobre todo en países donde su población está librada a su suerte, sin constituciones, con economías destruidas y - valga la contradicción – con sociedades di-sociadas. Tu también sabes que yo estoy convencido de que muchos pueblos del Oriente Medio y del Norte de África serían más incivilizados y violentos sin el Islam que con el Islam. Pero debo decirte: también pienso a veces, y no en pocas, que la barbarie puede traspasar el muro de la religión hasta convertir a la propia religión en un medio para la expansión de la barbarie. Naturalmente, eso pasa también con la política. También en nombre de la política, ciudadanos desorientados, o simplemente no civilizados, eligen como líderes y gobernantes a energúmenos anti-sociales. Los ejemplos sobran.

Este siglo XXl, como continuando el tango Cambalache del gran Enrique Santos Discépolo, parece ser “tan problemático y febril” como el XX.

Con amistosos saludos

Fernando.

Noviembre 03, 2020

Polis

https://polisfmires.blogspot.com/2020/11/fernando-mires-sangre-vienesa.h...

 3 min


Carlos Blanco

Hoy habrá una conversación casi única en buena parte del planeta: quién ganó o quién ganará (si los resultados no estuvieron anoche) la Presidencia de Estados Unidos. De tal manera que las posibilidades de que este artículo se lea son bajas porque el radar nos orientará hacia otro tema: a ver resultados de esas elecciones y a ponderar el impacto que tendrá en nuestras vidas y nuestro país.

  1. He sostenido que en relación con Venezuela habrá un ajuste de políticas sea quien sea el presidente de Estados Unidos. La política actual ha demostrado insuficiencias y fallas; en la práctica hay un período de espera de los que la formulan hasta después de las elecciones de ayer; a partir de ahora habrá un reajuste inevitable porque las cosas no están marchando en la dirección requerida y en los tiempos previstos.
  2. Dentro de nuestro marco latinoamericano de referencia tendemos a pensar que el presidente de Estados Unidos cambia las políticas de un día para otro, de acuerdo con sus instintos, amores y odios. Lo cierto es que en todo país con instituciones sólidas, tradiciones asentadas, cultura republicana o al menos democrática, el presidente puede hacer muchas cosas, pero dentro de determinados límites institucionales. El Estado norteamericano es muy complejo, poderoso, y su sala de máquinas está llena de infinitas conexiones y válvulas, que producen marcos de referencia y que, muchas veces, diluyen o demoran impulsos de la Casa Blanca.
  3. Sin ninguna duda, el gobierno de Trump es el que ha colocado a Venezuela en su agenda de prioridades. Este hecho es innegable. La pregunta es si ese interés ha dependido de Trump exclusivamente o si abajo, en la sala de máquinas, el tema de Venezuela fue tomando un lugar preeminente, dada la trayectoria del bochinche criminal de Chávez y ahora Maduro. Mi visión es que hubo una concurrencia del interés del presidente y de lo que el aparato del Estado que dirige detectó como peligros para su seguridad nacional.
  4. Cuando Chávez se instaló en el poder la visión que predominaba en el gobierno de Estados Unidos, representada por el embajador John Maisto, era que no había que preocuparse demasiado por lo que Chávez decía sino por lo que hacía. De esta forma se le quitaba relevancia a su pugnacidad e incontinencia verbal, para centrarse en sus acciones que –según el criterio dominante dentro y fuera del país– no eran “tan malas”. Con el paso del tiempo la situación cambió, como es obvio. El autoritarismo originario se transformó en la corporación criminal que encabeza Maduro, especialmente desde 2013.
  5. En ese proceso, la comunidad de inteligencia de varios países, desde los vecinos hasta Estados Unidos, desde el Caribe hasta Europa, vieron desarrollarse lo que era ya un monstrito hace 15 años, hasta convertirse en la alianza criminal con guerrilleros, narcotraficantes, paramilitares, testaferros y terroristas, que ya se conoce. En esta dinámica, el Estado norteamericano, sus organismos de inteligencia civil y militar vieron el peligro no solo para los venezolanos sino para su propia seguridad nacional. El régimen de Maduro se convirtió en un problema “doméstico” para Colombia, Brasil, Estados Unidos, España, varios países del Caribe y otros.
  6. En ese proceso, Trump tomó las medidas conocidas (sanciones institucionales y personales, la operación antinarcóticos del Caribe, y otras), así como la justicia comenzó a actuar con acusaciones formales contra dirigentes del régimen. Este proceso no ha estado exento de contradicciones porque esa mano dura sobre la mesa no ha impedido la mano blanda por debajo, con intentos de diálogo con el régimen, bajo la ilusión de que se puede convencer a Maduro y a algunos de su círculo para que se vayan de buen grado; posición que, por cierto, muestra una incomprensión profunda de la naturaleza del ya crecidito monstruo que se pasea por Venezuela.
  7. Aunque una acción militar más contundente, al amparo del TIAR, no ha sido descartada, lo cierto es que no parece haber avanzado en lo que se conoce públicamente. De lo que no cabe duda es que para Trump y el Estado norteamericano, el régimen de Maduro se ha convertido en un problema de seguridad nacional. De acuerdo con Bolton en su libro, Trump quería ir más lejos pero sus asesores y funcionarios no le aconsejaron ese camino (lo cual habla de los límites institucionales reseñados más arriba).
  8. La pregunta es si una eventual presidencia de Joe Biden llevaría la política hacia Venezuela a la época de Obama. Mi visión es que no sería posible, lo cual no implica que sea similar a la de Trump. En el Estado norteamericano existe conciencia, análisis, información, medidas tomadas, que crean un irreversible punto de partida. Solo para citar ejemplos que no dependen solo de la administración: los juicios en contra de los jerarcas rojos; las ofertas de pagos millonarios por llevarlos a la justicia de Estados Unidos; los sujetos que ya se encuentran detenidos y en juicios. Todos estos son elementos a partir de los cuales se revisará la política y se construirá a partir de ella.
  9. El lugar de Venezuela en la agenda del presidente de Estados Unidos no lo definirán sus predilecciones, variables y muy dinámicas como corresponde a los jefes del mundo. Dependerá en mucho de lo que se procese en la sala de máquinas de ese Estado. Pero, sobre todo, y aunque usted no lo crea, de la capacidad de la oposición venezolana de unificarse mayoritariamente alrededor de unos objetivos compartidos; capaz de proponerle al presidente de Estados Unidos un curso de acción, una estrategia que sea realmente efectiva y pueda dar los resultados deseados. Será la oposición, si tiene objetivos y estrategia claros, la que pueda sumar a estos a Estados Unidos y otros países. Mientras sea Estados Unidos el que le diga a la oposición lo que cree que debe hacer, las cosas no funcionarán, ni con Trump ni con Biden. Es el momento para que la oposición venezolana comprometida con el cambio de régimen le hable a Washington con respeto, claridad e independencia.

https://www.elnacional.com/opinion/que-esperar/

 4 min


Luis Ugalde

Autorizados juristas han demostrado de manera rotunda la monstruosidad de la “Ley constitucional” llamada “Antibloqueo”, inventada para desestatizar, desnacionalizar y privatizar. ¿Por qué la cúpula “revolucionaria” renuncia a su economía socialista que ofreció como modelo para entrar al paraíso, sin pobreza ni injusticias, con el pueblo montado en la carroza del triunfo?

Solución orwelliana. Encontraron una solución al acertijo: llamar “antibloqueo” revolucionario a ese antisocialismo privatizador y jugando con un neolenguaje orwelliano (que llama vida a la muerte y amor al odio) presentan como arma eficaz contra el bloqueo imperial lo que es una vergonzosa e irresponsable capitulación “revolucionaria”.

Como el Estado arruinado no tiene una locha para invertir, urge traer capital de donde sea y como sea para sobrevivir en el Poder. Para eso se han inventado esta ley anticonstitucional para vender a escondidas todos los activos nacionales, sin controles institucionales y sin ninguna transparencia.

La Academia Nacional de Ciencias Políticas y Sociales en documento contundente y categórico dice que esta decisión ni es ley, ni es constitucional, sino una descarada proclamación del poder dictatorial que autoriza “desaplicar” los arbitrarios decretos y leyes socialistas estatizadores, que eran el orgullo de la “revolución”. Esta monstruosidad anticonstitucional tiene como objeto aferrarse al Poder como sea y evitar la caída final del régimen.

El Paraíso perdido y su laberinto. La revolución socialista que ofrecía el Poder para los pobres fue una promesa, una intención, una ilusión de paraíso. Veinte años después no cuentan los deseos sino los resultados, y estos son de muerte y de huida del país. Ahora lo único sensato es reconocer la dramática realidad de la familia venezolana que sobrevive sin luz, sin agua, sin electricidad, cocinando a leña, sin escuela, sin servicios de salud, sin trabajo y sin ingresos. Con una dictadura armada que usurpa la soberanía de la sociedad, sin esperanza y sin libertad ni Estado democrático.

Para salir de esto es imprescindible el cambio del modelo que nos ha traído la ruina.

El primer paso es reconocer nuestra terrible realidad. El segundo abrir una negociación seria y efectiva -nacional e internacional– que, de manera responsable, transparente y con garantías jurídicas confiables proceda a desestatizar tantas empresas que se arruinaron en manos del Estado. La industria petrolera es la primera que necesita inversión y emprendimiento privado en toda su cadena, desde la extracción hasta la distribución, pasando por el procesamiento y la refinación.

Pero con institucionalidad y transparencia. Según los entendidos, en Venezuela necesitamos un verdadero aguacero de inversiones, no inferior a los $ 100.000.000.000 (cien mil millones de dólares) en la primera etapa. Pero no basta hacer rogativas para que venga esa lluvia, ni ocurrirá en el actual marco político y con un Ejecutivo que miente diciendo que estamos muy bien y que ya hemos salido de la hiperinflación. ¿A quién van a engañar con 2.000 % de inflación en 2020 y el dólar sobre 1.000.000 de bolívares en Enero próximo? El multimillonario refinanciamiento de la deuda y esa enorme inversión que necesitamos, solo serán posibles con un cambio de sistema, con un nuevo marco político y jurídico y un proyecto de reconstrucción descarnadamente realista y no hecho para engañar a bobos y traficar a escondidas con delincuentes. El régimen no tiene futuro.

Aspiraciones y producción de logros. Empecemos el cambio lo más civilizadamente posible negociando los otros pasos para la transición, e iniciar el nuevo año poniendo los cimientos para la reconstrucción, incluyendo a toda la sociedad, excepto los que se excluyen aferrados a su conducta delincuencial. Por supuesto, es imprescindible que los gobiernos democráticos levanten las sanciones y colaboren efectivamente en la reconstrucción del país. Pero ello no se dará sin abrir de veras la puerta a la transición democrática.

Nada de juego orwelliano de palabras. Renacer de la sociedad civil con apertura al reto productivo de miles de empresas y de todos los servicios públicos.

Fueron y son legítimas las aspiraciones de la población que hace 22 años dieron el triunfo a Chávez. Todo el pueblo tiene derecho a una vida digna con oportunidades y con instituciones libres y democráticas, pero fue lamentable el camino mesiánico-militar, de economía sin libre iniciativa productora y un gobierno dictatorial dedicado a la expropiación y reparto de la supuesta “infinita” renta petrolera.

Durante un siglo (1920 a 2020) el Estado petrolero modeló la sociedad venezolana con sus logros y deformaciones; al final prevalecieron estas últimas y el Estado repartidor quebró y arruinó su base petrolera. En consecuencia, es la sociedad civil la que tiene que modelar el nuevo Estado y de ella nacerá la nueva política. Este renacer profundo requiere tiempo y sobre todo una elevación de la productividad política ciudadana y de la productividad económica de bienes y servicios. Esta reconstrucción es mucho más que el “milagro alemán”, en su tiempo y circunstancia, y no se consigue con juego de palabras, ni complicidad de delincuentes, sino sumando y multiplicando voluntades y colaboradores nacionales e internacionales.

1 DE NOVIEMBRE 2020

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Ignacio Avalos Gutiérrez

El 22 de octubre del año 1941, hace tres cuartos de siglo, el “Chino” Daniel Canónico, un dios negro, grandote y robusto que se disfrazó de picher, derrotó a la novena cubana tres carreras por una para que, contra el vaticinio de entendidos y profanos, e inclusive de brujos y astrólogos, Venezuela ganara el Campeonato Mundial de Béisbol.

El Presidente Isaías Medina Angarita declaró ese día como fiesta y el béisbol tomó, para siempre, el titulo de pasatiempo nacional, quedando así en los libros de historia, pero sobre todo en la cultura vernácula, convirtiéndose, incluso, en una suerte de cédula de identidad que nos registra como fanáticos de algún equipo, no importa que no sepamos lo que es un pisicorre o creamos que el robo de base es un evento que se sanciona con prisión y la bola ensalivada un gesto de mala educación.

Es el deporte, que nos abastece de palabras y frases que en muchas ocasiones resultan imprescindibles para contarnos y explicarnos la vida. En suma, los venezolanos estamos hechos de beisbol, de acuerdo al excelente resumen sociológico expresado hace varios años en la cuña de un refresco.

Dicho sea de paso y como simple curiosidad, Jorge Luis Borges, el gran escritor argentino, el mismo que sentenció al futbol como cosa de estúpidos, señalo que el beisbol tenía un valor estético, “que era una suerte de libro raro escrito a la vista de los espectadores”.

El derecho a la evasión

Desde unos cuantos años, las condiciones del país, marcadas severamente por la política, pusieron en duda la realización de los campeonatos beisbol, aunque finalmente pudieron llevarse a cabo a duras penas, dando como resultado un espectáculo bastante venido a menos. Y de nuevo este año, la posibilidad de que se realice pareciera enfrentar obstáculos todavía mas difíciles, aunque Nicolas Maduro anunció que en los próximos días tendremos el primer juego.

Aún no me acostumbro del todo a este béisbol en tiempos de crisis nacional. No me acostumbro al escaso público, sobre todo en las gradas, que por lo general están completamente vacías. No me acostumbro a un estadio demasiado silencioso. No me acostumbro tampoco a que casi no haya colas para entrar, para ir al baño o para tomar cerveza. Ni al consumo organizado en torno a los puntos de cuenta, acercados hasta el asiento del fanático, ni a ver a algunos otros que pagaban con un fajo de billetes (cuando el bolívar circulaba como moneda nacional), agarrados con una liguita, contándolos fastidiados y desesperados durante largo rato, luego de varias equivocaciones.

No me imagino como será en esta temporada, un beisbol dolarizado, ni quiero imaginarme como serán los precios actuales, ni a la manía de calcular en cuánto me salen los nueve innings, en comparación con la canasta básica o con el sueldo de un profesor universitario. No me acostumbro a no ver los borrachitos de siempre, dado que el dinero no da para excederse en materia de caña. No me acostumbro, así pues, a ver que muchos abandonan el lugar apenas oscurece, pues vivir en una de las ciudades más violentas impone precauciones ilimitadas. En fin, es éste, como digo, el béisbol a tono con los apuros y sinsabores que pasamos en las mas recientes temporadas, tono que también pareciera alcanzar a los propios peloteros.

Estos ultimos tiempos tan convulsos que nos han tocado, los venezolanos tratamos de refugiarnos en el beisbol para eludir al país desencuadernado y hostil en el que discurre nuestra existencia. Lo hacemos con la pretensión de guarecernos un rato, un rato que dura nueve innings, bien sea en el estadio o frente al televisor e, incluso, junto al radio. Nos cobijamos bajo esa extraña y sabrosa sensación de normalidad y certezas, muestra de que el país también tiene escenarios amables, libres de la desazón que domina la vida nuestra de cada día. Ejercemos, así pues, el derecho constitucional a la evasión (no me acuerdo en que articulo esta establecido), a sabiendas de que el exceso de realidad es nocivo para la salud, mucho más que el cigarro, la comida rápida o el sedentarismo.

Yo feligrés

Perdone, pues, que por enésima vez reitere por esta época en estas mismas páginas, que desde que tengo uso de razón beisbolística, hable de los Tiburones de la Guaira, equipo que he apoyado siempre, mediante adhesión que no necesitó de ninguna razón para ser, ni para transformarse, luego, en fidelidad vitalicia y a ultranza, sin condiciones que la sometan, se gane o se pierda, jugando bien o mal, con errores o sin ellos, bateando mucho o poco, sin importar, siquiera, que, en los últimos tiempos, el equipo parezca instalado en la derrota. Es la devoción en la alegría, en la angustia, el suspenso, la desesperación, el temor, el miedo, la zozobra, la tristeza, en la rabia de cada partido.

A los Tiburones les debo mucho de lo mas grato de mi vida. Les debo la ocasión para el entretenimiento y la diversión. El motivo para una fe. El arraigo a una causa. El argumento de un sectarismo “light”. La razón basada en un fanatismo inocuo. El asidero para una ilusión anual. La vuelta a la infancia durante nueve innings. La renovación de la esperanza cada octubre. El resguardo de mi sentimentalidad. La identificación con una historia. La solidaridad con una fanaticada anónima, digna, entrañable e imprescindible.

Así las cosas, en las próximas semanas espero estar sentado en el universitario, el bar más grande de Caracas, como lo describiera el Maestro Cabrujas, quien aún con sus dudas y traspiés (siempre se los perdonamos) fue también fanático escualo. Aspiro, desde luego, a que el bar cuente con todas las medidas de precaución que exige la pandemia que nos azota, similares a las que sean adoptado en otros países y en otros deportes.

Prometo, no obstante, echar de vez en cuando una miradita mas allá del juego para ver qué pasa en el otro país, pidiéndole al cielo que pronto los venezolanos tengamos una sociedad mas tranquila, armoniosa, amable. Menos épica, mas normalita, pues, incluso con algunas certezas, como, por ejemplo, saber cuándo será la tradicional temporada de beisbol.

Concluyo, en síntesis, que como feligrés que soy de los Tiburones de la Guaira, les debo parte de la memoria de mi mismo. Pero, por encima de todo, la salvación del horrible dilema de tener que ser caraquista o magallanero.

El Nacional, miércoles 4 de noviembre de 2020

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