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Opinión

Hay personas que cuando algo le sale mal a alguien con el que rivalizan, no coinciden o están en desacuerdo, lo disfrutan enormemente. ¿Se puede decir que eso es una característica de la especie humana? No lo sé, pero sin duda hay quienes disfrutan de los errores, las equivocaciones y los fallos ajenos. Y me quiero referir ahora a una parte de la oposición, que llamamos “radical” y que se opone más a Juan Guido y la Asamblea Nacional, que al propio régimen; y aclaro esto para que algunos de los “radicales” se puedan sentir excluidos, no aludidos, por estos señalamientos.

Así lo vimos a finales de abril de 2019, cuando el presidente Juan Guaidó, intentando rescatar un abortado movimiento de protesta convocado para el primero de mayo –algunos ya han olvidado que esa fue la razón de fondo– invitó a los opositores a concentrarnos en la Autopista del Este, frente a La Carlota, para apoyar un supuesto pronunciamiento de unos militares, que no fue muy profundo y que casi ni se vio. Por cierto, que tampoco se vieron allí a muchos de los opositores convocados y eso fue algo que también destacaron y disfrutaron los llamados “radicales”. No tardaron en denominar chapuza lo ocurrido y hasta el día de hoy así la califican.

La vida da vueltas. ¿Qué pensarán ahora esos opositores “radicales” de lo ocurrido el fin de semana pasado, con la denominada “Operación Gedeón”, popularmente conocida como “macutazo”?

Porque como quiera que se examine la acción, el resultado fue verdaderamente rocambolesco. Si alguien esperaba algo como una guerra de tercera o cuarta generación, plagada de misiles de largo alcance, drones teledirigidos por computadora y orientados por satélite o un mero desembarco de esos marines que navegan por el Caribe, se encontró con que lo ocurrido, que aún no sabemos bien que pasó y estamos, apenas, en capacidad de describirlo, fue un desembarco, en el litoral de Vargas, desde un lanchón o un peñero de un grupo de supuestos bien entrenados “mercenarios” y que fueron capturados, al parecer sin disparar un solo tiro; posteriormente, uno de los “entrenados mercenarios” –capturado ese día o días después–, rindió declaraciones, sin mayor apremio, que hasta grabadas fueron y difundidas en cadena nacional, revelando una historia que coincide perfectamente con la versión del régimen. Los interrogantes, entre serios e irónicos, que surgen de esta situación son numerosos y no vale la pena repetirlos. Son preguntas, todas, que quedarán sin respuestas, excepto las que, a su conveniencia, proporcione el régimen, que asegura haber “infiltrado” desde hace tiempo ese movimiento.

No sé qué tanto de verdad o de fantasía creada por el régimen hay en todo lo ocurrido. Lo dejo hasta aquí. No voy a caer en la especulación o elucubración, ni en hacer juicios de valor al respecto; dicho de otra manera, no voy a seguirle el juego al régimen. Pero lo ocurrido me recordó a mi madre, ya fallecida, que le gustaban mucho las películas de todos los James Bond, las de Steven Segal, las de Bruce Willis o las de Jean Claude Van Dan y cuando terminaban decía: “Todo eso es mentira, pero si fuera verdad, que exagerado, ¿no?”

De lo ocurrido solo quiero resaltar dos cosas: una es la reacción de algunos opositores, que piden respeto, comprensión o no hacer juicios de valor acerca de lo ocurrido, pues quienes lo intentaron se “arriesgaron” personal y familiarmente, dicen; pero, ¿Por qué no respetan, comprenden y evitan los juicios de valor para los opositores que no concuerdan con sus estrategias, cuando estos cometen algún error?; y dos, que hubiera preferido que el presidente Guaidó se hubiera mantenido completamente al margen, pero ya que su gobierno opinó, al menos celebro que lo haya hecho como lo hizo, condenando la violación de los derechos humanos de los que han sido “capturados” y acusados por participar en los hechos.

Porque eso, la violación de los derechos humanos y otras situaciones de violencia en el país, sí que son un tema importante, que el seguimiento de la pandemia mundial y los avatares de la cuarentena local hacen que los pasemos por alto. Y sumo a lo ya referido del “macutazo” solamente dos ejemplos recientes.

Uno, los organismos internacionales se han hecho eco de la matanza de reclusos en la cárcel de Los Llanos, la semana que pasó, que asciende a la terrible cifra de 46 fallecidos, en circunstancias confusas, pues algunos hablan de motín o protesta por la carencia de alimentos y medicinas, otros –los voceros del régimen, por supuesto–, de intento de fuga; y otros de simple y vulgar ajusticiamiento. En cualquier caso, lo que nunca, nadie, puede explicar son esas matanzas que se producen con alguna frecuencia en las cárceles del país –que nunca son debidamente aclaradas–, contra una población que al parecer solo importa a sus familiares, usualmente entre los más pobres del país; así como nadie va a poder explicar cómo esos reclusos, al igual que en casos anteriores, contaban con armas blancas, pistolas de alta potencia y hasta granadas, según dijeron algunos familiares y periodistas. Lo cierto es que hay más de 45 muertos, ya contados e identificados, y se dice que podrían ser muchos más.

El segundo hecho de violencia que quiero referir son los tiroteos en el barrio de la zona de Petare, conocido como José Felix Ribas –que al decir de algunos especialistas en la materia es probablemente el barrio más grande de América Latina– y que han mantenido aterrados a sus habitantes durante varias noches. En las redes sociales, pues información del régimen o de los organismos de seguridad no hay ninguna, se manejan varias hipótesis; una, que se trata de enfrentamientos entre bandas de delincuentes por el control del territorio y la actividad criminal en la zona; unos estarían apoyados por algunos delincuentes que vienen del penal de Tocorón y otros apoyados por delincuentes de la Cota 905; la otra hipótesis es que no se trata de ningún tipo de enfrentamiento sino de alarde de los malandros del barrio para intimidar, mostrando su armamento. Y no voy a dar más detalles, para no incurrir en apología del delito o glorificación de unos supuestos “robin hoods” o “pablos escobar” criollos.

En todo caso, los tres hechos descritos tienen en común que sobre ellos se han tejido, en las redes sociales, todo tipo de fantasías, hipótesis, descripciones e historias; que sobre cada una han formado una colcha de retazos de la cual cada quien toma lo que le conviene o interesa a sus fines particulares o generales, altruistas o mezquinos. Los hechos indican que el país está al borde de la ingobernabilidad o que hay una falta absoluta de control de la violencia por parte del gobierno; lo que si vemos, a diario, es que el régimen si es capaz de generarla, para intimidar, para ejercer control social de la población, pero no es capaz o no quiere hacerlo, para proporcionar seguridad a la población.

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

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Roberto Casanova y Gerver Torres

Ya está circulando la segunda edición del libro Un sueño para la Patria de Roberto Casanova y Gerber Torres, que próximamente se colocará en sitios web desde los cuales podrá ser descargado por los interesados.

Por lo pronto compartimos con nuestros lectores el Prólogo escrito por Felipe Benites y Alonso Domínguez

Esta nueva edición de Un sueño para Venezuela ha sido escrita por dos economistas que han logrado trascender con éxito el marco paradigmático que les brindaba su formación académica inicial. Roberto Casanova ha reflexionado con acierto sobre diversos modelos de sociedad y su genealogía histórica; Gerver Torres, por su parte, ha incursionado con solvencia en el campo de la reflexión sobre la conducta humana y sus motivaciones. Ambos terrenos, si bien no están completamente alejados de la economía, tampoco forman parte de su temática central de estudio.

Es, pues, un libro escrito por economistas que no versa sobre economía venezolana aunque su primera edición, aparecida en octubre de 2000, fuera por años texto base de varios cursos de macroeconomía en distintas universidades, tanto públicas como privadas. En la lista de variados y buenos intentos por explicar nuestra casi secular y compleja situación, esta segunda edición ofrece una interpretación integral sobre el problema venezolano, nutrida no solo por la evolución personal de los autores, sino también por muchos años de intercambio y experimentación pedagógica desde la asociación civil Liderazgo y Visión, como resultado de una familia de proyectos con múltiples recursos didácticos y puesta al servicio de estudiantes, comunidades, medios de comunicación social, partidos y gremios.

De tal suerte, este libro no solo rebasa responsablemente fronteras disciplinarias y ofrece una lectura integral sobre lo que nos ha pasado y cómo superarlo, sino que lo hace con una preocupación marcadamente pedagógica. No es esta, por cierto, una afirmación retórica para despachar de antemano inconsistencias o liviandades, sino para enfatizar su tono y objetivo.

La vocación pedagógica de la obra se expresa no solo en el uso intensivo de gráficos e ilustraciones o en el cuidadoso diseño de sus páginas, sino principalmente en su estructuración a través de cinco preguntas: ¿Dónde estamos? ¿Cómo llegamos aquí? ¿Con qué contamos para salir adelante? ¿Cómo salimos de aquí? ¿Hasta dónde podemos llegar? Quizás estas preguntas ya han sido formuladas y también cabalmente respondidas por muchos especialistas dentro y fuera de nuestro país; pero la innovación aquí estriba en la manera sistemática con la que se abordan y en la claridad expositiva aplicada a responderlas, todo ello con el afán de sumar voluntades de los acto- res políticos y sociales capaces de asumir y encarnar esas respuestas.

¿Acaso no sería el honor más alto al que este libro pudiera aspirar el de convertirse en un texto de referencia del último año de educación básica? Si nuestros jóvenes de 17 años pudieran asomarse con rigor a las preguntas que aquí se plantean y contar con una manera estructurada de abordarlas, estamos seguros de que los autores se darían por servidos. En las actuales circunstancias, la necesidad de respuestas no solo se mantiene entre las viejas generaciones, sino que es obligante para las nuevas. A casi cuatro décadas de crisis, con breves interregnos de respiros rentistas, el último lustro de colapso y desespero, parece de sobra suficiente para que la nación inicie el camino hacia un destino mejor.

Quisiéramos pensar, sumándonos a ese repetido y hasta viejo anhelo nacional, que ha llegado la hora de la sensatez; de insistir tercamente y como nunca antes, en que ya es tiempo de sacar a Venezuela del abismo, apoyándonos en la fuerza de la experiencia, la evidencia y la razón. Quisiéramos creer que el pueblo como sujeto político reclama la despolarización política (los datos, por cierto, ya no refieren la existencia de dos polos, sino de una contundente mayoría que aspira a cambios profundos) y la consecuente reconstrucción económica y social. Quisiéramos aferrarnos a la esperanza de que ahora sí el país puede cambiar, y que tendrá en el Sueño para Venezuela un instrumento para discernir y aprender sobre lo vivido.

Porque a estas alturas del recorrido, no cabe duda de que ha habido gruesos aprendizajes, pero cuando cae la noche, no deja uno de oír voces, obstinadas y amargas, que inquieren si las lecciones han sido suficientes. Por ello, aunque el aprendizaje es perenne, para que sea efectivo, el proceso de pedagogía y orientación ha de ser sistemático y pertinente.

¿Existe alguna corriente, facción o partido capaz de negar el potencial que posee Venezuela para constituirse en uno de los países más avanzados de la región? Y al propio tiempo, como una paradoja trágica, ¿existe alguna teoría, medianamente seria, capaz de negar la debacle en la que hemos sido sumidos los venezolanos? ¿Es posible negar hoy los consensos sobre la disfuncionalidad que a mediano y largo plazo genera el rentismo como conducta dominante en cualquier nación? Y en ese sentido, ¿habrá alguien que cuestione hoy, con algo de racionalidad argumentativa, la importancia de instituciones políticas y económicas que promuevan la justicia, la estabilidad, la equidad y la libertad en función del desarrollo autónomo y sostenible?

Contra las mejores ideas y las toneladas de evidencias que había ya en 1998, el liderazgo del país en los últimos veinte años no solo mantuvo el rentismo como conducta social, sino que lo hipertrofió a niveles catastróficos, enrumbándonos en una senda nefasta de migración forzosa, extractivismo mineral, depredación ambiental y comercio de bienes ilegales, a una escala nunca antes vista en el continente. Como si no hubiesen sido claras las advertencias de Emeterio Gómez sobre la falsedad de la teoría del valor trabajo, la teoría de la plusvalía, de la Revolución y de toda construcción marxista que se erige sobre ella, aquí muchos se empeñaron en rehabilitar dogmas que en el resto del mundo solo tienen el valor de piezas de arqueología.

En este momento, cuando una quinta parte de la nación venezolana vive fuera del territorio y la riqueza nacional retrocedió cincuenta años, deberíamos ser capaces de decir «¡basta!» y convertir la tragedia reciente en fuente de aprendizaje y rectificación. La experiencia debería ser nuestra maestra, para que en el futuro podamos escribir renglones de esperanza, potencial no despilfarrado y logros obtenidos con esfuerzo; para que cada quien, a su particular manera, pueda vislumbrar un mejor porvenir para sus hijos y para los suyos, trastocando este trauma social en motivación y guía.

Ese es el viaje al que invita esta obra: el de hacernos preguntas y estar abiertos a responderlas de manera reparadora. No como quien busca venganza o reafirmar sus convicciones, sino como quien aspira a aprender de su propia experiencia y a rectificar. Cuando la primera edición de este libro apareció, era claro el destino que resultaría de profundizar la ruta del rentismo petrolero; pero quienes creímos en el sueño en aquel entonces nos resistíamos a siquiera imaginar, ilusos quizás, ingenuos seguramente, que la sociedad venezolana iba a deslizarse, incluso voluntariamente, hacia una deriva tan profunda en errores ya cometidos.

Considerando que su primera edición se publicó veinte años atrás y que los factores críticos se han vuelto exponenciales en este tiempo, estamos hablando entonces de un esfuerzo intelectual que no solo es integral y pedagógico, sino que está también dotado de conciencia histórica, dando cuenta sobre los problemas que nos aquejan y conectándolos con la experiencia de otras naciones y la nuestra. No es un ejercicio onírico con su carga de irrealidad o alucinación. El título que le ha servido siempre de nombre al libro y sus proyectos, es una instigación para que, de forma analítica, ordenada y esperanzada, los venezolanos podamos establecer los elementos de nuestra problemática, las causas de su persistencia y feroz agravamiento, las formas de superarla de acuerdo a nuestras capacidades y la visión de lo que podríamos ser a la vuelta de una generación. Se trata de echar mano de nuestros mejores activos, incluyendo patrones de la cultura, para organizarlos bajo formas institucionales incubadoras y generadoras de bienestar. Como rezaba una hermosa frase del proyecto pedagógico de teatro de calle con el que recorrimos varios estados: «somos como quien vuela papagayos, con la mirada en el cielo y los pies en la tierra».

Eso también es el sueño para Venezuela que nos ofrecen Casanova y Torres. Una visión para consolidarnos como un pueblo de ciudadanos: políticamente constituido, movilizado por sus derechos en contrapartida a sus deberes; económicamente próspero, emprendedor, autosuficiente e integrado al mundo; socialmente proactivo, militante y solidario. La narrativa de venezolanos que por informados, proactivos y responsables, se han vuelto inmunes a espejitos y espejismos, donde sea que decidan vivir.

El prólogo de un libro suele tener por objetivo hacer una invitación a la lectura; una especie de honor que concede el prologuista a los autores, habida cuenta del prestigio de quien suele escribir este tipo de textos. Es así por lo general, mas no en este caso. Aunque los prologuistas hemos puesto empeño en hacer la mejor invitación posible a leer este texto inspirador y acucioso, contrario a la costumbre, los honrados al prologarlo somos quienes suscribimos. Habérnoslo propuesto es un noble gesto que acogemos con fraterno agradecimiento, humildad y, lo más importante, con la plena convicción de que ordenamos estas pocas frases para anteceder la segunda edición de un material que confiamos servirá de pauta para un eficaz y movilizador ejercicio de pedagogía social, con la mirada puesta en la reconstrucción de Venezuela.

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Julio Dávila Cárdenas

Hay oportunidades en las que se siente gratitud a ciertas personas en razón de un comportamiento, un beneficio o un favor que ha traído alegría a quienes han sido sus beneficiarios, en cuyo caso quien ha recibido la ayuda procede a expresar su agradecimiento al benefactor bien directamente o a través de una correspondencia. En otras se expresa de diferente manera, tal es el caso de cuando se agradece a Dios. En la Iglesia Católica se manifiesta a través de un Te Deum, que es un himno litúrgico solemne de acción de gracias que generalmente se entona en momentos de celebración.

La gratitud es un sentimiento que se experimenta cuando se recibe apoyo en una circunstancia difícil, lo que lleva a corresponder con una acción de agradecimiento, pero esta acción requiere que la persona que ha recibido ese soporte sienta que el sustento del mismo ha sido producto de una generosidad y no la consecuencia de una acción previa originada en una injusticia o en una actuación encaminada a causar un daño, muchas veces irreparable, destinado a provocar miedo o terror en la persona que lo sufre y en las de su entorno familiar o social.

Es este el caso de quien ha sido condenado a permanecer en prisión por haber participado en hechos que no constituyen delito, sino todo lo contrario, como sería lo que se establece en el artículo 53 de la Constitución: “Toda persona tiene el derecho de reunirse pública o privadamente, sin permiso previo, con fines lícitos y sin armas”, así como quienes hacen uso del derecho a la libre expresión del pensamiento, consagrado también constitucionalmente en el artículo 57, en el cual se garantiza el derecho de toda persona a expresar libremente sus pensamientos, sus ideas u opiniones de viva voz, por escrito o mediante cualquier otra forma de expresión, sin que pueda establecerse censura.

Cuando algún funcionario público viola la Constitución o incurre en abuso o desviación de poder compromete su responsabilidad personal, tal como lo pauta el artículo 139 constitucional.

Esto me viene a la mente en momentos en que se vuelve a hablar de intentos de magnicidio y de intervención de terceros países para derribar gobiernos. Costumbre tomada del régimen comunista cubano, en el que con demasiada frecuencia se denunciaban múltiples intentos de asesinar a sus dirigentes, sin presentar pruebas de tales hechos, pero que servían para encarcelar a quienes se les oponían. En otras oportunidades no solo se sometieron a prisión sino que se les desapareció temporal o definitivamente.

Ahora se ha procedido a liberar a personas inocentes, acusadas de delitos inexistentes y que fueron condenadas por órdenes de quienes en algún momento detentaron poder.

Esas liberaciones no deben generar gratitud. Todo lo contrario, probablemente produzcan en los liberados y en su entorno cercano, sentimientos de ira y frustración por las injusticias y arbitrariedades sufridas. En este caso quienes las cometieron deberían recordar el viejo refrán: Cuando veas las bardas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo, e igualmente tener presente lo que dijo el recordado Presidente Luis Herrera Campins, “a ponerse las alpargatas que lo que viene es joropo”. Y no creo que sea tiempo de Te Deum porque no son momentos de celebración. Por ahora.

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Maxim Ross

Quizás sea un poco tarde para lamentar la muerte de lo que fue uno de los iconos mas representativos del viraje que le quiso dar la revolución bolivariana a la filosofía y el manejo de la industria petrolera venezolana, pero nunca es demasiado para marcar algunos puntos de inflexión de una muerte pre- anunciada, porque se presta a mucha confusión la creencia de que todo comenzó apenas recientemente.

Como ahora estamos observando, día a día, el declive de sus operaciones, agudizada por la drástica caída de la producción, por la insólita desaparición de la gasolina del mercado y por esos nombramiento de “enroques largos y cortos”, con el General colocado allí por su honestidad, sin saber mucho del asunto, por el regreso, una vez más de quien ha estado vinculado a ella por aňos, etc. etc., y con la puesta en escena del plan de reestructuración que, prácticamente revierte todo el esquema “revolucionario” previo, que contradice plenamente a aquella fervorosa critica a la apertura petrolera de los noventa, encabezada por sus dirigentes de entonces. Se podría creer, digo, que la PDVSA “Roja, Rojita”, recién comienza a fallecer. Pero no es así.

Esa PDVSA comenzó su agonía mucho tiempo atrás y en manos de quienes hoy, dentro de la “revolución”, claman y critican por su declive actual, cuando la convirtieron en el Estado paralelo que la puso a encargarse de todo lo que no quería, o no podía hacer, el Estado “revolucionario”. Cuando la dedicaron a la agricultura, a la “seguridad alimentaria”, a la construcción de viviendas, a lo que llamaron “Gasto social”, distrayendo, para esos fines, una magnitud de recursos que comprometió severamente el futuro de la industria. Mas nunca se volvió a invertir en lo necesario para mantener o aumentar la producción.

Dos argumentos nos fueron dados. ¡Recordemos! El primero, fundado en la inercia de la sempiterna tesis de que había que controlar o reducir la producción para mantener los precios y seguir la línea de la OPEP, argumento que ¡claro!, cubría el fervor revolucionario, pero servía. El segundo fue algo menos idóneo, pues se convirtió en pura propaganda: aquella oferta repetida recurrentemente por todos sus dirigentes del plan de los ¡6 millones de barriles!, para tal o cual año, ¡cuando había que reducir la producción!

Todo ello sin contar el hecho, tal vez tan importante como lo anterior, del despido masivo de la gente más capacitada para dirigir y manejar la industria. Si sumamos todos esos componentes podemos encontrar el decreto y el verdadero origen de la muerte de la PDVSA “Roja, Rojita”, aunque no cabe de cual es ahora el sello que marca su muerte definitiva.

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Se le atribuye a Francisco de Miranda, en el momento de ser detenido, una peculiar expresión de sorpresa e indignación: “¡Bochinche, bochinche, esta gente no sabe hacer sino bochinche!”. Si el generalísimo hubiera estado en la costa de Macuto, en estos principios de mayo del 2020, quizás —con más pesadumbre que asombro— hubiera exclamado: “Chapuzas, chapuzas, esta gente no sabe hacer sino chapuzas!”. Toda la trama ocurrida en el país en estos días ofrece un retrato absurdo, delirante, pero también muy doloroso, profundamente triste. Nadie queda bien y, a medida que se van sabiendo más cosas, cualquiera podría pensar que tal vez era mejor la confusión que la verdad.

No hay por dónde, no hay cómo, salvar este deplorable espectáculo. Parece un homenaje al cine de Juan Orol, un relato de gánsters erráticos y de soldados chambones. Pero en realidad es una bofetada a la ciudadanía que confía en la institucionalidad, que cree en la política, y un golpe bajo a la comunidad internacional que ha venido acompañando la posibilidad de una transición en Venezuela. Tampoco el oficialismo, por supuesto, puede escapar. Tratar de construir una épica con lo ocurrido es también ridículo y desolador. Por más que se empeñen, no hay campaña mediática que pueda convertir un disparate peorro en una gigantesca invasión.

Como siempre, hay tantas versiones, tantas declaraciones, tantas explicaciones y tantas especulaciones que resulta casi imposible saber y entender qué pasó. La Operación Gedeón podría ser narrada como un esbozo de un ataque militar, como un intento de maniobra privada que pensaba atrapar a Nicolas Maduro como si fuera el Chapo Guzmán, como un engorroso plan de espías tropicales, como un programa de concursos de la televisión, con un desnalgue extraño en una playita de Chuao. Desde la existencia de un contrato, firmado o no firmado, válido o inválido, hasta el video de Juan Guaidó pujando una cara de yonofui, pasando por los interrogatorios pseudo filosóficos a los gringos detenidos, todo es tan genuinamente choreto que da grima. Se siente un fríito hasta en la cédula de identidad.

Pero, obviamente, ya es indiscutible que este injerto de mercenarios con ex militares supuestamente rebeldes existió y, aunque parezca increíble, es o fue parte de un plan, de un proyecto. Cuesta trabajo pensar que alguien con cierta información, con algún conocimiento del país, pretenda realmente tomar por asalto a una “narco dictadura”, asesorada por la inteligencia cubana, utilizando simplemente unas lanchas y unas decenas de hombres. Ahí hay, por lo bajito, una sobredosis de Rambo.

Uno puede pensar que Luke Denman y Airan Berry son un par de gringos algo fanáticos y devotos de la teoría de las conspiraciones, ambiciosos y muy ignorantes, tanto como para creer que Venezuela es un capítulo de Jack Ryan, por ejemplo. Pero ¿y todos los demás? No estoy pensando ni siquiera en aquellos que se embarcaron personalmente en el viaje, sino en los líderes de oposición, en los asesores y comisionados que supieron en algún momento de toda esta maniobra. Basta ver a JJ Rendón en la entrevista de CNN para entender el verdadero patetismo de la situación. En su conversación con el complaciente periodista, el asesor de estrategia política de Juan Guaidó se mostró displicente, incluso un poco fastidiado de tener que dar tantas explicaciones. Trató de manejar todo con desconcertante naturalidad y casi dijo que se trataba de un trámite sencillo y normalito, que habían llegado a Jordan Goudrou después de realizar un riguroso casting de mercenarios, que esas cosas pasan, que él donó generosamente 50 mil dólares y no se anda quejando, que ya dejen de joder, que tampoco es para tanto, que el dichoso contrato no tenía 1 página sino 42, que hay que leer las letras chiquitas antes de ponerse a criticar.

Pero del lado del oficialismo se encuentra también una perfecta correspondencia, igual de absurda y de patética. Ya está más que probado que Maduro no tiene capacidad para entrar en honduras, no sabe lidiar con la gravedad. Trata de mostrarse circunspecto. Habla frunciendo el ceño, mirando a cámara y aspirando las vocales, dice que lo querían matar, acusa a Donald Trump… pero de inmediato se le sale el chistecito, saluda a su mujer, comenta que está linda Cilita, se sonríe como si estuviera a punto de pedir otra empanada. Así desactiva la ceremonia. Él solito sabotea su performance. Actúa como si todo lo que está diciendo realmente no fuera tan dramático, tan cierto.

Es sorprendente cómo, ni siquiera en situaciones como éstas, el oficialismo logra ganar aunque sea unos gramos de credibilidad. Narrativamente se han asfixiado con sus propias palabras. Sus voceros no son capaces de reinventarse, solo se hunden en las reiteraciones que ya no dicen nada, que nadie cree. Cuando Maduro denuncia que Wilexis Acevedo y su banda fueron contratados por la DEA, o que la ONG Provea está financiada por la CIA, lo único que logra es desnudar nuevamente su propia fragilidad. Delata que carece de argumentos. Muestra que no piensa sino que reacciona, que solo puede repetir las inútiles fórmulas de siempre.

En el balance de lo ocurrido esta semana tampoco ganan los radicales compulsivos, los adictos a las batallas de Twitter, los eternos ciber iluminados, los que desde hace mucho piden, exigen y reclaman precisamente una incursión armada. Ellos también se han quedado en silencio, con su duelo. Quizás secretamente estén felices ahora que cualquier posible negociación está todavía más lejos. Sin embargo, en realidad no hay nada que celebrar. Aquí los únicos que pueden salir fortalecidos son, de nuevo, las fuerzas que administran y gerencian la violencia en el país: los militares, la policía, el crimen organizado.

La Operación Gedeón se inscribe en la línea de las acciones que ha promovido en los últimos tiempos Leopoldo López. Y es de nuevo un fracaso. Otra gran chapuza. Es un atentado en contra de la institucionalidad que legitima a la oposición y que la vincula con la comunidad internacional. Dinamita la confianza ciudadana y distribuye aún más desesperanza. Es una aventura que nos lleva a la peor de las playas posibles, al lugar donde los civiles ya no tenemos ningún poder. El grado cero de la política.

10 de mayo 2020

Efecto Cocuyo

https://efectococuyo.com/opinion/chapuza-operacion-gedeon/

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Carlos Raúl Hernández

Pensador actual de punta, el holandés Ian Buruma, realiza un estudio existencial del gamberro político, el lumpen, válido para los colectivos, camisas negras, camisas pardas, paramilitares, guerrilleros colombianos, skin head, terroristas islámicos y de cualquier otra marca: un sujeto incapaz de construir una vida decente, atormentado por odios y complejos contra quienes lo logran y que envuelve su fracaso en algún justicialismo

Movimientos revolucionarios de izquierda y de derecha los reclutan para mercenarios aporreadores, brigadas de choque, torturadores, saqueadores, asesinos. Su oficio es el ejercicio simple de la ruindad, abusar de gente indefensa o ejecutar actos terroristas. Son el verdadero rostro de las revoluciones (“un comunista es un fascista de izquierda. Un fascista, es un comunista de derecha”).
Kensaburo Oe lo describe inquilino de casa de pensión, solitario, atormentado por los flashes eróticos en las calles, por faldas cortas y aromas de los que se siente privado masturbador pertinaz que se asume rechazado por su obscuro objeto de deseo. La belleza, el confort, flamantes automóviles, la apariencia de felicidad, transitan por las calles de las sociedades abiertas, sin chador ni burka.
Pareciera que todo está al alcance de la mano, pero cada quien debe construir espacios con voluntad, trabajo, audacia, y estas figuras baconianas no están dispuestas a eso. La sociedad ofrece maravillas que solo obtendremos parcialmente y la revolución es la respuesta del fracaso, estimulado por ideologías de la envidia: el marxismo, el populismo o el nacionalsocialismo que hacen a “los otros” culpables de sus privaciones y merecedores de castigo.
El diseñador de la violencia
En los comandos de acción directa tiene espacio su particular destreza profesional, la violencia, el rasgo más animal de los humanos y el que los acerca más a las bestias. Maltratar y hasta matar a un profesional, una mujer bella, un universitario, comerciante o trabajador, es su venganza. Los hace importantes ejercer el terror de causas oscuras.
Mussolini creó los camisas negras en 1919, que a partir de 1923 se llamarán Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional, y allí concentra las excrecencias del naufragio, que hicieron terrible la vida cotidiana. La incapacidad para conseguir tempranamente la unidad nacional italiana y superar
la pobreza, creó un estamento de resentidos animados por el rencor, lo que Hannah Arendt llama “el populacho”.
Obreros, profesores, comerciantes, médicos, oficinistas, abogados, todos sin empleo, arruinados y buscando arrimarse. El discurso de Mussolini en las tribunas representaba a las hordas, e instaba a despanzurrar, patear, a los “responsables” de las desgracias. Doscientos mil miembros de los “colectivos” emprendieron la Marcha sobre Roma, colocaron al Duce en el gobierno e inspiraron al sexualmente retorcido Hitler para formar sus
camisas pardas o S.A.
El partido nacionalsocialista compró baratos remanentes de camisas de kaki de las tropas alemanas en África y con ellos los uniformó estilo militar. Y Hugo Boss, joven costurero nazi que iniciaba su carrera profesional, le dio su mágico glamour. También vistió a las S.S y a las Wehrmacht. Los colectivos tampoco podían faltar en la pesadilla de la Revolución Cultural China y Mao creó la Guardia Roja con cientos de miles de jóvenes convertidos en perseguidores de maestros, profesores, artistas, escritores, e incluso de sus propios padres.
Los derechos gusanos
El objetivo de Mao, en ese momento defenestrado, que hizo de la Guardia Roja, era liquidar a Liu Sao Chi, Lim Piao y Deng Xiaoping para recuperar el poder. La oleada fanática asesinó más de un millón de personas y destruyó casi cinco mil de los siete mil templos antiguos que se conservaban. Latinoamérica ha tenido caudillos que convierten las naciones en cárceles con apoyo de los “colectivos”.
En Panamá de Noriega se llamaban Batallones de la Dignidad y Codepadis, que ensangrentaban las ropas claras de los manifestantes contra la dictadura. Olor a resaca de caña barata, adrenalina, sudor rancio, halitosis y sangre en las calles eran la identificación. Corrieron después como conejos en 1989 y una conocida matona, Balbina Herrera, fue candidata presidencial derrotada del norieguismo.
Daniel Ortega tenía turbas divinas en su lejano primer gobierno, aguardentosas, mercenarias, astrosas, para aterrar adversarios políticos, menos a Violeta Chamorro, quien le desbarató el proyecto en las narices. El régimen cubano usa los llamados grupos de respuesta rápida para “actos de repudio” en los que rodean por horas o días casas de` disidentes y luchadores por los Derechos Humanos, “derechos gusanos de desechos humanos” según las turbas.
Entre los años 40 y 50 las calles de La Habana eran propiedad de gánsters, los “gatillo alegre”, Emilio Tro, Manolo Castro, Rolando Masferrer, Alfredo
Yabur, Eduardo Corona, Fidel Castro, hasta que en 1959 éste acabó con todos los demás y con la vida civilizada. Pero la figura del día son
los indestructibles. Stallone, y sus mercenarios, Statham, Jet Li, Dolph Lundgren, Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger, hoy de moda porque, contratados por gobiernos de EEUU, rescatan princesas y liquidan tiranías.

@CarlosRaulHer

https://www.eluniversal.com/el-universal/69670/ese-obscuro-objeto-de-deseo

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Aquellos que ven la aplicación de tipos de interés negativos por parte de los bancos centrales como algo excesivo tal vez deban reconsiderarlo. Ahora mismo, en Estados Unidos, la Reserva Federal (con el apoyo implícito y explícito del Tesoro) va camino de dar respaldo a casi todas las deudas de la economía (privadas o de los gobiernos de nivel estatal y municipal). Muchos otros gobiernos se han sentido obligados a tomar medidas similares. Una crisis que (esperamos) sólo ocurre una vez en un siglo exige una intervención gubernamental a gran escala, pero ¿quiere decir eso prescindir de los mecanismos de asignación basados en el mercado?

El respaldo crediticio indiscriminado es buena idea si se parte del supuesto de que las presiones recientes en los mercados sólo fueron una contracción de liquidez transitoria que se resolverá pronto, cuando después de la COVID‑19 haya una recuperación fuerte y sostenida. Pero ¿y si esa recuperación rápida no se materializa? ¿Si, como uno sospecha, le lleva años a la economía de Estados Unidos y del mundo volver a los niveles de 2019? Si así fuera, no parece probable que todas las empresas sigan siendo viables, o que todos los gobiernos de nivel estatal y municipal conserven la solvencia.

Lo más seguro es que nada será igual. Se destruirá riqueza en proporciones catastróficas, y las autoridades deberán hallar un modo de asegurar que, al menos en algunos casos, los acreedores asuman una parte de las pérdidas, proceso que llevará años de negociaciones y litigios. Para los abogados especializados en quiebras y los cabilderos habrá grandes beneficios (derivados en parte de presionar a los contribuyentes para que paguen por el cumplimiento de las garantías de rescate). Será un desastre indescriptible.

Ahora, imaginemos que para apuntalar los mercados, en vez de limitarse a proveer garantías, la Fed pudiera llevar la mayoría de los tipos de interés a corto plazo de la economía cerca o por debajo de cero (Europa y Japón ya han incursionado en territorio negativo). Supongamos que para oponer resistencia a la actual búsqueda de refugio en la deuda pública, los bancos centrales fueran más allá y bajaran las tasas de referencia a corto plazo, digamos, a –3% o menos.

Para empezar, igual que los recortes de tasas en los viejos tiempos de los tipos de interés positivos, las tasas negativas salvarían del default a muchas empresas, estados y ciudades. Con una implementación correcta (y los datos empíricos recientes lo avalan cada vez más), las tasas negativas pueden, a la manera de la política monetaria normal, reforzar la demanda agregada y aumentar el nivel de empleo. Así que antes de lanzarse a reestructurar deudas por doquier, ¿no sería mejor probar una dosis de estímulo monetario normal?

La factibilidad y eficacia de los tipos de interés muy negativos depende de una serie de medidas básicas. La más importante, que hasta ahora no ha tomado ningún banco central (incluido el BCE) es impedir el atesoramiento de efectivo a gran escala por parte de empresas financieras, fondos de pensiones y aseguradoras. Para ello debería bastar alguna combinación de regulación, comisiones dependientes de la duración para los redepósitos a gran escala de efectivo en el banco central y retirada de los billetes de alta denominación.

No es física nuclear (¿o debería decir virología?). Descartado el atesoramiento de efectivo a gran escala, la cuestión del traslado de los tipos de interés negativos a los depositantes bancarios (la mayor preocupación) queda eliminada. Incluso sin evitar totalmente el atesoramiento (algo arriesgado y costoso), para los bancos europeos ha sido cada vez más factible el traslado de las tasas negativas a los grandes depositantes. Y los gobiernos no cederían mucho al brindar a los pequeños depositantes protección total contra las tasas negativas. Repito, con suficiente tiempo y planificación adecuada, es fácil de hacer.

Los tipos de interés negativos han generado un sinfín de objeciones, pero en su mayoría son producto de un razonamiento confuso o admiten una solución fácil, como examino en mi libro de 2016 sobre el pasado, el presente y el futuro del dinero, así como en escritos relacionados. Donde también explico por qué no hay que pensar en los «instrumentos monetarios alternativos» (por ejemplo la flexibilización cuantitativa y el helicóptero monetario) como formas de política fiscal. Si bien una respuesta fiscal es necesaria, también lo es en gran medida la política monetaria, que es la única que opera sobre el crédito en toda la economía. Hasta que la inflación y el tipo de interés real salgan del pozo, sólo una política de tipos de interés efectivos muy negativos puede funcionar.

El uso de esa política en las economías avanzadas también sería una enorme bendición para las economías emergentes y en desarrollo, muy afectadas por el abaratamiento de los commodities, la fuga de capitales, el alto endeudamiento y tipos de cambio desfavorables (además de estar enfrentando las primeras etapas de la pandemia). Incluso con tasas negativas, muchos países todavía necesitarán una moratoria de deudas. Pero un dólar más débil, un crecimiento global más firme y una reducción de la fuga de capitales ayudarían, sobre todo en el caso de los mercados emergentes más grandes.

Lamentablemente, en la revisión de instrumentos de política de la Reserva Federal en 2019, la implementación de tipos de interés muy negativos quedó en la práctica descartada, lo que limitó la capacidad de la Fed frente a la pandemia. Los cabilderos de bancos influyentes los detestan, aun cuando bien implementados no tienen por qué afectar las ganancias de los bancos. Y parte de la culpa es de los economistas, hipnotizados por la presencia de interesantes resultados contrarios a la intuición que surgen en las economías cuando realmente hay un límite inferior de cero para los tipos de interés.

La implementación de emergencia de tipos de interés muy negativos no resolverá todos los problemas actuales, pero sería un primer paso. Si (como parece cada vez más probable) el tipo de interés real en equilibrio en los próximos años va camino de ser más bajo que nunca, es hora de que los bancos centrales y los gobiernos hagan un urgente y detenido examen de la idea.

Traducción: Esteban Flamini

4 de mayo

Project Syndicate

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