Pasar al contenido principal

Opinión

Américo Martín

Los partidos son políticos no ideológicos. La primera calificación se desprende de la flexibilidad y el pragmatismo naturales que necesitan las organizaciones políticas para luchar por el poder, ejercerlo desde el gobierno, defenderlo de eventuales arrebatos y recuperarlo por las vías que fueran indispensables. Se comprenderá que siendo esos los propósitos esenciales de los partidos, su idoneidad política ayuda mucho más que su hieratismo ideológico, por cierto, especialmente marcado en las organizaciones extremistas de cualquier signo.

La propensión dogmática de las ideologías partidistas se incrementa en la medida en que las confrontaciones entre movimientos recurren a la fe filosófica de ciertas teorías o al carácter confesional-religioso de sus adversarios, tratados -por la fuerza del debate mismo- como enemigos y ya no como simples rivales.

El Foro de Sao Paulo nació en julio de 1990 en respuesta de la izquierda latinoamericana a las demoledoras consecuencias de la caída del muro de Berlín sobre el mundo social-comunista, que había llegado a ocupar entre la tercera parte del planeta. El objetivo del flamante foro latinoamericano era combatir al neoliberalismo o más bien a la caricatura que fue desfigurada, atribuyéndole la función de trasladarlo todo al mercado. Por eso la nueva pugna “ideológica” se redujo a una falaz confrontación entre el Estado -supuestamente interesado en salvar el nivel de vida del pueblo- y el mercado, cuya única motivación sería el lucro con sacrificio brutal de cualquier consideración humana o social. Véase pues cómo semejante concepción ideológica, también llamada de izquierda, reducía al exitoso enemigo -la derecha- que lo había pulverizado después de Berlín, al tamaño de sus propias fuerzas para así poder vencerlo.

En la realidad, en ningún país se estableció un sistema de mercado libre por completo de intervencionismo estatal, ni siquiera el de los dos modelos que parecía encarnar la mencionada caricatura: el de Ronald Reagan de 1981 a 1989, popularizado con el nombre de “reaganomics” y el de Margaret Thatcher, llamado “thatcherismo”. Aunque recuperaron poderosamente a EEUU y al Reino Unido con drásticas medidas de mercado, aplicaron, sin embargo, fórmulas proteccionistas, tributarias y arancelarias buscando una todavía mayor competitividad. Cierto es que enfatizaron correctamente el mercado, falso es que dejaran todo a su exclusivo dominio.

El Foro de Sao Paulo se lanzó, no obstante, a una lucha irracional contra un modelo neoliberal que podía ser criticado pero nada ayudaba caricaturizarlo. Era, pues, el uso de la ideología por sobre la flexibilidad política, el arma mellada del Foro para defender el proteccionismo estatal y amotinarse contra la racionalidad del mercado.

Fue una confrontación sin escrúpulos debido a su carácter falaz pero políticamente exitosa, sobre todo para gobiernos de “izquierda” que no podían combatir flagelos como el de la inflación, la recesión, la improductividad crónica de la llamada economía real, apoyándose en la nueva causa revolucionaria y planificando ofensivas para impulsar una ola encadenada de victorias en latinoamérica. El antineoliberalismo fue el emblema del socialismo del siglo XXI y el Foro de Sao Paulo la principal plataforma de lanzamiento. En su momento de auge, el Foro tuvo 111 partidos y organizaciones de la izquierda latinoamericana, pero se trató de un crecimiento inconsistente porque, atraídos por los avances, se afiliaron muchos grupos cuya motivación era alcanzar el poder a cualquier costo. Organizaciones guerrilleras, partidos fidelistas, el actual PSUV, movimientos peronistas personalistas como el kirchnerismo e incluso su gran rival el Partido Radical Intransigente, el Partido Socialista chileno, el Frente Amplio de Uruguay, los ecologistas colombianos -Partido Alianza Verde-, el PRD mexicano.

La heterogeneidad conspira contra el objetivo político inicial del Foro y contra su perfil ideológico. Bastaría con recordar las estructuras unitarias monitoreadas por Chávez, quizá Fidel Castro y con decreciente entusiasmo por Lula, para observar su rápido deterioro, en contraste con el crecimiento eruptivo del Grupo de Lima, que ha asumido una actitud de militante enfrentamiento al régimen de Maduro y al socialismo del S. XXI. Ese cambio en las políticas de los miembros del Foro le confieren a éste la forma de un acordeón, que se infla o se desinfla según las circunstancias.

En algún momento el jefe del PSUV y máximo representante del socialismo S. XXI confesó que estaban actuando conforme al mandato emanado de la reunión del Foro en Venezuela en 2019. Pero lo que se presencia ahora es una desintegración y realineamiento en contra de aquel supuesto mandato. Valdría preguntarse: ¿más allá de títulos y lemas, el Foro de Sao Paulo, de veras sigue existiendo o no es más que una sombra de lo que inicialmente pretendió ser?

https://talcualdigital.com/del-foro-por-americo-martin/

 3 min


Silvia López

Decía Galeano que “somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”. En un mundo que saca tanto provecho (económico, por ejemplo) de que nos odiemos a nosotros mismos, la idea de ser más amables en nuestro diálogo interior tiene algo de subversivo. Para alcanzar ese “yo ideal” y esa vida perfecta que nunca parecemos atrapar, tendemos a criticarnos a nosotros mismos con dureza, a culpabilizarnos cuando algo sale mal o a experimentar sentimientos de vergüenza o miedo. Sin embargo, varias investigaciones psicológicas han demostrado que, además de un inmediato efecto desmoralizador, esta actitud ni siquiera tiene buenos resultados a largo plazo en la consecución de nuestros objetivos.

La doctora Kristin Neff, profesora de Psicología Educativa de la Universidad de Texas, ha dirigido más de 40 de esas investigaciones. Es la gran precursora de la autocompasión, el concepto psicológico viral de estos tiempos como la autoestima o el empoderamiento lo fueron hace no tanto. “Optar por tratarnos a nosotros mismos de manera amable y no despreciativa resulta muy pragmático. No tenemos mucho control sobre muchas de nuestras condiciones personales (la personalidad con la que nacemos, nuestra constitución corporal, nuestra salud, la buena o mala suerte, etc.), pero sí que podemos aprender a ser amables con nosotros mismos cuando nos enfrentemos a nuestras limitaciones, y sufriremos menos por ellas”, explica en Sé amable contigo mismo (Paidós Divulgación).

La autocompasión, nueva piedra filosofal

“Imagina un niño pequeño que se ha tropezado y empieza a llorar. ¿Le diríamos que es un desastre y se lo merece por no estar atento? ¿O lo abrazaríamos y le daríamos afecto? Y si nuestro mejor amigo llora porque le ha dejado su pareja. ¿Le diríamos ‘eres un desastre y no me extraña’? ¿O le daríamos palabras de aliento? Obviamente lo segundo, porque están sufriendo y queremos consolarlos”, nos dice el doctor Javier Garcia Campayo del servicio de Psiquiatría del Hospital Miguel Servet en Zaragoza, “pero, curiosamente, si a nosotros nos sale algo mal, nos machacamos y criticamos, nos decimos cosas que no se las diríamos a ninguna otra persona, y que nadie nos diría a nosotros, ni nuestro peor enemigo. Si dar afecto y no criticar es lo razonable con niños pequeños y amigos ¿por qué no hacemos lo mismo con nosotros mismos? Ese es el principio de la autocompasión”, explica.

Compadecer (del latín, “sufrir con”) implica “reconocer el sufrimiento de otros; también sentir bondad hacia ellos y deseo de ayudarles a aliviar ese sufrimiento y, por último, significa reconocer que el ser humano es imperfecto y frágil. La compasión hacia uno mismo tiene la misma definición”, explica Neff. Añade el doctor García Campayo (que también dirige el master de Mindfulness de la Universidad de Zaragoza) que compadecer a los demás es tan importante como hacerlo con nosotros mismos, “ya que el sufrimiento de cualquier persona es igual de importante, pero en base a nuestra tradición judeocristiana, hemos enfatizado que podemos cuidar a los demás, pero no a nosotros mismos, cuando tenemos el mismo nivel de importancia. La gente se autoengaña pensando que puede ser compasivo con los demás pero no con uno mismo. No es así, si yo soy muy exigente y autocrítico conmigo mismo, lo seré inevitablemente con los demás, por ejemplo, con nuestros hijos y pareja”.

¿Estás por encima de la media?

Este nuevo enfoque de nuestras propias necesidades y limitaciones es más revolucionario de lo que parece, ya que en Occidente se transmite que solo ser el mejor`, cuenta, lo que genera paradojas psicológicas como el ‘efecto del lago Wobegon’. Se llama así a la tendencia a creernos superiores a los demás en varios rasgos positivos de la personalidad.

Neff ha realizado varias encuestas que reflejan el el ‘efecto del lago Wobegon’. Por ejemplo, el 85% de los estudiantes universitarios piensan que están por encima de la media; el 94% de los profesores universitarios creen que son mejor que sus colegas y el 90% de los conductores se sienten más hábiles que otros al volante (incluso los que acababan de sufrir un accidente). “En nuestra sociedad resulta inaceptable ser mediocre”, concluye Neff. Sin embargo, la lógica desmonta esa posibilidad. No todos podemos estar siempre por encima de la media, por definición la mayoría formamos esa zona neutra y algunos estaríamos por debajo. Sin embargo, se nos ha transmitido que la perfección es una elección a nuestro alcance y, por tanto, el fracaso también es opcional. “Si lo intento debería ser capaz de conseguirlo siempre, ¿no? ¡Ojalá!”, prosigue Neff, “pero la vida y sus circunstancias son demasiado complicadas para controlar siempre todos los factores externos y, además, nuestras reacciones a esos factores”.

No tiene sentido machacarnos a nosotros mismos por ser humanos y, por tanto, imperfectos y carentes de verdadero control sobre los aspectos importantes de la vida. Y sin embargo, nos echamos la culpa cuando no logramos la excelencia y nos aferramos a la autocrítica, “aun cuando varias investigaciones han demostrado que está relacionada con la depresión, la ansiedad, la insatisfacción vital y, en casos extremos, el suicidio”, añade Neff.

Cómo desarmar al abusón interno

Por esa misma lógica perversa, creemos que siendo amables con nosotros mismos corremos el riesgo de caer la permisividad y la autocomplacencia, en abandonar todo intento de mejora. Según explican los expertos, sucede justo al contrario. “No es lo mismo, aunque semánticamente lo parezca, compasión que condescendencia”, explica el doctor Manuel Paz Yepes, director de Ipsimed, “aunque la compasión es un concepto que en nuestra cultura evoca más a sentir lástima, lo cierto es que es simplemente la combinación de empatía y altruismo con el deseo e intención de aliviar el sufrimiento”. Mayte Navarro Gil, profesora e investigadora en el departamento de Psicología y Sociología de Universidad de Zaragoza añade que “los estudios científicos confirman que las personas autoexigentes tienen mucha más ansiedad cuando realizan cualquier actividad: si no tienen éxito consideran que es un fracaso y no lo vuelven a intentar. Por ejemplo, alguien que lleve tres meses haciendo dieta y una noche se la salta, si es muy autoexigente lo considerará un fallo imperdonable y se machacará, considerará que no vale nada lo que ha hecho y abandonará el régimen. En cambio, si es una persona autocompasiva, se felicitará por haber estado tres meses manteniendo el régimen, asumirá que una recaída es humana y considerará que puede volver a estar otros tres meses a régimen puesto que eso ya lo ha conseguido. Según varios estudios, las personas autocompasivas muestran mayor optimismo, curiosidad, creatividad, entusiasmo e inspiración, en comparación con los individuos más autocríticos”.

Cultivar la autocompasión

Para Kristin Neff, para convertir autocrítica en autocompasión implica trabajar tres aspectos muy relacionados entre sí: la bondad hacia uno mismo (cambiar la crítica por comprensión, como haríamos con un amigo), el sentirnos conectados con los demás (reconocer que el sufrimiento y la imperfección se presentan, aunque de diferentes formas, a todos los seres humanos) y por último vivir nuestra existencia con atención plena (estar en el aquí y el ahora y no evitar el dolor, pero tampoco amplificarlo). Por eso es habitual que muchos programas intensivos de Mindfulness lo sean también de Compasión, hacia uno mismo y hacia los demás: “estas cualidades permiten una mayor conexión con nosotros mismos, menos expectativas, y mayor aceptación y flexibilidad psicológica, que son las bases de la felicidad”, explica Mayte Navarro Gil.

Aunque el doctor Manuel Paz Yepes es reacio a simplificar las prácticas de la autocompasión (las compara con aprender un idioma: es necesario dedicar tiempo y práctica), comparte con S Moda un ejercicio que podemos hacer en cualquier momento llamado ‘tal como yo’, que aprendió de Gonzalo Brito. “Consiste en pensar en el otro con la fórmula ‘tal como yo esa persona tiene dificultades para entenderse con su familia, tal como yo tiene aspiraciones en su trabajo, tal como yo tiene una salud propia o de un ser querido que le preocupa’. De esta forma miraremos al otro, humanizándolo, y a nosotros mismos, con la comprensión que solemos reservar a nuestros amigos”.

Por su parte, el doctor García Campayo sugiere que la compasión es una emoción y, por tanto, el gesto corporal ayuda a inducirla: “Algunos gestos que ayudarían a mejorar el trato que nos damos a nosotros mismos serían ponerse las manos en el pecho o el abdomen y acariciarse, autoabrazarse o acariciarse la cara y las mejillas, todo ello suavemente y con ternura, de modo que reconectemos con el afecto que nos han dado nuestros padres u otros seres queridos”. Recomienda además repetirnos a nosotros mismos mentalmente mantras más amables, las llamadas frases compasivas: “Podemos decirnos internamente en tono cariñoso frases como ‘que pueda encontrar la felicidad y la paz’ o ‘que todo me vaya bien’. Y después, quedarnos unos segundos disfrutando de esa sensación de cariño, estableciendo una nueva relación con nosotros mismos más cálida y auténtica”. Y, para quienes deseen profundizar más, en cada capítulo de Sé amable contigo mismo la doctora Neff ha incluido varios ejercicios para cambiar el monólogo interior, como escribirte a ti mismo la carta que te escribiría un amigo que te aprecia y valora tus cualidades actuales, perdona tus defectos y es consciente de las dificultades que has atravesado.

3 de marzo 2020

El País

https://smoda.elpais.com/belleza/te-machacas-y-te-culpas-por-todo-necesi...

 7 min


Estaba destinado a suceder. En algún momento, Venezuela entraría en el debate electoral en los Estados Unidos. Ahora que lo ha hecho, es probable que continúe siendo un problema. Venezuela, después de todo, representa el mayor colapso económico de América, el mayor aumento de la pobreza, la peor hiperinflación, y la mayor migración masiva en los últimos dos siglos.

También es un caso en el que poner fin a la pesadilla - y a la amenaza a la estabilidad regional - se ha convertido en una prioridad de la política exterior de los EE.UU. Es una de las pocas políticas de la administración del Presidente Donald Trump que cuenta con un amplio apoyo bipartidista, como lo demuestra la ovación de pie que recibió el Presidente interino Juan Guaidó durante el discurso sobre el Estado de la Unión de Trump en febrero.

Sin embargo, la tragedia de Venezuela se está utilizando como arma política partidista en el período previo a las elecciones presidenciales y parlamentarias de noviembre. En el relato de Trump, Venezuela muestra el fracaso del "socialismo", y los demócratas son "socialistas". Presumiblemente, si los votantes reemplazaran a Trump por un demócrata, los EE.UU. sufrirían el mismo destino que Venezuela.

Claramente, esta es una afirmación extraña. Los demócratas han ocupado la Casa Blanca durante 48 de los últimos 87 años, y, en general, los EE.UU. han tenido un viaje bastante agradable.

Pero Bernie Sanders, el favorito en las primarias demócratas, no es un demócrata tradicional. De hecho, ni siquiera es miembro del partido. Se llama a sí mismo socialista democrático, no socialdemócrata, y sus declaraciones anteriores sobre Fidel Castro, así como sus viajes a la Unión Soviética y Nicaragua, reflejan su apoyo durante décadas a la izquierda radical.

Los partidarios de Sanders subrayan que el socialismo que tiene en mente es una socialdemocracia al estilo escandinavo. Pero Sanders aún no ha articulado ninguna diferencia ideológica o política con las desagradables tiranías que ha apoyado, y se siente incómodo hablando de ello. En cambio, ha tendido a responder con la defensa de "Mussolini hizo que los trenes funcionaran a tiempo".

Por supuesto, hay otras lecciones políticas que aprender de Venezuela. El economista ganador del premio Nobel Paul Krugman culpa el destino del país a generosos programas sociales durante los años del boom petrolero (2004-14). Cuando el precio del petróleo cayó, el gobierno recurrió a la impresión de dinero para financiar los grandes déficits presupuestarios resultantes, lo que llevó a la hiperinflación. En esta narración, el problema eran las buenas intenciones y la mala gestión macroeconómica, no el "socialismo". Por el contrario, Moisés Naím y Francisco Toro culpan del colapso de Venezuela principalmente a la cleptocracia.

Ambos son partes importantes de la historia del chavismo, pero ninguno de ellos le da al "socialismo" el lugar que le corresponde. Además, como Sanders, no explican cómo el "socialismo" en Escandinavia es diferente de la versión tropical.

De hecho, estos dos sistemas son casi polos opuestos. El sistema escandinavo es profundamente democrático: la gente utiliza el estado para dotarse de derechos y autonomía. Un sector privado próspero crea puestos de trabajo bien remunerados, y las relaciones de cooperación entre el capital, la administración y la mano de obra sostienen un consenso que hace hincapié en el desarrollo de las aptitudes, la productividad y la innovación. Además, dada su población relativamente pequeña, estos países entienden que la apertura y la integración con el resto del mundo son fundamentales para su progreso. Los impuestos se han fijado lo suficientemente altos como para financiar un estado de bienestar que invierte en el capital humano de las personas y las protege desde el vientre hasta la tumba. La sociedad ha sido lo suficientemente poderosa como para "encadenar al Leviatán", como Daron Acemoglu y James A. Robinson lo expresaron en su último libro.

El chavismo, por el contrario, se basa enteramente en desempoderar a la sociedad y subordinarla al estado. Los programas sociales que Krugman cita no eran una realización de los derechos de los ciudadanos, sino privilegios otorgados por el partido gobernante a cambio de la aquiescencia política. Enormes partes de la economía fueron expropiadas y puestas bajo la propiedad y control del estado. Esto incluyó no sólo la electricidad, los servicios petroleros (la producción de petróleo ya había sido nacionalizada en 1976), el acero, las telecomunicaciones y los bancos, sino también empresas mucho más pequeñas: productores de lácteos, fabricantes de detergentes, supermercados, cafeteros, distribuidores de gas de cocina, transbordadores y hoteles, así como millones de hectáreas de tierras de cultivo.

Sin excepción, todas estas empresas fueron arrasadas, incluso antes de que el precio del petróleo se desplomara en 2014. Además, el gobierno intentó crear nuevas empresas estatales en empresas conjuntas con China e Irán: ninguna está en funcionamiento, a pesar de los miles de millones de dólares de inversión.

Por otra parte, los controles de precios, divisas, importaciones y empleo hicieron casi imposible la actividad económica privada, lo que desempoderó aún más a la sociedad. Se suponía que los precios eran "justos" en lugar de que el mercado se despejara, y por lo tanto eran fijados por el gobierno, lo que provocaba escasez, mercados negros y oportunidades para la corrupción y la cleptocracia, mientras que los gerentes y empresarios eran encarcelados en gran número por violaciones de los precios justos.

Durante el auge del petróleo de 2004-14, mientras se destruían la agricultura y la industria manufacturera, el gobierno ocultó el colapso mediante importaciones masivas, que financió no sólo con los ingresos del petróleo, sino también con un enorme endeudamiento externo. Obviamente, cuando los precios del petróleo bajaron y los mercados dejaron de conceder préstamos en 2014, la farsa no pudo mantenerse por más tiempo. Y la farsa era la versión del chavismo del socialismo.

¿Pero cuál es la versión de Sanders? Un salario mínimo más alto, asistencia sanitaria universal y acceso gratuito a la educación pública superior, como él señala, son la norma en la mayoría de los demás países desarrollados, y definitivamente no son socialistas en el sentido chavista, cubano o soviético de la palabra.

Por otra parte, Sanders rara vez tiene una palabra amable que decir sobre los empresarios y las empresas exitosas, grandes y pequeñas. Es cierto que quiere justificar el aumento de los impuestos para pagar sus políticas sociales, pero necesita que las empresas sean productivas y rentables para que paguen más impuestos. Por lo tanto, ¿su socialismo se basa en la cooperación para dar poder a las personas mientras se impulsa la economía, o se trata de dar poder al Estado para que ejerza un control más coercitivo sobre las empresas?

Esta pregunta debe ser respondida por razones tácticas, porque la carta de Venezuela también puede ser jugada contra Trump. Después de todo, el chavismo ha politizado la aplicación de la ley y el poder judicial, ha pisoteado la prensa libre, ha tratado a los oponentes políticos como traidores y enemigos mortales, y se ha inmiscuido en la imparcialidad de las elecciones. ¿Le suena familiar? Pero el oponente de Trump en noviembre no puede jugar a la ofensiva con la carta venezolana hasta que el "asunto del socialismo" sea tratado adecuadamente.

Los votantes en las primarias demócratas tienen derecho a saber si Sanders entiende lo que hace a Escandinavia diferente de Venezuela. Además, deberían querer saber si su candidato luchará, junto con la actual coalición de 60 democracias de América Latina y el mundo desarrollado, para acabar con la dictadura de Venezuela y restaurar los derechos humanos y la libertad.

2 de marzo de 2020

*** Translated with www.DeepL.com/Translator (free version) ***

www.project-syndicate.org/commentary/venezuela-in-american-presidential-...

 6 min


Guillermo D. Olmo

Para algunos empezó como un trabajo temporal, pero ya llevan años jugando.

"Al principio lo tomé como un trabajo temporal, pero pronto me di cuenta de que ganaba más dinPara algunos empezó como un trabajo temporal, pero ya llevan años jugando. "Al principio lo tomé como un trabajo temporal, pero pronto me di cuenta de que ganaba más dinero que en otros".ero que en otros".

Es lo que le pasó a Roberto (nombre ficticio), cuando comenzó a jugar a los videojuegos para ganar dinero.

Lo llaman el "farmeo", jugar en línea para conseguir puntos y créditos en el videojuego que luego se venden a cambio de dinero en el mundo real.

El término viene del inglés "farming" (cultivar), palabra que se utiliza en el mundo de los videojuegos para referirse a esta práctica.

En Venezuela, sumida en una grave crisis económica y donde, según Naciones Unidas, casi un tercio de la población vive en situación de inseguridad alimentaria, hay jóvenes que han encontrado en esto una alternativa a sus malas perspectivas laborales.

En qué consiste el "farmeo"

El "farmeo" se realiza en juegos multijugador en línea como World of Warcraft, Tibia o RuneScape, que en algunos casos han llegado a superar los 10 millones de contendientes registrados en todo el mundo.

Son adaptaciones de los tradicionales juegos de rol, en los que los jugadores deben obtener objetos de valor, dinero, poder, o sencillamente, puntuación para avanzar.

El "farmeo" consiste básicamente en acumular esos ítems de valor en el mundo virtual del juego.

Como hacerlo puede resultar aburrido para algunos y lleva tiempo, hay quien prefiere comprarlos directamente, pagando por ello dinero real.

Hay incluso individuos y empresas especializadas que se dedican a intermediar en estas transacciones, que permiten a los más perezosos saltarse las primeras fases del juego, más monótonas y rutinarias, y acceder directamente a un nivel superior.

Luis Matheus, un joven de 24 años de Maracay, es uno de los jóvenes venezolanos que se dedican a vender el oro que acumulan jugando horas y horas, en su caso, a RuneScape.

"En Venezuela, la moneda se ha devaluado tanto que el oro del juego tiene más valor que el bolívar", indica.

Antes que un trabajo con un sueldo en bolívares, Luis Matheus prefiere dedicarse a jugar y que le paguen en dólares por Paypal o en efectivo el oro que recolecta.

Cuánto se puede ganar "farmeando" en Venezuela

Los jugadores explican que el rendimiento económico que se pueda obtener del "farmeo" depende del tiempo que uno le dedique y de su habilidad.

Matheus dice que jugando unas cuatro horas diarias gana unos US$40 mensuales.

Roberto, en cambio, pasa más horas frente a la pantalla en su casa de Mérida y suele cerrar el mes con unos US$120 de ganancia.

En la Venezuela actual, no en muchos empleos ofrecen salarios así en dólares, especialmente lejos de Caracas, la capital. "En mi zona, en todos los trabajos pagan como mucho US$50".

Jorseeph Rondón está a punto de comenzar a estudiar Matemáticas en la universidad, pero, como en su país los sueldos son "tan bajos", está intentando darle un empujón a su carrera de jugador profesional.

Ha creado una cuenta en Twitch, una plataforma de Amazon en la que los usuarios retransmiten en directo sus partidas de videojuegos. "Si ganas suscriptores a tu cuenta también puedes conseguir ingresos", le dijo Rondón a BBC Mundo.

Su sueño es acumular seguidores y que algún día lo contrate alguna de las empresas líderes en la organización de competiciones de videojuegos en línea, como la británica Faceit o la brasileña Gamers Club. Eso multiplicaría sus ingresos.

¿Hasta cuándo "farmear"?

Luis Matheus trabajaba antes como traductor de inglés e italiano, pero la empresa que lo empleaba fue absorbida por otra y se quedó sin trabajo.

"No es fácil encontrar un trabajo de mi nivel", afirma, y no quiere estar encadenado a un horario en un empleo en el que, según dice, le pagarían lo mismo que por jugar.

"Ahora no tengo un jefe encima ni un horario, y tengo flexibilidad para atender asuntos familiares", cuenta.

Roberto dice que a veces divide la pantalla y repasa sus apuntes de la universidad mientras juega. "Puedes hacer otras cosas mientras avanzas en el juego", indica.

Y Diego (nombre ficticio) cuenta entre las ventajas que las partidas en línea le han permitido hacer amistades de todas partes de mundo.

"Ahora tengo un amigo en México y me ha dicho que, si alguna vez decido dejar Venezuela, puedo irme allí con él".

Se convertiría en uno más de los más de cuatro millones, muchos jóvenes, que se estima que se han marchado en los últimos años.

Pero "farmear" no solo tiene ventajas, dicen quienes lo hacen.

Los jugadores venezolanos sufren las consecuencias de los fallos de electricidad y en las líneas telefónicas habituales en su país.

"A veces se cae la conexión y algún otro jugador me mata sin que yo pueda hacer nada, por lo que pierdo todo lo que había ganado durante horas", lamenta Crozz Zambrano, como le gusta identificarse en las partidas.

Zambrano empezó a jugar con 14 años. Ahora tiene 19 y se ha dado cuenta de algunas cosas, dice.

"Jugar hace que salgas menos y tengas menos vida social. En cierto modo, quienes jugamos, acabamos convirtiéndonos en bichos raros".

Luis Matheus dice: "Muchas veces me planteo hasta cuándo jugaré".

Roberto ve "triste" la situación actual venezolana, que ha dejado a los de su generación con pocas alternativas laborales.

"Siempre pensé que Venezuela podría ser rica como los Emiratos Árabes, pero para eso hará falta que todos nos esforcemos", dice.

Mientras tanto, sigue jugando a los videojuegos.

@BBCgolmo

2de marzo de 2020

https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-51683440

 4 min


Quieren matar nuestra Alma Mater. Para este narcorégimen nuestras universidades son consideradas una amenaza. Para sus torvos propósitos no apelan a un enemigo de la inteligencia, tipo Millán Astray, sino que se valen de inescrupulosos portadores de toga y birrete. Este es el caso de los magistrados de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia que depende de Miraflores.

El primer zarpazo lo dio la Asamblea Nacional roja cuando violó el artículo 109 de la Constitución, al aprobar el 15 de agosto del 2009, el artículo 34-3 de la Ley Orgánica de Educación. Este artículo contempla: Elegir y nombrar sus autoridades con base en la democracia participativa, protagónica y de mandato revocable, para el ejercicio pleno y en igualdad de condiciones de los derechos políticos de los integrantes de la comunidad universitaria, profesores, estudiantes, personal administrativo y personal obrero, y egresados de acuerdo al Reglamento.

En octubre de ese mismo año, rectores y decanos de diez universidades demandaron ante la Sala Constitucional la nulidad del artículo de marras. Diez años después, el 27 de agosto de 2019, en ponencia de Carmen Zuleta de Merchán, profesora Emérita de la Universidad del Zulia, esa “diligente” Sala aprobó la sentencia 0324. La misma establece que mientras se decide sobre la demanda de nulidad del 34-3, se proceda a realizar las elecciones. De acuerdo a la decisión vil de estos graduados universitarios, las autoridades deben seleccionarse con el voto de profesores, egresados, estudiantes, obreros y personal administrativo, activos y jubilados. Para ser electos requieren ganar en tres de estos cinco sectores y, al mismo tiempo, lograr la mitad del total de votos obtenidos de los grupos mencionados. Es decir que, teóricamente, el equipo rectoral puede ser electo con el voto de obreros, personal administrativo y estudiantes, sin que cuente la opinión de los profesores, ni egresados. Toda una aberración, un crimen y una estupidez.

El 29 de noviembre del mismo año, mediante sentencia número 389, la inefable doctora Zuleta de Merchán ratificó la sentencia antes citada. En consecuencia las universidades debían realizar las elecciones en un plazo de seis meses, vencido el cual los cargos quedarían vacantes, plazo que venció el 27 de febrero. En esta fecha, la misma Sala aprobó sentencia 0047, en la que se hace de la vista gorda sobre la fecha señalada, alegando que la decisión se produce atendiendo al compromiso de las representaciones de las universidades nacionales de renovar democráticamente las autoridades universitarias cuyo período está largamente vencido.

Cabe mencionar que el 16 de enero de este año, destacados profesores integrantes de Ucevistas por la unidad de las fuerzas democráticas, dirigieron un comunicado al Consejo Universitario exhortando a las autoridades rectorales a cumplir con su ineludible obligación de salvaguardar la institución, convocando en inequívoco gesto de afirmación autonómica a la comunidad ucevista a movilizarse para participar en comicios dignos de una institución académica,así como para poner en práctica cuantas acciones contribuyan a su defensa en esta grave hora de la vida universitaria.

Confiamos en que el Consejo Universitario, que tuvo un gran apoyo el 14 de octubre 2019 en acto en el Aula Magna, no se doblegue aceptando cambiar el sistema de elección adoptando un compromiso intermedio. La Constitución y la Autonomía Universitaria tienen que respetarse. Los integrantes de la Sala Constitucional deberían ser declarados non gratos por la comunidad universitaria.

El acoso a nuestras universidades es la norma en tiempos de dictadura. Juan Vicente Gómez clausuró la UCV durante diez años. La Junta de Gobierno presidida por Germán Suárez Flamerich ex decano de Derecho, pero títere de Pérez Jiménez, cerró la UCV por unos dos años. En los sesenta los guerrilleros castro-comunistas utilizaron la universidad como refugio y centro de operaciones, con cierta vista gorda de los rectores de entonces, lo que condujo a Caldera a cerrarla en 1969. Ahora es nuevamente agredida, esta vez por sus propios hijos integrantes de un TSJ espurio y subordinado al narcorégimen.

Nuestra UCV tuvo rectores de prestigio y valientes, como Francisco Rísquez. También un Julio De Armas, destituido en 1951 por Suárez Flamerich y Pérez Jiménez. Lamentablemente, también tuvo algunos rectores alcahuetas de dictaduras o de la extrema izquierda y hasta un aberrado sexual como Chirinos. Una evaluación imparcial tiene que concluir que en su gran mayoría las autoridades universitarias cumplieron una buena labor. La comunidad universitaria tiene que resistir. No es suficiente decir venceréis, pero no convenceréis, del conocido rector salmantino. Hay que decir ¡Ni venceréis, ni convenceréis!

Como (había) en botica:

El narcorégimen está montando el escenario para asesinar al presidente (e) Guaidó por medio de sus paramlitares rojos. Después dirá que fue un loco el que cometió el crimen.

En su artículo del domingo, Ramón Peña reseñó la recuperación de Citgo, rescatada del hamponato rojo. Ojalá Monómeros Colombo Venezolanos siga sus pasos, pero los frecuentes cambios de gerentes indican que algo no huele bien.

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

eddiearamirez@hotmail.com

 3 min


Jesús Alberto Jiménez Peraza

Hace dos siglos, el 15 de diciembre de 1819, Simón Bolívar dictó en el Congreso de Angostura, lo que podría definirse una auténtica cátedra de sociología política, cuando definió un gobierno perfecto como aquél capaz de proporcionar a su pueblo “la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de estabilidad política”.

La búsqueda de la felicidad individual y colectiva, ha sido una quimera en todas partes y en las diferentes épocas de la historia universal, de manera que no pareciera extraordinaria como consigna en el Siglo XIX. Pero incluir el concepto de seguridad social, cuando actualmente no hemos sido capaces de proporcionarla, entendiéndola como todo un sistema a través del cual el Estado moderno puede garantizar el bienestar de la sociedad, es decir, del individuo y su familia para hoy y para cuando deba retirarse de la vida productiva laboral, es de admirar. Bolívar la incluyó además, magistralmente, en el artículo 6 de la Constitución Política del Estado de Venezuela, sancionada el 15 de agosto de 1819 como producto de ese Congreso.

Pero el genio de Bolívar no carga demagógicamente al Estado, la responsabilidad exclusiva de garantizar la seguridad social, porque sabe que sería irrealizable de esa manera. Al contrario, al tipificar el dispositivo crea la corresponsabilidad del trabajador, imponiendo que “la sociedad desconoce a quien no procura la felicidad general; a quien no se ocupa en aumentar con su trabajo, talentos, o industria, las riquezas y comodidades propias, que colectivamente forman la prosperidad nacional”.

Hablar de la necesidad de estabilidad política, cuando apenas había concluido la Campaña Libertadora de Nueva Granada, con la Batalla de Boyacá (07 de agosto de 1819), ícono de la emancipación de Colombia y, dos años antes de la Batalla de Carabobo (24 de junio de 1821) que representaría la libertad de Venezuela, es reservado para hombres grandes, a quienes Dios proveyó de cualidades innatas, después desarrolladas por ellos mismos. Son los auténticos estadistas.

Rememoro a Simón Bolívar y su concepción del buen gobierno, como antítesis de quienes hoy nos dirigen. Bien sabemos que el pueblo hoy no es feliz, no puede serlo porque no tiene garantizadas sus necesidades básicas de alimentos, vestidos, trabajo, servicios públicos, educación y en esas condiciones no puede crearse un ambiente de bienestar colectivo.

La ausencia de estabilidad política se puede graficar fácilmente en Venezuela, con la existencia paralela de los órganos cabeza de los Poderes Públicos. Independientemente del sustento legal y de que, en la práctica, uno de ellos no ejerce el poder efectivamente, es indudable que el gobierno y la oposición formal, reconocen mutuamente la existencia de dos Asambleas, como órgano máximo del Legislativo. Juan Guaidó es aceptado como Presidente de Venezuela en sesenta países del mundo, entre ellos Estados Unidos, la Unión Europea y los principales de América.

La felicidad del pueblo, como producto del bienestar público, se mide hoy con la Encuesta Inmaver Gallup, la cual para diciembre del 2019, coloca al presidente Nicolás Maduro con un rechazo del 82%, más alto incluso que el señor Jimmy Morales, un actor de televisión Presidente de Guatemala desde el 14 de enero del 2016, hasta el mismo día y mes del 2020, quien alcanzó el 76% del rechazo popular.

Ese rechazo generalizado se fundamenta, por supuesto, en un mal gobierno, que por interpretación en contrario a lo dicho por Bolívar, sería aquél que nos proporciona la mayor suma de infelicidad; que genera la mayor crisis de inseguridad social y produce la máxima inestabilidad política. Pero si buscamos una causa primaria, tendríamos que señalar al esguince evidente entre la formación política de los venezolanos, su cultura histórica y la doctrina que se le trata de imponer, a la fuerza.

Nuestros gobernantes hoy, lejos de fortalecer el Estado propugnando la unidad nacional lo fraccionan, conduciéndolo sin convencerlo y bajo la apariencia de estado de Derecho, al socialismo como concepto político y al comunismo, como doctrina económica. El socialismo es centralismo, concentración de los Poderes y unipartidismo, todo lo contrario a los postulados de la CN99 y al mandato popular.

Decía Juan Pablo II que el comunismo nos roba el alma. Interpreto de sus palabras que el comunismo conlleva la degradación del hombre. El comunismo es una pandemia, pero desgraciadamente es un mal siempre latente en nuestra América.

No deja de preocupar cómo el principal precandidato demócrata de Estados Unidos, el senador Bernie Sanders inicia su campaña pregonando admiración por Fidel Castro, quien sumió a Cuba en la más espantosa crisis política y económica vivida en el hemisferio occidental, durante la última mitad del siglo pasado y principios del actual. Sus palabras alarman y obligan a revisar la situación actual de los gobiernos en todo el continente. Nada puede tenerse como consolidado.

¡Dios bendiga a Venezuela!

Jueves, 27 de febrero de 2020

@jesusajimenezp

jesusjimenezperaza@gmail.com

 3 min


La palabra lo dice: Líder es quien guía. Por lo tanto, ser líder supone ser reconocido como guía en función de un objetivo y, por lo mismo, como alguien que conoce los medios para alcanzar ese objetivo. Dicho al revés, ningún líder puede ser reconocido durante largo tiempo si no conduce a ningún lugar o meta, hecho que exige de cada liderazgo la capacidad de establecer una relación coherente entre fines y medios. Puede haber medios equivocados para conducir a objetivos correctos, pero medios correctos para conducir a objetivos errados no puede haber.

El reconocimiento del líder como tal es el punto de partida. Apoyándonos en, pero sin seguir al pie de la letra a Max Weber, podríamos afirmar que ese reconocimiento puede provenir de la tradición, de un carisma o de una determinada racionalidad. Visto así, el líder perfecto sería aquel que es tributario de tres vertientes: de una tradición cultural o religiosa, de cualidades o talentos personales, y de una racionalidad que le permite conjugar objetivos y medios en un sentido predominantemente comunicacional. En los tres casos el líder lo es gracias a su palabra, ya sea porque esta provenga del pasado (tradición), o porque señala con claridad el objetivo a cumplir o porque teje relaciones entre diversos actores a fin de alcanzar ese objetivo.

El líder que proviene de la tradición (puede ser un rey, un papa, un ayatolah, un mesías) pertenece al mundo de las sociedades pre-políticas. Su objetivo es resguardar el orden y preservar los valores que provienen del pasado. Pero eso no quiere decir que el líder político de los tiempos modernos no recurra a las tradiciones. Mas aún: cuando estas no existen, las inventan. Para poner un ejemplo, la mayoría de los líderes habidos en países latinoamericanos son conscientes de que actúan en un medio cuyo pasado poscolonial ha sido signado por la confrontación y la violencia, hecho que explica por qué ellos prefieren usar un lenguaje épico, incluso militarista, en contra de un gran enemigo -real o inventado- al que hay que derrotar sin piedad.

Podríamos afirmar que el clásico líder populista latinoamericano es un eslabón situado entre el líder de la tradición pre-moderna y el líder racional de la modernidad. Del primero hace suyo los mitos de una tradición real o supuesta. Del segundo, no olvida nunca su objetivo: el poder. La tradición a la que constantemente recurre (nación, patria, pueblo) solo en apariencias es irracional pues está puesta al servicio del poder que lo aguarda. En la escena latinoamericana hubo un trío clásico: Perón, Castro, Chávez. Los tres fueron seductores de masas, mitómanos y demagogos hasta el cansancio, pero extremadamente racionales a la hora de buscar el momento del poder. En otros términos, los líderes del populismo latinoamericano han sabido poner la irracionalidad de sus palabras al servicio de la racionalidad del poder.

Sin un mínimo de racionalidad, un líder está condenado a fracasar, ya sea antes o durante el ejercicio de su poder. Uno de los casos más patéticos fue el del peruano Alan García cuando durante su primer mandato intentó presentarse como líder tercermundista negándose a pagar la deuda externa contraída por gobiernos anteriores. Las consecuencias económicas y políticas fueron desastrosas para el Perú. En una dimensión mucho más grande, el fracaso histórico de Fidel Castro al intentar convertirse en líder de la revolución latinoamericana pasará a la historia de la psicopatía política. No solo dejó sierras y montañas de algunos países latinoamericanos pobladas con cadáveres. Además convirtió a Cuba en un desastre, tanto político como económico. Al final terminó destruyendo su propio liderazgo para terminar convertido en uno de los más crueles dictadores militares de Latinoamérica.

Somera revisión que lleva a deducir que un líder pierde su condición de líder cuando plantea objetivos imposibles de ser cumplidos, o cuando ya habiéndolos cumplido no se requieren liderazgos. Por eso ningún líder lo ha sido por demasiado tiempo. La mayoría de ellos han sido circunstanciales y sus liderazgos han durado el tiempo en que trabajaron para lograr su objetivo. A guisa de ejemplos: Winston Churchill dejó de ser líder después de la segunda guerra mundial. Michael Gorbatchov dejo de ser líder con el fin del comunismo. Adolfo Suárez quien lideró la transición de la democracia a la dictadura dejó de ser líder cuando la democracia fue restablecida en España. Y así sucesivamente.

De tal manera, nos encontramos frente a una paradoja: un líder pierde su liderazgo cuando no cumple su objetivo pero también cuando lo cumple. La diferencia es que en el primer caso no será recordado como líder. De ahí que no sería errado hablar de líderes fracasados y líderes exitosos. Estos últimos son los que han aplicado los medios correctos frente a objetivos reales y posibles. En otras palabras, el fracaso de un liderazgo tiene mucho que ver con la carencia de racionalidad política.

Carismáticos, magnéticos, mesiánicos, los líderes han llegado a serlo no gracias a esas virtudes o defectos sino cuando han establecido la relación más adecuada entre objetivos y medios. Por lo tanto, el liderazgo, lejos de ser irracional, es expresión de racionalidad política. No existen líderes irracionales exitosos. Un líder puede hacer delirar a multitudes pero sin una adecuada racionalidad derivada de la lógica medios-fines es imposible que lleve a cabo una función conductora. Ha habido incluso líderes carentes de carisma: fríos, calculadores, sin la menor empatía personal, pero dotados de una extrema racionalidad. Uno de los más racionales, incluso racionalista, fue sin duda Lenin.

Lenin: sin voz ni prestancia de líder, muy lejos de poseer la oratoria vibrante de un Trotzki, logró el poder (su objetivo) atravesando vericuetos, avanzando y retrocediendo y siempre pactando. No por casualidad Gramsci vio en Lenin la representación rusa del Principe de Maquiavelo. Del mismo modo, el conservador y ultracatólico Carl Schmitt lo presentó como reencarnación de la esencia de “lo político”. Sin escrúpulos no vaciló Lenin en retorcer las tesis de Marx sobre el papel del “proletariado”. Sin vacilar firmó acuerdos de paz muy desventajosos para Rusia (Brest Litovsk). Y sin complejos ideológicos afirmó que la tarea del partido no era construir el socialismo sino un capitalismo dirigido por el estado (algo que entendió muy bien ese otro témpano llamado Putin). Para Lenin, la práctica destinada a la conquista del poder era la reina y la ideología su sirvienta.

Ha habido líderes menos fríos y calculadores que Lenin, pero todos se han dejado regir por el principio de realidad. Ni Gandhi ni Mandela fueron santos pacifistas, pero se dieron cuenta que la no-violencia suponía el primado de la política por sobre la guerra. Así abrieron la posibilidad de realizar alianzas nacionales e internacionales en aras de la conquista del poder. El primero usó todas las artes de la diplomacia frente a la Inglaterra colonial. El segundo logró llevar a mesas de negociaciones a líderes racistas como Botha y de Klerk. De más está decir, Gandhi y Mandela fueron brutalmente atacados por fracciones extremistas de sus propios partidos. Al igual que Walesa en Polonia.

Lech Walesa fue un líder de integración nacional. Por una parte surgió como representante de los trabajadores sindicalmente organizados (el sujeto histórico de los marxistas) pero por otra profesaba el catolicismo más tradicional. Supo retroceder cuando tuvo que hacerlo (golpe de Jarucelzki) aunque mantuvo conversaciones con la dictadura al precio de ser acusado de colaboracionista por no pocos de sus seguidores. Habiendo llegado la hora de negociar con los comunistas, les abrió incluso vías de co-participación en el gobierno. Nunca se dejó llevar por fantasías ni entregó la conducción de su movimiento a instancias extranjeras. Escuchó a todo el mundo, siempre estuvo atento al debate, pero no fue portavoz de ningún poder detrás del suyo. Pasará el tiempo y Walesa será recordado como uno de los líderes más completos engendrados por la cultura política occidental.

En síntesis: todo liderazgo político, con o sin cuotas de emocionalidad, supone un alto grado de racionalidad. Dicha racionalidad es puesta a prueba no por la infabilidad de un líder sino por su capacidad para rectificar errores a tiempo, aún a riesgo de romper con quienes una vez lo apoyaron. Eso implica su autonomía política. No es necesario que sea un genio, pero sí ha de ser un conocedor del arte de lo posible y no de lo imposible.

La política es representación. La representación política es siempre personal. Pero si la representación no representa a la realidad, ninguna persona, por muy dotada que sea retórica o físicamente, puede ejercer las tareas encomendadas a un líder. Tarde o temprano la realidad, diosa de la política, le pedirá cuentas.

27 de febrero 2020

Polis

https://polisfmires.blogspot.com/2020/02/fernando-mires-el-lider.html?ut...(POLIS)

 7 min