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Opinión

El realismo del Ambiente Político Real Confuso clama a que el ciudadano demócrata venezolano termine por expresar su compromiso extremo, para instrumentar un vector de energía política que logre motorizar con acciones políticas con motivo, dirección y sentido el desplazamiento de la tiranía socialista marxista militarista que hoy domina con una minoría armada e instrumentalizada, la realidad política del país. El compromiso ciudadano y/o el ciudadano comprometido es el elemento crítico de mayor valoración, para que como colectivo político reconocido, pueda iniciar el cambio que agobia a los venezolanos frente a la tiranía. Vale decir, el actual Ambiente Político Real Confuso demanda del ciudadano un rol estelar de carácter histórico: el compromiso-ciudadano

El compromiso-ciudadano surge de una educación y necesidad política mutua, del convencimiento de que Venezuela tiene el derecho en el siglo XXI a reinstaurar la democracia y que el gran actor debe ser el ciudadano y su compromiso. Esa educación mutua forma parte del gen democrático de la cultura política y, sobre todo, de la decencia de una sociedad, que está asqueada de la usurpación del poder, de las negociaciones turbias, de los arreglos parciales y sobre todo de la irresponsabilidad de quienes creen que la política es un negocio y nunca el arte de gobernar y hacer crecer una nación.

El compromiso-ciudadano es, entonces, la capacidad de participación, léase movilización, movilización de la colectividad local, que luego crecerá a colectividad parroquial, municipal y por último nacional. Movilización que como participación será pacifica y facilitara la creación de un espacio ciudadano, que entusiasme como proceso a otros sectores del cuerpo societal. La sociedad venezolana y sus ciudadanos comprometidos serán comprometidos en un nuevo ambiente político expresando en un esfuerzo de transformación, que se acoplará a lo que se conoce como Resistencia Civil. Resistencia Civil. Método de lucha política colectiva, en la que quedará claro que desobedecer al gobierno, al poder político, al militarismo, al socialismo y todo lo que ello encierra es un derecho y una obligación hoy de acción colectiva.

Acción colectiva del compromiso-ciudadano, que crece de la acción individual a la acción grupal y que explica el carisma del pueblo venezolano, que muestra además una definición de acción conjunta: el poder ciudadano. El compromiso-ciudadano surge de una pre-decisión que habla de la existencia social, del hombre y mujer dignos que no soportan más esta realidad confusa a pesar de la tristeza y de las dificultades creadas por el régimen bochornoso, que se empecina en retardar el cambio de un país que ya sabe lo que significa y lo que cuesta la democracia.

El compromiso-ciudadano es la nueva identidad de la masa democrática. Compromiso que de manera crítica y riesgosa decidirá mediante la movilización y acción colectiva ciudadana re-enrutar con un esfuerzo transformador la posibilidad de que se vislumbre o se acerque mediante la política se alcance la construcción y conducción de la polis. Construcción y conducción que es política y, ambas, pueden configurar una sociedad venezolana democrática donde surgirán nuevos referentes como líderes, que le den espacio central a tres procesos: producir acciones, reproducir eventos y comunicar a otras masas, acciones con posibilidad de elección para instaurar el orden social en Venezuela.

El compromiso-ciudadano como acto de construcción es el fundamento de la participación política urgente en el barrio, en el vecindario, en la universidad, es decir, en la calle. Ese acto de construcción que hoy requiere a muchos Príncipes para que grupalmente se conviertan en los nuevos creadores de un orden social democrático. Orden social democrático que no se hará por la vía de la elección sino mediante la acción colectiva no violenta de la Desobediencia, Desobediencia Civil. El compromiso-ciudadano no tiene color, no tiene jerarquía, no tiene jefe, lo que si tiene es el coraje democrático de hombres y mujeres que ante la imposibilidad partidista para la organización ya comprobada-motorizara a la ciudadanía para lograr un nuevo orden social democrático como resistencia policía transcendente en el Siglo XXI.

Transcendente hecho del siglo XXI, que no es otro más que la reposición del vivir bajo el amparo de la Constitución, la decencia de las instituciones de la democracia y muy distantes del bochorno del militarismo y del socialismo marxista, que practicó los últimos 20 años los más diversos modos y formas para contener el gen democrático de los venezolanos. Ese bochorno terminó por crear al compromiso-ciudadano como el actor clave, crítico y definitivo para lograr el cambio, cambio mediante un aprendizaje colectivo de educación mutua, que saliendo de un medio ambiente confuso manipulado por la barbarie militarista logre un Ambiente Político Real Expectante que nos abrirá la puerta a la democracia representativa.

Es original,

Director de CEPPRO

@JMachillandaP

5 de noviembre de 2019

 3 min


Mariza Bafile y Flavia Romani

Ombligo del mundo, rascacielos, hoyo profundo, 9/11, caleidoscopio, aeropuerto, de kilómetros a millas, desgarre, esperanzas que aterrizan, nostalgias que se enraízan, espacio físico que se encoge, subterráneo, subir escaleras, bajar escaleras, ratas insolentes, ratas resueltas, ratas urbanas, olores que ofenden, grúas, alcantarillas que fuman, ruido, ambulancias, bomberos, policías, pobreza desesperada, riqueza infinita, tribus tatuadas, trabajo, ojeras, sueño, sueño que agota, sueño que despierta, morir de visa, garras, casas compartidas, anhelos compartidos, camas compartidas, encuentros fugaces, amores que nacen, amores que se apagan, culturas, vibraciones, música, vivir sin límites, prejuicios que se desmoronan, libertad a ras de piel, arte que nutre, innovación, movimiento, tesoros escondidos, bares, soledad, amistades, raíces arrancadas y vueltas a reanudar.

Nueva York es eso y mucho más…

Acercarse al Metropolitan Museum of Art de Nueva York es una emoción que despierta todos nuestros sentidos. Cruzamos la Quinta Avenida en medio de la confusión de los turistas, y tratando de evitar el humo denso de olores que sale de los tarantines que ofrecen bebidas, perros calientes y pretzels. La amplia escalinata que lleva hacia la entrada es una promesa de felicidad. Bien lo sabe Anita Pantin, pintora venezolana y norteamericana, quien, en fecha de cumpleaños, se paró a los pies de las escaleras y supo en ese momento que Nueva York sería su casa para siempre. “Miraba la escalinata que llevaba al Metropolitan desde la Quinta Avenida y me sentía una privilegiada. Transcurrir mi cumpleaños allí me hacía sentir viva y con muchas ganas de seguir aprendiendo. Entendí que el Met es una casa de la cual no me quería alejar”.

Transcurre días enteros en sus pasillos en un diálogo silencioso con artistas de otros mundos y otros tiempos. Con su cuerpo menudo y en los ojos una curiosidad ávida y una capacidad de maravilla que mantiene la frescura de la infancia, Anita Pantin se mueve con una armonía que pareciera surgir de una música secreta que solo ella puede escuchar. Va de un cuadro a otro, de una sala a otra, mostrándonos, incansable, las obras que más ama, los artistas que más admira y cuyo legado atesora. “El Metropolitan es un espacio en el cual encuentras el trabajo de seres humanos quienes han tratado de dar lo mejor de sí mismos. Todos, hasta aquellos que trabajaron obligados, buscaron la excelencia. Tenerlos juntos en un mismo lugar es un tesoro, es como estar en otra dimensión. Aquí habitan los grandes amores, los amores de siempre, los que vas descubriendo, los que vas olvidando poco a poco y que, sin embargo, no se alejan. Es una familia que no te abandona nunca”.

Anita Pantin es pintora. Así es como ella ama definirse y no podría ser de otra manera porque Anita pinta, pinta siempre, aún sin pinceles, pinta con la mirada, con los gestos, con las palabras, con todo su cuerpo. En sus venas corren ríos de colores que pugnan por salir. Corren, gritan, lloran, suspiran. Son sentimientos y emociones, pensamientos y reflexiones. No hay cabida para la indiferencia en la vida de Anita Pantin quien escudriña el mundo con ojos de artista y lo trasforma en trazos y colores, lo encierra dentro de una pantalla o lo desparrama en una tela. “La primera vez que me regalaron una caja de creyones fue cuando tenía ocho años y una fiebre alta que me mantenía en cama. Esos creyones me abrieron un mundo. En ese momento vivía en una casa con patio interno en una pequeña ciudad de Venezuela y sentí que, con mis creyones, podía superar paredes, construir mundos alternativos en los cuales escapar. Veía el cielo y pensaba ‘puedo salir y viajar porque puedo inventar cualquier cosa con mis creyones’. No tenía idea de lo que era el arte pero sabía que no había límites en una caja de creyones”.

Unos dos o tres años más tarde una maestra le regala un libro de historia del arte. “Era un libro serio, gordo, sin colores, y mi maestra María Teresa Martínez me dijo: ‘Es para ti porque tú eres artista’. Esa señora me cambió la vida”.

Teniendo apenas 13 años tuvo una recaída de sarampión y se debilitó tanto que la sacaron del colegio y luego la mandaron a Roma a estudiar dibujo. La “grande bellezza” de la Ciudad Eterna devolvió la salud a su cuerpo y Anita, libre de toda atadura, paladeó la alegría de la curiosidad y se sumergió de lleno en las magníficas obras de arte que encierra cada esquina, iglesia, museo, palacio o parque de esa ciudad. Allí estudió dibujo clásico con una enseñante del norte de Italia de talante serio y palabras escasas. “Tenía a otros dos alumnos y cuando llegué me dijo. ‘Dibuja esa cabeza. Haz lo que puedas’. Era un yeso de una Madonna de Miguel Ángel. Me ignoró por unos días dejándome sumergida en mis incertidumbres. Finalmente se sentó a mi lado y, con un respeto y una seriedad admirables, me dijo: ‘Yo no te voy a enseñar a dibujar, te voy a enseñar a ver’. En el borde del dibujo escribió sus sugerencias: cambiar una línea, modificar una sombra, una luz y yo sentí que una vez más el mundo se abría frente a mí”.

De regreso a Venezuela la vida la llevó a cruzarse con otros grandes maestros quienes marcaron su trayectoria artística. Recuerda a Pilar Aranda y Francisco San José, quienes la introdujeron al óleo, a Luisa Palacios de quien dice “en su taller hermoso, rodeada de su entusiasmo y generosidad empecé a hacer arte en serio”. Gracias a ella y a Lourdes Blanco realizó su primera exposición en la prestigiosa Sala Mendoza. “Tenía solamente 19 años, casi una niña y estaba muy asustada. A partir de ese momento hice muchas exposiciones. Eran años de oro para el arte en Venezuela, había una profusión de galerías y muchos mecenas que apostaban a jóvenes como yo”.

Con una emoción y una admiración que han quedado cristalizadas en el tiempo nos habla de Luisa Richter, de Gego “la mamá de todos nosotros” y de Miguel Arroyo quien le enseñó la técnica de punta de plata. “Una vez me asomé a la clase de Gego, artista que admiraba con pasión. Ella volteó su cara y me vio. Dejó de hablar y, entre el asombro de todos, me dijo: ‘Anita, el diseño que le regalaste a Miguel es… y mimó un beso’”. El cuerpo entero de Anita se ilumina ante ese recuerdo que atesora como una clase magistral.

El gitano aprendizaje de Anita Pantin siguió sin parar. Ha ido absorbiendo de aquí y de allá para alimentar un hambre insaciable de conocimiento y el deseo incontenible de experimentar.

Un hito en su vida artística lo marca el descubrimiento de los primeros lápices electrónicos que permitían conservar memoria de cada una de las etapas de un trabajo. El asombro y la alegría de poder congelar en el tiempo hasta la magia del primer trazo, “el más libre, ese que brota del alma, que nadie nunca descubrirá tras las tantas capas que lo cubrirán” la lleva a sumergirse en el mundo de las nuevas tecnologías. Comienza en Caracas y sigue en la Universidad de Texas en la cual debía estudiar un semestre y se quedó 7 años como visiting scholar.

En el mundo de la tecnología Anita cual Alicia encuentra el país de las maravillas. La animación con sus múltiples facetas irrumpe en su mundo y lo cambia definitivamente.

Uno de sus primeros trabajos surge de una foto desgarradora en la cual aparecen los cadáveres de unos niños de la calle muertos a manos de la policía en Brasil. Ver esa imagen le produce un dolor infinito que del alma se expande como eco a cada hueso de su cuerpo. “Sentía la necesidad de hacer algo con esa foto pero sabía que trabajar con el sufrimiento humano es muy difícil, es peligroso. Tras pensarlo mucho fui escaneando las fotos, niño tras niño, luego escogí una y empecé a dibujar a mano sobre ella. Dibujaba y grababa, el dibujo se tornaba a cada momento más frenético y en mi mente sentía el retumbe de una batucada que marcaba el ritmo. Yo no pensaba, obedecía. Nunca me había involucrado tanto en un proyecto”.

Más adelante realiza una exposición con animaciones de tres momentos de un espacio que ideó. “Es como un cine en tres cuadros que van interactuando y que construyen una narrativa visual para la cual tuve que lidiar con el movimiento y el ritmo. También realicé un trabajo que se llama El Circo. Lo hice con una serie de pantallas chiquitas que son mis personajes”.

Anita Pantin se ha paseado por la fotografía y la escultura, ha escudriñado el mundo desde un microscopio dando vida y belleza a esos seres infinitamente pequeños, y desde muy joven también ha incursionado en el teatro diseñando escenografías y vestuarios. “Trabajar en escena es lo mismo que realizar una pintura, pero una pintura que se mueve. Para hacerlo debes conocer la textura de las telas, el poder de los colores. Muchas veces no encontraba las telas que quería así que aprendí a pintarlas”. Esa pasión se ha transformado en un trabajo que realiza para los creadores de sedas Luisa Esteva y Leo Tirado.

Lo digital se mezcla con la pintura al óleo. “De repente el óleo me pareció muy rígido, demasiado severo. Necesitaba darle más fluidez así que decidí integrarlo con lo digital. A veces tomo fotos de mis pinceladas y las deformo digitalmente, otras las compongo en computadora y las utilizo como punto de partida. Oleo y digital se alimentan uno al otro”.

Pantin recorre incansable las salas del Metropolitan. Grupos de turistas interrumpen la magia de nuestra conversación, pero no disminuyen el entusiasmo de Anita. El arte es su vida, es una necesidad del cuerpo y un goce del alma. Cuando trabaja puede perder un día entero escudriñando una manchita, buscando la mejor luz para lograr la emoción que quiere transmitir.

Envueltos en tanta belleza, en medio de una tal profusión de creatividad, le preguntamos cuál es el momento en el cual, surge en ella esa chispa que se transformará en arte. “Son muchos y variados los pretextos. Pueden ser dos colores, un espacio, una luz”.

– Prescindiendo del Met, ¿cuál es tu relación con Nueva York?

– Antes de mudarme definitivamente venía con regularidad. Amaba esta ciudad, entraba en todas las librerías, recorría museos y galerías. Me quedaba en casa de un amigo en el Village y regresaba con la maleta llena de libros y material artístico. Ese cumpleaños transcurrido en este Museo fue determinante para tomar la decisión de vivir aquí definitivamente. Sin embargo, desde que me dieron la ciudadanía la relación con esta ciudad cambió. Ahora siento que tengo responsabilidades. Antes era como uno de esos amantes que puedes dejar y volver a agarrar sin mayores problemas”.

– ¿Y si tuvieras que irte?

– No me iré.

Noviembre 5, 2019

@MBAFILE·@MBAFILE

Viceversa

Para apreciar el contenido total de este artículo se recomienda consultar el original en:

https://www.viceversa-mag.com/metropolitan-museum-of-art-con-pintora-ani...

 8 min


Beatriz De Majo

En los días pasados han llovido toda clase de interpretaciones sobre los desacomodos más o menos violentos que están teniendo lugar en nuestro subcontinente a nivel político y sobre los resultados electorales de los últimos meses y semanas en algunos países de la región que, en principio, estarían inclinando los equilibrios de fuerza hacia las izquierdas socialistas.

Las destructivas manifestaciones en Chile, Bolivia, Ecuador y Colombia no pueden ser todas metidos en el mismo saco. La interpretación de los resultados electorales de México, Argentina, Bolivia o Uruguay tampoco. De la misma manera, en las filas de los conservadores del entorno latinoamericano, Bolsonaro, Benitez, Duque y el milenial salvadoreño Nayib Bukele tampoco poco pueden ser considerados cisnes de un mismo lago. Las diferencias en todos los casos son abismales.

Pero lo que sí está claro es que las izquierdas radicales y sobre todo, las que peores resultados han conseguido puertas adentro en sus propios escenarios nacionales, están queriendo ganar indulgencia con escapulario ajeno y hacer parecer ante el mundo que nos observa que hay una “brisita” – Diosdado Cabello dixit- que parte de la Venezuela revolucionaria y que está sumando adeptos en muchos países del entorno. Otros, también de inspiración totalitaria, aseguran que lo que ocurre proviene un tradicional péndulo histórico que viene de vuelta desde el fracasado predominio de tendencias liberales de los últimos lustros en la región latinoamericana. Según estos, las derecha están siendo penalizadas por no haber producido cambios cualitativos de mejoramiento social, y de allí surge el actual fortalecimiento de los movimientos radicales.

Toda generalización es antipática, pero en el caso que nos ocupa, además, no envuelve un análisis veraz. Es como si dijéramos que Latinoamérica es hoy mucho más pro-norteamericana que nunca porque la Venezuela de Guaidó, la Colombia de Duque, el Paraguay de Abdo Benítez, al igual que El Salvador de Bukele, la Honduras de Morales, el Brasil de Bolsonaro, o incluso el México de AMLO, comparten un confite con los gringos en algún terreno. Puras pamplinas. Las razones de las coincidencias o de las alianzas con el norte son momentáneas o circunstanciales de cada país y ninguno de esos gobiernos se parece al otro.

¿Es acertado afirmar, por ejemplo, que existe una incondicionalidad total entre los dos grandes colosos del continente, Brasil y Estados Unidos? Y sin embargo en la Asamblea de la ONU Jair Bolsonaro dijo que Brasil y EE.UU. lanzaron en marzo «una asociación audaz e integral» que incluye la coordinación política y militar. El nuevo mandatario brasilero le asestó, según El Globo, un “I love you” a Donald Trump que no deja espacio para interpretaciones.

Lo que si hay es una inveterada conveniencia de las izquierdas continentales de apoderarse, ante la prensa, de cuanto conflicto político surge en el barrio latinoamericano, para cacarear una fortaleza que no es tal. Y en ello lleva la batuta Caracas cuando se endilga una supuesta “venezolanización” de los procesos políticos subcontinentales.

Hagamos un gesto de franqueza ¿Cual es al aporte conceptual que Nicolás Maduro y sus secuaces han efectuado a las tesis socialistas de los últimos tiempos para el chavismo se cacaree coautor de los eventos políticos de protesta en Chile o para pretender que el triunfo de Evo Morales es obra suya o que la descolgada de Mauricio Macri tiene algo que ver con un resurgir del izquierdismo inspirado por los aciertos de nuestro revolución tropical? ¿Puede alguien imaginar en este hemisferio que el advenimiento de AMLO a México proviene del convencimiento del electorado mexicano de que los postulados y el accionar de la Revolución Bolivariana han sido lo más acertado que le ha pasado a Venezuela? ¿Puede algún líder regional de cualquier tolda ser convencido de la Revolucion chavista-madurista no es el artífice único, léase bien UNICO, del proceso que convirtió a la pujante Venezuela en un bagazo? ¿Está alguno dispuesto a imitarla?

No, queridos lectores. Si alguien aun piensa que nuestro continente se está enfermando de izquierdismo, es bueno que se convenza que esa medalla no es de Nicolás Maduro.

https://www.analitica.com/opinion/esa-medalla-no-es-de-maduro/

 3 min


Américo Martín

Los hechos políticos no se repiten al carbón. Es imposible que lo hagan si recordamos que cada uno de ellos resultó de la concurrencia de infinitos factores, emanados de infinitas combinaciones en circunstancias que podrían ser infinitas. Aún así ciertos paralelismos pueden ser impresionantes, lo que da lugar a decisiones limpias en lo posible de errores. La experiencia ayuda en ese sentido, pero lo que es imprescindible es asumir la Política como ciencia y arte.

Se ha dicho que los partidos llegan al poder a horcajadas de sus recientes enemigos. Se ha repetido que Chávez ganó en 1998 con los sufragios de AD. Si eso fuera cierto debería ser invocado para anticipar mensajes y políticas en la palpitante realidad actual.

  • ¿Y qué hace éste aquí? preguntaría un soldado de Bolívar al encontrar al Negro Primero en las filas llaneras de Páez, durante el encuentro de los dos grandes próceres de la Independencia.
  • La última vez que lo vi fue en las tropas de Boves, masacrando patriotas.
  • y pa´que usté vea, ahora, desde las de mi general Páez, aterroriza a los realistas
  • Es uno de mis mejores hombres –intercepta el catire- siempre va al frente; delante de él, solo la cabeza de su caballo.

Era un momento emocionante. Por fin se unificarían los grandes agrupamientos patriotas bajo el mando del tenaz caraqueño.

Páez, que a nadie temía, reconoció lo que no mucho antes previó el presidente Petión: que en la baraúnda de líderes patriotas, el que por muchas razones garantizaría la victoria republicana era Bolívar. Demostró a su vez el bravo lancero portugueseño una aguda perspicacia al reconocer la jefatura única del caraqueño.

Muchos, seguramente los realistas en extraña coincidencia con celosos rivales del perseverante Simón Antonio, acariciaban la esperanza de que el llanero no cedería el mando al patiquín capitalino. Mucho subestimaron el temple de Páez para someter sus legítimas pasiones al gobierno de la razón. También el genio del Libertador en el trato de personalidades.

Al ver al Negro Primero en acción nadie dudaba de lo acertada que había sido aquella adquisición, que viene al pelo para recordar una regla de la política, a propósito de los caudales humanos que puedan desplazarse o contenerse en los límites de una de las aceras del conflicto venezolano, al compás del malestar causado por la fallida gestión oficialista, el desengaño en relación con las infladas e incumplidas promesas revolucionarias; y por contraste, la simpatía o antipatía que despierte en la oposición el arriesgado realineamiento desde las playas del poder a las agitadas del cambio democrático.

¿Qué viene a ser entonces la Política? Definiciones sustantivas de lo que sea esta mixturado ciencia y arte, hay bastantes, en general más bien adecuadas. La regla a la que me refiero es instrumental y vale para cualquiera de los sectores enfrentados. Parte de que la esencia de la Política es el poder del Estado: ¿cómo alcanzarlo, ejercerlo, perderlo y, en tal caso, recuperarlo?

Para cualquiera de esos objetivos es imprescindible aplicar técnicas que supongan­:

  • atraer a todo el que pueda ser atraído, como logró atraer la oferta chavista a tantos demócratas decepcionados
  • neutralizar al descontento que no pueda ser atraído pero tampoco quiera prestarse a agredir u odiar a opositores cuyas ideas hayan ido confluyendo con sus propias y legítimas quejas
  • enrumbar el filo opositor solo contra quienes no puedas atraer y ni siquiera neutralizar y en cambio intensifiquen la intolerancia, el trato agresivo y hostil

El estilo debe ajustarse a semejante política como el guante a la mano. Si quieres atraer o lograr confluencias de cambio democrático, no puedes perjudicar tu propia política asumiendo un lenguaje insultante, plagado de promesas de venganza, que no de justicia y de penas brutales que desdicen de la democracia civilizada e institucionalizada que se espera del cambio democrático. Menos comprensible es degradar y encanallar a quienes desde la variada y plural oposición sustenten ideas distintas, la encarnada en el sólido eje Guaidó-Asamblea Nacional. Siendo de la más alta prioridad fortalecer una muy amplia unidad nacional es totalmente contraproducente la indecencia estilística y las campañas infamatorias, los epítetos denigrantes condimentado con un grave desprecio a la presunción de inocencia y debido proceso. Se ha llegado al espeluznante extremo de dar por sentenciado a quien ose pedir pruebas de la acusación.Afortunadamente la Inquisición anda de capa caída.

Savonarola, Torquemada, la inversión de la carga de la prueba vuelvan al siglo XV. Y llévense a los émulos que hayan encontrado en este trémulo siglo XXI.

@AmericoMartin

https://talcualdigital.com/index.php/2019/11/03/repetir-aciertos-no-erro...

 3 min


CIUDAD DE MÉXICO — Ante las recientes protestas que han sacudido a Chile, surgió con rapidez una corriente de pronunciamiento público a favor de las libertades y en contra de la represión. Varios escritores e intelectuales sumaron sus voces, en las redes sociales y a través de remitidos, para exigir que los militares no ocuparan las calles. Fue un mensaje de alerta dirigido directamente al gobierno de Sebastián Piñera, la activación de una vigilancia internacional en contra de cualquier intento de ejercicio de fuerza por parte del poder.

Este tipo de respuesta inmediata es excelente y necesaria, pero, también, destapa de manera involuntaria algunas preguntas: ¿por qué, ante otros acontecimientos similares en nuestro continente, no hubo la misma instantánea reacción? ¿Es acaso distinta la violencia que puede ejercer el gobierno de Chile a la violencia que han ejercido, en estos mismos años, los gobiernos de Venezuela o de Nicaragua? Es llamativo que entre nosotros siga funcionando la idea de la izquierda y de la derecha como doctrinas absolutas, como argumentos tajantes capaces de condenar o de legitimar indistintamente un mismo hecho.

En una Latinoamérica cada vez más diversa y complicada, hay también una polarización creciente, empeñada en que el antagonismo entre la izquierda y la derecha sea una ecuación mágico-religiosa. Creo que este funcionamiento se debe a que, precisamente, han ido perdiendo su condición de ideologías. Su contenido esencial es la emoción. Se desarrollan como identidades afectivas, sin posibilidad de discernimiento. Existen para luchar contra el mal. Y así terminan desfigurándose. Pierden incluso su capacidad narrativa. Solo son melodramas.

Sostiene Rafael Rojas que la Guerra Fría sigue siendo una “reserva simbólica inagotable” en la América Latina del siglo XXI. Pero —como también señala asertivamente el académico cubano— estos “imaginarios” adquieren formas cada vez más simples. La polarización ha ido reduciendo cualquier debate a la mínima dimensión de un espectáculo. El absurdo de Jair Bolsonaro, quien decide no felicitar al presidente electo de Argentina, Alberto Fernández, y desconoce así a la democracia legítima de un país, es tan patético como el cinismo de Nicolás Maduro, quien después de haber ordenado y dirigido una represión salvaje en contra del pueblo venezolano, denuncia la violación de los derechos humanos de los ciudadanos manifiestan en Chile. Ninguno de los dos encarna o expresa modelos políticos en pugna sino, por el contrario, ambos representan la perversión y la mediocridad de un proceso histórico que se ha quedado sin política.

A medida que las democracias de la región se vuelven cada vez más precarias, y que sus posibles escenarios de solución parecen cada vez más lejanos, el debate parece también ser cada vez más esquemático y emocional. La fórmula es simple y opera con la misma ciega eficacia en ambos bandos. Basta con invocar la pobreza y acusar al imperialismo estadounidense. Basta con invocar la libertad y acusar al castrocomunismo. A partir de la aceptación de estos presupuestos, no se requiere discernir más. Lo único que hace falta es fervor.

De pronto, comenzamos a ser una versión trágica del Superagente 86, aquella serie icónica creada por Mel Brooks que se burlaba de los estereotipos de la Guerra Fría. Pensar que el Grupo de Puebla —un grupo de líderes latinoamericanos de izquierda— es una eficiente mafia dedicada a la conspiración internacional y que el expresidente colombiano Álvaro Uribe es un paladín de las libertades puede ser cómodo, pero, sin duda, reduce la crisis actual a los estereotipos maniqueos de la Guerra Fría. No da cuenta de toda la enorme complejidad de nuestras realidades.

Y por supuesto que en esta enorme complejidad están también todos estos elementos. Está el imperialismo estadounidense y está también la eterna práctica expansionista y parasitaria de la Revolución cubana. Pero no son los únicos ejes que ordenan lo que sucede en el continente. No son los dogmas irrebatibles con los que solamente se puede analizar y entender lo que está ocurriendo. Menos aún en su versión más pobre, en el melodrama que exige creer que a la historia solo la mueven los villanos desgraciados o los héroes bondadosos. Esta simplificación general de la forma de mirar y de pensar lo real es otro síntoma más de nuestra fragilidad: ciudadanías sin discernimiento. Convidadas a ver y a vivir el poder como un asunto sentimental.

No deja de ser paradójico que todo esto, encima, siga teniendo la pretensión de ser un enfrentamiento ideológico. La propuesta de que estamos, nuevamente, en medio de la lucha entre dos modelos antagónicos solo es un ejercicio de distracción, una maniobra teatral para la supervivencia de algunas élites. El caso de Odebrecht —la constructora brasileña que pagó sobornos a decenas de gobiernos por todo el continente— debería ser suficiente para deshacer ese espejismo. Dice Martín Caparrós que “la corrupción es una ideología”. Es más que una actividad aislada y eventual. Responde a un plan articulado, a una noción de la política y de la riqueza. Supone una propia concepción del mundo y de la relación con los demás. En el fondo, detrás de la polarización, detrás de la efusión de revoluciones y contrarrevoluciones, Odebrecht es realmente el último gran proyecto ideológico de Latinoamérica. Un programa continental que convirtió la mordida en una definición más determinante que el socialismo o el neoliberarismo.

4 de noviembre 2019

New York Times

https://www.nytimes.com/es/2019/11/04/espanol/opinion/protestas-chile-ve...

 4 min


Javier Toro

Una charla con B. Guy Peters

¿Qué es la gobernanza? ¿Por qué es importante?

La gobernanza proviene de una palabra griega que significa dirigir. La noción es que gobernar es esencialmente dirigir la economía y la sociedad hacia algunos supuestos objetivos colectivos. Lo ideal sería que esos objetivos se establecieran de forma democrática. Sin embargo, independientemente de cómo esos objetivos se establezcan, la cuestión principal en la gobernanza está en tener la capacidad de alcanzar esos objetivos. Esto es importante porque es así cómo nos ocupamos de los problemas colectivos que los individuos y el sistema económico no pueden resolver adecuadamente. La gobernanza, por lo tanto, comprende algún tipo de sistema de gobierno para hacer frente a esos problemas. El sistema de gobierno podría no ser perfecto, pero al menos establece algunos mecanismos para tratar de alcanzar esos objetivos colectivos.

¿Existe un sentido unificado del papel que el Estado debe desempeñar en gobernar? ¿Qué papeles ha desempeñado el Estado en todo el mundo a lo largo de la historia?

Bueno, no hay ningún papel acordado para el Estado. Si nos fijamos en la teoría de la gobernanza, encontraremos a algunas personas que todavía se centran mucho en el Estado. Básicamente argumentan que el Estado debe estar siempre en control y que todo lo demás debería esencialmente trabajar con el Estado o a través del Estado. También encontraremos a otros que argumentan que el Estado y el gobierno no son realmente necesarios, que mucho de lo que consideramos gobernanza se puede hacer a través de la acción voluntaria, las redes sociales, los organismos intermediarios. Por lo tanto, no existe una noción común de cómo la gobernanza debe ser administrada. En general, creo que no se puede pensar en gobernar sin que exista el Estado y sin que el Estado desempeñe un papel razonablemente fuerte. Se necesita de la autoridad, de leyes, de la capacidad de recaudar dinero y movilizar otros recursos. Pero todavía hay teóricos, particularmente en Europa, que hacen mucho hincapié en el papel de los actores sociales en la gestión de la gobernanza.

Ahora, con respecto a la segunda parte de la pregunta, el Estado ha sido históricamente una parte central de gobernar. Probablemente fueron más fuertes antes, históricamente, de lo que son ahora, aunque estos Estados no eran tan fuertes como les hubiera gustado. No obstante, el modelo era el de un Estado centralizado fuerte que trataba de controlar a los individuos y los actores económicos dentro de sus fronteras. El Estado se ha vuelto menos esencial debido a una mayor democratización y al creciente papel en gobernar de los actores sociales, grupos de interés, organizaciones sin fines de lucro, ONGs, etc. Ahora bien, todavía existen gobiernos que son muy centrales y autocráticos. En los gobiernos democráticos de hoy, el Estado puede “dirigir desde la distancia”, como diría la escuela de gobierno holandesa; es decir, el Estado permite que otros actores se involucren y al mismo tiempo observa con atención lo que ocurre en la sociedad y mantiene el poder de intervenir si las cosas toman un mal camino. El mejor ejemplo de esta forma de gobernar muy suave es la de los Países Bajos, en particular. Además, Dinamarca ha tomado la iniciativa en el uso de las redes sociales para gobernar.

¿Han sido capaces los gobiernos, en general, de hacer frente a los problemas, las demandas y las expectativas de la sociedad? Si no, ¿por qué no?

Creo que la respuesta a esa pregunta depende de a quién le pregunte. Pienso que los críticos del gobierno argumentarían que los Estados no han sido eficaces. Los críticos de la derecha política dirían que las decisiones del gobierno son descuidadas, ineficaces, etc. Y yo diría que los gobiernos no son tan eficaces como les gustaría. Por otro lado, también pienso que se puede argumentar que no hacen un trabajo tan malo, que prestan la mayor parte de los servicios públicos razonablemente bien a la mayoría de la gente. Esto, sin embargo, no es válido para los países menos desarrollados. En algunas partes de África, en particular, y de Oriente Medio hay Estados que han fracasado, donde el Estado ya no tiene la capacidad de prestar esos servicios públicos o de mantener el orden y ha promovido que esa responsabilidad sea asumida por los caudillos, clanes y otros grupos sociales de larga data. Sin embargo, en la mayoría de los casos, la mayoría de los Estados puede ofrecer un nivel razonable de servicios a las poblaciones. No obstante, los Estados fracasan. ¿Por qué fracasan? Fracasan, en parte, porque los ciudadanos quieren demasiado; esperan quizás demasiado, particularmente dado lo que están dispuestos a pagar en impuestos. En segundo lugar, los ciudadanos también tienen demandas contrapuestas y conflictivas. Los propios gobiernos también tienen conflictos internos; diferentes ministerios, diferentes agencias quieren hacer cosas que están en conflicto entre sí. Para los países en desarrollo, una de las principales limitaciones es simplemente los recursos: el dinero, pero también los recursos humanos —no tener tal vez el número de personal calificado que necesitan para poder prestar los servicios de forma eficaz—. Por lo tanto, los gobiernos fracasan, cuando lo hacen, por una variedad de razones. Hay que ver porqué fracasan casi caso por caso. No existe un modelo general para comprender por qué el fracaso ocurre.

Ahora, ¿cómo puedes saber qué tan buena es la gobernanza? Existen varios indicadores, pero son imperfectos. Por ejemplo, el Banco Mundial tiene una serie de indicadores de gobernanza, la mayoría de las cuales tienen que ver con el Estado de derecho, la lucha contra la corrupción y ese tipo de cuestiones. Los indicadores existentes usados para medir la prestación efectiva de servicios no son tan buenos. Algunos de los mejores indicadores se obtienen a través de encuestas en las que a los ciudadanos se les pregunta si están obteniendo lo que esperan. El Barómetro Latinoamericano, por ejemplo, cada año hace preguntas a los ciudadanos de los países latinoamericanos sobre lo que obtienen del gobierno, si están satisfechos, etc. Y sondeos de opinión pública similares se llevan a cabo en todas las otras partes del mundo.

Entre las formas existentes de gobernanza, ¿existe una superior? Si es así, ¿en qué sentido es superior?

De nuevo, lamento ser vago aquí, pero creo que eso depende de a quién le pregunte. En primer lugar, pienso que hay que cotejar la forma de gobernanza con la naturaleza de la sociedad y la población que usted intenta gobernar. Algunas sociedades no aceptarían un gobierno autoritario, que bien pudiera ser aceptable en otros escenarios. Bajo el supuesto de que todo lo demás se mantiene igual, pienso que lo mejor sería tener un gobierno donde las decisiones se tomen a través de algún tipo de proceso democrático, y con eso me refiero a un proceso que brinde no solo oportunidades para votar sino también un medio para participar de manera continua y variada, en cierta medida, como ocurre en los modelos de red de los que he hablado antes. Yo diría que una forma de gobernanza superior es aquella que puede aceptar ideas, deseos y demandas de la sociedad y tiene la capacidad de satisfacerlos. También pienso que es importante tener un buen sistema administrativo, una buena burocracia, en el sentido de que sea eficiente y también eficaz en el trato directo con los ciudadanos, a nivel de la calle.

Consideremos el caso de Singapur. Ellos no son totalmente antidemocráticos. Ellos se han estado democratizando lentamente y ahora existe una democracia limitada. Además, son extremadamente eficaces en la prestación de servicios: son limpios, seguros, tienen una muy buena educación, etcétera, etcétera. Ahora, si usted le pregunta al singapurense promedio, mi impresión es que la mayoría de ellos diría que están contentos con su gobierno. Sin duda, hay muchos que desearían que fuese más democrático, pero al mismo tiempo, están muy satisfechos con el nivel de los servicios públicos. Eso significa que usted tiene que encontrar alguna manera de unir el proceso democrático con el proceso de prestación de servicios. Ambas cosas se pueden tener —dé una mirada a Escandinavia, por ejemplo—, pero es algo difícil de conseguir. Todos, al menos la mayoría de las personas, quieren llegar a ese lugar feliz donde se es a la vez democrático y bien servido, pero para llegar a ese lugar se necesitan recursos y una población que esté dispuesta a moderar y negociar sus demandas. Además, ayuda ser rico.

¿Puede haber gobernanza sin gobierno? ¿Puede una forma de gobernanza no jerárquica ser superior?

Anteriormente comenté algo sobre esto. Para mí, la noción de gobernanza sin gobierno es una especie de disparate. Se necesita alguna forma de aparato de gobierno para ejercer la gobernanza. Este puede ser muy informal y a menudo en cualquier sistema formal puede complementarse en gran medida con medios informales de gobernanza, pero debe haber alguna forma de gobierno. Según Fritz Scharpf, un distinguido politólogo alemán, las organizaciones no gubernamentales o las personas que tienen autoridad delegada siempre gobiernan en la “sombra de la jerarquía”. Es decir, el Estado y el gobierno siempre pueden retirar la autoridad delegada si sus agentes no están haciendo el trabajo correctamente. Por lo tanto, de nuevo, los gobiernos pueden gobernar desde la distancia, pero siempre tienen la autoridad para restaurar un control más directo. Gobernar con una mano muy suave, mantenerse a la distancia y depender de los actores sociales, las organizaciones sin fines de lucro, etc., para proporcionar servicios puede ser beneficioso: los impuestos pueden ser más bajos y la prestación de servicios puede ser menos burocrática —en el sentido negativo del término— y más apreciada por la población. Pero, en última instancia, se necesita de una cierta fuente de autoridad.

¿Qué es la gobernanza democrática? ¿Cómo se puede distinguir la gobernanza democrática de la no democrática sea cual sea su forma?

La democracia es una de esas palabras para las cuales cada quien tiene su propia definición. Pero, básicamente, de lo que creo que estamos hablando es de elecciones libres y justas, de un cierto respeto por los derechos de las minorías, del Estado de derecho y de una gobernanza razonablemente abierta, responsable y transparente. Así que, si se tiene esas cuatro características, pienso que se tiene un gobierno democrático. ¿Cómo podemos distinguir a este tipo de gobierno de un régimen que no es democrático? Bueno, solo hay que examinar esas cuatro características. ¿Son las elecciones libres y justas? ¿Existen otros medios de participación? ¿El gobierno del día se hace responsable ante el pueblo o un órgano legislativo? ¿Los tribunales son libres? ¿La gente puede acceder a los tribunales de manera libre? Si es así, entonces esencialmente se tiene un sistema democrático, y en particular, pienso, un sistema democrático liberal, en el sentido de que protege los derechos de las minorías. La dificultad no está en distinguir la gobernanza democrática de la no democrática en los casos extremos. No es tan difícil ver el contraste entre Suecia, en un extremo, tal vez, y una dictadura, en el otro extremo. El problema se encuentra en el medio, como en el caso de Singapur. ¿Qué tan democrático es Singapur? Perú, donde el gobierno parece estar en un caos debido a las peleas entre el Congreso y el presidente, ¿qué tan democrático es? Casi todos los gobiernos, sin importar cuánto control tenga un partido o una persona, tienen un parlamento, una legislatura de algún tipo. Eso hace que un gobierno parezca democrático. Ahora, ¿fueron libres las elecciones que produjeron ese parlamento? ¿El parlamento siempre está, al cien por ciento, a favor del presidente? La respuesta a esas preguntas le dirá si el gobierno es realmente democrático.

¿Qué son las instituciones formales de gobierno? ¿Son ellas importantes para la gobernanza democrática?

Hay tres ramas en la forma estándar de pensar sobre las instituciones formales de gobierno: la Legislativa, la Ejecutiva (presidentes y primeros ministros) y la Judicial (los tribunales). Y luego a eso hay que añadir la burocracia, que técnicamente forma parte del ejecutivo, pero no del ejecutivo político. Estas cuatro instituciones formales constituyen la parte más importante del gobierno y de la gobernanza. Si se identifica cómo funciona la legislatura, cómo funciona el ejecutivo político, cómo funcionan los tribunales y cómo funciona la burocracia, entonces se puede entender cómo funciona la gobernanza hasta cierto punto. Para comprender plenamente cómo funciona la gobernanza, también hay que tomar en cuenta la forma en que participan las partes informales; es decir, la forma en que los actores sociales, los grupos de interés y los grupos sociales de otro tipo interactúan con las instituciones formales para ejercer la gobernanza. Las instituciones formales son realmente cruciales para la gobernanza democrática, ya que proporcionan controles y equilibrios. Las legislaturas y los tribunales deben controlar a los presidentes y a los primeros ministros. Del mismo modo, los presidentes y los primeros ministros necesitan, en cierta medida, poder controlar las legislaturas. Estos controles institucionales son importantes para mantener un sistema democrático, pero también lo son los controles provenientes de otras fuentes, como los medios de comunicación y el público en general. Una parte importante de la gobernanza democrática, que es cada vez más importante, es la capacidad de hacer cumplir la obligación de rendir cuentas. Los gobiernos, debido a su tamaño y poder, pueden hacer muchas cosas, por lo que tenemos que ser capaces de responsabilizarlos de lo que hacen y de destituirlos si exceden su autoridad. Los medios de comunicación de todo tipo (los impresos, la radio y la televisión, las redes sociales) son actores cruciales para la rendición de cuentas. No puedes pedirle cuentas a alguien si no sabes lo que esa persona está haciendo. Eso es cierto hoy en día, y ha sido cierto en el pasado. Thomas Jefferson dijo una vez que preferiría vivir en un país sin partidos políticos que en un país sin periódicos.

Foro

noviembre–diciembre, 2019

VOL. 3, NÚM. 6, PÁGS. 1–8

https://www.revistaforo.com/2019/0306-01

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Fernando Mires

Ni como insulto ni ofensa. Nos referimos aquí a un idiota en su exacto sentido originario. Viene del griego. Idios quiere decir lo propio. Idiotas, en su sentido lato, eran los griegos que vivían más en lo propio que con los otros, o lo que es lo mismo, a los que importaban más sus asuntos privados que los de la polis. En breves palabras, los que no hacen política.

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