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Opinión

Tal día como hoy, martes 15 de octubre hace veintiséis años, de 1993, Nelson Mandela y Frederik De Klerk fueron galardonados con el Premio Nobel de la Paz por haber dejado atrás las confrontaciones del apartheid en Sudáfrica. ¿Por qué decidieron negociar personalidades con intereses tan diferentes y con seguidores radicales opuestos a cualquier acuerdo?

Ninguno de los dos era un angelito. De Klerk había sido ministro de varias carteras durante la época dura del apartheid, con graves violaciones a los derechos humanos. Mandela aprobó actos de sabotaje y durante años fue promotor de la lucha armada.

De Klerk contaba con el apoyo del ejército, de las leyes y de quienes las aplicaban, así como de la minoría blanca, la cual tenía el poder económico. Mandela contaba con el apoyo unánime de la población negra en cuanto a oponerse al apartheid, pero con importantes diferencias en cuanto a la estrategia de lucha. A medida que el mundo fue tomando conciencia de la injusticia del apartheid, los principales gobiernos sanciones al gobierno de la minoría blanca. Al respecto también surgieron diferencias porque algunos consideraron que las mismas perjudicaban a la población. Muy pocos de lado y lado consideraban que la negociación era una opción,

La desconfianza era mutua. La población negra resentía los atropellos de las fuerzas de seguridad y el maltrato que les daban los blancos. Estos conocían que los líderes negros propiciaban actos de terrorismo y que se preparaban para la lucha armada. De Klerk estaba convencido de la bondad de los llamados bantustanes, pequeños enclaves donde agruparon poblaciones de una misma tribu, concepto rechazado por la población mayoritaria.

Gradualmente ambas partes entendieron que ninguna de las dos podía imponerse sobre la otra. El primer paso lo dio De Klerk, venciendo la resistencia de los suyos, al estar convencido de que una pequeña minoría no puede imponerse indefinidamente. Posteriormente confesó que no fue una conversión súbita como la de Pablo de Tarso camino a Damasco, sino “un proceso lento, gradual y a veces penoso” y que en 1985 se percató de la necesidad de negociar. En 1990 eliminó la prohibición que pesaba sobre el partido Congreso Nacional Africano, principal partido de la oposición y abolió leyes que apoyaban el apartheid.

Por su parte Mandela reveló su gran calidad humana al cambiar de opinión y descartar la lucha armada en contra de la opinión de muchos de los suyos y entablar conversaciones tendentes a negociaciones posteriores. Tras veintisiete años preso, en 1994 fue electo presidente y designó a De Klerk como vicepresidente. Conocido fue su gesto de apoyar al equipo de rugby integrado por jugadores blancos que se tituló campeón mundial en 1995.

Maduro dista años-luz de ser un estadista como De Klerk, pero no puede ser tan cerril para no percatarse que la pequeña minoría que todavía lo apoya y las armas nos son suficientes para mantenerse en el poder. Además, algunos de su entorno deben entender que las sanciones internacionales y el rechazo general al régimen lo hacen inviable. Negociar es la mejor opción para los rojos. Quedarían fuera del poder, pero como el populismo no morirá hasta que se eleve considerablemente nuestra educación, tendrían la posibilidad de regresar como lo hizo Perón en el pasado y ahora Cristina.

El presidente (e) Guaidó no tiene el carisma, ni la trayectoria de Mandela, tampoco cuenta con un gran equipo, pero aglutina el porcentaje mayor de los demócratas. La ruta que trazó de fin de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres es la correcta y puede alcanzarse con una buena negociación. Desde luego que la misma no puede ser para que el régimen gane tiempo, ni para ceder en cuanto a principios y valores.

Aclaro que no es la opción que preferimos. Desearía que nuestros militares, en cumplimiento de la Constitución, le soliciten la renuncia y, caso de que no la acepte, que lo destituyan. Al respecto diferimos de algunos que temen que los militares se queden con el coroto. Tanto el 18 de octubre de 1945, como el 23 de enero de 1958 los militares derrocaron al gobierno y entregaron el poder a los civiles. Comulgo con que “hay que arrebatarles el poder”, pero como los militares no se manifiestan y la población no parece ganada para una huelga general indefinida con gente multitudinariamente en las calles indefinidamente, pareciera que no hay otra opción que negociar el fin de la usurpación.

Como (había) en botica:

Todos debemos defender la autonomía universitaria.

El informe mensual de la OPEP reporta que, según sus fuentes, Venezuela está produciendo 644.000 barriles de crudo por día. O sea 2.623.000 barriles por día menos que en el 2001.

Impedir que el presidente electo de Guatemala, señor Alejandro Giammatei, y el periodista Carlin entraran al país es otra torpeza del régimen.

Felicitaciones a Carlos Vecchio, embajador de Venezuela en los Estados Unidos, por el Premio Ronald Reagan otorgado por el partido Republicano.

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

eddiearamirez@hotmail.com

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Eduardo Febbro

«Todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales», enuncia la Declaración Universal de los Derechos Humanos y del Ciudadano firmada de 1789 y ratificada por la Organización de las Naciones Unidas en 1948. El economista francés Thomas Piketty, autor del famosísimo El Capital en el Siglo XXI (dos millones y medio de ejemplares vendidos en todo el mundo) entrega una minuciosa y demoledora exploración sobre esa ilusión igualitaria en el último libro que acaba de publicar en Francia: Capital et idéologie [Capital e ideología].

Como la precedente, esta obra consta de 1.200 páginas, se apoya en la historia del mundo y en una forma renovada de emplear las estadísticas para ofrecer un vertiginoso recorrido desde el presente hasta los orígenes de las desigualdades. Allí donde se mire, sea cual fuere la época y el régimen político, la desigualdad es una constante a lo largo de la historia de la humanidad cuyo principio o justificación responde, según Thomas Piketty, a una «ideología». Ese es la esfera central en torno a la cual se mueve toda la reflexión del libro: «la desigualdad es ideológica y política». En ningún caso es una cuestión «económica o tecnológica», y, menos aún, como lo alega desde hace décadas la derecha liberal, sus causas son «naturales».

Ya se trate del modelo chino de desarrollo, de las castas en la India, del New Deal de Roosevelt, divisiones como nobleza, pueblo o clérigo, clase obrera o burguesía, todas las desigualdades están organizadas. Piketty escribe: «cada régimen desigual reposa, en el fondo, sobre una teoría de la justicia. Las desigualdades deben estar justificadas y apoyarse sobre una visión plausible y coherente de la organización social y política ideales». La desigualdad es, en este contexto, un instrumento de la gestión de las sociedades que las ideologías convierten en necesarias. «Cada sociedad humana debe justificar sus desigualdades –apunta Piketty–: hay que encontrarles razones sin las cuales todo el edificio político y social amenaza con derrumbarse. Cada época produce así un conjunto de discursos e ideologías contradictorias que apuntan a legitimar la desigualdad».

Capital e ideología desmonta uno tras otro las narrativas que la derecha liberal instaló en casi todo el planeta. No existen, alega Piketty, «leyes fundamentales», menos aún raíces «naturales» de la desigualdad, ni tampoco se trata de «injusticias necesarias» para que el sistema funcione. El gran relato liberal se armó desde el Siglo XIX con la idea de las famosas «meritocracia» y su más moderna versión: «la igualdad de oportunidades». Ese relato es falso y es preciso, anota el autor,” reescribir un relato alternativo”.

Piketty define ese relato dominante como «propietarista, empresarial y meritocrático», cuyo hilo conductor consiste en afirmar que «la desigualdad moderna es justa porque esta se desprende de un proceso elegido libremente en el cual cada uno tiene las mismas posibilidades de acceder al mercado y a la propiedad, donde cada uno se beneficia espontáneamente de las acumulaciones de los más ricos, quienes también son los más emprendedores, los que más merecen y los más útiles». El economista francés demuestra la fragilidad galopante de ese gran relato liberal, así como sus abismales contradicciones, tanto más cuanto que ese principio de la desigualdad necesaria ya no se puede «justificar más en nombre del interés general». Piketty explica que la meritocracia que se expandió como modelo exclusivo desde los años 80 equivale a una suerte de carta mágica que les permite a sus promotores «justificar cualquier nivel de desigualdad sin tener que examinarla y, de paso, estigmatizar a los perdedores por su falta de mérito, de virtud y de diligencia». La modernidad económica se caracteriza así por «culpabilizar a los pobres» y, también, por un «conjunto de prácticas discriminatorias y desigualdades de estatuto y etno-religiosas».

Piketty sitúa el inicio del ciclo más poderoso de la desigualdad a finales de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), cuando se destruyó y se redefinió «la muy desigual globalización comercial y financiera que estaba en curso en la Belle Époque». Desde entonces hasta nuestro Siglo XXI queda un tendal de destrucción social, que es la amenaza que preside todos los trastornos. El economista advierte: «si no se transforma profundamente el sistema económico actual para tornarlo menos desigual, más equitativo y más duradero, tanto entre los países como dentro de ellos, entonces el ‘populismo’ xenófobo y sus posibles éxitos electorales por venir podrían rápidamente entablar el movimiento de destrucción de la globalización híper-capitalista y digital de los años 1990-2020».

Esta obra frondosa y en nada pesimista se inscribe en una cultura de la reconstrucción y la reformulación y no en un mero catálogo de calamidades o diagnósticos sobre la nocividad del liberalismo. Está muy alejada de esa producción vestida de progresista y empeñada en describir el mal sin que haya otra alternativa que aceptarlo o sucumbir. Piketty diseña varios horizontes. No es un libro no de ruptura sino de replanteamientos. No se propone la destrucción del sistema sino su comprensión histórica, su replanteamiento y, sobre todo, la desconstrucción de la retórica liberal que ha justificado hasta ahora todas las desigualdades en nombre de imaginarios «fundamentos naturales y objetivos».

Piketty no solo afirma que hay muchas vidas fuera del sistema, sino que, también, cada vez que se intentó modificarlo la existencia humana mejoró. En el prólogo del libro, Piketty resalta: «de este análisis histórico emerge una conclusión importante: fue el combate por la igualdad y la educación el que permitió el desarrollo económico y el progreso humano, y no la sacralización de la propiedad, de la estabilidad y de la desigualdad». Los procesos de impugnación de la desigualdad por parte de la sociedad civil han sido en este sentido decisivos para cambiar el rumbo: «en su conjunto, las diversas rupturas y procesos revolucionarios y políticos que permitieron reducir y transformar las desigualdades del pasado fueron un inmenso éxito, al tiempo que desembocaron en la creación de nuestras instituciones más valiosas, aquellas que, precisamente, permitieron que la idea de progreso humano se volviera una realidad».

No hay, de hecho, ningún determinismo, es decir, ninguna condena a la cadena perpetua de la desigualdad. Existen y existirán alternativas. «En todos los niveles de desarrollo, existen múltiples maneras de estructurar un sistema económico, social y político, de definir las relaciones de propiedad, organizar un régimen fiscal o educativo, tratar un problema de deuda pública o privada, de regular las relaciones entre las distintas comunidades humanas (…) Existen varios caminos posibles capaces de organizar una sociedad y las relaciones de poder y de propiedad dentro de ella». Esas posibilidades latentes están más abiertas en nuestra época, «donde algunos caminos pueden constituir una superación del capitalismo mucho más real que la vía que promete su destrucción sin preocuparse por lo que seguirá».

Comprender la historia conjunta del capital y la ideología/desigualdad equivale a «elaborar un relato más equilibrado y a trazar los contornos de un socialismo participativo para el Siglo XXI; es decir, imaginar un nuevo horizonte igualitario de alcance universal, una nueva ideología de la igualdad, de la propiedad social, de la educación y del reparto de los saberes y de los poderes, más optimista ante la naturaleza humana».

Esta amplísima lectura de la historia invita a reescribirla en los hechos. Por ejemplo, con esa idea de un «socialismo participativo», Piketty presenta una serie de ideas y propuestas con el objetivo de refutar la tendencia congelada: «las desigualdades actuales y las instituciones del presente no son las únicas posibles, pese a lo que puedan pensar los conservadores: ambas están también llamadas a transformarse y a reinventarse permanentemente». Así como no hay ningún «determinismo» o causa «natural» de la desigualdad tampoco cabe pensar que su erradicación es automática. «El progreso humano no es lineal –escribe Piketty–. Sería un error partir de la hipótesis según la cual todo siempre irá mejor, que la libre competencia de las potencias estatales y de los actores económicos basta para conducirnos como por milagro a la harmonía social y universal». «El progreso humano existe, pero es un combate», recalca. Este debe «apoyarse sobre un análisis razonado de las evoluciones históricas, con lo que comportan de positivo y de negativo».

Piketty desata nudos, desarma narrativas, corre el telón de los cinismos incrustados en la ideología del Wall Street Journal, desmonta pieza por pieza la criminalización de la protesta social y deslegitima la impostura del sometimiento en nombre del equilibrio social. Allí donde los pueblos se levantan para exigir equidad y justicia social, la ideología de la desigualdad vocifera que toda revuelta significa el desorden, el cual desembocará en dirigirse «derecho hacia la inestabilidad política y el caos permanente, lo que terminará por darse vuelta contra los más modestos». Piketty llama a esa contraofensiva del miedo «la respuesta propietarista intransigente», cuyo principio de acción «consiste en que no hay que correr ese riesgo, que esa caja de Pandora de la redistribución de la propiedad nunca se debe abrir».

Capital e ideología propone abrir la caja, empezando por un trabajo que incita a volver a pensar necesariamente las distintas formas de la propiedad, de la dominación y la emancipación. La relectura histórica de las convenciones de la desigualdad se propone también despejar pistas para emanciparse de un régimen que degrada la condición humana. El catadrático y economista francés adelanta un flujo de ideas o pistas que incluyen «la propiedad social» y la «cogestión de las empresas» (los empleados tendrían el 50% en el seno de los consejos de administración), «la propiedad temporal» (impuesto progresivo aplicado al patrimonio), «la herencia para todos» (contar a los 25 años con un capital universal), «justicia educativa» (equilibrio de los gastos en educación en beneficio de las zonas desfavorecidas), «impuesto al carbono individual» (gravamen ecológico basado en el consumo propio), «financiación de la vida política» (los ciudadanos recibirían del Estado bonos para la «igualdad democrática» que luego entregarían al partido de su preferencia), «inserción de objetivos fiscales y ecológicos obligatorios en los acuerdos comerciales y los tratados internacionales», «creación de un catastro financiero internacional» (para que las administraciones sepan quién detenta qué).

Críticos habrá muchos, tanto del campo de la izquierda como del liberal. Los primeros impugnarán Capital et idéologie porque su propuesta no es una revolución, los segundos lo destruirán porque sus 1.200 páginas son un alegato inobjetable sobre los mecanismos que edificaron la depredación de las sociedades humanas. La ideología «propietarista» preside en este momento de nuestra historia todas las retóricas dominantes, con la consiguiente sensación de asfixia globalizada, la casi certeza de que, sin este modelo desigual, no existe vida humana posible. A su manera voluminosa, exhaustiva y original, el ensayo del economista francés abre horizontes, respira y prueba que no existe un solo relato, sino que, mirando con prolijidad, hay otros, que lo que nos presentan como más moderno no es más que una línea narrativa tan viciada como anclada en el pasado. Esa es su meta confesa: «convencer al lector de que podemos apoyarnos en las lecciones de la historia para definir una norma de justicia y de igualdad exigentes en materia de regulación y reparto de la propiedad más allá de la simple sacralización del pasado».

Septiembre 2019

Nueva Sociedad

https://nuso.org/articulo/thomas-piketty-ataca-de-nuevo/

 8 min


​José E. Rodríguez Rojas

Carlos Andrés Pérez (CAP) en su segundo gobierno (1989-1993), implementó un conjunto de reformas orientadas a superar el modelo rentista, incrementando la competitividad de la economía venezolana a fin de insertar la misma en el proceso de globalización, como lo hicieron México, Colombia y Chile. Las reformas de CAP generaron la oposición de buena parte de la elite local, quienes deseaban continuar beneficiándose del reparto de la renta petrolera. Ello propició la defenestración de CAP e hizo naufragar el proceso de reformas, abriendo el camino a un liderazgo que profundizó el modelo rentista y sentó las bases de la crisis que nos agobia. Desde hace varios años se viene planteando la reivindicación del ex presidente, un político excepcional y visionario.

Diversas individualidades han planteado la necesidad de reivindicar al ex presidente Carlos Andrés Pérez y su malogrado intento de reformular el modelo rentista. Uno de ellos ha sido el cineasta Carlos Oteyza quien llevó a cabo dos documentales a fin de analizar la obra de sus dos gobiernos en forma desapasionada. Según un reportaje publicado en el diario español El País los documentales de Oteyza son parte de un ajuste de cuentas con el pasado, pues previo a estos documentales el cineasta había producido en el 2012 “Tiempos de dictadura”, un film que ensalzaba a los civiles que contribuyeron al derrocamiento de Pérez Jiménez. Según Oteyza “CAP tuvo la valentía de cambiar cuando el país no lo entendía”. Al final el país y sus élites no entendieron la necesidad del cambio que Pérez proponía, pues “a Pérez lo tumbaron las élites económicas y los partidos políticos” que se resistieron a las nuevas reglas de juego impuesta por una economía libre y competitiva. El film deja muy claro que CAP se confió demasiado en su influencia personal y no construyó un piso político para las reformas (El País. 2017).

Un segundo intento de reivindicar la obra de CAP fue emprendido por la periodista Mirtha Rivero en su obra “La rebelión de los náufragos” donde analiza los diversos factores que llevaron al derrocamiento de CAP. Trata de reconstruir el proceso que llevó a la defenestración de CAP recurriendo a entrevistas con los diversos actores, en particular con los actores políticos entre ellos miembros de su partido Acción Democrática y Copey. Algo que queda en evidencia en el libro, es la contribución de Rafael Caldera quien, movido por sus ambiciones personales justificó en el parlamento el golpe dado por los militares. Otro aspecto destacado es la oposición del partido de gobierno, el cual se opuso a las reformas debido a que los secretarios generales de AD fueron perjudicados por las mismas, en particular por la que llevó a la elección directa de gobernadores. Los secretarios generales de AD tenían aseguradas las gobernaciones cuando su partido ascendía a la presidencia y utilizaban las mismas para derivar recursos hacia los empresarios cercanos a su entorno, en un proceso poco transparente. La elección directa de gobernadores dio al traste con este mecanismo de reparto de la renta petrolera y provocó la reacción airada de los comisarios políticos de AD contra CAP y su gobierno (Rivero.2011).

Más recientemente, el filósofo y articulista de El Nacional, Antonio Sánchez García planteó la necesidad de revisar la historia reciente de Venezuela y el rol que han desempeñado líderes como CAP, Caldera y Chávez. En su perspectiva el ex presidente Pérez intentó modernizar el país y abrirlo al futuro buscando el desmontaje de los pesados lastres burocráticos que limitaban, dificultaban e impedían el emprendimiento"...tomando “medidas que al descentralizar la vieja y pesada carga del estatismo acicateaba a la gerencia, la producción y al desarrollo de la libre competencia; superando y trascendiendo la dependencia petrolera”, posibilitando así la superación de la Venezuela agraria y petrolera para alcanzar la Venezuela moderna y desarrollada. Mientras Pérez fue el líder orientado al futuro, Rafael Caldera “representó... voluntaria o involuntariamente a los viejos y anquilosados poderes que vivían de los favores del Estado” rentista. “Pérez fue el caudillo orientado al futuro y Caldera el caudillo tradicional orientado al pasado”. Según Sánchez García la crisis que nos agobia es el resultado de este conflicto entre líderes que apostaban al pasado rentista y los que se volcaban hacia un futuro que superara la dependencia petrolera. . Buena parte de la elite criolla apostó al pasado rentista y se opuso radicalmente a las reformas de CAP, entre ellos “un empresariado rentista, que no le perdonaba la apertura económica al libre mercado … y la superación del estatismo mercantilista”(Sánchez García. 2019). Entre estos últimos es necesario destacar el rol de la cúpula de los empresarios agrícolas organizados en FEDEAGRO, que no le perdonaron a CAP el haber culminado con la política de subsidios implementada por Lusinchi en un gobierno previo, que dio lugar a lo que se denominó como el milagro agrícola.

Otra contribución que destaca el singular papel jugado por CAP es la de la asesora de CEDICE y articulista de El Nacional Isabel Pereira quien señala que la sociedad venezolana estaba dominada por la acción de un Estado hipertrofiado que manejaba la principal fuente de riqueza generada en el país. En este contexto CAP realizó un gran viraje en el marco del cual se promovieron reformas para limitar el poder del Estado, como la elección directa de alcaldes y gobernadores. Era de esperar la reacción de los agentes económicos ya que la economía estaba tomada en parte por grupos dependientes de los subsidios estatales. Pero además se produjo la radical oposición de los empresarios, propietarios de medios, partidos políticos y organizaciones de la sociedad civil que no entendieron la trascendencia del viraje. A juicio de Pereira con el derrocamiento de CAP se comenzó a profundizar la tragedia y se abrió la puerta a los simpatizantes del “socialismo del siglo XXI” que confiaban en la intervención del Estado para labrar el futuro económico del país. En este contexto Chávez y luego Maduro tomaron la alternativa y destruyeron la economía y el país (Pereira. 2019).

Carlos Andrés fue un político excepcional, formó parte de la generación fundadora de la democracia venezolana y como lo plantea Alexis Ortiz, un político venezolano exiliado en Miami, se impone en la actualidad la reivindicación de Pérez. Fue un político visionario que trató de apuntar al futuro y superar el rentismo petrolero, reto que todavía sigue pendiente.

Referencias:

El Pais. 2017. La pantalla reivindica a Carlos Andrés Pérez, El Pais, 2 de enero del 2017.

Ortiz, Alexis. 2019. La reivindicacion del presidente Carlos Andrés Perez. El Nuevo Herald, 13 de junio.

Pereira, Isabel. 2019. Un balance del ultimo trimestre. Noticiero Digital. 6 de octubre.

Sánchez García, Antonio. 2019. Carlos Andres Perez. La historia pendiente. El Nacional, 29 de septiembre.

Rivero, Mirtha. 2011. La rebelión de los náufragos. Editorial Alfa. 2a reimpresión.

Profesor UCV

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Redacción BBC News Mundo

Turquía lanzó una operación militar en el noreste de Siria el 9 de octubre con el objetivo de crear una "zona segura" libre de combatientes kurdos.

El objetivo de Ankara es la milicia kurda de las Unidades de Protección Popular, que lideran las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), una alianza kurdo-árabe con la que Estados Unidos trabajó para derrotar a Estado Islámico (EI).

Los críticos temen que la ofensiva conduzca a una limpieza étnica de la población kurda que habita en esa zona y posibilite el resurgimiento del autodenominado EI.

Pero, ¿quiénes son los kurdos, cuál es su importancia estratégica en la región y por qué el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, les puso en el punto de mira?

¿De dónde provienen?

Los kurdos son uno de los pueblos indígenas de las llanuras y tierras altas de Mesopotamia, que actualmente comprende el sureste de Turquía, noreste de Siria, norte de Irak, noroeste de Irán y suroeste de Armenia.

Se estima que entre 25 y 35 millones de kurdos habitan esta región montañosa, convirtiéndolos en el cuarto grupo étnico más grande de Medio Oriente.

Pero los kurdos nunca han logrado obtener un Estado independiente, pese a sus reclamos.

Hoy forman una comunidad distintiva, unidos por la raza, la cultura y el idioma, a pesar de que no tienen un dialecto estándar.

También se adhieren a un número de religiones y credos distintos, aunque la mayoría son musulmanes sunitas.

¿Por qué no tienen un Estado?

A pesar de su larga historia, los kurdos nunca han obtenido un Estado independiente.

A principios del siglo XX, muchos kurdos comenzaron a considerar la creación de una patria, por lo general llamada "Kurdistán".

Después de la Primera Guerra Mundial y la derrota del Imperio Otomano, los aliados occidentales victoriosos hicieron una estipulación en el Tratado de Sèvres de 1920 para un Estado kurdo.

Pero esas esperanzas se vieron frustradas tres años después cuando el Tratado de Lausana, que estableció los límites de la Turquía moderna, no hizo estipulaciones para un Estado kurdo y dejó a este grupo con un estatus de minoría en sus respectivos países.

Durante los siguientes 80 años, cualquier movimiento de los kurdos para establecer un Estado independiente ha sido brutalmente sofocado.

¿Por qué los kurdos encabezaron la lucha contra Estado Islámico?

A mediados de 2013, el grupo yihadista EI atacó tres enclaves kurdos en el norte de Siria. Los asedios se mantuvieron hasta mediados del año siguiente, cuando las milicias kurdas repelieron los ataques.

El avance de EI en el norte de Irak en junio de 2014 también atrajo a los kurdos de ese país al conflicto y el gobierno de la región autónoma de Kurdistán en Irak envió sus fuerzas peshmerga (combatientes kurdos) a áreas abandonadas por el Ejército iraquí.

En agosto de 2014, los yihadistas lanzaron una ofensiva sorpresa y los peshmerga se retiraron de varias áreas.

Cayeron varias ciudades habitadas por minorías religiosas, en particular Sinjar, donde militantes de EI mataron y capturaron a miles de yazidíes.

Como respuesta, una coalición multinacional encabezada por EE.UU. ejecutó ataques aéreos sobre el norte de Irak y envió consejeros militares en ayuda de los peshmerga.

Las Unidades kurdas de Protección Popular (PYG) y el Partido de los Trabajadores de Irak (PKK), quien ha luchado por la autonomía kurda en Turquía durante tres décadas y tiene bases en Irak, también acudieron en ayuda.

En septiembre de 2014, EI atacó un enclave de la población kurda en Siria conocida como Kobane, forzando la huida de miles de personas alrededor de la frontera con Turquía.

A pesar de la cercanía territorial, Turquía no atacó las posiciones de EI y no permitió que los kurdos turcos cruzaran la frontera para defender a sus aliados.

En enero de 2015, después de una batalla que dejó 1.600 muertos, las fuerzas kurdas recuperaron el control de Kobane.

Los kurdos -en coalición con otras milicias árabes bajo el nombre de Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) y con el apoyo de la coalición liderada por EE.UU.- desplazaron de forma constante a EI a decenas de kilómetros cuadrados del territorio noreste de Siria y establecieron un control en una larga zona de la frontera con Turquía.

En octubre de 2017, las FDS se apoderaron de la capital de facto de EI, al Raqa, y avanzaron hacia el mayor asentamiento yihadista en Siria, en la provincia vecina de Deir ez-Zor.

El último bastión del territorio dominado por EI en Siria cayó ante las FDS en marzo de 2019.

Las FDS aclamaron la "eliminación total" del "califato" de EI, pero advirtieron que las restantes células yihadistas continuaban suponiendo "una gran amenaza" para el mundo.

Las FDS también se hicieron cargo de miles de sospechosos de EI capturados durante los últimos dos años de batalla, así como decenas de miles de niños y mujeres desplazados y vinculados con combatientes islamistas.

EE.UU. pidió la repatriación de los extranjeros, pero la mayoría de sus países de origen se han negado a admitirlos.

Ahora, los kurdos se enfrentan a una ofensiva de Turquía, quien quiere crear una "zona de seguridad" de 32 kilómetros al noreste de Siria para proteger su frontera y reubicar a dos millones de refugiados sirios.

Las FDS dijeron que defenderían su territorio "a todo coste" y advirtieron que lo que se había ganado contra EI podría ponerse en riesgo.

El gobierno sirio, apoyado por Rusia, también continúa prometiendo retomar el control de toda Siria.

Pero, ¿por qué Turquía ve a los kurdos como una amenaza?

Hay una arraigada hostilidad entre el Estado turco y los kurdos del país, que constituyen entre el 15% y el 20% de la población.

Los kurdos han denunciado en numerosas ocasiones un trato hostil por parte de las autoridades turcas.

En respuesta a levantamientos en 1920 y 1930 muchos kurdos fueron reubicados, sus nombres y vestidos tradicionales prohibidos, el uso de la lengua kurda restringido y su identidad étnica negada, designándoles "turcos de la montaña".

En 1978, Abdullah Ocalan estableció el PKK (Partido de los Trabajadores de Kurdistán), que reclamó la creación de un Estado independiente dentro de Turquía.

Seis años después, el grupo comenzó una lucha armada y, desde entonces, más de 40.000 personas han muerto y cientos de miles han sido desplazadas.

En la década de 1990, el PKK redujo su demanda de independencia y en lugar de ello pidió una mayor autonomía cultural y política, pero continuó combatiendo.

En 2013, se logró un cese del fuego después de llevarse a cabo negociaciones secretas.

La tregua colapsó en julio de 2015, después de que una explosión suicida de la que se responsabilizó a EI matara a 33 jóvenes activistas en la ciudad de mayoría kurda de Suruc, cerca de la frontera siria.

El PKK acusó a las autoridades turcas de ser cómplices y atacó a cuerpos policiales y militares turcos.

Subsecuentemente, Turquía lanzó lo que llamó una "guerra sincronizada contra el terror" contra el PKK y EI.

Desde entonces, varios miles de personas, incluidos cientos de civiles, han muerto en enfrentamientos en el sureste de Turquía.

Turquía mantiene una presencia militar en el norte de Siria desde agosto de 2016, cuando envió tropas y tanques a través de la frontera y tomó control de la ciudad clave de Jarablus.

El objetivo militar de Ankara era evitar que la milicia kurda de las Unidades de Protección Popular (YPG, por sus siglas en kurdo) tomaran el territorio y lo unieran al enclave kurdo de Afrin en el occidente.

El gobierno turco considera que los grupos kurdos de Siria, como el YPG, son una extensión del PKK y comparte su objetivo de secesión por medio de la lucha armada. Según Ankara, son organizaciones "terroristas" que deben ser eliminadas.

El YPG y PPK, por su parte, aseguran que son entidades separadas.

En 2018, soldados turcos y rebeldes sirios aliados expulsaron a los combatientes del YPG de Afrin. Decenas de civiles murieron y decenas de miles fueron desplazados.

¿Qué quieren los kurdos de Siria?

Los kurdos suman entre el 7% y el 10% de la población siria.

Antes de que comenzara la rebelión contra el presidente Bashar al Asad en 2011, la mayoría vivía en las ciudades de Damasco y Alepo y en tres áreas separadas alrededor de Kobane, Afrin y el noreste de la ciudad de Qamishli.

Los kurdos de Siria durante mucho tiempo habían visto sus derechos reprimidos y se les habían negado derechos básicos.

Desde los años 60 se le ha negado la ciudadanía a unos 300.000 kurdos y su tierra ha sido confiscada y redistribuida a los árabes en un intento de "arabizar" las regiones kurdas.

Cuando el levantamiento se convirtió en una guerra civil, los principales partidos kurdos evitaron tomar partido públicamente.

A mediados de 2012, las fuerzas del gobierno se retiraron para concentrarse en combatir a los rebeldes en otras partes, y los grupos kurdos tomaron control.

En enero de 2014, partidos kurdos, incluido el dominante Partido de Unión Democrática (PYD), declaró la creación de "administraciones autónomas" en tres "cantones" de Afrin, Kobane y Jazira.

En marzo de 2016, anunciaron el establecimiento de un "sistema federal" que incluyó principalmente áreas árabes y turcas capturadas por EI.

La declaración fue rechazada por el gobierno sirio y la oposición siria, Turquía y Estados Unidos.

El PYD dice que no está buscando independencia pero insiste en que cualquier solución política para poner fin al conflicto en Siria debe incluir garantías legales para los kurdos y reconocimiento de su autonomía.

El presidente Asad ha prometido recuperar "cada pulgada" de territorio sirio, ya sea con negociaciones o con fuerza militar.

Su gobierno también ha rechazado las demandas kurdas de autonomía y dice que "nadie en Siria acepta conversar sobre entidades independientes o federalismo".

¿Obtendrán los kurdos de Irak la independencia?

Según estimaciones, los kurdos representan entre un 15% y un 20% de la población de Irak. Y aunque históricamente han disfrutado de más derechos que sus vecinos kurdos de otros Estados, también se han enfrentado a una brutal represión.

En 1946, Mustafa Barzani formó el Partido Democrático de Kurdistán (PDK) para pelear por una mayor autonomía en Irak. Sin embargo, no fue hasta 1961 que no lanzó una contienda armada completa.

Años más tarde, a finales de los 70, el gobierno empezó a asentar árabes en áreas de mayoría kurda, concretamente alrededor de la ciudad rica en petróleo de Kirkuk, y forzosamente relocalizó a los kurdos.

Esta política se aceleró en la década de 1980 durante la guerra entre Irán e Irak, en la cual los kurdos apoyaron el bando iraní.

Como represalia, Saddam Hussein inició una campaña contra los kurdos que incluyó el ataque con armas químicas en Halabja, en el contexto de la guerra.

Tras la derrota de Irak en la Guerra del Golfo en 1991, los kurdos se rebelaron contra Bagdad. Pero el violento sofoco de la rebelión hizo que EE.UU. y sus aliados impusieran un veto de vuelos sobre una zona en el norte que permitió a los kurdos disfrutar de cierta autonomía.

A pesar de ostentar un acuerdo para compartir el poder, una guerra civil emergió entre kurdos iraquíes rivales en 1994 y se extendió durante cuatro años.

En 2003, los kurdos cooperaron en la invasión a Irak liderada por EE.UU. para derrocar a Sadam Hussein y gobernaron en coalición bajo la autoridad regional de Kurdistán, creada para administrar tres provincias del norte de Irak.

En septiembre de 2017, se celebró un referendo sobre la independencia tanto en Kurdistán como en las áreas en disputa de las que se apoderaron milicias kurdas en 2014. El gobierno central de Irak se opuso a este voto, insistiendo en que era ilegal.

Más del 90% de los 3.3 millones de personas que acudieron a las urnas apoyaron la secesión y Bagdad demandó que el resultado del referendo fuese anulado.

Al siguiente mes, fuerzas a favor del gobierno iraquí recuperaron el territorio en disputa que regían los kurdos. La pérdida de Kurk y sus ganancias petroleras fue un golpe contundente contra las aspiraciones kurdas de conseguir un Estado propio.

BBC News Mundo

13 octubre 2019

https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-50011717

 9 min


Fue invitado a Caracas a dictar una conferencia sobre el tema “Mandela y el camino a la paz – horizontes posibles sobre Venezuela”. Nada excepcional. Donde John Carlin aparezca, el tema será Mandela. Pese a que ha escrito acerca de otras cosas, incluyendo textos sobre deporte, ha sido condenado por su propio destino a hablar sobre Mandela. Desde los tiempos en que el autor de El Factor Humano dirigiera The Independent en Sudáfrica, pasa por ser - y quizás es - uno de los conocedores más íntimos de la historia del gran líder. De tal manera que la decisión del régimen de Maduro al no dejarlo entrar a Venezuela solo se explica por una razón: Mandela, no Carlin, es el enemigo de Maduro. Que nadie se engañe entonces: al que devolvieron desde el aeropuerto de Mariquetía no fue a John Carlin. Fue nada menos que a Nelson Mandela, Madiba.

Visto así, las preguntas correctas son: ¿qué tiene el régimen de Maduro en contra de lo que fue Mandela? ¿Qué lleva a percibirlo como amenaza hasta el punto de que su sola mención debe ser evitada? Preguntas que solo pueden ser respondidas si nos atenemos, no tanto a lo que exactamente fue, sino a lo que representa simbólicamente Mandela. Preguntando de modo más concreto: ¿Qué representa Mandela en un país como Venezuela?

Por lo menos cuatro puntos claves 1) Durante un largo tiempo de su vida (25 años) Mandela fue un preso político. 2) Desde su prisión decidió romper con la línea de confrontación violenta que el mismo había propiciado en los años sesenta. 3) Buscó permanentemente el diálogo con sus adversarios. El objetivo debería ser la negociación en función de una salida en primera línea electoral. 4) Después de las elecciones vendría una fase que conduciría a la reconciliación nacional.

Considerando esos cuatro puntos podemos llegar a la conclusión de que ellos son radicalmente opuestos a la estrategia política mantenida por Maduro y el reducido grupo que lo secunda en el poder.

El primer punto, el referente a la condición de preso político de Mandela significa, por solo mencionarlo, una acusación en contra de un régimen que mantiene cárceles repletas de presos políticos. Pues Mandela ha llegado a ser representante de todos los presos políticos de nuestro tiempo. Su sola mención ha de resultar impertinente para un régimen que levanta a las prisiones como amenaza y como negociación frente a instancias internacionales.

El segundo punto, el de la no primacía de la acción violenta, contradice la estrategia de un poder basado en la primacía del principio de guerra por sobre el de la política. Esa es también la diferencia entre chavismo y madurismo. Mientras el primero fue un régimen político- militar, el segundo es simplemente militar. Razón suficiente para explicar por qué Maduro intenta llevar conflictos que en naciones democráticas son dirimidos políticamente, al terreno de la confrontación.

Podría afirmarse que la tarea asumida por Maduro ha sido imponer un sello militar a la lucha política. Por deducción, la tarea de la oposición debería haber sido la contraria: imponer un sello político a la confrontación anti-política. En esta competencia, el vencedor indiscutido ha sido Maduro pues ha logrado plenamente su objetivo: militarizar los conflictos políticos.

Maduro, después del 6D, extrajo conclusiones. Enfrentar a la oposición en el terreno político, y en el más político de todos, el de las elecciones, implicaba un riesgo inmenso. Se hacía necesario, en consecuencias, apartar a la oposición de la ruta electoral y llevarla a una confrontación donde Maduro sí tiene todas las de ganar.

Astuto como es, Maduro captó que al interior de la oposición existían tendencias abstencionistas e incluso abiertamente anti-electorales. De ellas intentó servirse hasta lograr la capitulación electoral de la mayoría opositora antes, durante y después de ese fatídico 20-M. Así pudo hacerse de la presidencia sin siquiera recurrir a mecanismos usurpatorios. Después del 20-M esa oposición electoral sin política electoral, permanecería en un estado de absoluta anomia. Hasta que llegó el día 23 de enero, el día del “milagro Guaidó”.

Ungido por una espectacular juramentación, Guaidó fue en ese momento el líder de la esperanza colectiva. Pasó poco tiempo, sin embargo, para que Guaidó demostrara que él y quienes lo rodean no representaban ninguna política que dé sustento a esa esperanza. Como el abnegado militante de VP que nunca ha dejado de ser, no tardaría en revelarse como un ejecutor más de la continuidad anti-política en la que ha caído la oposición desde el 20-M.

La formación de un gobierno simbólico, destinada a confluir en una dualidad de poderes, fracasó desde el instante en que Guaidó planteó, de modo mecánico, la triada conocida como “el mantra”: cese de la usurpación- periodo de transición y elecciones libres. Con ello abandonó - o pospuso hacia un periodo indefinido- la única convocatoria posible para mantener la continuidad del movimiento de masas: la electoral. En cambio eligió la vía de un enfrentamiento insurreccional (separación de cargos, lo llama ahora) donde apelando a sus propias fuerzas desarmadas tenía todas las de perder. Eso lo llevó a subordinarse a fuerzas armadas sobre las cuales carecía de todo poder.

El plan López/ Guaidó contemplaba efectivamente dos posibilidades: la intervención externa o un levantamiento de altos oficiales anti-maduristas. Ante la ineficacia de esas dos cartas marcadas, fue agregada después una tercera: sanciones internacionales cuyo fin objetivo es castigar a los sectores más pobres de la población. La tarea de la ciudadanía debería limitarse a ejercer “presión” cada vez que Guaidó convocara a las calles.

Dicho sin vacilaciones, Guaidó ha recorrido un camino exactamente contrario al de Mandela. Mientras el líder sudafricano sostuvo la premisa de que antes que nada hay que apoyarse en las propias fuerzas, Guaidó, al delegar la acción política a entidades sobre las cuales no ejercía control, desarticuló al poderoso movimiento social que lo ungió líder y con ello puso en juego a su propio liderazgo.

A partir de la farsa golpista del 30-A ha comenzado el eclipse del “momento-Guaidó”. Podría no haber sido así si Guaidó, como una vez hizo Mandela, hubiera optado por un radical giro con el objetivo de enfrentar a Maduro en el terreno donde este se siente más incómodo: en el de la lucha por elecciones libres, apoyado por una comunidad internacional que ha demostrado interés por salidas políticas y no militares. Para eso, al igual que Mandela frente a su ANC, había que arriesgar rupturas. Pero Guaidó, como ya es sabido, prefirió dejarse llevar por el vaivén de los intereses electorales norteamericanos y escuchar voces maximalistas como las de la española Beatriz Becerra (quien ni siquiera goza de influencia en su propio país) o las del siempre inoportuno senador Marco Rubio, en lugar de privilegiar los juiciosos llamados de la comisión de contacto de la UE presidida por Francisca Mogherine.

Mandela jamás habría hecho algo parecido. Ni habría delegado su política a fuerzas ajenas, mucho menos a un ejército como el sudafricano, ni habría aceptado, después de su conversión democrática, abandonar el espacio político de lucha. Todo lo contrario: a ese espacio logró atraer a gobernantes como Botha y de Klerk. Y allí computamos el tercer punto: el de los diálogos políticos.

Mandela ha pasado a la historia como un maestro en el difícil arte de dialogar. ¿Cómo logró convencer a adversarios tan duros y tenaces? Según Carlin, escuchando opiniones, buscando coincidencias, concordancias, proyectos desde donde comenzar a trabajar juntos. El diálogo era para Mandela el lugar de los compromisos compartidos. Nunca fue a exigir la capitulación del contrario, ni mucho menos a solicitar el otorgamiento de concesiones imposibles. Su perspectiva era muy clara. Todo diálogo debe estar orientado a buscar una salida transitoria al conflicto de poder. Una salida que solo podía ser electoral.

La salida electoral suponía un cuarto punto: renunciar a represalias si las elecciones eran ganadas por Mandela. Con la excepción del juicio al que fueron sometidos criminales de ambas partes (sí, de ambas partes) la solución política pasaba por extender un manto, si no de olvido, por lo menos de no hostilidad. La alternativa era crear condiciones para que tuviera lugar una convivencia entre posiciones contrarias. Dicho en breves palabras: el gran logro de Mandela fue politizar a Sudáfrica.

¡Qué diferencia con los diálogos que han tenido lugar entre la oposición venezolana y el régimen de Maduro! A ellos nadie ha asistido a buscar soluciones, solo a imponer posiciones. Y lo que es peor, a “desenmascarar” al adversario frente a una supuesta opinión pública internacional. Así fue como al diálogo de Santo Domingo la oposición acudió a conversar sobre elecciones sin siquiera tener un candidato común. Así fue también como en las secretas conversaciones de Barbados, la oposición acudió con exigencias que solo podrían haber sido posibles durante el mes de enero, pero no después de la debacle del 30A, del consiguiente descenso del movimiento de masas y de un apoyo internacional cada vez más indeciso y contradictorio.

A través de la prohibición de entrada al periodista John Carlin, Maduro declaró objetivamente a Mandela “persona non grata”. Desde la lógica de su poder fue consecuente. Las enseñanzas de Mandela privilegian el diálogo, las elecciones y la reconciliación nacional. Justamente los procedimientos que podrían llevar al declive del régimen de Maduro. Visto así, la voz de Mandela alcanza una resonancia subversiva en Venezuela. Puede incluso hacer dudar a sectores de la oposición de su anti-electoralismo estéril, de fantasías no-políticas y de ese mundo mágico donde esconden su radical carencia de estrategia.

John Carlin, mensajero de Mandela, no pudo entrar a Caracas. Ojalá algunos sectores pensantes de la oposición venezolana se pregunten acerca del porqué Maduro tomó esa decisión. La respuesta no les gustará.

octubre 11, 2019

Polis

https://polisfmires.blogspot.com/2019/10/fernando-mires-mandela-en-maiqu...(POLIS)

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Manuel Tovar

Escritor, abogado, doctor en historia e individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua. Rafael Arráiz Lucca es una de esas personas referente para la sociedad. Su voz se ha vuelto guía y conciencia para los ciudadanos.

-¿Cuál es la situación del Estado venezolano?

La situación política es muy compleja. Tenemos 20 años de un proyecto político en marcha al que un sector mayoritario de la población se opone. Las tensiones se han agudizado porque el capital electoral del proyecto político chavista se ha reducido de 67%, que fue su nivel más alto en 2006, a alrededor de 15% a 18% en los niveles actuales, según las encuestas más serias.

Hay un proyecto político que se pretende implementar y hay una población, cada vez más abultada, de gente que no quiere ese proyecto político y que desea regresar a la democracia liberal representativa.

El regreso a esas prácticas democráticas pasa por los elementos centrales de la democracia, que son a) una separación de poderes, aunque imperfecta, pero de alguna magnitud; b) la constitución de un poder electoral y de unas elecciones confiables y libres, para que la población sienta que se respeta la voluntad popular; c) la suspensión de la judicialización de la política, no puede ser que los adversarios políticos sean perseguidos judicialmente; d) la liberación de presos políticos; e) lo más importante, la comprobación de que uno de los fundamentos de la vida venezolana, desde 1914 y hasta la fecha, que fue la producción de petróleo ha caído según el último reporte de septiembre a 680.000 barriles diarios.

Para entender esto hay que remontarse a 1999 cuando Caldera le entrega el poder a Chávez, la producción petrolera venezolana estaba en 3 millones de barriles diarios, 20 años después se redujo a una condición por la que Venezuela ni siquiera puede ser considerado un país petrolero.

Desde 1914 y hasta ahora el Estado venezolano fue el principal actor económico del país y en consecuencia el principal actor político. Es evidente que si los recursos de la renta petrolera se han disminuido en esta magnitud, la capacidad del Estado de hacer algo por la población se ha reducido enormemente.

Estamos a las puertas o estamos viviendo un cambio histórico de grandes proporciones porque en lo inmediato no hay ninguna posibilidad de recuperar la industria petrolera, sin que el capital extranjero venga a reactivar la industria, y el gobierno actual (de Maduro) no pareciera estar dispuesto a esto, de modo que estamos en una coyuntura histórica de la mayor importancia.

- ¿Se puede seguir hablando de una democracia en Venezuela?

Hay una democracia formal. Cuando haces la lista de mercado de los elementos de la democracia vemos que hay algunos que todavía sobreviven, pero es una democracia que en su funcionamiento deja mucho que desear. Los elementos del sistema democrático no están siendo respetados en su totalidad, ni en un porcentaje importante.

Lo fundamental de la democracia es que quien tiene el poder tiene una conciencia diaria de que va a abandonarlo. El demócrata sabe que en un momento va a abandonar el poder, va a pasar a la oposición y se va a organizar para regresar al poder. Pareciera que un sector importante de quienes gobiernan no tienen en mente esa circunstancia, es una de las grandes dificultades.

Volver a la idea de que el poder en la democracia es transitorio, es esencial para su funcionamiento.

Lo otro que he venido hablando con insistencia es que tiene que fortalecerse el poder del Parlamento. Tenemos una tradición histórica, caudillista, personalista muy negativa y tenemos que fortalecer las instituciones. Uno de los caminos para eso es el Parlamento. Bien sea con un cambio radical, pasando a tener un régimen parlamentario, como los europeos, o manteniendo el sistema presidencialista, fortaleciendo las atribuciones del Parlamento y reduciendo las del presidente. Cualquiera de los dos caminos forzaría a negociaciones políticas y a la vuelta de la práctica democrática en Venezuela que ha estado adormecida en los últimos 20 años, porque las decisiones no son producto de consensos democráticos en el Parlamento como ocurre en las verdaderas democracias del mundo.

-¿En Venezuela hay un sistema totalitario y/o autoritario?

En Venezuela hay un gobierno con rasgos autoritarios, pero aún quedan respiros democráticos. Por supuesto, hay una persecución a los medios importantes, hostigado a la prensa escrita y digital, pero aquí estamos hablando y eventualmente vamos a votar en algún momento. De modo que no podemos decir que aquí hay un sistema absolutamente totalitario en el que no hay ninguna salida.

Estamos en una situación compleja para la definición de la vida que llevamos en Venezuela. Es un régimen de espíritu autocrático y hay un grueso de la población que sí tiene espíritu democrático que aboga porque la democracia no naufrague en medio de estas circunstancias.

-¿Que sistema le ofrecería una mayor ventaja a Venezuela?

Una verdadera revolución en Venezuela sería adoptar la democracia parlamentaria, en la que el jefe de gobierno fuese un diputado electo en el Parlamento, eso sí sería una revolución porque nunca lo hemos intentado, siempre hemos seguido el camino presidencialista que nos ha traído hasta aquí. ¿Eso se puede implantar en Venezuela? Siempre dirán que no forma parte de nuestra tradición histórica. Sí, pero hay una gran cantidad de tradiciones históricas que no han cambiado, porque no nos dan resultado, que no han servido.

Poner sobre la mesa la idea de una democracia parlamentaria es bueno e importante, por lo menos ventilarlo, incluso en el caso que no se llegue a eso, por lo menos fortalecer el Parlamento sería un paso importante para reducir el cáncer del caudillismo y del personalismo que ha sido una constante histórica lamentable a lo largo de, prácticamente, toda nuestra historia.

-¿Qué le responde a los detractores del sistema parlamentario que afirman es menos representativo e incluso de segundo grado?

Una elección parlamentarista no es de segundo grado. Es directa, como las de España o los países nórdicos. Se vota por un diputado y se sabe quién es el jefe de gobierno. Habría que tener un jefe de Estado que es el caso alemán, pero este es el modelo que podría funcionar para nosotros.

-¿Cómo se debe educar a la población sobre el parlamentarismo?

En la pedagogía política que hay que hacer, si se quiere vender un cambio revolucionario en Venezuela instaurando una democracia parlamentaria, está la idea de que éste es el sistema más democrático, no solo por la elección de los diputados, sino porque después prácticamente todas las decisiones centrales de la vida nacional tienen que ser negociadas en el Parlamento.

La práctica democrática es obligatoria, no puedes dejarlo de lado, no puedes decir ‘no yo voy a hacer aquí lo que me da la gana y allá el Parlamento’ como si fueses un monarca o dictador, eso no puede ocurrir, es casi una democracia obligatoria que a nosotros nos vendría muy bien, porque no estamos acostumbrados a eso y porque nuestra tradición histórica es autoritaria, es un poco ‘aquí se hace lo que a mí me da la gana’. Obligarnos a dialogar y practicar la democracia en un Parlamento sería algo muy interesante de ensayar.

-¿El sistema democrático de los 40 años es el más adecuado para la búsqueda de acuerdos y negociación?

En Venezuela existía una cultura política. Fíjate cuando Leoni gana las elecciones con 32% de los votos y empieza a gobernar en 1964. Él no podía gobernar solo, él tuvo que llegar a un acuerdo con otro partido político en el Parlamento que eran las fuerzas de Arturo Uslar Pietri y gobernaron juntos por dos años y tanto, porque si no, no hubiera podido gobernar Leoni. Eso ha pasado en Venezuela y eso es lo democrático. Allí hubo dos fuerzas que acordaron un programa común aunque eran fuerzas políticas distintas.

Cuando aquí empezó a pronunciarse el bipartidismo, que fue en las elecciones de 1973 que gana Carlos Andrés Pérez, la negociación política se redujo ostensiblemente, porque con que una de las partes tuviese 51% de los votos en el Congreso pasaba la aplanadora y aprobaba lo que les parecía fundamental. Salvo las leyes que te solicitaban tener las 2/3 partes o 66% donde si tenías que iniciar la negociación política.

Esa negociación política en Venezuela existió y esas son las prácticas democráticas. A eso es lo que se debe profundizar y volver si lo que queremos es tener una verdadera democracia en Venezuela, ahora si lo que se quiere tener es un régimen autoritario, esto no tiene sentido y convendría volver a la estructura tribal, en la que un cacique toma las decisiones por uno. Pero no es el destino que anhelan los venezolanos.

-¿El federalismo nunca se implantó en Venezuela, debe ser ese un paso a seguir?

En Venezuela se instauró el federalismo con el nacimiento de la República el 5 de julio de 1811. Duró muy poco tiempo porque inmediatamente llega la guerra con el desembarco de Monteverde en 1812. Después se reinstaura el federalismo con Juan Crisóstomo Falcón, con Guzmán Blanco… Ezequiel Zamora muere por el camino, pero también levantaba la bandera federal y allí hubo una instauración del federalismo, ese ensayo no fue feliz, no dio buenos resultados y quedó la idea en la cultura política del venezolano que el federalismo no nos convenía.

Felizmente esto ha ido cambiando. En 1989 se aprobó la Ley de Descentralización Política y Administrativa en tiempos del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez y comenzamos a elegir de manera directa a gobernadores y alcaldes. Dimos un paso federal, no todo lo grande que ha debido ser, pero creo que el destino federal para nosotros es apetecible y deseable, que da buenos resultados si se implementa correctamente y eso es perfectamente posible hacerlo.

Además la mayoría de los países desarrollados en el mundo, los primeros 20 en el Índice de Desarrollo Humano de la Organización de Naciones Unidas, la mayoría son países federales.

El federalismo en el fondo es lo más democrático porque es acercar las decisiones al poder local, municipio, estados… es el ciudadano entregando cuotas de su soberanía en distintas autoridades, en tres gobiernos, el municipio, la gobernación y el Estado nacional o federal o central. Ese es un camino que deberíamos seguir ensayando los venezolanos.

-¿Ve factible una transición política, qué debemos tener en cuenta para conseguir una democracia estable?

La experiencia histórica nos puede resultar interesante. Tuvimos una democracia estable con base en el Pacto de Punto Fijo, con problemas por supuesto, pero allí hay un ensayo de democracia estable.

Si pudiéramos construir un consenso alrededor de algunos puntos entre el chavismo y los vastos sectores de la oposición, yo no lo descarto, pero depende sobre todo no de la oposición, sino del chavismo, que quiera formar parte de una alianza democrática en la que haya un consenso alrededor de algunos aspectos básicos. Lo veo muy difícil pero no lo descarto. ¿Es deseable? Por supuesto que es deseable, los países tienen crecimiento económico y desarrollo cuando hay consensos básicos en la sociedad, de modo que lograr eso sería extraordinariamente importante para nosotros, pero no es fácil.

-¿El cambio de modelo económico impactará fuertemente en la cultura venezolana?

Durante 100 años el Estado fue el actor principal, ahora recibe apenas los ingresos de 680.000 barriles diarios y muchos de esos ingresos están ya comprometidos en el pago de la deuda. Lo que el Estado venezolano está recibiendo es muy poco, de modo que podemos estar asistiendo a un desplazamiento del eje sobre el que gravita la nación.

La nación ha gravitado alrededor del Estado, pero si el Estado ahora no tiene recursos, la nación va forzosamente a empezar a observar otros ejes de crecimiento y desarrollo y obviamente deben ser al margen del Estado. Quiénes son ellos, los ciudadanos, la gente organizada en asociaciones, emprendimientos y empresas privadas que van a empezar (y ya está ocurriendo) a producir los bienes que la sociedad necesita independientemente de la actividad del Estado.

El Estado venezolano estatizó dos grandes productoras de café hace unos cuantos años, desapareció el café porque la capacidad de producción de esas cafetaleras se redujo ostensiblemente, mientras el Estado venezolano controlaba los precios había una gran escasez. Decidieron no controlar los precios, ahora en cualquier mercado se pueden encontrar 15, 20 productoras de café distintas a las que pasaron a manos del Estado.

¿Qué nos revela eso? Hay gente que cultiva café, lo procesa y lo vende que no estaba antes. Si eso empieza a pasar en todas las áreas de la economía, pues pudiéramos estar lentamente asistiendo a un renacer de la actividad privada en Venezuela, no porque el gobierno se lo haya propuesto, sino porque no hay otra alternativa porque los ingresos del gobierno se han reducido prácticamente a nada y su capacidad de acción se ha reducido extraordinariamente.

Pudiéramos estar asistiendo al comienzo de un cambio político y económico de gran importancia.

-¿La incompatibilidad de sistemas entre lo económico y lo político podría causar un desplome de este último modelo?

No lo sé. Pudiera también suceder lo que viene ocurriendo, que convivan un modelo político autoritario y un modelo económico en el que la gente busca sus caminos. Esto no está siendo propuesto desde el gobierno, esto es lo que está pasando en la realidad, es interesante observarlo porque la ideología gubernamental va por un lado y la realidad, con sus carencias, y necesidades comienza a ir por otro.

Es paradójico, complejo de entender e incluso muy discutible pero de eso se trata la discusión democrática, puede que me equivoque pero los temas se deben colocar sobre la mesa

@mentetransfuga

10 de octubre de 2019

El Estímulo

http://elestimulo.com/blog/arraiz-lucca-una-revolucion-en-venezuela-seri...

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Jorge G. Castañeda

El Estado asistencial ha sufrido múltiples embates a lo largo de los últimos 40 años. Socialdemócrata o demócrata cristiano, europeo o canadiense, latinoamericano —pocas veces— o asiático —menos aún— la idea según la cual las desigualdades y las incertidumbres inherentes a la economía de mercado y a las sociedades que de ella se derivan deben ser proactivamente corregidas por el Estado es a la vez resiliente —desde Bismarck— y vulnerable —desde Reagan y Thatcher. Hoy, el Estado asistencial nacido en Europa occidental se encuentra debilitado por las transformaciones del capitalismo moderno en los países ricos, y socavado por la informalidad y la desesperación en los países de ingreso medio o francamente pobres de América Latina. Pero extraña y alentadoramente, su destino se juega donde jamás ha jugado: en Estados Unidos.

No es que nunca haya existido nada por el estilo en ese país. En los años 30, Roosevelt creó el sistema de pensiones: lo que se llama Social Security. En los años 60, Johnson fundó el seguro de salud para adultos mayores o para quienes se hallaban en la pobreza: Medicare y Medicaid. Un programa de seguro de desempleo, mínimo y breve, fue establecido entonces. La educación pública gratuita, hasta niveles universitarios, surgió desde mediados del siglo XIX, con fuertes variaciones Estado por Estado. Pero tanto del lado de la fiscalidad —con impuestos más bajos que en Europa— como del gasto —prestaciones más exiguas o puramente privadas— el welfare state estadounidense siempre dejó mucho que desear.

Por ello, resulta novedoso que en la campaña por la candidatura del Partido Demócrata para las elecciones del 2020, aspirantes susceptibles de ser postulados hayan enarbolado la bandera de consumar la construcción del Estado asistencial norteamericano. No todos en la misma medida: hay unos más centristas o prudentes que otros. Ni es seguro que alguno de ellos pueda derrotar a Donald Trump, o en caso de lograrlo, que ponga en práctica un programa con esas características. Pero por primera vez desde la Gran Depresión y la presidencia de Roosevelt, candidatos verosímiles proponen un proyecto social ambicioso, audaz y progresista.

Hasta ahora, estas ofertas pertenecían más bien a los candidatos marginales o extremistas. Ya no. La explicación es doble. De la misma manera que Trump representa de algún modo una reacción extrema contra Obama, no tanto por sus políticas sino por su raza, el giro a la izquierda del Partido Demócrata constituye la respuesta de jóvenes, mujeres, afroamericanos y latinos contra Trump. Y por otro lado, la creciente desigualdad en Estados Unidos, comprobada en libros y estadísticas oficiales recientes, parece haber llegado a un límite.

Del lado del gasto, así como de los ingresos, los principales contendientes demócratas han abrazado propuestas que hace apenas cuatro años únicamente fueron suscritas por Bernie Sanders. Si bien el senador socialista por Vermont obtuvo un importante caudal de votos contra Hillary Clinton, era percibido como un político ubicado en la extrema izquierda del espectro y sin ninguna representatividad, salvo en el seno de la juventud universitaria activista. Hoy, sin embargo, casi todos sus colegas prometen más o menos lo mismo que él sugería en 2016. El llamado Medicare for all, es decir, un sistema de atención médica universal, de pagador único, semejante al inglés, canadiense o español, figura en los programas de Sanders, de Elizabeth Warren —la principal rival del puntero, el exvicepresidente Joe Biden—, de Cory Booker, el senador por Nueva Jersey, de Julián Castro, de San Antonio, y en alguna medida de Kamala Harris, la senadora por California. Todos ellos proponen extender el sistema existente para adultos mayores y para los indigentes a todos los norteamericanos, suprimiendo el mecanismo actual de seguros privados pagados en parte por empleadores, o el Obamacare complementario de 2009. Warren y Harris encierran buenas posibilidades de ocupar un lugar —el primero o el segundo— en la boleta demócrata de 2020.

Pero lo más interesante yace en la definición de sus rivales. Todos —el propio Biden; el alcalde Pete Buttigieg; Beto O’Rourke, de Texas; la senadora Amy Klobuchar de Minnesota— respaldan una doble opción: la privada para quienes la tienen, y Medicare para los 20 millones que no cuentan con ella o que se encuentran insatisfechos con el esquema privado. Ellos han entendido, al igual que los más radicales, que el gran reto en materia de salud en Estados Unidos no reside únicamente en la tragedia de los no asegurados, sino también en la magnitud de los deducibles y de las primas de las pólizas privadas. Ello ha llevado a que los norteamericanos gasten más que cualquier país rico en salud (como porcentaje del PIB) y tengan la peor salud de los países ricos.

Un segundo tema del lado del gasto involucra las guarderías para niños de tres a seis años, o incluso de cero a tres años. Warren ha sido la más insistente en esta materia, pero sus correligionarios también. Con el tránsito de una gran cantidad de mujeres a la fuerza de trabajo, y con el leve incremento del número de hogares de un solo jefe —a partir de niveles de por si elevados— la cuestión del child care se vuelve decisivo. ¿Quién lo paga, suponiendo que fuera universal? La vieja teoría del Estado asistencial sostiene que deben ser los contribuyentes, no los usuarios. En un país plagado de hogares encabezados por mujeres solteras, y donde a la vez la proporción de mujeres con empleos fuera del hogar crece de maneara vertiginosa, la respuesta socialdemócrata es contundente. Deben pagar los contribuyentes, no solo quienes se benefician del servicio pertinente.

Por ello, un segundo punto —del lado del gasto— dentro del proyecto de construcción de un Estado asistencial norteamericano como Dios manda, yace en la creación de un sistema universal de ayuda a la niñez, por lo menos de los tres a los seis años. Existe una gran cantidad de guarderías en Estados Unidos, pero o bien no son accesibles por su costo a muchas familias, o no se encuentran en las zonas donde habita el mayor número de madres solteras o emparejadas que trabajan fuera del hogar, o los sueldos que se pagan a las encargadas de los centros infantiles son tan mediocres que terminan siendo indeseables o inviables. Para concluir esta rápida reseña convendría incluir propuestas otras varias versiones del Estado asistencial como volver a la educación superior gratuita y condonar las enormes deudas estudiantiles existentes (propuesta de Sanders y Warren), la creación de un fondo a largo plazo para cada niño en situación de pobreza (propuesta de Cory Booker), el regreso a políticas de afirmación afirmativa en materia de créditos o avales hipotecarios para minorías y abrir el debate sobre reparaciones para descendientes de esclavos de antes de 1863.

Del lado del gasto, lo más innovador se halla en la respetabilidad que ha adquirido el impuesto sobre riqueza o patrimonio, y el incremento significativo del impuesto sobre herencias. Varios candidatos han propuesto reformas fiscales tendientes a establecer un impuesto sobre el capital de 2%, por ejemplo, a partir de 50 millones de dólares, o de 1% desde 32 millones. Y de 8% a partir de 10.000 millones. Varios aspirantes sugieren no solo regresar a las tasas anteriores de impuesto sobre las herencias, sino elevarlas. No es ninguna casualidad que los principales asesores fiscales de algunos de los demócratas en liza sean Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, colaboradores de Thomas Piketty, cuyo nuevo libro, The Triumph of Injustice, seguramente causará furor en Estados Unidos.

Nada garantiza que un promotor del nuevo Estado asistencial norteamericano obtenga la candidatura. Tampoco que gane la presidencia o que logre poner en práctica su programa. Todo indica que aun si un centrista como Biden abandera al Partido Demócrata, se verá obligado a hacerse acompañar como vicepresidente por un “socialdemócrata”, rodearse de un Gabinete análogo y emprender su campaña con una plataforma de esta naturaleza. Incluso si no triunfa, se tratará de una transformación profunda de la configuración política estadounidense, como no habíamos atestiguado desde los años 30. De todos los cambios en curso en el mundo de hoy, este tal vez resulte ser el más trascendente.

11 de octubre 2019

El País

https://elpais.com/elpais/2019/10/11/opinion/1570750994_445181.html

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