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Opinión

Thays Peñalver

Hago un alto en la edición de mi último libro, para referirme al despropósito que vivimos. Como lo he dicho hasta el agotamiento, no se trata de lo que pensemos o deseemos que ocurra, cuenta lo que piensa el adversario y en este caso los regímenes de Cuba y Venezuela van a aguantarlo todo a la espera del resultado del 3 de noviembre, mientras apuestan por que los “estados batalla” den el ansiado triunfo a Joe Biden y porque el descongelamiento con Cuba traiga algún coletazo a Venezuela. El resto es mentira o autoengaño, simple propaganda política de los vendedores de espejismos o para el Sur de la Florida.

Gracias a Dios no ocurrió lo que no pocos pronosticaban, una plaga que desbastaría al país y que a falta de planes y estrategias políticas, traerían la libertad y la democracia. Tampoco le resultó a los que vaticinaban tormentas perfectas y que todo se saliera de control. Será una anécdota de las muchas que quedarán para la historia del catastrofismo suicida, “Ahora sin su canal de TV favorito”, “ahora que la economía colapsó, la gente saldrá”, “ahora que no tenemos comida, la gente saldrá”, “ahora sin agua”, “ahora sin medicinas”, “sin electricidad”, “ahora sin gasolina”.

Nicolás Maduro, ha respondido al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, asegurando que, si bien no quieren guerra ni ningún tipo de acto violento, tampoco temen "combatir con las armas en la mano para defender la paz" y la integridad del país. By Europapress.tv | Esther Piccolino

Escribo estas líneas luego de encender mi televisor y ver que ya no podré ver la única señal de la que disponía. Mientras en los demás países liberan los canales de pago o hacen ofertas, en el mío AT&T decidió marcharse en plena pandemia, como si no necesitáramos la mínima ayuda, con millones de niños y ancianos recluidos en sus casas y sin internet en el 80% de los hogares. De hecho, no es que suspendieron operaciones, es que despidieron y liquidaron al personal, cerrando a piedra y lodo las operaciones, dejando claro que no volverán.

Y eso es lo que pocos entienden, todo lo que se va de Venezuela no vuelve, como no volverá la electricidad y el agua estable, como no volverá la comida, ni las medicinas a precios asequibles y como es evidente que no volverá la gasolina como antes y es lo que la mayoría parece no entender, cada cosa que se va de Venezuela, arrodilla y debilita al que se queda resistiendo un poco más y lo hace dependiente de lo poco que hay, pero sobre todo y como en Zimbabue o Cuba, dependientes de quien lo reparte.

Y es en el espejo de Zimbabue donde debemos vernos, el razonamiento suicida de muchos que expresan “ya es hora de que no tengamos nada, para que cambie todo”, como una especie de último “sacrificio por la libertad” demuestra su ineficacia porque los mugabes del mundo siempre tendrán algo de petróleo y si se acaba tendrán diamantes y oro, y si se acaba le venderán a lo que queda de la clase media la poca gasolina en dólares, y si se acaba concentrarán miles de millones de dólares en remesas y ayuda internacional.

Porque el pegamento de los regímenes de esta naturaleza, no es otro que el espíritu de supervivencia de quienes lo sobreviven.

En contraposición los que ya perdieron su futuro, los que perdieron su trabajo estable, la estabilidad del agua, de la luz, los que perdieron el internet y el teléfono, los que hoy ya no tienen siquiera televisión y su día a día transcurre buscando una pimpina de gasolina, dos veces más cara que en Miami, pronto estarán haciendo lo propio buscando una bicicleta “porque hay que sobrevivir”. Mientras que Irán, Cuba y Zimbabwe siempre tendrán a sus “grandes hermanos” chinos, rusos y variopintos revolucionarios que los han ayudado a sortear las sanciones y les dicen en el oído: “aguanten que todo cambiara en noviembre”.

En otras palabras quienes sí tendrán gasolina, quienes sí tendrán dólares, medicinas y comida, internet y televisión son los mugabes del mundo y sus seguidores. Los acólitos de las sanciones económicas deben entender que no había en Mugabe una concepción de Estado, o mejor dicho el Estado era él y los suyos, por eso repartió al país por sectores al partido, a los militares y a sus seguidores, fue el pueblo zimbabuense el que se quedó sin nada y el régimen hasta el sol de hoy fue y es el más beneficiado de las sanciones, porque mientras menos tiene el pueblo, más poder tiene quien reparte las pocas sobras.

De allí que Venezuela al final de este año perderá nada menos que el 112% de su economía y muy pocos lo entenderán, lo que en la práctica, de acuerdo al Banco Mundial, deja a mi país con la mitad de la economía de Cuba a finales de 2020. Se dice fácil pero al final de este año un cubano de a pie será económicamente y en términos per cápita, mucho más rico que un venezolano, cuyos ingresos serán iguales que los de un habitante de Zimbabwe.

A finales de este año, Venezuela termina en la lista de países pobres, con lo que queda de la clase media sorteando su destino tras una gasolina dolarizada, sin mucha agua corriente en sus cañerías, sin mucha luz en sus tomacorrientes, sin internet y ahora sin televisión. Se cumple el pronóstico del presidente George W. Bush quien en sus memorias explicaba que no veía a Hugo Chávez como a un nuevo Fidel Castro, más bien acotaba que a su juicio se trataría de un nuevo Robert Mugabe, que iba a terminar por dejar a Venezuela en la ruina más absoluta.

El equipo de Bush sostenía lo que a mi juicio era lo correcto, que no había que aislar a Venezuela y mucho menos darle excusas a los regímenes latinoamericanos y que colapsaran por sí solos sin corresponsabilizar a los estadounidenses, el equipo de Obama sostuvo lo mismo y que la implosión del sistema por mérito propio fuera el que trajera los cambios, así como una apertura con Cuba.

El presidente Trump cambió esa postura y trajo al mismo equipo y políticas de Reagan y corren el riesgo, de que en la mente del venezolano de a pie, sean corresponsabilizados junto con la oposición del drama venezolano, porque la oposición ya no tiene medios ni televisión, y los que no se quedaron sin televisión, medios y radio son sus adversarios que harán fiesta con el primer barco detenido por gasolina, mientras apuestan a noviembre.

Ya no urjo, la verdad que les imploro de nuevo a repensar el tema de las sanciones económicas y buscar ayuda urgente y verdadera para los venezolanos. La teoría suicida de que cuando se acabe todo habrá un cambio no ha funcionado en ningún país salvo para arrodillar a quienes resistían y terminar de expulsar a las clases productivas. Venezuela necesita urgentemente que los recursos lleguen en forma de insumos para el campo, materias primas, repuestos y medicinas, además de estímulo económico frente a la ausencia absoluta de respaldo y atención a la Venezuela que resiste, porque acabar con la resiliencia de los venezolanos, es terminar de enterrar a la República de Venezuela.

https://www.elnuevoherald.com/opinion-es/article242913701.html

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Rafael Rangel Aldao

Esta semana publica Science una vacuna de ADN contra el virus SARS-Cov-2, del Covid-19. Se trata de dos trabajos de un consorcio liderado por Harvard, que demuestran dos cosas fundamentales del Covid-19, resultantes de intensas pruebas con un modelo experimental de tres decenas de primates no humanos: 1) La reinfección por el virus Corona sí produce la inmunidad suficiente como para evitar otro brote de la enfermedad, es decir, que la infección inicial protege. 2) El grupo fue más allá y produjo una vacuna a base de ADN con la información genética de la proteína-espiga del SARS-Cov-2, capaz de proteger a los monos ante el reto de la infección de virus vivos. Ver: http://academianacionaldemedicina.org/Covid-19/vacunas/.

El hallazgo abre el camino para una vacuna “a la velocidad de la pandemia”, es decir, con pruebas aceleradas en paralelo, de seguridad y eficacia. La forma de lograr la vacuna es significativa por cuanto es el resultado de la integración trans- y multidisciplinaria, de tres hospitales de Harvard, laboratorios de investigación y empresas privadas biofarmacéuticas como Janssen/Johnson & Johnson.


La segunda vacuna, del ARN que codifica a la espiga del virus, es producto de la empresa de biotecnología, Moderna. En un comunicado de prensa del 18/5/2020, la compañía declaró que: “…un ensayo clínico de fase uno mostró que las personas que recibieron la vacuna potencial generaron una respuesta inmune similar a la de las personas que se habían recuperado de la enfermedad”.

Moderna, al igual que el consorcio de Harvard, trabaja con otras instituciones que en este caso incluye al Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (NIAID) cuyo director es el Dr. Anthony Fauci, líder de la lucha estadounidense contra el Covid-19. Ambos desarrollos son buenas noticias. Esperemos resultados inéditos de desarrollo y producción industrial, para ver si en pocos meses tendremos una o más vacunas contra Covid-19.

https://www.eluniversal.com/el-universal/71105/vacunas-contra-covid19

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Sobre la fracasada aventura de la Operación Gedeón, el llamado “macutazo, es difícil que sepamos más de lo que ya sabemos y al menos por un tiempo difícilmente podremos averiguar más; por lo tanto, hay que dar por suficiente lo que ya sabemos y sin dar más vueltas al bochorno, sacar algunas enseñanzas.

El régimen ha alardeado y admitido que sabía lo que se estaba planificando y sin duda alguna lo estimuló y financió. No existen “mercenarios pro bono”; es obvio que de alguna parte salieron los recursos para montar la trampa en la que cayeron varios y que ahora el régimen está aprovechando para ganar más control, incrementar la represión y desprestigiar a la oposición, con una campaña muy bien orquestada contra la Asamblea Nacional, los partidos del llamado G4 y Juan Guaidó, campaña a la que, como siempre, se prestan algunos “opositores”.

Una consecuencia de lo ocurrido es el debate, por mampuesto, que se ha generado sobre la estrategia de la oposición, calificándola también de fracasada. Fracaso es el término de moda; pero, cuando la discusión se profundiza, las vías para resolver la crisis en la que nos consumimos, que plantean los diversos grupos opositores, aunque variadas y con matices, se resumen en dos opciones generales: Una, la salida de fuerza, con intervención militar, interna o externa; se objeta, con razón, que esa es una vía que no nos garantiza la solución del problema y que además no controlamos como sociedad civil, ni en su alcance, ni en sus resultados, ni es una vía en la que la mayoría del pueblo pueda participar. Y dos, hay quienes preferimos un proceso de negociación que confluya en un proceso electoral libre, pero se nos objeta –aunque la evidencia histórica e internacional desmienten el argumento– que dictadura no sale con votos y que la de Venezuela ha demostrado no estar dispuesta a reconocer ni permitir procesos electorales limpios y neutrales. La pregunta sigue siendo entonces: ¿Por cuál opción se decanta cada quien y cuánta carne está dispuesto a arrimar al asador? Es decir, en cuál de las dos opciones se está dispuesto a participar, activamente.

La discusión continua, pero en lo que no hay duda es en que la oposición venezolana carece de una fuerza coercitiva similar a la que tiene el régimen –FANB, aparato policial y represivo, milicias, colectivos armados, etc.– y tampoco contamos con una fuerza militar externa, multilateral, para “retirar”, derrocar u obligar al régimen a renunciar o tan siquiera negociar su salida. La comunidad internacional –vale decir Europa, Grupo de Lima y sobre todo los EEUU– ha dicho claramente que la solución que apoyan es una negociación que conduzca a unas elecciones para superar la crisis venezolana. Lo que nos queda, por tanto, es basarnos en el apoyo internacional y la movilización interna en el país para obligar al régimen a negociar y buscar un proceso de transición.

Por supuesto, ambas vías contemplan tiempos de desarrollo que, aunque diferentes, la opción de la negociación/elecciones es obviamente el camino más largo. Eso está reñido con la mentalidad cortoplacista de muchos venezolanos, que no toleran diálogos, procesos de negociación, organizar la resistencia y la protesta o los procesos electorales, pues quieren una “solución ya”, “mañana”, todo lo más “pasado mañana”. Pero, demás está decir que la mayoría de esos que no están dispuestos a “esperar” tampoco están dispuestos a hacer nada en favor de la “vía más rápida”, a lo más que llegan es a criticar, desesperarse, desanimar a los demás o a buscarle una solución individual al problema.

Aunque sin éxito, se han hecho muchas cosas en estos 21 años, no hemos estado cruzados de brazos; en lo electoral se han obtenido algunas victorias importantes, pero parciales y muy limitadas; se ha movilizado multitudinariamente a la gente, en cuyo saldo solo lamentamos unas centenas de muertos, detenidos, perseguidos y exilados; se han intentado procesos de negociación, con diversos apoyos y mediadores internacionales –el Vaticano, el reino de Noruega–; se han intentado algunos procesos de “fuerza”, por llamarlos de alguna manera, que tampoco han resultado y aunque tenemos también logros internacionales, que han conducido a diversas sanciones, personales o contra empresas del gobierno; nada de eso ha conducido a resultados significativos, en el sentido de debilitar al régimen al punto de obligarlo a negociar. Cabe un angustioso ¿Por qué?

El por qué sin duda se debe, además de lo ya señalado más arriba, a que no contábamos –ni nosotros ni nuestros aliados internacionales– con la naturaleza del régimen al que nos enfrentamos, calificado de narco régimen, sin duda militar, autoritario y ya con claros visos y rasgos totalitarios y que algunos comienzan a llamar “sultanismo”; pero que incluso los que inventaron ese término – Juan J. Linz y Alfred Stepan– dicen que del “sultanismo” no se sale por vía pacífica, ni por vía negociada, ni siquiera por vía de golpe militar, lo que nos deja entonces con una gran incertidumbre, pues se agotan las vías convencionales y se abre espacio para las violentas, para el aventurerismo tipo Operación Gedeón en Macuto.

Como es usual, todos tenemos claro el diagnóstico del problema, que se resume en que hay una falta de conexión con la realidad que vive la mayoría de los venezolanos, en una falta de respuesta política a la crisis humanitaria que nos agobia y en que la estrategia definida en enero de 2019 por la Asamblea Nacional, encabezada por Juan Guaidó, la del llamado mantra –cese a la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres– no dio una respuesta a las expectativas generadas y por eso hay que revisarla, discutirla, criticarla.

En mi opinión, criticar esa estrategia, no necesariamente es equivalente a negar sus objetivos. No creo que nadie niegue que si queremos un gobierno de emergencia o de transición –propuesta de Guaidó y norteamericana– obviamente tiene que cesar el gobierno de usurpación actual y se deben convocar unas elecciones libres, con iguales condiciones para todos e internacionalmente supervisadas. Lo que esta cuestionado no es el “mantra” como objetivos de la lucha, lo que esta cuestionado es que nunca se definió o no se logró una estrategia exitosa para lograr esos objetivos.

Discutir esa estrategia, aunque la abandonemos como eslogan, para mí significa definir cómo vamos a hacer para lograr los objetivos que se planteaba el “mantra”; como organizamos para eso a los partidos de oposición y demás organizaciones políticas y de la sociedad civil; cuáles son los cambios que los partidos y organizaciones políticas deben introducir en su dinámica interna y sobre todo en su relación con la gente; cuáles son las características de un nuevo pacto social entre partidos y sociedad civil, para derrotar a este régimen de oprobio.

Las movilizaciones cesaron a finales de febrero de 2019, por agotamiento o decepción de los participantes; la estrategia se centró entonces en fortalecer la posición a nivel internacional, en los diálogos en Barbados y Noruega, y más allá de los fracasos de esos diálogos, la estrategia internacional fue un éxito; pero sin actividad interna, ya vemos que no se logra mucho, ni siquiera con algunas de las acciones que podemos llamar de fuerza, menos aun con la retórica de los discursos y proclamas radicales en redes sociales. La suma de todo eso no nos han traído muy lejos. Hay que recomponer el rumbo.

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

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Carlos Raúl Hernández

Antonio Gramsci argumentó que para llegar al poder, los revolucionarios debían producir previamente “la reforma intelectual y moral de la sociedad”. Consistía en que sus intelectuales, que llama “orgánicos”, deconstruyeran (eso quedó cool) los valores “burgueses" y crearan nuevos. Es la “transición porque la nueva sociedad no termina de nacer y la vieja no termina de morir… larga marcha dentro las instituciones democráticas”, sin asaltarlas como hizo Lenin.

A fuerza de realidad Gramsci se hizo reformista en los Cuadernos de la Cárcel, de la que lo sacó su amigo Mussolini. Muchos de sus seguidores, Palmiro Togliatti y el PCI, Umberto Cerroni, Norberto Bobbio, Lucio Coletti, Nikos Poulantzas derivaron a un comunismo anticomunista, socialdemócrata, gradualista. Pero a su pesar sembró la semilla de la negación. Desvertebrar las tradiciones, hacer común un lenguaje que partiera la sociedad, era moda, versión de izquierda de la “transvaloración de los valores” del nihilismo nietzscheano, tomado por Hitler, quien así desintegró la moral de la democracia de Weimar.

Los intelectuales orgánicos locales que “transvaloraron los valores” fueron Arturo Uslar Pietri, Ramón Escovar Salom, Juan Liscano, Ernesto Mayz Vallenilla y su staff. La democracia entre 1958-1968 había elevado nuestro nivel de vida a velocidad sin parangón en el mundo. De un rincón miserable, rural, atrasado, con 80% de población campesina y analfabeta, en tiempo record Betancourt, Leoni y los tractores de Sucre Figarella hicieron el país más escolarizado, con menos analfabetas, y con las más extensas redes de acueductos, tendidos eléctricos, cañerías, carreteras, teléfonos,autopistas y hospitales.

Betancourt paró en seco a Fidel Castro, exportó la democracia a Latinoamérica y España. En los 80 colapsó en la región el modelo populista-rentista con la Crisis de la Deuda, y Carlos Andrés Pérez en 1989 asume las reformas para corregir sus fallas. Pero en un rugido reaccionario, los “notables orgánicos” convencieron a las clases medias de que vivían una sentina de corrupción, aunque los ministros, Miguel Rodríguez, Naím, Hausmann, Cisneros, son lumbreras intachables.


Eclipse de corazón
La izquierda reaccionaria denunció el cambio como “neoliberalismo de tecnócratas sin corazón”, pese a que el nivel de ingresos se incrementó, los pobres recibieron amplios beneficios de 27 programas sociales, y en 1991 el crecimiento del empleo hizo que los empresarios tuvieran que importar mano de obra que escaseaba. Pero la reforma intelectual y moral, hizo que vieran como esperanza la revolución en 1998, enterrada antes de nacer, porque había muerto con el muro de Berlín.

Los que se formaron, estudiaron y disfrutaron un país civilizado y próspero, cuyo nivel de vida era el más alto del subcontinente, todavía hoy creen la prédica oscura.


Aun hablan de “cuarta república”, “puntofijismo”, y repiten falsedades de los pobretólogos de entonces. Desde Uslar, hasta quienes extraen de una letrina moral Por estas calles, inventaron pavorosos niveles de pobreza, corrupciones masivas, catástrofes sociales falsas. Ese veneno tornó las clases medias creadas por la democracia en asesinos de la democracia.

Gracias a la educación gratuita y la masiva distribución de recursos, hijos de campesinos y obreros tuvieron niveles de ingreso, salvando EEUU y Canadá, más altos del mundo, y superiores a los de Europa (un profesor universitario raso ganaba cerca de 1000 dólares, mientras un titular Ph.D en Francia percibía cerca de 350 dólares antes de impuestos). Los notables articularon, unieron, conspiraciones en marcha de la izquierda y la derecha, cuando el país se descentralizaba para elegir popularmente los gobernadores.

Tales asesores, tales resultados
Inicia la reforma política, y la reforma municipal crea alcaldías electas. La reforma económica nos puso a crecer a la par de China. Pero el motín exquisito hubiera abortado, si sinvergüenzas de partidos del sistema no derrocaran a Pérez, aterrados por la emergencia reaccionaria y loquitos por aparecer en la foto con los notables. Primero cobró Caldera y su ambición de poder lo llevó a destruir Copei y sobreseer a los golpistas para que derrotaran a líderes como Eduardo Fernández.

Descarriló las reformas, solo para regresar a los dos años, con el rabo entre las piernas, a remedar el Gran Viraje de Pérez con una miseria llamada Agenda Venezuela que provocó su propio hundimiento. La Corte Suprema de Justicia, sin remilgos académicos, enjuició a un Presidente sin delito y desde ese momento se convirtió en rastacuera jurídica de Chávez, desconoció recursos contra su candidatura presidencial intentados por dar un golpe de Estado (hasta que éste la disolvió harto de adulancia).

Chávez halagado por instituciones que debían meterlo en cintura, triunfa ante partidos derruidos y recibe adulancia reptil de empresarios, gerentes de medios, intelectuales, políticos hasta que los pateó y devolvió a sus ratoneras. Habla bien del gran exterminador su virtud de no dejarse comprar por pobres diablos Ese es el origen de la tragedia, la traición de las élites que pagaron caro y por culpa de ellos, todos en este país (varios conspiradores contra Pérez siguen en su ley como asesores de la oposición. Ya vimos el fruto de su trabajo)

@CarlosRaulHer

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Pedro Benítez

Independientemente de las disputas, divisiones y fracasos de la oposición, de la impotencia de la comunidad internacional para promover una transición en Venezuela o de la imaginaria narrativa que el chavismo pretende imponer, el factor real y fondo del cuadro político del país es el extendido hastío y repudio (fácilmente constatable) por parte de la población hacia Nicolás Maduro y su régimen. ¿Puede eso provocar por sí mismo un cambio político? Por supuesto que no. Pero ese mar de fondo es una invitación. Son las condiciones objetivas. Porque cualquier intervención externa o solución interna que desaloje a Maduro del poder será recibida con un enorme respaldo popular.

Nicolás Maduro se ha acostumbrado a provocar continuamente a la población venezolana de todas las maneras posibles. A desafiar su paciencia y capacidad de resignación. Desde fijar los precios de los principales productos alimenticios en dólares a decretar escuálidos incrementos salariales en bolívares. De no dar respuesta práctica o explicación alguna a las calamitosas fallas en el suministro de agua potable y del servicio eléctrico, a permitir que los funcionarios de la Guardia Nacional (GNB) cobren en dólares para privilegiar la distribución de la escaza gasolina.

Se siente seguro ante una población desarmada que no tiene como sacarlo del poder. Pero esa misma población sí va a respaldar con alivio a quien lo haga. No importa quién sea.

Venezuela no es la Cuba de octubre 1962. En aquellos días, pese a los problemas domésticos que se comenzaban a acumular, a los fusilamientos sumarios en el cuartel de La Cabaña y a los evidentes signos de instauración de una nueva dictadura, Fidel Castro tenía entusiasmado y enamorado a la mayoría del pueblo cubano, no digamos ya a buena parte del mundo. Unos meses antes, ante una gigantesca concentración en La Habana, pronunció la frase que enterró cualquier posibilidad de una democracia en la isla: “¿elecciones para qué?”. Delirante de entusiasmo la multitud respondió con vítores y aplausos.

Esa era una revolución que comenzaba. Seis décadas después la chavista es una que se muere. Esta es la crucial diferencia entre los dos procesos. Hoy Nicolás Maduro no entusiasma ni a la propia base chavista.

La señal más clara de esto es que el de Maduro es un régimen repudiado abrumadoramente por la mayoría de los venezolanos, en particular por los más pobres. El tradicional voto del chavismo. Los pobres a los que la revolución prometió redimir.

Se suele pensar de manera errónea que las dictaduras se imponen en contra de la voluntad de la sociedad, o al menos de la mayoría. Por lo general no ha sido así. Al contrario los dictadores más conocidos contaron con genuino respaldo por popular. Lo motivos fueron diversos, unos por demagogia y populismo, otros porque despertaron los peores sentimientos entre sus pueblos, y no faltó a los que se terminó respaldando porque al fin y al cabo llevaron estabilidad y paz al país.

El expresidente Hugo Chávez instauró su dictadura personal en Venezuela por medio de sucesivas victorias electorales que un larguísimo boom de precios del petróleo y un colosal endeudamiento le concedieron. Eso le dio el tiempo de capturar por distintos medios (principalmente la corrupción) al Poder Judicial, los altos mandos militares y al resto de las instituciones del Estado.

Ese fue el régimen que Chávez le legó a su heredero. Uno corrupto, autoritario, arbitrario y quebrado. Sin los abundantes petrodólares y los dotes para la demagogia de su padre político era sólo cuestión de tiempo que la economía le explotara a Maduro en la cara, como efectivamente ocurrió.

Ante eso tenía dos opciones: reformar o reprimir. Optó por lo segundo. A medida que la economía se ha ido desplomando el régimen chavista con Maduro a la cabeza se hizo más fraudulento y represivo. La fórmula le ha funcionado. Lo único que le importa lo ha conseguido; permanecer en el poder. A costa de todo lo demás, pero permanecer.

Uno de esos costos es el rechazo manifiesto a su persona y a su régimen por la población. A Maduro se le ve con profundo resentimiento en los barrios más pobres del país. Un cambio ha ocurrió en la composición sociológica de la oposición venezolana que todavía no se ha manifestado plenamente. Ya no es la anterior oposición de la clase media que en buena parte ha emigrado. Ahora el grueso son los más pobres.

Una señal de ese cambio se vio en las elecciones de 2013 y 2015. Pero Maduro ha hecho muy poco por intentar reconciliarse con ese electorado. Su oferta ha consistido en las cada vez más escasas cajas de comida, algunos perniles en el fin del año y, eso sí, abundante represión. Nada de elementales mejoras de vida en agua, gas doméstico, trasporte público, más empleo o salud.

Como la receta de reparto populista de migajas y balas le ha funcionado, Maduro es hoy un hombre evanecido por su propio poder. Se siente invulnerable y sólido. Manda (porque no gobierna) sobre un pueblo humillado y sometido a todo tipo de vejaciones y provocaciones. Un pueblo desarmado e impotente ante su suerte. Pero que espera pacientemente por la hora del desquite.

Esa es la auténtica espada de Damocles que apunta al cuello de Maduro. Su respaldo es un Ejército cada vez menos profesional y cada vez más mercenario. Uno al que tiene que pagar por ese respaldo. La típica guardia pretoriana que cobra por proteger al tirano.

Maduro acompañado por su alto mando militar quiere brindar el espectáculo de estar enfrentando supuestas invasiones armadas y un imaginario bloqueo naval norteamericano con el respaldo de un pueblo en armas. Su Bahía de Cochinos.

No es cierto. Nadie lo respalda en la retaguardia. Mucho menos los pobres están dispuestos a derramar su sangre para que él siga en el poder. Ni siquiera ese mismo alto mando militar.

AlNavio

https://alnavio.com/noticia/20958/actualidad/por-que-cualquier-solucion-...

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Sin confrontación no hay política. Sin dialogo tampoco.

El diálogo es la puesta de la confrontación en forma política. Por eso hay que diferenciar entre diálogos informales y formales. Los primeros ocurren casi siempre, aún en condiciones no políticas como son las determinadas por autocracias y dictaduras. Los segundos, más ceremoniales, son los que culminan en un acuerdo entre dos fuerzas antagónicas. Podríamos llamarlos diálogos-negociaciones.

Joaquín Villalobos, un salvadoreño que no solo aprendió a negociar en libros, en uno de sus últimos de sus varios artículos sobre negociaciones en Venezuela, los caracteriza así: “Las negociaciones no son entre amigos sino entre enemigos que no se reconocen política y moralmente. Por lo mismo no parten de la confianza sino de la desconfianza” (El País, 05.07. 2020)

La negociación, vista así, no es punto de partida sino de llegada. Suele aparecer bajo dos condiciones: que una fuerza haya derrotado a otra o que exista un empate que, sin la existencia de negociaciones, puede terminar con la destrucción de ambas. En otras palabras, un diálogo formal, o negociación, no es un fin en sí. Es un instrumento de lucha. O si se quiere: la continuación de la confrontación por otros medios.

Quien pone como objetivo una negociación sin tener con qué negociar, o va derecho a la capitulación o solo intenta usar las negociaciones para llevarlas al fracaso. De ahí que, antes de proponer una negociación hay que conocer muy bien el capital político con que se cuenta, tanto en su cantidad como en su calidad. Una fuerza política que no está en condiciones de representar a grandes contingentes sociales, o cuyas filas están diezmadas, desmoralizadas y divididas, estaría en muy malas condiciones para emprender una vía negociadora. Ni con generales sin regimientos, ni con caciques sin tribus, puede haber buenas negociaciones.

En el caso concreto de la oposición venezolana a la que se refiere Villalobos, hay que tener en cuenta que en estos momentos no existe una dirección única en condiciones de representar a la oposición como conjunto. Hay que partir entonces del hecho objetivo de que se trata de una oposición que sufre una profunda crisis hegemónica, vale decir, de una que no ha resuelto el tema de su estrategia política ni en sus medios ni en sus fines.

Peor aún: dentro de esa oposición hay dos líneas transversales, las que se excluyen entre sí. La primera levanta una línea insurreccional (fin de la usurpación) y la segunda una línea en defensa de la constitución. La primera es ofensiva, privilegia el acto heroico y el uso de la violencia, apuesta a golpes de estado y a intervenciones extranjeras. La segunda, más bien defensiva, pone el acento en la conquista de espacios democráticos, en los medios pacíficos y en la lucha por elecciones libres y soberanas, esto es, en todos los terrenos donde el gobierno es más débil que fuerte.

Frente a ambas oposiciones -quizás está de más decirlo- el gobierno de Maduro no siente ninguna necesidad de negociar. Solo lo hará cuando se vea realmente amenazado por alguna de ellas y de eso, quiera uno o no, se está muy lejos. De tal manera que para enfrentar a la autocracia gubernamental, la primera tarea no pasa por una negociación sino por resolver el tema de la hegemonía política al interior de la oposición. O dicho con más crudeza: si esa oposición va a continuar siendo representada por un grupo de extremistas aventureros cuyos fracasos han sido insistentemente demostrados, o retoma esa línea política que la llevó a conquistar la AN el año 2015.

Vista así, la línea fundamental que separa a la oposición no es entre partidarios y enemigos del diálogo sino entre militaristas y constitucionalistas. Algunos sectores de estos últimos ponen. sin embargo, el acento en el diálogo-negociación y no en la constitucionalización de la política.

¿Habrá que repetirlo? El diálogo-negociación no es en sí una línea política sino el resultado de una línea política que puede incluirlo o excluirlo. Hay ejemplos de lado y lado. Walesa en Polonia dialogó con el general Jaruzelzki para impedir una invasión soviética. Ni Aylwin ni Lagos en Chile dialogaron con Pinochet. Simplemente lo derrotaron con la Constitución en la mano.

Insistir en una negociación sin tener capital político puede llegar a ser tan absurdo como insistir en el fin de una usurpación sin tener un capital militar.

En el caso venezolano todo parece indicar que un diálogo-negociación pasa por la redefinición de la oposición, proceso que a su vez, hay que aceptarlo, deberá pasar por ineludibles rupturas. Dicho aun más claro: ha llegado el momento en que la parte democrática de la oposición deberá separarse de su parte no-democrática. Los diálogos, si es que son necesarios, vendrán después. Cada cosa tiene su tiempo, cada política tiene su momento.

Como reza el Eclesiastés (3) Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: un tiempo para nacer, y un tiempo para morir; un tiempo para plantar, y un tiempo para cosechar (….) Traducido al idioma político podría decirse: hay un tiempo para unir y otro para separar; hay un tiempo para confrontar y otro para dialogar.

Equivocarse de tiempo, sea en la guerra como en la política, suele ser fatal.

Mayo 21, 2020

Polis

https://polisfmires.blogspot.com/2020/05/fernando-mires-confrontacion-y-...

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La COVID-19 no solo ha obligado a las autoridades mundiales a suspender las actividades económicas, escolares y la rutina social, sino que las ha forzado a reinventar procesos para tratar de garantizar la continuidad de servicios esenciales como la administración de justicia. Así en países latinoamericanos como Argentina, Brasil o Colombia han apelado a las nuevas tecnologías; y desde el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) de Venezuela hay quienes plantean emular esas iniciativas, pese a la evidente falta de medios y condiciones para hacerlo.

La magistrada Bárbara Gabriela César Siero, miembro de la Sala Político Administrativa del máximo juzgado, publicó el pasado 12 de mayo su propuesta de abril, intitulada Procedimiento especial y único de audiencias virtuales y/o a distancia, aplicables en situaciones extraordinarias, de fuerza mayor, excepcionales y/o calamitosas.

En este documento, la magistrada plantea que se ponga en marcha la llamada «justicia virtual», para así garantizarles a los ciudadanos su derecho a acceder a «los órganos de administración de justicia» y a obtener de ellos una repuesta «gratuita, accesible, imparcial, idónea, transparente, autónoma, independiente, responsable, equitativa y expedita, sin dilaciones indebidas, sin formalismos o reposiciones inútiles», tal y como lo establece el artículo 26 de la Constitución.

La funcionaria sugiere que las audiencias preliminares y de juicio se realicen por videoconferencia o vía telemática, en las cuales las partes podrían participar incluso a través de teléfonos inteligentes.

Aunque en su documento, la magistrada César asegura que en el país no hay denegación de justicia «porque «no hay paralización de los procesos (…) ya que estos se encuentran detenidos en el tiempo, cuestión que no afecta el proceso para ninguna de las partes», en el mismo admite que la resolución de la Sala Plena del TSJ de cerrar el grueso de los tribunales y suspender los lapsos procesales en el marco del estado de alarma sí ha interrumpido el servicio.

La magistrada César reconoció que:

«No se están desarrollando actividades judiciales propias en cada uno de los diferentes procesos en los expedientes, salvo excepciones por carácter de urgencia. Un gran número de las solicitudes, medidas procesales en curso, no han podido seguir su curso normal, entorpeciendo el ejercicio cierto de la justicia».

Ella también considera que el debido proceso está siendo violentado, porque no se permite presentarse ante un juez, recibir la visita de sus abogados si se está detenido o revisar los expedientes para preparar su defensa.

«Deseos no empreñan»

En la práctica, la propuesta de la funcionaria no debería ser complicada de poner en marcha, pues el TSJ ya había dado pasos en esa dirección. Así, en 2008 se celebró la primera audiencia mediante videoconferencia en los tribunales de Protección del Niño y Adolescente de Caracas.

Asimismo la funcionaria, en una conferencia vía Zoom que realizó el 12 de mayo, aseguró que en el país existe el basamento jurídico necesario para la implementación de este procedimiento. Recordó la resolución n.º 2016-001 del 12 de diciembre de 2016 aprobada por la Sala de Casación Penal, la cual abrió las puertas a la participación telemática de los sujetos procesales en las audiencias de la mencionada Sala; o la resolución n.º 2018-0014 de fecha 21 de noviembre de 2018 de la Sala Plena, mediante la cual crea el Expediente Judicial Electrónico en los Tribunales con Competencia en Materia de Delitos de Violencia contra la Mujer y Tribunales del Sistema Penal de Responsabilidad del Adolescente, con el objeto de sustituir los expedientes actuales en papel.

César indicó que la implementación de este procedimiento telemático no requiere «de sistemas complejos, ni de procedimientos, planificaciones y asignaciones presupuestarias extraordinarias para su puesta en marcha». La idea, de hecho, es trabajar en principio desde «lo que haya y ahorrar recursos al Estado venezolano».

Sin embargo, para Acceso a la Justicia la idea es, sin duda, ilusoria. ¿La razón? En Venezuela no todos cuentan con internet y quienes están conectados deben soportar su lentitud, la cual con apenas 3,67 Mbps es considerada de las peores en el mundo. En su videoconferencia la propia funcionaria reconoció las deficiencias al aseverar que «el sistema no nos falló» o «pudimos superarlo».

A las deficiencias anteriores hay que sumar las constantes interrupciones en el sistema eléctrico que se registran desde el año 2009 y que culminaron con el gran apagón nacional de 2019.

Como si lo anterior no fuera suficiente, el propio TSJ confronta problemas serios que ponen en duda la viabilidad de este proyecto. El principal es la falta de fondos que permitan adelantar un programa de modernización tecnológica y así recuperar el sitial de honor que a principios del siglo llegó a ocupar entre sus pares de la región en materia de innovación. La carencia de recursos es tan grave que el máximo juzgado ha sido incapaz de resolver la causa por la cual su página web está fuera de funcionamiento desde enero de 2020. Asimismo, hay dudas sobre el estado en el que están los sistemas informáticos Tepuy XXI y Juris 2000, los cuales eran utilizados para la gestión judicial.

A lo anterior además habría que agregarle la perdida de talento humano sufrido por el Poder Judicial en los últimos años y el deplorable estado en el que se encuentran algunas de las sedes tribunalicias del país, comenzando por el inconcluso Palacio de Justicia de Caracas, en el cual jueces, fiscales, abogados y reclusos o procesados y sus familiares no solo deben lidiar con ascensores y escaleras automáticas que no funcionan, sino soportar olores fétidos e incluso plagas de mosquitos y zancudos. La plataforma tecnológica en estas instancias probablemente presenta un mayor grado de deterioro.

¿Y a ti venezolano, cómo te afecta?

En medio de la grave crisis social y económica que padece el país parece una quimera proponer una justicia vía remota. La justicia virtual obligará a poner en marcha una serie de cambios y a realizar fuertes inversiones que permitan la actualización de conocimientos informáticos, así como la dotación de medios que permitan la realización de actos procesales de forma telemática.

Además, parece claro que mientras en el país no exista Estado de derecho la justicia telemática tampoco será un medio que sirva para garantizar el cumplimiento de los principios, derechos y deberes consagrados en el texto constitucional.

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