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Opinión

Jesús Elorza G.

Las Federaciones Deportivas Internacionales, atraviesan en los actuales momentos un proceso de gran incertidumbre sobre el financiamiento de sus programas de competencias para el próximo ciclo olímpico 2021-2024, producto de la suspensión de los Juegos Olímpicos Tokio 2020 por la pandemia del COVID-19.​

"La asociación de federaciones internacionales olímpicas de verano (ASOIF por sus siglas en ingles) estima que las 28 federaciones permanentes de deportes de verano y su organización paraguas tienen derecho a 590 millones de USA dólares de los ingresos mundiales de comercialización olímpica para Tokio. Pero, el problema radica en que, estos pagos siempre se realizan después de que se hayan producido los Juegos, después de que el COI haya recaudado la mayoría de los ingresos televisivos de miles de millones de dólares. Es importante recordar que después de los Juegos de 2016 en Río de Janeiro, se distribuyeron 540 millones de dólares, y las federaciones utilizaron ese dinero para financiarse para el período de 2017 a 2020.​

El COI, tiene como norma "no publicar cómo distribuirá los ingresos de los Juegos Olímpicos", estimados en 590 millones de dólares para los Juegos de Tokio, entre las 28 federaciones permanentes de deportes de verano. Sin embargo, en mayo de 2019 durante la conferencia de The association of summer olympic international federations (2020 ASOIF, en la Costa de Oro en Australia) se conoció un informe que detallaba la distribución de los ingresos de los referidos juegos Tokio 2020 :​

- ASOIF, recibiría 2,95 millones de dólares.​

-Las 28 federaciones permanentes se dividen en cinco grupos:​

Grupo A, $ 40 millones cada uno: Atletismo, Gimnasia, Acuática.​

Grupo B, $ 25.95 millones cada uno: Baloncesto, Fútbol, Voleibol, Tenis, Ciclismo.​

Grupo C, $ 18.60 millones cada uno: Boxeo, Bádminton, Remo, Judo, Tiro, Tenis de Mesa, Levantamiento de Pesas, Tiro con Arco.​

Grupo D, $ 16.30 millones cada uno: Ecuestre, Esgrima, Hockey, Canotaje, Balonmano, Triatlón, Lucha, Vela, Taekwondo.​

Grupo E, $ 14.10 millones cada uno: Golf, Pentatlón Moderno, Rugby.​

- Las 5 asociaciones visitantes (deportes de exhibición o que participan por primera vez) no obtienen nada. Ese era el trato leonino para permitir que los invitados se unieran a la fiesta olímpica. ​

Al final, cuando el COI ha liquidado todos los ingresos (que es habitual mucho más grande que el presupuesto previsto), las federaciones siempre han recibido más dinero del previsto después de terminados los Juegos Olímpicos.​

Tampoco está claro si el COI contribuirá a los enormes costes adicionales del comité organizador TOCOG con un pago adicional. Según las estimaciones iniciales, TOCOG bien puede necesitar miles de millones adicionales.​

La dependencia de las federaciones de los ingresos provenientes de los juegos olímpicos es casi total en algunos casos, según se desprende de sus informes anuales: 6 de las 28 asociaciones reciben menos del 10 por ciento de sus ingresos del COI. En primer lugar, la FIFA, que tiene un volumen de negocios anual promedio de 1.600 millones y solo el 0,38 por ciento procede del COI. La segunda asociación más rica es Rugby - la acción del COI es actualmente menos del 3 por ciento. Baloncesto, Voleibol, Tenis y Ecuestres parecen ser igual de seguros.​

Otras 7 de las 28 federaciones reciben hasta alrededor del 25 por ciento de sus ingresos del COI. Estas federaciones también pueden ser vistas como relativamente independientes: Atletismo, Acuática, Ciclismo, Bádminton, Judo, Tenis de Mesa, Balonmano.​

En 15 de las 28 federaciones, la proporción de ingresos del COI es de entre el 35 y el 96 por ciento. Algunas de estas federaciones internacionales se encuentran, por lo tanto, en una situación que amenaza su propia existencia: Gimnasia, Boxeo (ya casi insolvente y prohibida), Remo, Tiro, Levantamiento de Pesas, Tiro con arco, Esgrima, Hockey, Canoa, Triatlón, Lucha, Vela, Taekwondo, Golf y Pentatlón Moderno. (El golf es una excepción. Porque el IGF fue fundada básicamente sólo para supervisar el deporte en los Juegos Olímpicos.)​

Ahora bien, como los juegos Tokio 2020 han sido pospuestos para el verano del 2021, las Federaciones Deportivas le plantean al Comité Olímpico Internacional (COI) que adelante un pago no menor al 25% de los ingresos estimados, utilizando los propios recursos del COI que en la actualidad sobrepasan los 900 millones de dólares, para así poder desarrollar sus respectivos programas de competencias. Sin embargo, Thomas Bach presidente del COI, se niega rotundamente a este adelanto del 25%; no quiere que nadie intervenga en su "piñata olímpica".​

Al mejor estilo de Niccolò di Bernardo dei Machiavelli, sostiene como principio "El que quiere ser obedecido debe saber mandar" Que traducido a la situación del momento, significa, que si las federaciones deportivas requirieren aportación de recursos económicos, deben seguir sin voz ni protesto las decisiones del COI.​

Pero lo que este dictatorial miembro del COI, olvida en el proceso, es que los 590 millones de dólares no son realmente propiedad del COI. Ni el COI ni Japón pueden acoger los Juegos Olímpicos sin las federaciones deportivas.​

 3 min


La Vanguardia

La humanidad se enfrenta a una crisis mundial. Quizá la mayor crisis de nuestra generación. Las decisiones que tomen los ciudadanos y los gobiernos en las próximas semanas moldearán el mundo durante los próximos años. No sólo moldearán los sistemas sanitarios, sino también la economía, la política y la cultura. Debemos actuar con rapidez y resolución. Debemos tener en cuenta, además, las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones. Al elegir entre alternativas, hay que preguntarse no sólo cómo superar la amenaza inmediata, sino también qué clase de mundo queremos habitar una vez pasada la tormenta. Sí, la tormenta pasará, la humanidad sobrevivirá, la mayoría de nosotros seguiremos vivos... pero viviremos en un mundo diferente.

Muchas medidas a corto plazo tomadas durante la emergencia se convertirán en parte integral de la vida. Esa es la naturaleza de las emergencias. Aceleran los procesos históricos. Decisiones que en tiempos normales llevarían años de deliberación se aprueban en cuestión de horas. Tecnologías incipientes o incluso peligrosas se introducen a toda prisa, porque son mayores los riesgos de no hacer nada. Países enteros hacen de cobayas en experimentos sociales a gran escala. ¿Qué ocurre cuando todo el mundo trabaja desde casa y se comunica sólo a distancia? ¿Qué ocurre cuando escuelas y universidades dejan de ser presenciales? En tiempos normales, los gobiernos, las empresas y las juntas educativas no aceptarían nunca llevar a cabo semejantes experimentos. Pero no son estos tiempos normales.

En este momento de crisis, nos enfrentamos a dos elecciones particularmente importantes. La primera es entre vigilancia totalitaria y empoderamiento ciudadano. La segunda es entre aislamiento nacionalista y solidaridad mundial.

Vigilancia “hipodérmica”

Con el fin de detener la epidemia, toda la población debe seguir ciertas pautas. Hay dos formas principales de lograrlo. Un método es que el gobierno vigile a la población y castigue a quienes incumplan las reglas. Hoy, por primera vez en la historia humana, la tecnología hace posible vigilar a todo el mundo todo el tiempo. Hace cincuenta años, el KGB no podía seguir a 240 millones de ciudadanos soviéticos las 24 horas del día, ni aspirar a procesar de modo eficaz toda la información reunida. Debía recurrir a agentes y analistas humanos y le resultaba sencillamente imposible colocar a un agente tras cada persona. Sin embargo, ahora los gobiernos pueden recurrir a ubicuos sensores y potentes algoritmos, por lo que no necesitan espías de carne y hueso.

En su batalla contra la epidemia del coronavirus, varios gobiernos han desplegado ya las nuevas herramientas de vigilancia. El caso más notable es China. Escudriñando los teléfonos de los ciudadanos, haciendo uso de cientos de millones de cámaras con reconocimiento facial y obligando a las personas a controlar su temperatura y situación médica e informar sobre ellas, las autoridades chinas no sólo son capaces de determinar rápidamente quiénes son los posibles portadores del coronavirus, sino también de seguir sus movimientos e identificar a quienes entran en contacto con ellos. Toda una gama de aplicaciones para el móvil advierte a los ciudadanos de la proximidad de personas infectadas.

Esa clase de tecnología no se limita a Asia oriental. El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu autorizó recientemente el despliegue por parte del Servicio de Seguridad General de la tecnología de vigilancia normalmente reservada a la lucha contra el terrorismo para seguir a pacientes con coronavirus. El correspondiente subcomité parlamentario se negó a autorizar la medida, pero Netanyahu la impuso con un “decreto de emergencia”.

Cabría argumentar que todo esto no tiene nada de nuevo. En los últimos años, los gobiernos y las empresas han recurrido a tecnologías cada vez más sofisticadas para rastrear, vigilar y manipular a las personas. Sin embargo, si no tenemos cuidado, la epidemia podría marcar un importante hito en la historia de la vigilancia. No sólo porque cabe la posibilidad de que normalice el despliegue de los instrumentos de vigilancia masiva en países que hasta ahora los habían rechazado, sino también porque supone una drástica transición de una vigilancia “epidérmica” a una vigilancia “hipodérmica”.

Hasta la fecha, cuando tocábamos la pantalla del móvil y clicábamos sobre un enlace, el gobierno quería saber sobre qué clicaba exactamente nuestro dedo. Sin embargo, con el coronavirus, el objeto de atención se desplaza. El gobierno quiere saber ahora la temperatura del dedo y la presión sanguínea bajo la piel.

El pudin de emergencia

Uno de los problemas a los que nos enfrentamos a la hora de comprender en qué punto nos encontramos en relación con la vigilancia es que ninguno de nosotros sabe exactamente cómo somos vigilados ni que ocurrirá en los próximos años. La tecnología de la vigilancia se desarrolla a una velocidad de vértigo y lo que parecía ciencia ficción hace 10 años es hoy una noticia desfasada. Hagamos un experimento mental. Imaginemos un hipotético gobierno que exige a todos los ciudadanos que llevemos una pulsera biométrica para vigilar la temperatura corporal y el ritmo cardíaco las 24 horas del día. Los algoritmos estatales almacenan y analizan los datos resultantes. De ese modo sabrán que estamos enfermos antes incluso de que lo sepamos nosotros mismos, y también sabrán dónde hemos estado y con quién nos hemos reunido. Sería posible reducir de modo drástico las cadenas de infección e incluso frenarlas por completo. Presumiblemente semejante sistema sería capaz de detener en seco la epidemia en un plazo de días. Maravilloso, ¿verdad?

El inconveniente, claro está, es que legitimaría un nuevo y espantoso sistema de vigilancia. Si alguien sabe, por ejemplo, que he clicado en un enlace de Fox News en lugar de hacerlo en uno de la CNN, aprenderá algo acerca de mis opiniones políticas y quizás incluso de mi personalidad. Ahora bien, si puede vigilar lo que me sucede con la temperatura corporal, la presión sanguínea y el ritmo cardíaco mientras veo las imágenes, puede aprender lo que me hace reír, lo que me hace llorar y lo que realmente me enfurece.

Resulta crucial recordar que la ira, la alegría, el aburrimiento y el amor son fenómenos biológicos como la fiebre y la tos. La misma tecnología que identifica la tos podría también identificar las risas. Si las empresas y los gobiernos empiezan a recopilar datos biométricos en masa, pueden llegar a conocernos mucho mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos, y entonces no sólo serán capaces de predecir nuestros sentimientos sino también manipularlos y vendernos lo que quieran, ya sea un producto o un político. Semejante vigilancia biométrica haría que las tácticas de hackeo de datos de Cambridge Analytica parecieran de la Edad de Piedra. Imaginemos a Corea del Norte en 2030, cuando todos los ciudadanos deban llevar una pulsera biométrica las 24 horas del día. Si al escuchar un discurso del Gran Líder la pulsera capta señales de ira, ya podemos despedirnos de todo.

Es posible, por supuesto, defender la vigilancia biométrica como medida temporal adoptada durante un estado de emergencia. Una medida que desaparecería una vez concluida la emergencia. Sin embargo, las medidas temporales tienen la desagradable costumbre de durar más que las emergencias; sobre todo, si hay siempre una nueva emergencia acechando en el horizonte. Mi país natal, Israel, por ejemplo, declaró durante su guerra de independencia de 1948 un estado de emergencia con el que se justificaron una serie de medidas temporales, desde la censura de prensa y la confiscación de tierras hasta unas normas especiales para hacer pudin (no es broma). La guerra de independencia se ganó hace mucho tiempo, pero Israel nunca ha suspendido el estado de emergencia y no ha logrado abolir muchas de las medidas “temporales” de 1948 (clementemente, el decreto de emergencia acerca del pudín se abolió en 2011).

Incluso cuando las infecciones por coronavirus se reduzcan a cero, algunos gobiernos ávidos de datos podrían argumentar que necesitan mantener los sistemas de vigilancia biométrica porque temen una segunda oleada de la epidemia, o porque una nueva cepa de ébola se está extiendo por el África central, o porque... ya ven por dónde va la cosa. En los últimos años se está librando una gran batalla en torno a nuestra intimidad. La crisis del coronavirus podría ser el punto de inflexión en ella. Porque, cuando a la gente se le da a elegir entre la intimidad y la salud, suele elegir la salud.

La policía del jabón

En el hecho de pedir a la gente que elija entre intimidad y salud reside, en realidad, la raíz misma del problema. Porque se trata de una falsa elección. Podemos y debemos disfrutar tanto de la intimidad como de la salud. Es posible proteger nuestra salud y detener la epidemia de coronavirus sin tener que instituir regímenes de vigilancia totalitarios, sino más bien empoderando a los ciudadanos. En las últimas semanas, algunos de los esfuerzos que más éxito han tenido a la hora de contener la epidemia han sido los organizados por Corea del Sur, Taiwán y Singapur. Aunque esos países hicieron uso de las aplicaciones de seguimiento, han confiado mucho más en las pruebas exhaustivas, la información veraz y la cooperación voluntaria de una población bien informada.

La vigilancia centralizada y los castigos severos no son la única forma de hacer cumplir unas pautas beneficiosas. Cuando se comunica hechos científicos a la población y ésta confía en que las autoridades públicas les transmitirán esos hechos, los ciudadanos pueden hacer lo correcto sin necesidad de la vigilancia de un Gran Hermano. Una población automotivada y bien informada suele ser mucho más poderosa y eficaz que una población controlada e ignorante.

Consideremos, por ejemplo, el hecho de lavarnos las manos con jabón. Ha sido uno de los mayores avances de la historia de la higiene humana. Ese sencillo acto salva millones de vidas todos los años. Aunque es algo que damos por hecho, no fue hasta el siglo XIX cuando los científicos descubrieron la importancia de lavarse las manos con jabón. Antes, incluso médicos y enfermeras pasaban de una operación quirúrgica a otra sin lavarse las manos. Hoy miles de millones de personas lo hacen diariamente, no porque tengan miedo de la policía del jabón, sino porque entienden los hechos. Me lavo las manos con jabón porque sé cosas acerca de los virus y las bacterias, entiendo que esos pequeños organismos causan enfermedades y sé que el jabón puede acabar con ellos.

Sin embargo, para lograr tal nivel de conformidad y cooperación, se precisa confianza. La gente tiene que confiar en la ciencia, las autoridades públicas y los medios de comunicación. En los últimos años, los políticos irresponsables han socavado de forma deliberada la confianza en la ciencia, las autoridades públicas y los medios de comunicación. Ahora esos mismos políticos irresponsables podrían verse tentados de tomar la senda del autoritarismo, argumentando que no cabe confiar en que la población haga lo correcto.

Por lo general, una confianza que se ha erosionado durante años no puede reconstruirse de la noche a la mañana. Sin embargo, no son estos tiempos normales. En un momento de crisis, las mentes también pueden cambiar con rapidez. Podemos mantener amargas discusiones con nuestros hermanos durante años, pero cuando ocurre alguna emergencia descubrimos de repente una reserva oculta de confianza y amistad, y corremos a ayudarnos mutuamente. En lugar de construir un régimen de vigilancia, no es demasiado tarde para reconstruir la confianza de la gente en la ciencia, las autoridades públicas y los medios de comunicación. No cabe duda de que debemos hacer uso también de las nuevas tecnologías, pero esas tecnologías deberían empoderar a los ciudadanos. Estoy a favor de controlar mi temperatura corporal y mi presión sanguínea, pero esos datos no deberían utilizarse para crear un gobierno todopoderoso. Esos datos deberían hacer que yo pueda tomar decisiones personales más informadas, y también que el gobierno responda de sus decisiones.

Si pudiera hacer un seguimiento de mi propia situación médica las 24 horas del día, no sólo sabría si me he convertido en un peligro para la salud de otras personas, sino también qué costumbres contribuyen a mi propia salud. Y si pudiera acceder a estadísticas fiables sobre la propagación del coronavirus y analizarlas, me encontraría en capacidad de juzgar si el gobierno me está diciendo la verdad y si está adoptando las políticas adecuadas para combatir la epidemia. Siempre que se hable de vigilancia, debemos recordar que la misma tecnología de vigilancia no sólo puede utilizarse por los gobiernos para vigilar a los individuos, sino también por los individuos para vigilar a los gobiernos.

Por lo tanto, la epidemia de coronavirus constituye un importante test de ciudadanía. En días venideros, la elección de todos debería ser confiar en los datos científicos y los expertos en salud, en lugar de hacerlo en teorías conspirativas sin fundamento alguno y en políticos interesados. Si no tomamos la decisión correcta, quizá nos encontremos renunciando a nuestras más preciadas libertades, convencidos de que ésa es la única manera de salvaguardar nuestra salud.

Necesitamos un plan mundial

La segunda elección importante a la que debemos enfrentamos es entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad mundial. Tanto la propia epidemia como la crisis económica resultante son problemas mundiales. Sólo pueden resolverse eficazmente mediante la cooperación mundial.

En primer lugar, para derrotar el virus necesitamos ante todo compartir globalmente la información. Es la gran ventaja de los seres humanos sobre los virus. Un coronavirus en China y un coronavirus en Estados Unidos no pueden intercambiar consejos sobre cómo infectar a los humanos. Sin embargo, China puede enseñar a Estados Unidos muchas lecciones valiosas sobre los coronavirus y cómo tratarlos. Lo que un médico italiano descubre en Milán a primera hora de la mañana puede salvar vidas en Teherán por la tarde. Cuando el gobierno del Reino Unido duda entre diversas políticas, puede obtener consejo de los coreanos que ya se enfrentaron a un dilema similar hace un mes. Ahora bien, para que eso suceda, necesitamos un espíritu de cooperación y confianza mundial.

Los países deben estar dispuestos a compartir información de forma abierta y buscar humildemente asesoramiento, y ser capaces de confiar en los datos y las ideas que reciben. También necesitamos un esfuerzo mundial para producir y distribuir equipos médicos; sobre todo, kits de pruebas y respiradores. En lugar de que cada país trate de actuar localmente y acumule todos los equipos que pueda acaparar, el esfuerzo mundial coordinado aceleraría enormemente la producción de equipos susceptibles de salvar vidas y aseguraría una distribución más justa. Así como los países nacionalizan sectores clave durante una guerra, la guerra humana contra el coronavirus nos exige que “humanicemos” las cadenas de producción cruciales. Un país rico con pocos casos de infectados debería estar dispuesto a enviar los preciados equipos a un país más pobre con muchos casos, convencido de que, si más tarde necesita ayuda, otros países se la brindarán.

Consideremos un esfuerzo mundial similar para reunir personal médico. Los países hoy menos afectados podrían enviar personal médico a las regiones más afectadas del mundo, tanto para ayudarlos en sus momentos de necesidad como para adquirir una valiosa experiencia. Si más adelante el foco de la epidemia se desplaza, la ayuda podría empezar a fluir en la dirección opuesta.

La cooperación mundial es esencial también en el frente económico. Dada la naturaleza global de la economía y las cadenas de suministro, si cada gobierno obra por su cuenta haciendo caso omiso de los demás, el resultado será el caos y el agravamiento de la crisis. Necesitamos un plan de acción mundial, y lo necesitamos sin tardanza.

Otro requisito es alcanzar un acuerdo mundial sobre los viajes. La suspensión de todos los viajes internacionales durante meses causará tremendas dificultades y obstaculizará la guerra contra el coronavirus. Los países deben cooperar para permitir que al menos un pequeño grupo de viajeros esenciales sigan cruzando las fronteras: científicos, médicos, periodistas, políticos, empresarios. Se puede conseguir mediante un acuerdo mundial sobre preselección de viajeros en el país de origen. Si sólo se permite subir a un avión a viajeros cuidadosamente seleccionados, se estará más dispuesto a aceptarlos en el país de destino.

Por desgracia, los países apenas toman hoy alguna de esas medidas. Una parálisis colectiva se ha apoderado de la comunidad internacional. No parece que haya adultos en la sala. La celebración de una reunión de emergencia de los dirigentes mundiales para trazar a un plan de acción común habría sido deseable hace ya muchas semanas. Sólo a mediados de marzo lograron los dirigentes del G-7 organizar una videoconferencia, sin que por otra parte saliera de ella ningún plan en ese sentido.

En anteriores crisis mundiales (como la crisis económica de 2008 y la epidemia del ébola de 2014), Estados Unidos asumió el papel de líder mundial. Sin embargo, el actual gobierno estadounidense ha renunciado a la labor de liderazgo. Ha dejado bien claro que la grandeza de Estados Unidos le importa mucho más que el futuro de la humanidad.

Esa administración ha abandonado incluso a sus aliados más estrechos. Cuando prohibió todos los viajes procedentes de la Unión Europea, ni siquiera se molestó en notificarla con antelación, y mucho menos en llevar a cabo una consulta sobre una medida tan drástica. Ha escandalizado a Alemania ofreciendo supuestamente mil millones de dólares a una empresa farmacéutica de ese país para comprar los derechos monopólicos de una nueva vacuna contra la covid-19. Incluso si el actual gobierno estadounidense cambiara finalmente de rumbo y presentara un plan de acción mundial, pocos seguirían a un dirigente que nunca asume ninguna responsabilidad, nunca admite ningún error y que acostumbra a atribuirse siempre todos los méritos y achacar toda la culpa a los demás.

Si el vacío dejado por Estados Unidos no es ocupado por otros países, no sólo será mucho más difícil detener la actual epidemia, sino que su legado seguirá envenenando las relaciones internacionales en los próximos años. Sin embargo, toda crisis es también una oportunidad. Esperemos que la actual epidemia contribuya a que la humanidad se dé cuenta del grave peligro que supone la desunión mundial.

Debemos tomar una decisión. ¿Viajaremos por la senda de la desunión o tomaremos el camino de la solidaridad mundial? Elegir la desunión no sólo prolongará la crisis, sino que probablemente dará lugar a catástrofes aún peores en el futuro. Elegir la solidaridad mundial no sólo será una victoria contra el coronavirus, sino también contra todas las futuras crisis y epidemias que puedan asolar a la humanidad en el siglo XXI.

La Vanguardia

Traducción del artículo publicado en Financial Times: Juan Gabriel López Guix

https://www.lavanguardia.com/internacional/20200405/48285133216/yuval-ha...

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Con voz propia

Al seguir su cuarentena a fin de contener la pandemia que llegó para quedarse mucho tiempo, la mediocridad del apadrinado jefe del régimen deja de alardear su oficio de chofer de metro bus para dedicase a remolcar cava.

Vox populi era el Triángulo de las Bermudas, que para Venezuela dejó de ser misterio. Aquí se percató el Falcón-Aruba- Carabobo y había que ponerle freno. El 27 de febrero incautaron en isla caribeña una carga de 5 mil kilos de cocaína, enviada de Puerto Cabello. No bastó el escándalo ni detención de figurones “revolucionarios” y destituciones desde arriba de funcionarios regionales del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc)

Parodiando al castrismo, el castrense régimen advirtió: Llegó el usurpador Comandante en jefe y mandó a callar a quienes implicaban al “Drácula”, señalado como socio de Emilio Martínez, (a) Chiche Smith.

«¡Pa’lante! mientras la canalla ladra, es porque cabalgamos». A diferencia de Chávez que rechazaba al vampiro, como también le tildan, el paisano no escatima elogios. ¡Todo mi apoyo a Rafael Lacava!.

Deslinde intenta trazar el segundo líder y Presidente de la espuria Constituyente, Cabello Rondón, a quien indican enredado:

«Nadie crea que eso de Falcón y Carabobo son hechos aislados. No podemos permitir que narcotráfico se apodere de la política», advirtió en Con el Mazo Dando.

Rememoró que el Chiche Smith, «Fue sentenciado a 11 años y 9 meses en 1998 pero en vez de salir a trabajar, reincidió y ostentó bienes imposibles de justificar con negocio legal. Utilizó fundaciones como fachadas para meterse en barrios y en comunidades»

«Contra todo eso nosotros vamos». Advierte que operativo en Falcón y Carabobo tendrá réplica en otros lados.

Entre los presos antes de la solidaridad de Maduro con Lacava figuran jefes del Cicpc: José Domínguez y José Aldama, jefe de la Delegación y Supervisor de la Región Estadal. Se agregan los lacavistas Raúl Roberto del Gallego, con más de 70 empresas en EEUU y Orlando Silva, de quien el director del Cicpc, Douglas Rico, acredita como vinculado al organismo hace más de 20 años.

De las citadas detenciones dan cuenta la Oficina Antidrogas (ONA) y Guardia Nacional Bolivariana: “integran una organización que se dedica al tráfico ilícito de drogas”.

Del “Chichi” no se conoce paradero, al igual que su hermano Lindo Martínez.

Salvatore Lucchese, ex director de la policía municipal de San Diego (Carabobo), asegura que Lacava sabía del cargamento de cocaína incautado.

De acuerdo a reportes, las autoridades confiscaron varias propiedades millonarias, incluida la “Fundación Carmen Virginia Martínez” con otras lucrativas empresas.

Publicitan que gracias a la Fundación, Carirubana muestra una nueva cara, para lo cual emplean unos 160 trabajadores. ¿Y de dónde sale el dinero? El comentado Triángulo da la respuesta.

Los “marcados” movilizaron a personas a defender la Fundación, en Destacamento de la GN, ubicado en otro distante municipio, para exigir liberación del Pdte del organismo Héctor Martínez, sobrino del Chiche.

Dan designación de Tareck Zaidan El Aissami Maddah como Ministro de Petróleo, fortaleza de otro enérgico Triangulo: Caracas-Teheran-Paraguaná.

Controversial figura es de tal confianza de Maduro que lo puso a emularlo en doble nacionalidad, al ubicarlo de Vicepresidente Ejecutivo de la República en violación de la Carta Magna. Ha ocupado tan altos puestos que no calienta sillas.

El alboroto repercute nacional e internacionalmente. La procesión que coloquialmente consideraban andaba por dentro, la pusieron a marchar por fuera. Para opacar, recurren a lucha contra pandemia originada en China imperialista, orientadora del régimen.

Al MARGEN

Van 350 prisioneros del narco-régimen castrense por razones políticas. Más de la mitad son militares y unos 60 fueron presos desde el 8 de marzo, cuando apareció el primer coronavirus.

jordanalberto18@yahoo.com

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José Gregorio Meza

Todo ha cambiado con la llegada del nuevo coronavirus, advirtió el ex presidente de gobierno de España, Felipe González. América Latina, en especial Venezuela, debe prepararse para lo próximo por venir. “Ya se especula con el futuro, pero pocos reconocen que el panorama es demasiado incierto para hacer previsiones creíbles”, afirmó.

Señaló que Venezuela se ha convertido en un Estado fallido, gobernada por grupos mafiosos de todo tipo, que han provocado el éxodo de millones de personas. Dijo que a pesar de que la pandemia dificulta hacer oposición, hay acciones que se están implementando para lograr la vuelta de la democracia.

Indicó que no se puede depender solo del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, para lograr una salida.

Abogado, de 78 años de edad, González estuvo al frente del Ejecutivo de 1982 a 1996. Fue secretario general del Partido Socialista Español. En su agenda tomó un tiempo para responder un cuestionario que le envió El Nacional por correo electrónico.

—¿Cómo ha cambiado el mundo político y social a causa del coronavirus? ¿Volverá a ser lo mismo luego de la pandemia?

—Parece que lo único cierto es que habrá un antes y un después de esta pandemia. Por el momento las consecuencias sociales y económicas empiezan a ser de una envergadura superior a la crisis de 2008. Políticamente la tentación autoritaria es el elemento más claro de la crisis. Aunque estamos viendo comportamientos muy diferentes en distintos países y regiones del mundo.

—No creo que la situación posterior a la pandemia y sus consecuencias económicas y sociales sean como las anteriores a la propagación del virus.

—En Latinoamérica la pandemia azota a la mayoría de los países, pero en Venezuela las cifras oficiales indican que el avance es lento: ¿significa un triunfo del régimen de Maduro?

—A Latinoamérica la pandemia ha llegado más tarde que a Europa o a Estados Unidos y encontramos comportamientos muy diferentes de los gobiernos de la región. Aunque eso también ha ocurrido en Europa y en el propio Estados Unidos.

—El caso de Venezuela, también el de Nicaragua, responde a parámetros propios de los regímenes que encarnan. Venezuela, antes de la pandemia, ya era un país destruido por una tiranía que acabó con las instituciones democráticas, con las libertades, con el aparato productivo y con los servicios esenciales. Podríamos decir que sobre la epidemia que representa el régimen de Maduro, le ha caído encima una pandemia como la del covid-19.

—Ninguna información que proceda del régimen es confiable, ni sobre esta pandemia ni lo era antes la aparición de otras enfermedades que estaban prácticamente erradicadas en el país. El régimen de Maduro aumenta la represión y el control de la ciudadanía inerme ante la tiranía.

—Hay señalamientos sobre la oposición venezolana. Se dice que desapareció en esta crisis. ¿Depende de lo que pueda hacer Trump para ver luz al final del camino?

—No estoy de acuerdo con esa opinión. Es evidente que la dificultad para hacer oposición es aún mayor en medio de la amenaza del virus, pero también lo es que sigue habiendo iniciativas para salir de la crisis política, económica y social, con prioridad inmediata en la lucha contra la pandemia que están sobre la mesa.

—Siento decirle que, para mí, depender de Trump es tan aleatorio como su propio comportamiento en Estados Unidos frente a la pandemia. En Estados Unidos sigue habiendo un acuerdo entre demócratas y republicanos frente a la tiranía venezolana. Eso es positivo, como lo es contar con Estados Unidos para salir de este infierno venezolano, pero depender de Trump no lleva a ninguna parte.

—Se habla de que Maduro tiene férreo control sobre el estamento militar, sin embargo, se conoció de un intento de rebelión de un grupo de oficiales de la Guardia Nacional. ¿Será que no es tanto el control que ejerce la dictadura?

—Creo que hay más una apariencia de control que un control real. Es más, es Maduro quien depende de la cúpula militar, no es él quien controla a las Fuerzas Armadas. Históricamente hemos visto muchas veces como esa apariencia de desvanece como un castillo de naipes de la noche a la mañana. Claro que ha habido y habrá movimientos internos en las distintas ramas de las Fuerzas Armadas, hartos de servir de sostén a una tiranía arbitraria que destruye a Venezuela.

—¿Hasta qué punto el régimen de Maduro es una amenaza para la región dadas sus relaciones con el narcotráfico?

—Sin duda alguna lo es y no solo por sus vínculos con el narcotráfico y por el abuso sin límites de los recursos de Venezuela, convertida hoy en un Estado fallido en manos de grupos mafiosos de todo signo; pero también por haber provocado un éxodo de venezolanos que jamás se había visto en la región.

—Puede imaginar que la crisis migratoria de un millón y medio de personas huyendo de los conflictos en torno al Mediterráneo puso en jaque a la Unión Europea. Latinoamérica está soportando una presión mucho mayor con mucho menos nivel de renta y desarrollo. Solo en Colombia entraron más desplazados que en el conjunto de la UE.

—¿Qué papel debe jugar España en los próximos meses para garantizar una transición democrática en Venezuela? ¿Ve viable una contribución más activa del gobierno de Pedro Sánchez?

—No tengo responsabilidades institucionales para decir que hay que hacer por parte de España, pero creo que la posición que se definió frente a la ilegitimidad de Maduro y el reconocimiento de Juan Guaidó era el camino correcto, sobre el que hay que seguir dando pasos para ayudar a Venezuela en la necesaria transición democrática. Personalmente me gustaría, además, que hubiera una regularización urgente de los venezolanos llegados a España expulsados por la dictadura.

—¿Está Trump entrampado por cómo ha gestionado la crisis? ¿Qué se puede avizorar en el futuro de la oposición venezolana?

—El presidente Trump tiende a entramparse solo. Imagine dónde está su iniciativa norcoreana. Obviamente es deseable tener de parte de una salida democrática a Estados Unidos, incluso diría que muy importante, pero es peligroso fiar la salida democrática de Venezuela a los impulsos, cuando menos imprevisibles de Trump. A pesar de la crisis sobrevenida por la pandemia de este coronavirus, la oposición venezolana en general y Guaidó en particular, goza de apoyos muy amplios de los países libres del mundo.

—Brasil, Chile, Ecuador, Perú y Colombia han vivido situaciones bien complejas antes de la pandemia. ¿Cómo ve el retorno a la actividad cotidiana? ¿Sus mandatarios saldrán fortalecidos?

—Cada país de los que cita está gestionando la crisis con matices, pero asumiendo que tanto el tratamiento del virus como las salidas hacia lo que consideramos cotidiano, están llenas de incertidumbre. Me atrevería a decir que paradójicamente esa es la única certidumbre. Asumir la responsabilidad con humildad, respetando que lo más serio es seguir el criterio de los especialistas y no contraponer salud y economía, me parece un buen método para conducir la nave del Estado en esta crisis.

—Pero entre los citados por usted está Brasil, con su peso decisorio regionalmente y debo decir que el presidente Jair Bolsonaro aparece como una de las anomalías políticas que vemos frente a la pandemia. Parece que no sabe y que por eso su comportamiento es de desprecio a los que saben.

—Pero ningún líder puede anticipar si va a salir reforzado o no de esta crisis. Es más, creo que eso no es lo más importante para asumir responsablemente la gestión de la pandemia. El futuro de ninguno de ellos importa más que el de las sociedades que lideran en estos tiempos tan inciertos.

@josegremeza

Abril 29, 2020

El Nacional

https://www.elnacional.com/mundo/felipe-gonzalez-es-peligroso-fiar-la-salida-democratica-de-venezuela-a-los-impulsos-de-trump/

 6 min


Maxim Ross

Una crisis inédita como esta no podía dejar sino pensamientos que invocan severos cambios en la conducta de la humanidad, en los gobiernos, la comunidad científica y el ciudadano común y ya se están anunciando cambios profundos en nuestra manera de vivir, en especial todo aquello que tiene que ver con la necesaria cura de la actual pandemia, así como en lo referente a la necesidad de anticiparnos a nuevos sucesos similares.

El Estado y los sistemas de gobierno van a tener que revisar sus estructuras. La comunidad científica y todo lo vinculado al sistema de salud van por el mismo camino y, muy probablemente, veamos un giro importante en el enfoque de asistencia hacia las poblaciones mas vulnerables. Las instituciones internacionales tendrán que revisar su conducta y, muchas de ellas, serán ajustadas a ese nuevo paradigma que nos creó el ya famoso y mortífero virus. Por un lado, la respuesta no puede ser solo con mas dinero, de los gobiernos o de ellas, porque alguien va a tener que sufragar ese costo. Un cálculo que habría que hacer es evaluar si las pérdidas económicas y sociales del cierre no son mucho, pero mucho mayores, que los costos de un sistema de salud que incluya la previsión y la asistencia para mas gente que ahora, tanto para los servicios privados, como para los públicos.

Lo cierto es que un llamado a un nuevo orden mundial puede sonar grandilocuente y ya aparecen voces que se van a los extremos de criticar completamente el orden existente, poniendo en el “banquillo de los acusados” a la globalización, a las injusticias humanas y todo lo que se nos viene a la cabeza sobre el sistema que, medianamente o, quizás, sabiamente ha sostenido a la humanidad en este último siglo, pero en verdad a nadie se le ocurre que solo pudiéramos pedir un, modesto y humilde, regreso a la normalidad.

Desearía conseguirlo en dos direcciones. Una para el resto del mundo, pues quiero ver a la gente regresando a sus hábitos cotidianos, a los niños a sus escuelas, a los obreros y empleados a sus locales de trabajo y a mucha gente asistir a todo eso que nos vetamos este 2020, con un verano que se fue y espectáculos y eventos que dejamos de ver. Esa es la normalidad a la que aspiro y no a mucho más.

En Venezuela, sin embargo, quisiera pedir un poco más, ya que aquí la perdida de normalidad tiene dos caras. Esta que nos llegó ahora con el Covid, pero principalmente por la que hemos venido perdiendo desde hace tiempo, con el conflicto político por delante y las condiciones económicas, sociales y de seguridad personal que se han ido de las manos, tanto al gobierno, como a la sociedad en general. Con y eso, si en verdad me preguntan cual de las dos prefiero, con todo y virus, quisiera ver la normalidad que nos trajera un consenso político, un gobierno para todos, un rescate de esa Venezuela que se nos va hundiendo lentamente. Quizás sea ingenuo pedirlo, pero, ¿Quién sabe?

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En estos momentos el tema de la pandemia concentra la política en casi todas naciones del mundo. Los gobernantes saben que de acuerdo a como procedan en tiempos pandémicos serán después juzgados. De unos se dirá que fueron líderes, de otros que actuaron mal o tarde o de modo irresponsable. A no pocos con la pandemia se les irán los votos. Solo así se explica que las respuestas frente al desafío sean tan disímiles. Ellas, queramos o no, tienen que ver con razones políticas, o si se prefiere, con las estructuras y tradiciones políticas de diversas naciones. No obstante, más allá de las diferencias, los modos y formas de gobierno han debido ser alterados en casi todos los países.

Por doquier han surgido Estados de Emergencia, Estados de Excepción e incluso Estados de Sitio. Para muchos se trata de simples sinónimos. Es preciso, sin embargo, atender a las diferencias pues ellas serán de suma importancia cuando llegue el momento de configurar la política de la era pospandémica la que, tarde o temprano, deberá sobrevenir.

Definamos:

Estado de Emergencia: surge cuando son aplicadas medidas de excepción contempladas en la Constitución.

Estado de Excepción: surge de la necesidad de aplicar medidas que, si bien no son anti -constitucionales, son en primera línea pre- o extra- constitucionales.

Estado de Sitio significa, lisa y llanamente, suspensión del Estado Político por el Estado Militar.

La diferencia entre Estado de Emergencia y Estado de Excepción es muy importante. Ella fue claramente formulada por el jurista alemán Carl Schmitt en su polémica con las tesis del otro gran jurista de su tiempo: Hans Kelsen. Para Kelsen, el Estado de excepción derivaba de la aplicación de la norma constitucional. Para Schmitt, en cambio, la norma proviene (históricamente) de una decisión subyacente en el periodo pre-formativo del Estado. Schmitt en ese sentido estaba cerca de Thomas Hobbes de la misma manera que Kelsen lo estaba de John Locke.

De acuerdo a Kelsen, el Estado de Excepción devenía del Estado de Emergencia mientras que para Schmitt ocurre exactamente al revés: el Estado de Emergencia es un subsidiario del Estado de Excepción. Pero Schmitt fue más allá de su propia formulación: según su teoría política, de la capacidad de un gobierno para dictar la excepcionalidad del Estado dependía su soberanía. Un gobierno que no está en condiciones de dictar la excepcionalidad del Estado, no es soberano. “Soberano es quien dicta el Estado de Excepción”, fue su famoso dictado (Teología Política).

Cabe agregar que la palabra “soberano” según Schmitt, debe ser entendida en sus dos significados: el histórico que recuerda la existencia - real o ficticia - de un soberano (rey) y soberano en sentido hegemónico, vale decir, un poder que prima por sobre todos los demás poderes.

Para Schmitt el soberano republicano no solo es el gobernante, sino el ejecutivo cuando asume la representación de todo el Estado. En breve: cuando el gobernante se convierte en estadista. Para Kelsen en cambio el concepto de soberanía inter-estatal no existe. Según su opinión, el Estado como conjunto debe ser construido sobre la base de un equilibrio de poderes. Todo lo contrario según Schmitt, para quien el Estado supone la soberanía (hegemonía, supremacía) del Ejecutivo. Sintetizando podríamos decir entonces que mientras Kelsen era el teórico del Estado democrático, liberal y parlamentario, Schmitt fue (en cierto modo lo sigue siendo) el del estatismo autocrático. La discusión subsiste en nuestro tiempo y ha vuelto a reflejarse en los días del Coronavirus, cuando diferentes gobiernos se han visto en algunos casos obligados a poner en forma el Estado de Emergencia y en otros al Estado de Excepción, no faltando algunos que han recurrido a la suspensión del Estado Político a fin de sustituirlo definitivamente por el Estado de Sitio (dictadura militar).

En términos generales, la mayoría de los gobiernos occidentales ha dado curso al Estado de Emergencia y la mayoría de los gobiernos asiáticos al Estado de Excepción e incluso al Estado de Sitio, como es el caso del presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, quien ha ordenado disparar a matar a quienes transgreden la cuarentena.

En América Latina la tendencia es similar a la europea-occidental: gran parte de las medidas adoptadas por sus gobiernos han sido deducidas del cuerpo constitucional, es decir son de emergencia. Los gobiernos no-democráticos a su vez - es el caso de Cuba, Nicaragua y Venezuela - han adoptado medidas de emergencia en el marco de un Estado de Excepción que precede al estallido pandémico. Si estas medidas profundizarán y radicalizarán al Estado de Excepción en dirección hacia un Estado de Sitio, está por verse todavía. Con respecto a esta posibilidad hay un caso claramente definido: En El Salvador, su presidente Mayib Bukele, después de haber asaltado militarmente al Parlamento antes de la irrupción pandémica, gobierna a su país dictando decretos desde Twitter. Bukele es el pendant latinoamericano del asiático Duterte.

Una mención aparte merece el gobierno de EE UU. En términos generales prevalece en la nación norteamericana, gracias antes que nada a la prudencia de los gobiernos federales, un Estado de Emergencia deducido directamente de la Constitución. No obstante su presidente ha asumido un comportamiento más bien propio a un gobernante en Estado de Excepción. No solo ignora a la oposición sino a gobernadores de su propio partido. Amenaza a la entidad parlamentaria, aprovecha la ocasión para emitir prejuicios racistas en contra de China (no en contra de su gobierno), radicaliza su política anti-migración (de por sí muy baja en tiempos de contaminación) y desatiende las recomendaciones de los organismos de salud pública, incitando a romper barreras a favor de las grandes empresas económicas. En breve, en un país históricamente llamado a ejercer liderazgo en la lucha mundial en contra de la pandemia, Trump se comporta como un dictador encerrado en una jaula democrática.

De estas breves descripciones cabe deducir que más allá de las diferencias teóricas que separan al Estado de Emergencia con respecto al Estado de Excepción, hay una diferencia práctica que opera como línea divisoria entre los dos tipos de Estado. Esa diferencia es la siguiente: Mientras en el proceso que lleva a la toma de decisiones el Estado de Emergencia integra a la oposición, el Estado de Excepción la excluye. De ahí que, volvemos a insistir, el Estado de Excepción ha sido asumido en naciones en donde no priman normas democráticas, entre ellas, Rusia, Bielorusia, Turquía, la mayoría de los estados islámicos, los países sud-asiáticos y los tres países no democráticos de Sudamérica a los que se suma el derechista Bukerke (acerca de los Estados africanos, dada relativamente la baja virulencia que hasta ahora muestra el impacto pandémico, no disponemos de abundante información).

El Estado de Emergencia en cambio ha sido aplicado por gobiernos que adscriben a las normas de la democracia representativa. Una excepción en Europa es la de de Viktor Orban, mandatario que, utilizando la emergencia en Hungría, ha decidido clausurar al Parlamento y gobernar de acuerdo a las normas clásicas del Estado de Excepción.

Uno de los Estados de Emergencia mejor constituidos es el que se ha dado en Alemania bajo el gobierno de Angela Merkel. Para que ello fuera posible se requerían dotes políticas no frecuentes entre los profesionales políticos. Primero, Merkel fue una de las primeras en reconocer el peligro. Segundo, conversó el tema con los dirigentes de los principales partidos, logrando el apoyo tácito de los socialdemócratas, de la Linke y de los Verdes. Tercero: buscó el asesoramiento los mejores institutos de medicina y virología del país. Cuarto: detectó los pasos a seguir: dado que el virus no es detenible, se trataba de retardar su avance a fin de no recargar la atención hospitalaria. Quinto: habló a la ciudadanía sin ocultar la dimensión de la tragedia que se avecinaba.

Con toda razón, incluso en los EE UU de Trump, ha aparecido una suerte de – así la llamó el periódico Die Welt- merkelmanía. Pero, suele suceder, nadie es profeta en su tierra. No pasaría mucho tiempo para que Merkel comenzara a ser acosada desde diferentes flancos: primero desde una izquierda más “democratista” que democrática, una que ve en las medidas de emergencia una restricción a los derechos ciudadanos. A ellos se sumó de modo grotesco la extrema derecha nacional-populista. Justamente AfD, el partido que aboga por la restricción radical de las libertades ciudadanas, intenta perfilarse hoy como su defensor. El nacional-populismo es secundado por el partido más oportunista de la nación, FDP, los ayer liberales, quienes exigen la suspensión de las medidas de emergencia, justamente en los momentos en que la cifra de contagiados alcanza su nivel más alto. Y no por último, Merkel debe soportar la presión que proviene de diversos ministros-presidentes de los estados federados quienes, a diferencia del gobierno central, están vinculados a múltiples intereses locales, casi siempre económicos.

Los aflojamientos realizados con el desacuerdo de Merkel y del Robert Koch- Institut, pueden colocar a Alemania al nivel de tragedias como la italiana o la española. Si eso llega a suceder, quienes hoy protestan en contra del Estado de Emergencia serán los primeros que acusarán a Merkel de no haber tomado más medidas restrictivas.

Es muy difícil gobernar en democracia en tiempos de crisis. Los dictadores la tienen más fácil. Pueden incluso dar las cifras que les parezcan más convenientes.

Falta todavía mucho tiempo para que desaparezca el peligro pandémico. Las vallas erigidas en su contra, las mismas que separan a un Estado de Emergencia de un Estado de Excepción, pueden ser más frágiles de lo que se piensa. Y la cercanía del Estado de Excepción con un Estado de Sitio, será siempre un peligro latente.

Pocas veces la razón democrática ha sido sometida a un desafío tan grande como en estos aciagos días.

Referencias en español:

Schmitt, Carl Teología Política, Madrid, Trotta

Schmitt, Carl y Kelsen, Hans La polémica Schmitt/ Kelsen sobre la justicia constitucional, Madrid, Tecnos

Kelsen, Hans El Estado como integración, Madrid, Tecnos

27 de abril 2020

Polis

https://polisfmires.blogspot.com/2020/04/fernando-mires-la-pandemia-y-el...

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El Nacional

Editorial

El analista chino-estadounidense Gordon G. Chang, autor de varios importantes libros sobre China, publicó hace pocos días un útil resumen sobre las formas en que la irresponsabilidad e incompetencia de la Organización Mundial de la Salud han contribuido a la propagación internacional del covid-19.

En primer término, la OMS aceptó y diseminó la narrativa inicial del gobierno chino, según la cual el covid-19 no era transmisible de persona a persona. Ello a pesar de que ya el 31 de diciembre de 2019 el gobierno de Taiwán había advertido acerca de dicho problema y la amenaza que representaba. De hecho, también algunos profesionales honestos de la organización sospechaban lo mismo y lo advirtieron a sus jefes, pero sus opiniones fueron desechadas.

En segundo lugar, en sus declaraciones la OMS apoyó los intentos del gobierno de Xi Jinping, dirigidos a impedir las prohibiciones de viajes desde China a otras partes, una vez que empezó a regarse la noticia del nuevo y peligroso virus. Fueron precisamente esos viajes los que en buena medida difundieron el virus hacia el resto del mundo.

En tercer lugar, la OMS respaldó las estadísticas falsas publicadas por el gobierno chino, que minimizaban el número de casos de covid-19 y de muertes causadas por el virus. Según la doctora Deborah Birx, coordinadora del grupo asesor de la Casa Blanca sobre la pandemia, las informaciones recibidas de parte de la OMS hicieron creer durante un tiempo crucial a los decisores estadounidenses que el nuevo virus no sería probablemente peor que el SARS (virus epidémico 2002-2003), que afectó tan solo a casi 8.000 personas en 26 países. No fue sino hasta que el covid-19 atacó con fuerza en Italia y España que el gobierno de Estados Unidos concluyó que el régimen chino, con el apoyo de la OMS, había estado mintiendo.

En cuarto lugar, y de modo totalmente injustificable, la OMS retrasó hasta el 30 de enero la declaración de la epidemia de covid-19 como una “emergencia de salud pública de carácter internacional”.

Han sido muchas las denuncias realizadas contra la OMS en general, y varios de sus principales directivos en particular, por su negligencia, su desidia, y también su deliberada actitud de servidumbre hacia los designios y propósitos del Partido Comunista chino. De manera especial, se ha denunciado la sumisión del presidente de la Organización Mundial de la Salud a los deseos del gobierno en Pekín.

La OMS ha quedado ante el mundo como una organización burocratizada hasta los tuétanos, incapaz de cumplir con sus deberes fundamentales, politizada en extremo y sometida a los dogmas de la imperante corrección política, que entre otras cosas exige considerar a China como un poder inocente y benevolente.

Es de esperar que los estragos de la actual pandemia generen un cambio profundo en las relaciones entre el Occidente democrático y el régimen dictatorial chino. De igual modo, es razonable que Washington someta a una revisión la situación de la OMS, reconsidere y mantenga en suspenso su contribución financiera al organismo, e impulse un severo proceso de reformas de la organización, que tiene merecida una gran dosis de oprobio y desprestigio, así como una verdadera sacudida en sus propios cimientos.

https://www.elnacional.com/opinion/la-oms-merece-una-sacudida/

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