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Opinión

El totalitarismo Siglo XXI se ha logrado imponer por las armas y la corrupción, pero la oposición tiene una alícuota de responsabilidad por no alinearse en momentos requeridos. Hemos sido constantes defensores de la unidad y del liderazgo político, con sus más y sus menos. Sin embargo, aunque no somos dueño de la verdad, a veces es conveniente expresar algunos desacuerdos con la esperanza de que se produzcan rectificaciones, si es que son necesarias, o al menos que se aplique una dosis de prudencia a la hora de tomar decisiones. El desentono de la oposición, con algunas interrupciones que nos dieron esperanzas, no es nuevo. Tomemos como ejemplos un suceso del cual ayer se cumplieron diecisiete años, como fue el paro cívico, y la reciente destitución de Humberto Calderón Berti como embajador en Colombia.

El paro petrolero iniciado el 4-5 de abril del 2002 desencadenó un paro cívico al sumarse días después la CTV y Fedecámaras, con el desenlace de la renuncia de Chávez y su posterior regreso, consecuencia de errores de los protagonistas y también a la falta de sintonía de políticos de oposición. El paro cívico que arrancó tal día como ayer, hace diecisiete años, fue consecuencia del incumplimiento de la promesa de Hugo Chávez de rectificar su política económica y de no volver a violar la Constitución, ni perseguir a sus oponentes, lo cual ofreció cuando pidió perdón el 14 de abril de ese año. Este paro fue convocado por la CTV, Fedecámaras y la Coordinadora Democrática en la que estaban representados todos los partidos de oposición. Al mismo se sumaron los petroleros por decisión individual, sin ser convocados por las organizaciones Gente del Petróleo y Unapetrol, creadas en junio de ese año.

Gradualmente, la mayor parte del liderazgo político marcó distancia y tildaron el paro de petrolero. Lo que muchos olvidan o quieren olvidar es que ese paro cívico obligó al gobierno a firmar un acuerdo que contemplaba designar árbitro electoral confiable, desarme de la población civil, compromiso con la libertad de expresión, adhesión a la Carta Democrática Interamericana, no utilizar cuerpos de seguridad para reprimir arbitrariamente y en forma desproporcionada. Este Acuerdo fue suscrito por representantes del gobierno y de la oposición, por el Secretario General de la OEA, Centro Carter y PNUD. Desde luego el gobierno no cumplió y una oposición no sincronizada no protestó con firmeza, ni acudió a las instancias internacionales firmantes para reclamar el incumplimiento.

Diecisiete años después, cuando el régimen está en su momento más débil y cuando contamos con un joven valioso que ha despertado muchas esperanzas, nos cayó un balde de agua fría con la destitución torpe de Humberto Calderón Berti, quien era nuestro embajador en Colombia, designado por la Asamblea Nacional y por el presidente (e) Juan Guaidó. En su carta en respuesta a su destitución, Calderón Berti destaca que el presidente (e) Guaidó y su equipo se distanciaron de él desde que la auditoría ordenada detectó “manejo impropio de unos recursos”, por lo cual acatando las leyes colombianas, Calderón la pasó a la Fiscalía General de ese país.

Así mismo, Calderón señaló que la injerencia de la Asamblea Nacional y particularmente de dirigentes políticos en el manejo gerencial de la empresa Monómeros Colombo Venezolanos es inconveniente e impropia y ha sido una pésima señal. En su carta Calderón reconoce que en programa de televisión hizo una referencia “somera” al diálogo en Oslo, del cual “dudó sobre sus posibilidades y resultados reales”, punto sobre el cual se puede o no estar de acuerdo, pero que no correspondía juzgar a un embajador y que solo requería de un llamado de atención y no su destitución. Su señalamiento posterior de responsabilizar a Leopoldo López por los fracasos de la oposición, sea o no cierto, no venía al caso.

A raíz de estas declaraciones que Calderón tenía que dar para informar de su actuación y alertar al país sobre conductas inapropiadas, le han llovido aplausos, críticas y hasta calumnias. El presidente (e) Guaidó, a quien siempre hemos apoyado, cometió un grave error al destituir al embajador, quien venía cumpliendo una excelente ¿Fue una pifia del presidente (e)? ¿Tomó esa decisión presionado por otros actores políticos? En todo caso él es el responsable, pero seguimos confiando en su coincidencia con el sentir generalizado de rechazo a la corrupción y al clientelismo político. Los partidos políticos deben rectificar y tocar al mismo son. Se lo deben a los ciudadanos asesinados, torturados, encarcelados y exiliados. Unámonos alrededor de los principios y valores necesarios para construir una nueva Venezuela. El régimen es quien no investiga a sus corruptos, salvo cuando tienen luchas internas de poder.

Como (había) en botica:

Primero Justicia , Voluntad Popular y Un Nuevo Tiempo enviaron una buena señal al separar e investigar a varios diputados señalados de corrupción gracias a Armando.info.

El distinguido venezolano e incansable luchador Gustavo Coronel propone crear un Plan de Educación Ciudadana, es decir una fábrica de ciudadanos activos que prediquen y practiquen los principios y valores de la democracia.

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

eddiearamirez@hotmail.com

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María Ramírez Delgado

Podemos coincidir en que Andrés Bello fue uno de los hombres con mayor participación en la causa de la libertad mediante el proceso de Independencia y de consolidación de las nuevas repúblicas americanas. Bello, que nació en Caracas el 29 de noviembre de 1781 y murió en Santiago de Chile el 15 de octubre de 1865, a los 84 años. Vivió la época colonial, padeció y conoció la miseria en el exilio en Londres, los desastres de la guerra y enfrentó la obligación de edificar una república. Su vida es evidencia de que la lucha por la libertad suele implicar un poco más que sostener un fusil en un campo de batalla, pues la guerra, como toda violencia, dura un instante. Sin la independencia es imposible alcanzar la libertad, pero ese resultado es preciso construirlo para hacerlo perdurable. Coincidimos en la importancia de su legado, pero coincidir no significa comprender y por tanto no nos conduce a un hacer.

A Bello le preocupaba precisamente ese hacer de la libertad, ¿cómo actúan los pueblos con la libertad entre las manos?, ¿son capaces de manejarla? Sabía que la libertad puede conquistarse gracias a la desesperación, pero no puede practicarse desde esa desesperación, requiere de la propia certeza del concepto para ser conservada.

Pero, ¿cómo tener certeza sin saber de qué hablamos? Entendemos la libertad como la posibilidad de hacer nuestra voluntad, de actuar basados en nuestras decisiones, como la facultad de auto determinarnos. Los griegos y los romanos la entendían como la negación de la esclavitud, la condición de autosuficiencia que implica pertenecer y también participar de un Estado. Para Bello, fiel seguidor del pensamiento greco-latino, esta posibilidad de cumplir la propia voluntad se encontraba atada a una serie de elementos como la responsabilidad sobre las acciones y el atarse al cumplimiento de la ley.

La libertad sólo puede ser practicada desde los propios límites y desde el respeto a la libertad de otros. En un editorial en El Araucano (periódico bisemanal publicado en Santiago entre 1830 y 1877), Bello señaló: “¿Con qué título, con qué razón se queja el que ve arrebatada su propiedad, si él mismo ha tomado la libertad de arrebatar la propiedad de otros?”. Y es que, precisamente, en ese deseo de hacer nuestra voluntad terminamos alejándonos de los límites propios y abrazando los límites que podemos poner sobre otros, así, por la causa de la libertad, se someten pueblos a los designios de los gobernantes o se justifican crímenes y desastres, olvidando que la libertad debe provenir de cada uno.

Andrés Bello solía cuestionarse ante el problema de la adopción que las naciones americanas habían hecho del concepto de libertad. En la polémica que sostuvo con José Victorino Lastarria señala: “En nuestra revolución la libertad era un aliado extranjero que combatía bajo el estandarte de la Independencia, y que aun después de la victoria ha tenido que hacer no poco para consolidarse y arriesgarse”, y es que cuando alguien nos señala un concepto podemos aprenderlo, el asunto es que las naciones sólo aprenden desde el hacer, desde el fracaso. Adoptar un término evita que los individuos lleguen a su propio desarrollo, comprensión y aplicación de tal concepto. La libertad no sólo significa conquistarla sino valorar lo que ha significado este proceso y trazar la ruta para conservarla por encima de todo, repasando los posibles riesgos que se encuentran en el camino de construir una nación. Por eso la libertad está atada al tiempo y también a la naturaleza, en tanto que determina el crecimiento de la civilización, y señaló: En Bello desemboca su comprensión de la patria como una regla de conducta que establece el orden y afianza las relaciones entre los individuos.

La libertad, así entendida, es capaz de abarcar todas las formas de vida de una comunidad y de mejorarlas, pero aceptando que defender la propia libertad es defender también la de otros, permitirnos a nosotros y a los demás tomar las propias decisiones. Libertad de equivocarse, libertad de aprender.

Ser libres es comprender la unión de esa libertad con la responsabilidad de nuestros propios actos. Existe una relación intrínseca entre libertad y responsabilidad, si actuamos de forma impulsiva estamos sometidos a nuestros impulsos, el que actúa así lo hace desconociendo las consecuencias de sus acciones. Somos más libres tanto más entregados estamos a nuestro compromiso. Por eso no se puede ser libre y culpar a otros de lo que nos ocurre, así como tampoco es libre aquel que incansablemente busca controlar la libertad de los demás, puestos que es esclavo de su propio deseo.

Eso nos lleva a encontrar que la garantía de la libertad es la ley y la administración de la justicia. La ley como ejercicio de la razón protege de los errores del juicio humano y de la pasión, sostiene el derecho de todos a poseerla.

Vale el esfuerzo repasar estas consideraciones bellistas sobre la libertad ahora que tanto se lucha por ella, ahora que tanto la buscamos, para atender nuestra responsabilidad frente a ella, y volver sobre la máxima simple de Andrés Bello: “La libertad no puede existir sin el orden”. Coincidamos también con Bello en esto.

29 de noviembre

La Gran Aldea

https://lagranaldea.com/2019/11/29/el-concepto-de-libertad-en-andres-bello/

 4 min


La toma de poder por asalto, en cualquiera de sus variantes, parece estar cada vez más presente en las noticias. Golpes y contragolpes, reales o imaginarios, fácticos o tan solo denunciados, empiezan a tener una puntual frecuencia en el continente. Bolivia es el ejemplo más reciente y, de nuevo, nos ofrece una señal sobre el fracaso de la política en América Latina.

Finalmente, la polarización, que tan rentable fue en algunos momentos, ha terminado por destruir la credibilidad en la política y en los políticos. No importa la ideología o el color de su partido, su sentido del humor o su cursilería. Lo que está en crisis es su sentido mismo, su función. Los ciudadanos hemos comenzado a pensar que la política y los políticos ya no sirven para dirimir nuestras diferencias, para resolver los problemas fundamentales de la vida en común.

Ya la ecuación pavloviana, que ante cualquier suceso reacciona de manera instantánea culpando al “imperio norteamericano” o al “castrocomunismo”, se agotó, no logra dar cuenta de la compleja realidad que vivimos. El esquematismo que pretende explicar todo en términos de izquierda y derecha resulta todavía más frívolo en Bolivia, un país que —precisamente— ha construido gran parte de su propia historia sobre la lucha por reconocer, pronunciar y ejercer su propia heterogeneidad, su enorme diversidad.

Los problemas son más hondos y las narrativas simples comienzan a naufragar. Nuestras historias siguen a veces pareciendo inverosímiles pero, ahora, vamos dejando atrás el realismo mágico y avanzamos firmemente hacia el absurdo trágico. Tenemos presidentes que se autoproclaman, instituciones que se reconocen y se desconocen con sorprendente rapidez, autoridades sin autoridad y poderes simbólicos… Lo único que permanece intacto es la represión. Los ejércitos no se detienen, los asesinatos siempre son más.

Desde la interrupción en el recuento de los votos en las elecciones del 20 de octubre hasta el día de hoy, todo en Bolivia ha ido empeorando, enredándose. Los propios liderazgos, de los distintos sectores, han ido asfixiando la crisis, acabando con la política, simplificando el conflicto a los ámbitos de la emoción o de la violencia.

Evo Morales ha sido errático y contradictorio. Mantuvo un silencio cómplice durante las 24 horas que el sistema electoral suspendió inexplicablemente el proceso de conteo rápido de votos. Basado en un informe de la Organización de los Estados Americanos (OEA), Morales anunció una nueva convocatoria a elecciones. Pero más tarde acusó de fraude a la OEA y la denunció como parte de una conspiración internacional en su contra. Renunció a la presidencia para que hubiera paz en Bolivia. Pero dos días después, desde México, dijo que iba a regresar a La Paz para “pacificar” al país. En medio de esta marea, sin embargo, ha tenido un éxito importante: logró salir de un agujero, donde estaba condenado a explicar un fraude, y saltar al relato épico donde vuelve a ser un pobre indígena cocalero, víctima de una conspiración blanca y universal. Abandonó la política y se refugió en la telenovela.

Los distintos liderazgos de las diferentes oposiciones bolivianas también han actuado de manera caótica e incoherente. Destaca, por supuesto, Jeanine Áñez Chávez, quien en medio de una situación confusa, termina asumiendo la presidencia como si ella misma hubiera obtenido una victoria histórica en contra de sus adversarios. Renuncia a un papel de mediadora en el conflicto y pretende entonces apropiarse de un protagonismo heroico que no tiene ningún respaldo y que, encima, se sostiene sobre la legitimación de la represión. Por no mencionar a Luis Fernando Camacho, un dirigente con ambición de cristero, que propone arrasar con la pluralidad de la sociedad boliviana gritando: “¡Satanás, fuera de Bolivia!”. Otra vez: el fervor sustituye a la política.

Los excesos narrativos siempre enturbian el cuento. Que Luis Almagro, el secretario general de la OEA, se comporte a veces como un predicador religioso, no implica que los 36 técnicos de la OEA que auditaron el proceso electoral boliviano sean una secta ciega al servicio de los oscuros intereses de Estados Unidos. Así como tampoco que Daniel Ortega y Nicolás Maduro —ambos en el poder después de elecciones igualmente fraudulentas— cuestionen “el golpe” en Bolivia implica que el proceso haya sido transparente y esté apegado a las leyes. Hay que dejar de pensar y de vivir la historia en términos de las Cruzadas. El sábado 16 de noviembre, Juan Guaidó, líder de la oposición venezolana, culminó una manifestación popular convidando a los presentes a marchar hasta la embajada de Bolivia. Como si la confusa situación boliviana pudiera funcionar de alguna manera en el contexto de la exhausta batalla por la democracia en Venezuela. La invitación parecía, más bien, una acción desesperada por encontrar algún milagro para resucitar la esperanza.

Los terribles errores de la dirigencia de la oposición boliviana no mejoran a Evo Morales. Pero tampoco su intención de perpetuarse en el poder, el fraude electoral cometido y la manipulación posterior, mejoran a Áñez ni le dan un permiso para actuar como le dé la gana. Ninguno de los dos son los únicos actores. Ninguno de los dos son la representación exclusiva de modelos políticos y utopías excluyentes. Creer que todo lo que ocurre es consecuencia de una pugna entre la izquierda y la derecha supone pensar desde la narrativa y no desde la realidad.

Las protestas en Chile dicen otra cosa, hablan de una crisis que ha desbordado a los políticos y a sus paradigmas. El caso de Bolivia ahora también desnuda la tentación de explicar cualquier conflicto con la denuncia de una conspiración ideológica internacional. Para no ver y enfrentar lo que sucede, se va más allá, a un lugar distante, donde una fuerza oscura mueve los hilos de lo real. Los políticos se denuncian y se acusan mutuamente, se aferran al supuesto enfrentamiento antagónico entre dos modelos, mientras las poblaciones se enfrentan cada vez más solas a sus tragedias. Hace una semana, una delegada sindical en Venezuela, en una protesta por la salud pública, se vio obligada a aclarar: “No queremos tumbar a nadie, queremos que reabran el hospital”. Los golpeados de siempre ahora deben vivir advirtiendo que ellos no son golpistas.

La polarización se devuelve y juega en contra de sus protagonistas. Si no se desactiva esta dinámica, el horizonte seguirá bamboleándose entre el autoritarismo y las sociedades disfuncionales. La multiplicación de los golpes. Antes de que nos devore el caos, urge recuperar y reinventar a la política.

24 de noviembre de 2019

Alberto Barrera Tyszka es escritor venezolano. Su libro más reciente es la novela Mujeres que matan.

New York Times

https://www.nytimes.com/es/2019/11/24/espanol/opinion/golpe-bolivia-evo....

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Alexandra Borchardt

Según cuáles sean sus fuentes informativas, su visión de cómo está yendo el proceso de destitución del Presidente estadounidense Donald Trump puede ser muy distinta a la de sus amigos, familiares o vecinos. También puede usted pensar que cualquier versión que difiera de la suya es sencillamente falsa. Esta falta de consenso sobre los hechos básicos –que, en gran medida, es consecuencia de las redes sociales- conlleva serios riesgos, y no se está haciendo casi nada para abordarla.

En los últimos años, la necesidad de mejorar la “alfabetización mediática” se ha convertido en una de las exhortaciones favoritas de quienes buscan combatir la desinformación en la era digital, especialmente aquellos que prefieren hacerlo sin hacer más estrictas las normativas hacia los gigantes tecnológicos como Facebook y Google. La lógica tras ello señala que, si la gente tuviera los suficientes conocimientos de los medios, podría separar la paja del trigo y prevalecería el periodismo de calidad.

Hay algo de verdad en ese argumento. Tal como es peligroso conducir en un lugar del cual se desconoce las reglas del tráfico, navegar con seguridad en el nuevo ambiente de medios digitales -evitando no solo las “noticias falsas”, sino además amenazas como el acoso en línea, el porno no consensuado (“de venganza”) y los discursos de odio- requiere conocimiento y atención. En consecuencia, resulta crucial el que se emprendan iniciativas sólidas para mejorar la alfabetización mediática a nivel global. Los medios informativos libres, creíbles e independientes son uno de los pilares de toda verdadera democracia, esenciales para que los votantes tomen decisiones informadas y hagan que las autoridades electas rindan cuentas de sus actos. Considerando esto, la alfabetización mediática se debe impulsar dentro de una campaña más general para mejorar la alfabetización democrática.

Desde su invención en la Grecia antigua hace más de 2500 años, la democracia ha dependido de reglas e instituciones que logren un equilibrio entre participación y poder. Si el punto fuera simplemente hacer que todos hablaran, plataformas como Facebook y Twitter serían la máxima expresión de la democracia, y movimientos populares como la Primavera Árabe de 2011 habrían producido con naturalidad gobiernos plenamente funcionales.

En su lugar, el objetivo es crear un sistema de gobernanza en que los líderes electos aporten su experiencia y conocimientos a fin de beneficiar los intereses de la gente. El estado de derecho y la separación de poderes, garantizados por un sistema de controles y contrapesos, son vitales para el funcionamiento de un sistema así. En pocas palabras, la movilización significa poco sin un grado de institucionalización.

Y, sin embargo, hoy las instituciones públicas padecen la misma falta de confianza que los medios informativos. En cierta medida esto es merecido: muchos gobiernos no han satisfecho las necesidades de sus ciudadanos y la corrupción es rampante. Todo ello ha agravado en escepticismo hacia las instituciones democráticas: la gente suele preferir plataformas en línea más igualitarias, donde se pueda escuchar la voz de todos y cada uno.

El problema es que tales plataformas carecen de los controles y contrapesos que exige la toma informada de decisiones. Y, contrariamente a lo que algunos pioneros de la internet creían al principio, ellos no surgirán orgánicamente. Por el contrario, los modelos de negocios guiados por algoritmos de las compañías tecnológicas no hacen más que obviarlos, porque amplifican las voces según clics y “me gusta”, no según su valor o veracidad.

Los políticos populistas han aprovechado la falta de controles y contrapesos para obtener poder, que usan a menudo para beneficiar a sus partidarios, pasando por alto las necesidades de sus oponentes o de las minorías. Este tipo de régimen de las mayorías se parece mucho a la imposición de las mafias: los líderes populistas intentan suprimir legislaturas y tribunales para cumplir los deseos de sus votantes, a menudo moldeados por mentiras y propaganda. Un buen ejemplo es el reciente intento del Primer Ministro británico Boris Johnson de suspender el Parlamento para reducir su capacidad de evitar un Brexit sin acuerdo.

En una democracia, los ciudadanos deben poder confiar en sus gobernantes garantizarán sus derechos y protegerán sus intereses básicos, con independencia de por quién votaron. Deberían poder seguir con su día a día, confiados en que las autoridades públicas dedicarán su tiempo y energía a tomar decisiones informadas, y que el resto someta a controles y contrapesos a las que no lo sean. Los medios independientes creíbles apuntalan este proceso.

En el caso de Johnson, el poder judicial cumplió su deber de ser un contrapeso del poder ejecutivo. Sin embargo, con cada ataque a las instituciones democráticas se debilita su capacidad de rendición de cuentas, más gente se desilusiona y disminuye la legitimidad del sistema. Con el tiempo, esto reduce los incentivos a que las personas talentosas trabajen en ámbitos como el periodismo y la política, erosionando más aún su eficacia y legitimidad.

Para romper este círculo vicioso es necesaria la rápida expansión de la alfabetización mediática y democrática, abarcando temas como el modo en que funciona el sistema y quién lo rige y le da forma. Y, no obstante, como muestra un estudio de próxima publicación del Comité de Expertos sobre Periodismo de Calidad en la Era Digital (en el cual colaboré) del Consejo de Europa, la mayoría de los programas actuales de la alfabetización mediática se limitan a enseñar a los escolares a usar plataformas digitales y entender el contenido de las noticias. Muy pocos apuntan a personas mayores (que son quienes más los necesitan), explican quién controla los medios y la infraestructura digital, ni enseñan los mecanismos de una opción algorítmica.

En todo el mundo, las democracias están pasando por una prueba de esfuerzo. Para que la aprueben, es necesario reforzar sus bases institucionales. Y eso requiere, en primer lugar y antes que todo, entender cuáles son esas bases, por qué importan y quién intenta eliminarlas.

28 de noviembre 2019

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

Project Syndicate

https://www.project-syndicate.org/commentary/media-literacy-not-enough-t...

 4 min


El Realismo Mágico es una forma de escribir en la narrativa hispanoamericana, y lo da a conocer Arturo Uslar Pietri en el año 1931 con su novela Las Lanzas Coloradas. Luego, el mismo autor lo introduce en la cuentística venezolana, y su cuento, La Lluvia, es su primer exponente.

Otros escritores destacados en el Realismo Mágico han sido Juan Rulfo con Pedro Páramo, Laura Esquivel con Como Agua para Chocolate, Isabel Allende con La Casa de los Espíritus, Mario Vargas Llosa con La Ciudad y los Perros, Miguel Ángel Asturias con Hombres de Maíz, Julio Cortázar con Rayuela, Gabriel García Márquez con Cien Años de Soledad, y otros.

En el Realismo Mágico se incorporan aspectos mágicos a la realidad, allí la realidad coexiste con la fantasía, se presentan episodios insólitos con tanta naturalidad que parece que fueran reales.

Pues bien, el régimen venezolano, enmarcado en lo que han denominado socialismo del siglo XXI, es un ejemplo interminable del Realismo Mágico llevado a una manera de gobernar, caracterizado por la presentación de hechos insólitos con un estilo tal que pretenden hacer creer que son ciertos, que pertenecen a la realidad.

Comencemos con Hugo Chávez, quien desde su campaña en el año 1998 expresó asuntos más o menos como éstos:

-No tengo nexos con Fidel Castro ni nada que tenga que ver con socialismo o comunismo.

-Eliminaremos ese exceso de ministerios, vamos a acabar con una burocracia exagerada.

-Venderemos esa innecesaria flota de aviones de los organismos oficiales.

-Reivindicaremos y protegeremos a la población indígena venezolana.

-Construiremos una red ferroviaria que una todo el país.

-Utilizaremos el eje Orinoco-Apure como vía fluvial para impulsar el comercio, el turismo, la industria, en general, el desarrollo regional.

-Disfrutaremos de baños en las limpias aguas del río Guaire.

-Daremos un gran impulso a la producción agrícola e industrial.

-Respetaremos la propiedad privada.

-Resguardaremos celosamente la seguridad personal de los ciudadanos, así como la soberanía nacional.

Y así como estos pocos ejemplos, Chávez expresó cientos de aspectos insólitos, con tanta naturalidad, que logró hacerlos parecer reales para engañar a un alto porcentaje de la población venezolana.

Desde el año 2013, el sucesor de Hugo Chávez e impuesto por éste, Nicolás Maduro, parece haberle inyectado más fuerza al Realismo Mágico del régimen, con anuncios propios y de sus ministros, tales como:

-Venezuela, país potencia.

-Este año sembraremos más de un millón de hectáreas de maíz.

-Hemos superado a Brasil en la producción de soya.

-Pulverizaremos al dólar paralelo.

-Todos los problemas por malos servicios públicos, escasa alimentación, deficiente atención médica y otros que padece la población venezolana, se deben a la “guerra económica”, a las “sanciones impuestas por el imperio”.

-La Vicepresidenta de la República, acaba de manifestar estar impactada por la represión de las fuerzas del orden público en los recientes episodios de saqueos y destrucción, vividos por la población colombiana.

-Desde el año 2013, Maduro ha expresado en sus mensajes al pueblo, que él, personalmente, va a encargarse de solucionar los problemas de la economía, porque este año (al igual que cada año) será el de la gran recuperación económica de Venezuela. Acaba de sentenciar que el 2020 será el gran año.

Estos son algunos ejemplos de las fantasías del Realismo Mágico del régimen venezolano socialista del siglo XXI. Todas ellas, acompañadas por inmensas asignaciones presupuestarias, que en el mejor de los casos fueron parcialmente ejecutadas pero ninguna llegó a concretarse totalmente, sembrando al país de elefantes blancos, inútiles, a costa del empobrecimiento y endeudamiento de la nación.

Para los que aún creen en las fantasías del régimen tienen que ver las monstruosas estructuras de concreto, abandonadas, que se erigen a lo largo de la Autopista Regional del Centro y del ramal que se dirige hacia Puerto Cabello, de lo que debería ser un tramo importante de la red ferroviaria nacional. Para completar la fantasía del Realismo Mágico socialista, recientemente acondicionaron parte de una estación del tren cercana a la población de Guacara, y sobre los rieles colocaron un moderno tren que pareciera desplazarse hacia Maracay. Esto lo han complementado con un video que trasmiten por la televisora del estado, promocionando los viajes hacia Puerto Cabello por medio del ferrocarril de Venezuela. En lo personal, considero que esta fantasía debe ser galardonada con el Primer Premio al mejor episodio del Realismo Mágico socialista del siglo XXI, hecho en Venezuela.

Noviembre 2019

 3 min


Daniel Eskibel

La comunicación política entre dos personas es más efectiva cuando es presencial. Las prioridades en cuanto a canales de comunicación, ordenadas de mayor a menor eficacia, serían las siguientes:

Conversación presencial

Videollamadas

Conversación telefónica

Intercambio de mensajes

Ante un listado así te preguntarás por qué el canal de comunicación presencial es el más recomendable. Más aún: te preguntarás si todavía hoy sigue siendo importante la comunicación política entre dos personas.

¿Para qué comunicarnos de uno en uno si podemos comunicarnos con millones?

Es simple: en algunas ocasiones es imprescindible la comunicación política con una sola persona.

Una y solo una.

Piensa por ejemplo en los siguientes escenarios:

Dos dirigentes tienen que iniciar una negociación política o consolidar un acuerdo.

Una persona quiere persuadir a alguien que conoce para que adopte una determinada posición política o electoral.

Dos militantes desean superar algunas diferencias que les separan.

Un gobernante debe tratar un asunto delicado con alguien de su staff de gobierno.

Dos miembros de un equipo de campaña electoral deben coordinar acciones entre sus respectivas áreas de trabajo.

Un dirigente político va a ofrecerle a una persona un lugar en su partido, en su gobierno o en su campaña electoral.

Un candidato evalúa la contratación de un consultor político, de un asesor o de un publicista.

En todos estos escenarios la conversación debe ser de persona a persona. Al igual que en otra multiplicidad de situaciones que exigen esa misma comunicación personalizada.

Para que esa comunicación personalizada logre sus objetivos tienes que considerar muy seriamente cual será el canal de comunicación política que vas a utilizar.

Canales para la comunicación personalizada

En una comunicación uno a uno hay dos personas emitiendo y recibiendo mensajes. Pero además hay un canal a través del cual los mensajes circulan entre ambos.

Cada canal tiene sus características propias y esas características influyen sobre la calidad de la comunicación que se pone en juego.

En la conversación presencial las dos personas que se comunican están presentes en el mismo lugar de forma física y simultánea. Los mensajes van y vienen entre ellos a través del aire, del espacio físico que los separa y los conecta.

En este caso la comunicación es muy completa y ambas personas disponen de una gran riqueza de información. Ambas se comunican con la palabra hablada, con el silencio, con el volumen de la voz, con las inflexiones de la voz, con la mirada, con la sonrisa, con los pequeños gestos faciales, con los movimientos de las manos, con la postura corporal, con el desplazamiento del cuerpo en el espacio compartido, con el tacto en los momentos de roce o conexión corporal, y hasta con los aromas que se puedan percibir.

Además es un canal cálido de comunicación en la medida que ambos inevitablemente expresan emociones y pueden también conectarse con las emociones propias que el otro provoca.

En cambio cuando nos comunicamos a través de videollamadas siguen siendo potentes las vías visuales y auditivas de circulación de los mensajes pero se pierde una parte de la información y en alguna medida se enfría la comunicación.

De hecho la pantalla como canal de comunicación tiene un impacto que es importante pero que es menor al de la conexión presencial misma.

La comunicación telefónica, por otra parte, conserva muchas de las inflexiones de la voz pero pierde toda la información visual. De esa manera resulta en una comunicación más pobre que la de la videollamada.

Finalmente tenemos el intercambio de mensajes, ya sea de vídeo, audio o texto. Este intercambio se aleja extraordinariamente del diálogo y de la conversación natural. Es un intercambio que produce un efecto de fragmentación que resulta algo más artificial: primero produzco mi mensaje, luego lo envío, hago una pausa más o menos larga, después recibo la respuesta, vuelvo a producir otro mensaje y así sucesivamente.

Más allá de la velocidad con la cual se haga, de todos modos este intercambio de mensajes tiene un volumen de información mucho menor. Aquí un factor decisivo es que en realidad no tenemos un retorno auténtico acerca de la repercusión de nuestro mensaje en el otro. Y además la comunicación se hace entrecortada y en muchas ocasiones con mensajes demasiado calculados racionalmente, mensajes que muchas veces se revisan y se corrigen antes de enviarse. Mensajes, además, desprovistos de contexto.

Todos los canales pueden ser adecuados. Todo depende de la situación, de las características de quienes se comunican y de lo que quieren o no quieren comunicar.

Pero no todos funcionan igual para una comunicación política efectiva como la que estamos analizando. Y siempre es necesario tener claro el orden de prioridad que les damos a cada uno de ellos.

Orden de prioridad de los canales

Como señalé al principio de este artículo, te recomiendo que tengas claras las prioridades cuando se trata de comunicaciones importantes. Te reitero el orden que recomiendo, comenzando por el canal más efectivo y continuando luego en orden descendente:

Conversación presencial. Tú y tu interlocutor compartiendo un mismo espacio al mismo tiempo. No existe nada tan contundente y tan efectivo y tan completo como un diálogo presencial.

Videollamada. No importa a estos efectos cual sea la herramienta elegida (Skype, Zoom, WhatsApp, FaceTime, Signal…). Lo que importa es la integración entre lo auditivo y lo visual.

Llamada telefónica. Puede ser a través de un teléfono de línea, de un móvil, de WhatsApp, Telegram, Signal o cualquier otra. Si no tienes la oportunidad de recurrir a ninguno de los dos canales anteriores, pues por lo menos puedes recurrir a los matices de la voz en una conversación que también puede alcanzar cierta naturalidad.

Finalmente, si no tienes otra opción, puedes recurrir al intercambio de mensajes. Es la opción más pobre, menos rica en información y con mayores posibilidades para equívocos, falsedades y malas interpretaciones. Pero sigue siendo una opción, claro. Además es veloz y suele tener poco compromiso emocional.

Claro que no todo tienes que hacerlo a través del mismo canal. Pero es bueno saber que tienes opciones. Que cada una de esas opciones tiene características diferenciales. Y que la elección de un canal o de otro está en tus manos en cada momento.

Pero nunca olvides el valor de lo presencial.

Piensa en una clase

Eso, una clase. Ahí tienes un ejemplo fácil de comprender. Que ya no tiene que ver con la comunicación política de uno en uno. Pero que atiende al mismo principio.

Las clases online son estupendas.

Es una maravilla acceder a los contenidos en vídeo, audio y texto. Y lo puedes hacer desde la comodidad de tu casa. Sin viajar. Con tus propios horarios. Repasando cada material cuantas veces sea necesario.

Pero nada sustituye la magia de la clase presencial.

Cuando el tema te interesa y el profesor es bueno, claro está.

Porque si estás dentro del mismo salón de clase con el profesor vas a recibir un caudal de información mucho más completo y potente. Un caudal pleno de contenidos pero además cargado de contexto, de apuntes laterales, de clima emocional, de información que simultáneamente viaja por canales diferentes. Y tendrás unas posibilidades de interacción mucho más directas y mucho más humanas.

Sí.

Lo adivinaste desde un principio.

Por estas mismas razones es que nuestro curso de Experto en Psicología Política tiene, además de la modalidad a distancia, una modalidad presencial.

Para que estés allí. Dentro del salón. En esa especial comunión que es el aprendizaje.

Porque no te olvides que todos estamos aprendiendo. Siempre. En todos los terrenos. Y también estamos aprendiendo a comunicarnos mejor en el ámbito de la política.

Comunicación política de uno en uno

Te sugiero que pongas en práctica mi sugerencia. Cuando tengas que realizar una comunicación política importante con una persona, piénsalo bien.

Piensa más allá del contenido de esa comunicación. Piensa en el canal que vas a elegir para la ida y la venida de los mensajes.

No desprecies ningún canal.

Pero si puedes, elige el canal presencial.

Maquiavelo&Freud

https://maquiaveloyfreud.com/canal-comunicacion-politica-entre-dos-personas

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La oposición venezolana al régimen de Maduro, constituida por la abrumadora mayoría de los venezolanos, incluyendo a los que aún se identifican como chavistas, está siendo pretendidamente representada por una jauría de voceros que, sin ninguna duda, casi siempre hablan como individualidades y en el mejor de los casos, por unos pocos más.

Esta aseveración no es gratuita. Las encuestas, sin importar quien las haga o quien las pague, demuestran reiteradamente que solo muy pequeñas porciones del espectro opositor se ven reflejados en los partidos o en sus líderes, con el agravante de que estas porciones se adversan encarnizadamente, solo coincidiendo en sus aspiraciones en cuanto a reemplazar a Maduro y para lo cual cada singularidad se considera la “apropiada”.

Desde hace años venimos acompañando un clamor generalizado a favor de una unidad que nos permita un cambio político que facilite el comienzo de la recuperación de nuestro país, sin que el mismo haya tenido otra respuesta que forzadas expresiones públicas que no engañan a nadie y que ahora son abiertamente reconocidas como tales por los países que, afectados por el problema venezolano, tratan infructuosamente de ayudar al logro de acuerdos mínimos que nos permitan (y les permitan) salir de la crisis.

A estas alturas, seguir pidiéndoles a los de siempre que cambien de actitud se ha demostrado impráctico, por lo que no queda otra que reconocer y adelantar como indispensable, la sustitución de las actuales dispersas y contradictorias vocerías partidistas por un equipo comunicacional coherente, independiente de militancias, diverso ideológicamente pero totalmente comprometido con la construcción de una Venezuela distinta.

El Plan País, utilizado por algunos como otro de los tantos esfuerzos anteriores, para distraer y trasmitir una imagen de consulta y unidad ficticia, se ha ido convirtiendo en la práctica, y para el gran público, en el instrumento que puede sustentar la gestión de la etapa de transición política indispensable, la cual también y a pesar de su incuestionable necesidad, viene siendo torpedeada por intereses inmediatistas.

Constituir el equipo no es difícil ya que de hecho constantemente se escuchan voces que, sin pretenderse ajenas a corrientes universales del pensamiento, argumentan políticamente a favor de un gobierno de transición que acometa lo que es impostergable y plante las bases para la recuperación de la quebrada sociedad venezolana, que si bien diversa, comparte el deseo de un futuro mejor para todos, en libertad y lejos de los discursos “encendidos” que hoy nos asolan.

Ojalá que lo que esbozamos y que estamos seguros es compartido por la OPOSICIÖN pudiese tener la acogida política indispensable y que en unos pocos días los intereses del cambio sean representados por un grupo equilibrado, tanto en lo técnico como en lo conceptual, de manera que el esfuerzo que se viene haciendo desde hace ya mucho tiempo pueda empezar a concretarse.

Si la civilidad no logra imponerse, tengamos la seguridad de que el cambio de régimen se va a dar de todas maneras, aunque el mismo se parecerá mucho menos al ideal dado a que vendrá con botas y no por votos.

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