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Opinión

Laureano Márquez

En España, de cada diez cabezas,

nueve embisten y una piensa”

Antonio Machado

(poeta español)

Realmente España es un país de difícil comprensión, incluso para nosotros los hispanoamericanos. Sánchez es el presidente de un gobierno denominado “en funciones”, porque no ha podido, desde que sacaron a su antecesor, ser presidente con todas las de la ley (aunque algunos prefieren llamarlo “en defunciones”, por aquello de que, de momento, su único logro ha sido desenterrar a Franco). Negado rotundamente (“no es no”) en los meses precedentes a formar gobierno con el partido de Pablo Iglesias, tras múltiples negociaciones sin acuerdo, convocó a unas nuevas elecciones, para ver si, en una de esas, no necesitaba el apoyo de nadie.

Resulta que en las elecciones que acaban de hacer, a pesar de que tanto el partido Socialista como Unidas Podemos, redujeron su votación, lograron en menos de 48 horas el acuerdo –que en meses no habían alcanzado– para formar gobierno y con Iglesias –nada menos– que de vicepresidente.

Para Venezuela esto es una mala noticia. Pablo Iglesias apuntala incondicionalmente todas las dictaduras Iberoamericanas, apoyó y asesoró el chavismo en nuestro país y –a su vez– fue financiado por él para torcer el rumbo de España (otro logro post mortem del comandante eterno). Suponemos que la política de España hacia Venezuela cambiará para pasar de la alcahuetería actual, al abierto respaldo.

De hecho, no es casual que el primer mensaje haya sido para nosotros la tocata y fuga del Pollo Carvajal, cuya extradición solicitaba los Estados Unidos. Parece que todos en la madre patria se asombraron de que Carvajal supiese de la sentencia de la Audiencia Nacional, encargada de tramitar su extradición, antes que nadie. Risible asombro, a los venezolanos ya nada nos sorprende, menos de alguien de la calaña del personaje, portador de pasaportes falsos, especialista en contrainteligencia militar (que en nuestros países quiere decir brutalidad contra civiles) y en todo tipo de ilegalidades. Curiosamente, en vísperas de tan trascendente decisión, el gallinero de Carvajal en Madrid, permanecía sin vigilancia y ahora que se ha fugado han puesto un riguroso control policial en su casa, (je,je,je) será para evitar que regrese, dice uno.

Eso de que nadie aprende en cabeza ajena es una gran verdad. Los españoles consiguieron luego de la muerte de Franco, un gran acuerdo para la construcción de una de las naciones de mayor avance, progreso y bienestar del mundo, orgullosa de su diversidad cultural. En estos tiempos todos los bandos políticos, aunque a veces incluso lo ignoren, se han puesto de acuerdo para destruirla.

Sánchez necesita, además de el de Iglesias, el apoyo de los separatistas. Algo muy propio de la contradicción del alma española: “para formar un gobierno en España, se requiere del apoyo de los que no creen en ella”. Si yo fuese independentista catalán consideraría que no hay mejor momento que este para mis (des)propósitos.

La diáspora venezolana no sale de un susto, en Argentina vuelven la Kirchner, Chile se desestabiliza, en Perú y Ecuador nuestra presencia no es del todo grata, México asusta, Trump pone restricciones a los asilos, que supone uno España comenzará a negar. Para un venezolano, emigrar se está convirtiendo en casi lo mismo que “cambiar de camarote en el Titanic”. No está fácil, nos va quedando Islandia, Groenlandia y los países escandinavos. Ese cuento de que “España no es Venezuela” con el cual los españoles evalúan lo que les sucede, no consuela a ningún venezolano. Nosotros, que dijimos al comienzo de esta pesadilla nuestra con mucha seguridad y no poca vanagloria: “Venezuela no es Cuba”, mira ya por dónde vamos.

Es curioso comparando a España y América podríamos decir que tanto la pobreza como la abundancia extrema, producen monstruosidades políticas. En América se es de izquierda por estar mal y en España por estar bien.

Devolver la política al terreno del pensamiento visionario y lúcido, sustentado en ideas y principios, para arrebatárselo a la embestida oportunista del populismo demagógico, parece ser la tarea más urgente de la democracia actual para evitar que ésta se convierta –nuevamente– en Caballo de Troya de peligrosos totalitarismos.

https://talcualdigital.com/index.php/2019/11/15/la-embestidura-de-sanche...

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La narcodictadura hace todo lo posible por dividir a los demócratas y por venderles la idea de que no dejarán el poder y, lógicamente, por intentar sembrar el desánimo. Ese es el trabajo que realiza un régimen sin escrúpulos. Lo que debemos contrarrestar es cierta tendencia de algunos opositores a comprar el discurso oficial o a ilusionarse con posibles opciones utópicas divulgadas por gente nuestra que no evalúan las debilidades y fortalezas del régimen y las propias. Aunque no sea fácil, hay que intentar conocer las causas de las cosas que suceden.

Un ejemplo son las opiniones emitidas en relación a las marchas del pasado día 16, las cuales no se relaciona con los hechos. Pretender que hoy se produzcan marchas en Caracas de alrededor de un millón de participantes como en el pasado no es realista por varias razones:

1- En el 2003 al 2006 las protestas eran casi exclusivamente en Caracas. Varios años después se produjeron protestas valientes en San Cristóbal y Mérida, aplastadas violentamente por la Guardia Nacional, policía y paramilitares rojos.

2- En la provincia los ciudadanos se sienten más amenazados por los esbirros debido a que quienes protestan son fácilmente identificados y perseguidos. Por ello, muchos se desplazaban a Caracas para apoyar las marchas en la capital. Hoy, por estar más resteados y quizá también por las limitaciones de transporte, protestan en sus respectivos Estados.

3-. Unos cuatro millones y medio de venezolanos han tenido que emigrar, sea por persecución política o en búsqueda de comida, medicinas, seguridad personal o de trabajo. Evidentemente, todos contrarios al régimen.

4- Se puede argumentar que, a pesar de lo anteriormente mencionado, las protestas podrían ser más masivas y contundentes, lo cual es cierto. Al respecto habría que evaluar en cuánto influye la prédica de algunos líderes de oposición y tuiteros, generalmente bien intencionados, que pretenden echarle la culpa al presidente(e) Guaidó por no concretar “el fin de la usurpación”, y que, además alegan que los intentos de negociar desestimulan las protestas. Cabe recordar que Ho Chi Minh y sus soldados siguieron combatiendo a pesar de que sus delegados negociaban en París. Algunos no entienden, o no quieren entender, que Maduro se mantiene por contar con el apoyo del TSJ y de la Fuerza Armada. No recordamos ningún caso en que una dictadura haya caído sin la intervención activa o pasiva de los verde oliva. Por otra parte, recordemos que ningún país está dispuesto a enviar a sus soldados para resolver nuestro problema, aunque están conscientes de que también los afecta directa o indirectamente, en mayor o menor grado.

5- Aunque todo lo mencionado es válido, hay que tener claro que los protestas, aún cuando son de magnitud importante y son constantes, no son de mayor tamaño por la represión del régimen. Según el valiente y activo Foro Penal Venezolano, desde el 2002 a la fecha han sido asesinados 273 ciudadanos por manifestar, varios de ellos estando en las ergástulas del narcorégimen; en los últimos cinco años han sido arrestados 15.180 ciudadanos por el solo hecho de protestar, hay 399 presos políticos, de los cuales 20 son damas y 109 militares, y desde el año 2014 hay 8.950 venezolanos sujetos a medidas cautelares, los cuales no pueden protestar ya que volverían a ser encerrados. El 16N hubo 28 detenidos y en Caracas el Metro cerró varias estaciones para dificultar movilización.

6- Muchas han sido las denuncias de torturas, incluyendo violaciones, por parte de los diferentes cuerpos de seguridad del Estado. Es lógico que ello despierte temor a manifestar. También el temor a perder el empleo por parte de trabajadores del sector público.

A pesar de todos estos factores, la sociedad venezolana sigue indoblegable. Por contar con una minúscula minoría, Maduro no se atreve a realizar elecciones transparentes. Sin embargo, hay la posibilidad, aunque sea remota, de que se vea obligado a realizarlas. Por ello debemos prepararnos y no descalificar el esfuerzo que realiza la Asamblea Nacional de designar el comité de selección de candidatos al Consejo Nacional Electoral. A los más escépticos, que sin duda tienen razones para serlo, solo sugerimos que den el beneficio de la duda y que acepten el presidente(e) Guaidó hace lo mejor que puede con los pocos medios de que dispone. No cometamos el crimen de “matar a un ruiseñor”.

No es fácil ser el hombre feliz capaz de “conocer las causas de las cosas”, como diría Virgilio, pero sí podemos ser más mesurados al emitir opiniones. A Maduro se le puede aplicar lo que dijo Cicerón de Catilina: “Desde hace años no hay fechoría ni infamia alguna que no venga asociada a tu nombre. Cometiste con total impunidad la sangría de muchos ciudadanos, la humillación y el robo a sus amigos. No sólo tuviste fuerza para despreciar las leyes y la justicia, sino también para quebrantarlas y abatirlas”.

El ponderado Oswaldo Álvarez Paz escribió que estaba satisfecho con la movilización del 16 N. Quien esto escribe también.

Como (había) en botica:

Maduro se arrodilló ante el dólar y Pedro Sánchez ante el Coleta.

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

eddiearamirez@hotmail.com

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La Asamblea Nacional (AN) instaló la semana pasada la Comisión Preliminar para la integración del Comité de Postulaciones Electorales. Está conformada por siete diputados opositores y cuatro del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), y la coordina el diputado Ángel Medina (Primero Justicia).

De esta manera, el Parlamento abrió la vía para la relegitimación del Consejo Nacional Electoral (CNE) y la posterior realización de elecciones libres, necesarias ante la crisis institucional que vive el país.

Acceso a la Justicia recuerda que son cuatro los pasos para la selección y designación de los rectores del Poder Electoral:

1. Nombramiento del Comité de Postulaciones Electorales (artículos 19 a 23 de la Ley Orgánica del Poder Electoral, LOPE).

Este comité está compuesto por veintiún miembros y tiene como función preseleccionar a los candidatos para el cargo de rector del Consejo Nacional Electoral (CNE).

Para el nombramiento del Comité de Postulaciones, las 2/3 de la AN deben aprobar la designación de once parlamentarios que conformarán la Comisión Preliminar, a la cual le corresponde evaluar a los candidatos postulados por la sociedad civil para integrar, junto a los once diputados, el referido comité.

Luego de que la Comisión Preliminar evalúe a los candidatos postulados por la sociedad civil, debe presentar una lista de preseleccionados a la plenaria del Poder Legislativo, que por el voto de sus 2/3 partes elige a los diez miembros restantes.

Desde Acceso a la Justicia se advierte que la Constitución no establece que los diputados de la AN formen parte del Comité de Postulaciones Electorales, únicamente la sociedad civil (artículos 294 y 295 de la Constitución). Tampoco prevé la creación de un órgano previo como la Comisión Preliminar.

Así, el proceso de selección de los miembros del Comité de Postulaciones Electorales de acuerdo a la LOPE conlleva un gran riesgo de politización del órgano electoral, lo cual es inconveniente porque la Constitución persigue que el CNE esté compuesto por personas independientes y con conocimiento técnico.

2. Recepción de candidatos para rectores del CNE (artículos 24 y 25 de la LOPE).

El Comité de Postulaciones Electorales debe publicar dentro de los seis días siguientes a su instalación su reglamento de funcionamiento, así como la metodología para evaluar las credenciales de los candidatos a rectores.

Igualmente debe publicar en Gaceta Oficial y en diarios de circulación nacional la convocatoria para la postulación de candidatos al órgano rector del Poder Electoral. El lapso de postulación es de catorce días continuos, contados a partir de la fecha de la última publicación en prensa.

Cada Consejo de Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de las universidades nacionales del país a través del rector o rectora puede postular por lo menos tres aspirantes; el Poder Ciudadano, con el voto unánime del Consejo Moral Republicano (integrado por el defensor del pueblo, el fiscal general y el contralor general de la República), puede presentar por lo menos nueve aspirantes; y cada organización de la sociedad vigente y activa puede enviar una lista de hasta tres candidatos.

3. Evaluación de los candidatos a rectores del CNE (artículos 26 a 29 de la LOPE).

Una vez concluido el lapso de catorce días para postular los candidatos a rectores, el Comité de Postulaciones dentro de los siguientes veinte días continuos debe evaluar a los aspirantes y realizar una lista de los elegibles de cada sector para presentarla a la AN. En esa lista deben aparecer, al menos, veintisiete aspirantes de la sociedad civil, nueve de las universidades nacionales y nueve del Poder Ciudadano.

La LOPE prevé un lapso de seis días para presentar objeciones a la lista publicada por el comité. Los postulados objetados recibirán copia de los argumentos en su contra y podrán consignar descargos en contra de las objeciones en un período de seis días.

En los dos días siguientes, el Comité de Postulaciones Electorales conformará un expediente por cada postulado y lo enviará, junto a la lista de seleccionados, a la AN.

Cumplidos cada uno de estos pasos, el Comité de Postulaciones Electorales cesará sus funciones.

4. Designación de los rectores del CNE (artículo 30 de la LOPE).

Una vez que la secretaría de la AN reciba la lista de candidatos, el Parlamento dentro de un lapso de diez días continuos deberá nombrar, mediante los votos de sus 2/3 partes, a los rectores principales y suplentes del CNE.

Acceso a la Justicia destaca que la Constitución en su artículo 296 establece que la AN debe designar a un rector, cuya candidatura provenga de las facultades de Ciencias Jurídicas y Políticas de las universidades nacionales del país; otro del Poder Ciudadano, y tres de la sociedad civil. Esta norma garantiza que el CNE sea un órgano técnico e imparcial.

Sin embargo, desde hace dieciséis años la Constitución y la LOPE son violadas de manera sistemática, ya que el Tribunal Supremo de Justicia, usurpando funciones del Poder Legislativo, ha designado a los rectores del CNE en cuatro ocasiones: 2003, 2005, 2014 y 2016.

La AN solo ha ejercido esta atribución cuando no ha tenido oposición en su seno, específicamente en 2006 y 2009, y tampoco este órgano ha cumplido en estas dos oportunidades las normas en la materia para garantizar la imparcialidad del CNE.

¿Y a ti venezolano, cómo te afecta?

El proceso iniciado para la designación de un nuevo CNE conforme a la LOPE, aunque es importante y abre una rendija para procesos comiciales más transparentes y libres, no es la única condición para el cambio. Los rectores que sean seleccionados de acuerdo a la Carta Magna deben velar por el cumplimiento de los derechos políticos de los venezolanos, y para ello han de actuar con imparcialidad y sin favorecer a ninguna tendencia.

Para garantizar la confianza de la población en los próximos procesos electorales así como en sus resultados, el Parlamento debe establecer reglas transparentes en la escogencia de candidatos a rectores e informar cada paso de manera clara.

Enlace a la nota: https://www.accesoalajusticia.org/relegitimacion-consejo-nacional-electo...

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Javier de Lucas

El filósofo Erich Fromm explicó la desobediencia como derecho original, al vincularla a ese gran motor de la humanidad que es el ansia de libertad, aunque frenado por otra pulsión constante, el miedo a la libertad. Fromm condensó esa dialéctica en una afirmación que ha sido mil veces repetida: “La historia de la humanidad comenzó con un acto de desobediencia y es probable que acabe con un acto de obediencia”. Cuando Prometeo, Eva y Adán entonan de diferentes formas su “no serviré”, aunque sea a riesgo del implacable castigo divino —a la imagen del primer rebelde, el ángel caído que glosó el poeta John Milton en su Paraíso perdido—, proclaman su autonomía, se afirman como algo más que creaciones o juguetes de dioses más o menos crueles o benéficos. Lo señaló el escritor francoargelino Albert Camus: el rebelde es la expresión misma de la lucha del ser humano por afirmarse frente a la contradicción de sentirse y saberse esclavizado por las reglas de un mundo que le es ajeno y contra el que se rebela. Por eso el historiador Howard Zinn, uno de los más conocidos divulgadores de la desobediencia civil (en adelante, DC), sostuvo en el contexto de la protesta contra la guerra en Vietnam que toda la discusión está planteada al revés: “Nos dicen que el problema es la desobediencia civil, cuando en realidad el problema es la obediencia civil”.

Fromm señala también que en esa tensión constitutiva, frente a la aparente certeza y confort que nos ofrece actuar obedientemente dentro del rebaño, en realidad la obediencia mecánica —perinde ac cadaver (al modo de un cadáver), como reza la máxima de los ignacianos— es la amenaza de nuestra destrucción. Nadie lo explicó mejor que Kubrick en su extraordinario filme ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964), una crítica avant la lettre de la doctrina de la disuasión nuclear, la Mutua Destrucción Asegurada (MAD) que aceleró la carrera armamentística y contra la que se alzó un importante movimiento pacifista, uno de los ejemplos de la mejor desobediencia civil, como veremos.

En suma, la relación dialéctica entre obediencia y desobediencia nos constituye como humanos y eso muestra hasta qué punto, como ha señalado con su inteligencia habitual la filósofa Alicia García Ruiz, la cuestión de los límites de la obediencia es capital. Porque la obediencia es un ejemplo mayor de concepto límite.

Pero vayamos a la discusión específica sobre la desobediencia civil.

La lucha por la mejora del Derecho y la democracia

El filósofo estadounidense Hugo Adam Bedau, adelantándose a las tesis que propuso la filósofa Hannah ­Arendt en The New Yorker en 1970 (un ensayo recogido luego en su libro Crisis de la República), publicó en 1961 un libro en el que ofrece una definición de DC que, con algunas variantes, aceptan los principales teóricos de este concepto, de Bertrand Russell a Ronald Dworkin o John Rawls, pasando por Jürgen Habermas: la DC, frente a otras formas de resistencia o infracción del Derecho en aras de mayor justicia, consistiría en una infracción pública y no violenta de un mandato legal (ley, sentencia, actuaciones administrativas propias de políticas públicas, etcétera) con el objetivo de conseguir que ese mandato sea anulado, alegando que no se ajusta al marco jurídico común del que emana la legitimidad legal del mandato impugnado. La DC es civil porque es pacífica, pública y se apoya en los principios del sistema jurídico político. Mediante la DC se quiere llamar la atención de la mayoría (la opinión pública y sus representantes institucionales) para que rectifique una decisión que cuenta a priori con la presunción de legitimidad democrática porque ha sido adoptada legalmente, pero cuya legitimidad dentro del sistema jurídico político se impugna, alegando precisamente su incompatibilidad con los principios de esa legitimidad.

Lo característico de la DC, a diferencia, por ejemplo, de la objeción de conciencia, es que no busca la exención individual de un deber, sino que tiene un alcance colectivo, genuinamente político. Otra peculiaridad frente a la objeción de conciencia es que la DC puede ser directa, esto es, del mandato impugnado, pero la mayor parte de las veces es indirecta: se viola otra norma legal, como el código de circulación, o las que rigen el acceso a edificios públicos, como hace en estos días la actriz Jane Fonda ante el Capitolio reclamando acciones contra la emergencia climática. Finalmente, y eso resulta polémico, la mayor parte de los teóricos de la DC exigen como prueba del carácter civil no sólo la no violencia y la remisión a los principios del ordenamiento jurídico-político, sino también la disposición a aceptar el castigo que se impone a la infracción de la norma (el ejemplo de Fonda, detenida varias veces por sus protestas). El desobediente civil no es un delincuente, no trata de burlar la acción de la ley, sino que acepta el sistema legal que quiere mejorar con su infracción y por eso no trata de escapar a la sanción. Precisamente la dimensión política de la DC explica también el abanico de causas que se sirven de ella en esta lucha por mejorar la democracia y el Derecho. Es lo que sabe captar la mencionada García Ruiz cuando, inspirándose en Arendt, propone que la DC debe ser entendida como “potencial de renovación institucional, expresión de la capacidad común de asociación desde el disentimiento que es constitutiva de una comunidad política libre”, y por eso concluye que, frente a la DC, “la respuesta gubernamental… no puede quedar confinada sólo al plano jurídico. Ha de ser resueltamente política”.

Lo anterior es importante a la hora de elucidar si la DC es un derecho. Mi tesis es claramente negativa. El Derecho no puede renunciar a exigir obediencia: dejaría de ser Derecho y pasaría a una recomendación. No cabe reconocer un derecho (menos aún genérico) a la DC. En todo caso, sería lo que los anglosajones (Ronald Dworkin) llaman moral right: una reivindicación dotada de justificación moral o política. Otra cosa es cómo debe reaccionar el Derecho ante la DC. Y ahí coincido con la tesis de García Ruiz.

La DC ha evolucionado. Así, frente a los movimientos de DC ligados a causas internas, nacionales (el reconocimiento de los derechos civiles en EE UU), esas reivindicaciones se deslizaron hacia causas más transversales, incluso universales. Esa es la evolución del movimiento pacifista surgido en los sesenta, cuyas raíces pueden encontrarse en la doctrina de la no-violencia propuesta por Lev Tolstói y retomada por Henry David Thoreau en su conferencia de 1848 Resistencia al Gobierno civil, origen de su célebre ensayo Desobediencia civil, considerado obra fundacional de la DC. Hoy se advierte esa ambición universal en buena parte de los más importantes movimientos civiles de protesta (“protestas glocales”, como escribía Andrés Ortega en este periódico). Así, recurre a acciones de DC el movimiento Black Lives Matter, ligado a la denuncia de la violencia policial contra los ciudadanos negros en EE UU, que pronto pasó a la denuncia del esclavismo y del supremacismo, lo que puede trasladarse a todo el mundo. La misma ambición se advierte en las denuncias individuales y los escraches con los que comienza el movimiento Me Too, que se convierte en la palanca para un movimiento universal de denuncia de la violencia de género y de la situación de subordiscriminación que sufren cientos de millones de mujeres. Un ejemplo particularmente llamativo y polémico lo ofrece el movimiento Extinction Rebellion, que lucha contra la emergencia climática y convoca acciones de DC indirecta que en algunos casos obligan a plantearse el viejo debate: ¿está en el límite de la no violencia una acción que cause serios trastornos a miles de personas y desemboque en enfrentamientos?

Ahora bien, el hecho de recurrir a estrategias de movilización ciudadana, vinculadas a la historia de la resistencia no violenta, a acciones propias de la tradición de la DC (hay manuales muy conocidos que reúnen varios cientos de acciones estratégicas), no constituye necesariamente DC, sino que en muchas ocasiones es otra cosa: insurrección, rebeldía o incluso revolución; eso sí, no violentas. Así sucede, a mi juicio, con la invocación de la DC que hacen en Cataluña una parte de los movimientos secesionistas de carácter inequívocamente pacífico: son manifestaciones de resistencia no violenta, pero no DC.

El quid de la cuestión, creo, es que para hablar de DC no basta que las actuaciones que la invocan tengan el rasgo de no violentas. Hace falta algo más. El punto clave, creo, es si invocan o no un fundamento de legitimidad comúnmente aceptado, porque el objetivo de la DC no es impugnar el marco jurídico-político de convivencia, sino —muy al contrario— impugnar un mandato porque se entiende que no es conforme con esas reglas de juego que todos hemos aceptado. Reglas que, en democracias como la española, se llaman Constitución.

¿Eso quiere decir que no es nunca legítimo impugnar la Constitución? No, porque no cabe excluir la posibilidad de casos en los que el bloqueo político y la violación de derechos sean tan graves que contaminen de invalidez a la propia Constitución. Pero eso es rebeldía revolucionaria, derecho de resistencia, como plantearon Gandhi o el segundo Mandela. Y en esos casos no es correcto hablar de DC, pues ni Gandhi ni Mandela aspiraban a mantener las reglas de juego impuestas por los británicos o los afrikáners, sino a cambiarlas por completo.

Es posible e incluso legítimo (aún diría más, en algunos casos, obligado) impugnar unilateralmente la propia regla de juego, la Constitución: pero solo si se prueba que, en efecto, era antidemocrática (impuesta unilateralmente, como en los supuestos coloniales) o bien que ha devenido en la práctica en un orden ilegítimo, que mantiene graves violaciones de derechos humanos. Pero, pese a los esfuerzos de la retórica secesionista, ni la Constitución española de 1978 fue un ejercicio de dominio colonial sobre Cataluña, ni asistimos hoy en Cataluña y en España a una violación tan grave y generalizada de los derechos humanos que haya subvertido el orden constitucional, aunque, desde luego, hayamos vivido un retroceso preocupante en no pocas garantías de derechos en los últimos años, retroceso que debe ser denunciado y corregido y sus responsables deben rendir cuentas. Quienes no aceptan el marco constitucional ni pretenden reformarla (incluso a fondo, pero por las vías constitucionales), sino que invocan unilateralmente otros criterios de legitimidad, diferentes de aquellos por los cuales hemos aceptado autoobligarnos la mayoría de los ciudadanos, a mi entender, no deben hablar de DC. La unilateralidad rompe con la civilidad y, una de dos: o es un abuso, o se pone abiertamente fuera de juego: es insurrección, rebeldía.

17 de noviembre de 2019

El País

https://elpais.com/elpais/2019/11/15/ideas/1573816304_694816.html

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Carlos Raúl Hernández

Con la simpleza de que la salsa del pavo debe servirle a la pava se quiere dar lecciones de filosofía política coloquial, para justificar cualquier cosa, conforme si se es de la alt left o la alt rigth. En la región existen democracias como Chile, Colombia, Ecuador, Panamá y Uruguay y también autoritarismos plebiscitarios, semidemocracias, que encarnaron con el socialismo XXI y la salsa no es la misma.

A la alt lef le parecen comprensibles los vandalismos en Chile contra la desigualdad y a la otra cualquier cosa que se haga contra Morales y cuidado con la receta para adobarlas. Balzac hablaba de las semivírgenes para referirse a damas encopetadas e insatisfechas de la Inglaterra victoriana (a la que detestaba) dispuestas a hacer cualquier audacia íntima siempre que no pusiera en peligro su virginidad, que ofrendarían en el sacramento matrimonial.

En su ingenuidad, algunos enredan todo al referirse a Venezuela o Bolivia como tiranías, cuando son semidemocracias o semidictaduras, cosa muy distinta. A estas alturas del pensamiento y la acción se sabe perfectamente que la democracia es un método de gobierno alternativo, de régimen electoral confiable, predecible y monótono en el cumplimiento de los derechos fundamentales y con poderes separados.

Las elecciones están invariablemente regidas por la Ley y no a capricho de un caudillo. Los autoritarismos plebiscitarios, electorales o semidemocracias consisten exactamente en lo contrario, pero conservan formas semivirginales, aunque comienzan por cambiar la Constitución y controlar las instituciones lo que enajena o problematiza el voto. Así hicieron Chávez, Rafael Correa y Evo Morales con lo que tuvieron un poder no constitucional y por lo tanto autoritario y espurio.

Doble play

Morales gracias a su control de los jueces forzó un referéndum aberrante y pidió insólita autorización al electorado para violar la Constitución, aspirar a un tercer período de gobierno, y perdió 51 a 49. Recordemos que una Constitución no es cualquier panfleto sino una Carta que establece los derechos inalienables de las personas, su espacio de libertad donde están exentas de la presencia del Estado. En los países civilizados la Constitución es casi intocable no así en el tercer mundo.

Por eso al lanzarse de candidato este mes, se coloca doblemente fuera de la Ley, da un golpe de Estado, y otro cuando ordenó delictivamente al Tribunal Electoral escabullir los escrutinios. Principio fundamental del Derecho moderno es que el Estado solo puede hacer aquello que específicamente le fijen las leyes, mientras los ciudadanos somos libres para hacer todo lo que no nos esté prohibido. Esta es la garantía para la vida, la libertad, la propiedad.

Si no es eso, no es una Constitución sino un grimorio. Morales delinque al presionar a la gente para que le permitiera violar la ley y también o más al violarla pese a su reprobación expresa. Las cartas fundamentales de prácticamente todos los países democráticos contienen un artículo anti autoritario, aporte de la Escuela de Salamanca, que inspiraron los teólogos jesuitas y dominicos Francisco de Vitoria, Francisco Suárez, Tomás de Mercado, Domingo de Soto y varios otros.

Esta insta a todo ciudadano, civil o militar, a derrocar al usurpador y restablecer la vigencia de la Constitución. San Agustín no tiene dudas de recomendar el magnicidio. Las Constituciones de EEUU, Francia, Alemania, España, recogen este principio, el famoso artículo 350 en Venezuela. Su significado es una autorización para usar la fuerza cuando el mandatario se aparte del orden constitucional y la justifica a posteriori.

Golpe a golpe

La ingenuidad hizo pensar a muchos en Venezuela que se invocaba “el 350”, salía el genio de la botella y el problema estaba resuelto. La esencia que nos obliga a acatar los gobernantes es la legitimidad, que para los revolucionarios no significa nada pero tiene dos fuentes: la legitimidad de origen que, como hemos dicho, parte de que el gobierno nace conforme lo pauta la Constitución. Y la legitimidad de ejercicio, que pierde si se aparta de ella en su gobierno, como hacen las semivírgenes en el poder.

El golpe de Estado es una figura suficientemente estudiada en la teoría política y consiste en que un poder del Estado, basado en la fuerza, usurpa atribuciones o funciones constitucionales de otro, anulándolas. Suele provenir del Poder Ejecutivo por su control sobre la fuerza pública. Puede ser un golpe militar, cuando hay movilización de tropas.

Ese expediente a veces no es necesario porque basta con la disuasión y se habla de un golpe blando. Pero si un mandatario delinque y lo toman in fraganti, la fuerza pública está en la obligación de impedir que se consume el crimen. Es lo que ocurre con Morales quien había cometido uno grave y se le sorprende perpetrando otro, nada menos que un fraude electoral.

Sin que eso signifique pronunciarse sobre las desgracias o venturas que podrían haber procurado a los respectivos países, en las últimas décadas defenestraron varios presidentes de la región, sin que pueda calificarse de golpe de Estado: Carlos Andrés Pérez en Venezuela 1993, Mel Zelaya, Honduras en 2009, Fernando Lugo de Paraguay en 2012 y Dilma Rousseff de Brasil en 2016, la última sin haber cometido la más remota transgresión.

@CarlosRaulHer

http://www.eluniversal.com/el-universal/55642/las-semivirgenes

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Se supone que la gasolina es combustible. ¿Pero por qué también se ha vuelto políticamente explosiva, como sugiere la erupción de protestas masivas en Ecuador y Chile?

Mientras que el caso ecuatoriano tuvo que ver con un incremento significativo del precio de la gasolina, lo que disparó la revuelta en Chile fue un aumento programado de apenas 3% de las tarifas del metro de Santiago. Más allá de si hubo o no injerencia extranjera, el hecho es que las protestas, si no la violencia y la destrucción que las acompañaron, han tenido un respaldo público significativo.

El argumento económico contra los subsidios a la gasolina parece sólido. Los subsidios son ineficientes porque conducen a beneficios en el consumo que valen menos de lo que le cuesta a la sociedad ofrecerlos. Son nocivos desde un punto de vista ambiental porque el consumo de gasolina genera externalidades negativas: no solo calentamiento global, sino también contaminación local, congestión y degradación de las vías. (Más bien, la gasolina debería gravarse para tener en cuenta estos costos). Y son profundamente injustos, porque los ricos consumen más gasolina que los pobres, lo que significa que obtienen una tajada mayor del subsidio.

Pero el argumento económico contra los subsidios ignora otras dimensiones del problema que ayudan a entender la oposición pública a una intervención en los costos del transporte. Reconocerlas y entenderlas es crucial para diseñar mejores soluciones en materia de políticas.

El problema con la lógica económica estándar es que no tiene en cuenta el papel de los bienes públicos en la vida urbana –y, en particular, en la movilidad–. Las calles, los metros, las ciclovías y las autopistas no tienen mercados o precios como sí los tienen los automóviles y los departamentos. Tampoco las vistas hermosas, los parques públicos y los barrios seguros.

La vida moderna exige interactuar con muchas otras personas, ya sea trabajando en grandes organizaciones o atendiendo a los consumidores. Es por eso que, a nivel mundial, el porcentaje de gente que vive en áreas urbanas ha crecido de menos de 35% en 1960 a más de 55% hoy. En países de altos ingresos, el porcentaje supera el 80%.

La posibilidad de interactuar con los demás implica la capacidad de movernos desde donde vivimos hacia donde trabajamos, compramos, aprendemos y socializamos. Cuán lejos tenemos que ir y cuánto tiempo y dinero nos cuesta son cosas que están determinadas por la disposición geográfica urbana y la infraestructura de transporte. Por ejemplo, Barcelona y Atlanta tienen poblaciones similares, pero Atlanta utiliza una superficie más de 26 veces superior y emite más de 10 veces más dióxido de carbono. Barcelona ofrece transporte público mucho mejor y más económico, y su mayor densidad poblacional fomenta la eficiencia de la red. De la misma manera, si bien Tokio tiene más habitantes que Nueva Delhi o Ciudad de México, los tiempos de traslado son mucho más cortos, debido a una planificación urbana más inclusiva y grandes inversiones en infraestructura.

Los ricos eligen dónde vivir en parte teniendo en cuenta los tiempos de traslado, lo que hace subir los precios inmobiliarios en lugares bien conectados y empuja a los pobres a zonas periféricas. También conducen autos grandes (muchas veces solos), y así ocupan más espacio en las calles. Para ellos, el costo del transporte no es existencial.

Los pobres, en cambio, relegados como están a lugares no tan bien conectados, enfrentan tiempos de traslado más largos (un tema especialmente sensible para las madres) y deben asignar un porcentaje mayor de sus magros presupuestos al transporte. Si la infraestructura de movilidad es horrible, viajar al centro de la ciudad para obtener mejores oportunidades laborales puede ser tan costoso que la gente se queda atrapada en actividades informales menos productivas más cerca de sus vecindarios de bajos ingresos. Esto constituye una trampa de pobreza: como uno es pobre, no puede llegar adonde están los buenos empleos, lo que significa que uno seguirá siendo pobre.

En este contexto, utilizar precios de mercado para equilibrar la oferta y demanda de transporte excluiría sistemáticamente a los pobres de los beneficios de la vida urbana. Quienes tienen menos ingresos –digamos, los estudiantes de familias pobres que intentan llegar a la escuela– serían los que dejan de viajar cuando aumentan los precios. Es por eso que muchos sistemas de metro, incluso el de Santiago, tienen precios especiales para los estudiantes. De la misma manera que no utilizamos subastas para asignar órganos de trasplante, necesitamos principios distintos a los de las leyes de mercado para administrar el transporte.

Lo mismo es válido para otras amenidades urbanas valiosas. En comparación con los residentes de los suburbios, las habitantes de las ciudades tienden a pasar menos tiempo en sus departamentos más pequeños y más tiempo en espacios públicos compartidos. Pero el Central Park de Nueva York, el Hyde Park de Londres o el Bois de Boulogne de París, que están disponibles para todos de manera gratuita, pronto se convertirían en clubes de campo o barrios cerrados si cayeran en manos del mercado.

Como el grueso de los costos del transporte son fijos, en el sentido de que se incurre en ellos en el momento de la construcción, las ciudades tienen muchos grados de libertad para decidir quién paga por ellos y cuándo. Consideremos un sistema de metro: ¿qué porcentaje del costo debería ser pagado por las futuras generaciones, los jóvenes, las personas mayores y la población en edad laboral? ¿Cuánto deberían pagar los usuarios del sistema y cuánto quienes se benefician de una menor congestión en las calles o del incremento del precio de los inmuebles gracias a su proximidad a una estación?

Aún más importante, ¿qué porcentaje de la asignación del espacio urbano debería dejarse en manos de los mercados, donde cada dólar vale lo mismo, y cuánto dedicarse a un mecanismo que trate a todos los ciudadanos por igual? Como señaló Michael Sandel de Harvard: “Cuantas más cosas puede comprar el dinero, más difícil es ser pobre”. Si el acceso a barrios seguros, buenos empleos y espacios públicos está limitado por la falta de dinero, los pobres tenderán a considerar injusta la asignación que resulte del mercado.

Nada de esto justifica los subsidios a la gasolina. Todo lo contrario: estos recursos deberían utilizarse de manera mucho más eficiente y justa en garantizar que todos tengamos acceso a las oportunidades y placeres de la vida social. Pero lo que la gente espera, y lo que los gobiernos deberían brindar, son políticas que mejoren la calidad del espacio público compartido y la eficiencia y disponibilidad de los medios para recorrerlo.

Copyright: Project Syndicate, 2019.

https://www.elnacional.com/opinion/cuando-los-mercados-chocan-con-la-movilidad/

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Foodografo

Uno de los mayores placeres que tenía (y que recuerdo) de mi vida de los finales de los 80 y principios de los 90 era revisar el periódico del domingo. En Venezuela los más grandes eran El Nacional y El Universal. Mis papas eran más tendencia de El Nacional, pero otros familiares o amigos, preferían el otro. En esos años, en los que ya era un niño grande y cercano a la pubertad, disfrutaba enormemente todo lo que traía el periódico: los comics (o comiquitas como les decimos) y las secciones extras que no salían entre semana. Pero de todo mi preferida era la revista: traía secciones muy buenas como el horóscopo largo, los crucigramas, entrevistas a la farándula de la época, entre otros.

El asunto es que esa revista se llamaba Feriado y además, tenía recetas de cocina. Eso no lo recordaba, la verdad, porque a esa edad era poco probable que me interesara aprender a cocinar. Mi mayor acercamiento a eso, era acompañar a mi abuelo con mis hermanos y mis primos al mercado libre (nombre que le damos en Venezuela a los mercados de plaza).

El tema por el que traigo a estas páginas el recuerdo, es que fue hasta que creé este blog que supe que la revista del domingo tenía recetas. Mi prima Laila a los meses de empezar a publicar recetas, me escribió desde Caracas y me contó que a Aníbal (su esposo) y a ella, les haría mucha ilusión que yo desarrollara una receta que habían publicado en revista en los años 80s: mousse de ají dulce con plátano.

A mí de una me llamó la atención, pero en esos primeros meses que tanto dediqué a generar contenido, estaba tan emocionado que dejé dormir la receta. Luego estuve haciendo cursos de cocina en mis viajes y empecé a producir material para no olvidar hacerlas, y finalmente, este año, decidí despertar del letargo la receta en cuestión. Tuve incluso que pedirle a Laila que me la reenviara porque no encontraba el email y ella tan “juiciosa” lo hizo súper rápido.

Haber intentado la receta me emocionó mucho por varias razones. Primero, porque eran ingredientes que disfruto mucho y que son protagonistas de la cocina venezolana. Segundo, desempolvó nostalgias de los años más lindos de la historia contemporánea de mi país que fueron esas dos décadas: 80s y 90s. Y tercero, e igual de importante, me divirtió mucho conversar con Aníbal sobre la receta e ir mostrándole los dos o tres intentos.

En los días que ensayé la receta, Aníbal fue buscando en los recovecos de su biblioteca información sobre ese mousse de ají dulce y me envió información que me dificulta referenciar, pero que me sorprendió, ya que en un artículo dicen que esta receta se servía en el restaurante del Country Club de Caracas, y que años después salió en un libro de recetas que se llama “Quien es quien en la cocina”. Como carezco de la fuente, si alguien está leyendo y las tiene, por favor le pido que me la comparta.

Aníbal ahora anda resolviendo temas de salud en España, pero yo aprovecho esta nota para agradecerle toda la emoción que le metió a esta receta y a los comentarios e información que me fue compartiendo. Aníbal: deseo mucho que te mejores pronto, y espero que algún día podamos preparar este mousse de ají dulce y plátano.

La receta del mousse de ají dulce y plátano

Para 6 personas

Ingredientes:

Para el mousse:

1 plátano maduro

2 huevos

½ lata de crema de leche (equivale a ½ taza)

Para la salsa de ají dulce:

200 gramos de ají dulce (sin semillas y cortados en cuadritos pequeños)

½ cebolla cabezona mediana

1/3 de botella de vino blanco

½ lata de crema de leche (equivalente a media taza)

1 tbsp (cucharada) de maizena

½ tsp (cucharadita) de sal

½ tsp (cucharadita) de pimienta

2 tbsp (cucharada) de mantequilla o de aceite de oliva

Agua

Necesitarás moldes pequeños tipo ramekin para hornear.

¿Qué hago?

1 Precaliento el horno. Licúo todos los ingredientes del mousse (plátano, huevos y crema de leche) por un minuto o hasta que no se vean trozos de plátano enteros.

2 Engraso moldes de cerámica tipo “ramekin” con aceite vegetal en spray o con mantequilla, y vierto la mezcla licuada.

3 Pongo a hornear por 40-45 minutos a 180ºC / 350F o hasta que al insertar un palito en los moldes, salga limpio. Retiro del horno, dejo enfriar y desmoldo.

4 En paralelo mientras horneo la mousse, hago la salsa de ají dulce. Corto el ají dulce en cuadritos pequeños y diluyo la maizena en dos cucharadas de agua.

5 En un sartén a fuego medio pongo a sofreír la cebolla en aceite de oliva o mantequilla. Agrego ají dulce, sal y pimienta y cocino por 1 minuto. Sigo con el vino por 4 minutos más (reducir a la mitad), y por último, bajo el fuego y añado la crema de leche y la maizena diluida y cocino por 8 minutos más. Si está muy densa y se ha secado la mezcla, agrego ½ taza de agua. Pruebo y verifico si necesito más sal y pimienta. Apago y dejo enfriar unos minutos.

6 Licúo la salsa hasta que se vea cremosa y cuelo si es necesario (este paso lo recomiendan en la receta, pero yo lo evito para no generar desperdicio). Sirvo en un plato una mousse y en el top o alrededor acompaño con dos o tres cucharadas de la salsa.

Disfruto de este original y delicioso plato.

El dulce del plátano va muy bien con el sabor del ají dulce.

Noviembre 14, 2019

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