Pasar al contenido principal

Opinión

Carlos Raúl Hernández

Rasgo de ciertos grupos ilustrados es despreciar a los políticos porque no hacen postgrados ni estudian especialmente y su oficio parece no serlo. Deben estar en constante trasiego con sus pares y toda laya de gente, mucha indeseable, para mantener el status quo y el suyo propio. Son actividades que a un poeta, un cirujano o un arquitecto lucen fatuas, porque éstos descuidan que la vida tranquila es resultado de la estabilidad institucional, y ella de ese ejército de hormigas conspiradoras todo el tiempo en actividad por su obsesión de poder. Mantienen la paz para que otros se dediquen a su privacidad. Hasta el día que la paz se pierde.

Nos levantamos en la mañana sin dudar que está el piso en su sitio (en una película dirigida por Eliseo Subiela, el personaje pulsaba un botón desde la cama para que se tragara amantes fastidiosos). En la democracia modelo y el país más moderno de la región, el antipolítico viajado, con una copa de calvados y un buen Cohiba pontificaba sobre la mediocridad de los dirigentes, la necesidad de “un cambio”, y trabajó para salir de ellos. Creía que creer vivir tranquilos era “normal” y los políticos una molestia.

Aristóteles valoró el sentido común y lo difícil de conseguirlo, tesoro de pocos que identificaba con la prudencia. En los partidos, escuelas de dirigentes, aprenden esa materia principal. Se necesita prudencia para acumular poder, ascender en la organización y asegurarse recursos para financiar su carrera. El posibilismo es saber tentar la fortuna sin arriesgar todo de un golpe. Un militante asimila que subir es un proceso gradual, que debe tener resultados, apoyo de quienes trabajan con él y acumular fuerzas. Ser cuidadoso en las operaciones.

Conservadores e innovadores

Hayek dice que la política rechaza los audaces carismáticos, asociados históricamente a desgracias colectivas, cuyo campo fértil es más bien la sociedad civil, centro de ebullición de lo humano. Se necesitan grandes inventores en las ciencias y las artes, Edison y Picasso, pero las instituciones requieren estabilidad y cambios graduales. Agregaba que los mercados son trágicos porque un grave error, una inversión disparatada, nos arruinan. Nada de lo que tenemos está seguro. En los mercados unos se imponen, pero la diferencia es que en la política no se manda sino se dirige.

No se es patrón sino conductor, no se ordena sino se convence, no hay ideas fijas sino debate. No existe libertad sin democracia ni democracia sin partidos. La antipolítica es una irrupción caótica en la democracia, porque quienes llegan desde otras áreas sin bagaje pueden actuar como patrones, “hago lo que quiero porque esto es mío”. Hay demasiados naufragios por decisiones atolondradas y por eso, según Weber, los partidos modernos sustituyen a las “familias”, los notables y las nóminas de los caudillos.

Excepcionalmente aparecen virtuosos como Betancourt, Felipe González o Clinton, pero todo el estamento político es esencial para la democracia. Paganini a cuyo violín se le rompieron las cuerdas en pleno concierto, tocó con una sola. No todos son como él, pero gracias a miles de músicos normales hay orquestas y conciertos ¿Cuál es entonces el saber propio de un político? Suelo usar en clase un ejemplo que da Isaiah Berlin uno de los pocos pensadores que entienden a cabalidad la naturaleza de la decisión política, fuera de la teoría, la filosofía o la sociología: un hombre necesita de vida o muerte llegar a un lugar.

¡Quiero ser groupie!

Pero el puente de la vía parece caerse en la aterradora creciente del río. No puede consultar libros, acudir a la historia, calcular la resistencia de los materiales contra la fuerza de las aguas, ni hacer una encuesta en la fila de automóviles para saber que dice la mayoría. En un golpe de intuición decide pasar y lo logra. Ese es un líder y su experiencia viene de franquear muchos puentes, grandes y pequeños, y aprender de los fracasos a manejar el riesgo. Al final será su juicio el que prive, pero debe contrastarlo con críticas, porque suele estar asediado por groupies, cheerleaders, fans, diletantes, que reaccionan con ira aduladora a las observaciones.

La responsabilidad es suya, pero debe examinar puntos de vista. De allí la importancia de las direcciones colectivas, integradas por individuos de juicio autónomo y no por empleados. Debates entre visiones diferentes son un control epistemológico de la decisión. El abogado del diablo no es la película de Al Pacino, ni la novela de Morris West. Es un fiscal del Vaticano, hoy llamado promotor de la justicia, que investiga debilidades, fallas y reclama evidencias en los expedientes de beatos en ruta a la santificación. Su objetivo es evitar errores a tiempo.

Pero los groupies reaccionan con ramplonerías ante el análisis, son incapaces de pensar sobre lo que les dicen y peores cuando pasan al ataque ad homine, a insinuar intereses oscuros en el crítico. Sustituyen la falta de criterio haciendo creer mala fe en el interlocutor. Suelen tener grandes débitos en la autodestrucción de dirigentes promisorios. Más allá de que pueda ser Paganini o quinto violín, un conductor que merece la licencia debe saber aprovechar particularmente las opiniones de quienes señalan debilidades en su posición, e incluso las de sus enemigos. Luego decidirá qué hacer en el puente.

@CarlosRaulHer

 4 min


Roman Krznaric

"El origen del gobierno civil", escribió David Hume en 1739, está en que "los hombres no son capaces de curar radicalmente, ni en ellos mismos ni en otros, esa estrechez del alma que les hace preferir el presente a lo remoto".

El filósofo escocés estaba convencido de que las instituciones de gobierno -como los representantes políticos y los debates parlamentarios- servirían para moderar nuestros deseos impulsivos y egoístas, y fomentar los intereses y bienestar de la sociedad a largo plazo.

Hoy día, el punto de vista de Hume parece ser poco más que una ilusión, ya que es tan evidentemente claro que nuestros sistemas políticos se han convertido en la causa de una descontrolada miopía en lugar de ser una cura para ésta.

Muchos políticos a duras penas ven más allá de las próximas elecciones y reaccionan de acuerdo a la más reciente encuesta de opinión o tuit.

Los gobiernos típicamente prefieren soluciones rápidas, como encarcelar más criminales en lugar de abordar las causas sociales y económicas más profundas del crimen. Las naciones discuten alrededor de mesas de conferencias, enfocándose en sus intereses a corto plazo, mientras que el planeta arde y las especies desaparecen.

A medida que los medios noticiosos de 24 horas diarias bombean los últimos giros en la negociación del Brexit o se obsesionan con un comentario improvisado del presidente de EE.UU., la temporalidad de la política democrática moderna es absolutamente obvia.

Entonces, ¿habrá un antídoto a esta tendencia política de vivir en el presente que pueda avanzar permanentemente el interés de las generaciones futuras más allá del horizonte?

Fallas de los sistemas democráticos

Empecemos con el quid del problema. Es común afirmar que el cortoplacismo actual es simplemente el producto de las redes sociales y otras tecnologías digitales que han acelerado la marcha de la vida política. Pero la fijación en el ahora tiene raíces más profundas.

Uno de los problemas es el ciclo electoral, una falla inherente en el diseño de los sistemas democráticos que produce horizontes políticos de corta duración.

Los políticos pueden ofrecer tentadoras exenciones tributarias para atraer votantes en la próxima contienda electoral, mientras ignoran los problemas a largo plazo de los cuales escasamente pueden sacar poco capital político inmediato, como lidiar con la descomposición ecológica, la reforma de las pensiones o la inversión en la educación infantil temprana.

En los años 70, esta manera miope de plantear políticas se conoció como el "ciclo económico político".

A eso se le agrega la habilidad de los grupos de interés especial -particularmente las corporaciones- de usar el sistema político para asegurarse de obtener para sí mismos beneficios a corto plazo, mientras transfieren los costos a largo plazo al resto de la sociedad.

Ya sea a través del financiamiento de campañas electorales o altos presupuestos para el cabildeo, la interferencia corporativa en la política es un fenómeno global que margina de la agenda las propuestas de políticas a largo plazo.

La tercera y más profunda causa de temporalidad política es que la democracia representativa sistemáticamente ignora los intereses del pueblo futuro. Los ciudadanos del mañana están desprovistos de derechos, no hay entidades -en la gran mayoría de los países- que representen sus preocupaciones ni potenciales puntos de vista sobre las decisiones que sin duda afectarán sus vidas.

La "tierra de nadie"

Es un punto ciego tan enorme que apenas lo notamos: en la década que pasé como científico político especializado en gobierno democrático, simplemente nunca se me ocurrió que las generaciones futuras estuvieran privadas de sus derechos de la misma manera que los esclavos o las mujeres en el pasado. Pero esa es la realidad.

Ha llegado la hora de enfrentar una realidad inconveniente: que la democracia moderna -especialmente en países ricos- nos ha permitido colonizar el futuro. Tratamos el futuro como si fuera una colonia distante despoblada, donde libremente podemos arrojar la degradación ecológica, el riesgo tecnológico, el desperdicio nuclear y la deuda pública, y la cual podemos saquear a nuestras anchas.

Cuando Gran Bretaña colonizó Australia entre los siglos XVIII y XIX, se basó en la doctrina legal conocida como terra nullius -tierra de nadie- para justificar su conquista y tratar a la población indígena como si no existieran o tuvieran reclamo alguno sobre el territorio. Nuestra actitud hoy en día es una de terra nullius. El futuro es un "período vacío", un territorio sin reclamar que está igualmente desprovisto de habitantes. Como los territorios distantes del imperio, está ahí para que nos hagamos de él.

El abrumador desafío que enfrentamos es reinventar la democracia misma, superar su cortoplacismo inherente y abordar el robo intergeneracional que subyace en nuestra dominación colonial del futuro. Cómo hacerlo es, creo, el desafío político más urgente de nuestro tiempo.

El "dictador benévolo"

Algunos sugieren que la democracia es tan miope que estaríamos mejor con "dictadores benévolos", que pueden tener una visión a largo plazo de las múltiples crisis que enfrenta la humanidad en representación de todos nosotros.

Entre estos se encuentra el destacado astrónomo británico Martin Rees, que ha escrito que frente a los desafíos críticos a largo plazo como el cambio climático y la proliferación de armas biológicas, "sólo un déspota iluminado podría promulgar las medidas necesarias para navegar el siglo XXI con seguridad".

Cuando le pregunté recientemente en un foro público si estaba ofreciendo una dictadura como una fórmula política seria para lidiar con el cortoplacismo, y sugerí que era medio en broma, el respondió, "realmente, era medio en serio".

Luego me dio el ejemplo de China como un régimen autoritario que es increíblemente exitoso en planear a largo plazo, evidente en su continua e inmensa inversión en energía solar.

Un sorprendentemente gran número de cabezas en la audiencia asentían, pero la mía no estaba entre ellas. La historia tiene pocos, si los hay, ejemplos de dictadores que permanecen benévolos e iluminados por mucho tiempo (para muestra, el récord de China en derechos humanos).

Además, hay poca evidencia de que los regímenes autoritarios tengan un mejor historial de pensar y planear a largo plazo que los democráticos: Suecia, sin ir más allá, logra generar casi 60% de su electricidad por medio de fuetes renovables sin tener un déspota a cargo (comparada con sólo el 26% en China).

Un argumento más sólido es que podría haber maneras de reinventar la democracia representativa para que supere su sesgo del aquí y ahora. De hecho, varios países ya se han embarcado en experimentos pioneros para empoderar a los ciudadanos del futuro.

Finlandia, por ejemplo, tiene un Comité parlamentario del Futuro que escudriña la legislación por su impacto sobre las generaciones futuras. Entre 2001 y 2006, Israel tuvo un Defensor de Futuras Generaciones, aunque el cargo fue abolido cuando se consideró que tenía demasiado poder para demorar la legislación.

Tal vez el mejor ejemplo contemporáneo esté en Gales, que estableció una Comisión de Futuras Generaciones, en la persona de Sophie Howe, como parte del Acta de Bienestar para Futuras Generaciones de 2015. El papel de la comisionada es garantizar que los entes públicos en Gales, que trabajan en áreas que van desde la protección del medio ambiente hasta programas de empleo, tomen decisiones políticas mirando por lo menos 30 años hacia el futuro.

En este momento hay un creciente llamado para crear un Acta de Futuras Generaciones similar que abarque todo Reino Unido. Es una idea que podría tomar impulso con el nuevo Grupo Parlamentario Multipartidista para Futuras Generaciones, formado en 2018 con el apoyo de Martin Rees, que tiene un escaño en la Cámara de los Lores y que claramente tiene algo de fe en el proceso democrático.

Asambleas ciudadanas

Esas iniciativas han sido criticadas, sin embargo, por ser demasiado reformistas y hacer poco para alterar la estructura de gobierno democrático a un nivel fundamental. Una alternativa más radical ha sido propuesta por el veterano activista ecológico de Canadá David Suzuki, que quiere reemplazar a los políticos electos del país con una asamblea ciudadana seleccionada al azar, compuesta de canadienses comunes y corrientes sin afiliación partidista que estarían, cada uno, en el cargo durante seis años.

En su opinión, tal asamblea, parecida a un tipo de servicio de jurado político, lidiaría más efectivamente con los problemas de largo plazo como el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, y resolvería el problema de los políticos obsesionados con las siguientes elecciones.

Pero, ¿podría realmente una asamblea de ciudadanos de hoy en día ponerse en los zapatos de las generaciones futuras y representar sus intereses de forma efectiva?

Un nuevo movimiento en Japón llamado Diseño Futuro intenta responder esa misma pregunta. Encabezado por el economista Tatsuyoshi Saijo, del Instituto de Investigación para la Humanidad y la Naturaleza, en Kioto, el movimiento ha estado dirigiendo asambleas ciudadanas en municipalidades por todo el país.

Un grupo de participantes asume la postura de los residentes actuales y, el otro, se imagina siendo los "residentes futuros" del año 2060, vistiendo hasta túnicas ceremoniales para ayudarles a proyectar ese salto imaginativo en el tiempo.

Una multiplicidad de estudios han demostrado que los futuros residentes trazan planes ciudadanos mucho más radicales y progresivos que los actuales residentes.

A últimas, el movimiento aspira establecer un Ministerio del Futuro que haga parte del gobierno central y un Departamento del Futuro que funja dentro de todos los gobiernos de autoridad local, que implementarían el modelo de la asamblea de ciudadanos futuros para diseñar políticas.

El Diseño Futuro está inspirado en parte por el Principio de la Séptima Generación, observado por algunos pueblos nativos estadounidenses, donde se toma en cuenta el impacto sobre el bienestar de la séptima generación en el futuro (a unos 150 años).

Juventud en defensa del planeta

Ese tipo de filosofía indígena también motivó una importante demanda en Estados Unidos, donde la organización liderada por jóvenes Our Children's Trust (La Custodia de Nuestros Hijos) intenta asegurar el derecho legal a un clima estable y una atmósfera saludable para el beneficio de todas las generaciones presentes y futuras.

Lo que destaca este caso es que los demandantes son jóvenes adolescentes o en sus años 20. Arguyen que el gobierno de EE.UU. voluntariamente ha seguido políticas que han contribuido a la inestabilidad del clima futuro, un recurso público, y por ende les está negando sus futuros derechos constitucionales.

Como Ann Carlson, profesora de Ley del Medio Ambiente de la Universidad de California en Los Ángeles, recientemente le dijo al sitio de internet Vox: "Eso es lo brillante de tener a niños demandantes... están defendiendo el futuro del planeta". De tener éxito la demanda, sería un caso trascendental que finalmente le otorgaría derechos a los ciudadanos del mañana.

¿Qué conllevan todas estas iniciativas? Nos encontramos en medio de una coyuntura política histórica. Está claro que un movimiento por los derechos e intereses de las futuras generaciones está empezando a surgir a escala global y se apresta a ganar impulso en las próximas décadas a medida que la doble amenaza de un colapso ecológico y riesgo tecnológico se avecinan más y más.

El sueño de un dictador benévolo no es la única opción para enfrentar nuestras crisis a largo plazo. La democracia ha tomado muchas formas y se ha reinventado muchas veces, desde la democracia directa de los antiguos griegos hasta el auge de las democracias representativas en el en el siglo XVIII.

La próxima revolución democrática -una que empodere a las futuras generaciones y descolonice el futuro- bien podría estar en el horizonte político.

7 de abril 2019

BBC

https://www.bbc.com/mundo/vert-fut-47802956

 9 min


Andrea Rizzi

Casi tres años después de asumir el mando del Gobierno británico y la gestión del Brexit, a pocos días del abismo de una salida de la UE sin acuerdo, Theresa May ha dado esta semana un abrupto giro anunciando que buscaría un entendimiento con la oposición laborista. Hasta entonces, en todo momento desde que tomó el mando e incluso tras quedarse con un Ejecutivo en minoría después de unas elecciones anticipadas fracasadas, había antepuesto sin ningún complejo el miedo a romper su asilvestrado partido al ideal de conformar una amplia mayoría parlamentaria de apoyo a algún modelo de Brexit —en un país en el que el 48% rechazó la salida, y otro 52% la respaldó sin tener ninguna idea de cómo sería—. La historia la juzgará por ello.

Dadas las circunstancias, terrible es la sospecha de que pueda tratarse de un mero giro táctico, solo dirigido a asustar al ala ultramontana de su partido (para que apoye in extremis el plan que el Gobierno negoció con la UE) y a hipnotizar a los socios europeos (para que concedan en la cumbre del miércoles otra prórroga gracias al espejismo de una solución bipartidista). Veremos. Sea como fuere, el viraje puede verse como un elocuente epitafio de cierta manera de emprender la política: de espaldas al Parlamento, ignorando a la oposición.

Difícil encontrar parangones con igual dramatismo en la Europa actual, pero la enfermedad del ultrapartidismo —esa degeneración tumoral de lo que es la sana representación democrática partidista— es un mal que pudre muchos tejidos en el continente. La política frentista, de trincheras, de describir y tratar al oponente como enemigo, incluso como traidor, prospera. Su florecer debilita nuestras sociedades, porque en lugar de aunar fuerzas y facilitar sintonías, divide y encona.

Hay algunas excepciones, por supuesto. En el pasado, y en el presente. La venerable democracia británica, en horas diferentes, exhibe el caso de los Gobiernos de unidad nacional liderados por Ramsay MacDonald desde 1931 a 1935, que sumó políticos conservadores, liberales y del sector laborista ante las consecuencias de la crisis del 29. En Alemania, Merkel dirige su tercera gran coalición entre formaciones a la izquierda y la derecha de la divisoria política central, lo que es prueba fidedigna de madurez política. La alianza gubernamental holandesa, eminentemente liberal-conservadora, incluye un partido con rasgos progresistas en algunas materias. Ese país, como por ejemplo Finlandia, tiene un largo historial de Gobiernos de coalición, en algunas circunstancias bastante heterogéneos. Macron ha incluido en su Ejecutivo figuras del socialismo y de la derecha moderada.

Un caso especial es Italia, que en medio de una política a menudo caótica e ineficaz, ha sin embargo exhibido capacidad de unión y convergencia en momentos críticos. Recuérdese el Gabinete Ciampi de 1993, en plena tormenta económica sobre la lira, respaldado por amplísima mayoría parlamentaria. Lo mismo ocurrió con el Gobierno Monti de 2011. A su manera, el actual Ejecutivo es un experimento político que también requirió extraordinarias dosis de flexibilidad: une a un partido (Liga) que representa eminentemente los intereses del rico norte que quiere menos impuestos y menos transferencias al sur con otro (Cinco Estrellas) que representa en gran medida a un sur que quiere subsidios.

Sin embargo, estos episodios de superación de las trincheras partidistas son minoría. La política tribal triunfa. El espectáculo británico es un escenario privilegiado, pero no cuesta hallar síntomas en otros lares. Hay argumentos para sostener que España está entre los protagonistas de esta danza tribal. Ciudadanos descartó de forma radical pactar con el PSOE de Sánchez (mientras el partido liberal de Macron contempla eso como una posibilidad en el tablero europeo). El PP resume su plan de Gobierno con un “echar a Sánchez”. En cualquier parte del hemiciclo se oye retórica incendiaria. En el pasado hubo algunos casos de entendimiento super partes (más bien por la disposición del PSOE, como en el caso de la aplicación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña o el respaldo a la política terrorista anti-ETA). Pero cualquier extranjero nota la virulencia del debate político en España y la escasa propensión a la construcción común fuera de las áreas de cercanía ideológica tradicional.

El panorama es más triste aún en el Este, donde en muchos casos se asiste no solo a falta de diálogo, sino a estrategias de acoso y derribo del oponente.

Y, sin embargo, el compromiso es una virtud. Europa, una vez más, se antoja como solución orteguiana a los problemas nacionales. En la Eurocámara es mucho más habitual el diálogo y la construcción común entre familias socialdemócratas, democristianas y liberales. Desafortunadamente, no se nota gran efecto contagio.

Una cita apócrifa atribuida a Giulio Andreotti sostenía que en la política española “manca finezza”. La sensación es que, en la política europea en general, falta nobleza. Suele funcionar mejor que la terquedad.

6 de abril 2019

El País

https://elpais.com/internacional/2019/04/05/actualidad/1554488789_416082...

 3 min


A mi serie de comentarios sobre libros, las más de las veces novelas, la he titulado “alrededor de los libros”. Quería decir que mi intención no es permanecer fijado a la letra de un texto, sino escribir sobre asociaciones, recuerdos o analogías surgidas de la lectura. Pero creo que esta vez, al intentar escribir en torno a la novela La Hija de la Española, no voy a poder hacerlo. La razón: su autora, la venezolana Karina Sainz Borgo no concede la posibilidad de merodear fuera de su libro. Su lectura atrapa. Despiadadamente. Desde el comienzo hasta el final.

¿Cómo se puede lograr tal efecto en una novela a quien nadie podría caracterizar como “de suspenso”? ¿Cómo explicar que los llamados entendidos, entre ellos la inmensa mayoría de los críticos literarios de Europa, fueron cautivados hasta el punto que desde su aparición la novela ha sido traducida a todos los idiomas posibles? ¿El argumento? No: el argumento no puede ser. Es muy simple, incluso escueto:

Adelaida Falcón, maestra de profesión, ha muerto. Su hija del mismo nombre (38 años), al regresar del entierro de su madre, encuentra su casa ocupada por un grupo de mujeres gordas, vulgares y feas, las que reciben órdenes de una hampona chavista denominada La Mariscala. Todas con franelas rojas. Adelaida, después de haber sido maltratada por las usurpadoras intenta visitar a su vecina Aurora Peralta cuya madre era española. Allí encuentra a su amiga muerta. Entre sus papeles había una carta timbrada en la que se concedía a Aurora un pasaporte oficial español. Adelaida decide entonces usurpar la identidad de Aurora, única posibilidad para huir de ese infierno dantesco al que Los Hijos de la Revolución han convertido a su país: Venezuela.

Sin embargo, como los grandes novelistas, Karina Sainz Borgo trasciende al argumento de tal modo que lo importante no es lo que se cuenta sino el cómo se cuenta. Y así sabemos de una historia en donde es difícil, por no decir, imposible, separar a la narración de su narradora, esa distancia que la mayoría de los autores no logra salvar. Porque Sainz Borgo cuando escribe no solo escribe. De algún modo la sentimos al lado. Con una voz casi pegada en nuestros oídos.

Desde los tiempos cuando me sumí en la lectura de otra mujer víctima de la crueldad de una dictadura tan perversa como la chavo-madurista, la del tirano rumano Nicolás Ceaucescu, no había percibido tanta intensidad en una novela. Sin embargo, en un punto hay una diferencia entre Karina Sainz y Herta Müller. Quizás es la misma que existía entre la Rumania comunista y la Venezuela chavista. Es la siguiente: a diferencias de Herta, nacida en dictadura, Karina había conocido otros tiempos, los de la imperfecta democracia venezolana. Puede también que ese pasado democrático sea la razón que obliga a tantos venezolanos a vivir recordando lo que se perdió. Esa sensación de pérdida que a cada instante los acosa.”Perder se convirtió en un verbo igualador que los Hijos de la Revolución usaban en contra nuestra”. Perder la casa, el lenguaje, la libertad de caminar por las calles, y por cierto, perder la vida.

Adelaida tiene un pasado, una infancia a la que regresa intermitentemente. Tal vez es lo único que tiene, lo que nadie le ha podido arrebatar, pasado que es su refugio y, en cierto modo, su propia patria interior, su Ocumare, donde el río y el mar lo limpia todo. En sus momentos de mayor desesperación, aparece ese pasado que la salva. De pronto es el recuerdo de la harina marca P.A.N. O son las piloneras cantando al compás de los palos “puta tú y puta tu mai, io, io”. O es la tía barriendo aquel patio lleno de matas y árboles torcidos “tamarines, parchitas, mango, mamey, merey, mamón, ciruela de huesito, martinica, guanábama”

Desdichados los que no tienen un pasado que recordar. Desdichados los que como Los Hijos de la Revolución no pueden comparar ni diferenciar. Porque el pasado cuando se tiene, es la casa del ser, el lugar que ninguna Mariscala puede destruir ni saquear como lo hicieron con la casa de las dos Adelaidas, símbolo de la destrucción de una nación que hace recordar a las brutales “tierrúas” de la también excelente novela “Patria o Muerte” de Alberto Barrera Tiszka. Actores de una revolución sin pasado, o peor, con uno inventado según los caprichos de los que mandan más. Una revolución que al no tener pasado, tampoco tiene futuro. Solo un presente infernal sobre un país sin Dios ni ley donde el lumpen motorizado, pandillas armadas, para-militares o colectivos, hacen de las suyas librados a la pulsión de los deseos más primitivos.

Sí: librados. Otra diferencia entre los atroces mundos de Herta Müller y Karina Sainz. Mientras en la rumana el mal era un mal organizado sistemáticamente desde arriba, en la venezolana es un mal sin otro orden que el que disponen espontáneamente sus actores. Es el mal surgido de la libertad que les dió Chavez a su gente. Libertad de expropiar, robar, saquear, violar, asesinar, todo en nombre de una revolución a la que cada cual entiende según sus deseos más elementales. Si alguien quisiera saber hasta donde puede llegar la maldad humana cuando los seres son liberados de la ley, la novela de Karina Sainz Borgo sería un excelente ejemplo.

El mal en la novela de Sainz Borgo viene de arriba y de abajo a la vez. Lo atrapa y lo tritura todo. El malvado Diosdado Cabello dando con el mazo desde arriba es el equivalente de sus turbas robando, saqueando y matando, abajo. El grotesco Maduro bailando sobre un pueblo hambriento y desangrado equivale a las no menos grotescas saqueadoras moviéndose al ritmo atronador de un regatón: “túmba la casa mami, tumba la casa”. En breve: la diferencia entre el mundo de la Müller y el de la Sainz es que en el de la primera el mal es totalitario y en la segunda el mal es radical. Por si no se entiende: El mal totalitario es un mal sistematizado. El mal radical en cambio es un mal desbocado, un mal fuera de sí. Ninguno de esos males es banal.

¿Por qué si son diferentes comparo entonces a Herta con Karina? ¿Porque ambas son mujeres? En parte sí. Dejando de lado cualquier naturalismo, hay que aceptar que los modos de socialización masculina y femenina llevan en algunos casos, sobre todo en la narración literaria de situaciones límites, a describir la vida a partir de diferentes posiciones. Con cierto temor a generalizar me atrevería a afirmar que, tendencialmente, la descripción del mundo de lo íntimo es más preeminente entre escritoras que entre escritores. Como sea, el hecho es que Sainz Borgo describe en detalle los interiores del orden (en el caso del chavo-madurismo, del desorden) de ese mundo donde el solo hecho de “estar ahí” se ha convertido en un drama existencial. Un mundo ante el cual para sobrevivir hay que huir, ya sea hacia los patios interiores del ser, ya sea hacia otro país. La otra posibilidad es llegar a ser como ellos, los Hijos de la Revolución.

El odio fue la siembra del chavismo. Primero el odio de los de abajo hacia los de arriba el que pronto se convirtió en el de los arriba hacia los de abajo. Ese odio no tardaría en llegar a ser un odio transversal, odio a lo distinto, odio a lo diferente. Chávez y Maduro disociaron hasta tal punto a la nación que al final todos los vínculos que unen a los humanos entre sí, terminaron por desatircularse. “Los Hijos de la Revolución nos separaron a ambos lados de una línea” – escribe Karina- “El que se va y el que se queda. El de fiar y el sospechoso”. Podríamos agregar: los progres y los fachos, los escuálidos y los maburros, los supremacistas y los colaboracionistas, las beatas y la secta. Y pare de contar. Al final, los unos introyectan el mal del otro hasta lograr que la identidad del uno llega a ser la del otro. Peligro advertido por Adelaida en sí misma cuando siente nacer en ella sentimientos hasta entonces desconocidos: “Aquella noche quise tener garfios en las manos” (....) “En mí había cedido el odio. Se endurecía como una boñiga en mi vientre”.

En cierto modo, la huida de la falsa “hija de la española” fue en Adelaida la de sí misma, de lo que querían que ella fuera y de lo que ella no quería ser. Detrás de ella quedaba una nación destruida por dos gobiernos, y sus “hijos” convertidos en tropas invasoras del propio país, los de arriba saqueando en el estado, los de abajo saqueando en las calles. Una revolución que terminó siendo una orgía de la muerte, el reino viviente de las fuerzas del mal, desatadas en toda su intensidad.

Pasará el tiempo. Maduro tarde o temprano deberá irse. Ni él ni sus secuaces pertenecen a la civilización occidental. Tal vez Venezuela renacerá sobre la tierra arrasada y habrá agua, luz, medicinas, alimentos. No sería la primera vez en que después de un desastre como el vivido, una nación revive materialmente. El problema es otro: ¿Cuánto tiempo costará reparar los daños morales que deja detrás de sí el apocalipsis desencadenado por un grupo de forajidos apoderados del Estado y sus instituciones? ¿Cuántos años deberán pasar para que la población recupere su condición ciudadana? ¿Cuándo desaparecerá esa reguera de odio, indecencia y maldad que los hijos y padres de la revolución dejan detrás de sí, la herencia cultural de Chávez, Maduro, Cabello, los Rodríguez? ¿Cuándo en fin, Karina Sainz Borgo -escritora de talla mundial- será escuchada y leída en su propia tierra por esas nuevas generaciones que hoy crecen sin tener un pasado digno de recordar?

Polis

Abril 06, 2019

https://polisfmires.blogspot.com/2019/04/fernando-mires-una-novela-venez...

 7 min


De acuerdo al Diccionario Oxford, las crisis humanitarias involucran un sufrimiento humano generalizado y requieren de ayuda a gran escala. Cuando existe una crisis humanitaria, la vida normal deja de ser posible.

Bajo condiciones normales, las necesidades de un individuo pasan a ser la forma en que otros se ganan la vida. El sistema funciona porque cada una de sus partes apoya y a la vez recibe apoyo de las otras. Este círculo virtuoso constituye la clave de todas las formas de vida, se trate de microbios, animales, ecosistemas o sociedades humanas. Sin sangre oxigenada es imposible mover los músculos; sin músculos torácicos es imposible oxigenar la sangre. Los seres humanos no pueden sobrevivir sin alimentos, pero sin seres humanos no se puede producir alimentos.

En química, esto se llama autocatálisis, sistema en el que el todo se puede reproducir porque cada elemento es producto de una reacción y a la vez es un insumo o catalizador de otra, lo que hace que el todo sea autosostenible. En las sociedades humanas, financiar la seguridad y la infraestructura necesarias para la producción exige tributación, la cual solo es posible si, para empezar, existe producción que sea gravable. Todo quiebre en este ciclo autocatalítico –sea debido a una guerra o a un desastre natural, por ejemplo– rompe el círculo virtuoso. Ahora bien, la cantidad de tiempo que un ser humano puede sobrevivir sin agua, comida ni techo, suele ser demasiado corta en relación con el tiempo necesario para solucionar el problema. Esta es la esencia de una crisis humanitaria.

Venezuela, a causa de la mala administración, la opresión y la corrupción, ha padecido de un colapso catastrófico de tales proporciones que carece de las calorías, las proteínas o las medicinas necesarias para mantener a su población, de más de 30 millones de personas. En consecuencia, los venezolanos han estado abandonando su país en masa, mientras los que se quedan sufren un infierno.

Bajo estas circunstancias, la ayuda humanitaria, al proveer algunas de las necesidades que escasean, contribuye a que la gente sobreviva y pueda enfrentar otro día. Muchos países y organizaciones donantes han estado llenando bodegas en Cúcuta (Colombia), Pacaraima (Brasil), Curaçao y Puerto Rico con alimentos y medicinas que podrían salvar vidas, pero la dictadura de Nicolás Maduro ha prohibido su entrada. Si el gobierno hubiera permitido el ingreso de estos bienes, los voluntarios los habrían distribuido a escuelas, hospitales, iglesias y otras organizaciones sociales, ayudando así a mantener a la población hasta que se solucione el problema de fondo.

La ayuda humanitaria, de por sí, no puede reiniciar el proceso autocatalítico, pero puede facilitar la transición a un sistema autosostenible. Supongamos que Maduro ha sido reemplazado por el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, de acuerdo a lo que dicta la constitución de Venezuela. Supongamos que con la ayuda de Estados Unidos, la Unión Europea y varios países latinoamericanos, la cantidad de alimentos y medicamentes disponibles en las fronteras terrestres y marítimas de Venezuela aumenta de manera considerable. ¿Cómo se los hace llegar a 30 millones de personas?

Una solución es contar con voluntarios que, de manera gratuita, los distribuyan a los necesitados. Pero, ¿cómo se puede saber quiénes son los necesitados y quiénes, entre ellos, ya han recibido ayuda? ¿Cómo y por cuánto tiempo podrán mantenerse a sí mismos los voluntarios? ¿Cómo se puede impedir que alimentos destinados a ser distribuidos gratuitamente sean vendidos para obtener dinero en efectivo o enviados de contrabando al extranjero por personas que participan en el esfuerzo, como lo han estado haciendo muchos de los secuaces de Maduro con los bienes subsidiados?

Una alternativa, que es contraria a la intuición, sería vender los alimentos y medicamentes donados a precios de mercado a quienes deseen ganarse la vida distribuyendo y vendiendo necesidades a los consumidores. Pero, ¿de qué manera podrán los necesitados adquirir alimentos si, por definición, son necesitados? Aquí es donde los mercados y la tecnología moderna acuden al rescate.

El dinero que se recaude a través de la venta de alimentos a los distribuidores puede ser transferido a los necesitados para permitirles que ellos mismos los adquieran. Cuando se tiene una cuenta bancaria y una tarjeta de débito, como es el caso de la mayoría de los venezolanos (gracias a la hiperinflación, que ha eliminado el valor del dinero en efectivo), distribuir el dinero se convierte en el simple proceso de abonar el efectivo en las cuentas bancarias de los beneficiarios seleccionados, lo cual es improbable que sea lo que demore la recuperación porque hacer esto toma menos tiempo que distribuir bienes. Lo difícil en este caso es coordinar la llegada del dinero a las cuentas bancarias de los consumidores con la llegada física de los productos a los puntos de venta: si llega demasiado pronto, se producirá una inflación; si llega demasiado tarde, los consumidores no obtendrán los productos a tiempo.

Este mecanismo ofrece varias ventajas evidentes frente a la distribución gratuita. Para empezar, puede emplear no solo a voluntarios temporales, sino a todos quienes estén dispuestos a ganarse la vida en la distribución y venta de bienes. En particular, aprovecha y revitaliza los canales de distribución que ha legado la historia, en lugar de intentar crear, a partir de cero, un mecanismo de distribución alternativo temporal, que ciertamente sería más lento, más pequeño, más caro y con menor penetración. Y si una ciudad recibe los productos y otra no, entonces los comerciantes tendrán un incentivo para practicar el arbitraje (comprar bienes donde abundan y venderlos donde escasean), equilibrando así la situación.

Aún más, un mercado para la ayuda humanitaria empoderaría a los beneficiarios al brindarles la oportunidad de decidir qué, dónde y cuándo adquirir lo que necesitan. Ya no tendrían que esperar a que alguien les entregue un paquete de ayuda predefinido, como lo hace actualmente el gobierno venezolano. Y el sistema crearía empleo, de modo que los participantes en el esfuerzo se ganarían la vida y dejarían de necesitar ayuda.

Además, dado que este sistema permite pasar de la importación de bienes finales, como alimentos enlatados, a productos que requieren ser procesados a nivel nacional –trigo para hacer harina, pan y pasta; alimentos balanceados para pollos, huevos y cerdos; semillas, fertilizantes y agroquímicos para la agricultura, y otros similares– pondrá en marcha la producción interna. A lo largo del tiempo, los canales de distribución podrán pasar de la compra y entrega de lo que se haya hecho disponible a través de la ayuda humanitaria, a adquirir en el mercado global lo que les parezca más apropiado. En lugar de proporcionar alimentos y medicinas, la ayuda consistiría en asegurar la disponibilidad de las divisas necesarias para importar lo que exija el mercado. La venta de esos dólares a los importadores proveería el efectivo para las transferencias directas destinadas a fortalecer el poder adquisitivo de los necesitados.

El papel de la ayuda humanitaria se asemeja al de la batería de un automóvil: ella hace funcionar los cilindros hasta que la secuencia de explosiones internas del motor se vuelve autosostenible y de paso recarga la batería. Esta tarea se facilita utilizando, más que reemplazando, los mercados tradicionales.

Marzo 25, 2019

Traducción de Ana María Velasco

Project Sybdicate

https://www.project-syndicate.org/commentary/selling-humanitarian-aid-is...

 5 min


Carlos Pagni

Algo relevante ha cambiado en los últimos 10 días en el conflicto entre Estados Unidos y China. Y esa alteración tiene como escenario a América Latina. La disputa entre las dos potencias por influir en la región se había expresado hasta ahora como una tensión subterránea.

Sin embargo, hace dos viernes, el entredicho adquirió una dimensión institucional. El motivo explícito fue la divergencia entre Washington y Pekín frente a la crisis venezolana. Ese desencuentro determinó que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) suspendiera su asamblea anual, que se iba a celebrar entre el jueves y el domingo pasados en la ciudad china de Chengdú. Esa resolución fue liderada por los Estados Unidos, pero consiguió el apoyo de numerosos países que son receptores de caudalosas inversiones chinas. Un duelo entre poder y dinero.

El BID había elegido Chengdú para celebrar su 60º aniversario, que coincidía con una década de pertenencia de China a la institución. Esa preferencia provocó una reacción negativa de la Administración de Donald Trump, a pesar de que su representante en la institución no había objetado la sede. El 19 de diciembre pasado, el subsecretario para Asuntos Internacionales del Tesoro, David Malpass, dirigió una carta al presidente del Banco, el colombiano Luis Alberto Moreno, en la que manifestó: “Tengo serias reservas sobre el proceso del banco que condujo a esa decisión inicial, y no creo que la reunión de 2019 pueda ser tan exitosa en Pekín como lo sería si se celebrara en la región”.

Estados Unidos controla del 30% de las acciones de la institución. La oposición de Washington se volvió operativa un mes más tarde, con la colaboración del propio Moreno. El 23 de enero, el titular de la Asamblea Nacional venezolana, Juan Guaidó, se proclamó como presidente legítimo de su país. El Gobierno de Trump fue el primero en reconocerlo. Y un rato más tarde hizo lo mismo Moreno, mediante un tuit.Ningún organismo multilateral se había pronunciado sobre la querella venezolana. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial no lo han hecho hasta ahora.

¿Moreno sabía que con su declaración estaba minando su asamblea de Chengdú? Porque la disputa de legitimidad entre Guaidó y Nicolás Maduro se trasladó al seno del BID. El 28 de febrero, Guaidó se dirigió al ministro de Hacienda argentino Nicolás Dujovne, en ejercicio de la asamblea de Gobernadores del banco, para informarle que había designado al economista Ricardo Hausmann como representante de su Gobierno. Hausmann es un reconocido profesor de la Universidad de Harvard, que podría ser ministro de Economía de Guaidó, si éste ejerciera el poder efectivo.

El nombramiento de Hausmann fue el punto de partida de un ajedrez frente al que China, que sigue reconociendo a Maduro, no sería indiferente. El 15 de marzo, la junta de Gobernadores del BID votó la expulsión del representante de Maduro, Oswaldo Pérez Cuevas, y reconoció a Hausmann como el delegado venezolano.Desde Pekín solicitaron que la silla de Venezuela permaneciera vacía en Chengdú. Pero las autoridades del banco insistieron en que el país estaría representado por Hausmann. China se negó a conceder la visa al economista. El primero en reaccionar fue el vicepresidente de los Estados Unidos, Mike Pence, quien escribió en el periódico The Miami Herald que “los chinos están socavando el progreso del hemisferio hacia la democracia al negarse a otorgar un visado oficial a Ricardo Hausmann, la primera vez en la historia del banco que una nación anfitriona se niega a dejar entrar a un miembro”.

El BID respaldó a Hausmann y canceló la reunión de Chengdú. Todavía no se definió la nueva sede de la asamblea. La reacción de Pekín no fue lineal. El encargado de protestar no fue el Banco de China, titular formal de la representación ante el BID, sino el Ministerio de Relaciones Exteriores. Lo primero que se descartó es que los chinos abandonaran una institución a la que se incorporaron al cabo de 15 años de esfuerzo diplomático. Otra peculiaridad es que la queja, formulada en un comunicado extraoficial, no se dirigió a los que votaron la cancelación. El Gobierno de Xi Jinping atribuyó a“cierto país” haber boicoteado la reunión. A pesar de estas sutilezas, se abre una incógnita: ¿el BID seguirá siendo un instrumento de intervención financiera en la región para los chinos?¿O preferirán volcarse en la Corporación Andina de Fomento, otro banco de desarrollo en que los Estados Unidos no participan? El choque del BID incomoda a muchos países de la región que reciben inversiones de Pekín, pero tienen lazos poderosísimos con Washington. Esas naciones demostraron, a desgano, el estado del balance regional: el factor geopolítico prevaleció sobre el financiero. China ha invertido en América Latina, desde 2005, 150.000 millones de dólares. Pero, como dice el profesor de Georgetown Gonzalo Paz, la suspensión de la cumbre de Chengdú demostró que “poder mata billetera”.

El País

https://elpais.com/internacional/2019/04/02/argentina/1554157753_047809....

 3 min


En medio de la oscuridad nuestra de cada día, trato de hacer mía la consigna china, aquella de que toda crisis es una oportunidad. Así, en las noches, velita mediante, me dedico a leer, ya que no puedo ver partidos de futbol. He terminado dos novelas que iba leyendo en paralelo – mala idea, por cierto, porque en determinados momentos mezclaba los personajes – y me di a la tarea de desempolvar algunos de los archivos de mi computadora para revisar algunos textos que asoman los cambios que, de la mano de la Cuarta Revolución Industrial, están perfilando un mundo muy distinto, en el que la vida humana empieza a transcurrir de otras maneras en todos los aspectos.

Los derechos de los robots

Entre los archivos me encuentro con algunas notas que tomé hace algún tiempo a propósito de una novela de ciencia ficción, “¿Sueñan los Androides con ovejas eléctricas?”, escrita por Philip K. Dick, en la que se alude a las relaciones del ser humano con los robots. Y de allí he brincado a otros textos que se ocupan del asunto e indican que los robots no deben considerarse sólo como dispositivos mecánicos, sino como socios que interactúan con las personas. Así las cosas, veo un documento en el que el Comité del Parlamento Europeo para Asuntos Legales les otorga la condición de “personas electrónicas”. A partir de allí, se propone que "se pueda establecer que los robots autónomos más sofisticados tienen el estatus de personas electrónicas con derechos y obligaciones específicos, incluida la de hacer bueno cualquier daño que puedan causar". Y observo, igualmente, que ya existen unas cuantas iniciativas similares, en distintas partes del mundo.

De nuevo se demuestra, creo, que la llamada ciencia ficción no es ficción, sino pronóstico. Lo digo por lo anterior y también porque, a propósito de un brevísimo cuento, “El Círculo Vicioso”, escrito hace casi ochenta años, el célebre Isaac Asimov estableció sus conocidas tres leyes de la robótica (que en realidad fueron cuatro). Las mismas lucen como trasfondo de planteamientos que de alguna manera están cobrando forma actualmente a) Un robot no puede hacer daño a un ser humano ni directamente ni a través de su intervención. b) Un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, a menos que las mismas entre en conflicto con el primer mandamiento. c) Un robot debe salvaguardar su propia existencia, a menos que su autodefensa se contradiga con el primer y el segundo mandamiento. Más adelante, el propio Asimov añadió una cuarta: d) Ningún robot puede dañar a la humanidad o, por inacción, permitir que la humanidad sufra daño.

Dentro de la misma línea de lo que vengo escribiendo, vale la pena mencionar, así mismo, que la Universidad Carnegie Mellon de Estados Unidos anunció un nuevo centro de estudios de la ética de la inteligencia artificial; que durante la presidencia del Presidente Obama, la Casa Blanca publicó un trabajo sobre el mismo tema y que varias de las empresas más grandes, incluyendo Facebook y Google, han anunciado una asociación para redactar un marco ético para la inteligencia artificial. Estas y otras muchas iniciativas se explican porque, de acuerdo a lo señalado en diversas publicaciones, las interrogantes son muchas: ¿cómo podemos garantizar que estos algoritmos estén diseñados de manera apropiada?, ¿Será necesario que un robot tenga algo equivalente a una Declaración de Derechos? ¿Debería permitirse a un Cyborg muy avanzado postularse para cargos políticos?

No es de extrañar, entonces, que se haya generalizado la idea de elaborar un conjunto de principios éticos orientados a regular las circunstancias que derivan de la creación y uso de los robots, implicando en ellas a sus fabricantes y usuarios y, como se ve, también a los propios robots.

El tema de los robots es apenas una muestra del intenso debate sobre las transformaciones tecno científicas de la época. Con igual interés se han suscitado discusiones sobre otros muchos tópicos, entre ellos la genética e, incluso la política, por sólo citar un par de ejemplos.

Mientras tanto …

me paseo por estas cosas, velita de por medio, como dije, y me viene a la mente Nicolás Maduro en una de sus más recientes cadenas, anunciándonos las medidas que ha tomado con el objetivo de enfrentar la situación de nuestra industria eléctrica, las que incluyen el cambio del Ministro Mota Domínguez, quien, dicho sea de paso, se retira de la escena sin que se le recuerde haber dado alguna explicación de lo sucedido, ni mucho menos haber hablado de un plan para salir del aprieto en el que nos metió el imperialismo norteamericano, según reza la explicación oficial, elaborada con apego a la teoría de las llamadas “verdades alternativas”

Así, mientras el planeta se mueve según códigos radicalmente distintos a los de antes, Nicolás Maduro no habla de cómo descifrarlos y hacerlos parte del futuro nacional, sino que nos ofrece un país como el de antes, en el que los bombillos prendían.

El Nacional, Miércoles 3 de marzo de 2019

 4 min