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Mariza Bafile y Flavia Romani

Casita Maria en el Sur del Bronx con la violinista y violista Leonor Falcón Pasquali

Mariza Bafile y Flavia Romani

Fotos de Flavia Romani ©

Cuanto más nos adentramos en el Sur del Bronx más respiramos aire latino. Palabras en español, música, ese ritmo innato con el cual se mueven los cuerpos, nos hablan de culturas que son nuestras y despiertan anhelos y recuerdos.

Un poco antes de llegar a Casita Maria, llama la atención un graffiti representando a una Virgen, resguardado por una reja y rodeado de flores. Casita Maria colocada entre los grises y marrones de calle y edificios destaca como una llama de alegría gracias a los graffiti llenos de colores que cubren su fachada.

Las clases ya terminaron y en los pasillos circulan solamente algunos estudiantes y profesores. Leonor Falcón Pasquali, violinista y violista venezolana radicada en Nueva York, nos espera en el cuarto piso, allí donde se desarrollan las actividades artísticas y culturales a las cuales tienen acceso los niños después de clase. “Enseño en este espacio desde hace seis años y me encanta este lugar. La gente que trabaja aquí es abierta, cariñosa. Es estupendo lo que hacen para la comunidad del Bronx. Los niños de mis clases son todos súper niños y siempre me dan tanto o más de lo que yo les doy a ellos. A veces llego estresada, cansada y los niños me obligan a concentrarme, me ponen de buen humor y siempre salgo más relajada”.

Junto con Leonor nos espera Luis Pagani, latinoamericano de origen, quien con gran orgullo nos cuenta la historia de Casita Maria.

Todo comienza en East Harlem en 1934 gracias a una iniciativa de Claire y Elizabeth Sullivan, quienes, utilizando un apartamento de cinco habitaciones, organizan actividades culturales y recreativas para los niños de las familias puertorriqueñas. En 1961 Casita Maria se traslada desde East Harlem al Sur del Bronx y no solamente ofrece cultura sino también ayuda humanitaria para proteger a niños y adultos en condiciones de vulnerabilidad. Por ejemplo, desarrolla programas para la rehabilitación de drogadictos, la prevención de embarazos en adolescentes y la violencia de las pandillas.

En 2009, gracias a un acuerdo con el Departamento de Educación de la ciudad de Nueva York puede contar con un espacio mucho más grande que funciona también como escuela, desde primaria hasta bachillerato, y en el cual, en la tarde, Casita Maria desarrolla

Aquí Leonor Falcón Pasquali regala el don de la música a niños entre 6 y 10 años, en su mayoría latinos, quienes en muchos casos vienen de situaciones familiares difíciles. “Cada niño es diferente y cada entorno familiar también. Yo trato de que ellos sientan que este es un espacio seguro, en el cual están protegidos y donde pueden ser ellos mismos sin que nadie los juzgue. Trato también de estar en contacto con los padres, lo más posible, y si detecto algún problema específico hablo con el psicólogo infantil para que le haga seguimiento. Algunos de mis alumnos eran homeless y vivían en refugios, otros estaban en casas de acogida. Son situaciones muy duras y espero poderlos ayudar un poco. Yo crecí rodeada de música y creo profundamente en su poder terapéutico. Tener música en tu vida es un privilegio. Mi gran objetivo es que los niños tengan música en sus vidas y logren canalizar a través de ella sus energías y sus emociones, sea lo que sea lo que está pasando en sus casas”.

Hija de arte, Leonor Falcón Pasquali fue amamantada con música y cultura. Su papá, Álvaro Falcón es uno de los guitarristas más importantes de Venezuela, su mamá es una médico dermatóloga reconocida internacionalmente y su abuelo materno fue un gran intelectual, escritor, filósofo, investigador y docente, fundador de la Cátedra de Estudios de la Teoría de la Comunicación en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela. La música en sus diversos géneros ha acompañado y acompaña la vida de todos ellos. “No podría imaginar mi vida sin la música. Empecé a estudiarla, siendo muy pequeña, en el Colegio Emil Friedman de Caracas, fundado por un gran violinista. Durante muchos años seguí estudiando y especializándome, sobre todo en música clásica. Sin embargo, sentía una gran curiosidad hacia otros estilos musicales. Quería experimentar, conocer”.

Será esa curiosidad la que la llevará a Nueva York, una ciudad en la cual llegan personas de todo el mundo con su cultura y su música a cuestas. Aquí su vida personal así como la profesional, dan un vuelco. “Me inscribí en el Queens College para cursar una maestría en jazz. Un gran reto para mi ya que nunca me había sumergido en ese mundo de manera formal. Mis compañeros ya tocaban jazz, hacían improvisaciones y en algunos casos hasta habían grabado discos. Desde ese momento se me abrió una gran gama de posibilidades y vivir en Nueva York me permite entrar en contacto con tantos tipos de música que antes desconocía y músicos increíbles de los cuales no había oído hablar nunca. Es muy nutritivo. Me gusta pasar de un género musical a otro porque disfruto con cada uno y eso puedes hacerlo únicamente en esta ciudad”.

Recuerda cuando, tras transcurrir unos días en New Jersey, llegó por primera vez a Times Square. “Cuando levanté la cabeza sentí una emoción profunda. La ciudad me pareció sobrecogedora, inmensa. La descubrí poco a poco siguiendo las notas de su música. Con los compañeros de la Universidad iba de concierto en concierto, nutriéndome de tanta diversidad, tanta excelencia. Son las sorpresas maravillosas que te regala Nueva York”.

Curiosa, incansable, volcando en su profesión una pasión infinita, Leonor ha acumulado experiencias profesionales diferentes y todas igualmente enriquecedoras. Recuerda con particular emoción cuando la llamaron desde la orquesta de Willy Colón. “Me llamó Alí Bello, un violinista increíble, para decirme que necesitaban a otros violinistas. Era el día de mi cumpleaños y yo sentí que ese era el regalo más hermoso que me podían dar. Estar allí, con esos músicos que son lo máximo en música de salsa, tocando los arreglos que había escuchado toda la vida, fue una emoción que no puedo describir. Además, lo estaba haciendo en Nueva York: es decir, en la ciudad donde nació la salsa y con músicos que la hicieron nacer. Nunca pensé que una música tenga más valor que otra, sin embargo, esa experiencia me confirmó el valor de la música popular y en particular de la salsa. Es algo que repito a mis alumnos tratando de que tengan una visión global de la música y del arte. Les enseño a improvisar con el violín para que tengan unas bases que les permitan abrirse a posibilidades diversas, a incurrir en estilos que en muchos casos conectan mejor con su cultura. Considero que, de esa manera, tienen mayores motivaciones para seguir estudiando música y el instrumento”.

Leonor Falcón también ha tocado con la orquesta de salsa de Charlie Donato, con la talentosa guitarrista jazz chilena Camila Mesa y su grupo Néctar Orquestra, con la bajista americana Mimi Jones, esposa del pianista venezolano Luis Perdomo, con la cual está desarrollando un proyecto que se llama Black Madona. Ha tocado con muchos cuartetos de cuerda haciendo música popular, entre ellos uno que se llama O cuarteto y tiene un repertorio de música brasilera. Recientemente grabó un disco con la violinista y compositora norteamericana Sarah Bernstein y, en 2017, fundó el sello disquero Falcón Gumba Records, junto con su esposo Juanma Trujillo, guitarrista.

Ha lanzado un disco con el trío Chama creado junto con su esposo Juanma Trujillo y un amigo de infancia, Arturo García, baterista también venezolano. En su primer álbum Imaga Mondo, que en esperanto significa “Un mundo imaginario”, dedica cada canción a una criatura fantástica. Lo ha realizado con su cuarteto formado por Juanma Trujillo, guitarrista, Christof Knoche, bajista y clarinetista y Juan Pablo Carletti baterista. Con el grupo Chama ha grabado otros singles que saldrán en el transcurso del año. Hace apenas pocos meses salió el primer álbum del dúo Peach and Tomato que comparte con la violinista Sana Nagano. Juntas, ella en la viola y Nagano en el violín, experimentan diferentes efectos estando conectadas electrónicamente con unos pedales, y realizan muchas improvisaciones.

Si bien toca violín y viola con igual destreza y pasión Leonor confiesa preferir la viola. “El sonido de la viola es más oscuro, más íntimo, lo siento más en sintonía con mi personalidad. Sin embargo, también me encanta el violín, y en particular mi violín. Creo que lo que más me gusta es tener la posibilidad de cambiar. Cada vez que tocas asumes una personalidad distinta, es como actuar».

– ¿Y si tuvieras que escoger un solo género musical?

Leonor reflexiona, sonríe.

– No podría. No sería feliz. Ayer toqué un Mesías de Händel y fue maravilloso. Mañana tengo una grabación con una big band y sé que también lo voy a disfrutar muchísimo. La música para mi es alegría, aprendizaje, búsqueda, no puedo imaginarme encasillada en un único estilo musical.

Marzo 2020

@MBAFILE·@MBAFILE

ViceVersa

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El Swedish Cottage Marionette Theatre y el Shakespeare Park con la actriz Yessi Hernández

Mariza Bafile y Flavia Romani

Paseamos por el jardín que, en Central Park, dedicaron a Shakespeare. Allí entre flores de colores distintos y especias como el romero o el cardo que perfuman el aire y recuerdan las matas que describe en sus obras, mientras leemos citaciones de sus personajes en placas que se mimetizan con el verde, admiramos la morera blanca que, dicen, sea “hija” del árbol que el mismo Shakespeare plantó en 1602. Nos acercamos a la casita de madera del Swedish Cottage Marionette Theatre, espacio que ha visto pasar a los mejores marionetistas para goce de grandes y pequeños, y pensamos que no podía escoger mejor lugar para nuestra entrevista la actriz Yessi Hernández. “Descubrí este teatro gracias al trabajo que realizo en fiestas infantiles. Es mi quehacer del día a día, ese que la mayoría de quienes nos dedicamos a una actividad artística necesitamos para sobrevivir. Sin embargo, es una labor que disfruto mucho porque me encantan los niños y puedo juntar eso con la actuación. Aquí realizamos el cuento de la Bella y la Bestia. Fue muy divertido”.

Yessi Hernández, como tantos otros jóvenes ha dejado su país, Venezuela, porque “donde no hay seguridad personal no hay futuro”. Bien lo sabe ella quien ha sido víctima de secuestro pocos meses antes de graduarse. Mientras cuenta esa experiencia una sombra cruza su rostro por lo demás siempre luminoso y alegre. “Hace tiempo había decidido venir a Nueva York para profundizar mis estudios de actuación. Ya había terminado los exámenes y la tesis para graduarme en Comunicación Social y estaba decidida a esperar la entrega del título y luego a venir aquí para empezar a explorar posibilidades de estudio. Sin embargo, pocos meses antes de mi graduación, entraron en mi casa y nos secuestraron a mis padres y a mi. Fue una experiencia muy dura, pero por suerte estamos vivos. En ese momento la decisión de irme se consolidó. Esperé la entrega del grado, vine unos meses y aproveché para hacer unos cursos y talleres en HB Studio. Regresé a Venezuela para arreglar los papeles y finalmente me mudé. En el mientras había conocido al amor de mi vida, a Pablo, quien también es actor y es venezolano”.

La sonrisa vuelve a iluminar sus ojos que varían del verde al azul y sigue recordando. “Al regreso me inscribí en la reconocida escuela de Stella Adler y estudié durante un año en el Acting’s Drama Conservatory”.

Yessi ya había trabajado en teatro, televisión y cine en Venezuela. Pasajes que recuerda con gran nostalgia y agradecimiento por la oportunidad que le dieron directores que creyeron en su capacidad actoral. “Pude actuar en obras importantes como ‘La Casa de Bernarda Alba’ o ‘La Gaviota’ de Anton Chéjov. Una gran experiencia para mi”.

A pesar de su joven edad Yessi ha demostrado gran talento y la capacidad histriónica de interpretar tanto dramas como comedias. Ha logrado destacar y construirse un espacio también en una ciudad tan competitiva y de excelencia teatral como Nueva York. “Nueva York me ha permitido tener unas experiencias muy satisfactorias. He participado en obras como “Lo que Kurt Cobain se llevó” para la cual tuve una nominación en los Premios ACE Latinos, “Asesinas anónimas” con la cual obtuve dos nominaciones a los premios ATI, ACE y gané el LATA (Latin American Theatre Award) como mejor actriz revelación”.

Al hablar de estas experiencias Yessi recuerda con particular alegría su trabajo en “Asesinas anónimas”, una obra del dramaturgo venezolano Rodolfo Santana, dirigida por la actriz y directora María Fernanda Rodríguez, en la cual todo el equipo estaba conformado por mujeres. “También en otra ocasión, esta vez con una obra en inglés, ‘The Worker Must Have Bread But She Must Have Roses Too’, que presentamos en Maine, el elenco de actores y técnicos estaba compuesto por mujeres. Me parece muy positivo que haya siempre más mujeres en el mundo artístico y teatral y que tengan la posibilidad de mostrar todo su talento y capacidad profesional”.

Sensible a todas las temáticas sociales Hernández privilegia las obras que tocan el alma, esas que obligan a pensar. “Disfruté mucho la obra ‘Vestido de novia’ que narra la historia de dos mujeres quienes transcurren todo el tiempo preparándose para el matrimonio. Sin embargo, al final, descubrimos que viven en Venezuela un país en el cual el matrimonio gay no está permitido. Eso lleva a un desenlace emotivo que deja al público con muchas preguntas. Son temáticas importantes y que nos involucran a todos. Es muy injusto que existan lugares en los cuales amarse es prohibido”.

Uno de los papeles que más trabajo le ha dado ha sido el de la comedia de Julie De Grandy “Psicopatía Jauja”, en el cual interpreta a tres personajes diferentes, todos pacientes de una psicoanalista. Es una historia hilarante en la cual las vicisitudes de la analista se cruzan con las de sus pacientes. “Es una comedia que muestra a los psicoanalistas y psicólogos como seres humanos con sus angustias y preocupaciones. A veces para nosotros son solamente personas que van a resolver nuestros problemas, como si no tuvieran una vida al igual que todos, con sus alegrías y amarguras. Yo representaba tres papeles. El que me dio más dolores de cabeza fue el de una monja con doble personalidad: la primera sumamente severa y la otra desbocada y desinhibida. Hay diálogo entre las dos y otros entre cada una de ellas y la psicoanalista. Trabajando en esa obra me di cuenta de lo serias que son las comedias”.

Entre sus sueños está el de explorar más el cine. “El cine supera el tiempo, tu trabajo queda. Es una experiencia importante. Sin embargo, siempre regresaré al teatro que amo por lo opuesto. En las tablas cada noche es única. Y esa es su magia”.

Su miedo más grande: “Es el de dejar de perseguir mi sueño. A veces siento que las dificultades del día a día, la necesidad de sobrevivir, van quitando tiempo a lo que de verdad quieres hacer. Por ejemplo, hay algunos castings que no pude hacer porque en ese mismo momento tenía que trabajar. Luego me quedo pensando si hice bien o mal, si esa hubiera podido ser la ocasión que te cambia la vida. Creo que lo más difícil, lo que más me asusta es no lograr mantener el balance entre la sobrevivencia y el sueño que me ha traído a esta ciudad”.

En su afán por explorar diferentes facetas del mundo del teatro, Yessi Hernández ha incursionado también en la escritura. Realizó el Unipersonal “Forasteros”, que gira alrededor de la temática de la inmigración, y que fue seleccionado para el Festival MonologandoAndo. La obra, dirigida por Pablo Andrade, recibió el Premio de la Audiencia y el de Mejor Director. Yessi también recibió el Premio Arte 2019 como mejor Actor/Actriz.

Otro proyecto se estrenará muy pronto en el Festival de Microtheater de Teatro SEA en el cual participa como dramaturga y productora. La obra se llama “Hora Pico” y será presentada los días 22, 23 y 24 de noviembre en el Teatro SEA.

Yessi Hernández confiesa sentir un cariño profundo por esta ciudad. Sin embargo, como siempre pasa, la Nueva York real no siempre es la de los sueños. “Cuando vienes de vacaciones todo parece hermoso. Sin embargo, cuando vives aquí empiezas a darte cuenta de lo difícil que es sobrevivir en una ciudad tan cara y exigente. El tiempo para ti, para pasear, visitar lugares, asistir a fiestas se vuelve muy escaso. La mayoría de las veces regresas agotada a tu casa, muy tarde y a sabiendas que a la mañana siguiente tienes que volver a levantarte temprano. Mientras estás en el metro ves las caras cansadas de los demás, sus ojos que también se cierran por el sueño acumulado, los cuerpos que hablan de horas y horas de trabajo. Y sabes que esa es la ciudad verdadera. A pesar de todo amo mucho Nueva York, aunque no me siento atada a ella. Estoy abierta a otras experiencias y creo que el lugar ideal es el que te permite desarrollarte profesionalmente. Eso sí, siempre regresaría a Nueva York porque siento que esta es mi casa”. Tras quedarse un momento reflexionando agrega: “Hay personas de todo el mundo aquí y todos somos neoyorquinos. Es posible sacar a un neoyorquino de Nueva York pero no Nueva York de un neoyorquino. Lo mismo nos pasa a los venezolanos con Venezuela”.

Y si tuvieras que irte, ¿qué llevarías contigo? Yessi ríe, mira a su alrededor: “Me gustaría agarrar Central Park y ponerlo en un bolsillo… – luego reflexiona – En realidad hay muchos lugares especiales. Me llevaría los recuerdos que más valoro, y esa sensación tan única que te da esta ciudad. Así como ella da cabida a cualquier persona, sea cual sea su nacionalidad, color de piel, religión, preferencia sexual, así permite a cada uno de nosotros ser como somos, con todas nuestras facetas y complejidades”.

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19 de noviembre 2019

ViceVersa

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El Metropolitan Museum of Art con la pintora Anita Pantin

Mariza Bafile y Flavia Romani

Ombligo del mundo, rascacielos, hoyo profundo, 9/11, caleidoscopio, aeropuerto, de kilómetros a millas, desgarre, esperanzas que aterrizan, nostalgias que se enraízan, espacio físico que se encoge, subterráneo, subir escaleras, bajar escaleras, ratas insolentes, ratas resueltas, ratas urbanas, olores que ofenden, grúas, alcantarillas que fuman, ruido, ambulancias, bomberos, policías, pobreza desesperada, riqueza infinita, tribus tatuadas, trabajo, ojeras, sueño, sueño que agota, sueño que despierta, morir de visa, garras, casas compartidas, anhelos compartidos, camas compartidas, encuentros fugaces, amores que nacen, amores que se apagan, culturas, vibraciones, música, vivir sin límites, prejuicios que se desmoronan, libertad a ras de piel, arte que nutre, innovación, movimiento, tesoros escondidos, bares, soledad, amistades, raíces arrancadas y vueltas a reanudar.

Nueva York es eso y mucho más…

Acercarse al Metropolitan Museum of Art de Nueva York es una emoción que despierta todos nuestros sentidos. Cruzamos la Quinta Avenida en medio de la confusión de los turistas, y tratando de evitar el humo denso de olores que sale de los tarantines que ofrecen bebidas, perros calientes y pretzels. La amplia escalinata que lleva hacia la entrada es una promesa de felicidad. Bien lo sabe Anita Pantin, pintora venezolana y norteamericana, quien, en fecha de cumpleaños, se paró a los pies de las escaleras y supo en ese momento que Nueva York sería su casa para siempre. “Miraba la escalinata que llevaba al Metropolitan desde la Quinta Avenida y me sentía una privilegiada. Transcurrir mi cumpleaños allí me hacía sentir viva y con muchas ganas de seguir aprendiendo. Entendí que el Met es una casa de la cual no me quería alejar”.

Transcurre días enteros en sus pasillos en un diálogo silencioso con artistas de otros mundos y otros tiempos. Con su cuerpo menudo y en los ojos una curiosidad ávida y una capacidad de maravilla que mantiene la frescura de la infancia, Anita Pantin se mueve con una armonía que pareciera surgir de una música secreta que solo ella puede escuchar. Va de un cuadro a otro, de una sala a otra, mostrándonos, incansable, las obras que más ama, los artistas que más admira y cuyo legado atesora. “El Metropolitan es un espacio en el cual encuentras el trabajo de seres humanos quienes han tratado de dar lo mejor de sí mismos. Todos, hasta aquellos que trabajaron obligados, buscaron la excelencia. Tenerlos juntos en un mismo lugar es un tesoro, es como estar en otra dimensión. Aquí habitan los grandes amores, los amores de siempre, los que vas descubriendo, los que vas olvidando poco a poco y que, sin embargo, no se alejan. Es una familia que no te abandona nunca”.

Anita Pantin es pintora. Así es como ella ama definirse y no podría ser de otra manera porque Anita pinta, pinta siempre, aún sin pinceles, pinta con la mirada, con los gestos, con las palabras, con todo su cuerpo. En sus venas corren ríos de colores que pugnan por salir. Corren, gritan, lloran, suspiran. Son sentimientos y emociones, pensamientos y reflexiones. No hay cabida para la indiferencia en la vida de Anita Pantin quien escudriña el mundo con ojos de artista y lo trasforma en trazos y colores, lo encierra dentro de una pantalla o lo desparrama en una tela. “La primera vez que me regalaron una caja de creyones fue cuando tenía ocho años y una fiebre alta que me mantenía en cama. Esos creyones me abrieron un mundo. En ese momento vivía en una casa con patio interno en una pequeña ciudad de Venezuela y sentí que, con mis creyones, podía superar paredes, construir mundos alternativos en los cuales escapar. Veía el cielo y pensaba ‘puedo salir y viajar porque puedo inventar cualquier cosa con mis creyones’. No tenía idea de lo que era el arte pero sabía que no había límites en una caja de creyones”.

Unos dos o tres años más tarde una maestra le regala un libro de historia del arte. “Era un libro serio, gordo, sin colores, y mi maestra María Teresa Martínez me dijo: ‘Es para ti porque tú eres artista’. Esa señora me cambió la vida”.

Teniendo apenas 13 años tuvo una recaída de sarampión y se debilitó tanto que la sacaron del colegio y luego la mandaron a Roma a estudiar dibujo. La “grande bellezza” de la Ciudad Eterna devolvió la salud a su cuerpo y Anita, libre de toda atadura, paladeó la alegría de la curiosidad y se sumergió de lleno en las magníficas obras de arte que encierra cada esquina, iglesia, museo, palacio o parque de esa ciudad. Allí estudió dibujo clásico con una enseñante del norte de Italia de talante serio y palabras escasas. “Tenía a otros dos alumnos y cuando llegué me dijo. ‘Dibuja esa cabeza. Haz lo que puedas’. Era un yeso de una Madonna de Miguel Ángel. Me ignoró por unos días dejándome sumergida en mis incertidumbres. Finalmente se sentó a mi lado y, con un respeto y una seriedad admirables, me dijo: ‘Yo no te voy a enseñar a dibujar, te voy a enseñar a ver’. En el borde del dibujo escribió sus sugerencias: cambiar una línea, modificar una sombra, una luz y yo sentí que una vez más el mundo se abría frente a mí”.

De regreso a Venezuela la vida la llevó a cruzarse con otros grandes maestros quienes marcaron su trayectoria artística. Recuerda a Pilar Aranda y Francisco San José, quienes la introdujeron al óleo, a Luisa Palacios de quien dice “en su taller hermoso, rodeada de su entusiasmo y generosidad empecé a hacer arte en serio”. Gracias a ella y a Lourdes Blanco realizó su primera exposición en la prestigiosa Sala Mendoza. “Tenía solamente 19 años, casi una niña y estaba muy asustada. A partir de ese momento hice muchas exposiciones. Eran años de oro para el arte en Venezuela, había una profusión de galerías y muchos mecenas que apostaban a jóvenes como yo”.

Con una emoción y una admiración que han quedado cristalizadas en el tiempo nos habla de Luisa Richter, de Gego “la mamá de todos nosotros” y de Miguel Arroyo quien le enseñó la técnica de punta de plata. “Una vez me asomé a la clase de Gego, artista que admiraba con pasión. Ella volteó su cara y me vio. Dejó de hablar y, entre el asombro de todos, me dijo: ‘Anita, el diseño que le regalaste a Miguel es… y mimó un beso’”. El cuerpo entero de Anita se ilumina ante ese recuerdo que atesora como una clase magistral.

El gitano aprendizaje de Anita Pantin siguió sin parar. Ha ido absorbiendo de aquí y de allá para alimentar un hambre insaciable de conocimiento y el deseo incontenible de experimentar.

Un hito en su vida artística lo marca el descubrimiento de los primeros lápices electrónicos que permitían conservar memoria de cada una de las etapas de un trabajo. El asombro y la alegría de poder congelar en el tiempo hasta la magia del primer trazo, “el más libre, ese que brota del alma, que nadie nunca descubrirá tras las tantas capas que lo cubrirán” la lleva a sumergirse en el mundo de las nuevas tecnologías. Comienza en Caracas y sigue en la Universidad de Texas en la cual debía estudiar un semestre y se quedó 7 años como visiting scholar.

En el mundo de la tecnología Anita cual Alicia encuentra el país de las maravillas. La animación con sus múltiples facetas irrumpe en su mundo y lo cambia definitivamente.

Uno de sus primeros trabajos surge de una foto desgarradora en la cual aparecen los cadáveres de unos niños de la calle muertos a manos de la policía en Brasil. Ver esa imagen le produce un dolor infinito que del alma se expande como eco a cada hueso de su cuerpo. “Sentía la necesidad de hacer algo con esa foto pero sabía que trabajar con el sufrimiento humano es muy difícil, es peligroso. Tras pensarlo mucho fui escaneando las fotos, niño tras niño, luego escogí una y empecé a dibujar a mano sobre ella. Dibujaba y grababa, el dibujo se tornaba a cada momento más frenético y en mi mente sentía el retumbe de una batucada que marcaba el ritmo. Yo no pensaba, obedecía. Nunca me había involucrado tanto en un proyecto”.

Más adelante realiza una exposición con animaciones de tres momentos de un espacio que ideó. “Es como un cine en tres cuadros que van interactuando y que construyen una narrativa visual para la cual tuve que lidiar con el movimiento y el ritmo. También realicé un trabajo que se llama El Circo. Lo hice con una serie de pantallas chiquitas que son mis personajes”.

Anita Pantin se ha paseado por la fotografía y la escultura, ha escudriñado el mundo desde un microscopio dando vida y belleza a esos seres infinitamente pequeños, y desde muy joven también ha incursionado en el teatro diseñando escenografías y vestuarios. “Trabajar en escena es lo mismo que realizar una pintura, pero una pintura que se mueve. Para hacerlo debes conocer la textura de las telas, el poder de los colores. Muchas veces no encontraba las telas que quería así que aprendí a pintarlas”. Esa pasión se ha transformado en un trabajo que realiza para los creadores de sedas Luisa Esteva y Leo Tirado.

Lo digital se mezcla con la pintura al óleo. “De repente el óleo me pareció muy rígido, demasiado severo. Necesitaba darle más fluidez así que decidí integrarlo con lo digital. A veces tomo fotos de mis pinceladas y las deformo digitalmente, otras las compongo en computadora y las utilizo como punto de partida. Oleo y digital se alimentan uno al otro”.

Pantin recorre incansable las salas del Metropolitan. Grupos de turistas interrumpen la magia de nuestra conversación, pero no disminuyen el entusiasmo de Anita. El arte es su vida, es una necesidad del cuerpo y un goce del alma. Cuando trabaja puede perder un día entero escudriñando una manchita, buscando la mejor luz para lograr la emoción que quiere transmitir.

Envueltos en tanta belleza, en medio de una tal profusión de creatividad, le preguntamos cuál es el momento en el cual, surge en ella esa chispa que se transformará en arte. “Son muchos y variados los pretextos. Pueden ser dos colores, un espacio, una luz”.

– Prescindiendo del Met, ¿cuál es tu relación con Nueva York?

– Antes de mudarme definitivamente venía con regularidad. Amaba esta ciudad, entraba en todas las librerías, recorría museos y galerías. Me quedaba en casa de un amigo en el Village y regresaba con la maleta llena de libros y material artístico. Ese cumpleaños transcurrido en este Museo fue determinante para tomar la decisión de vivir aquí definitivamente. Sin embargo, desde que me dieron la ciudadanía la relación con esta ciudad cambió. Ahora siento que tengo responsabilidades. Antes era como uno de esos amantes que puedes dejar y volver a agarrar sin mayores problemas”.

– ¿Y si tuvieras que irte?

– No me iré.

Noviembre 5, 2019

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Viceversa

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