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León XIV, el papa de dos mundos

Tiempo de lectura: 3 min.

El enemigo no se ha ido. Los muros del Vaticano guardan intrigas, traiciones y cinismos que sobreviven a los pontificados. No hay un Goffredo Tedesco como en la ficción de Cónclave, pero sí hay un Raymond Burke, que tras perder cargos y privilegios, sigue sin obedecer. En su altanería doctrinal, replica el gesto del ángel caído: se autoproclama defensor de la verdad frente a un papa legítimo. Pero en la iglesia católica, como en la gramática del poder espiritual, solo hay un vicario de Cristo.

Ese vicario hoy se llama León XIV, y tiene por delante no solo el gobierno de la Iglesia universal, sino la gestión de sus sombras internas, comenzando con una Curia opositora que no ha sido desmantelada del todo y con segmentos del clero que aún actúan contra las nuevas reglas, unas que ya tienen sesenta años, desde la conclusión del Concilio Vaticano II.

Pocos han llegado a la silla de San Pedro con una biografía tan compleja y formidable. Matemático y canonista, misionero y teólogo, hombre de biblioteca y de barriada, Robert Prevost es un papa de dos mundos, pero también lo más cercano a un hombre universal: un polímata del siglo XXI, en quien la ciencia, el derecho y la teología conviven sin conflicto. Hace mucho tiempo que no veíamos un papa así. Su inteligencia no busca deslumbrar. Su autoridad no depende del tono. Gobierna con ecuanimidad, pero sin titubeos. Así fue como obispo y como cardenal.

Será el papa de las periferias. No por discurso, sino por biografía. No habla de los pobres desde el escritorio, sino desde el Perú. No habla de migrantes desde la estadística, sino desde la experiencia pastoral. No elucubra sobre el desarraigo: lo ha acompañado.

Si su reforma de la orden agustina es el criterio, veremos una iglesia abierta al mundo, que sale de los templos para hacer misión y pastoral social. No solo de diocesanos y órdenes religiosas, sino de los laicos, del católico común. Una iglesia de obras y no solo de oraciones.

En lo doctrinal, es ortodoxo en lo moral, pero profundamente reformista en lo social. Comparte la agenda de Francisco, y quizá la lleve aún más lejos. En su primer mensaje como papa, explicó la elección de su nombre: León XIV, en homenaje deliberado a León XIII y su encíclica Rerum Novarum, escrita en 1891 para responder a la crisis social generada por la revolución industrial.

Hoy, dijo, vivimos otra revolución, no de fábricas sino de inteligencia artificial. Los trabajadores ya no enfrentan al capital, sino al algoritmo. Los desplazamientos no son visibles como los de antaño, pero no por ello son menos violentos. Los derechos humanos del siglo XXI estarán, cada vez más, ligados a la protección de los vulnerables frente al sistema automatizado.

Esa afirmación no fue simbólica: fue programática. Todo indica que León XIV prepara una nueva etapa de la doctrina social de la Iglesia, acorde a este tiempo. Tal vez una nueva encíclica. Tal vez una exhortación. Pero con certeza, una hoja de ruta pastoral frente a la automatización excluyente.

En cuanto a la Curia opositora, no la enfrentará como adversario, pero tampoco la dejará intacta. Sabe que no basta con cambiar nombres: hay que cambiar prácticas. Y en eso, su formación pesa: como teólogo y jurista, usará soluciones quirúrgicas para poner orden. No habrá purgas violentas, pero sí reordenamientos puntuales. No habrá discursos públicos, pero sí decisiones contundentes.

Uno de los asuntos urgentes es la reforma de las constituciones del Opus Dei, que Francisco rechazó por insuficientes. Le toca al teólogo y jurista establecer el destino de la otrora poderosa prelatura personal, ahora despojada de ese carácter y sujeta a su carisma.

Afuera, el mundo gira con vértigo. Donald Trump ha vuelto al poder, con políticas migratorias que chocan de frente con la prioridad pastoral del nuevo papa. León XIV no lo enfrentará con declaraciones altisonantes, pero sí con doctrina y con gestos. Ya corrigió al vicepresidente Vance por sus desviaciones públicas respecto al magisterio católico. Y no lo hizo para polemizar, sino para dejar claro que la Iglesia no se subordina a agendas partidistas, por poderosas que sean.

León XIV posee un carisma distinto al de Francisco: tranquilo, amable, dulce. Su estilo no busca la confrontación, pero eso no lo debilita: lo vuelve más eficaz. Corrige sin dramatismo, habla sin estridencia, y su autoridad se impone por coherencia.

Y si el clero opositor aún habita los pasillos del Vaticano, León XIV no buscará aplausos, sino coherencia con lo definido en las normas de la Iglesia. Porque el poder papal no se ejerce desde el aplauso ni desde la coyuntura, sino desde una misión que rebasa la vulgaridad de la política terrena.

A la Iglesia “peores vientos la han azotado… y prevalece”. Este papa no busca revancha, ni ruptura, ni espectáculo. Busca una Iglesia unida, justa y para todos. Y es precisamente eso lo que lo separa de quienes deseaban un regreso al pasado. ~

19 de mayo 2025

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