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Opinión

José Antonio Gil Yepes

Es obvio que las cifras, tanto del gobierno venezolano como de multilaterales y bancos extranjeros, han ofrecido unos datos sobre el tamaño -modesto- del Producto Interno Bruto (PIB) que no explican el mucho mayor tamaño de algunas manifestaciones socioeconómicas que se observan a simple vista: la circulación de autos y motocicletas, la afluencia a sitios de comida, supermercados y abastos, la venta de artículos para el hogar, etc. Todo esto sugiere que, además de las actividades económicas que podemos medir, ocurren otras informales que no estamos midiendo, pero tienen efectos reales y notorios.

Lo que más llama la atención es la recuperación de los indicadores de opinión pública, también muy por encima de las modestas cifras sobre la recuperación económica. Por ejemplo, según la Encuesta Nacional Omnibus de Datanalisis, la Situación País era evaluada negativamente por el 85% de la población hace 18 meses; hoy ese porcentaje ha descendido a -60%. Sigue siendo “mala” dicha evaluación, pero el indicador ha mejorado en un 30%. Esta tendencia es mucho más marcada en el caso de la evaluación de la Situación Personal. Ésta se encontraba en + 15% hace tres años, pero, para julio 2022, se encontraba en +69%; una recuperación de, aproximadamente, el 460%.

La Evaluación de Gestión de Nicolás Maduro ha subido un 180% en 18 meses, de 10% a 28%. Quienes quieren que deje la Presidencia de la República han bajado del 80% en esos mismos 18 meses a 54%, una mejora del 33%.

El cambio que puede explicar estas mejoras se basa en las políticas económicas iniciadas a partir de 2019, sobre todo la desregulación de los precios, de la libre circulación de las divisas, reducción de aranceles, etc.; políticas que han empujado la oferta y el empleo. También es obvio que la reducción de la inflación de 1.680.000% en 2017 a 660% en 2021 tiene que representar un gran alivio que estaría reconociendo la población. Desde hace unos 20 años Escenarios Datanalisis viene siguiendo la correlación entre Liquidez Real (Liquidez Nominal menos Inflación) y el nivel de aprobación de gestión de quien haya sido el Presidente de la República de turno. Entre 2004 y 2012 dicha correlación fue muy alta y positiva (+ 0,94%). Desde 2013 hasta 2018, años en los que el presidente Maduro cometió el error de seguir las políticas populistas y estatistas de Hugo Chávez, pero sin altos ingresos petroleros que taparan esos errores, por más que al principio de ese segundo período subiera la liquidez real, la aprobación de gestión del presidente bajaba. Sin embargo, a partir del cambio de políticas económicas del 2019, se ha observado, primero, que la Liquidez Real dejó de caer y, a partir de 2021, comenzó a crecer muy modestamente. No obstante, el rédito que la pequeña mejora en este indicador le ha rendido a NM es enorme porque su aprobación de gestión ha crecido notablemente, como ya señalamos.

La mejora en esta relación entre Liquidez Real y Aprobación de Gestión presidencial sugiere lo mismo que los indicadores de la economía real; es decir, que circulan mucho más divisas que las que se pueden medir.

Otro mensaje de este breve análisis es que el gobierno estaría cometiendo el error de tratar de recuperar el valor del bolívar recortando la circulación de las divisas y, además, castigándola con el IGTF. Si se quiere rescatar el bolívar, se debe hacer promoviendo el crecimiento de la economía real a través de la inversión privada para que nuestra moneda tenga respaldo. Precisamente, el error es peor si se considera que la libre circulación de divisas fue, junto con la desregulación de precios, uno de los grandes alicientes para que el empresariado se metiera la mano en bolsillo y, sin crédito bancario, financiara la recuperación económica. Si el gobierno no tiene, como tampoco tenía en 2019 como financiar dicha recuperación, creo que, para seguir reconectando con la población, le conviene desarrollar las políticas que atraen la inversión privada, oferta y empleo nacionales, no frenarlas.

@joseagilyepes

 3 min


Fernando Mires

La guerra de invasión a Ucrania ha creado una línea divisoria. Es la que separa a las democracias de las antidemocracias. Es también el nuevo orden político mundial anunciado por el dictador de Rusia. Ya en el encuentro de los megadictadores en los juegos Olímpicos de invierno, tanto Putin como Xi Jinping concordaron en un fin: la creación de un nuevo orden mundial que para el chino deberá ser económico (con China a la cabeza). Pero el ruso tenía otras ambiciones. Sabiendo que en la escala económica mundial Rusia ocupa un precario onceavo lugar –probablemente seguirá bajando durante y después de la guerra a Ucrania– «su» orden mundial tiene un carácter militar y político.

Diferencia que hizo decir a Kissinger que la alianza ruso-china no puede ser de larga duración. La economía china necesita de las economías occidentales como las venas de la sangre.

Una debacle económica de Occidente arrastraría a China hacia el abismo. No así a Rusia. Por eso China puede acompañar a Rusia solo hasta la puerta del cementerio. Más allá, no. Razón para que las potencias occidentales al mismo tiempo que practican una estrategia de (necesaria) tensión hacia Rusia se decidan a practicar una estrategia de (también necesaria) distensión hacia China, manteniendo discrepancias en la mesa económica y no en la militar. Sobre este tema me extenderé en otra ocasión. El objetivo de este artículo apunta a la contradicción que busca incentivar Putin, a saber, la que se da a nivel mundial entre las formaciones políticas democráticas y las antidemocráticas.

América Latina está en el mundo

Aunque parezca raro, Putin concuerda con Biden en que la contradicción principal de nuestro tiempo es la que se da entre democracias y autocracias. La diferencia es que mientras Biden toma partido a favor de las democracias, Putin lo hace a favor de las dictaduras. Por eso no se ha cansado de repetir que Ucrania es solo un eslabón que llevará a la derrota final de Occidente, entendiendo por ello al conjunto de democracias organizadas en la UE y en la OTAN.

La división es clara: la mayoría de las autocracias del mundo ha dado su apoyo a la Rusia de Putin. Al revés también: todas las democracias del mundo apoyan al bloque occidental. Una contradicción que no solo tiene lugar entre las naciones sino también al interior de ellas. De ahí que cada triunfo que obtengan los sectores antidemocráticos en cualquier lugar, será celebrado por Putin con suma alegría. Pues bien, y a ese punto voy, esa contradicción incluye también a las naciones latinoamericanas. Inclusión que explica por qué Putin ha estrechado al máximo sus relaciones con el trío antidemocrático de América Latina formado por Cuba, Nicaragua y Venezuela, agregando a su lista al Brasil del trumpista Bolsonaro.

La mayoría de los analistas latinoamericanos imaginan que las contiendas que tienen lugar en sus países son puramente locales. No así para Putin ni para Biden. Un triunfo de las democracias o de las antidemocracias, en cualquier punto del orbe, tiene para ellos una importancia mundial.

Las políticas locales son hoy globales. Conclusión que me indujo a leer con sumo interés la versión preliminar del libro (en PDF) que me hiciera llegar el escritor cubano Mario J. Viera, cuyo título es Cuba, resistencia no Violenta.

Durante gran parte de la era castrista, Cuba ocupó para el conjunto de las izquierdas un lugar privilegiado, algo así como una Meca ideológica y política de la revolución continental. La atracción que despertó durante la era de la Guerra Fría ha desparecido, por cierto, pero de ese fuego «antimperialista», algunos rescoldos quedan. El mismo canciller de Putin, Sergei Ryabkov, no vaciló, en vísperas de la invasión a Ucrania, mencionar a Cuba, junto con la Venezuela de Maduro, como uno de los países en los cuales podría realizar acciones militares en contra de los EE UU. De más está decir que ni Maduro ni Díaz Canel emitieron la más mínima protesta.

Después de tantos años de dominación dictatorial, pensar en una deserción de Cuba del espacio antidemocrático podría ser visto como una fantasía tropical. No obstante, permítaseme otra apreciación. Como bien demuestra Viera, desde el momento en que murió Fidel, Cuba perdió gran parte de su proyección imaginaria. Mientras la de Fidel fue una dictadura de tipo mesiánico, la de Raúl fue burocrática y militar.

Con Díaz Canel desapareció del poder la generación que actuó en la revolución y así Cuba dejaría de ser la isla utópica de las izquierdas latinoamericanas. Su revolución ya no está en el futuro sino en un pasado cada vez más lejano.

La crisis económica que comenzó a vivir el país con el derrumbe del mundo comunista fue paliada en parte por el aparecimiento de la Venezuela de Chávez. Pero después que Chávez y hoy Maduro convirtieran a la ayer próspera Venezuela en un mierdal económico, Cuba ha quedado de nuevo librada a su suerte. La isla está aislada. No es raro entonces que Putin la esté mirando, junto a Venezuela, como aliado potencial: dos enclaves anti-occidentales en los bordes del lejano Occidente. Como sea, los habitantes que aún quedan en la Isla saben que su suerte no mejorará bajo el alero de Putin. Razones que hacen pensar a algunos cubanos que, ahora sí, se están dando condiciones para impulsar movimientos de democratización.

Manejando con pericia las conocidas tesis de Gene Sharp, sobre todo las que se desprenden de su libro clásico From Dictatorship to Democracy, Viera emprende un examen exhaustivo de los recientes movimientos contestarios de Cuba, sobre todo de aquel que comenzó a desarrollarse en el 2021, conocido como el movimiento San Isidro, desde donde, a pesar de su fracaso en la marcha del 15 de noviembre del 2021 (que hizo cifrar muchas expectativas) el estado de creciente malestar social y cultural que le dio origen, continúa presente. De ese y otros movimientos busca Viera extraer enseñanzas para las jornadas que se avecinan.

La dictadura de partido bajo Díaz Canel no goza de apoyo de masas, no tiene perspectivas históricas, carece de potencial utópico. Díaz Canel representa el poder por el poder, no más. Las condiciones objetivas están dadas para un cambio decisivo en las relaciones de poder, parece pensar Viera. Incluso va más allá: según su opinión no se trata solo de propiciar un cambio de gobierno en la isla, sino de revocar un sistema de dominación al que él llama totalitario. Pues bien, ahí reside una diferencia entre el autor del libro y quien escribe estas líneas.

Totalitarismo sin totalidad

El sistema de dominación que impera en Cuba ya no puede, según mi opinión, ser calificado como totalitario. Las razones las da el mismo Viera. El régimen carece de apoyo de masas y de un proyecto de futuro (o dicho de modo lacaniano: carece de poder simbólico y de poder imaginario). Mostrarse impotente frente a las manifestaciones de descontento, más la estridente apatía política de la población, no son características de un sistema totalitario. No basta, en efecto, que un orden político se mantenga mediante el terror para hablar de totalitarismo.

En una escala de regímenes de dominación antidemocrática, distinguíamos en otro texto los siguientes peldaños: autoritarismo, autocracia, dictadura militar y/o burocrática, y totalitarismo. En cada una de estas formaciones antidemocráticas encontramos gérmenes y momentos totalitarios. Pero para hablar de totalitarismo requerimos que el poder sea total y, definitivamente, en Cuba, el poder de la clase dominante de estado, ya no lo es. No porque exista un antipoder sino simplemente porque el poder establecido no goza de aprobación, ni de consenso, ni de legitimidad.

Siguiendo a Hannah Arendt y a otros pensadores del fenómeno totalitario como Carl Joachim Friedrich y Zbigniew Brzezinski, tres son las características que llevan a determinar la existencia del poder totalitario. El terror, una ideología totalitaria, y la sustitución de lo íntimo por lo público.

De esa triada, solo se mantiene el terror. Ideología política no hay, y lo íntimo no ha logrado ser usurpado por lo público. Todo lo contrario. Si uno sigue las crónicas de Yoani Sánchez, o las narraciones de Leonardo Padura, podemos observar en Cuba un retiro hacia lo íntimo y lo privado en desmedro de lo público, tal como ocurría en las «democracias populares» controladas por el imperio soviético.

Haciendo un paralelo con la ex URSS, podríamos afirmar que hubo totalitarismo bajo Stalin, pero, como precisó Arendt, bajo Jruschev ya no lo hubo. Mucho menos lo hubo bajo Breschnev en el periodo conocido como “la estagnación”. Ahora bien, bajo Fidel Castro el régimen cubano de dominación también habría podido ser definido como totalitario. Pero bajo Díaz Canel, cuando más, como semi-totalitario o, si se prefiere, post-totalitario.

Fidel no solo era temido, sino también, como el Gran Hermano de Orwell, amado. Patria o muerte quería decir para muchos, entregar la vida si es que fuera necesario, por la revolución. ¿Quién quisiera entregar la vida por Díaz Canel o por esa miseria sin fondo a la que él llama revolución? Quizás solo los parientes más cercanos del oscuro dictador. Podríamos entonces decir: el régimen de gobierno en Cuba carece de la grandeza demoníaca del totalitarismo. Y bien, precisamente son estas carencias totalitarias las que permiten iniciar en Cuba una operación de rescate de la democracia. Luchar en contra y a la vez dentro de un sistema totalitario, es imposible.

Más allá de ese desacuerdo conceptual, el libro de Viera contiene valiosas enseñanzas para quienes estén dispuestos a apoyar la lucha por la democracia en Cuba. Pienso, además, que ofrece perspectivas a otros países, no solo latinoamericanos, caídos bajo la férula de gobiernos antidemocráticos. Conocedor de la historia de su nación y a la vez provisto de un excelente arsenal analítico, establece Viera, de modo categórico, que la lucha por la democracia en Cuba deberá ser pacífica o no ser. Es entendible: quienes están más interesados en un enfrentamiento violento son los personeros del régimen. Militar y policialmente el régimen es fuerte. Políticamente es débil.

Partisanos no violentos

Para que la lucha política sea viable, es importante que sus actores sean ciudadanos que padecen y conocen la dictadura en la vida cotidiana. Eso supone renunciar a cuatro creencias que hasta ahora han caracterizado a la incipiente oposición cubana.

La primera creencia dice que el régimen podría caer si desde el exterior son aplicadas fuertes sanciones económicas. Viera demuestra en cambio que las sanciones han producido el efecto contrario. Todas las deficiencias, desajustes y fracasos del gobierno encuentran justificación en el «bloqueo», y los más afectados son los sectores más empobrecidos del pueblo, nunca la nomenclatura dominante.

La segunda creencia supone que, por contar con mejores medios económicos, parte de la conducción de la lucha debe yacer en las manos de grupos en el exilio. Conocedor de la impotencia de las políticas de exilio, Viera argumenta diciendo que los dirigentes políticos en el exterior no están ligados a los intereses de las masas cubanas, ignoran su realidad, y por lo mismo diseñan planes de acuerdo al dictado de abstractas fantasías.

La tercera creencia es la que supone que el régimen puede caer gracias a la iniciativa del gobierno de los EE. UU. Quienes así piensan, aclara Viera, olvidan que los EE. UU no actúan por filantropía sino solo cuando su soberanía o la de sus aliados se ve amenazada por otra potencia externa, o cuando sus intereses económicos o geoestratégicos se encuentran en peligro.

La cuarta creencia es la que imagina que hay que privilegiar la política hacia el interior de los cuarteles militares, alentando la posibilidad de un golpe de estado «democrático». De acuerdo a Viera, el ejército cubano es parte de un complejo de poder articulado social e ideológicamente al interior del estado. Pero aún si se diera el caso de una intervención militar, solo habría que esperar la sustitución de una dictadura por otra.

Viera no cree mucho en la espontaneidad de las masas. Estas pueden aparecer ocasionalmente y pronto diluirse si los actores carecen de una mínima organización. La historia de la oposición cubana está llena de apariciones disruptivas que, sin continuidad en el tiempo, desaparecen como luces pasajeras en medio de la noche. Por eso mismo su texto ha sido escrito, en primera línea, para los activistas de la democracia. Partisanos no violentos, los llama. Tiene razón.

Hay que despedirse de una vez por todas de esas imágenes fílmicas que nos presentan la caída de las tiranías como producto del levantamiento de masas irredentas gritando al unísono: ¡abajo la dictadura! Esas son solo imágenes cultivadas por las mitológicas izquierdas del pasado reciente. Las realidades son distintas.

Las dictaduras no caen como consecuencia de movimientos espontáneos de masas, ni mucho menos por su propio peso. Por lo general terminan cuando previamente ya han sido derrotadas en múltiples procesos que han llevado a su desgaste y a su división interna, atravesando a veces por largos y complicados procesos de transición.

Las últimas revoluciones que hemos conocido, por ejemplo, las que pusieron fin al comunismo, solo fueron posibles cuando el eje de rotación que daba vida a los regímenes comunistas entró en crisis gracias a las reformas de Gorbachov. Recién después de la Perestroika las organizaciones democráticas de lo países sometidos a la URSS pudieron irrumpir exigiendo su reconocimiento público.

Y bien, de eso se trata la lucha pacífica: de crear una institucionalidad alternativa que sea reconocida por el poder establecido. Como consignó una vez el dirigente de Solidarnosc, Joseph Kuron: «Nunca quemes un local del partido comunista. Funda otro partido». Gracias a ese espíritu constructivo, Solidarnosc se convirtió, de simple iniciativa obrera, en un movimiento de masas, y luego en el partido de la revolución, para terminar, siendo un partido de gobierno.

Un proceso similar vivirían las múltiples organizaciones disidentes formadas en los países de la periferia soviética. No así en Rusia, donde el cambio, al provenir desde arriba, no logró echar raíces al interior del pueblo. Por eso, mientras los países occidentales dependientes de Rusia llegaron a convertirse en democracias, Rusia, aún con Jelzin, no pudo salir nunca del modo autocrático de gobierno. Putin, desde esa perspectiva, se encuentra en plena continuidad con el autocratismo que lo precedió, reconvirtiéndolo en lo que fue durante Stalin: un régimen totalitario.

Aparentemente Cuba sobrevivió al tsunami democrático de 1989-1990, pero al precio de convertirse en una isla ya no geográfica sino histórica y política. Las dádivas recibidas desde la Venezuela chavista nunca pudieron superar la crisis en la que quedó sumida. Crisis crónica y múltiple: política, económica y moral. El socialismo cubano es hoy un cuerpo corroído que apesta. Sin poder simbólico ni imaginario, Cuba no representa un futuro para nadie.

Sin embargo, nuevas generaciones, liberadas del pasado castrista, están apareciendo. Movimientos contestarios como el de San Isidro, volverán a resurgir por doquier. La canción Patria y Vida ya sustituyó a la simbología necrófila del régimen de la patria y de la muerte.

El castrismo, si es que todavía existe, ha perdido la batalla de las ideas. Ni los más dogmáticos dinosaurios intelectuales se atreverían hoy a proponer a Cuba como un “modelo a seguir”.

Puede ser que el largo proceso que llevará la democracia a Cuba no cautive los corazones de las nuevas generaciones políticas latinoamericanas como sucedió con la revolución fidelista. Pero sin duda será muy importante para aventar a los fantasmas antidemocráticos que aún asolan en los países latinoamericanos.

Solo cuando la democracia llegue a Cuba habremos dejado definitivamente atrás una historia horrible. Y para que eso ocurra, como muestra el texto de Viera, las condiciones, si no están dadas, están comenzando a darse.

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.

 12 min


Carlos Raúl Hernández

Con Clinton y Gore se profundizó un dogma norteamericano, el salto quántico, el cultivo masivo del STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) que sin demoras había asumido el “socialismo de mercado” chino. Pero su papel de hegemón, “la lucha contra el terrorismo” y la geopolítica hicieron que EEUU se involucrara sistemáticamente en costosísimas guerras y distrajera su rumbo del STEM, que le había dado el triunfo sobre Japón y la URSS sin derramar sangre. Hay maravillosas creaciones de la literatura ucrónica, utópica, o distópica, películas, novelas y relatos conforme “lo que hubiera podido ser de no haber sido lo que fue”, la fantasía contrafáctica, pero no tiene sentido deducir conclusiones analíticas o prácticas de esas especulaciones literarias.

Sería un divertimento de la imaginación, como aquella interesante novela cyber-punk llevada al cine, El hombre en el castillo, de Phillip K. Dick, que cuenta como la muerte de Roosevelt impide la entrada de los EE. UU en la segunda Guerra Mundial, Hitler la gana y Estados Unidos cae bajo el dominio nazi. El autor es muy conocido porque otra de sus obras inspiró la hoy cuarentona y cada vez más sexy Blade runner de Ridley Scott. Es literario e interesantísimo desde el punto de vista de la imaginación derivar hipotéticas situaciones presentes de lo que no fue, pero muy tonto extraer consecuencias prácticas. Hay que analizar los acontecimientos según ocurren, como la actual guerra ruso-ucraniana, los errores cometidos a granel y las trágicas secuelas de acuerdo con las tendencias palpables, hoy cuando todo está en desarrollo. Para esos efectos sirven, si es que sirven para algo, la geopolítica y la política.

Las plañideras profesionales y emocionales encubren sus escandalosas inutilidad, ingenuidad, ignorancia de la realidad y carencia de materia gris detrás de la invocación ritual a “los principios” y para conviene repetir que la invasión a Ucrania viola la soberanía, sobre la que se basa el equilibrio mundial entre estados nacionales (cuenta Jardier Poncela, que a raíz de la guerra civil, un par de músicos defectuosos andaba de aldea en aldea maltratando sus guitarras para medio comer. Cuando la audiencia empezaba a pitarlos, uno de ellos se levantaba al grito de “!Viva España!”, y terminaba el inconveniente. Tan cierto como eso, es que no hay nada más estúpido, inhumano, criminal, esconderse detrás de la soberanía para prolongar la destrucción de Ucrania con el ilusorio fin de arruinar la economía rusa, sobre todo cuando los resultados indican que lo que ocurre en las narices de los líderes mundiales es todo lo contrario.

Las democracias europeas saben los estragos que produce la guerra en ellas mismas, mientras Rusia continúa y simplemente cambia sus clientes para el petróleo, el gas y los minerales, como respuesta a los planes contra ella. China incrementó en 50% su compra de energía rusa, la India las triplicó, y hablamos de un bloque económico de 3000 millones de personas, aunque Europa ahora le compra escondido. Desde que comenzó la guerra, Rusia ha recibido 150.000 millones de dólares, que se multiplicarán en la medida que sigan las hostilidades, la energía rusa continúe su escalada de precios y la economía mundial se despedace. Los organismos multilaterales gritan desesperados que avanzan crisis alimentarias graves (por no decir hambrunas) en Centroamérica, Kenia, Etiopía, Africa Central, Etiopía, Cuerno de Africa, Sudan, Yemén, el Sahel ¿será la destrucción indiscriminada el costo a pagar por defender los “principios democráticos”?

Ucrania no tiene capacidad para derrotar a Rusia, y debería surgir con urgencia un movimiento mundial por la paz, pero solo parece verlo el Papa Francisco, menos sagaz en Nicaragua. Los ejércitos de la noche, la monumental novela de Norman Mailer, recuerda el papel del pacifismo en la opinión pública de los EEUU contra la guerra de Vietnam. El 21 de octubre de 1967 se reunieron miles y miles de personas frente al Pentágono, encabezadas por Mailer, Allen Ginsberg, Timothy Leary, entre otros, con la propuesta hippy de hacer levitar el edificio cien metros sobre el piso con los militares dentro. El “plantón” conmovió al mundo, Mailer escribe su libro inmortal y al final de la intensa campaña, los EEUU se salió. Los países democráticos saben que está en cuestión el futuro de Ucrania, pero eso no les importa mucho con tal de dañar la economía rusa, el objetivo declarado.

Prolongar el conflicto solo ensangrenta el desenlace. Se sigue alentando la guerra porque los muertos son ucranianos y no de las potencias, que no participarán directamente porque sería la tercera guerra mundial. Los avances civilizacionales construidos retroceden. La desmilitarización, hasta hace poco un “valor democrático” europeo, cede el paso al armamentismo que ahora se le exige a Alemania y Japón, algo inédito desde la segunda guerra. El gas licuado es más caro y doblemente contaminante que el que vienen por tubos y se tiende a regresar al carbón, hasta hace poco execrado. El Nuevo Orden Mundial que saldrá de esta guerra, con ejes relativos en EEUU, China, Rusia India, Indonesia, Suráfrica, Brasil, Japón, México, Irán y Latinoamérica, cada con sus propios pasos, será incierto.

@CarlosRaulHer

 4 min


Trino Márquez

En medio de la embriaguez que le produjo a Hugo Chávez el aumento intempestivo y, luego, sostenido de los precios del petróleo durante la primera década de su gobierno, el Comandante se imaginó que podía tratar las empresas extranjeras con la misma arrogancia que trataba a las desamparadas industrias nacionales expropiadas o confiscadas cuando, atacado por la fiebre estatizadora, decidió acabar con la propiedad privada y construir el socialismo petrolero, identificado con el empalagoso nombre de socialismo del siglo XXI. Se equivocó de plano. En Venezuela, Chávez eliminó el Estado de derecho y sometió al Poder Judicial, empezando por el Tribunal Supremo, a sus caprichos. Pero, no ocurrió lo mismo en el resto del mundo democrático.

En Estados Unidos, los tribunales se encargan de resguardar los derechos de propiedad, fundamento de la economía de mercado. En virtud de ese principio, en días pasados un tribunal de Washington ratificó una sentencia de 2019 que obliga al Estado venezolano a pagarle a ConocoPhillips 8.700 millones de dólares. En 2007, Chávez se apropió de Petrozuata, Hamaca y Corocoro, tres activos clave de la petrolera norteamericana, sin acordar con sus directivos una indemnización que satisficiera a la compañía. Desde esa época comenzó un litigio entre Conoco y el régimen venezolano, que por ahora está saldándose con la penalidad anunciada en Washington.

El despropósito contra ConocoPhillips hay que incluirlo en la larga lista de desatinos provocados por la furia estatizadora de Hugo Chávez y la corte de seguidores que le aplaudían sus desafueros. De acuerdo con los datos del Observatorio de Propiedad de Cedice, al menos 1.359 empresas pasaron del sector privado a manos del Estado mediante confiscaciones o expropiación. El régimen habla de nacionalización, como si esos activos hubiesen pasado a formar parte del patrimonio nacional. En realidad, esos bienes son parte del botín del Gobierno, que ha hecho con ellos lo que ha querido, entre otras cosas, nombrar como presidentes, gerentes o administradores, a un contingente de militares activos y retirados sin ningún tipo de conocimiento en el manejo de esas unidades, pero que sirven par abultar la clientela de incondicionales.

La inexperiencia y la ineficacia, combinada con una buena dosis de corrupción, han llevado a la parálisis o la quiebra a la inmensa mayoría de las empresas que cayeron en la garras del gobierno chavista, primero, y luego, madurista. En una lista muy corta hay que incluir, en primero lugar, a Pdvsa. Es cierto que la petrolera nunca ha sido privada y, por lo tanto, en su caso no puede hablarse de estatización. Sin embargo, la destrucción apocalíptica que ha sufrido obliga a incluirla en el inventario de calamidades provocadas por el estatismo del régimen. Continúan las empresas de la Corporación Venezolana de Guayana (CVG) -algunas de las cuales fueron reestatizadas, por ejemplo Sidor-, hoy en la ruina. Lo mismo sucedió con la Cantv y Movilnet. Le siguen las industrias de aceite, plástico, cemento, hoteles, haciendas, hatos y fundos. El Sambil de La Candelaria se transformó en un inmenso testimonio del desastre que el gobierno chavista es capaz de causar cuando se apropia de un bien privado. En el mismo plano puede colocarse Agroisleña, convertida en un despojo por Agropatria. De la devastación no se salvó ni el Metro de Caracas, siempre gerenciado por el Estado, pero ejemplo continental y mundial de lo que era una gerencia pública eficiente, meritocrática, comprometida con el servicio a los ciudadanos.

La gran mayoría de las unidades productivas, comercios y empresas de diferentes tipos que antes de su estatización producían ganancias a sus propietarios y cancelaban impuestos nacionales, estatales y municipales, pasaron a generar cuantiosas pérdidas y a ser subsidiadas por el Gobierno nacional, a expensas de severos recortes del gasto en educación, salud, servicios públicos, seguridad social e inversión en infraestructura. La escasez, el desabastecimiento, la hiperinflación y otras calamidades que los venezolanos hemos vivido, atenuadas solo un poco a parte de 2021, son consecuencia de ese modelo estatista irresponsable y dispendioso con el cual Chávez y sus seguidores, entre ellos Nicolás Maduro, intentaron vender la revolución socialista bolivariana.

Durante los años recientes, Maduro recogió velas. Detuvo las expropiaciones y confiscaciones. Devolvió el Sambil de la Candelaria a sus legítimos dueños. Incluso, la Ley Antibloqueo y la de Zonas Especiales abre las posibilidades para la inversión privada foránea y nacional. Está llegando a acuerdos con empresarios nacionales, sugiere la privatización de activos estatizados e insiste en que los derechos de propiedad serán respetados. Veremos.

Por ahora, sobre la Nación y todos los venezolanos pesa el atropello cometido por Chávez contra ConocoPhillips. Abuso que le podría costar al país perder Citgo, pues con algún activo habrá que resarcir a la empresa norteamericana. Llevamos más de dos décadas viendo cómo las gracias del régimen se convierten en morisquetas.

@trinomarquezc

 3 min


Beatriz De Majo

Las buenas intenciones de Nicolás Maduro y Gustavo Petro se toparán con una empinadísima cuesta cuando intenten restablecer las relaciones bilaterales suspendidas por el cierre de la frontera desde el año 2015. A los dos embajadores les tocará enderezar una buena cantidad de entuertos para poder mostrar éxitos cuantificables en el terreno de lo económico y comercial y, en el escenario de lo político, existe una ristra de escollos de mucha mayor de envergadura que superar para poder hablar de una binacionalidad eficiente.

Es preciso partir del supuesto que dos países fronterizos como Colombia y Venezuela tienen mucho que ganar si consiguen sumar sus potencialidades en el terreno de lo económico, si alcanzan a desarrollar complementariedades y construir fortalezas entre ellos, si logran presentarse como un mercado único de cara a terceros países.

Escuchar a los ministros e incluso a los gremios de empresarios asegurar que Venezuela y Colombia alcanzarán en breve plazo instaurar un comercio binacional del orden de los 2.000 millones de dólares resulta quimérico, por decir lo menos. ¿Cómo, con cuales rubros se construye este volumen de intercambios? No existe correspondencia alguna entre las cifras de comercio de importación y exportación de las dos partes. No existen mecanismos de pago ni de financiamiento para sustentar operaciones de comercio binacionales, ni una política cambiaria que favorezca, en el lado venezolano, las operaciones con Colombia. Pero además de ello, la política de gravámenes arancelarios venezolana lo que puede producir es un importante contrabando de extracción si la frontera se abriera mañana de manera libre.

¿Pueden Venezuela y Colombia aspirar a atraer inversiones externas para cubrir el mercado binacional dentro de un escenario como el anterior? Es bueno pasearse por el hecho de que los regímenes normativos para las inversiones en cada país atienden hoy a intereses incompatibles…

Lo anterior es válido para la variable de interacción comercia y económica entre los dos países. Pero si nos acercamos a cada uno de los otros sectores en juego dentro de la instauración de una relación sana, todo tipo de obstáculos juegan en contra de una integración fácil e inmediata. Estos escollos son protuberantes en lo atinente al drama migratorio, a la cooperación militar, a las políticas de energía y ambientales, a las actividades mineras y extractivas, a los asuntos de seguridad ciudadana, al tránsito fronterizo.

Ni qué decir del macroproyecto de Gustavo Petro de la negociación de un Acuerdo de Paz cuyos principales actores y negociadores se encuentran protegidos bajo la férula del régimen venezolano.

Nada es más deseable que los dos países podamos retornar a escenarios como los ya vividos en los que el eje colombo venezolano era la zona de mayores y mejores interacciones del Continente con beneficios cuantiosos para ambos lados.

Un abismo colosal nos separa en todos los terrenos a esta hora, y aunque celebramos la disposición del nuevo mandatario de Colombia de desandar lo andado para acortar esta distancia que se ha instalado entre las dos naciones, lo propio es mirar este propósito con ojos objetivos, medir el tamaño y la complejidad del reto y trazar una ruta desapasionada de acciones para irnos acercando pausadamente y de manera constructiva y para ir tejiendo, paso a paso, una interacción sólida y estable.

Queda mucha tela por cortar para hacerlo posible. La sola expresión de voluntad no basta. Las manifestaciones de intención son útiles para crear un ambiente proclive al cambio, pero los excesos en las expectativas solo conducen al desaliento.

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Ismael Pérez Vigil

La desesperanza ronda por el país; en foros, artículos de prensa y encuentros entre ciudadanos; ronda como mal, como política, como motivo de preocupación de analistas diversos y de la propia población. Imposible, entonces, no sucumbir a la necesidad de tratar el tema, pero al menos no caeré en la tentación de comentarlo como un tratado psicológico, baste con verlo en su connotación política.

En algunas ocasiones la palabra aparece sola −o alguno de sus seudónimos, como indefensión−, sin mayores calificativos, pero otras veces se escucha tras de ella el vocablo: “inducida” o “aprendida”, para crear así una frase terrible, que muchos asimilan a la acción del gobierno, a la estrategia que desarrolla el gobierno bien tejida –en un “juego crónico … de sembrar desesperanza”, como viene diciendo Ángel Oropeza hace varios meses y reitera la semana pasada en: Aprendiendo cómo se derrota al gobierno, (El Nacional, agosto 18, 2022); y se asimila a la reacción pasiva o autodestructiva, del pueblo, de la oposición, frente a esa acción del gobierno.

Algunos simplemente la dan por sentado, como si se tratara de una condición del “alma venezolana”, del “modo” de ser venezolano, o instalada como una fatalidad que solo desaparecerá cuando desparezca el régimen, todo él, por arte de magia, por “arte de un birlibirloque”, pues por lo general −salvo afirmar la enfermedad− los que así piensan, nada proponen para aliviarla.

El gobierno, permanentemente, ha desarrollado una estrategia de intimidación, para eternizarse en el poder; el mensaje es: “nada vayas a hacer, porque es inútil, somos demasiado poderosos… y si haces algo, sufrirás consecuencias: violencia, persecución, cárcel, exilio… o muerte”; y sobran los ejemplos para demostrar que eso es así. Al igual que la intimidación, la de exacerbar la “desesperanza” es también una deliberada estrategia del gobierno. El mensaje, al final, siempre es el mismo: “no vale la pena hacer nada… no se puede contra el régimen… vinieron a quedarse para siempre… no perdamos el tiempo”.

Fue así desde el principio del régimen −desde los albores del siglo XXI, con los prolegómenos de la “Lista Tascón”−, cuando Hugo Chávez Frías arremetía fieramente contra los procesos electorales y desprestigiaba el voto: “Nosotros sabemos cómo votas… no importa por quien votes, de todas maneras, nosotros vamos a ganar…Además, todos los políticos opositores son unos corruptos y sus partidos también”.

De allí pasaron a organizar elecciones fraudulentas, abusando del poder, utilizando los recursos del Estado, cambiando circuitos electorales, modificando fechas de elecciones, inhabilitando candidatos y partidos, alterando el registro electoral, impidiendo el voto a los venezolanos en el exterior, desconociendo resultados. Al gobierno, que controla con mano de hierro a un porcentaje de los votantes, hoy no menor al 15%, que cuenta con recursos para movilizarlos y desarrollar el clientelismo, siempre le ha convenido que la oposición se abstenga. Todo abona contra el voto y a favor de la “desesperanza”.

Pero ahora, tras la pandemia, todos estamos más familiarizados con los virus y entonces podemos decir que la propagación de la “desesperanza” por el gobierno es como la propagación de un virus, que va cambiando, mutando, que se hace resistente.

Aparecen nuevas modalidades, sin haber desaparecido las anteriores; así hoy estamos bajo los ataques y efectos de una nueva “cepa”, la cepa del “país que se arregló… del país que está cambiando…” y nos alientan a “estar atentos a los cambios que lleva adelante el gobierno…”; en efecto hay cambios y todo nos lo presentan como novedades y avances: unos bodegones por aquí, unos edificios lujosos por allá, costosos espectáculos públicos, dólares circulando, estanterías más llenas de productos, cambios en legislación, más tráfico en las vías, más gente en la calle, restaurantes y en los automercados, algunos de los migrantes que regresan y −ante una economía prácticamente muerta− hay un pequeño crecimiento que se ventila a los cuatro vientos.

Cómo no alegrarse de cualquier pequeña mejoría, como no celebrarla, hay que hacerlo, todo lo que mejore alguna condición de vida de los venezolanos, pero denunciando que no es suficiente que unos pocos, muy pocos, tengan acceso a ella, la situación del país sigue más o menos igual para el 80% o más de los venezolanos y no me perderé en describir que persisten los males que todos conocemos.

Lo que queremos es que todos los venezolanos tengan la oportunidad de mejorar y eso solo es posible con un cambio político a fondo, con un cambio de sistema, saliendo de este régimen de oprobio. Si no es así, si eso no ocurre, abonamos a su estrategia, al mensaje que apunta al mismo resultado final, solo que ahora es más sutil, más sofisticado −en el original sentido de la palabra−, falso; el mensaje ha variado muy poco: “para que hacer nada, es inútil… además, el país ya está cambiando… hay que adaptarse al cambio”

A éste se nos suma otro mal y es que −con las consecuencias de la pandemia que no cede, la guerra en Ucrania, una posible recesión mundial, las amenazas de China a Taiwán, el tormento ambiental y del clima que siguen, y muchas preocupaciones más−, al mundo parece que tampoco le importa ya tanto la tragedia venezolana, al menos no como hace dos o tres años; los países nos dicen: tenemos otros problemas graves que atender.

En el pasado los mensajes mudaban, pero en esencia eran: “Fíjate como cambiamos las fechas de votación, las condiciones y los circuitos”, “Y cuando no ganamos, como en el Edo, Bolívar en 2017, cambiamos los resultados”, “Recuerda la AN de 2015, si perdemos, la anulamos”, “A los diputados, les allanamos su inmunidad”, “A los opositores, personas o partidos, los inhabilitamos, como a la MUD, o se los entregamos a opositores dóciles”, “A quien se nos oponga irreductiblemente, lo metemos preso o lo forzamos al exilio”. Esos mensajes junto con la persecución a periodistas, líderes estudiantiles y políticos opositores, dieron su resultado: temor y contribuyeron a lo que llamamos “desesperanza”. La del país que se “arregló”, un tanto más sutil, es la nueva forma de inducir “desesperanza”, que viene a hacer compañía a las anteriores, cuyos mensajes no desaparecen, se complementan con los del “arreglo” del país.

Pero hay una cara más de la moneda, en la que no voy a abundar, apenas una referencia, y es que la “desesperanza” no solo se estimula desde el gobierno; un importante sector de la sociedad civil y algunos partidos lo hacen desde la oposición, con posiciones como, por ejemplo: “Para qué votar, si van a hacer trampa y siempre van a ganar ellos… y para qué negociar nada, además, no se negocia con bandidos…”

A la abstención de los indiferentes, que son legión desde 1998, sobrepasando el 30%, se le suma la de los abstencionistas ocasionales o estacionales, que salvo dejar de votar, no hacen nada, no emprenden ninguna acción, excepto insultar y recriminar a quienes votan o hablan de negociación, lanzando mensajes, algunos de estos voceros, estimulando supuestas invasiones, a las que nadie está dispuesto −ahora menos que nunca− o alentando rebeliones, estimuladas desde la seguridad que da estar a miles de kilómetros del país, que cuando se dan, parcialmente, son crudamente reprimidas.

No vale la pena comentar más al respecto o darles palestra a ideas que no lo merecen. Muy bien lo explica el ya citado Ángel Oropeza, cuando en otro artículo nos habló y describió a: “la generación tóxica de desesperanza que desde el gobierno y de otros sectores se siembra todos los días entre los venezolanos” (De vuelta a los principios, El Nacional, abril 28, 2022) Dejemos para otra ocasión como combatir la “desesperanza”, baste hoy con denunciarla, para estar conscientes de ella y no seguir estimulándola.

Politólogo

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

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Guillermo Mendoza Dávila

Lo que pasó fue que experimentamos una significativa depreciación de nuestra moneda, de un 50% en los últimos 10 días. El pago del bono a los educadores montó a unos 1.500 millones de bolívares, equivalente a $200/$250 millones a la tasa de cambio vigente (según la mejor estimación, ya que no disponemos de cifras oficiales). Y no, no debemos culpar a los maestros por exigir el pago de su bono vacacional, un beneficio contractual. Tampoco la culpa es de las páginas digitales que reportan el cambio paralelo (“el termómetro no es el causante de la fiebre”).

La realidad es que en nuestro país la tasa de cambio libre responde a dos factores: cuántos bienes hay disponibles para comprar y cuántos bolívares hay disponibles para adquirirlos. Nótese que las divisas forman parte de esos bienes escasos que todos apetecemos.

En otras latitudes con monedas fuertes hay propensiones al ahorro mucho más altas que la nuestra (cuanto de nuestros ingresos ahorramos periódicamente). Si recordamos la época del 4.30, los venezolanos ahorrábamos en bolívares, en cuentas de ahorro, certificados de depósito y cédulas hipotecarias. Nuestra moneda era de las más estables del mundo, con poca inflación, respaldada por un proceso de industrialización y desarrollo sostenido, que permitía planificar y postergar el consumo.

Como referencia, a finales de los 70´s e inicios de los 80´s, la inflación en el país rondaba el 10% anual, por lo que el ciudadano común se permitía mantener parte de sus ingresos en la afamada libreta. Actualmente, en una economía sumamente contraída, con moneda muy blanda recién salida de la hiperinflación, una limitada oferta de bienes de producción nacional y poca capacidad de respuesta a estímulos repentinos, como lo es por ejemplo la inyección de Bs. 1.500 millones de un plumazo, la respuesta es un incremento inmediato en la demanda de los mismos artículos disponibles el día antes del depósito bancario al profesorado. Ergo, inflación o la subida inmediata del precio de todo, incluyendo la divisa (depreciación del bolívar).

Unos bonificados se volcaron a comprar divisas para preservar el valor de su prima, otros se fueron a comprar sus listas escolares, a reponer el celular y demás bienes de consumo como abastecer la despensa; con cero ahorros en Bs., tal y como se podía anticipar con facilidad.

Según la tesis de las expectativas racionales los agentes económicos (todos nosotros) formamos nuestras expectativas utilizando la información pasada y presente de la economía, por lo que anticipando la pérdida del valor de la moneda lo más aconsejable fue desprenderse de ella cuanto antes. A su vez, los comerciantes se pasaron la semana cambiando Bs. por dólares para pagar sus deudas, ya que los proveedores venden en moneda extranjera para garantizar la reposición de la mercancía y porque mucho de lo que se vende es de origen importado.

No hay vuelta de hoja. Desde los famosos controles cambiarios soviéticos, pasando por múltiples otros ejemplos hasta llegar a hoy, todo intento por dictar la tasa de cambio fracasa, dando pie al mercado negro (legal o ilegal), porque las divisas son bienes sujetos de la muy probada Ley de la oferta y la demanda. Si aumenta la demanda de un bien su precio sube. Al inyectar bolívares al sistema la cotización indefectiblemente aumentará porque aumenta su demanda. Más que obligar a transar a una determinada cotización oficial, el Estado debe recuperar la confianza de todos mediante las políticas macroeconómicas y jurídicas que promuevan la inversión y el crecimiento de nuestra producción nacional de bienes y servicios. En esa misma proporción aumentará la propensión al ahorro y la moneda se estabilizará. Al final del día, todos somos actores económicos y el primer elemento a considerar en cuanto a la conducta del colectivo es la confianza que se tenga en el sistema que respalda la moneda.

guillermomendozad@gmdconsultor.com

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