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Opinión

Fernando Mires

No hay nada peor que una guerra. Lo estamos viendo día a día en la pantalla. Y la peor de todas las guerras es aquella donde la población civil es convertida en objeto preferencial de ataque. Como en Ucrania donde Putin ya ha ganado, junto a Stalin, Hitler, Mao, Milosevic, el poco honroso título de genocida. La de Putin, lo muestra las ciudades hecha añicos que han dejado sus tropas, pasará a la historia como guerra de exterminio. Por eso ya no dudamos en calificar a Putin como una de las representaciones del mal sobre la tierra. Un engendro del demonio, como dijo Churchill de Hitler.

No hay nada peor que una guerra, porque una guerra saca hacia afuera la maldad escondida en la condición humana, que es mucha, aunque a veces, en condiciones normales, necesaria, pues es la parte de nuestro ser que nos permite reaccionar en búsqueda del bien. No nos referimos, en eso hay que ser cuidadosos, a una supuesta bondad o maldad natural. Si somos buenos o malos no es por causa de la naturaleza. Rousseau y su buen (o mal) salvaje no tiene nada que ver en este asunto. Más si se tiene en cuenta, que nuestra naturaleza no está dada, sino que en gran parte, es adquirida, modificada, estructurada, codificada, legalizada.

No hay nada peor que una guerra y por eso amamos la paz. Porque si hay algo digno en el ser, es su deseo de vivir en paz. El ser es deseo de convivir entre nosotros y con los otros. El ser, quiere ser. Esa es la razón por la cual, después de haber vivido cruentas guerras, muchos han optando por asumir la noble vocación pacifista. El pacifismo es, ha sido y será, una declaración de guerra a la guerra.

El deseo de vivir en paz es tan antiguo como la humanidad. Precisamente para no matarnos aparecieron las primeras instancias morales y, por cierto, una de las primeras prohibiciones: “No matarás”. Mandato inscrito en los libros sagrados de todas las religiones. Ley moral que en nuestra modernidad ha pasado a ser ley jurídica e impresa en las constituciones de los estados, ha pasado a ser ley política.

La guerra, es cierto lo que dice Clausewitz, es la continuación de la política por otros medios, pero -esto es lo que no dice- aparece allí donde ha fracasado la política. La política -tenía razón el jurista Carl Schmitt– es guerra sin armas. Y si es así, la guerra es política con armas. La política contiene en sí a la lógica de la guerra (quizás por eso nos gusta tanto). Eso quiere decir que si la política es guerra gramaticalizada, la guerra militar aparece justo en el momento cuando y donde ha fracasado la palabra.

Mientras los enemigos hablan no disparan, decía el ex-canciller alemán Helmuth Schmidt. Cuando fallan las palabras nos comunicamos con balas, con bombas, con muertos. Amar y buscar la paz sobre todas las cosas nos convierte en pacifistas. Y para ser pacifistas hay que hablar sobre la paz. Lo sabía Kant cuando en su Paz Perpetua escribió que el lugar de donde hay que salir de la guerra no está fuera sino dentro de la guerra, en los llamados armisticios o altos al fuego. Solo por esa opinión podemos considerar a Kant como fundador del pacifismo político moderno. A ese punto volveremos luego.

Pacifismos y pacifismos

Lo dicho nos permitirá diferenciar entre diversos pacifismos. Hasta el momento podemos observar cuatro: El pacifismo moral, el pacifismo religioso, el pacifismo político y uno, evidenciado en estos últimos días, al que llamaríamos pacifismo ideológico.

Entiendo por pacifismo moral aquel que surge de una necesidad básica: la preservación de la vida, expresada en ese contrato tácito que tan bien nos describiera Freud en su Totem y Tabú: “para que no me mates, no te mataré”. De esa frase imaginaria podemos deducir un enunciado: la paz nació desde la guerra y no la guerra desde la paz.

El pacifismo religioso viene de la razón moral codificada en mandatos o mandamientos provenientes de una autoridad superior a la que a falta de otro nombre llamamos Dios. Según Kant, contraviniendo a todos los teólogos de su tiempo, la razón moral precede y, en cierto modo, determina. a la razón religiosa.

Pacifismo político, en cambio, es aquel que surge de la deliberación y del debate sobre la base de condiciones muy reales y concretas.

El pacifismo ideológico, muchas veces confundido de modo errado con el pacifismo político, proviene de doctrinas y dogmas que reducen al enemigo de la paz a uno solo. En el caso del pacifismo autodenominado antimperialista, ese enemigo será siempre EE UU. “Pacifismo campista” lo denominan Pierre Dardot y Christian Caval. “Antimperialismo de los idiotas”, lo llamó Leila Al -Shami. “Pacifismo de los idiotas”, llamaríamos entonces al que hoy calla e incluso apoya a Vladimir Putin, aceptando su mentirosa versión de que la invasión fue realizada para salvar a Ucrania de la OTAN y del imperialismo norteamericano.

Naturalmente, ninguno de los pacifismos nombrados aparece de un modo químicamente puro.

El pacifismo moral suele aparecer después o antes de las guerras. Viene del horror, del arrepentimiento y del deseo. Horror, cuando son contados los mutilados y los cadáveres. Arrepentimiento que lleva a decir, “esto no puede volver a suceder”. Deseo, por volver a gozar los bienes de la paz. En la modernidad que habitamos, surgió en la vieja Europa como reacción a esa cadena de matanzas que tuvieron lugar durante el siglo XlX. Todavía los pacifistas de hoy rinden honores a a sus líderes totémicos: Emile Arnaud, Jenny Techman, y por cierto, a Bertha von Sutter, la inolvidable autora de Abajo las armas, éxito literario solo comparable al que después de la segunda guerra mundial recibiría Erich María Remarque gracias a su legendaria novela Sin novedad en el Frente. Lo moral y lo religioso han continuado impregnando la historia del pacifismo de nuestro tiempo. El lema del pacifismo alemán, después de la segunda guerra sigue siendo, “Nie wieder Krieg”: nunca más guerra. Por supuesto, ha habido y seguramente seguirá habiendo guerras.

Del pacifismo moral al pacifismo político

Durante los primeros años de la guerra en Vietnam, el pacifismo emergente adquirió primero un carácter religioso y moral. No obstante, en el transcurso de su oposición a la guerra fue tomando ribetes políticos. La guerra en Vietnam en efecto, estaba realizándose mediante la acción de dos estados nacionales, el de los EE UU y sus marines y el de la URSS en cuya representación actuaban las tropas vietnamitas, hecho que impidió a las multitudes manifestantes cuestionar la presencia invisible de la URSS, limitada a proveer armamentos a los guerrilleros del Vietkong. El enemigo de la paz fue configurado en el Estado norteamericano, tanto o menos culpable que el Estado soviético.

Precisamente, el cuestionamiento de los manifestantes de diferentes países a EE UU, permitió que dentro del movimiento pacifista de los años sesenta penetraran grupos políticos que habían hecho de la lucha en contra del imperialismo norteamericano una bandera identitaria. De este modo, el movimiento pacifista sufriría una profunda división. A un lado los que postulaban el fin de la guerra. Al otro los que solo buscaban derrotar al “imperialismo norteamericano”.

Ya alcanzada la paz gracias a las negociaciones de Kissinger en China, el pacifismo mundial continuó fracturado en dos partes: el pacifismo sin apellido, y el pacifismo ideológico antimperialista. La enemistad entre dos figuras del pacifismo norteamericano, Joan Baez y Jane Fonda, fue un símbolo de esa fractura. Naturalmente, gracias al aparataje de los partidos de izquierda, el pacifismo ideológico anti-norteamericano ha logrado en diversas ocasiones imponerse por sobre el pacifismo político, sirviéndose incluso de elementos constitutivos a los pacifismos moralistas y religiosos de antaño.

Frente a la guerra desatada por el imperio ruso en Ucrania, los cuatro pacifismos han hecho su puesta en escena. Los fines de semana, las plazas de algunos países europeos se ven colmadas de protestas. Unos, los religiosos ruegan (tal vez a Dios) por la paz. Otros, los moralistas, portan pancartas con palomas de la paz, las de Picasso o las de Magrit. Los ideológicos izquierdistas, pero también los neo-fascistas (unidos jamás serán vencidos) esgrimen banderas antinorteamericanas gritando en contra de la UE y de la NATO. Solo los pacifistas políticos condenan abiertamente a Putin.

La emoción y la política

Ahora bien, la importancia real de los movimientos pacifistas hay que medirlas de acuerdo a la incidencia que obtienen en la política. En ese sentido, pese a ser muy ruidoso, al pacifismo ideológico, o antinorteamericano, podemos dejarlo de lado. Por una parte, su acceso a las decisiones gubernamentales es casi nulo. Por otra, equivocan radicalmente al enemigo, en este caso, el gobierno de Vladimir Putin. Si obtienen alguna influencia, es solo sobre los partidarios de gobiernos autocráticos sin relevancia mundial como son en Latinoamérica los de Cuba, Nicaragua o Venezuela. Incluso el pro-putinista Victor Orban de Hungría, se encuentra bloqueado por su pertenencia a la UE, donde es minoría absoluta.

Más importantes parecen ser los antiguos pacifismos morales y religiosos. La razón es explicable. Las reacciones frente a las guerra son en primera instancia, emocionales. Por eso, la indignación frente al espectáculo sangriento que todos los días nos ofrecen las pantallas, con sus fosas de cadáveres amontonados, niños asesinados, ancianos agonizantes, mujeres violadas, gente arrojada como estropajos en el suelo, seres llorando mirando sus casas destruidas donde ayer hubo familiar comensalidad, cuerpos sangrando por las calles, caravanas de fantasmas con los ojos vacíos sin saber a dónde ir, en fin, todo ese infierno dantesco, es el sustrato de donde surge todo clamor por la paz. Sin esa indignación moral, ningún pacifismo, ni aún el más político, sería posible.

La política, al ser realizada por seres humanos, no solo reposa sobre la lógica. Proviene también de la emoción. Y, sin embargo, la emoción frente al destrozo de vidas no serviría de nada si solo terminara allí. Como igualmente no sirve de nada clamar por la paz sin entender las razones que llevan a la guerra. Fue ese el caso del pacifismo emocional de 27 intelectuales y artistas alemanes quienes solicitaron al gobierno de su país no enviar armamento pesado a los ucranianos por temor a que la guerra escalara y llegara a convertirse en un holocausto nuclear. Pero no se necesitaba mucha perspicacia para entender que quienes subscribieron esa carta no solo estaban emocionados, sino asustados de que en su país, Alemania, pudiera ser alterado el “pacifismo de sofá” como lo denominarían con justificada indignación, otros intelectuales y políticos de la nación. El miedo también es una emoción.

El pacifismo político, esta es su primera condición, no solo está en contra de las guerras sino en contra de los que las causan. Justamente porque es político, ese pacifismo no ignora la existencia de sujetos con nombre y apellido. Los invasores y los invadidos no son factores sino seres actuantes y responsables. A ellos deben ser dirigidos los mensajes. Por eso antes de la invasión, inspirados en un pacifismo político, los gobiernos de Europa exigieron agotar todas las posibilidades para buscar una solución diplomática al conflicto. Y lo hicieron apelando a la razón y a la cordura. El dictador ruso sin embargo, mintió y mintió. Mintió cuando afirmaba que su propósito no era invadir a Ucrania, tratando de paranoicos a los gobiernos y a los medios occidentales. Mintió a su pueblo al suprimir la palabra invasión del vocabulario diario. Mintió diciendo que Ucrania estaba gobernada por nazis. Mintió afirmando que la OTAN preparaba un ataque contra Rusia. Mintió cuando ocultó su fracaso militar callando sobre las cuantiosas pérdidas en sus propios destacamentos. Y continuará mintiendo.

Putin y a radicalidad del mal.

Desde el 24 de febrero los gobiernos occidentales supieron que la invasión no había sido evitable pues ya estaba decidida desde mucho tiempo atrás por Putin, un dictador que arrasaba con todos los tratados y acuerdos firmados por sus antecesores, por el mismo, por los gobiernos europeos, entre Rusia y Ucrania, entre Rusia con la UE y los EE U. Para decirlo con la terminología de Kant, Putin es el representante corpóreo de la radicalidad del mal.

La radicalidad del mal, o mal absoluto, no requiere según Kant de coberturas (banalizaciones según Hannah Arendt) porque es premeditado y consciente. El mismo Kant señalaba que el mal radical no proviene del desconocimiento de las leyes y constituciones sino de su conocimiento, y pese a eso, es cometido. Es el caso de Putin. No solo su propia palabra no tiene ningún valor. Tampoco la tienen las instituciones, ni las de su país, ni las de los demás países, ni las internacionales, ni siquiera la ONU. Lo único que vale es su voluntad de poder. De un poder que se alimenta de sí mismo, sin otra justificación que no emane de su mente alucinada, de sus descontrolado odio a Occidente, que como en tantos casos, no es sino odio hacia una parte de su propia personalidad.

“No es un demonio”, dijo Sartre de Hitler; “es un ser humano”. Definitivamente, era un ser humano. No un demonio, lo aceptamos. Pero era un ser endemoniado. Bien, frente a un ser así, nadie, ni siquiera el pacifismo, aún el más tierno y dulce, puede ser neutral. Mucho menos puede serlo un pacifismo político. A diferencias del pacifismo religioso o moral que carece de sujetos, el pacifismo político solo existe en referencia a sujetos reales.

Pero aún así: el pacifismo político, justamente por ser pacifismo, no debe cesar jamás de buscar la paz. Y no hay camino hacia la paz que no lleve al diálogo y a la negociación. Y por ser político, ese pacifismo debe intentar por todos los medios el regreso de la razón política. El problema es que Putin se ha cuidado muy bien de decir cuales son los objetivos reales que persigue en su guerra a Ucrania. Busca por cierto la capitulación del gobierno de Zelenski, y si no la logra destruirá a toda Ucrania. La suya, ya lo vemos, es guerra total, guerra a muerte, sin condiciones. ¿Cómo negociar entonces con un dictador que solo quiere destruir sin atender a otras razones?

Como sea, el pacifismo político de los gobiernos occidentales debe seguir buscando el poder de las palabras. Y si Putin no acepta negociar, hay que obligarlo a negociar. Y si la negociación pasa por la derrota de Putin, hay que derrotarlo. Esa es la lógica de esta guerra. Buscar la paz por todos los medios, aunque esos medios sean tanques, aviones y balas. Al fin y al cabo, vivir es un riesgo. Y quien no se arriesga, no vive. Solo existe. Eso fue lo que pensó tal vez ese matemático y filósofo llamado Bertrand Russell.

Pocos abogaron y escribieron tanto por la paz como Bertrand Rusell. Pocos se opusieron tanto como él a las guerras, llegando a pagar con prisión su pacifismo, durante la primera guerra mundial. Pero cuando comprendió que ninguna palabra, ninguna lógica del mundo podía detener a los demonios que empujaban a Hitler, supo definitivamente que para alcanzar la paz había que luchar por ella.

Nunca perder como objetivo a la paz, luchar por ella, otorgar ese objetivo a la guerra y en la guerra, aun cuando esta sea inevitable, esa y no otra, es la razón del pacifismo político. Hay que confiar en que tarde o temprano, la razón y la verdad lograrán imponerse. Sin creer en eso, la vida no valdría nada.

@FernandoMiresOl

2 de mayo 2022

Polis

https://polisfmires.blogspot.com/2022/05/fernando-mires-por-un-pacifismo...

 12 min


Andrés Ortega

En su famosa conferencia de 1959 sobre las “Dos Culturas”, C.P. Snow lamentó la gran división que separa dos grandes áreas de la actividad intelectual humana, la “ciencia” y las “artes”. Snow argumentó que los profesionales en ambas áreas debían construir puentes entre ellos, para promover el progreso del conocimiento humano y beneficiar a la sociedad en su conjunto. Y en ello, finalmente, estamos, o intentamos estar, en lo que el empresario y crítico John Brockman llamó en 1995 la tercera cultura, o lo que ahora podríamos calificar de cultura híbrida, que va más lejos de esa separación relativamente reciente entre lo que son dos formas de conocimiento.

Conviene recordar que en la cultura única –tan propia en la Europa del Renacimiento– los filósofos eran matemáticos y físicos y estos eran filósofos. Isaac Newton, padre de la física moderna, se consideró a sí mismo esencialmente un filósofo. La separación se produjo después, fruto de lo que Ortega y Gasset llamó la “barbarie de la especialización”, que se hace inevitable ante la complejidad creciente de las materias. Muy pocos pueden permitirse ser transversales, aunque debería existir una educación universitaria transversal básica, como proponía el filósofo español en su Misión de la Universidad, para un primer curso básicamente común. Y evitar que el corte entre los tipos de cultura se dé tan pronto, en el bachillerato.

Las preocupaciones de los ingenieros con la ética y otros aspectos están creciendo, a lo que se responde con un número creciente de cursos sobre estas materias en sus escuelas. La ética de la Inteligencia Artificial (IA) es ahora un tema candente no sólo para los expertos, sino también para los gobiernos. Esta hibridación queda clara en las conversaciones con científicos, tecnólogos, humanistas y artistas de renombre, en los diálogos entre disciplinas, en el libro de Adolfo Plasencia, defensor de la “tercera cultura”, De neuronas a galaxias (2021), para el cual la investigación se mueve rápidamente, es intelectualmente híbrida y científicamente promiscua. La transversalidad –la transdisciplinariedad, más que la multidisciplinariedad– se da más frecuentemente en equipos de personas que en individuos. Muchas investigaciones científicas y tecnológicas, incluso métodos de gestión económica o política son transdisciplinares, requieren expertos de varias disciplinas trabajando juntos y generando inteligencia colectiva, y sí, en cierta forma cultura colectiva que va más allá de lo interdisciplinario. Esta hibridación ha de mejorar la relación entre la universidad y los centros de investigación, en cooperación con las empresas y preparar mejor conjuntamente las habilidades inherentes a las nuevas profesiones que surgen de las fronteras tecnológicas y en el mercado.

Al mismo tiempo, muchos en las humanidades, las artes y la política siguen contentos viviendo dentro de los muros del analfabetismo científico. Pues también hay un analfabetismo científico y tecnológico. Y matemático (los anglosajones hablan de innumeracy, Manuel Alfonseca de “anumeralismo”). La responsabilidad por la separación de culturas no es sólo de los científicos. También de lo que antes se llamaba “las letras”. Aunque la revolución tecnológica, las reflexiones sobre ella, han entrado en el mundo literario y artístico y, cada vez más, menos pueden escapar a ellas. Véanse, como ejemplos entre otros, la última novela de Kazuo Ishiguro, Klara y el Sol, y la de Michel Houellebecq, Anéantir.

Se están multiplicando en el mundo –en el anglosajón con más flexibilidad– las dobles carreras híbridas como Físicas y Sociología, o Matemáticas y Finanzas. Un problema grave en España es la caída en los estudios STEM (ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas, por sus conocidas siglas en inglés) por parte de las mujeres. Según los últimos informes publicados por el Ministerio de Ciencia e Innovación las mujeres representan un 24% del personal investigador en Ingeniería y Tecnología –una cifra que va a la baja– y un 34% en Ciencias Naturales. Esta separación entre dos culturas no es pues neutra desde el punto de vista del género.

Tampoco es políticamente neutra. Está detrás también de algunos populismos y de algunos nuevos tipos de violencia, mucho más atomizada, pero no por ello menos peligrosa. Es lo que algunos llaman un creciente “anti-intelectualismo”, de rechazo a los científicos y expertos. Este anti-intelectualismo, por ejemplo, ha dificultado la respuesta global al COVID-19. Es parte de ese fenómeno que aqueja a nuestros tiempos, a saber, la posverdad. Muchos habrán visto la película No mires arriba, reflejo crítico de cómo una amplia capa de gente –incluidos algunos en gobiernos– no creen en lo que les dicen los científicos. En la película es un cometa que llega contra la Tierra, pero podría haber sido una pandemia, o el cambio climático. Las redes sociales provocan esas distorsiones y polarizaciones, y empoderan a las minorías radicales: la fuerza de los pocos, que se multiplica de forma exponencial. Estudiarlas y luchar contra este fenómeno requiere hibridación.

Hay otra manera de ver este tema de la, o las, cultura(s) híbrida(s), y es tratar la ciencia y la tecnología y las artes desde las diversas culturas que hay en el mundo y evitar así las guerras culturales globales, en las que estamos y que parecen ir a más. No tenemos la misma forma de enfocar la robotización o la IA, el papel de las máquinas, desde, por ejemplo, sociedades que ven la actual tecnología de una manera (que incluye la asequibilidad a la tecnología) que otras que la ven de otra forma; desde Europa que desde las Américas o desde Asia, o las Asias, pues hay varias. Desde sociedades democráticas y desde sociedades no democráticas. Desde sociedades con alfabetos y desde sociedades con ideogramas. Desde sociedades con culturas cristianas, a otras con base budista o sintoísta. Y, sin embargo, si queremos enfoques globales, necesitamos ese diálogo entre culturas. Una reconciliación de filosofías, antes que una reconciliación de ciencias y tecnologías. “Tenemos que aprender a coexistir con potencias motivadas por valores que no compartimos”, afirma Mark Leonard en su libro The Age of Un-Peace.

La hibridación es cada vez más necesaria. Lo estamos viendo, por ejemplo, en la creciente necesidad para la economía, y para las empresas, de empaparse de geopolítica. Y viceversa. O cómo impacta la revolución tecnológica en la política, en democracia o dictadura.

Pero esa cultura híbrida, o única, ya no es cosa de únicamente de los humanos, sino de los humanos y las máquinas. Las máquinas y nuestra interacción con las máquinas nos pueden abrir nuevas dimensiones, nuevos territorios, que ni siquiera podemos sospechar. Eso también es cultura híbrida desde una nueva dimensión transhumana. Lo artificial ha sido durante mucho tiempo lo fabricado por los humanos. Ahora puede ser también lo ideado y fabricado por máquinas de forma autónoma. Como señalan Henry Kissinger, Eric Schmidt y Daniel Huttenlocher –ejemplo de colaboración híbrida– en The Age of AI: And Our Human Future (2021), “los humanos están creando y proliferando formas no humanas de lógica con un alcance y una agudeza que, al menos en los entornos discretos para los que fueron diseñados, pueden superar la nuestra”. Citan el caso del ordenador AlphaZero (de DeepMind de Google) que, en 2017, aprendiendo solo –no de jugadas de humanos–, generó nuevas formas de jugar al ajedrez que los grandes maestros no habían visto nunca antes, y de las que estos pueden aprender. “La llegada de la IA nos obliga a enfrentarnos a si existe una forma de lógica que los humanos no han alcanzado o no pueden alcanzar, explorando aspectos de la realidad que nunca hemos conocido ni podremos conocer directamente”, dicen estos autores para los cuales a las formas de conocimiento que suponen la ciencia y las artes, hay que sumar ahora otra: la propia IA. Estamos empezando a aprender de las máquinas. Una cuarta cultura, ya no sólo humana, que hace aún más necesaria la hibridación, para volver a una única, y no perdernos en el camino.

3 de mayo 2022

elcano

https://www.realinstitutoelcano.org/cultura-una-e-hibrida/?utm_source=fe...

 6 min


Acceso a la Justicia

Los intentos de la administración de Nicolás Maduro de hacerle creer a la Fiscalía de la Corte Penal Internacional (CPI) que está investigando y juzgando los presuntos crímenes de lesa humanidad ocurridos en el país al menos desde 2017, han resultado infructuosos. Así lo dejó en claro el despacho encabezado por el jurista británico Karim Khan, quien expresó su deseo de continuar con las investigaciones relacionadas con las gravísimas y sistemáticas violaciones a los derechos humanos cometidas en el país.

La petición figura en la comunicación que el pasado 20 de abril la Fiscalía le envió a la Sala de Cuestiones Preliminares del juzgado con sede en La Haya (Países Bajos) y en la cual anuncia que le solicitará a esta instancia que «autorice la reanudación de su investigación en virtud del artículo 18(2) del Estatuto (de Roma)». Asimismo, le requirió que «solicite observaciones de las víctimas o sus representantes legales, así como de otros participantes interesados».

La solicitud de Khan se produce luego de que el 16 de abril venciera el lapso que les había dado a las autoridades venezolanas para que le informaran de las acciones que habían tomado a fin de castigar los crímenes constatados por su despacho; y casi dos semanas después de que el funcionario realizara su segunda visita a Caracas en menos de seis meses.

Procesos estancados

Khan, en su escrito a la Sala de Cuestiones Preliminares, informó que las autoridades venezolanas atendieron su requerimiento y le informaron que «a través del Ministerio Público y el Poder Judicial están investigando o han investigado a sus nacionales u otros dentro de su competencia respecto de presuntos hechos punibles contra los derechos humanos».

La respuesta a la Fiscalía de la CPI la dio el ministro de Relaciones Exteriores, Félix Plasencia González, quien en un informe fechado en Caracas el día 15 de abril aseguró que de los 124 casos sobre los cuales la Fiscalía pidió información, 116 se encuentran en fase preparatoria, cinco en juicio y solo tres han concluido con sentencias condenatorias.

Los datos que el canciller dio a Khan se pueden expresar de la siguiente manera: 93,5% de los casos están aún bajo investigación, es decir, el Ministerio Público (MP) venezolano no ha terminado de individualizar a los posibles responsables de los hechos o de recabar las pruebas que permitan sustentar una acusación contra ellos. Esto a pesar de que, si se refiere a los casos de 2017, han transcurrido aproximadamente cinco años desde que ocurrieron, y si alude a los de 2014, son ocho años, cuando según el Código Orgánico Procesal Penal (COPP) vigente para el momento de los hechos, una investigación no debería durar más de dos años.

Los números confirman lo que las organizaciones de derechos humanos denuncian desde hace años: la impunidad en Venezuela está institucionalizada y las víctimas de violaciones a los derechos humanos o sus familiares tienen casi nulas posibilidades de conseguir justicia.

Tras indicar que efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y agentes de la Policía Nacional Bolivariana (PNB), Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin), Dirección General de Contrainteligencia Militar (DCGIM) y Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC) figuraban entre los investigados por presuntos hechos ocurridos desde 2014, Plasencia informó que 30 funcionarios han sido imputados, 27 acusados y 14 permanecen detenidos. Al respecto debemos destacar que de los 124 casos sobre los que informó, apenas 14 funcionarios están privados de libertad.

Sin embargo, es esperanzador que el Gobierno dé cuenta de casos de 2014, porque el examen preliminar abierto por la Fiscalía de la CPI fue inicialmente sobre los hechos de 2017, por lo que esta admisión del Gobierno es un indicio de una apertura del marco temporal de la investigación que esperamos sea confirmada formalmente por la instancia internacional.

La reacción desde el MP no se hizo esperar. El titular de esta institución aseguró a los diputados de la Asamblea Nacional (AN) lo siguiente:

«En materia de derechos humanos no hemos necesitado que venga un experto, un comisario de una transnacional de justicia para nosotros actuar en el sistema interno (…) En Venezuela las violaciones a los derechos humanos se sancionan, persiguen y juzgan, sin necesidad de que exista una especie de coloniaje jurídico (…) Sinceramente no hace falta que la CPI investigue y en la práctica lo vamos a demostrar».

Solicitud injustificada

Pese a que el Gobierno de Maduro admitió por medio de Plasencia que apenas el 2,4% de los crímenes por los cuales la Fiscalía de la CPI le pidió información han terminado con una condena, consideró que está haciendo su tarea y, por ello, le solicitó a esa instancia «abstenerse formalmente de la investigación a favor de las actuaciones realizadas por las autoridades nacionales competentes de Venezuela».

Para justificar su petición, recordó que en los últimos meses las autoridades han impulsado una serie de reformas legales que han desencadenado el proceso de renovación del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), o que se proscribió el procesamiento de los civiles por parte de los tribunales militares. Sobre esto último dijo que «permitió la declinatoria hacia la jurisdicción ordinaria de 328 causas» y que «actualmente ningún civil está siendo procesado por la jurisdicción militar».

Sobre esto último, consideramos oportuno recordar que la Sala Constitucional dejó abierta la posibilidad para que los civiles terminen ante los jueces castrenses, apenas tres meses después de que la AN electa en 2020 modificara el Código Orgánico de Justicia Militar (COJM) para proscribir el enjuiciamiento de civiles por tribunales militares. Así, la pretendida reforma en la práctica quedó anulada por la decisión de la Sala Constitucional.

La petición venezolana ha sido desestimada por Khan, quien señaló que las autoridades venezolanas «no han proporcionado materiales adicionales» que le permitan concluir que ciertamente están investigando los crímenes de lesa humanidad ocurridos en el país. En otras palabras, para el Fiscal de la CPI los fallos y las reformas legislativas e institucionales hasta ahora adelantados no han sido suficientes para considerar que Venezuela está haciendo justicia, reparando a las víctimas y tomando medidas para evitar que estos hechos se repitan.

Nada de promesas

En su escrito, Khan reiteró su disposición a «apoyar y participar activamente en cualquier esfuerzo interno para permitir que las autoridades venezolanas competentes lleven a cabo procesos pertinentes y genuinos en relación con los delitos» ocurridos en el país. Sin embargo, también advirtió que él no adoptará ninguna decisión sobre Venezuela con base en promesas. «La evaluación de complementariedad de la Fiscalía no puede ser prospectiva y especulativa, sobre la base de hechos que puedan ocurrir en el futuro», indicó.

Días después de su visita a Caracas, en una entrevista a un diario español, el jurista británico ya dejó en claro que su despacho cumplirá con el mandato que le fija el Estatuto de Roma de investigar los crímenes de lesa humanidad en Venezuela, si la justicia local no lo hace, pero que si esto ocurre no actuará. Khan declaró lo siguiente:

«Yo he dicho que, si un país intenta ponerse en el nivel que debe para cumplir con sus obligaciones del Estatuto de Roma, yo me retiro. Pero eso no es un favor, no es un regalo, es una obligación que tengo. No me voy a quedar aferrado a un caso o a una situación si veo que el país está haciendo un esfuerzo genuino. Usted ya vio lo que hice en Colombia: cerré el caso allí [en 2021] pero no di un cheque en blanco, fue una situación condicional a que continúe la Jurisdicción Especial para la Paz, y el financiamiento para esta, y que no haya intervención política contra esta. Si no, por supuesto, podría volver a entrar».

Y a ti venezolano, ¿cómo te afecta?

La decisión de Karim Khan es una buena noticia para las víctimas de los crímenes de lesa humanidad ocurridos en el país y para sus familiares, pues revela que las maniobras de las autoridades venezolanas por intentar escapar de la justicia internacional han vuelto a fracasar. No se puede olvidar que a lo largo de 2020 y 2021, sobre todo desde el MP, hubo maniobras para intentar evitar el inicio de la investigación que sin duda retrasaron el paso del examen preliminar a esta nueva etapa. Asimismo, la decisión del fiscal Khan revela que en La Haya (Países Bajos) están bastante informados de lo que ocurre en el país.

Este paso es otro más dentro del complejo y largo proceso que se abre para esclarecer la verdad de los hechos ocurridos a partir de 2017, cuando decenas de venezolanos perdieron la vida y miles más fueron detenidos, maltratados o torturados por ejercer sus derechos constitucionales a la protesta, libertad de expresión y, sobre todo, por defender la democracia.

3 de mayo 2022

https://accesoalajusticia.org/la-justicia-venezolana-no-se-cansa-de-cast...

 6 min


Eddie A. Ramírez S.

Unas burbujas son de champaña. Otras de miseria. Pocos venezolanos están en la primera. La mayoría se ubica en la segunda. Esto ocurre tanto dentro de nuestras fronteras, como fuera de ellas. Las burbujas internas siempre han existido. Las de compatriotas en el exterior son una novedad. ¿Por qué se formaron? ¿Quiénes son los responsables de esta situación? ¿Cómo deshacerlas?

Burbujas internas

Siempre habrá desigualdades. Lo repudiable es que las mismas sean tan grandes y que algunas sean producto de la corrupción. También es inaceptable que quienes tienen más sean indiferentes y no contribuyan a disminuir las desigualdades. Afortunadamente, en Venezuela tenemos numerosos ejemplos de empresas que han creado organizaciones sin fines de lucro que realizan una extraordinaria labor social. También hay personas que practican voluntariado en hospitales y otros servicios comunitarios.

A la par, muchos que pecan por egoístas o por ignorantes. Consideran, con razón, que por esfuerzo propio lograron el ascenso social. Constituyen un grupo relativamente reducido que pudieron beneficiarse de las políticas de nuestros gobernantes en el período entre 1935 y el final del siglo XX. Lamentablemente, muchos otros quedaron marginados. Entre los favorecidos hay quienes no se percatan que había dos países. Por un lado, el de las urbanizaciones, buenos colegios e ingresos que permitían viajar. Por el otro, el de los ranchos, educación deficiente e ingresos que solo permitían una alimentación precaria. Las desigualdades entre las ciudades y el medio rural siempre fueron abismales. ¿Hubo ascenso social en ese período? ¡Claro que sí!, pero muy por debajo de lo que ha debido ser.

Hoy, las burbujas de champaña y las de miseria son más evidentes ante la pérdida del poder adquisitivo de la gran mayoría. Jubilados que pensaban tener una vejez más o menos digna están pasando grandes dificultades. Educadores, abogados y otros profesionales dependen de una remesa del exterior. Quien era pobre, es ahora más pobre. Hay otras burbujas que no son criticables. En ellas se encierran compatriotas que por seguridad o por tranquilidad espiritual requieren alejarse por un tiempo del mundanal ruido.

Burbujas en el exterior

No difieren de las anteriores. En unas se encuentran compatriotas con dinero mal habido. En otras, quienes trabajaron duro y ahorraron. Unos siguen pendientes de la situación política en Venezuela. Otros han pasado la página. Los profesionales jóvenes que emigraron han tenido que empezar desde muy abajo en su área de experticia o se han visto obligados a trabajar en lo que se les presente.

Quienes emigraron a países desarrollados mejoran gradualmente y sus hijos tendrán más oportunidades. Los que están en los países del sur tienen la desventaja de que a veces no son bien recibidos. Esta situación hay que entenderla y no culpar a los habitantes del país receptor. Toda migración masiva ocasiona graves distorsiones. Reconozcamos los problemas que causamos y que, a pesar de todo, nuestros compatriotas son en general bien recibidos. También hay un problema de estabilidad política y económica. Países hermanos que hace poco tiempo iban muy bien, hoy están próximos a un despeñadero.

Pinchar las burbujas

Hay que deshacer estas burbujas de miseria, así como las de indiferentes que disfrutan de recursos bien o mal habidos. No es fácil. Para lograr una sociedad más justa, los gobiernos deben dedicar más recursos a la educación, a la salud y a la infraestructura, así como crear las condiciones apropiadas para un crecimiento sostenible del sector privado. Ello implica abandonar la política del capitalismo de Estado, que solo ha producido empresas que tarde o temprano quiebran. El sector privado es el que puede crear una riqueza perdurable que permita disminuir gradualmente la pobreza. Desde luego, ese sector debe actuar con responsabilidad social y el Estado debe velar por el respeto a las leyes. Además, corresponde al Estado introducir los correctivos necesarios para proteger a los grupos más vulnerables, sin caer en un asistencialismo extremo.

La quiebra de todas las empresas del Estado es una evidencia de que ese no es el camino. En el pasado hubo algunas exitosas, como Edelca, el Metro de Caracas y Pdvsa, pero fueron la excepción. Tarde o temprano tenían que sucumbir ante el clientelismo y la corrupción. Ojalá el sector político y la sociedad civil acepten esta realidad. Sería una ruptura con el pasado remoto y, desde luego, con el presente, que nos pondría en la senda del desarrollo sustentable.

Para la recuperación de Venezuela es imprescindible, como requisito necesario, pero no suficiente, salir del régimen. La reciente designación del nuevo Tribunal Supremo de Justicia, que es igualmente sectario y mediocre como el anterior, es una señal clara de que Maduro y sus compinches no están dispuestos a ceder fácilmente el poder. Quienes por inocentes pensaban que se puede cohabitar, tienen que haber aterrizado.

Para lograr el cambio, no nos cansaremos de repetir, se necesita una dirigencia con unidad de propósito, un acuerdo de transición y gobernabilidad por varios períodos presidenciales y que todos nos percatemos de que, salvo un imponderable deseable, no hay otra vía que la electoral; además, que en estos momentos se requiere un candidato presidencial que no tenga rechazo. Si no pinchamos la burbuja interna nos asfixiáremos en ella. Si persiste la del exterior perderemos valiosos recursos humanos.

Como (había) en botica

Carlos Canache Mata acaba de publicar el libro Rómulo Betancourt, líder y estadista. Dada la estrecha relación entre ellos, el libro tiene que ser muy interesante.

Mañana 4 de mayo será la presentación en Madrid del libro La Tumba, secuestro en Venezuela, del luchador y amigo Antonio Ledezma. Debe ser una importante contribución a la divulgación de los atropellos del régimen.

La Fundación Empresas Polar sigue cumpliendo una loable labor. Felicitaciones a los científicos ganadores del Premio Lorenzo Mendoza Fleury.

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

eddiearamirez@hotmail.com

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Julio Castillo Sagarzazu

Los vericuetos de la historia son caprichosos e inescrutables. ¿Quién podría imaginar a Robespierre y Luis XVI descansando en paz en un mismo recinto? ¿O a Stalin y Trotsky? ¿A los Montesco y a los Capuleto? Pues bien, en esta tierra de gracia ha ocurrido que Manuel Piar y Simón Bolívar son vecinos de sarcófagos en nuestro Panteón Nacional.

Las explicaciones de la “historia oficial” (u oficialista) son verdaderamente cándidas. Nos cuentan que Piar fue un hombre engañado por los enemigos de Bolívar y que el Congreso de Cariaco fue un aquelarre de conjurados que metieron en su cabeza de pardo libertario, la idea de la sedición y la traición. Hay que estirar la historia como un chicle para comprar semejante argumento.

Han pasado más de 200 años de aquel fusilamiento y hoy podemos decir que Bolívar tomó aquella decisión (a través de un Consejo de Guerra y un fiscal que le eran absolutamente leales) condenando a Piar a la pena capital, porque no podía permitirse un torneo de rivalidades en plena guerra. ¿Ha podido resolverlo de otra manera? ¿Cuánto hubo de celo personal ante el carisma indubitable de un general que era también un líder social y que reiteradamente se manifestó en contra de la manera como Bolívar y los mantuanos, dirigían la revolución emancipadora?

Valdría también hacernos las mismas preguntas, cambiando a Piar por Miranda. ¿Cuánto pesó el pedigrí revolucionario y el pasado glorioso de Miranda, para que le entregara a los españoles? ¿Se justificó su capitulación de San Mateo ante Monteverde? ¿Cuánto temía Bolívar del liderazgo del generalísimo, quien también era, “blanco de orilla”, hijo de canarios y soldado de todas las revoluciones del mundo?

Las respuestas son muy difíciles de encontrar y sabemos que su solo planteamiento es polémico y delicado. No obstante, lo que nos interesa en esta nota es poner de manifiesto como el tema de la unidad, las lealtades, las traiciones, los distintos puntos de vista, son moneda corriente en la política y en la guerra en todos los tiempos y todas las latitudes.

Los desencuentros entre el liderazgo venezolano, ni son nuevos, ni van a desaparecer nunca. Son propios de la naturaleza humana. No hay institución, política, civil, militar o religiosa que no lo conozca y que haya saboreado las hieles del cisma y las rupturas.

No es inteligente entonces andar llorando por los rincones porque no conseguimos la unidad. Tampoco ayuda mucha enzarzarnos en cruzadas salvíficas predicando en el desierto y pidiendo a nuestros líderes que se porten bien en esa materia.

No es porque emprendamos una cruzada por la desaparición de los egos, los intereses, las divergencias que éstos desaparecerán.

La conducta de los líderes suele ser impermeable a los buenos consejos, a las exhortaciones y a los rezos suplicantes. Cuando se sienten depositarios de la verdad, difícilmente se les mueve de ese punto.

¿Entonces, es una guerra perdida la guerra por la unión del liderazgo opositor venezolano?

Por supuesto que no, pero es una lucha que tiene que desechar las ilusiones y que tiene que proponerse la creación de condiciones externas a esos liderazgos y a sus organizaciones. Sera “desde afuera”, con iniciativas políticas o con acontecimientos sociales de gran monta, que lograremos alcanzar los niveles de acuerdo que hoy necesitamos.

Ejemplos sobre lo que hablamos sobran. Quién puede negar que el 27F, provocó una reacción de la clase política que, luego de salir del estado catatónico que provoco la sorpresa de los acontecimientos, se propuso impulsar cambios importantes que llevaron, por ejemplo, a las elecciones directas de gobernadores y alcaldes. O que el 4F significó la superación del bipartidismo y la victoria electoral de Rafael Caldera.

¿Es que no acabamos de asistir a un proceso en el que la presión de las regiones obligó a las direcciones nacionales de los partidos, no solo a participar en el 21N, sino a lograr niveles importantes de acuerdo electoral? ¿Qué significo la experiencia posterior de Barinas, si no fue también la victoria de una iniciativa que nació de los propios dirigentes regionales?

Como notara el lector. No se trata de tareas fáciles. Los acontecimientos sociales no los gobernamos y tienen vida propia y también los dirigentes regionales y los de la sociedad civil tienen sus propios intereses y sus bemoles. Pero algo hay que intentar.

Es necesario poner iniciativas en la calle y en el debate. La legitimación de la dirección política de la oposición, la Consulta Nacional, las mismas primarias, son todas propuestas para estudiar y que van en la vía de salir de la lloradera por la falta de la unidad o de la plegaria para que ésta prenda en la cabeza de los dirigentes.

No podemos darnos el lujo de esperar 200 años para que la historia nos entierre juntos.

La cosa es urgente.

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Eduardo Fernández

El Movimiento Social Independiente Unión y Progreso propone una política nueva y distinta. La política tradicional ha fracasado en los últimos veinte años. La del gobierno no ha podido ser más desacertada. El daño causado al país por la política del gobierno de Chávez y de Maduro ha sido inconmensurable.

La política de la oposición también ha fracasado. La tarea fundamental de la oposición en estos veinte años era la de construir una Alternativa Democrática para ofrecerle al país un nuevo gobierno. También la política opositora ha fracasado. El fracaso de la política del gobierno explica que Maduro y sus amigos tengan 80% de rechazo en las encuestas. El fracaso de la política de los partidos de oposición explica que ellos también tengan un enorme rechazo en las encuestas de opinión pública.

Venezuela está esperando una política nueva, distinta y superior. Los venezolanos no estamos contentos con los que han hecho nuestros políticos, ni los del gobierno, ni los de la oposición.

Una política diferente es una que no cultive el odio ni la división. Que no se distraiga en una confrontación permanente y en una polarización infecunda. Una política nueva coloca la prioridad en la gente, en las personas, en el sufrimiento de la población, en la búsqueda de soluciones para los problemas del país.

La política nueva apuesta por la ruta electoral, no promueve la violencia. Rechaza la tentación de las soluciones de fuerza: ni golpes de estado vernáculos, ni invasiones extranjeras. Ninguna de esas opciones es factible y, además, ninguna de las dos es deseable. Tampoco está de acuerdo la nueva política con apoyar sanciones que afectan la calidad de la vida de los venezolanos ya suficientemente degradada por los errores de las políticas del gobierno.

La política nueva convoca a la unidad de todos los ciudadanos alrededor de una propuesta programática que responda a las necesidades de los venezolanos. Lo que necesita Venezuela no es más odio y más división. Lo que queremos es procurar los consensos que permitan recuperar la democracia y el estado de derecho, reactivar la economía, generar empleos y oportunidades para todos, resolver el problema de la pobreza, recuperar los servicios públicos fundamentales y acabar con la corrupción. En una palabra: vivir mejor.

Seguiremos conversando.

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Ismael Pérez Vigil

Está claro que “las cartas” −ya son tres, dos de ellas dirigidas al Presidente Biden y una “a los venezolanos”−, aunque se centran en el tema de las sanciones, en realidad su destinatario somos los venezolanos, opositores y no opositores, que hemos perdido la costumbre de dirigirnos unos a otros, de manera directa y civilizada para dialogar o discutir las cosas que tenemos en común y las que nos apartan y hemos reemplazado esa práctica por el insulto, la descalificación y la diatriba. Pero esa es la realidad con la que nos toca lidiar.

La semana pasada me réferi a las sanciones en general y a las sanciones sobre el negocio petrolero, mencionadas por la carta de los 25; en esta oportunidad lo haré sobre “la negociación”, y un añadido sobre el rechazo popular a las mismas, que contiene dicha carta.

La negociación

El de la reanudación de la “negociación” es otro de los temas medulares de la carta de los 25, que no es mencionado en la carta de los 68, y apenas tocado, sin profundizar en él, en la carta la dirigida “a los venezolanos”, aunque algunos de los firmantes de estas dos últimas se han pronunciado, alternativamente a favor o en contra, de cualquier negociación con el régimen venezolano.

En la carta de los 25, el de la negociación es el tema con el que arranca la misiva, pidiendo al Presidente Biden (?): “…seguir impulsando negociaciones sustantivas y productivas para resolver la crisis venezolana…” (el interrogante se debe a que esa iniciativa en realidad no ha sido nunca muy impulsada por el Gobierno Norteamericano). Pero también, la carta insta: “…al gobierno de Venezuela, a los partidos políticos de oposición y a la Plataforma de Oposición Unitaria, a retomar sin demoras los procesos de negociación…”, que nos parece más apropiado.

Al igual que los firmantes de la carta de los 25, soy partidario de la reanudación de estas o cualquier otra negociación, siempre que sea una negociación política cuyo objetivo fundamental, nuestro, sea lograr la salida de este régimen y el restablecimiento de la democracia y la plena vigencia de los derechos humanos. Pero el tema de la negociación tiene varias aristas; yo me referiré a tres de ellas: ¿Con quién se negocia?, ¿Cuál es la agenda, o qué se negocia? y: ¿Quiénes negocian?

… ¿Con quién se negocia?

Desde luego con quien hay que negociar en Venezuela es con Nicolás Maduro (NM), cabeza del régimen y responsable del oprobio en el que estamos sumidos. NM es la cúspide de un régimen que controla todo el poder y los recursos del Estado, sobre lo que no abundaré, pues todos los conocemos bien, aunque a veces parece que lo olvidamos. Por supuesto, entre ellos controla −o es controlado, en realidad− el “Poder Militar”, que es el verdadero “poder” del país. Por lo tanto, está claro, que cualquier negociación se tiene que dar con NM, que es el “amo del poder” y no solo porque contesta el teléfono en Miraflores.

… ¿Qué se negocia?

Los temas de esa negociación, como bien dice la carta de los 25, “… no pueden limitarse al ámbito económico…” sino que debe incluir áreas “…sustantivas y productivas para resolver la crisis venezolana… colocar los temas humanitarios al centro y avanzar en su solución con la urgencia que ameritan… (y que) … se basen en éxitos incrementales, creando confianza y buena voluntad para nuevos acuerdos.” Pero, no abunda la carta en este tema, como si lo hace en otros, a los cuales ya me referí en mi artículo de la semana pasada, ya mencionado.

Sin embargo, como el centro de la negociación, de su agenda, es la negociación política, eso implica incluir en la agenda: Elecciones democráticas, libres, supervisadas internacionalmente, en las que participen los venezolanos mayores de 18 años, residentes o no en el país; sin candidatos ilegalmente inhabilitados, ni partidos políticos secuestrados por el régimen y entregados a testaferros políticos electoreros; con regreso de los exilados, libertad de los presos políticos; cese de la persecución de dirigentes opositores y levantamiento de los juicios abiertos contra los mismos; y por descontado, plena libertad de expresión, sin persecución a los medios de comunicación y periodistas.

Suena a agenda larga y difícil, sí, pero no puede haber otra, aunque se incluyan más temas, también muy importantes. En otras palabras, la agenda, en realidad, se puede resumir en: Restablecer la plena democracia en Venezuela y los derechos humanos y políticos, hoy severamente conculcados, según consta en diversos informes de organismos internacionales, que todos conocemos y no vale la pena repetir aquí. Restablecer derechos humanos implica garantizar suministros básicos a la población, salud, alimentos y educación.

… ¿Quiénes negocian?

Un punto en el que difiero con los proponentes de la reanudación de la negociación, los firmantes de la carta de los 25, es en la composición de la “mesa negociadora”. La carta habla de tres grupos, dos de ellos claramente identificados −el gobierno de Nicolás Maduro y la Plataforma de Oposición Democrática−, y un tercer grupo, algo vago y genérico, que denomina: “partidos políticos de oposición”.

Como no sé exactamente a que se refieren los firmantes de la carta con eso de “partidos políticos de oposición”, de una vez señalo que creo que en esa negociación, como contraparte del régimen, debe participar, exclusivamente, la oposición democrática, lo que en la carta se denomina Plataforma de Oposición Democrática, porque es la única que tiene alguna legitimidad, aunque sea “residual”, que se desprende de procesos electorales, aunque sean ya de hace varios años, y de la actividad en el país de los partidos políticos y grupos de la sociedad civil, de larga y conocida trayectoria de oposición a este régimen. En otras palabras, no creo que en la negociación deba participar, como “oposición”, esa que es producto de una decisión abusiva e ilegal del régimen, que mediante sus tribunales y organismos electorales despojó de nombres, símbolos, colores, sedes, etc. a los partidos legítimamente constituidos. En todo caso, si estos grupos que se prestaron a esa usurpación van a participar en la negociación, que se sienten en la mesa de negociación del lado del régimen.

Necesidad de apoyo internacional

Este es un aspecto que no podía dejar de mencionar, puesto que aunque la negociación debe ser fundamentalmente interna, pues los problemas del país los debemos resolver en primera instancia los venezolanos −como bien dice “la carta a los venezolanos−; debe ser con apoyo internacional; imprescindible por dos razones: Una, por nuestra debilidad política, interna, actual, pues carecemos de mecanismos de presión para forzar al régimen a aceptar una negociación; y la otra, porque lo que ocurre en el país −especialmente la emigración− afecta la situación económica y social de varios de nuestros vecinos más cercanos y otros de la comunidad internacional.

Afirmación dudosa

Por último, no podía concluir sin referirme a una afirmación de la carta de los 25, que lo menos que se puede decir es que es muy polémica; y se refiere al altísimo porcentaje de la población que está en desacuerdo con las sanciones.

Tras conocerse la carta ha circulado un cuadro de la empresa Datanálisis −como sabemos dos de los firmantes están vinculados con esta empresa− en el que se aprecia que ante la pregunta: “¿Está usted de acuerdo con las sanciones petroleras impuestas por Estados Unidos a Venezuela?”, desde julio de 2020 la respuesta es negativa en más del 60% de los casos y en febrero de 2022, la respuesta del 75,4% es que “No” están de acuerdo con las sanciones.

Lo primero que me vino a la mente es recordarles a los encuestadores eso de: “una encuesta es una fotografía, en un momento determinado”, que muchas veces ellos nos han repetido, seguramente para prevenir que algún resultado en la realidad se contradiga con lo que dice una determinada encuesta. De allí que me sorprenda la categórica afirmación de esa “mayoría” del pueblo venezolano que está en desacuerdo con las sanciones. ¿Es, o no es, una foto?

Pero, lo que no sabemos es si esa encuesta comenzó por averiguar cuántos venezolanos conocen que hay sanciones contra la industria petrolera venezolana y cuáles son esas sanciones; y lo más importante, si los venezolanos encuestados saben cuáles son las causas por las cuales se impusieron las sanciones; porque desde luego que si a cualquier venezolano se le pregunta en la calle, en su casa o por teléfono, si está de acuerdo con que se apliquen sanciones a Venezuela, la respuesta más obvia es que no esté de acuerdo.

Conclusión

Continuar con la discusión sobre las sanciones, por las razones que expliqué en mi artículo de la semana pasada, y que no repetiré ahora, es una discusión estéril. Además, da la impresión que se trata de una toma de posición, una forma de agruparse, de salir en esta foto y no en aquella. Por lo tanto, mi ánimo es que pasemos del tema de las sanciones a otros temas; por ejemplo, este que hoy describo, la “negociación”; que ojalá derive en otros, como: La necesaria renovación de los partidos políticos, la unidad en torno a un programa que ofrecer al país para salir de este oprobio y la selección de un candidato aceptable y con opción válida para los venezolanos, en las elecciones de 2024, que inevitablemente van a ocurrir, a pesar del rechinar de dientes de algunos y aunque los opositores, por decisión política o indiferencia, decidamos no hacerlo.

Politólogo

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

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