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Opinión

DW

En una conferencia organizada por el diario "The New York Times", el cofundador de Microsoft analizó los alcances del COVID-19.

El cofundador de Microsoft Bill Gates pronosticó que en el mundo pospandemia se darán la mitad de los viajes de negocios y un tercio de las horas de oficina desaparecerán, aunque reconoció que nunca habría pensado que llevar mascarilla se convertiría en objeto de tanta controversia.

"Mi predicción es que más del 50 % de los viajes de negocio y más del 30 % de los días en la oficina desaparecerán", indicó el magnate en una conferencia organizada por el diario The New York Times. En su opinión, la justificación para realizar un viaje de negocio tras la pandemia será más complicada, tras mejorar durante el confinamiento la viabilidad de trabajar desde casa, aunque reconoció que habrá empresas más dispuestas para el teletrabajo que otras.

"Seguiremos yendo a la oficina de algún modo, seguiremos algunos viajes de negocio, pero drásticamente menos", añadió Gates, que a través de su fundación y la de su esposa Melinda, promueve el desarrollo y distribución de la vacuna a economías en desarrollo.

Los viajes de negocios representaban antes de la pandemia alrededor de la mitad de los ingresos de las aerolíneas estadounidenses y eran con diferencias los desplazamientos más rentables.

Un nuevo paradigma laboral podría añadir más problemas para un sector que intenta superar la fuerte caída de los ingresos con la reducción de tráfico aéreo debido a la pandemia, que podría comenzar a resolverse con la distribución masiva de la vacuna a partir de la segunda mitad de 2021.

La pandemia también impactará la densidad poblacional de las grandes ciudades

Respecto a este tema, el norteamericano aseguró además que la pandemia también impactará la densidad poblacional de las grandes ciudades, ya que permitirá que las personas se alejen de los centros urbanos por la posibilidad de trabajar desde otros lugares, impactando a su vez el costo de vida.

Mejoría considerable del "software" actual

Durante la conferencia, Gates aseguró que muchas de las herramientas que hemos utilizado durante el teletrabajo mejorarán rápidamente.

"El software era un poco torpe cuando todo esto comenzó, pero ahora la gente lo está usando tanto que se sorprenderá de lo rápido que se innovará en estos softwares", aseveró.

Aumento de las "ganas de socializar"

Por otro lado, el magnate indicó que las personas, como resultado de la pandemia, debido a que tendrán menos contacto social en sus espacios de trabajo gracias al teletrabajo, buscará más espacios sociales.

"Creo que es posible que disminuya la cantidad de contacto social que se tiene en el trabajo, por lo que el deseo de tener mayor contacto social en su comunidad o con sus amigos por la noche, ya sabe, podría aumentar porque si estamos haciendo mucho trabajo remoto, entonces nuestras ganas de socializar, nuestra energía para socializar después de dejar de trabajar será un poco mayor. Podría cambiar un poco el equilibrio allí", comentó Gates.

El empresario además indicó que pese a que se han logrado avances en la búsqueda de una vacuna contra el COVID-19, la normalidad tomará un buen tiempo en volver.

"Creo que mucha gente seguirá bastante conservadora en su comportamiento, especialmente si se asocian con personas mayores cuyo riesgo de enfermarse gravemente es bastante alto", añadió.

Limitaciones a la hora de predecir comportamientos

Gates también reconoció en la conferencia celebrada hoy sus limitaciones a la hora de predecir comportamientos y confesó: "No habría pensado que llevar mascarilla se iba a convertir en algo tan controvertido" y tampoco que la Administración de Donald Trump apoyara una opinión tan "salvaje y extrema" a la hora de enfrentarse a la pandemia.

El magnate también dijo que el sentimiento antimascarilla es más fuerte en Estados Unidos que en otros países y reconoció que no está claro si esto se debe a la posición adoptada por el Gobierno de Trump o por el sentimiento individualista de los estadounidenses.

La pandemia está fuera de control en la mayor parte de Estados Unidos y ha dejado ya más de 11 millones de infectados y casi un cuarto de millón de muertes, con muchos hospitales al borde del colapso.

19.11.2020

DW

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José Joaquín Brunner

¿Puede ocurrir en Chile que emerja una ‘solución’ populista? Por cierto que sí. Ya hemos aprendido la lección: Chile no es una excepción.

I

Una creciente preferencia por liderazgos ‘fuertes’, mediáticamente llamativos, con rasgos carismáticos, de ruptura con la clase política y sus élites, movilizador de emociones y que apela a las demandas populares como única razón para justificar una inflación de promesas y gastos, recorre el mundo, sacude a las democracias o instaura nuevas estructuras de poder.

Las expresiones de este tipo de liderazgos se multiplican: Bolsonaro y López Obrador en Brazil y México, Maduro y Ortega en Venezuela y Nicaragua, Modi y Erdogan en India y Turquía, Putin y Duterte en Rusia y Filipinas, Jansa y Orbán en Eslovenia y Hungría, y Trump en Estados Unidos. Sólo nombro a algunos entre aquellos que son gobernantes en funciones. Hace un tiempo la revista The Atlantic identificó a 46 líderes o partidos populistas que habían estado en el poder entre 1990 y 2018 en 33 países democráticos. Se trata pues de una onda global.

¿Qué tienen en común unos liderazgos aparentemente tan variados? Un conjunto de elementos de distinto orden, como se desprende de la siguiente lista:

Una ideología que gruesamente puede llamarse nacional(ista)-popular, sea de orientación de derechas (patria, orden, autoridad, soberanía, gran pasado histórico, religión, familia, énfasis en valores morales tradicionales, jerarquías) o de izquierdas (socialismo, igualitarismo, gran futuro, énfasis en valores comunitarios, laicismo, sentido de clase).

Un rasgo fuertemente autoritario; el líder es un jefe exaltado. Está por encima de su pueblo pero también de las restricciones burguesas que le impone el sistema de separación de poderes. Léase Maduro o casi cualquiera de los mencionados más arriba.

Una definición anti-establishment, anti-élites y de repudio de la política democrática ‘blanda’, consensualista, ineficaz, parlamentarista, corrupta y que semeja un pantano (swamp) al decir de Trump.

Una identificación con el pueblo (explotado, abusado, agobiado) y sus variadas demandas que se unifican y expresan en la persona del líder, quien proclama representarlas, impulsarlas y cree poder satisfacer por cualquier medio a su alcance, incluso sobrepasando la ley si es necesario (Duterte, por ejemplo).

El pueblo mismo es revestido en la narrativa populista con una serie de signos afirmativos: incontaminado, leal al jefe, experimentado, sufriente, fuerte, con una cultura propia anhelante de liberarse de las amarras y el trato abusivo que le imponen el establishment. Aquí los intelectuales arrimados al líder populista juegan un papel esencial usando su imaginación para transformar al jefe en una figura extraordinaria.

Al llegar al poder, el líder populista crea su propia élite de fieles seguidores, los que habitualmente son reclutados clientelarmente y conforman nuevas redes de poder, que pueden ser de carácter familiar o nepotico, plutocratico, militar, patrimonial, basado en negocios y favores, estilo mafia o apoyado en un antiguo partido que el líder transforma en una plataforma personal según sus necesidades. Un ejemplo es Putin y sus oligarcas; otro Ortega y su mujer; o Erdogan y su partido.

En general, el líder y la nueva elite buscan prolongarse en el poder ya sea mediante sucesivas reelecciones del jefe o su heredero (caso de Venezuela, Rusia y otros) o bien saltándose la legalidad o manipulándola de diferentes maneras (Nicaragua).

II

¿Puede ocurrir en Chile que emerja una ‘solución’ populista?

Por cierto que sí. Ya hemos aprendido la lección: Chile no es una excepción; tuvo su golpe de Estado y una dictadura militar; podría experimentar una regresión autoritaria y, qué duda cabe, está cultivando el terreno desde donde próximamente podría surgir una alternativa populista, de izquierda antes que de derecha según parece anticipar el actual ciclo de la lucha política.

Sin duda, el populismo nace y florece en momentos de debilidad institucional de la democracia y de crisis de los partidos. Y se alimenta de los procesos de rápida transformación de una sociedad, procesos que dejan tras de sí una secuela de grupos disconformes y el surgimiento de otros cargados de expectativas. Los momentos de crisis de gobernabilidad y pérdida de legitimidad de las estructuras de intermediación política son particularmente favorables para incitar al pueblo a una aventura populista, de ruptura desde dentro de un régimen que da señas de agotamiento y carece ya de energías para renovar su organización y liderazgos. El cuadro actual chileno se aproxima bastante aproximadamente a esta descripción.

El populismo se crea desde arriba hacia abajo, aunque procure aparecer como un movimiento de las masas volcadas a las calles. No hay que confundir la coreografía —las muchedumbres en las calles, los quiebres del orden cotidiano, las explosiones de violencia y el sobrepasamiento continuo de los límites institucionales— con los actores, que son el líder y su grupo de seguidores. Crisis políticas mal manejadas hacen posible la aparición de un jefe (mujer o hombre a esta altura del siglo 21), que emerge recortándose sobre el fondo de esa coreografía y es ungido por el voto popular (o se impone por la fuerza de la revuelta) convirtiéndose en el eje ordenador de la nueva escena que se hace cargo del poder.

El proceso de surgimiento de un líder populista es siempre imprevisto: así fue con Perón, Fujimori y Chávez. Putin aparece en escena como un hosco ex oficial de la KGB y termina paseándose por los pasillos del Kremlin como un nuevo zar. Berlusconi, de manera similar a Trump, salta desde el dinero, los medios y escándalos sexuales y de negocio para convertirse en una figura carismática de la derecha italiana. Perón, Chávez y Ortega eran militares astutos; Cristina una política y viuda como Evita; Erdogan un ex jugador de fútbol y militante de la causa política del islam y Orbán un activista pro-democracia que se convierte en un dedicado hombre del populismo iliberal.

El comportamiento de los liderazgos populistas es similar en diferentes países, con toda las particularidades debidas a las condiciones nacionales del régimen político y su trayectoria. La principal lógica del populismo luego de acceder al gobierno es incrementar el poder del jefe, dominar el parlamento, neutralizar los tribunales de justicia, arrinconar a la oposición, moverse en el borde de la ley, hostigar a los medios de comunicación y desinstitucionalizar los demás poderes tradicionales.

Los populismos de derecha imprimen a esa lógica un carácter marcadamente autoritario, de restitución del orden, de acercamiento al poder militar, de control de los procesos de inmigración, de mano dura frente a la delincuencia y a quienes disienten de los nuevos poderes en formación. Los ejemplos están a la vista. En cambio, los populismos de izquierda dan a esa lógica un sello de ruptura con el modelo económico-social y buscan apoyarse en sindicatos y organizaciones de base de la sociedad civil, apelando al difundido malestar con las élites que pretenden sustituir por una nueva elite compuesta a la medida del líder.

La relación de los populismos con los medios de comunicación y las redes sociales es un fenómeno de la mayor importancia, en la medida que permite a líderes carismáticos en esta esfera —como Trump, por ejemplo— ejercer su influencia sobre las masas y la opinión pública encuestada sin intermediarios, de manera directa, 24×7. La demagogia y las fake news y la posibilidad de establecer una conexión carismática con el pueblo sirven a los líderes populistas en su carrera hacia el poder y una vez llegados allí. Al precio, claro está, de reducir la esfera pública deliberativa apenas a una caricatura y de corroer lentamente el espacio de la crítica política. A ratos uno percibe en nuestro propio medioambiente político señales que anticipan esta nueva cultura mediática donde desaparecen las fronteras entre la política y el show, entre los reality y el principio de realidad.

Todo esto va erosionando el clima democrático y da paso a unos comportamientos propios de lo que un destacado sociólogo llamó el bazar psicodélico, donde la política pierde seriedad y se transforma en parodia, un mero ejercicio de imágenes y pantallas, de intercambio entre ofertas y reconocimiento medial. De esos ambientes enrarecidos, que hablan de una bancarrota de la vocación política con su específico ethos y drama, surgen las figuras del populismo que, de alcanzar posiciones de liderazgo, transforman a la polis, efectivamente, en un bazar: un mercado público en que se transan productos muy variados y frecuentemente de escasa calidad.

18 de noviembre

El Líbero

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 6 min


Acceso a la Justicia

Pese a que no está constitucionalmente facultado para ello, el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) ha hecho del reescribir procedimientos judiciales, previstos en leyes, una de sus prácticas más comunes y recurrentes. La misma se remonta al año 2000 cuando la Sala Constitucional, en su sentencia n.º 7 del 1 de febrero, cambió el procedimiento aplicable a los procesos de amparo contemplados en la Ley Orgánica de Amparo sobre Derechos y Garantías, bajo la excusa de incorporar los principios de oralidad y brevedad previstos en la Constitución de 1999.

Sin embargo, esta tendencia se acentuó a partir de 2016, cuando la Asamblea Nacional (AN) pasó a estar dominada por la oposición. Desde entonces el máximo juzgado ha reformado por intermedio de pronunciamientos judiciales numerosos textos normativos, destacando entre ellos el Código de Procedimiento Civil. Este instrumento ha sido objeto de varias modificaciones por parte de las salas Constitucional (SC) y de Casación Civil (SCC), las cuales a criterio de Acceso a la Justicia lo convierten en un «Frankenstein» que no solo se ha alejado del texto original, sino que además no se ajusta a los principios del Estado de Derecho contenidos en la Carta Magna.

En 2017, ambas salas alteraron la casación de oficio, la casación sin reenvío y el trámite de ese recurso especial. Dos años después, la SCC, en su sentencia n.º 397 del 14 de agosto de 2019 estableció un procedimiento único para los juicios civiles y mercantiles a fin de agilizar los procesos al incorporar la oralidad en las audiencias, la simplificación de los lapsos y términos, aparte de incluir la figura de la mediación y la conciliación para evitar que todos los pleitos terminen en juicios.

En dicha decisión, el máximo juzgado no solo usurpó de abierta manera la función legislativa del Parlamento, sino que también se arrogó competencias de la SC, al ejercer de oficio el control de constitucionalidad por omisión legislativa (artículo 336.7 constitucional). Aunque esta última usurpación la matizó al establecer en su sentencia que el nuevo procedimiento entraría en vigencia únicamente a partir de su revisión por la SC.

Así, poco más de un año después, la SC, mediante sentencia n.º 154 del 23 de octubre de 2020, le solicitó al presidente de la SCC que, a la brevedad posible, le remitiera un informe descriptivo y detallado sobre su decisión para determinar su constitucionalidad.

¿Juez o legislador?

La situación antes descrita se ha agravado a raíz de la suspensión de las labores judiciales ordenada por la Sala Plena, debido a la pandemia de COVID-19. Así, la SCC, como máxima autoridad en los juzgados civiles, mercantiles, de tránsito y bancarios, implementó desde julio de 2020 un plan piloto de despacho virtual para asuntos nuevos en los estados Aragua, Anzoátegui y Nueva Esparta.

La iniciativa tuvo su base legal, en primer lugar, en la resolución n.° 03-2020 del 28 de julio de 2020, en la cual estableció que solamente durante la semana de flexibilización se recibirían nuevos asuntos. Sin embargo, en la resolución n.° 5 del 5 de octubre de 2020, la propia SCC acordó que durante las semanas correspondientes a la paralización de las causas las mismas no se suspenderían sino que los tribunales se valdrían de medios tecnológicos para dar continuidad a los procesos.

Luego, la SC dictaría el pasado 23 de octubre el fallo n.º 154, al cual ya se hizo alusión anteriormente, en el cual de oficio (motu proprio) ordenó a la SCC remitirle un informe detallado, entre otros aspectos, sobre la ejecución de los referidos planes de despacho virtual para revisar su constitucionalidad.

A juicio de Acceso a la Justicia la actuación del TSJ no hace más que evidenciar la sustracción de las facultades legislativas que le corresponden a la AN, al pretender diseñar un procedimiento civil que sustituya la regulación prevista en el Código de Procedimiento Civil.

Decisión salomónica

Pese a que el TSJ sostiene que las modificaciones hechas al Código de Procedimiento Civil buscan hacer más eficiente el servicio, al tiempo que ajustar este instrumento preconstitucional a la Carta Magna, la manera en que lo pretende hacer lesiona principios clave del Estado de Derecho.

El primero de ellos es la separación de poderes (artículo 136 constitucional), porque el Poder Judicial usurpa las funciones del Legislativo. Asimismo, la SCC viola el principio de legalidad, que le permite actuar solo cuando la norma la faculte a hacerlo, y, en este caso, ninguna norma le da la potestad de cambiar leyes, como es el Código de Procedimiento Civil.

Adicionalmente, la Sala vulnera la reserva legal, según la cual la materia de procedimientos únicamente puede ser regulada mediante ley dictada por el legislador (ley formal), de acuerdo a los artículos 187, numeral 1 y 156, numeral 32 de la Constitución. Además, dichas normas establecen un procedimiento que garantiza la democracia, por el cual los distintos sectores de la sociedad que se consideren afectados pueden expresar sus opiniones y visiones sobre el instrumento o formular sugerencias a los diputados.

Sin embargo, la sociedad no ha tenido oportunidad hasta ahora de expresar sus observaciones a los cambios que el TSJ tiene pensado realizar al instrumento, porque el organismo no ha abierto esa posibilidad. ¿La razón? Porque la misma no está prevista en todos sus procedimientos, algo comprensible porque el máximo juzgado no es a quién le corresponde legislar.

Desde Acceso a la Justicia consideramos que lo correcto en este caso habría sido que el TSJ hubiera instado a los diputados a analizar el proyecto de Código de Procedimiento Civil que la SCC elaboró durante la presidencia de la hoy magistrada emérita Iris Peña.

¿Y a ti venezolano, cómo te afecta?

La posible modificación del Código de Procedimiento Civil desde el TSJ, aunque puede ser positiva –porque busca simplificar el procedimiento civil en Venezuela, además de establecer la oralidad, lapsos y términos más breves, la mediación y la conciliación–, es inconstitucional, ya que vulnera los principios más básicos del Estado de Derecho y la democracia. En efecto, no es una modificación de una ley realizada por el Poder Legislativo, como exige la Constitución, sino por el Judicial, que no tiene esa potestad.

18 de noviembre 2020

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 4 min


Ignacio Avalos Gutiérrez

Las transformaciones estructurales que se han producido en los últimos tres decenios y las que asoma próximamente lo que va corriendo del siglo XXI, han producido notables mutaciones ideológicas, aunque se diga en algunos círculos intelectuales que las ideologías se encuentran muertas y sepultadas para siempre jamás. Han cambiando, por ende, las concepciones políticas y como cabía esperar, han desaparecido temas de la agenda y aparecido otros nuevos. El desarrollo tecnocientífico se encuentra de manera relevante detrás de los cambios que se vienen operando

La obra de Thomas Kuhn, en particular su libro “La Estructura de las Revoluciones Científicas”, cuestionó duramente el positivismo científico y le dio piso a otro punto de vista teórico, a partir del cual y en virtud de una extensa y variada tradición de estudio, resulta imposible ignorar los aspectos históricos y sociales de la ciencia. Desde esta perspectiva, y en medio de diferencias de criterio, casi podría afirmarse que la naturaleza social y política de la ciencia es parte ya del sentido común., aunque algunos sectores estén reacios a aceptarlo.

Cambio de época

En efecto, durante el último cuarto de siglo la ciencia – quiero decir más bien la tecnociencia a fin de evidenciar el nuevo formato de los vínculos conforme al que se dan los nexos entre la ciencia, la tecnología y la innovación. Así lo pone de manifiesto un conjunto impresionante de cifras, referido a investigadores, inversiones, cantidad de nuevos productos y servicios y las tasas que marcan su rápida obsolescencia. Así como los cambios radicales vinculados a la cultura, esto es el conjunto de las formas de vida, los entornos tanto materiales como interpretativos y valorativos, las cosmovisiones, las formas de organización social, la relación con el medio ambiente. El conocimiento científico y tecnológico se ha convertido, en la práctica, así pues, en un mecanismo constitutivo de la sociedad, desplazando, transformando o reforzando, según los casos, a los mecanismos clásicos en la caracterización de la estructura y la dinámica social.

“Tecnologías disruptivas”

La llamada Cuarta Revolución Industrial, que condensa lo que he querido decir anteriormente. se ha venido desarrollando a partir de un nuevo paradigma (neurociencias, nanotecnología, tecnologías de la información, biotecnología), que genera conocimientos que producen cambios radicales, muy rápidos y con repercusiones en todos los espacios de la sociedad. En otras palabras, es la difusión, a través de la socialización masiva de la información, lo que marca la diferencia con el pasado reciente o para decirlo en otra forma, esa ubicua presencia del conocimiento, la celeridad con la que se produce, se divulga, se usa y se hace obsoleto, allí está el punto crucial. Se trata, así pues, de “tecnologías disruptivas” que suponen la integración de lo físico, lo biológico y lo digital, desde donde se empieza a dejar ver lo que los que estudiosos de distintas disciplinas han calificado, en medio de ciertas polémicas, como de trans humanismo.

La tecno ciencia se ha convertido, entonces, en un ingrediente de mucha gravitación en la vida social y con ello se ha ido abriendo un espacio en la ciencia política. Uno de los efectos esenciales es que ya no son separables la verdad y la justicia, los juicios de hecho y los juicios de valor, los problemas técnicos y los problemas éticos y no se da por supuesto que la mera innovación técnica sea en si misma valiosa y conlleve a una mejor vida. Así las cosas, están emergiendo transformaciones tecnocientíficas que han resuelto cuestiones antes no comprendidas, pero también han sembrado incertidumbres y dudas en torno a asuntos provocados por ellas mismas, dando como resultado una enorme complejidad, con la consiguiente incertidumbre

Ya lo dijo el poeta Octavio Paz al referirse la aparición de la “conciencia ecológica”, la gran novedad histórica de finales del siglo XX y a la obvia necesidad de restablecer la “fraternidad cósmica”, rota con el advenimiento de la era moderna, en la cual “la naturaleza dejo de ser un teatro de prodigios para convertirse en un campo de experimentación, o sea un laboratorio” (Paz, 2000). Cierto, un laboratorio que incluye, además, a la sociedad.

Por tanto, en su tratamiento, esto es, en la escogencia de sus fines y prioridades, en las preguntas que se hace y contesta, el cálculo de los recursos que se le asignan, el modo de organizarse o, por decir un último aspecto, en el ritmo y el patrón que determinan la difusión y aplicación de sus resultados derivados de las investigaciones, debe estar cada vez más presente, la mirada desde “afuera”, conforme a la cual se calibra a la ciencia en el plano social, político, económico, ecológico, ético.

Este Siglo XXI, tal como ha sido descrito en las líneas precedentes, Venezuela lo encara desde condiciones muy precarias, puestas en evidencia por varios estudios recientes que examinan y calibran la diáspora de científicos e ingenieros, la situación de las universidades y centros de investigación (financiamiento, infra estructura, profesores, alumnos …), todo ello sin mencionar el ambiente creado por la pandemia, durante casi ocho meses. A lo anterior sumémosle así mismo el diseño de políticas y conceptos desacertados, una institucionalidad inadecuada y, por si fuera poco, un gran desinterés que apenas se barniza con una cierta épica revolucionaria.

La tarea pendiente

No hay quien dude que la institucionalidad sobre la que descansa el desarrollo tecnocientífico en nuestro país requiere modificarse para ponerse a tono con la época que corre, en función de circunstancias inéditas que como ya apunte, en buena medida derivan del volumen y rapidez con la que hoy en día se generan y difunden los conocimientos; del espectacular acortamiento de los ciclos que van desde la creación del conocimiento hasta su aplicación; de la aparición de nuevas disciplinas y sub disciplinas y de su inter relación, haciendo parte de los llamados sistemas de innovación, constituidos por diversos actores sociales, en función de intereses tanto públicos como privados. Nuevas circunstancias, digo, que se desprenden, así mismo, de la globalización del conocimiento; de las posibilidades que abre la digitalización y, por citar un último aspecto, entre otros muchos, de las tensiones que plantean alrededor de la propiedad del conocimiento

La ASOVAC

Digo lo que digo porque en los próximos días cumple 70 años de fundada la Asociación Venezolana para el Avance de la Ciencia (ASOVAC), hecho que, por cierto, no es frecuente ver en Venezuela en donde somos más dados a crear organizaciones que a criarlas.

Es una institución cuya historia no se puede contar sin hacer referencia a Francisco de Venenzi, liderando a un pequeño grupo de creyentes, más bien pocos, convencidos, ya entonces – hablamos del año 1950- de la trascendencia de las actividades científicas y tecnológicas en un país que las tenía muy lejos del epicentro de sus objetivos y preocupaciones.

La semana que viene y como siempre, llueve, tiempo o relampaguee, tendrá lugar su reunión anual, la numero 70. Un encuentro que, como es usual, será útil para reflexionar sobre la manera como debemos entonarnos con un futuro que viene andando a paso rápido y en el que, adicionalmente, se darán cita investigadores que llevan a cabo trabajos de gran relieve, no obstante la crisis que agobia al país. Reconozco en gran medida el esfuerzo realizado por varios grupos para que este encuentro pueda ocurrir una vez más, Pero no puedo dejar de nombrar a los profesores Humberto Calderón Ruiz y Yajaira Freites, quienes, desde hace unos cuantos años, se han echado sobre sus espaldas esta convocatoria tan relevante y emblemática.

El Nacional, 18 de noviembre de 2020

 5 min


Anatoly Kurmanaev, Isayen Herrera, Tibisay Romero y Sheyla Urdaneta

GÜIRIA, Venezuela — El presentador de El pueblo en combate, un popular programa de radio, siempre había elogiado al presidente venezolano Nicolás Maduro, incluso cuando millones de ciudadanos se hundían en la miseria bajo el gobierno del Partido Socialista Unido de Venezuela. Pero este verano, cuando la escasez de gasolina paralizó su remoto pueblo pesquero, se desvió de la línea del partido.

En su programa, el locutor José Carmelo Bislick, un socialista de toda la vida, acusó a los dirigentes locales del partido de haberse beneficiado de su acceso al combustible, dejando a la mayoría de la gente haciendo filas durante días en las gasolineras vacías.

Solo transcurrieron unas semanas desde la denuncia cuando, en la noche del 17 de agosto, cuatro hombres enmascarados y armados irrumpieron en la casa de Bislick y le dijeron que “se comió la luz”, una frase que indica que alguien se ha pasado un semáforo en rojo. Luego lo golpearon y se lo llevaron a rastras frente a su familia. Horas después lo encontraron muerto con heridas de bala, y vestido con su camiseta favorita del Che Guevara.

Los asesinos de Bislick siguen prófugos en esa ciudad de 30.000 habitantes, donde todos lo conocían y sabían que le había dedicado su vida a la revolución bolivariana. El alcalde socialista de la localidad nunca habló del asesinato ni visitó a sus familiares, quienes dijeron que su muerte había tenido motivaciones políticas.

Los responsables de la muerte del hermano de Rosmery Bislick siguen libres en una ciudad de 30.000 habitantes donde todos se conocen.

“¿Es denunciar tan feo como para que le cueste la vida a un hombre que solo buscaba el bienestar social?”, se pregunta Rosmery Bislick, hermana del locutor.

La muerte de Bislick parece formar parte de una ola de represión contra los activistas de izquierda marginados por Maduro, quien parece decidido a consolidar su poder en las elecciones parlamentarias de diciembre. La votación, boicoteada por la oposición y denunciada por grupos de derechos humanos, podría llevar a la que solía ser una de las democracias más consolidadas de América Latina al borde de un Estado de partido único.

Después de haber desmantelado a los partidos políticos que se oponían a su versión del socialismo, Maduro ha apuntado a su aparato de seguridad hacia los aliados ideológicos desilusionados, repitiendo el camino recorrido por los autócratas de izquierda desde la Unión Soviética hasta Cuba.

La oficina de Maduro no respondió a una solicitud de comentarios.

“Quien haga una crítica primero te ponen al lado de partidos de oposición, de derecha, te llaman traidor”, dijo Ares Di Fazio, exguerrillero urbano y líder del Partido Tupamaros, de extrema izquierda, que fue desmantelado por el gobierno en agosto después de haber expresado su descontento.

Las fuerzas de seguridad han reprimido a los tradicionales partidarios del gobierno que en los últimos meses inundaron las calles de las ciudades de provincia para denunciar el colapso de los servicios públicos. Funcionarios que denuncian corrupción son acusados de sabotaje.

Los integrantes de la alianza electoral gobernante que decidieron postularse como independientes son descalificados. Quienes perseveran son acosados por la policía o acusados de delitos espurios.

En parte, la represión interna es el resultado de la decisión de Maduro de abandonar las políticas de redistribución de la riqueza de su difunto predecesor Hugo Chávez, a favor de lo que equivale a un capitalismo de compinches para sobrevivir al endurecimiento de las sanciones estadounidenses. El cambio legalizó efectivamente la economía de mercado negro en Venezuela, santificando la corrupción generalizada y permitiendo que Maduro mantenga la lealtad de las élites militares y empresariales que se benefician del nuevo orden económico.

El resultado ha sido un abismo discordante entre la retórica oficial, que culpa del colapso nacional a las sanciones del gobierno de Estados Unidos, y las vidas extravagantes que ostentan las élites gobernantes en los supermercados y las salas de exhibición de autos de lujo.

“Hay un bloqueo para unos y los bodegones para otros”, dijo en referencia a las tiendas donde se venden productos importados de lujo Oswaldo Rivero, un destacado activista de izquierda y presentador de televisión nacional, que durante años impulsó los ataques

A quienes cuestionan eso, “los vuelven leña”, dijo Rivero, quien dice que ahora lo llaman traidor y lo han amenazado en redes sociales por hablar en contra de la corrupción.

Durante las últimas dos décadas, los partidos de izquierda representados por activistas como Rivero habían ayudado a Chávez, y luego a Maduro, a permanecer en el poder.

Esos movimientos políticos, algunos de los cuales se remontan a las insurrecciones de la época de la Guerra Fría, hicieron campaña a favor de los candidatos de Maduro, movilizaron simpatizantes para manifestaciones gubernamentales y, en ocasiones, acosaron a los manifestantes de la oposición. Su mensaje de cambio radical resonó con fuerza en los barrios marginales y en los asentamientos rurales de Venezuela hartos de

Pero estos aliados se desilusionaron cada vez más con el autoritarismo y la corrupción de Maduro. Este año, por primera vez, decidieron presentar a sus propios candidatos a la asamblea.

Maduro respondió rápidamente al desafío.

En agosto, los jueces del Tribunal Supremo de Justicia instalaron a los leales a Maduro en la directiva de los Tupamaros y otros tres pequeños partidos disidentes.

La policía detuvo al jefe de los Tupamaros, José Pinto, por cargos de asesinato que no han sido demostrados, hostigó a los líderes del Partido Comunista de Venezuela y detuvo brevemente a un veterano disidente de izquierda, Rafael Uzcátegui, de 73 años, acusado de haber visitado un burdel. Todos los acusados han calificado los casos como una persecución política.

Uzcátegui afirma que 37 miembros de su partido, Patria para Todos, han sido detenidos por hacer campaña contra el gobierno en las próximas elecciones. Cuatro de ellos simplemente hicieron una pintada en una pared pública con las palabras “Salario digno ya”, una súplica para aumentar el salario mínimo mensual de 2 dólares.

“El gobierno no le teme a la derecha”, dijo Uzcátegui. Le teme a la izquierda, dijo, “porque saben que decimos la verdad a la gente”.

Isabel Granado, una activista del Partido Comunista de 32 años, decidió postularse para la Asamblea Nacional contra el gobierno para las elecciones de diciembre porque dijo que este había dejado de representar a los pobres del país.

Hace dos años, ella y otras dos docenas de agricultores de su pueblo de El Vigía, ubicado en las estribaciones andinas, decidieron apoderarse de una parcela de tierra que, según dijo, las autoridades habían declarado inactiva desde 2010. Llamaron a su grupo de agricultores “La mano poderosa de Dios”, y comenzaron a cultivar pequeñas parcelas para alimentar a sus familias.

Durante mucho tiempo, el gobierno había respaldado esas invasiones para ganar apoyo rural e intentar reducir la desigualdad.

De repente, el 24 de septiembre, Granado dijo que un escuadrón de la policía de operaciones especiales, con oficiales vestidos de negro, irrumpió en su casa, tiró al suelo a su hija de 9 años y amenazó con golpear a la activista frente a la niña si no se iba con ellos. La llevaron a una comisaría y la acusaron de ocupación ilegal de tierras y robo de ganado, un cargo que Granado negó.

Al día siguiente la liberaron por falta de pruebas, pero volvió a ser detenida dos días después, esta vez por un grupo de comandos militares fuertemente armados. Granado dijo que durante el tiempo que estuvo bajo custodia la esposaron, la amenazaron con cargos falsos de posesión de drogas ilícitas y le dijeron que la ejecutarían.

No era una amenaza vana en un país donde los investigadores de las Naciones Unidas han implicado a las Fuerzas de Acciones Especiales de Maduro, conocidas como FAES, en miles de ejecuciones extrajudiciales sucedidas en los barrios pobres durante los últimos años.

“Estaba demasiado asustada de verdad, porque aparte de luchadora social yo también soy madre”, dijo Granado. “En lo único que podía pensar era en mis hijos”.

Granado dijo que el momento, la brutalidad y la naturaleza arbitraria de las detenciones muestran que las autoridades locales intentan que abandone su postulación al congreso. Dijo que vive con miedo constante, cambiando con frecuencia su domicilio en una red de casas seguras.

Pero dijo que continuará con su campaña electoral.

“El respaldo de la gente para nosotros es lo que más les duele”, dijo refiriéndose al gobierno.

Después de una tensa calma provocada por la pandemia, el descontento popular con el gobierno de Maduro estalló en más de mil protestas repentinas en septiembre.

A diferencia de las oleadas de disturbios anteriores, las últimas manifestaciones se concentraron en los estados rurales pobres, que durante mucho tiempo han formado la base del partido gobernante. Los manifestantes, muchos de ellos simpatizantes del gobierno desde hace mucho tiempo, exigieron alimentos, combustible y electricidad y no un cambio político, según entrevistas en cuatro pueblos afectados.

Maduro respondió al descontento de esos enclaves socialistas con la misma represión que le aplica a los opositores. Más de 200 manifestantes fueron detenidos en los disturbios rurales de septiembre, y las fuerzas de seguridad mataron a tiros a una persona, según el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, un grupo sin fines de lucro que registra los disturbios.

“Lo que ellos están haciendo nos huele mucho a dictadura”, dijo Edito Hidalgo, un veterano activista tupamaro que lideró una protesta en el pueblo occidental de Urachiche en septiembre. “Parece algo así como que ‘yo tengo el poder y no lo voy a soltar’”.

Urachiche, una comunidad agrícola muy unida, había votado abrumadoramente por candidatos socialistas desde que el gobierno de Chávez asumió el poder por primera vez en 1999 con la promesa de gobernar para el pueblo.

“Este es un pueblo revolucionario”, dijo Hidalgo, quien relató con orgullo la breve parada del Che Guevara en Urachiche en 1962.

Después de soportar la crisis económica durante siete años, la ciudad finalmente alzó la voz en septiembre. Miles de residentes marcharon pacíficamente ese mes hacia la alcaldía cantando el himno nacional para entregarle al alcalde una propuesta para mejorar el suministro de alimentos y la distribución de combustible de la ciudad.

De pronto, una banda apareció entre la multitud con cuatros tradicionales y maracas, finalizando el mitin con un concierto improvisado, dijo Hidalgo. “Terminó el acto y cada quien se fue para su casa sin lanzar una piedra”.

Grafiti a favor de Maduro en Urachiche. “Este es un pueblo revolucionario”, dijo Hidalgo

Unos días después, la policía de las FAES se detuvo frente a la casa de Hidalgo, buscándolo. Alertado por su esposa, huyó del pueblo y pasó dos semanas escondido, mientras la policía y las patrullas militares hostigaban su barrio.

“Parece que ellos decidieron” que debían deshacerse de Edito Hidalgo “porque está revolucionando a la gente”, dijo.

Según las encuestas, el gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela cuenta con el apoyo de solo uno de cada diez venezolanos.

Mientras tanto en Güiria, la familia de Bislick, el locutor de radio socialista, todavía espera justicia.

Después de que los hombres armados sacaron a Bislick de la casa, su familia corrió directamente a la estación de policía; su automóvil, como la mayoría de la ciudad, se quedó sin gasolina.

En vez de emprender una búsqueda inmediata en la pequeña ciudad, los oficiales pasaron dos horas anotando los detalles, dijeron sus familiares. Desesperados corrieron a la sede local del partido gobernante, donde Bislick había trabajado durante dos décadas, para pedir combustible con el fin de continuar la búsqueda. Pero se lo negaron.

Finalmente, un vecino encontró el cuerpo de Bislick en unos arbustos.

Las denuncias de Bislick sobre la corrupción local se habían vuelto tan populares que los residentes ponían su programa a todo volumen en los altavoces de sus autos durante los apagones, dijo su colega de la radio, José Alberto Frontén.

“Teníamos la mano pesada en el programa y sabíamos que estábamos pegando donde es”, dijo Frontén. “Pero nunca vimos venir ese golpe”.

19 de noviembre 2020

New York Times

https://www.nytimes.com/es/2020/11/19/espanol/america-latina/maduro-repr...

 9 min


Mariza Bafile

“La democracia no es un hecho sino un acto”. Con esta frase, pronunciada en su primer discurso, tras decretarse la victoria de Biden a la presidencia y de la suya a la vicepresidencia, Kamala Harris nos puso en alerta sobre la fragilidad, no solo de la democracia sino de todas las conquistas sociales. Cuando, conmovida recordó el largo y difícil trabajo hecho en los años pasados por su madre y muchas otras mujeres, también nos habló de la vulnerabilidad de los derechos de las mujeres. Es importante recordar el pasado para avanzar hacia el futuro.

Fueron suficientes cuatro años para que un Jefe de Estado como Donald Trump pusiera en riesgo importantes logros, fruto de años y años de lucha. Al igual que muchos otros populistas, manipuló rabias y frustraciones de largo estratos de la población. Dejó que afloraran sin ningún tipo de recato, los sentimientos más nocivos para cualquier sociedad: xenofobia, el racismo e intolerancia hacia quienes piensan y sienten diferente. Buscó el apoyo de los fanatismos para mantenerse en el poder a costa de los derechos de las mujeres, de la comunidad LGTBQ+, de los inmigrantes y de los refugiados.

Cuatro años fueron suficientes para romper una tradición de trasparencia, un lenguaje respetuoso y de aprecio hacia la verdad. Trump nunca habló como presidente de toda una nación sino únicamente de los sectores que lo apoyan.

Las divisiones se han profundizado. No será fácil recomponer un tejido tan desgarrado en el cual gran parte de la sociedad es incapaz de ver en el opositor político a otro ser humano con ideas diferentes. El opositor, en los cuatro años de Trump, se ha transformado en el enemigo. Su ex asesor Bannon llegó al extremo de declarar públicamente que le gustaría enzarzar las cabezas del reconocido médico Antony Fauci y de Christopher Wray, director del FBI, en unas picas, “a cada lado de la Casa Blanca, como una advertencia a los burócratas federales, de que o se atañen al programa o están fuera».

En 2019, según un estudio de Southern Poverty Law Center, en Estados Unidos se detectaron 940 grupos de odio. Es un mapa de la intolerancia, un mapa que habla de personas dispuestas a todo con tal de imponer sus ideas, su religión, sus reglas.

La presencia de Trump en la Casa Blanca favoreció la multiplicación de estos grupos, les dio visibilidad y credibilidad. Hasta llegar a colocar una partidaria del sitio web QAnnon, cuya finalidad es justamente la de difundir odio, rabia y temores, en un Congreso que es el mayor símbolo de la democracia.

En solo cuatro años logró empañar la imagen de los republicanos, de un partido otrora respetado, cuyos miembros, en su mayoría, no tuvieron el valor de distanciarse de un cierto modo de hacer política con tal de no perder el poder.

En solo cuatro años el presidente logró poner en grave riesgo la vida del planeta. Es gracias a su apoyo que otro populista de derecha, Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, está permitiendo la destrucción de la foresta amazónica y de las poblaciones que allí viven.

En solo cuatro años las relaciones internacionales de Estados Unidos con el mundo democrático se han deteriorado y su presencia en los organismos multilaterales se ha debilitado. Y, finalmente, la ciencia ha sido denigrada, ignorada en un momento en el cual la sabiduría médica es la única arma para combatir una pandemia que ha matado a más de 1,29 millones de seres humanos en todo el mundo y de ellos 243mil en Estados Unidos y 164mil en Brasil.

“La democracia no es un hecho, es un acto”. Si hubiera todavía alguna duda sobre la veracidad de estas palabras bastaría analizar la actitud del Jefe de Estado en estos últimos días. Con tal de no salir del Estudio Oval, está dispuesto a arrasar con todas las reglas democráticas, poniendo en duda un pilar fundamental como el voto y por ende la legitimidad de Biden y Harris.

Kamala en su discurso subrayó, asimismo, el logro que significa tener, por primera vez, en la vicepresidencia a una mujer que, además, es de piel oscura y tiene raíces afro-caribeñas e indianas. “Este es el país en el cual soñar es posible”, dijo.

Y estamos de acuerdo con ella quien rompió uno de los techos de cristal más duros de la historia de las mujeres.

Sin embargo, es bueno recordarle a todos, y no solamente a las mujeres, que los techos de cristal así como se rompen pueden recomponerse más fuertes que antes, que la lucha para los derechos humanos no conoce fin, que las conquistas sociales son vulnerables si no velamos por ellas. Solo así los sueños podrán transformarse en realidad.

@MBAFILE

16 de noviembre 2020

viceVersa

https://www.viceversa-mag.com/kamala-harris-sonar-es-posible-pero/?goal=...

 3 min


Sandra Caula

Ricardo Sucre Heredia, formado en la Marina, en Ciencias Políticas y en Psicología Social, suele tener un punto de vista equilibrado y muy buen criterio para analizar nuestras derivas políticas. Sus reflexiones se basan en experiencia y formación, en observaciones in situ y en documentos, en sus conocimientos de la historia y la cultura venezolana a los que se suma el sentido común. No cede a modas de interpretación, no se acomoda a lo conveniente, no repite como loro. Nada tampoco de histeria ni de espejismos.

Llevo tiempo leyendo su blog y sus artículos académicos. Lo sigo en redes y medios. Entrevistarlo fue mi manera de tener una conferencia suya, para profundizar en una perspectiva de nuestra tragedia que no es la habitual. No le quito ni una palabra más de las que permite este espacio. Esto me dijo:

En varias oportunidades has señalado que no es buena idea sovietizar lo que pasa en Venezuela.

La sociedad venezolana experimenta un rechazo muy grande por todo lo que percibe como izquierda. Como Chávez y Maduro se proclaman socialistas, una reacción es analizarlo todo en clave de Cuba, la URSS o la DDR, que fueron experiencias autoritarias y la simbología chavista apela a esos países. No considero que esas comparaciones sean ociosas, pero te alejan de tu propia historia y ponen el eje de los hechos en otros lugares, eso no ayuda a comprender lo que sucede en Venezuela. Lo que vivimos es made in Venezuela y revisar nuestra historia podría dar claves para entenderlo mejor. Dos ejemplos. En la conversación opositora, domina el G2 como motor de lo que pasa o como control de la sociedad, pero en el informe de la misión del consejo de derechos humanos de la ONU, en sus más de 400 páginas, no hallé alguna mención al G2, a pesar de que habla de la policía política del Estado y sus métodos de control y tortura. El otro ejemplo es la ida de Leopoldo López. Seguramente se buscará una analogía con el exilio cubano, pero me parece que la consecuencia puede ser una tensión entre los que están afuera y los que están adentro que se dio con la oposición a Pérez Jiménez, principalmente en AD. El choque entre los que se fueron y los que se quedaron fue catalizado por el asesinato de Ruiz Pineda en octubre de 1952. Entre analizar el exilio cubano y el pasado de AD, elijo lo último. Me dará más luces para comprender el exilio del presente.

Esa explicación sovietizada parece haber propiciado una especie de profecía autocumplida: el chavismo, respaldado por una conspiración de la izquierda internacional, se muestra todopoderoso e invencible.

Diría que sí en un sentido. La sovietización ha contribuido a la desesperanza, a creer que no se puede hacer algo frente al gobierno de Maduro. Sin embargo, la derechización extrema de la sociedad es tan intensa, que me aventuraría con una explicación que podría parecer jalada por los pelos. Es la lógica freudiana para explicar las creencias paranoicas. En corto, Freud sugiere que la paranoia surge para reprimir los deseos de atracción homosexual, al invertir la atracción. Tomo lo de invertir la atracción.

Venezuela era un país de cultura ñángara y ahora hay un giro de 180 grados, es la inversión de la atracción. La sociedad quiere romper con ese pasado y lo invierte.

La necesidad de refundar todo para atajar la ansiedad que produce ver un país en ruinas, lleva a una intensidad política de signo contrario a lo que antes se apoyó. Eso lleva a querer eliminar todo lo que vaya del centro a la izquierda.

Has escrito que en nuestra historia reaparece la dinámica “fragmentación, muerte y fracaso” ante las autocracias ¿Cuál es su lugar en los desbarres de estos veinte años?

El ciclo que mencionas es un arquetipo entre quienes se enfrentan en Venezuela a gobiernos autoritarios: cuando optan por la vía insurreccional terminan fragmentándose y fracasando. Preocupado por el peligro de una guerra civil, en la introducción del Libro negro (1952) Ruiz Pineda escribió sobre ese arquetipo que aparece entre la represión del Estado autoritario y las estrategias insurreccionales —putschistas como se decía entonces— de quienes se oponían a la dictadura. El ciclo lo vimos con Pérez Jiménez, con la democracia y lo que quedó de la izquierda insurreccional en la etapa consolidada de la democracia —esta no fue una forma de gobierno autoritaria, pero el PCV abandonó la lucha política durante la lucha armada. La oposición a Chávez y a Maduro tampoco escapa a este arquetipo, salvo en momentos muy particulares. Al enfrentar a Chávez por la vía insurreccional, la oposición salió derrotada, y vino su fragmentación, muerte y fracaso. Con Maduro, desde 2013 se optó por una política de “quiebre”, que no ha resultado, y lo logrado hoy está muy lejos de las expectativas de quienes promovieron y promueven tal estrategia: una oposición fragmentada, buena parte de sus cuadros en el exilio, muertes y fracaso político. Fíjate que el arquetipo no se presenta cuando se opta por la vía electoral. El mejor momento para la oposición fue entre 2009 a 2014, cuando la MUD construyó las bases para una oposición con fuerza. Luego la muerte de Chávez le dio fuerza al regreso de la política insurreccional. La sociedad venezolana se fracturó, y la lucha política hoy es suma cero.

Lamentablemente, los conflictos políticos tienen vida propia, lo que hace difícil salir de ellos, por la cantidad de intereses creados en juego.

Fíjate el conflicto en Colombia o el estancamiento del conflicto en Siria. ¿Por qué Venezuela tendría que ser diferente? Un conflicto político se mantiene en el tiempo porque se potencia y la sociedad no es capaz de romper con la rutina conflictiva porque nadie cree que es posible abandonar una guerra. Muchos viven de ella o se ajustan. Entonces, se reproduce el conflicto de forma interminable. Nadie cree, nadie se atreve.

Dices que ves al chavismo más parecido a Gómez que a Pérez Jiménez. ¿Por qué?

La comparación se refiere a Maduro, no a Chávez. Por supuesto, no es una comparación literal, son dos momentos diferentes. Pérez Jiménez fue una dictadura modernizadora. Gómez, como lo acuñó Manuel Caballero, un “tirano liberal”. Pérez Jiménez fue una interrupción en el “largo camino hacia la democracia” al modo de Carrera Damas. Gómez, el cierre de una etapa en Venezuela. Caballero decía que para hablar de un “nuevo gomecismo” primero habría que vivir “un siglo de guerras”. Con las diferencias del caso, la sociedad venezolana ha estado en conflicto desde tal vez el Viernes Negro de 1983. Como con Castro y Gómez, Chávez era primero ágil, carismático; y Maduro burocrático y gris, pero muy zamarro desde el punto de vista político. También asocio con el gomecismo el clima pesado, de desesperanza. Una oposición con sus principales cuadros en Bogotá, Washington, Madrid, planeando sacar a Maduro. También hubo una “invasión” que fracasó. Maduro significa también el cierre de una etapa económica y política. Gómez abrió la petrolera, Maduro abre una cercana a lo no petrolera. Gómez liberalizó, como se entendía en esa época, una economía ortodoxa. Maduro hace un ajuste “liberal” aunque chucuto, desordenado, desigual; la Ley Antibloqueo supone abrirse a grandes empresas, aún a las norteamericanas. El gomecismo fue patrimonialista, el gobierno de Maduro también lo es. Vuelvo a Caballero, para quien Gómez no es solo una persona, sino una manera de gobernar: pienso que Maduro encaja en ella.

Te has referido también a un «statu quo de la resistencia» que significa algo que hiela la sangre: indiferencia ante el sufrimiento de la gente ¿Hay un divorcio entre la oposición y las mayorías en este momento?

El divorcio es afectivo, de compromiso, de empatía. No es un divorcio retórico. Por ejemplo, del asunto de la leña habló todo el mundo en la oposición para poner de relieve el manejo incompetente y corrupto del gobierno con el gas, pero ya. En las dificultades se necesita empatía, comprensión, equilibrio, porque las privaciones nos igualan. Son momentos para el ejemplo. Betancourt como presidente fue austero, una manera para comunicar compromiso, no fue solo retórica. Cuando hizo un importante ajuste económico por los descalabros heredados de Pérez Jiménez, la rebaja del sueldo incluyó a los altos funcionarios. En el caso actual, percibimos una distancia entre las privaciones que nos toca vivir y el estilo de vida del mundo político. No es que tengan que sufrir, pero están lejos de los problemas del común. Esto sin entrar en las informaciones acerca del manejo de dineros públicos que, de ser ciertas, decepcionarían aún más. Cierta opinión opositora construyó un discurso “esto es peor que” (Mao, Stalin, Pol Pot, Fidel… agregue usted y todos sumados), pero ellos se ven bien, a pesar de que vivirían como todos en el “esto es peor que”. No sé si en el Gran Salto Adelante de Mao había algún delivery, mientras se “denunciaba” el hecho. El discurso de “esto es peor que” llevó a la desesperanza. Hace un tiempo, era “ya hicimos todo”, “venimos del futuro” y “solos no podemos” —expresiones que encierran una gran desesperanza y un locus de control externo. Ahora es: “pase lo que pase, esto terminará en negociaciones”, que justifica el discurso de la espera, impensable hace un par de años. Pero tenemos conciencia de vivir en una forma de gobierno autoritaria y eso produce una disonancia. Al final todo se reduce al idealizar un pasado que no fue tal y a construir un mundo en el cual confirmo mis sesgos, me alejo de lo que perturba, lo canalizo a través de la denuncia, y espero que algún evento externo cambie la situación. Así se lleva la vida.

Creo que eso se relaciona con que nuestros partidos políticos hoy no se definen por ideas, sino que más bien son tribus o grupos de poder. ¿Me equivoco?

Nominalmente los partidos tienen un programa, aunque no con el peso que tiene en un partido europeo, por ejemplo. Los programas políticos influyeron en los partidos en Venezuela hasta los sesenta. Perdieron relevancia con las demandas de Puntofijo para la estabilidad política, que llevaron a discusiones menos doctrinarias y más instrumentales, para evitar polarizar como en el Trienio Adeco. El segundo motivo: la estabilización de la democracia liberal en 1973, cuando el bipartidismo AD-Copei se consolida. Carlos Andrés Pérez inaugura las campañas de corte norteamericano. El efecto en los partidos es que los programas comienzan a tercerizarse en técnicos cercanos a los partidos o gente de renombre, pero no son programas producto de la vida de los partidos.

Un programa político es como la buena poesía: se siente, no se entiende.

Pero la época de Picón Salas en ARDI y ORVE, el Programa de Febrero (1936), el Plan de Barranquilla (1931), Puntofijo (1958), programas y textos de cuyas páginas brota Venezuela, ya pasó. Pasamos de partidos con doctrinas a los catch all parties de la madurez de la democracia. Lo venezolano de los programas se perdió.

¿Cuál es la alternativa? ¿Qué debe hacer un partido si quiere resistir en este momento?

Hay que rescatar la idea de programa y del trabajo de organización política. Que no es una “lista de cosas para hacer” porque esa la oposición la tiene (el Plan País, la más reciente). Un programa que ubique al ciudadano en su mundo y en el mundo. La narrativa del chavismo penetró en el cuerpo social. Para competir con esta narrativa, se necesitan programas que respondan al “cómo” y al “para qué” de la existencia política. El trabajo de organización supone llegar a todos los sectores, pero para eso debes participar en la vida social y política. Un efecto negativo de la estrategia del “quiebre” es que la oposición abandonó los espacios organizados. Mientras espera las “condiciones suizas” para participar, más lejos estará de sus propias bases partidistas y del país. Se cita mucho el caso de AD en sus orígenes y la famosa frase de Betancourt. Pero esa generación trabajó en las condiciones que había en Venezuela en ese momento. Y tuvo éxito.

El viraje reaccionario de la sociedad venezolana suele explicarse por el sufrimiento de estos años, pero tú has estudiado un autoritarismo agazapado en nosotros.

Desde el punto de vista psicosocial, que es el área en la que estudié el autoritarismo, es esa es una reacción para garantizar estabilidad frente a un ambiente que no controlo. Es una tendencia mundial y Venezuela no es la excepción, nuestra crisis es muy severa y produce una reacción autoritaria. Se busca al “gendarme necesario”. Pero el autoritarismo de hoy es distinto al que llevó a Chávez al poder. Los noventa fueron una década con un clima muy autoritario en Venezuela, pero Chávez llegó con una promesa de cambio institucional: la constituyente.

Hoy lo que sorprende es la intensidad de la disposición autoritaria.

En los noventa se buscaba un autoritarismo político para poner orden en la casa. Hoy se busca un autoritarismo existencial, de tipo ontológico, ya no es poner orden en casa, sino derribarla y refundarla sobre nuevas bases. Es un autoritarismo existencial que ha revivido el positivismo y la antropología del pesimismo, según la cual los venezolanos somos de una determinada manera negativa. Pero en general, aunque parezca contradictorio, considero que tenemos una cultura democrática.

13 de noviembre 2020

Cinco8

https://www.cinco8.com/perspectivas/ricardo-sucre-heredia-hoy-se-busca-u...

 10 min