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Opinión

Antonio Di Giampaolo

LA CUARENTENA MULTINIVEL (104)

Una modalidad ha sido implementada para abordar la pandemia en Venezuela que se aproxima a los diez mil casos registrados y al centenar de fallecidos. Se trata de un esquema en el cual la población de estados y municipios, en vista de los focos de contagio, estarán sometidos a lo que ha sido definido como confinamiento radical incluido eventuales toques de queda, la gente de varias regiones entrará en un nivel intermedio con actividades económicas restringidas y en una decena de estados, en el marco de la flexibilización de la cuarentena, los ciudadanos experimentarán la relajación de los controles y la aproximación a una semana de relativa normalidad, con las limitaciones que la COVID-19 supone.

Fue instalado un hospital de campaña en Táchira lo que nos da una idea de la magnitud del problema sanitario en la región fronteriza. La situación es preocupante en Zulia, Apure, y Sur del Estado Bolívar en donde a los hospitales y centros centinelas abarrotados se suman albergues sanitarios habilitados para enfrentar la coyuntura. La más reciente Encuesta de Crisis de la Salud 2020 difundida por la Asamblea Nacional acusa deficiencias básicas en el suministro de mascarillas en más del 50%, dotación de guantes 57,89%, y en las carencias de jabón y gel desinfectante en 68% y 63%, respectivamente.

Han surgido críticas relacionadas con el abuso de poder en torno a conductas y desviaciones detectadas en la operatividad de efectivos militares y funcionarios policiales en el sentido que las actuaciones en materia sanitaria deben responder a criterios epidemiológicos y no al ejercicio discrecional y arbitrario de la autoridad. La instalación de puntos de control con la intención de interrumpir la movilidad afecta la posibilidad de concentrar el personal de seguridad y fortalecer la labor de vigilancia en las zonas y focos donde deben efectivamente establecerse cercos sanitarios.

Resulta indispensable desarrollar un esquema progresivo de regularización de la vida cotidiana ante la pandemia. Tras 120 días, con sus largas noches, la gente da muestras de agotamiento y la verdad sea dicha las autoridades también. La adecuación de la estrategia del abordaje de la pandemia requiere de una evaluación integral en la cual la implementación de la cuarentena es solo uno de los aspectos. La delegación de la Oficina Panamericana de la Salud en Venezuela, en el marco del acuerdo institucional entre el Ministerio de Sanidad y la Comisión de Expertos de la Salud Asamblea Nacional, hizo hincapié en la necesidad de la revisión de los tratamientos que se administran a los pacientes, así como la ampliación y descentralización de las pruebas moleculares para Covid-19. Es un asunto de vital importancia que se avance en ambas direcciones.

¡Amanecerá y veremos!

@ADIGIAMPAOLO

#CronicasDeCuarentena (104)

LA ENCOVI Y LA COVID (103)

Acaban de ser difundidos los resultados de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida ENCOVI desarrollada en plena pandemia de la Covid-19 en Venezuela. No se trata, coincidencialmente, de una suerte de juego de palabra sino de la cruda realidad en medio de los embates de la emergencia sanitaria que afecta al país y que permite comprender lo que nos ocurre como sociedad y lo que nos pasa como país.

El estudio adelantado por el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello y el concurso de la Universidad Simón Bolívar y la Universidad Central de Venezuela pone en evidencia el acelerado deterioro de aspectos relacionados con variables como ingreso, empleo, seguridad alimentaria, costo de la vida, servicios públicos, educación y asistencia sanitaria, durante la pandemia.

Venezuela, adicionalmente a los efectos de la Covid-19, sufre los embates de la confrontación política, el conflicto institucional, la debacle económica y la crisis social. El panorama luce desalentador pues a la inmensa mayoría de la gente, constreñida a la lucha por la subsistencia, le resulta materialmente imposible acatar la cuarentena. La gente está sometida a la tensión diaria por garantizar el sustento, y lidiar con la precaria cobertura de los servicios básicos. El salario mínimo integral en el orden de ochocientos mil bolívares mensuales, menos de cuatro dólares al cambio oficial, es en sí mismo un indicador alarmante.

La ENCOVI indica que la pérdida del empleo motivado a las restricciones impuestas por la pandemia ronda el 10% en la región capital. Y la consulta en hogares revela que 43 % de los encuestados reportan imposibilidad de trabajar o acusan pérdida de ingresos en el núcleo familiar. Para el 70 % de la gente el impacto más preocupante es el aumento del costo de la vida, y en particular el incremento del precio de los alimentos y servicios. Una de las conclusiones, a propósito de la recesión asociada a la emergencia sanitaria, apunta a que “con el incremento del número de infectados y con un previsible aumento de las muertes por Covid-19, Venezuela está entrando a lo que puede ser una verdadera crisis humanitaria”.

¡Amanecerá y veremos!

@ADIGIAMPAOLO

#CronicasDeCuarentena (103)

 3 min


La verdad es que nadie debería sorprenderse con la decisión del Tribunal Supremo de Justicia de intervenir el directorio de Voluntad Popular y colocar en sustitución otro diputado transfuga, siguiendo el mismo procedimiento previo contra Primero Justicia y Acción Democrática, una decisión prima hermana del nombramiento del directorio del Consejo Nacional Electoral, sin acuerdos políticos previos que le den legitimidad frente a los actores en conflicto.

Todo esto forma parte de la misma estrategia oficial para estimular el desgaste institucional opositor y ampliar las fracturas de sus miembros, ahora mucho más profunda que la división clásica entre moderados y radicales, incorporándose las diferencias entre líderes opositores en Venezuela y en el exterior, con participación ejecutiva en el gobierno interno y sin ella, líderes con interéses en el control de recursos externos del país y quienes no y líderes con deseos de preservación de espacios políticos de elección popular y los otros. Todo un poema que hace muy dificil la consecusión de una estrategia unitaria, ya sea para abstenerse o participar.

Nada de esto tiene que ver con la ocurrencia de esa elección, que va a pasar en cualquier escenario y no porque el gobierno crea que con esto resolverá su problema de legitimidad internacional. Es obvio, incluso para el gobierno, que ese parlamento resultante de una elección obviamente sesgada, no competitiva, ni democrática, no será reconocido por la parte de la comunidad internacional que hoy tampoco reconoce la legitimidad presidencial de Maduro, ni el TSJ, ni el CNE, ni la Asamblea Nacional Cosntituyente. Pero también sabe que sus movimientos en el CNE y los partidos le permiten escoger una oposición hecha a su medida, que participe en ese proceso electoral, aunque no pueda ganar la confianza de las bases opositoras, ni motivar su voto (un escenario perfecto para el chavismo) y mantener viva a otra oposición que se abstendrá bajo la tesis de invalidez del proceso electoral, pero sin oferta alternativa para lograr que esa abstención se convierta en energía cinética para provocar el cambio, limitándose a una celebración inocua, que terminará en lo mismo que ha terminado hasta ahora: el vacío.

La estrategia chavista es clara: habrá una elección convocada por el gobierno, participará una oposición sin confianza de la población opositora y habrá una oposición institucional, también debilitada, que rechazará esa elección y apelará a la tesis de la continuidad de las autoridades de la Asamblea Nacional elegida en 2015, para quedarse como está y preservar su institucionalidad de lucha. Pero el tiempo, sin legitimizacion electoral de esa institución, aunque no sea su culpa ni su responsabilidad, la pone en graves peligros de imagen, reconocimiento y capacidad de acción a futuro.

¿Cuánto tiempo más, sin elegirse y validarse de nuevo sus representantes, ni producir los resultados de cambio político que han prometido, puede pasar antes de que esa institución simbólica se haga irrelevante adentro y afuera del país?

El gobierno ha puesto a la oposición en una situación de perder-perder. Si llama a votar no la acompañarán la bases y la abstencion será demoledora. Si llama a la abstención, muestra sus fracturas (porque unos van a abstenerse pero otros van a participar) y no tiene una estrategia alternativa que genere nuevas esperanzas, lo que la debilitará.

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¿Cuál es el verdadero peligro para el gobierno? Que surga una propuesta de protesta civil a través del voto irreverente. Ese que no persigue ganar una elección ficticia, sino castigar, mover a la población de todo el país el día de la elección, aunque no sea competitiva, sólo para crear un momentum de lucha.

luisvleon@gmail.com
https://www.eluniversal.com/el-universal/75281/alguna-sorpresa

 2 min


Carlos Raúl Hernández

El populismo y otros colectivismos, son exitosas trituradoras de la vida cotidiana, la posibilidad de que la gente gane el sustento y para convertir sociedades en derrelictos. Lo asombroso es que aún hoy, después del siglo de sarcomas populistas y revolucionarios, en casi todas partes, grupos ilustrados sigan sin entender esta dolorosa verdad.

Hasta pasada la segunda mitad del siglo XX, la literatura latinoamericana clásica sobre sus orígenes, proviene de los pequeños grupos comunistas, que odiaban el populismo porque ganó muchedumbres, mientras ellos no eran más que pequeñas sectas herméticas, de jerga abstrusa a oídos de obreros, oficinistas o campesinos (los éxitos soviéticos, el marxismo, la plusvalía, la grandeza de Stalin, Lenin, Mao, el heroísmo comunista en la guerra, la revolución mundial).

Los patriarcas populistas Getulio Vargas en Brasil y Juan Domingo Perón carecen de “proyecto de sociedad”, su discurso no es clasista, pero si severo e “inclusivo”, anti imperialistas, pero no pro soviéticos sino nacionalistas, no aspiran construir estados socialistas ni abolir la propiedad privada. Solo “meterla en cintura”.

No fusilan, pero “castigan el egoísmo” para “hacer el bien a todos”, y “distribuir la riqueza con justicia” (Perón llamó su ideología “justicialismo”). No aniquilan la libertad de expresión, pero crean sus propias maquinarias comunicacionales y acosan la prensa libre. Justifican sus desafueros en grandes movilizaciones populares y no son estados policiales al estilo soviético o cubano, pero le dan palo a los opositores “cuando lo necesitan”.

Potencia mundial del mundo
El balance social y económico es demoledor. Argentina a la llegada de Perón era la segunda potencia mundial del mundo al decir de Cantinflas. Granero universal, suministrador de proteínas a Estados Unidos y Europa en la guerra y después a la destruida economía europea que se recuperaba con dificultades gracias al Plan Marshall y al FMI (el primer crédito de este recién creado organismo fue precisamente para la miserable Inglaterra, cuya moneda, la libra, no era internacionalmente transable (como el bolívar de hoy).

Salvo Alemania, Europa arranca después de la guerra con gobiernos estatizantes no tan moderados que atrofiaron su crecimiento económico. En los años 70, el ingreso per cápita de Venezuela era varias veces mayor que los de Italia, España, Portugal, Grecia, Inglaterra e incluso Francia, por dejarlo ahí. Es solo en los años 80 cuando sus líderes entienden la necesidad de introducir elementos de mercado y liberalizar relativamente las economías.


Dijimos que la bipolaridad de posguerra era entre EEUU y Argentina, más Perón y Santa Evita (la única mujer, según conozco, violada después de muerta) se encargaron que quebrar su país, arruinar los productores, y sumirlo en un purgatorio subdesarrollado del que no logran salir nunca. Por fortuna el esplendor pre-peronista edificó una majestuosa Buenos Aires que aún hoy tiene el efecto similar a cuando alguien se consigue en Ginebra a Sofía Loren, cuya elegancia recuerda aquella venus neorrealista de Matrimonio a la italiana (De Sica,1964).

Vargas terminó suicidado dramáticamente en una emisora radial en la que reconoció su fracaso y culpó naturalmente a los brasileros. Después de las plagas socialistas, estatistas y populistas, incluida la mismísima nuestra en plena explosión de la riqueza petrolera, en Venezuela del siglo XXI, la gente come basura, y decepciona que se quiera barajar la responsabilidad de su demiurgo, Hugo Chávez. Como a Perón, la extraviada ideología de Chávez lo dedicó a extenuar los empresarios “capitalistas” que “financiaban la oposición”.

Matrimonio a la argentina

A su final redujo a la mitad el número de empresas productivas, con la precámbrica idea de sustituir el empleo por subsidios, “misiones”, ya que, según consejo de Fidel Castro, el petro Estado lo permitía. Al suprimir los empresarios, creadores de empleo y de bienes, aunque suelen caer mal, se podía vivir de la capacidad para importar solo mientras hubiera ingreso petrolero, como cualquier hijo de vecina podía prever. A diferencia, los nórdicos crearon con los petrodólares excedentes, el Fondo Noruego, con billones de dólares ahorrados para la seguridad de la ciudadanía.

Como la tercera petrolera mundial de aquella época, Pdvsa, era “elitista”, “tecnocrática”, la convirtió con Ramírez en un templete democrático “rojo rojito”, hoy en ruinas. No solo devoró como Pantagruel dos billones de dólares en ingresos petroleros, sino que multiplicó la deuda externa y la de Pdvsa hasta descapitalizarla. Cadivi hizo de todo venezolano un efímero millonario, enriqueció verdaderos y falsos importadores y ramificadas roscas de “raspa cupo”, asesorado por Malavoglia Giordani.

Así aseguró, como todo populista, ganar decenas de elecciones, “entre el amor su pueblo”. Invocarlo como un benefactor porque hizo vivir al país una orgía de dólares que sembró el hambre de hoy, es un error que amenaza lo que está planteado para una recuperación futura. Tal vez querrán que se haga lo mismo. Si los que tienen que aprender y entender para la reconstrucción no cumplen su trabajo, no saldremos jamás de la autopista del sur, directamente no ya a Buenos Aires, sino a la Antártida.

https://www.eluniversal.com/el-universal/75198/el-discreto-encanto-del-p...

 3 min


Al hacer una revisión de la forma que podrían adoptar las organizaciones políticas para dar respuesta a la compleja realidad que vivimos, no pretendo dar con una fórmula mágica para renovar los partidos, ni hacer una descripción completa y compleja de la estrategia y la táctica que deben seguir los mismos. Se trata de algunas reflexiones, mayormente teóricas, ideales, y eventualmente un resumen de lineamientos generales, éticos, o principios iluminadores de la acción.

Lo conceptual.

Como ya dije en mi artículo anterior los partidos políticos, los grandes partidos ideológicos, de masas, orientados por cuadros de vanguardias, de fines del siglo XIX y del siglo XX, se muestran incapaces de conectarse con los problemas reales del pueblo, ya no expresan sus intereses y objetivos y ya no son sus “correas de trasmisión” de demandas, muchos son hoy un cascarón vacío que ya no representan una opción en la era tecnocrática y ante el auge de las redes sociales, a partir de las nuevas tecnologías de comunicación e información, que nos ha traído Internet. (https://ismaelperezvigil.wordpress.com/2020/07/04/renovacion-de-los-partidos/)

Sin duda los partidos no son suficientes para el proceso de renovación política que necesita el país, ante la crisis global de las instituciones y la política, pero sin ellos tampoco será posible dar ese paso, pues siguen siendo la base para la gestión política, para la articulación y el entendimiento de todas las corrientes de vida y pensamiento, que están presentes en cualquier sociedad y deben reflejarse en su estructura de gobierno.

Desafortunadamente, en los partidos, lo ideológico ha pasado por completo a un segundo plano; la mayoría –y en mayor medida– solo son maquinarias electorales dispuestas para pactos momentáneos y oportunistas. Son básicamente instrumentos del populismo de sus líderes que sirven para negociar puestos en el Congreso y repartir cargos administrativos y prebendas, producto de las políticas clientelares. En Venezuela hemos visto dos casos extremos, uno cuando Jaime Lusinchi (1984-1989) nombró gobernadores de estado a los secretarios generales de su partido; y dos, el ejemplo actual, que al ser la fuerza armada el verdadero partido que sustenta el régimen, el PSUV es una simple maquinaria para “legitimar electoralmente” al régimen y que ahora, cuando desembozadamente el poder se basa cada vez más en la fuerza y menos en las elecciones, el PSUV solo quedará para repartir algunos de los beneficios del régimen hacia las comunidades.

No creo que estos fenómenos signifiquen una negación de la política, pero sin duda implican la necesidad de revisar las estructuras formales de los partidos y la manera concreta de hacer política, de militar, en esas organizaciones. Hay que tomar en cuenta que, si bien hoy el individualismo se ha convertido en un modelo de las relaciones sociales, exacerbado por la capacidad que nos brinda Internet para comunicarnos, para relacionarnos, esa capacidad de internet implica también que puede ayudarnos a ser algo más que una sumatoria de individuos aislados y que podemos conectarnos en redes, que han demostrado su eficacia para conducir grandes muchedumbres en diferentes escenarios, desde los sucesos antiglobalización en Seattle en 1999, hasta lo acontecido recientemente en EEUU y Europa, tras los sucesos por la muerte de George Floyd a manos de un policía. Hoy, y esto es importante tenerlo en cuenta, la tendencia es a que modelos de coaliciones y organizaciones flexibles sustituyen a las organizaciones formales, en los partidos y en la sociedad civil.

De allí que nos planteemos la necesidad de reconstruir los lazos primigenios, elementales, el pacto fundamental entre ciudadanos y partidos, desde la comunidad más inmediata de cada ciudadano, desde la preocupación más básica de cada uno, aquella que se puede compartir y que nos llevará a la larga a plantearnos el tema del poder, esencia de lo político. La pregunta es, cuándo llegue ese momento, ¿estará dispuesto el ciudadano común a aceptar esa responsabilidad?

Lo organizativo.

De lo que se trata, como otras veces he mencionado, es de romper de una vez con el concepto que hoy tenemos de partido político y lanzarnos sin temor en la búsqueda de uno nuevo.

Los partidos que habrán de surgir de todo este proceso, desde el punto de vista, llamémoslo conceptual, posiblemente mantendrán algo de orientación o contenido ideológico –que será el primer foco de atracción hacia sus filas–; pero desde el punto de vista organizativo, la tendencia será a construir una organización moderna, popular, poli clasista y que se plantee claramente la toma del poder con base en una agenda explícita, compartida, y un compromiso personal y colectivo. La conclusión será en un programa común, en el que los elementos ideológicos quedarán algo relegados.

En otras ocasiones he discutido el tema de la organización política de los tiempos que corren; nuevas organizaciones con un núcleo central de políticos profesionales, con carácter permanente, apoyados en una amplia periferia, que se activa y desactiva de acuerdo con circunstancias y tareas específicas. Hemos visto que así funcionan ahora muchas empresas y organizaciones de la sociedad civil, apoyándose en las tecnologías actuales de comunicación, en las redes, y si este esquema funciona para el mundo de los negocios y de los ciudadanos, no hay razón para pensar que no habría de hacerlo para el mundo de la política. Pero demos un paso más.

En este momento la construcción de cualquier partido en Venezuela pasa por dos objetivos; uno inmediato: derrotar a la tiranía y reconstruir la democracia, corrigiéndola de los errores del pasado que nos condujeron a este régimen de oprobio; el segundo objetivo, habiendo comenzado el anterior, es construir una opción política para tomar el poder y lograr la modernización del país, a partir de “…un capitalismo eficiente, ético y con prosperidad para todos… un sistema en el que las ganancias de unos benefician a todos…” (Carlota Perez, entrevista para BBC News Mundo, 6 de julio de 2020 https://www.bbc.com/mundo/noticias-53237230), de construir una economía de mercado, que cree empleos productivos y riqueza, que genere empresas y no negocios.

Para el primer objetivo –y también para el segundo, pero a menor escala– desde el punto de vista de la organización, ya hemos dicho que es imprescindible tomar en cuenta acontecimientos sociales recientes, ya referidos, donde vimos como activistas, organizados a partir de la rápida comunicación que permiten ahora las redes sociales, pudieron poner en jaque a diversos gobiernos alrededor del mundo, actuando como verdaderos “enjambres”.

Para el segundo objetivo, se puede continuar en las acciones concretas con esta misma práctica, pero acompañadas de una mayor reflexión, discusión y profundización, con técnicas de comunicación y reuniones virtuales que se comenzaron a usar masivamente durante la pandemia. Desde luego, sin olvidar que un gran porcentaje de los venezolanos –que escasamente tiene luz algunas horas del día– solo tiene acceso, en el mejor de los casos a mensajes de texto, pero no tiene acceso a comunicación a través de Internet, por lo que será preciso llevar a cabo algún tipo de contacto más directo, más cara a cara, más parecido al trabajo político de los comienzos de la vida democrática en Venezuela, pueblo por pueblo, casa por casa, pero cada quien en su comunidad inmediata de actividad y trabajo, orientados real o virtualmente por los líderes de la organización y por ese plan estratégico de mayor alcance.

Principios éticos

Desde luego, hay algunos principios éticos que deben estar presentes en este proceso de renovación organizativa de los partidos y estos principios, de manera muy elemental, los resumo a continuación:

  • Deben partir de un proyecto o programa concreto, explícito, y compartido de modificación y transformación de la sociedad venezolana en una economía de mercado moderna y de cuya discusión no deben excluir a nadie, ni siquiera a esa parte de la población que hoy se dice chavista.
  • Ser absolutamente y radicalmente democráticos, en sus formas de organización y toma de decisión y que no saquen al individuo de su medio y de su comunidad concreta, en donde se desempeña su trabajo, su vida y su actividad.
  • El programa mínimo, de postulados éticos que deben estar presentes en cualquier organización política debe contener: La transparencia en el actuar y en las funciones de gestión pública; la correcta separación entre los legítimos fines privados del político, los fines del partido y los fines del Estado; la conciencia, en sus militantes y líderes, de que la función pública, es una función educativa.
  • Que utilicen las redes sociales como medios de difusión y discusión, en donde pueden jugar un importante papel intelectuales y profesionales, conocedores de técnicas gerenciales y expertos en la utilización de esos medios de difusión y procesamiento de la información.

En lo inmediato, para salir del hoyo profundo en el que estamos e ir reconstruyendo la confianza ciudadana en las organizaciones políticas, tenemos que demostrar que nuestros partidos han tenido un proceso interno de renovación, democrático y transparente; que están ideológica y sólidamente constituidos, pero sobre todo dispuestos a las alianzas necesarias que respondan a un programa preciso para enfrentar la situación que vivimos y en el largo plazo, una propuesta para el desarrollo de la democracia, el estado de derecho y la economía de mercado.

Vamos a exigirles democracia interna comprobable; vamos a exigir que nos dejen a los ciudadanos supervisar esa democracia interna, que nos dejen ser los garantes de ella, que de verdad es democracia, que esas ideas que nos presentan acerca del país que queremos construir son producto del debate interno, que los candidatos y líderes que nos presentan surgen de la base, de un proceso de lucha interna de ideas, en igualdad de condiciones. ¿Estarán dispuestos los partidos y sus líderes a someterse a este proceso de renovación y a ejercer sus funciones en apego a los principios enumerados? Solo así volverán a ser los agentes protagónicos, que fueron, del cambio social.

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

 7 min


Joaquín Villalobos

Con la actual pandemia, sectores de la izquierda marxista pronostican el fin de la globalización y del capitalismo al que apodan neoliberalismo. En el mundo sólo quedan dos países con economías estatizadas de carácter marxista: Corea del Norte y Cuba. El capitalismo es ahora hegemónico bajo democracias liberales, en dictaduras comunistas, autocracias nacionalistas o dictadores bananeros. Corea del Norte es una monarquía comunista, no forma parte de la mitología revolucionaria universal. El régimen cubano es entonces el último referente moral, político e ideológico del modelo marxista, anticapitalista y antiimperialista. Luego de sesenta y un años de sobrevivir está en decadencia moral, material, intelectual y generacional. Pero la muerte de la utopía cubana no será sólo el final de un régimen, sino el derrumbe de una iglesia que dejaría en el desamparo espiritual a millones de creyentes de la religión política marxista en todo el mundo. De ese final y de lo que implica se trata este ensayo, que se publicará en dos entregas.

Fidel Castro abrió la conversación con lo que más se hablaba en aquel momento en La Habana, la prohibición de las revistas soviéticas Novedades de Moscú y Sputnik. De manera tajante me dijo: “Hemos tenido que terminar su circulación. Durante años distribuimos millones y difundimos sus ideas como verdades, pero su contenido actual equivaldría a que el Vaticano sacara un nuevo catecismo donde afirmara que Jesús y la Virgen nunca existieron y que todo ha sido una mentira. No podemos cuestionar nuestras verdades, porque se nos cae el sistema”. Era agosto de 1989. El llamado “socialismo real” o “comunismo” empezaba a agonizar en Europa y Asia. Aunque la intención fuera otra, la comparación de esa agonía con el final de un sistema de creencias religiosas no pudo ser más elocuente.

El enojo de Castro lo provocó un artículo de Vladimir Orlov en cual sostenía que el socialismo cubano era una copia del soviético que “negaba totalmente la economía de mercado y el pluripartidismo” y mantenía al “Estado militarizado para defender a la élite partidaria estatal, no sólo de la contrarrevolución externa, sino también de la interna”.1 Se burlaba de que Fidel llamara a defender ese socialismo hasta la última gota de sangre. Había razones para el enojo, pero impedir el debate con ideas que venían de la meca del socialismo era miedo de Castro a perder el debate y el control sobre los cubanos. Obviamente, la utopía cubana también podía morir. Era fácil acusar de traidor y de agente de la CIA a un disidente cubano o a un crítico de la izquierda latinoamericana, pero eso no se le podía decir a los soviéticos que durante cuarenta años le habían dado a Cuba el desayuno, el almuerzo y la cena.

El filósofo británico John Gray, en su libro Misa negra, sostiene que todas las corrientes políticas, incluido el liberalismo, tienen pretensiones utópicas religiosas, son proyectos que ambicionan ser globales y llegar hasta el fin de los tiempos. Los misioneros armados estadunidenses que invadieron Irak para llevar la democracia y las bombas evangelizadoras que lanzaron franceses y británicos sobre Libia son ejemplos de liberalismo religioso. Ahora nos asusta el califato universal que moviliza al radicalismo islámico, pero el paradigma del comunismo científico mundial que propugnaba el marxismo-leninismo partía de la misma pretensión. Hace algunos años Raúl Castro, en un congreso del Partido Comunista de Cuba, pronosticaba que un día Estados Unidos sería gobernado por los comunistas.

Para Bertrand Russell “el bolchevismo entendido como fenómeno social no ha de ser considerado un movimiento político corriente, sino una religión”.2 Gray establece que “la idea misma de la revolución entendida como un acontecimiento transformador de la historia es deudora de la religión. Los movimientos revolucionarios modernos son una continuación de la religión por otros medios”.3 Mis propios orígenes como revolucionario a inicios de los años setenta partieron del catolicismo y puedo dar fe de que la militancia era una especie de apostolado, tal como me lo dijo Ignacio Ellacuría, sacerdote jesuita asesinado por los militares en 1989, durante la guerra civil en El Salvador.

Es común escuchar juicios idealistas sobre los revolucionarios pensando que éramos la solución, cuando solamente éramos el síntoma de sociedades enfermas de autoritarismo. Una sociedad puede tener la rebelión en su cultura política, pero esto no le asigna a los alzados calidad de solución. Los movimientos revolucionarios latinoamericanos fueron construcciones sociopolíticas, caóticas, fragmentadas y primitivas que competían entre ellas por cuál grupo tenía la verdad. Si bien surgían por causas justificadas, eran proclives al fanatismo ideológico, al revanchismo, al resentimiento social y a la manipulación por intereses externos. Admitían en sus filas a mucha gente noble e idealista, pero también recibieron aventureros, megalómanos, oportunistas y hasta sociópatas que disfrutaban de la violencia.

No interesa hacer aquí una profunda discusión filosófica, sino establecer que el punto de partida teórico marxista y cristiano de gran parte de la izquierda latinoamericana tiene un origen contaminado de dogmas, ritos, creencias y santorales que la hizo necesitar un mesías y una tierra santa. Éste fue el lugar que ocuparon Fidel Castro y Cuba en el imaginario de la izquierda e incluso entre intelectuales, académicos y líderes políticos marxistas o marxistas solapados de todas partes del mundo, incluyendo Estados Unidos. Era la lucha del David cubano contra el Goliat imperialista americano; en algunos intelectuales pesaba más el rechazo a Goliat que el proyecto de David. La veneración y el reconocimiento a Fidel Castro incluyó creyentes y no creyentes. Pero tal como establece el mismo Gray: “Las religiones políticas modernas… no pueden sobrevivir sin demonología”.4 Es así como los cuatro demonios más importantes para nuestra izquierda han sido: los ricos, el capitalismo, el imperialismo yanqui y los disidentes.

La figura mítica-religiosa de Fidel Castro arranca y cobra fuerza con la prolongada victimización de la Revolución cubana y de la izquierda en Latinoamérica, en el contexto de la Guerra Fría. Las intervenciones estadunidenses, las dictaduras militares, los golpes de Estado, las torturas, los asesinatos, las desapariciones, las masacres y la persecución persistente, le otorgaron de facto a la izquierda la representación del bien en la lucha contra el mal. Castro estaba tan consciente del poder que le daba ser víctima que, en una ocasión, hablando del Che Guevara, me dijo que el parecido de éste con la imagen de Jesucristo contribuyó a convertirlo en un ícono universal revolucionario. Efectivamente, la imagen justiciera del Che y su sacrificio nos movió a muchos jóvenes a rebelarnos contra las dictaduras. Guevara dio fuerza a la mitología religiosa izquierdista al asociar violencia, sufrimiento y martirio con redención y transformación revolucionaria. Cuestionar esta mitología se convirtió entonces en herejía, no importa que se estuviera frente absurdos evidentes.

La guerrilla cubana no necesitó un gran desarrollo militar. Los rebeldes entraron a La Habana con sólo unos cientos de hombres. El Che fue un mal estratega, su plan en Bolivia era absurdo y por eso fue derrotado. Hay evidencia fotográfica y testimonial de que fue capturado vivo, de que se rindió sin “luchar hasta la última gota de sangre” como exigía Castro. Él mismo dijo a sus captores: “No disparen. Soy el Che Guevara valgo más vivo que muerto”. Por otro lado, su imagen de hombre bueno se contradecía con su gusto por los fusilamientos en la sierra y en la Revolución. En 1964, durante un discurso en Naciones Unidas, dijo: “Hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando”. En su mensaje a la Tricontinental en 1967 dijo: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”. Esta cara cruel de Guevara dejó de destacarse y muchos, la verdad, ignorábamos esa parte de la historia. Sin embargo, las evidencias de guerrillero inepto, cobarde y de hombre sanguinario no impidieron su santificación como ícono revolucionario heroico, representante del bien.

Fidel Castro fue un desastre como jefe de Estado. Usando un concepto marxista se puede afirmar que fue incapaz de desarrollar las fuerzas productivas en Cuba y, más bien, fue el destructor de éstas. Castro es el padre de una economía parásita, primero de la Unión Soviética y luego de Venezuela. En verdad la economía cubana funcionaba mejor con la dictadura de Batista que con la de Castro. Conforme a datos de la Organización para la Agricultura y la Alimentación de Naciones Unidas (FAO), el promedio de producción de caña de azúcar por hectárea en el mundo es de 63 toneladas métricas y el de Cuba es 22. En un artículo del Granma titulado “Añoranza por la reina”, publicado el 7 de febrero de 2007, se decía que desde 1991 la producción de piña había descendido 30 veces.5

Sobra información pero abundan los ciegos que no quieren ver. Durante años, intelectuales y funcionarios de organismos internacionales aceptaban los progresos en salud y educación del socialismo cubano, pero pocos ponían atención en que éste no tenía sustento económico propio sino en el subsidio soviético. Esto permitía repartir sin producir. Los cubanos han pagado esa falsa igualdad no sustentable con pérdida de libertades y con hambre cuando se acabó el subsidio. Han soportado seis décadas una dictadura que justifica su fracaso por la existencia del demonio imperialista y que sustenta su poder controlando a los cubanos con el miedo, la necesidad de sobrevivir y el escepticismo de que un cambio es posible.

En Costa Rica hubo una guerra civil entre 1948 y 1949 que condujo a una revolución basada en un programa social demócrata que disolvió el ejército, estableció una nueva constitución, modernizó el país, aseguró el crecimiento económico, la educación, el bienestar social y las libertades democráticas. Todo esto sin fusilamientos, sin declararse antimperialista y sin satanizar al capitalismo y a los empresarios. El líder de este movimiento, José Figueres Ferrer, ganó las elecciones en 1953, pero entregó el gobierno cinco años después. No se quedó gobernando hasta la muerte. Durante setenta y un años, en Costa Rica no ha habido golpes de Estado ni movimientos guerrilleros y ha tenido dieciocho presidentes electos libremente. Es el país más estable, el que tiene la mayor expectativa y el que mejor ha respondido a la actual pandemia en Latinoamérica. La educación de su población le ha permitido atraer inversiones de Microsoft, Intel, Hewlett Packard, Google y Amazon, y lograr progresos en innovación tecnológica y respeto al medioambiente. Tiene el salario mínimo más alto de Latinoamérica con $555 dólares mientras en Cuba son sólo $15. Los costarricenses no emigran en masa, al contrario, el país recibe inmigrantes y envía más dinero en remesas del que recibe. Estos resultados han superado siempre a Cuba, incluso en los mejores momentos del subsidio soviético.

Sin embargo, estos resultados de la Revolución costarricense no despertaron la mitología religiosa que desataron Castro y Cuba. Sin duda hay diferencias importantes de contexto como el carácter de las élites costarricenses, socialmente más sensibles que los oligarcas guatemaltecos o salvadoreños. Pero lo más importante fue que Figueres y sus seguidores no eran marxistas-leninistas y no les interesó ser redentores. Prefirieron instituciones a caudillos, no quisieron crear un hombre nuevo, entendieron que la naturaleza humana es un balance entre la cooperación y la competencia en la cual la ambición de los empresarios puede convivir con la solidaridad hacia los trabajadores. Pero una revolución sin mesías resultaba muy pagana para el fervor que dominaba a la izquierda de entonces, martirizada por las dictaduras. Por ello Costa Rica nunca fue reconocida por la izquierda como una verdadera revolución.

Dicen que la fe es ciega y esto resume lo que ocurrió en la construcción del pensamiento de la izquierda frente a Fidel. Nadie veía el desastre, los que lo veían callaban y los que en algún momento decidimos cuestionarlo abiertamente fuimos llamados agentes de la CIA, neoliberales, vendidos y traidores, es decir, herejes, infieles, apóstatas. Atreverse a decir que la Revolución cubana es un fracaso o, peor aún, que Ernesto Che Guevara se rindió al ver cerca la muerte, es un sacrilegio. Yo lo digo con la autoridad que me da haber comandado revolucionarios que se enfrentaron solos a batallones, que prefirieron morir heroicamente antes que rendirse.

Establecido el carácter religioso de la izquierda, perder la fe, dejar de creer se volvió un tema lento, complejo y traumático. No es casual que los cambios en la Unión Soviética y Europa comunista llegaron con el cambio generacional. Vargas Llosa en La llamada de la tribu hace referencia a su ruptura con Cuba y a las acusaciones que le lanzó Castro de servir al imperialismo cuando lo sentenció a no volver a pisar Cuba jamás. Le dio la categoría de “ángel caído expulsado del paraíso”. José Saramago lo dijo en una frase: “Hasta aquí he llegado. Desde ahora en adelante Cuba seguirá su camino, yo me quedo”.6 Vargas Llosa describe la ruptura diciendo: “Romper con el socialismo y revalorizar la democracia me tomó algunos años. Fue un periodo de incertidumbre…”.7

Nunca pude conocer la realidad de los cubanos de la calle. Las muchas veces que visité La Habana me recibía un Mercedes Benz que me llevaba del aeropuerto a una casa de protocolo del barrio Miramar. Pero conocí bien el “sistema”, su política exterior, sus dirigentes y, sobre todo, su estrategia hacia el continente con las izquierdas armadas y no armadas. Me reuní decenas de veces con Fidel Castro en el palacio de gobierno, en su yate, en la residencia de Cayo Piedra, en el penthouse donde vivió Celia Sánchez, en su limusina soviética. Una vez compartimos tiempo en una práctica de tiro. Castro tenía gran habilidad para manipular a las personas a partir de un protocolo, un ritual y de un uso reiterativo de la palabra que fortalecía en terceros la idea de que él era infalible en temas de fe izquierdista. Unas cuantas veces su apoyo fue crucial para que los comunistas salvadoreños aprobaran mis propios planes. Si Fidel apoyaba, todos aceptaban.

Castro empobreció dramáticamente a los cubanos, pero tenía una gran capacidad política para armar estrategias que le permitieran conservar el poder en condiciones extremas, sacando del juego a adversarios reales o potenciales, con cualquier método; diseñando un sistema de control policial en el que todos vigilan a todos; y ejecutando planes con efectos de largo plazo como los médicos esclavos. Era poseedor de una genialidad perversa, con una visión religiosa y culturalmente conservadora y por lo tanto hipócrita en política. Los principios debían ser defendidos a muerte, a menos que él decidiera lo contrario. Era humildemente arrogante. Repetía constantemente sus hazañas militares en primera persona. Escuché muchas veces su narración de las emboscadas en la sierra y cómo dirigió desde La Habana la batalla de Cuito Carnavale en Angola. Disfrutaba del poder y sabía que sus palabras eran recibidas como mensajes divinos.

Yo me rebelé contra la dictadura en mi país movido por valores como la justicia, la compasión y por la indignación frente a la arrogancia y crueldad de militares y oligarcas. Pero esos mismos valores me llevaron, años después, a romper con la extrema izquierda y a dejar de creer en la Revolución cubana; fue un proceso complejo porque eso implicaba ubicarme en un centro izquierda que no tenía futuro en un país polarizado al extremo. En una ocasión, Fidel me dijo que si ganábamos la guerra podíamos perder la paz. Obviamente percibía las tensiones entre los marxistas y quienes simpatizábamos con la socialdemocracia. Sin embargo, Castro mantuvo un trato preferencial conmigo hasta el final de la guerra porque me reconocía como jefe militar guerrillero.

Cuando las protestas del 2018 en Nicaragua, jamás imaginé que Daniel Ortega fuera capaz de matar a más de 400 nicaragüenses, encarcelar a cientos con tanta ferocidad y definirse abiertamente como dictadura. El sandinismo, incluido Ortega, fue menos dogmático que los marxistas salvadoreños, pero cuando recuperó el poder redefinió su programa como cristiano, socialista y solidario, una mezcla de marxismo, esoterismo y manipulación cínica de la religión. Lo ocurrido en Nicaragua me llevó a pensar que si en El Salvador hubiésemos triunfado, los comunistas, que eran más dogmáticos que Ortega, con el apoyo de Cuba habrían tomado el control del gobierno, yo habría sido disidente y, como tal, habría terminado muerto o dirigiendo fuerzas contrarrevolucionarias. El empate militar y el acuerdo de paz evitó que esto ocurriera. Mi reflexión es que la guerra en mi país fue un enfrentamiento entre quienes defendían una dictadura y quienes querían imponer otra. La institucionalidad que estableció el acuerdo de paz fue lo mejor que pudo pasar. El empate fue posible por la intervención estadunidense. Sin ella, hubiéramos derrotado a los militares salvadoreños, igual que Fidel pudo derrotar a Batista. Lo paradójico es que yo era simultáneamente un peligro potencial como disidente para la izquierda y al mismo tiempo el objetivo principal de la CIA para ser eliminado y al único al que la agencia destinó un equipo permanente con ese propósito.

Entendí entonces el enorme coraje de todas las disidencias internas de la Revolución cubana: enfrentaban el riesgo del rechazo de ambas partes. Entre éstas, las disidencias que pudieron haber motivado la perestroika, como la del general Arnaldo Ochoa y mi amigo Tony de la Guardia, dos guerreros fuera de serie fusilados sin compasión por Fidel Castro en 1989. Fueron acusados de narcotráfico en un país donde absolutamente nada se podía hacer sin el consentimiento de Fidel. Con estos fusilamientos Castro logró limpiarse frente a los estadunidenses por el narcotráfico y deshacerse de un grupo de disidentes, en particular de Arnaldo Ochoa, el más potente de sus competidores.

Separar la ideología de la calidad humana es fundamental para romper con la visión izquierdista que divide al mundo entre buenos y malos, conforme a las posiciones políticas o el origen de clase. Sin tolerar las diferencias, la izquierda jamás será democrática y siempre habrá riesgo de que acabe en dictadura. En la visión religiosa los pobres son buenos, aunque sean delincuentes y los ricos son malos, aunque sean generosos. El calificativo de “pequeño burgués” es un ataque común en la extrema izquierda, que se adentra en la forma de ser y en las costumbres de las personas. Esto conducía a los llamados procesos de proletarización, consistentes en una disciplina de sacrificios para forzar el cambio de clase. La militancia revolucionaria se convertía así en un apostolado, tal como me lo dijo Ellacuría, en principio aparentemente inocente, que se adentraba en la imposición de genuinas idioteces, como la ropa, la música o el arte. Los Beatles fueron prohibidos en Cuba. Hasta que el Ministerio del Interior comisionó la traducción de sus canciones, concluyeron que éstas no eran contrarrevolucionarias y terminaron construyendo una estatua de John Lennon en un parque en La Habana. Pablo Milanés, el cantautor que se convirtió en marca cultural de Cuba fue enviado en 1966 a un centro de reeducación junto a disidentes y homosexuales. Como se fugó, lo metieron en una prisión con delincuentes comunes. Su pecado era tener talento frente a la mediocridad partidaria.8

En su nivel más extremo la proletarización o reeducación condujo al genocidio de Pol Pot en Camboya, a los muertos de la Revolución Cultural de Mao Zedong y a las matanzas de Stalin. La construcción del hombre nuevo la realizaban matando a millones de personas que representaban al viejo sistema. Guevara fue un fiel impulsor de la construcción del hombre nuevo por la vía de los fusilamientos. A menor escala esto ocurrió también en las filas de la insurgencia latinoamericana. En el 2014 fue encontrada en Perú una fosa común con 800 víctimas de Sendero Luminoso, la mayoría indígenas asháninkas y machiguengas exterminados entre 1984 y 1990.9 En el 2003 las FARC ejecutaron un atentado terrorista contra el exclusivo Club Nogal de Bogotá, hubo 36 muertos y 198 heridos. Pudo haber más víctimas si el peso de la piscina que estaba en el 9.º piso hubiese demolido el edificio. Fue un acto terrorista dirigido contra civiles por su origen de clase.

El libro Grandeza y miseria de una guerrilla, escrito por Geovani Galeas y Berne Ayalá, cuenta que entre 1986 y 1991, en El Salvador uno de los grupos guerrilleros arrestó, torturó y mató de formas crueles a cientos de combatientes y colaboradores por considerarlos espías de los militares. Muchas de estas personas fueron víctimas de una paranoia colectiva de los dirigentes por sospechas originadas en conductas no proletarias que se interpretaban como “infiltración enemiga”. Galeas y Ayalá recopilaron y publicaron los testimonios de las familias de las víctimas.10 En Guatemala, Mario Roberto Morales, exmilitante de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), en su libro Los que se fueron por la libre habla del abandono de sus “prerrogativas de clase” para adentrarse en “los hábitos del pueblo” y cuenta de una guerrillera de seudónimo la China que fue ejecutada porque su “sensualidad” generaba conflictos entre los compañeros.11 Esta sería una ejecución de corte religioso como las que ahora realiza el Estado Islámico.

En abril de 1983, en Managua fue asesinada con 90 puñaladas Mélida Anaya Montes (Ana María), segunda al mando de uno de los grupos guerrilleros salvadoreños. Inicialmente el asesinato se atribuyó a la CIA, pero los investigadores nicaragüenses y cubanos capturaron rápidamente a los autores. Los debates sobre la negociación como una salida a la guerra produjeron profundas diferencias en el grupo guerrillero al que pertenecía Mélida. Ella estaba en favor de la negociación y el jefe de la organización, Salvador Cayetano Carpio (Marcial), consideraba que negociar era traicionar al proletariado y a la revolución. Carpio ordenó entonces al equipo de contrainteligencia que tenía bajo su mando ajusticiar a Mélida por desviaciones pequeñoburguesas y traición y encubrir el crimen. Al ser descubierto Carpio optó por suicidarse.

Una guerra exige disciplina y compromiso y hubo efectivamente casos de espionaje y traición. Sin embargo, la “proletarización” fue la causa principal de numerosos crímenes que, además, como dice Roberto Morales, debían ocultarse para evitar “hacerle el juego al enemigo”. La visión religiosa abría las puertas al fanatismo, al revanchismo, al resentimiento social, a la manipulación y al engaño, pero también a la mediocridad, que ha sido el factor más autodestructivo en las izquierdas. Rechazar la diferencia e imponer la igualdad convierte la mediocridad en resultado y termina con la expulsión o la huida de los talentos. Esto puede verse en el contraste entre la Cuba rica de la Florida y la Cuba pobre de la isla, o entre las dos Alemanias antes de la caída del muro. Cuando el oportunismo adulador y acrítico y su pariente el culto a la personalidad toman control, la ineficiencia se vuelve la regla. El fracaso de la Revolución cubana es hijo de la mediocridad y del voluntarismo, igual que en la Unión Soviética.

Muchos deben recordar al Castro de la memoria extraordinaria, capaz de hablar horas con gran fuerza argumentativa sobre los problemas del mundo, aunque siempre sin ofrecer soluciones. Su ventaja en ese debate la daba el contexto de dictaduras y la agresiva política de Estados Unidos contra su gobierno. Cuando esto cambió, Fidel tartamudeó para responder a una periodista sobre por qué los cubanos no podían entrar a los hoteles de lujo que abrió el capitalismo en su país socialista e insultaba a gritos, como activista de calle, acusando de agentes de la CIA a los periodistas que le preguntaban por los presos políticos.12

Castro no pudo reinventarse, su cabeza se quedó en los años sesenta y le costaba admitir el fracaso. En otro video le preguntan a Fidel por qué insiste en el comunismo si éste ya está muerto en todo el mundo. Su respuesta fue: “Cristo murió en la cruz y al tercer día resucitó”.13 En el 2010 hizo una sorprendente declaración: “El modelo cubano ya no funciona ni siquiera para nosotros mismos”. Cuba permitía a los millonarios como inversionistas y a los pequeñoburgueses como turistas, siempre y cuando fuesen extranjeros. Capitalismo y riqueza para los extranjeros, y socialismo y pobreza para los cubanos; de nuevo mostraba su genialidad política pariendo un “apartheid económico”. Después, Raúl Castro dio otro paso permitiendo los llamados “cuentapropistas”. Con este paso la Revolución aceptó burgueses cubanos, siempre que fueran pequeños.

Con el tiempo las raíces religiosas de la izquierda convirtieron saber y tener en pecados capitales y rasgos sospechosos. Esto les ha impedido a los gobernantes cubanos tener una relación normal con los empresarios y los tecnócratas, los dos componentes más importantes para el desarrollo, el crecimiento económico y la reducción de la pobreza. Para entender este conflicto puede resultar útil un verso del poeta cubano Indio Naborí. Su poema Placa en la puerta del partido fue muy popular en la izquierda para fortalecer la mística. El verso final dice así: “…aquí tienes que ser/ el último en comer/ el último en dormir/ el último en tener/ y el primero en morir”.14 Estas ideas que rezaban los militantes para ir a la lucha son una expresión de la barrera religiosa que hay entre la izquierda y el mercado. En el pensamiento extremista, la pobreza es un valor, no un problema que debe resolverse.

Con una izquierda pobre y perseguida, resultó fácil contraponer codicia y ambición a justicia y solidaridad. Pero ¿qué ocurre en las almas izquierdistas cuando la realidad demuestra que la codicia y la ambición son más eficientes para desarrollar la economía y reducir la pobreza? ¿Qué les ocurre cuando el poder los coloca frente a las tentaciones de la sociedad de consumo?

Tienen dos caminos: entrar honestamente a la normalidad o volverse corruptos y cínicos. Castro insistía en que el centro del debate era la naturaleza del hombre y que ésta era ser solidario. Utilizaba ejemplos de guerras y tragedias para demostrarlo. En realidad, éste es el centro del error, porque el ser humano no es ni solidario ni egoísta por naturaleza. Como dice Martin Nowak: “La competencia y la cooperación han funcionado desde el primer momento para dar forma a la evolución de la vida en la Tierra, desde las primeras células hasta el Homo sapiens. Por lo tanto, la vida no es sólo una lucha por la supervivencia: también es, podría decirse, un abrazo para la supervivencia”.15

Guevara decía que el revolucionario es el eslabón más alto de la especie humana y la extrema derecha piensa lo mismo de los empresarios. Ambas ideas llevan a la corrupción, la primera porque va contra la naturaleza humana y la segunda porque si todo asume tener el dinero como propósito, los policías, los jueces, los maestros necesitarán volverse corruptos para no ser especies inferiores. El estilo de vida es irrelevante, da igual si se vive con comodidades cuando esto es resultado del esfuerzo personal o si se es austero por opción personal. Existen ricos austeros y pobres que derrochan lo que no tienen. Hay en la izquierda quienes, sin sufrir retorcijones ideológicos, optaron por la corrupción. En Nicaragua, Daniel Ortega es ahora tan rico como el exdictador Somoza; los bolivarianos venezolanos son multimillonarios con cuentas de hasta miles de millones de dólares y los generales cubanos son ahora los dueños de la industria turística. Un conocido izquierdista español se disfraza de pobre en el congreso, pero usa chaqué en los eventos de la farándula; cuando era candidato cuestionaba a quienes tenían casas de 600 000 euros y terminó comprándose una del mismo precio. La primera vez que probé caviar fue con Fidel Castro, una misión iraní le dejó una dotación de regalo, pidió vino francés de excelente calidad y me dijo que las exquisiteces no debían ser sólo para los ricos. Ni el yate ni las langostas frescas en Cayo Piedra eran cultura “proletaria”. La conclusión sería que la codicia puede también ser revolucionaria.

Cuando la riqueza proviene del poder político, perder el poder es quedar en la pobreza porque no se sabe hacer otra cosa. Entonces hay que defender el poder a toda costa, como en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Pero ya no se está defendiendo el socialismo ni a los pobres, sino los privilegios personales de los dirigentes y sus familiares. La corrupción en la extrema izquierda establece una relación de amor y odio con la riqueza que deriva en una vulgar transición de revolucionarios a ladrones.

La aceptación de la economía de mercado para la izquierda tiene dos componentes fundamentales: el personal y el programático. El primero es aceptar que no es malo tener y el segundo es entender que los que saben generar riqueza son indispensables. Cuando no se comprende esto, el deseo de superación, una aspiración natural en todos los seres humanos acaba representada exclusivamente por las derechas.

La ambición humana es el motor de la generación de riqueza y crecimiento económico. Por ello, el propósito marxista de desarrollar las fuerzas productivas lo han ejecutado mejor las derechas. Las izquierdas se tomaron en serio el evangelio de San Mateo que dice: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos”. Deng Xiaoping, padre ideológico de la transición de China al capitalismo, se mofaba de quienes decían que “si un granjero tenía tres patos era socialista, pero si tenía cinco, era capitalista”.16 Esto ocurre en Cuba cuando el gobierno regula el número de mesas que pueden tener los restaurantes privados. A Deng se le atribuye la más valiosa cita sobre el cambio en China: “Enriquecerse es glorioso”. Quienes venimos de la izquierda sabemos que esta idea es fundamental porque fusiona lo individual con lo programático e implica una ruptura con el voto de pobreza de la izquierda, que al igual que el celibato de los curas, genera perversiones porque va contra la naturaleza humana. La corrupción es para la izquierda marxista lo que la pedofilia es para la Iglesia católica.

No es casual que las derechas asuman en sus programas la producción y las izquierdas, la distribución. Tampoco es casual que cuando ya no hay mucho que repartir la izquierda pierda elecciones. La regla es que a mayor distancia del mercado se es más de izquierda, sin embargo, a la hora de gobernar el resultado es que a mayor distancia del mercado corresponde mayor fracaso. Los gobiernos de extrema izquierda de Evo Morales y Daniel Ortega no se pelearon con el mercado y sus resultados económicos contrastan con los fracasos venezolano y cubano. El marxismo, en el consciente y el subconsciente de las izquierdas, genera un conflicto moral con el espíritu emprendedor. Los empresarios son definidos como enemigos o como aliados indeseables.

La izquierda necesita romper con la idea de la igualdad absoluta y aceptar la legitimidad de la ganancia, de la acumulación y de la diferencia. Los empresarios son capital humano como lo son los profesionales de alta calificación, sin éstos no hay crecimiento económico. La izquierda debería tener empresarios en sus filas. La sensibilidad social y la solidaridad no son incompatibles con el espíritu emprendedor, los ricos también pueden irse al cielo. Sin duda hay empresarios que abusan de los trabajadores, pero igual hay doctores que abusan de sus pacientes y no por ello debemos quedarnos sin doctores.

Para quienes viven en el mundo normal, este debate puede parecer tonto, pero estos son los cuellos de botella ideológicos y morales que enfrenta ahora la utopía cubana. Necesitan, como me dijo Fidel, “cuestionar sus verdades” y aceptar que éstas siempre fueron mentiras.

A raíz de la pandemia los izquierdistas dicen que viene el fin de la globalización y del neoliberalismo, alias del capitalismo. El problema es que el capitalismo es reformable, lo que no se puede reformar es el socialismo marxista cubano, como no era reformable el soviético que se autodestruyó cuando Gorbachov intentó hacerlo. El propio Fidel Castro después de reunirse con Gorbachov me dijo que éste iba a destruir a la Unión Soviética tal como ocurrió. Stephen Kotkin habla de “autodestrucción ideológica” y usa la figura de las famosas muñecas rusas matrioska diciendo que “dentro de Gorbachov estaba Kruschov, dentro de Kruschov estaba Stalin, y dentro de Stalin estaba Lenin. Los predecesores de Gorbachov habían construido un edificio que tenía minas que provocaron su propia detonación al impulsar la reforma”.17

El neoliberalismo es sólo una variable del capitalismo con menos Estado y más mercado. Capitalismo es también la Revolución de José Figueres en Costa Rica, el Nuevo Trato de Franklin Roosevelt, el Estado de Bienestar de Suecia, Noruega y Dinamarca, y la modernización española que ejecutó Felipe González. La pandemia obliga a fortalecer el rol subsidiario del Estado en todas partes, pero el capitalismo continuará siendo el motor de la economía para generar empleos, proporcionar ingresos a los gobiernos y reducir la pobreza. En Gran Bretaña, cuna del neoliberalismo, el gobierno está pagando los salarios de once millones de trabajadores. Esto no es bondad, es comprensión de cómo funciona la economía. El capitalismo no va a terminar. Lo que viene es la competencia entre dos tipos de capitalismos: el liberal democrático y el capitalismo con dictadura. Cuba no está en ninguno de esos dos grupos.

China no regresará al maoísmo, Putin no va a expropiar a los oligarcas rusos y Vietnam no renunciará a los progresos que ha logrado. En estos tres símbolos de utopías fallidas “enriquecerse ha sido glorioso”; la colección de whisky más cara del planeta, valuada en 14 millones de dólares, pertenece a un millonario vietnamita que vive en la ciudad Ho Chi Minh. En las calles donde antes caían bombas estadunidenses ahora transitan vehículos Ferrari, Aston Martin y hay tiendas de Oscar de la Renta, Louis Vuitton, Gucci, relojes Patek Phillipe y joyerías de Tiffany. La transformación capitalista de Vietnam logró que las exportaciones pasaran en los últimos veinte años de 10.000 millones a 230.000 millones de euros. En ese mismo período las exportaciones de Cuba pobremente pasaron de 1.400 millones a 2.100 millones de euros mientras su capital se está cayendo y en sus calles circulan vehículos con hasta setenta años de antigüedad. La Habana ocupa la posición 192 en índice de calidad de vida de un total de 231 posiciones.18 Estados Unidos mató cinco millones de vietnamitas y destrozó el país, y ahora los estadunidenses llegan por miles como turistas y son bien recibidos. Todos los argumentos del régimen cubano sobre el embargo y las sanciones estadunidenses son nada comparadas con los treinta años de guerra que sufrió Vietnam contra dos potencias.

El fracaso económico de Cuba no es culpa de Estados Unidos, sino del conflicto religioso de los comunistas cubanos con la ganancia, la creatividad, el espíritu emprendedor y el deseo de superación de sus ciudadanos.

La economía siempre ha tenido tendencia a globalizarse y, al igual que el mercado, existe desde antes que existiera el capitalismo; ambos fenómenos, mercado y globalización, son inevitables porque responden a la naturaleza humana. Quienes pelean contra las fuerzas del mercado acaban derrotados. La globalización se aceleró en las últimas décadas por el desarrollo del transporte y la revolución de las comunicaciones. Esto facilitó que los grandes capitalistas pudieran conectar sus industrias con las enormes reservas de mano de obra barata que existían en países pobres como China, India, México o Bangladesh. Un fenómeno similar de demanda y disposición de mano de obra ocurrió salvajemente en los siglos XVI, XVII y XVIII con el comercio de esclavos africanos, resultado de la conquista y colonización europea en América.

La globalización actual ha tenido, entre otras, tres consecuencias importantes: generó fortunas sin precedentes, sacó a centenares de millones de gentes de la pobreza y abarató las manufacturas llevando la sociedad de consumo a todas partes. Sin duda ha tenido consecuencias negativas ambientales, injusticias con millones de trabajadores, severa desigualdad y otras. Pero si la globalización desapareciera como dicen los izquierdistas, sería una gran catástrofe para los más pobres. Va a reacomodarse, pero no a desaparecer.

El riesgo de que aparezcan nuevos gobiernos autoritarios resultado de la pandemia es un tema político, la democracia no es universal y podría perder terreno, pero el carácter capitalista de las economías no está en cuestión. La recesión económica generada por la pandemia provocará protestas sociales y problemas a la clase política en todas partes, incluidos China, Rusia, Gran Bretaña, Brasil, México y Estados Unidos. Pocos gobiernos saldrán bien librados, ya sean de derecha o izquierda, pero hay que estar locos para pensar que habrá revoluciones populares comunistas en alguna parte. El capitalismo sufrirá reformas y sobrevivirá; lo que no sobrevivirá es la utopía estatista cubana y el desastre del socialismo del siglo XXI en Venezuela. Pueden seguir un tiempo más como muertos que caminan, pero el modelo marxista no va a resucitar y la aproximación de su final tiene consecuencias.

Después de inicios de la Revolución en 1959, Fidel Castro definió que la defensa de Cuba debía hacerse generando o expandiendo conflictos armados en Latinoamérica. La invasión de bahía de Cochinos, la expulsión de Cuba de la OEA y el predominio de dictaduras militares en casi todo el continente justificaban la lucha armada. La frase de Guevara de “crear uno, dos, tres Vietnams” era una forma de defender a Cuba. Se trata de algo militarmente básico, si te quedas encerrado en tu territorio, tu defensa será débil y tu enemigo podrá concentrar ofensivamente sus fuerzas contra tus posiciones. Para evitar esto es indispensable una defensa ofensiva que disperse, distraiga, agote y obligue a tu enemigo a combatir en un territorio más amplio.

Cuando Stalin estableció gobiernos comunistas satélites en Europa del Este no estaba haciendo revoluciones por solidaridad con los trabajadores de estos países. Estaba ampliando la defensa territorial de la Unión Soviética. El general Vo Nguyen Giap, uno de los más brillantes estrategas de la historia, jefe de las fuerzas vietnamitas en la guerra contra franceses y estadunidenses, mantuvo una ofensiva permanente sobre Vietnam del Sur con operaciones regulares e irregulares hasta alcanzar la victoria y reunificar su país. En El Salvador los guerrilleros aplicamos este principio con una estrategia sistemática de sabotajes y golpes de mano en las ciudades y territorios que controlaba el gobierno. Nuestros ataques rápidos y el sabotaje obligaron a los militares a invertir mucha fuerza en protegerse y cuidar la infraestructura. Con ello el crecimiento y la capacidad ofensiva que había logrado Estados Unidos fueron anulados y en 1989 entramos a San Salvador.

Cómo se defendió Cuba poniéndose a la ofensiva es una larga historia que abordaré en una siguiente entrega: Cuba: defensa y agonía.

Exjefe guerrillero salvadoreño, consultor en seguridad y resolución de conflictos. Asesor del gobierno de Colombia para el proceso de paz.

1 Consultar: https://bit.ly/2Vg8V3R.

2 Cita tomada de Gray, J. Misa negra, Editorial Paidós, 2008.

3 Ibid.

4 Ibid., p. 43.

5 Tomado de Botín, V. Los funerales de Castro, Editorial Ariel, 2009, p. 117.

6 Ver: https://bit.ly/2Np7wU7.

7 Vargas Llosa, M. La llamada de la tribu, versión electrónica.

8 https://bit.ly/2B65lCw.

9 Consultar: https://bit.ly/2B65xBK.

10 Galeas, G., y Ayalá, B. Grandeza y miseria en una guerrilla. Informe de una matanza, Centroamérica 21, El Salvador, 2008.

11 Morales, M. R. Los que se fueron por la libre, Editorial Consucultura, 2.ª edición 2008, p. 37.

12 Las respuestas a los cuestionamientos de los periodistas están disponibles en: https://youtu.be/9R4OU4gbkz4, https://youtu.be/TAFtAUM56QI.

13 La entrevista puede consultarse aquí: https://youtu.be/-x4tkkNkmNE.

14 https://bit.ly/3ezhQFk.

15 Nowak, M. A. “Why We Help”, Scientific American, julio de 2012.

16 Vogel, E. F. Deng Xiaoping and the transformation of China, Harvard University Press, 2013, p. 227.

17 Kotkin, Stephen, Armaggedon Averted: The Soviet Collapse, 1970-2000, Oxford University Press, 2008, p. 82.

18 https://cnn.it/2YuwNmf.

1 de julio 2020

nexos

https://www.nexos.com.mx/?p=48573#.Xwo7lm0JLTV.whatsapp1 de julio 2020

 30 min


Joseph S. Nye, Jr.

Muchos analistas sostienen que el ascenso de China y la elección del presidente estadounidense Donald Trump pusieron fin al orden internacional liberal. Pero si Joe Biden derrota a Trump en la elección de noviembre, ¿debería tratar de revivirlo? Probablemente no, pero sí reemplazarlo.

Los críticos señalan, con razón, que el orden liderado por Estados Unidos después de 1945 no fue ni global ni fue siempre muy liberal. Dejaba fuera a más de la mitad del mundo (el bloque soviético y China) e incluía a muchos estados autoritarios. Lo de la hegemonía estadounidense siempre fue exagerado. Pero lo cierto es que el país más poderoso debe llevar la delantera en la creación de bienes públicos globales; de lo contrario nadie los proveerá (y los estadounidenses saldrán perjudicados).

La pandemia actual es un buen ejemplo. Un objetivo realista para una presidencia de Biden debería ser establecer instituciones internacionales basadas en reglas, con membresías diferentes para temas diferentes.

¿Aceptarán China y Rusia participar? En los años noventa y dos mil, estos países no podían contrarrestar el poder estadounidense, y Estados Unidos pasó por alto el principio de soberanía, en pos de la defensa de los valores liberales.

Bombardeó Serbia e invadió Irak sin aprobación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y en 2005 apoyó una resolución de la Asamblea General de la ONU que instituyó la «responsabilidad de proteger» a ciudadanos de otros países contra la violencia de sus propios gobiernos; luego en 2011 usó esta doctrina para justificar el bombardeo de Libia a fin de dar protección a la población de Bengasi.

Los críticos describen estos hechos como un ejemplo de orgullo estadounidense post‑Guerra Fría. Por ejemplo, cuando la intervención de la OTAN en Libia dio lugar a un cambio de régimen, Rusia y China se sintieron engañadas. Los defensores de la doctrina, en cambio, la presentan como la evolución natural del derecho humanitario internacional. En cualquier caso, el incremento del poder de China y de Rusia puso límites más estrictos al intervencionismo liberal.

¿Qué queda entonces? Rusia y China recalcan el principio de soberanía de la Carta de las Naciones Unidas, según el cual los estados solamente pueden ir a la guerra en defensa propia o con aprobación del Consejo de Seguridad. La captura por la fuerza de territorios de países vecinos ha sido infrecuente desde 1945, y allí donde sucedió, dio lugar a costosas sanciones (por ejemplo, cuando Rusia anexó Crimea en 2014). Además, el Consejo de Seguridad ha autorizado muchas veces el despliegue de fuerzas de mantenimiento de paz en países convulsionados, y la cooperación política limitó la proliferación de armas de destrucción masiva y misiles balísticos. Esta dimensión de un orden basado en reglas sigue siendo crucial.

Pero en el plano de las relaciones económicas se necesita una revisión de las reglas. Ya mucho antes de la pandemia, el sistema híbrido de capitalismo de Estado chino era sostén de un modelo mercantilista injusto que distorsionó el funcionamiento de la Organización Mundial del Comercio. El resultado será un desacople de las cadenas globales de suministro, sobre todo allí donde esté en juego la seguridad nacional.

Aunque China protesta contra la negativa estadounidense a que empresas como Huawei construyan redes de telecomunicaciones 5G en Occidente, la postura de Estados Unidos es compatible con el principio de soberanía. No olvidemos que China apela a razones de seguridad para impedir a Google, Facebook y Twitter operar en su territorio. La negociación de nuevas reglas comerciales puede ayudar a evitar un agravamiento del desacople. En tanto, la crisis actual no ha debilitado la cooperación en el crucial ámbito financiero.

Pero la interdependencia ecológica alza ante el principio de soberanía un obstáculo insuperable, dado el carácter transnacional de las amenazas. Por más que retroceda la globalización económica, la globalización ambiental continuará, porque obedece a las leyes de la biología y de la física, no a la lógica de la geopolítica contemporánea. Estas cuestiones afectan a todos, pero ningún país puede manejarlas por separado. En temas como la Covid‑19 y el cambio climático, el poder admite una dimensión de suma positiva.

En este contexto, no basta pensar en ejercer el poder sobre otros. También hay que pensar en ejercer poder con otros. El acuerdo de París sobre el clima y la Organización Mundial de la Salud suponen beneficios para Estados Unidos y para los otros países. Desde el encuentro de Richard Nixon con Mao Zedong en 1972, las diferencias ideológicas no han impedido la cooperación entre China y Estados Unidos. La pregunta difícil para Biden es si ambos países podrán cooperar en la provisión de bienes públicos globales al tiempo que compiten en las áreas tradicionales de la rivalidad entre grandes potencias.

Hay una nueva cuestión importante (el ciberespacio), que aunque es en parte transnacional también está sujeta al control de los gobiernos soberanos. Internet ya está parcialmente fragmentada. Aunque un acotado círculo de democracias puede elaborar normas de libertad de expresión y privacidad en Internet, los estados autoritarios no las respetarán.

Como señala la Comisión Mundial sobre la Estabilidad del Ciberespacio, existen ciertas normas que protegen la estructura básica de Internet, cuyo cumplimiento también interesa a los estados autoritarios, en la medida en que quieran conectividad. Pero allí donde esos actores usen proxies como herramientas para la guerra informativa o para interferir en elecciones (violando así la soberanía de otros países), dichas normas no serán suficientes, y habrá que complementarlas con reglas como las que negociaron Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría (pese a la hostilidad ideológica) para limitar el riesgo de escalada de incidentes en altamar. Estados Unidos y otros países con ideas similares tendrán que anunciar qué normas tienen intención de defender, y se necesitarán medidas de disuasión.

La insistencia en la defensa de los valores liberales en el ciberespacio no implica un desarme unilateral de Estados Unidos, sino más bien distinguir entre el poder blando permitido de la persuasión no encubierta y el poder duro de la guerra informativa encubierta; en el segundo caso corresponde que Estados Unidos tome represalias. Esto implica aceptar programas y actividades de difusión de Rusia o China que se realicen en forma no encubierta, pero oponerse a conductas encubiertas coordinadas, como la manipulación de las redes sociales. Además, Estados Unidos debe seguir criticando el desempeño de estos países en materia de derechos humanos.

Las encuestas muestran que la población estadounidense quiere evitar intervenciones militares, pero no abandonar las alianzas y la cooperación multilateral. Y todavía da importancia a las cuestiones de valores.

Si Biden gana la elección, la pregunta que deberá responder no es si es necesario restaurar el orden internacional liberal, sino si Estados Unidos puede trabajar con un núcleo interno de aliados para promover la democracia y los derechos humanos, y al mismo tiempo cooperar con un conjunto más amplio de estados en lo referido a la gestión de las instituciones internacionales basadas en reglas que se necesitan para enfrentar amenazas transnacionales como el cambio climático, las pandemias, los ciberataques, el terrorismo y la inestabilidad económica.

6 de julio 2020

Traducción: Esteban Flamini

Project Syndicate

https://www.project-syndicate.org/commentary/biden-must-replace-liberal-...

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El 01 de julio la reforma constitucional propuesta por Putin obtuvo amplia mayoría: nada menos que un 70%. Ese día el pueblo aprobó un paquete de 170 modificaciones de las cuales solo tres eran importantes. La primera, un anzuelo: reformas sociales frente a las cuales nadie podía estar en contra. El segundo, un signo simbólico: la prohibición legal del matrimonio gay. El tercero y más decisivo: teóricamente Putin podrá mantenerse en el poder -y probablemente se mantendrá – por un plazo de ¡26 años! Triunfo que la opinión pública mundial ha interpretado como consolidación autocrática del jerarca. Interpretación correcta, pero incompleta.

Es obvio que el objetivo de Putin es concentrar todo el poder en sus manos. No obstante, ese poder será consolidado no solo como un proyecto de dominación personal, sino - este es el punto crucial – como parte de un plan imperial con ramificaciones mundiales. Desde esa perspectiva la reforma constitucional dista de ser un fin en sí. Antes que nada debe ser considerada como un medio destinado a reforzar el frente interno en aras de una expansión externa la que por el momento parece ser imparable.

Decir que él es un nuevo Zar, decir que su objetivo es refundar a la URSS y, sobre todo, decir que intentará restituir el poder mundial de Rusia, son verdades indiscutibles. Pero son verdades a medias. Hay otra verdad superior. Y esa verdad nos dice: el proyecto imperial de Putin, si bien hunde raíces en los pasados zaristas y soviéticos, no es un proyecto puramente restaurador. Putin, para decirlo en breve, no es el nuevo Iván el Terrible ni el nuevo Pedro el Grande. Pero tampoco es el nuevo Lenin ni el nuevo Stalin.

El imperio Putin del siglo XXl - a diferencia del zarista que fue un imperio monárquico y del soviético que, ideologías aparte, fue un clásico imperio colonial del siglo XX - es un imperio de nuevo tipo, adaptado a condiciones determinadas por la globalización de la economía, en pleno periodo de la revolución digital. Por eso, antes de enfocarnos en el imperio Putin, será necesario acentuar algunas diferencias entre los tres imperios rusos.

Tesis: El primero, el zarista, fue un imperio pre-moderno. El segundo, el soviético, un imperio moderno. El tercero, el de Putin, es un imperio post-moderno.

El primero fue un clásico imperio medieval, basado en la expansión militar y territorial. El segundo nació de la revolución industrial europea de acuerdo a los dictados de un despotismo de tipo asiático organizado en torno a una casta de poder fundada por Lenin y después perfeccionada por Stalin: el Partido Comunista, partido y estado a la vez.

Como los grandes imperios coloniales de la época, el francés y el inglés entre otros, el soviético estableció un área colonial, primero en sus inmediaciones asiáticas y, después de la segunda guerra mundial, en diversos países europeos (el “mundo comunista”). Pero al mismo tiempo amplió diversas zonas de influencia en el sur asiático (en China, luego en Corea del Norte, Vietnam, Laos y Camboya) en el Oriente Medio (Egipto, Libia, Siria, Irak) e, incluso, en América Latina (Cuba). El soviético llegó a ser así - es su diferencia fundamental con el zarista - un imperio de dimensiones mundiales. Pero a diferencia de los imperios europeos de la era industrial, el soviético agregó al sistema de dominación militar una meta-ideología construida sobre la base de dogmas y divinidades faraónicas: el marxismo-leninismo.

El fin del imperio soviético ha sido datado en 1989-1990, con el derrumbe del comunismo, primero en países europeos, después en la propia URSS. Pero desde una perspectiva histórica podemos afirmar que dicho derrumbe no fue un momento milagroso sino que parte de un proceso marcado por continuos cismas.

Todo comenzó desde el cisma yugoeslavo de 1948, con el mariscal Josep Broz Tito a la cabeza. Luego, durante los cincuenta, con intentos de deserción que fueron sangrientamente aplastados en Europa (Hungría, Polonia, Alemania del Este). A esos hechos siguió el gran cisma asiático conducido por Mao Tse Tung, a comienzo de los sesenta. El abortado cisma checoeslovaco de 1968 fue el motivo que impulsó el cisma del partido comunista italiano, marca importante pues cerró para siempre las posibilidades de expansión soviética hacia la Europa democrática. La ascensión de Michael Gorbachov (1990) fue la cristalización de un largo desmontaje comenzado con la “desestalinización” de Nikita Jruschev.

La obra “deconstructiva” de Gorbachov sería completada por Boris Jeltzin quien reclutó como ayudante a un joven agente secreto llamado Vladimir Putin quien no tardaría en convertirse en su brazo derecho. Después del retiro del alcoholizado Jeltzin, Putin asumiría el poder sin contrapeso alguno.

Ahora bien, nadie puede saber si el proyecto de construir un imperio era desde un comienzo parte de la utopía de Putin o si ese plan fue construido a partir de circunstancias aparecidas en su camino. Lo que sí sabemos es que el plan Putin no solo está en marcha sino, además, sus pilares han sido levantados hasta el punto que ya podemos detectar algunas de las características fundamentales del nuevo imperio.

Como todo proceso nuevo, el imperio Putin conserva rasgos de formaciones imperiales pretéritas. Del mismo modo que el imperio zarista, Putin no renuncia ni renunciará a las anexiones territoriales, sobre todo en los entornos de Rusia. Chechenios, georgianos, habitantes de repúblicas asiáticas liberadas durante Jetlzin (Ubekistan, por ejemplo), han sido perseguidos y asesinados sin clemencia. En Bielorusia gracias a la mano sangrante de Lucazenzko, Rusia no necesita intervenir. Todos estos son para Putin reservados naturales de Rusia. Para los gobiernos de Occidente también. No olvidemos que Barak Obama calificó al de Putin como a un imperio regional, es decir, una potencia asiática periférica ante la cual el mundo democrático no tenía nada que temer. La ocupación de Crimea por tropas rusas lo obligaría a desdecirse. Y cuando se dio cuenta que Putin, usando la táctica de “la lucha en contra del terrorismo”, se había apoderado de Siria, fue demasiado tarde para reaccionar. Rusia ya era un imperio supra- regional.

Por el momento Putin no es una amenaza militar para Occidente. Probablemente el mismo autócrata no imagina escenarios bélicos en ese terreno. Pues el avance de Putin hacia Occidente no es militar, sino político. Esa es la diferencia que separa a Putin de Lenin y de Stalin. Mientras la relación de URSS hacia Occidente estaba basada en una carrera armamentista y en la penetración ideológica, Putin avanza usando estrategias flexibles, aplicando un método que podríamos llamar, “asociación de afinidades políticas”. Eso significa que Putin no impone a sus socios medidas coercitivas, mucho menos ideologías.

Para ser socio de Putin en su proyecto de lograr la máxima hegemonía política sobre Occidente, basta que los gobernantes de determinados países compartan tres puntos de su ideario político:

1: Primado del poder ejecutivo por sobre el parlamentario, es decir, de la autocracia por sobre la democracia.

2: Negación de normas y valores propagados por el liberalismo político (léase político, no económico)

3: Aversión hacia la cultura política occidental representada hoy día por la Europa moderna, fundamentalmente por la UE.

Cada gobierno, movimiento o partido que adscriba a esos tres principios fundamentales, pasa a ser socio objetivo del proyecto imperial ruso. Así, con habilidad y paciencia, Putin ha construido un sistema de relaciones basadas en la asociación voluntaria de gobiernos nacionalistas, políticamente compatibles entre sí. La mayoría de ellos, partidarios del estado confesional, sea esa confesión católica (Orban, Kaczynsk), islámica (Erdogan) u ortodoxa (el mismo Putin). Mediante esa estrategia asociativa, el espectro que cubre su área de influencia ha llegado a ser más extenso que el del imperio zarista y que el del imperio soviético.

Los gobiernos con los que enlaza Putin son tan autocráticos como el de Rusia. Por de pronto, en todos ellos el parlamento ha sido desplazado por un ejecutivo fuerte y autoritario representado en caudillos como Orban en Hungría , Kaczynsky en Polonia, Erdogan en Turquía, Vucic en Serbia y, en latitudes latinoamericanas, Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua. Además, del mismo modo como la URSS se valió de los partidos comunistas para promover la desestabilización interna en diversos países occidentales, Putin apoya a partidos y movimientos europeos-anti europeos, todos enemigos de la UE y del liderazgo continental de Angela Merkel, considerada por Putin como su enemiga principal.

La Liga de Salvini en Italia, Alternativa para Alemania, Vox y Podemos en España, el Partido Popular en Austria, el lepenismo en Francia, y muchos más, son partidos que, aún no siguiendo directamente las instrucciones de Putin, son afines con su política internacional. El Brexit encabezado por Johnson, no hay que olvidarlo, fue apoyado y celebrado por Putin. No sin razón ha sido dicho que Putin es el padre de todas las autocracias anti-liberales del mundo moderno.

El panorama que asoma, sobre todo en Europa Occidental, es sombrío. Nadie sabe si después del retiro de Merkel y de la época post-Macron en Francia, el liderazgo que hoy ejerce el eje francés-alemán podrá mantenerse. Contra esa posibilidad conspira la fractura del Pacto Atlántico y la política agresiva mantenida en contra de la UE y de la NATO por el candidato de Putin en los EE UU: Sí: Donald Trump.

Los EE UU de Trump han dejado de ser la nación líder en la lucha en contra de peligros anti-democráticos mundiales como fueron el nazismo y el comunismo. Trump mismo, siguiendo el dictado de su economismo nacionalista, privilegia relaciones bi-laterales con gobiernos autocráticos y dictatoriales, sean de derecha como Bolsonaro o de izquierda como López Obrador. Desde su punto de vista, esencialmente pragmático, no vale la pena llevar a cabo grandes negocios con gobiernos débiles sometidos a largas deliberaciones parlamentarias. De ahí su fascinación por gobiernos autoritarios e incluso dictatoriales, como anotara Bolton en su demoledor libro.

Si Trump mismo no se convierte en autócrata como su admirado Putin, es porque las estructuras democráticas de su nación (todavía) lo impiden. No obstante, si en noviembre del 2020 Trump logra su reelección, la objetiva alianza Putin-Trump será consolidada a nivel mundial. Si eso llega a suceder, la profecía distópica de George Orwell será cumplida: Un mundo subordinado a tres imperios: El económico de China, el económico militar de los EE UU y el geopolítico de Putin. El autócrata ruso está muy bien posicionado frente a esa eventualidad. Incluso podría aparecer ante la faz pública como mediador entre China y Rusia. Y nada menos que en nombre de la paz mundial.

La pandemia del 2020 y sus graves repercusiones económicas, será utilizada por los nacional-populistas (todos aliados de Rusia) para poner en jaque a los gobiernos democráticos. Muy pocos se han dado cuenta del peligro que se avecina. Entre esos pocos está Angela Merkel, decidida a convertir a la UE, del organismo burocrático y financiero que hoy es, en baluarte continental de la democracia representativa. De acuerdo a Merkel, el enemigo anti-democrático pro-Putin debe ser combatido no fuera, sino al interior de cada país democrático.

En su discurso de julio ante el Bundestag, de cara a las responsabilidades que Alemania deberá asumir hacia Europa, dijo Merkel: Los nacional-populistas “están esperando aprovechar los miedos y las tensiones sociales que producirá esta crisis, por lo que ayudar al impulso económico de todas las regiones de Europa es ahora un instrumento para luchar en contra del populismo”.

Lo que Merkel no dijo, pero sí dejó adivinar, es que las elecciones presidenciales en los EE UU serán decisivas para detener el avance del nacional populismo en Europa (y en América Latina también).

Una reelección de Trump será celebrada por Putin como un triunfo propio. De eso no cabe duda.

10 de julio 2020

Polis

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