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Opinión

A la memoria de Emeterio Gómez,

Incansable polemista, de una honestidad intelectual a toda prueba.

La explotación de la riqueza petrolera en Venezuela tuvo un impacto prodigioso sobre el bienestar material de su población durante buena parte del siglo XX. De ser uno de los países más pobres y atrasados de América Latina se convirtió, luego de décadas de explotación del crudo de sus entrañas, en uno de los más avanzados en muchos aspectos.

De acuerdo con las series estadísticas recopiladas por el economista escocés, Angus Maddison, Venezuela inicia el siglo XX con un ingreso per cápita inferior al de Colombia, la mitad del de México, la tercera parte del de Chile y Uruguay, y cuatro veces inferior al de Argentina, el país más desarrollado de la región. Solo Perú y Brasil, entre los grandes, se encontraban con niveles de ingreso parecidos.

Para finales de la segunda guerra mundial el ingreso promedio de cada venezolano sobrepasaba al de la Argentina y el de los países europeos, salvo el Reino Unido y Suiza. Sólo fue durante la década de los 70 que Italia pudo superar el ingreso per cápita de Venezuela y España en la década siguiente. Esta holgura de recursos atrajo mucha inmigración del viejo continente, en particular de España, Italia y Portugal, y posteriormente, de países latinoamericanos. Fue una bendición para una economía en rápido crecimiento como la nuestra, pues aportó espíritu emprendedor, know-how y sentido práctico, expresados en numerosos negocios que generaron empleo y bienestar. Esta posición privilegiada subsistirá hasta finales de la década de los ’70.

Con financiamiento de origen petrolero, el estado venezolano construyó autopistas, puertos, aeropuertos y dotó al país de un sistema eléctrico nacional que era envidia de la región. Temprano, en los años cuarenta, pudo erradicar la malaria y pronto siguieron otras endemias que diezmaban al campo. Los gobiernos democráticos, sobre todo, se forzaron porque la salud y la educación pública tuviesen la más amplia cobertura y fuesen de calidad, llegando el Hospital Clínico Universitario de Caracas a ser referencia médica para la cuenca del Caribe en las décadas sesenta y setenta.

El analfabetismo fue vencido y el país formaba una población creciente de profesionales que constituyeron la columna vertebral de la modernidad: ingenieros, médicos, educadores, científicos de variadas disciplinas, abogados y muchos más. La educación pública hasta niveles universitarios, gratuita y de calidad, dio lugar a una gran movilidad social, cumpliéndose los sueños de muchas familias humildes de ver a sus hijos vestir toga y birrete.

En los años ‘50 y ’60, la moneda venezolana mostró ser una de las más sólidas del mundo, exhibiendo el país una inflación menor, en promedio, que la de los Estados Unidos. Sin desconocer que todavía subsistían lacras propias de un país en desarrollo, era notorio que en Venezuela había operado lo que en otras latitudes se hubiera denominado como “milagro” económico.

Esta historia de éxitos, como hoy sabemos, se truncó hacia finales de los años ’70. A pesar de intentos de variados gobiernos posteriores por revivir esta dinámica o, precisamente, debido en gran medida a estos esfuerzos, los venezolanos vieron esfumarse sus expectativas de mejora como perceptores de un ingreso que hasta hace poco había obrado cambios prodigiosos. Esta frustración tiene que ver con la naturaleza de las instituciones que se fueron forjando en el país al calor de la explotación petrolera y su imbricación con el comportamiento político, económico y social de las élites que comandaron el desarrollo nacional.

Las posibilidades que ofrecía el caudal de ingresos provenientes de la exportación de crudo fueron asentando prácticas populistas cada vez más acentuadas, alimentadas por la ilusión de poder acelerar las metas del desarrollo. Fue conformándose una cultura política fuertemente enraizada en el rentismo –el usufructo dispendioso por parte del estado de rentas internacionales captadas por la venta de crudo en mercados mundiales--, que alimentó el petropopulismo.

En retrospectiva, puede decirse que los venezolanos pudimos vivir un Cuento de Hadas de clase media durante varias décadas del siglo pasado, alimentado por servicios públicos que funcionaban, una infraestructura moderna, empleo y acceso a educación gratuita y de aceptable calidad hasta el nivel universitario, que permitieron una vigorosa movilidad social. Ingresar a la clase media y realizarse ahí en lo personal, con carro y apartamento propios, estabilidad, posibilidades de viaje y de graduarse --y/o que sus hijos lo hicieran--, se transformó en sueño compartido por muchos venezolanos.

A pesar de las verrugas que subsistían en el sistema y que seguían interponiéndose a que estas condiciones fuesen efectivas para todos, no pocos lograron que se les cumpliera.

Pero estas condiciones también abrieron la puerta, luego de los ’70, para transformar ese sueño en congoja. Las expectativas creadas en torno al contrato social rentista se convirtieron en bumerang, activando resentimientos, frustraciones y odios incubados, una vez el deterioro de las condiciones económicas hizo imposible satisfacerlas.

Pulsando estos resortes se encumbró a finales de siglo un liderazgo populista narcisista, extremadamente irresponsable, que enfatizó la culpabilidad de quienes habían fracasado como fórmula para su triunfo político, en vez de convocar al pueblo en procura de respuestas serias a los nuevos desafíos.

El nuevo Cuenta de Hadas pregonado, bolivariano y patriotero, resultó aún más ajeno a las posibilidades del país que el anterior y degeneró rápidamente en pesadilla. Retrotrajo a Venezuela a las peores experiencias de su pasado, instaurando un militarismo corrupto que ha destruido a la nación.

El nivel de criminalidad puesta de manifiesto por una nueva oligarquía que, desde el poder, ha erigido esta abominación como fundamento de su beneficio personal, no puede excusarse a cuenta de que las raíces de este populismo “revolucionario” malsano encontraron tierra fértil en las deficiencias de la democracia bipartidista.

Quienes abonaron ese terreno y lo regaron para que brotara tan venenosa hierba se propusieron deliberadamente acabar con el régimen de libertades que había caracterizado, con sus aciertos y defectos, la vida de los venezolanos durante tantos años.

Venezuela habrá de despertar, más temprano que tarde, de la pesadilla militarista. Pero ya no será para dejarse llevar por un nuevo Cuento de Hadas, sino para encarar la dura realidad de un país destruido.

Ya no será factible, y mucho menos aconsejable, poner todos sus huevos en una única cesta petrolera para asegurar el bienestar de su población. Esto significa desarrollar una economía competitiva, más allá del petróleo, capaz de generar empleo cada vez mejor remunerado, y de sostener una gestión pública comprometida con la superación de la abismal depresión en que nos sumieron las mafias que aun expolian a la nación.

Si bien debemos aprovechar la renta petrolera que resulte de la recuperación de esta industria para encarar esos retos, la ventana de oportunidades que ello representa se nos ha ido cerrando por el compromiso mundial de ir acabando con su dependencia de combustibles fósiles.

La nueva Venezuela habrá de desenvolverse en un marco institucional radicalmente distinto al que dio credibilidad al Cuento de Hadas de clase media y, por supuesto, al de la pesadilla bolivariana.

No hay otra forma de lograrlo que, promoviendo una ciudadanía protagónica, consciente de sus derechos, pero también de sus deberes, que desactive los resortes del nacionalismo patriotero, del militarismo y de los mitos comunistas con base en los cuales logró un caudillo decimonónico enseñorearse del país en pleno siglo XXI, alardeando ser hijo de Bolívar.

La nueva institucionalidad tendrá que armarse construyendo ciudadanía –un reto crucial en lo que respecta a la cultura política del venezolano-- y adecuando el marco normativo para garantizar un mayor equilibrio de poderes, con amplios resguardos en cuanto a la observación de los derechos humanos.

El legado de Emeterio Gómez vivirá en la fructificación de esa nueva Venezuela.

Economista, Profesor UCV

 6 min


I.- Participación Ciudadana en la visión iberoamericana.

Por más de 25 años las Cumbres Iberoamericanas de Jefes de Estados y de Gobierno han servido de espacio para que los gobiernos que han participado en esos encuentros periódicos reafirmen su respectivo compromiso de facilitar la participación de sus ciudadanos en la gestión pública respectiva.

Según la Carta Iberoamericana de Participación Ciudadana en la Gestión Pública, aprobada en la XIX Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno celebrada en Portugal en el 2009, por gestión pública debe entenderse todo aquello que realiza directamente el Estado o que ésta realiza de manera compartida con las organizaciones sociales o el sector privado, o la que es gestionada directamente por éstos.

Ese documento iberoamericano presenta la participación ciudadana en la gestión pública como un proceso de construcción social de las políticas públicas que, conforme al interés general de la sociedad democrática, canaliza, da respuestas o amplía los derechos económicos, sociales, culturales, políticos y civiles de las personas, y los derechos de las organizaciones o grupos en que se integran, así como los de las comunidades y pueblos indígenas.

Además, reconoce que la participación ciudadana en la gestión pública es:

-Un derecho del ciudadano exigible a los poderes públicos.

-Una responsabilidad cívica, que demanda del ciudadano Iberoamericano el compromiso por:

a. Conocer y hacer un uso adecuado de los mecanismos de participación.

b. Informarse sobre los aspectos de interés público, así como sobre las competencias asignadas a la entidad pública a la cual se dirija.

c. Escuchar las razones presentadas por los representantes de la Administración Pública y, en los casos de ser necesaria la contra argumentación, hacerlo de acuerdo a razones que obedezcan a la mayor objetividad posible y mediante una actitud de diálogo.

d. Respetar y propiciar decisiones públicas que prioricen el interés general de la sociedad.

e. Intervenir en los procesos de evaluación de la participación ciudadana, así como de sus actuaciones, de manera que permita aprendizajes para su mejora.

Para la comunidad política iberoamericana el ciudadano está llamado a contribuir, de manera individual o colectiva, con el bien común y los intereses generales de la sociedad y en consecuencia, toda política de participación ciudadana en la gestión pública tiene que estar inspirada en el principio de corresponsabilidad.

-Una obligación del Estado que a través de sus poderes públicos debe propiciar:

a. El acceso a información de interés general, su difusión activa y la posibilidad de consulta a través de medios físicos, audiovisuales y electrónicos.

b. La difusión pública de los canales de comunicación abierta y permanente con cada área de la Administración.

c. La invitación pública a la ciudadanía a vincularse con la Administración sin otro requisito que su condición de ciudadano y ciudadana.

d. La respuesta en tiempo y forma adecuada a toda consulta, solicitud o propuesta presentada.

e. La provisión de mecanismos participativos especiales para incluir a todo ciudadano y ciudadana que por su lengua, condición social y cultural, discapacidad, ubicación geográfica u otras causas tenga dificultades para comunicarse con la Administración, o limitaciones para acceder a los mecanismos de participación ordinarios.

f. Instrumentar mecanismos de colaboración adecuados para que los pueblos indígenas, las comunidades o colectivos de ciudadanos, se estructuren y definan sus propias fórmulas de representación interna a fin de hacer viable el diálogo con las Administraciones Públicas.

g. La gestión transparente de intereses a instancias de colectivos ciudadanos para manifestar reclamos, propuestas o consultas en el marco de las políticas y normas vigentes.

En el marco de todo lo expuesto, y principalmente en tiempos de pandemia, cuando la cuarentena obliga a los ciudadanos a permanecer en casa y se exige una política de distanciamiento social, resulta interesantes preguntarse:

¿Cómo la tecnología y la participación se hacen aliadas para que la responsabilidad cívica del ciudadano pueda concretarse en hechos concretos y así contribuir con el desafío de frenar el COVID-19 asumiendo los obstáculos excepcionales que existen?

III.- La participación ciudadana promovida por gobiernos locales españoles en tiempo de pandemia.

La Constitución española, coherente con la visión de la comunidad iberoamericana reconoce la participación del ciudadano en los asuntos públicos como un derecho y como una obligación del Estado, que a través de los poderes públicos debe promover la igualdad y libertad para que todo ciudadano, de manera individual o colectiva pueda ejercer de manera efectiva el derecho a participar, que luego de más desarrollado en otras normas jurídica a través de leyes autonómicas, por ejemplo.

En los siguientes párrafos se valorará cómo los Ayuntamientos de Alcobendas, Barcelona, Madrid, Parla, San Sebastián de los Reyes, Valencia y Zaragoza abordan la participación del vecino en tiempos de pandemia a través de sus respectivos portales web.

En términos generales, la colaboración de cada vecino con ideas, propuestas o incluso con información concreta, así como también a través de la donación de recursos económicos para enfrentar la crisis sanitaria, son acciones concretas que los Ayuntamientos señalados previamente han promovido a través de sus plataformas web para incluir al ciudadano como actor efectivo en la tarea de contribuir con la comunidad y su bienestar en tiempos difíciles.

De los 7 portales web revisados, hay 4 Ayuntamientos que han desarrollado iniciativas concretas y puntuales que les permite canalizar el deseo de sus vecinos de colaborar con la comunidad a través de distintas modalidades de participación.

En Barcelona, a través del portal web BARCELONA DESDE CASA, el Ayuntamiento con un recurso denominado ¿Cómo puedo colaborar?, canaliza la expectativa del vecino interesado a través de algunas iniciativas entre las cuales se destacan las siguientes: Programa “Barcelona Recorda”: que invita a los vecinos a expresar sus sentimientos, emociones y vivencias, así como también las condolencias de manera virtual y registrar aquellas historias de apoyos colectivos en el marco de la crisis sanitaria. Esta oportunidad cuenta con su propio portal web cuya denominación es el mismo nombre del programa.

-Programa iniciativas desde casa, a través de una plataforma denominada Decidim, los vecinos pueden presentar una iniciativa o bien consultar aquellas que ya están registradas orientadas al apoyo mutuo y cuidados, información que incluso puede revisar por cada distrito.

-Programa Estimat Diari, otra plataforma web, que invita a los niños a enviar un dibujo, video y a preguntar inquietudes a la Alcaldesa utilizando a tal fin el whatsapp y quien en un programa semanal de 30 minutos procederá a responderles vía canal youtube.

-Programa para donar material sanitario y participa en el llamamiento a las empresas para que ofrezcan soluciones

-Implícate en las redes de apoyo comunitario de la ciudad

Por su parte el vecino de Zaragoza, a través del portal denominado CORONAVIRUS (COVID-19) puede identificar con facilidad las opciones que ha diseñado el municipio para facilitar su participación; ese recurso está identificado en el portal web como ZGZayuda, que a su vez es una APP gratuita y tiene su propia plataforma web.

Esas opciones que canalizan el deseo del vecino de Zaragoza de participar solidariamente con la comunidad son presentadas de la siguiente forma:

Llevando lo que necesites a tu casa.

Puedo ayudar con su mascota.

Llamando por teléfono a aquel que necesite compañía.

Ofreciendo mis servicios de forma remota.

Llevando la compra a casa.

Así mismo, otra modalidad de participar los ciudadanos y también las empresas es a través de las donaciones, las cuales son canalizadas a través del programa Vamos ZARAGOZA el cual es promovido en conjunto con la Fundación Ibercaja e Ibercaja Banco.

Por su parte, en Madrid el vecino en la sección A UN CLIC, podrá identificar los programas que se han diseñado para canalizar la participación del ciudadano, y que puede revisar específicamente a través del recurso denominado iniciativas y proyectos municipales, ubicado en el ícono de Información y Medidas especiales por el COVID-19 en la página principal.

Esos programas son los siguientes:

Conectados. Encuentros semanales con expertos municipales para compartir experiencias y responder inquietudes.

Propuestas para ayudar a Madrid, que denominan Madrid Sale al Balcón, y que permite a los vecinos presentar propuestas, iniciativas o ideas para enfrentar el COVID-19. Juntos paramos este virus. Ideas solidarias frente al COVID-19 es como se presenta el espacio online de Decide Madrid que se ha puesto a disposición de los vecinos en tiempo de pandemia.

Compartimos el Barrio, programa a través del cual el repartidor, el comerciante, la asociación de vecinos que presta apoyo o quien preste un servicio esencial puede hacerse visible y cooperar con quien lo necesite en un momento determinado.

Además, el vecino también podrá donar recursos financieros o materiales para apoyar a los afectados del COVID-19.

En Alcobendas, el recurso COVID-19 ALCOBENDAS SOLIDARIDA, que se ubica en la página principal del portal web de gobierno local, ofrece la oportunidad de colaborar como voluntario o presentando una iniciativa, en cada caso hay un formato online que debe ser completado.

La plataforma presenta también a los vecinos varios links en alianza con otras plataformas web, que permiten colaborar localmente con iniciativas nacionales e internacionales. como por ejemplo en el caso de un programa de voluntariado para conectar a los enfermos con sus familiares.

En el caso del Ayuntamiento de Parla invita a los vecinos a participar en distintas iniciativas a través del recurso En parla nos quedamos en casa, entre las cuales se destacan:

Es hora del cuento, programa a través del cual se invita a enviar videos con un cuento para compartir con los niños, los cuales serán publicados a través de Youtube.

El banco de imágenes, programa que invita a subir a Facebook o Instagram imágenes o dibujos con un hastag #EnParlaNosQuedamosEnCasa

#DiaDeLaPoesia, invita a subir a través del Twiiter micro poemas, poemas, son varios Hastag entre ellos el previamente señalado, #PoesíaEnParla y #ParlaEsCultura

Precisamente el recurso denominado Parla nos quedamos en casa se presenta como un espacio para las iniciativas municipales y de tejido asociativo.

En Valencia, la plataforma web COVID19 VALÈNCIA, utiliza el slogan Ayuda a ayudar, por ti, por todos y todas, y se presenta como una herramienta de comunicación ciudadana para la optimización de las acciones frente a la crisis de la COVID-19.

En este caso, a diferencia de los anteriores, el vecino sólo tiene una oferta para colaborar, que consiste en aportar información en un formulario online que le permite contribuir con las autoridades a complementar el diagnóstico del entorno para enfrentar con mayor efectividad el COVID-19.

Ese formulario hace preguntas como la siguiente:

¿Sales de casa?

Desde que salió el Decreto de Estado de Alarma ¿cuántas personas distintas te han visitado en tú domicilio?

Durante el confinamiento ¿te comunicas periódicamente con tus famliares, amigos y/o vecindad?

Aun cuando en el portal web del Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes no hay una oferta que a través de esa plataforma pueda canalizar los deseos de los vecinos, pero las notas de prensa del propio Ayuntamiento dan cuenta de distintas actividades que realizan ONG y concejalías que canalizan tal participación.

III.- El papel activo del ciudadano en tiempos de pandemia.

Resulta importante destacar que en las estrategias locales en respuesta al COVID-19 se ha podido apreciar el reconocimiento del ciudadano como potencial colaborador en el diseño de acciones orientadas al acompañamiento y apoyo de la comunidad, por supuesto, condicionado a la disposición y voluntariedad de cada individuo.

Así mismo, los Ayuntamientos han logrado diseñar una oferta de propuestas diversas que a través de la tecnología permiten preservar los lazos institucionales entre el vecino y la administración local, a través de las cuales también se procura que haya una ventana, así sea virtual, para la interacción entre los propios vecinos a través de espacios para compartir experiencias, ideas, temores, anécdotas, etc…y para ejercitarse, aprender y cultivar las artes durante la cuarentena.

El ciudadano en tiempos de pandemia ha dejado de ser un mero receptor de información para convertirse en un usuario que encuentra en la plataforma web del gobierno local una Administración que procura ser cercana y próxima al vecino a través de distintas herramientas en el marco de una crisis sanitaria compleja e inédita.

En tiempos de pandemia la participación se ha presentado con otro rostro, el de la solidaridad activa y el acompañamiento, no se trata de diseñar políticas porque precisamente las autoridades locales y los propios vecinos, nos enfrentamos a circunstancias sobrevenidas, inesperadas, desconocidas.

La gestión pública local hace uso de la participación ciudadana como herramienta permanente y continua, que aún en tiempos de emergencia se activa para garantizar el derecho a participar de cada ciudadano en los términos extraordinarios que sean viables según las circunstancias.

¿Cómo han respondido los ciudadanos y las organizaciones sociales a la invitación institucional de participar y colaborar con la comunidad en tiempos de pandemia?, ¿ha sido suficiente el uso de las redes para divulgar la invitación?; ¿qué tan efectiva ha sido la política impulsada por cada Ayuntamiento para promover una participación ciudadana en condiciones excepcionales?

No cabe duda, que los Ayuntamientos tienen la gran oportunidad de evaluar la respuesta tecnológica y de contenido que han diseñado en su estrategia particular para enfrentar el COVID-19 a los fines de identificar las lecciones aprendidas, pues de esa forma, podrá valorar objetivamente si realmente la tecnología ha servido como aliada o simplemente ha sido una herramienta más de la estrategia para manejar la crisis provocada por el COVID-19.

El papel de la tecnología y la respuesta del ciudadano en estos momentos aportará elementos importantes para valorar cuál será el papel de la participación y la tecnología en la etapa que el gobierno español ha denominado como el de la reconstrucción de España, en la cual, tanto el ciudadano como las autoridades legítimas también tendrán algo que decir.

21 de abril 2020.

@carome31

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Fuentes:

CLAD. Carta Iberoamericana de Participación Ciudadana en la Gestión Pública. 2009

Portales web de Ayuntamientos de Alcobendas, Barcelona, Parla, Madrid, San Sebastián de los Reyes, Valencia y Zaragoza. Los portales han sido revisados los portales durante el 10 al 20 de abril de 2020.

https://estado-ley-democracia.blogspot.com/2020/04/covid-19-participacio...

 11 min


Martín Caparrós

Fracasamos. Nos creíamos tan poderosos y un virus nos deshizo. Estamos encerrados, muertos de miedo, vivos de miedo, sin más recursos que dejar de hacer lo que hacemos, de ser lo que somos —y esperar que la desgracia tampoco nos toque—.

Fracasamos, y es una suerte que así sea.

Acabo de publicar una novela, Sinfín, en que la condición para acceder a la vida después de la muerte es aceptar el aislamiento eterno; la realidad, más modesta, nos pide este aislamiento transitorio como condición para seguir vivos unos años. Y este aislamiento nos convierte a todos en una especie rara, pre-enfermos, casi-enfermos, enfermos-to-be. Que no tenemos nada malo o anómalo en el cuerpo pero debemos quedarnos encerrados esperando, acechando con miedo el momento en que quizá tosamos, nos sintamos febriles, esas señales que dirían, si aparecen, que todo se derrumba.

Todo sería tan diferente si los viéramos. Si hubiera alguna forma de dejar de sentir que nos rodean unas presencias invisibles, intocables, portadoras de la muerte. Si pudiéramos abandonar el examen permanente, paranoico: del entorno por si tiene bichos, de nuestros cuerpos por si tienen síntomas.

Pero están, y nos llenan de miedo. Tengo miedo en España, donde estoy encerrado; lo tengo en Argentina, donde están encerrados los que quiero. Son mis dos países y en los dos tengo miedo.

Somos el miedo. No hay nada más antiguo, más natural que el miedo. Cualquier animal tiene miedo; por él dejamos de ser animales y buscamos las formas de evitarlo: acumular comida para combatir el miedo al hambre, domesticar el fuego para calmar el miedo a los ataques, inventar dioses para luchar contra el miedo a la muerte, y así de seguido.

El miedo siempre estuvo presente en nuestras vidas, en nuestras sociedades. Pero nunca como en estos días.

Calles vacías, escuelas clausuradas, trabajos cerrados: encerrados, nos concentramos en temer. Vivimos bajo el influjo de la paranoia de Estado. El Estado —los estados, cada estado— nos dice que debemos tener miedo y lo tenemos. Por supuesto, nuestro miedo es lógico: la amenaza es real. Pero estos días sirven también para enseñarnos a obedecer los imperativos que ese miedo produce. No hay nada que los Estados usen más para controlar a sus súbditos que el miedo. Y el miedo los justifica: explica que, entre otras cosas, les permitamos ejercer su violencia sobre nosotros por nuestro propio bien, porque ellos saben lo que necesitamos.

El mecanismo es clásico: tenemos miedo de algo — siempre tenemos miedo de algo: de quedarnos sin comida, de que nos mate el enemigo, de envejecer, de los vecinos— y entonces el Estado nos protege y alguna religión nos protege. Para eso tenemos que creer: creer que hay un buen rey o presidente o líder que sabe lo que hace y nos guiará del otro lado del Mar Rojo, que hay un dios que nos quiere y nos cuida y es más fuerte que el dios de los del otro lado.

Ahora nuestro miedo está desnudo: no sabemos en qué cuernos creer.

Ahora los dioses no funcionan. La gran novedad de esta plaga es que, en Occidente, por primera vez en miles de años, a nadie se le ocurrió pedir a algún dios que nos preserve y cure. Y los jefes se equivocan todo el tiempo y no confiamos y no nos gustan y no los respetamos: no les creemos, no creemos en ellos. Y el capitalismo y el consumo desaforado aparecen, en tiempos de zozobra, como un exceso innecesario y se vuelve difícil creer en eso. Y los que se empeñaban ya ni siquiera pueden creer en Estados Unidos, que era otro artículo de fe, la guía del mundo libre y todo eso: resignó su liderazgo y se volvió, para muchos, artículo de risa. El gran referente, la gran creencia, en estos días en que todas caen, debería ser la ciencia.

Hubo tiempos, decíamos, en que un hecho como este habría sido asunto de religiones y otras magias. Ahora está copado por la ciencia: medicalizado. Son ellos supuestamente los que saben, debemos escucharlos, hacerles caso, creer en ellos. Y, sin embargo, desde que empezó la enfermedad se dedican a contradecirse. Dijeron que los asintomáticos no contagiaban, después dijeron que sí contagiaban; dijeron que no había que usar mascarillas, después que sí; dijeron que los curados no se contagiarían, después que quién sabe; dijeron que sí, que no, que no, que sí. Empezamos siendo fieles seguidores de sus órdenes; poco a poco nos convertimos en testigos asustados —aterrados— de sus contradicciones: cómo creerles hoy si no se sabe lo que dirán mañana.

No sabemos cuántos nos hemos contagiado, cuántos ya lo pasamos, cuántos podríamos andar por ahí sin ningún miedo porque ya lo tuvimos.

(La ciencia, además, es rehén de la administración y los dineros. Le faltan datos, medios, trabaja a oscuras como en las épocas oscuras. Somos una sociedad del conocimiento sin conocimiento, y eso no ayuda a desarmar el miedo).

Y aún así intentamos creer en la ciencia. Pero lo intentamos de forma equivocada: como si fuera una creencia. Querríamos una ciencia infalible como una religión. La ciencia es lo contrario de la religión: no está hecha para creer sino para dudar. Para creer que no se puede creer en nada, salvo en que creer es una tontería.

Es lo que nuestros clásicos llaman “método científico”: el ensayo y error, intentarlo, saber que uno puede equivocarse, intentarlo otra vez, equivocarse menos, saber que se puede seguir estando equivocado. En estos términos es difícil creer. Se puede, si acaso, confiar; creer es otra cosa.

Así que la creencia en la ciencia, en estos días de pruebas, no funciona, y nos hemos quedado levemente desnuditos. Blandiendo como queja la máxima de mi tía Porota: en algo hay que creer.

No tenemos en qué. Podría ser una oportunidad, si no tuviéramos tanto miedo.

¿Una oportunidad para reemplazar la creencia por la duda, por el pensamiento, por el deseo sin garantías? Eso sí que requiere valor. Eso sí que sería un cambio.

Así que, en principio, no lo hacemos.

Y vivimos asustados y, según toda previsión, viviremos asustados demasiado tiempo: socialmente distanciados, encerrados, teletrabajando, telerreuniéndonos, teleligando, rigiendo nuestras vidas por ese miedo. Ahora creemos en el miedo, sobre todo: es el principio ordenador. Y tratamos de pensar el futuro miedoso y hablamos de las consecuencias en los grandes rasgos y no pensamos —intentamos no pensar— que vamos a tener vidas muy distintas: la “nueva normalidad”, como empiezan a llamarla. Por supuesto, las diferencias también van a ser desiguales. Los privilegiados, por ejemplo, no vamos a poder viajar durante mucho tiempo; los jodidos, por ejemplo, no van a poder trabajar durante mucho tiempo. Y todos, unos y otros, tendremos tanto miedo.

Nos convencieron, con razones, de que todo es temible. Que debemos aislarnos: que el peligro es el otro, cualquier otro, que el infierno es el otro. Es esa danza en el supermercado, donde nos retorcemos para alejarnos del más próximo, donde compiten máscaras y los cuerpos se esquivan y cualquier roce es el horror. Hablamos de solidaridad pero nos tememos unos a otros como a la peste. Ahora cualquier persona es la amenaza: todas las personas. La belleza del truco consiste en que cada cual es temible aunque no quiera. No es necesario ser un terrorista para sembrar el terror: alcanza con ser un ser humano —o un picaporte o una caja de ravioles—.

El miedo se ha instalado como un reflejo fuerte. Mucho de lo que pase de ahora en más dependerá de que sepamos olvidarlo.

Olvidar el miedo a los demás, los demás miedos.

Deshacernos del miedo y sus efectos y aprender a vivir con la duda.

Los grandes momentos de la historia solían consistir en que el mundo se movilizaba para matar personas; este consiste en que el mundo se detiene para salvar personas. Aparece, entonces, la idea de que detener puede ser un arma tan fuerte como movilizar. Sobre todo si se trata de salvar. Todo consistirá, quizás, en moverse para detener ciertas movidas, ciertos movimientos: la acumulación y el despilfarro. Detenerse es moverse.

Y dudar en lugar de creer: repensar en vez de repetir. No temer a la duda sino a la certeza. O seguiremos insistiendo en el mismo fracaso, y fracasar no habrá servido para nada.

23 de abril de 2020

@martin_caparros

New York Times

https://www.nytimes.com/es/2020/04/23/espanol/opinion/coroavirus-miedo-c...

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Rafael Venegas

Cada día, puntualmente, desde el puesto de comando del Estado Mayor Anti-COVID 19 –¡Ah, cómo les gusta solazarse en el lenguaje y la simbología militares!–, comparece el Ministro de Propaganda del régimen para leer el parte de guerra, para explicar la situación y las medidas adoptadas, para hacer comparaciones con otras tragedias porque se trata de una pandemia mundial. Al frente no tiene periodistas de carne y huesos periodísticos en condiciones de formular preguntas. En tiempos de Quédate en casa y hegemonía comunicacional no es recomendable violar el “distanciamiento social” (¡Que alguien, por favor, me explique la frase! Creo que se refieren a la distancia prudencial entre personas para atenuar el riesgo de contagio. Pero ellos saben bien lo que dicen, no dan puntada sin dedal). Solo las cámaras de los medios oficiales y un largo discurso sin interlocutores.

Ataviado en su bata de médico –a falta de uniforme verde oliva y charreteras–, su sonrisita sardónica, su cerebro frío y maquinal, calculador y cuidadoso de cada frase que pronuncia, con inevitables aires de superioridad correspondientes a la arrogancia y la prepotencia con las que por años han ejercido el poder, el competente ministro no solo informa la versión oficial y única de lo que ocurre, sino también, y por sobre todas las cosas, dicta cátedra. Enseña al mundo, a sus críticos y opositores cómo se deben hacer las cosas, cómo se deben armonizar las medidas preventivas con las medidas curativas y la asistencia económico-social a la población sometida a cuarentena y confinamiento que, además, se permite calificar de voluntario. Acompañado siempre con cuadros estadísticos y tablas comparativas, exhibe una infalibilidad y eficiencia dignas de su caro propósito de perpetuarse en el control del Estado y de la sociedad.

Todo está absolutamente bajo control. No hay caso de contagio que no se conozca y sobre el cual no se actúe, no hay actuación que no sea la adecuada a cada caso, no hay detalle que se escape. La cuarentena y el confinamiento han sido oportunos y eficaces, el complejo sistema de despistaje y detección del virus ha funcionado con precisión de bisturí de diamante, lo cual incluye una encuesta que amplía la cobertura de la sistemática y milimétrica auscultación temprana y que alcanza, óigalo bien, preste atención, nada más y nada menos que a 18 de los 30 millones de mortales que habitamos esta tierra de gracia; o sea, el 60% de la población. Los hospitales, por su parte, así como la red de atención primaria de salud, están debidamente equipados y preparados para atender todos los casos que se presenten. El personal médico y de enfermería cuenta con el instrumental, equipos, insumos y medicamentos requeridos para actuar con éxito; además, se les está pagando el sueldo justo que se merecen, se les está suministrando la gasolina necesaria para su movilidad y el transporte requerido en los casos, en realidad los más, en que no disponen de medios propios para ir y venir a los hospitales centinelas ¡Otra vez la cultura militar!

Mientras dure la suspensión de actividades laborales y educativas se han dispuesto todas las medidas necesarias: los trabajadores de la administración pública seguirán cobrando sus sueldos, las nóminas de la pequeña y mediana industria serán cubiertas con el dinero del Estado y el resto de la masa laboral recibirá un bono de Bs200.000, sí señor, escuchó usted bien, dije Bs 200.000, a través de un sistema diseñado para su debido registro o afiliación, el cual le ofrece, adicionalmente, como un plus a tanta eficacia y generosidad, la posibilidad de afiliarse al partido de gobierno ¡¿Y cómo no?! Sin embargo, como el precio de la canasta básica de bienes y servicios ya traspasó la barrera de los Bs 20 millones mensuales, para asegurar la alimentación de las familias se cuenta con las cajas CLAPs, cuya cantidad y calidad son ya harto conocidas por todos y cuya distribución llega hasta el último de los hogares en el último rincón de nuestra patria. Ahora ya puede entender lo del bono: usted no necesita dinero para la comida porque para eso existen estas cajas, tampoco lo requiere para los pasajes porque está confinado en su casa, menos aún para comprar gasolina porque ni usted tiene carro ni hay gasolina en el mercado. Es para las misceláneas, para las chucherías de los muchachos, pues. Todo ha sido previsto.

El broche de oro con que cierra esta fabula es la manera como se ha previsto culminar el año de escolar en la educación básica y media: a través de internet, si funciona; apoyado en su teléfono inteligente, si lo tiene; en su computadora, si no se va la luz; en la canaimita (¿la recuerdan?) con que han sido dotados todos los estudiantes del País. Navegando, pues, viento en popa sobre un sistema de conectividad cuya calidad y alcances son harto conocidos. Clases virtuales y a distancia, perfectamente sincronizadas entre educadores y educandos (¿tendré también que decir educandas para no pecar por discriminación de género?) para salvar el año escolar porque no está previsto convocar a clases presenciales en el tiempo que resta del mismo. Como reconocimiento y estímulo a nuestros abnegados guías, tan bien pagados como los del sector salud, tal como lo podrá confirmar enseguida, se les ha otorgado un bono especial con motivo de la Semana Santa por el astronómico monto de Bs 4.750; para ellos, para sus familias y, claro, pueden quedarse con el vuelto.

Así las cosas ¿Para qué perder tiempo promoviendo un gran acuerdo nacional a fin de enfrentar la pandemia si con el ministro de la bata blanca y el de la educación basta? ¿Para qué convocar los mejores talentos para hacer causa común contra este flagelo si los mejores talentos son precisamente ellos? ¿Para qué convocar a los gremios de la salud o de la educación? ¿Para qué llamar a las universidades, academias de ciencias y demás instituciones si con la Bolivariana es suficiente? Nosotros mismos somos, pa’ qué más.

¡Asombroso! ¡Maravilloso! ¡Milagroso! Sobre todo milagroso, porque hasta hace apenas un mes yo era capaz de sostener con absoluta convicción que si alguna individualidad o colectivo se planteara, de modo ex profeso, gobernar un país con afán destructivo no podría alcanzar la hazaña lograda por el chavismo en veinte años, con especial énfasis en los últimos ocho. La verdad es que sus logros son incuantificables, como incuantificables son sus nefastas y dolorosas consecuencias. No han dejado hueso sano. Por donde quiera que usted meta el ojo el resultado el mismo: ruinas. Haga, por ejemplo, este ejercicio: anote en papelitos separados el nombre de los servicios públicos que le vienen a la mente, dóblelos y métalos en una bolsa. Pídale, entonces, a una mano inocente, si la suya no lo fuera, que lo es, que saque uno cualquiera de los papelitos. ¿Salud? ¿Educación? ¿Electricidad? ¿Agua? ¿Transporte? ¿Gas doméstico? ¿Comunicaciones? Cualquiera, el que usted elija, todos han sido arruinados indolentemente.

Repitamos el ejercicio ahora con la economía: ¿la industria petrolera y sus derivados? PDVSA, las refinerías, la petroquímica; todas son casi un gran depósito de chatarras abandonado. ¿Las industrias básicas y estratégicas? ¿Sidor, por ejemplo? ¿Venalum, Ferrominera, Bauxiven? ¿La producción agroalimentaria? ¿El parque industrial y manufacturero? Tenemos la más alta inflación y la depresión económica más profunda del planeta, el País endeudado en más de $160.000 millones y en situación de impagos, un déficit fiscal de más de 20 puntos del PIB, o sea, un Estado quebrado y con sus reservas internacionales agotadas; nuestra moneda nacional destruida y una economía que fija los precios en dólares pero paga los salarios en bolívares absolutamente devaluados. De esta manera, pulverizaron el salario de los trabajadores, sus prestaciones sociales y la contratación colectiva; precarizaron el trabajo, lanzaron a la informalidad y al desempleo a más de nueve millones de trabajadores y han sometido al hambre, la miseria y el empobrecimiento al 90% de los hogares venezolanos.

Sus proezas en el campo político no son menos asombrosas: el principio fundamental que sostiene que la soberanía reside en el pueblo ha sido desconocido y, en consecuencia, el derecho a elegir de forma libre y transparente destruido; hicieron añicos las instituciones del Poder Público hasta convertirlas en un teatro de marionetas manejadas desde Miraflores; criminalizaron y judicializaron el legítimo derecho a la protesta, a la crítica y la disidencia; conculcaron el derecho a la sindicalización y a la huelga y lo sustituyeron por un sindicalismo gobiernero y patronal que funge de esquirol; violan de forma sistemática y sostenida los derechos humanos y para usted de contar.

Algunos atribuyen semejante hazaña a la ineptitud, la ineficacia, la indolencia y la corrupción. En favor de su postura alegan que hasta las buenas ideas, como la medicina integral comunitaria y los módulos de Barrio Adentro –cuya paternidad u originalidad, por cierto, no les corresponde– han corrido la misma suerte que el sistema de salud en su conjunto o el resto de los servicios públicos. Otros sostienen que se trata de un plan, cuyo propósito ee reforzar la dependencia de la gente respecto de las dádivas que se reparten desde el Poder y edificar un extenso y complejo sistema de control social orientado al sometimiento y la opresión. En defensa de su punto de vista reseñan la construcción de un poderoso aparato policial y militar férreamente controlado y altamente eficaz en su tarea, o la edificación de una maquinaria propagandística no menos monumental, afinada y dirigida como una orquesta sinfónica. Yo pienso que ambos tienen razón. Los voceros del régimen, ya sabemos: primero fue la “Cuarta”, después el paro petrolero, luego los infiltrados, más tarde el saboteo de la derecha, Obama y ahora las sanciones de Trump.

Hago inventario de todos estos asuntos ejerciendo mi derecho a pensar mal y en voz alta, desde mi confinamiento, mientras veo en el televisor al ministro de propaganda del régimen, con su bata blanca, su sonrisa sardónica y sus aires de triunfador dictar cátedra bañado con la humildad ya reseñada, y en mis oídos resuena el eco de las protestas que crecen por la falta de agua, porque no llegan las cajas Claps y las que llegan han mermado en cantidad y calidad de sus productos, o por la grave escasez de gasolina y la especulación desatada en torno a su distribución. Entonces me pregunto, como por no dejar: ¿Será verdad tanto embuste?

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Cuando Paul A. Samuelson formuló en su Economics el dilema de los cañones o la mantequilla, intentó matar tres pájaros de un tiro: mostrar el carácter opcional de la producción y del consumo, ilustrar su análisis de las ventajas comparativas y analizar el llamado coste (o riesgo) de oportunidad. Y aunque no fue ese el propósito explícito del Nobel, también sirve a las mil maravillas para explicar las decisiones que han de tomar los gobiernos en situaciones excepcionales como son las catástrofes naturales, las epidemias y las guerras.

Frente a situaciones excepcionales surgen los estados de excepción, obvio. La excepción consiste para el Estado en que de una u otra manera deberá adjudicarse roles o funciones que no les corresponde en periodos de normalidad. El ejemplo más clásico es la guerra pues ahí el dilema cañones o mantequilla es más válido que nunca. Por algo durante una guerra se usa el término, “economía de guerra”.

Bajo estado de guerra suponemos que el Estado va a destinar más presupuestos a la producción de cañones que a la de mantequilla. Pero eso depende también de otros factores, entre ellos, de la duración de la guerra y de la disponibilidad del enemigo sobre mantequillas y cañones, por ejemplo. En cualquiera de los casos, el dilema no lleva a establecer una dicotomía pues se supone que bajo un estado de guerra la gente necesita sobrevivir y, por lo mismo, no es militarmente estratégico suprimir la producción de alimentos. De tal manera que el dilema cañones o mantequilla es un problema de primacía y no de exclusión.

Una economía de guerra es una economía-límite. Haciendo una analogía podríamos también hablar de una “economía de pandemia”. La analogía es válida. Tanto en una guerra cono en una pandemia, los ciudadanos enfrentan a un enemigo común. Pero en el caso de un enemigo pandémico, el problema es más grave. Ese enemigo es externo e interno a la vez. Y, por si fuera poco, en la lucha en contra del covid-19, no disponemos de armas (vacunas). Bajo estas condiciones se trata por ahora de salvar vidas, organizar una retirada y ocultarnos en lugares donde el enemigo tenga menos posibilidades de encontrarnos: en nuestras casas. Y bien, eso es lo que estamos haciendo. Ralentizar el avance del enemigo, protegernos unos a otros, tomar medidas precautorias, lavarnos las manos como si fuéramos neuróticos, y sobre todo, no acercarnos demasiado al prójimo.

Naturalmente, para sobrevivir no es posible paralizar la economía. Pero tampoco podemos arriesgar vidas. Para vivir hay que comer, dice la economía. Para comer hay que vivir, responde la medicina. El problema es que las dos ciencias tienen razón. Por lo mismo, nunca se van a poner de acuerdo. De ahí que el problema reside en como lograr un equilibrio entre esas dos verdades, uno en donde una no excluya a la otra. Al llegar a ese punto es cuando requerimos de la mediación que solo la práctica política nos puede otorgar.

Por de pronto, la economía no ha sido paralizada en ningún país, ni aún en los más afectados por la pandemia. Pero hay ramas damnificadas, entre ellas la gastronomía, la prostitución, los grandes espectáculos de masas, todo lo que implique aglomeración o acercamiento humano. Hay también otras que han sido beneficiadas: la producción de jabón y desinfectantes, por nombrar una. Otras – ya lo están haciendo - reorientan su producción. Pienso en las fábricas textiles que confeccionan tapabocas, en los restaurantes ambulantes, en lugares públicos de desinfección. La capacidad para responder a las demandas del mercado es infinita, tanto en la paz como en la guerra, tanto en la salud como en la pandemia. Y bien, todos esas formas económicas requieren de una instancia que las regule a fin de que no caigan en la anarquía total. Entonces es cuando decimos que ha llegado la hora de los Estados, de los gobiernos que los representan y, por cierto, de los políticos de profesión.

En contra de predicciones distópicas que nos anuncian el advenimiento de una era post-política, podemos entonces pensar lo contrario. Lejos de ser suprimida, la política comienza a ordenarse alrededor de un nuevo foco: el foco pandémico. Eso quiere decir, los políticos, sobre todo quienes ejercen tareas gubernamentales, serán puestos a prueba de acuerdo al comportamiento asumido durante el periodo del coronavirus.

Los estamos viendo. Hay los que ocultan datos y cifras. Pero hay otros que dicen la verdad sin vaselina. Hay quienes usan la tragedia con fines electorales. Pero hay otros que no vacilan en proponer medidas antipopulares, cuando estas son necesarias. Hay quienes evaden su responsabilidad culpando a otras naciones. Pero otros saben que la salud de una nación depende de las demás y por eso tejen relaciones de cooperación internacional, más allá de doctrinas e ideologías. Hay quienes niegan su apoyo a instituciones supranacionales. Pero otros saben que al mundo no lo vamos a cambiar durante la pandemia y debemos trabajar con las instituciones que tenemos, por precarias que sean. Hay quienes prometen obtener una “victoria total”. Pero hay otros que con objetividad nos informan que el bicho vino para quedarse y no nos queda sino aprender a vivir con su maldad. Hay quienes que desde el gobierno intentan utilizar la pandemia para aplastar a la oposición o también quienes desde la oposición intentan derribar gobiernos para lograr con un virus lo que no pueden o quieren lograr con votos. Pero hay otros que claman no por la imposible -ni deseable- unidad política, sino por una tregua que permita enfrentar al mismo enemigo de un modo relativamente coordinado. Hay quienes se ponen al servicio de los grandes consorcios y no vacilan en nombre de la razón económica exponer al peligro a multitudes. Pero hay otros que proponen abrir lentamente el comercio minorista si las cifras de contagiados comienzan a bajar.

Nadie pide producir más cañones que mantequilla o más mantequilla que cañones. Pero el dilema es parecido. ¿Construir más hoteles o más hospitales? ¿Invertir en la industria atómica o en investigaciones virológicas? ¿Favorecer la producción de bikinis o la de mascarillas?

De una manera u otra, covid-19 nos ha revelado un hecho. La llamada globalización no es totalmente global. Si bien las economías y la comunicación digital son globales, la política no lo es. Los dilemas, sean los de mantequilla versus cañones, o los de comer para vivir o vivir para comer, han de ser resueltos dentro de la propia polis (los estados-nacionales) La política sigue y seguirá siendo local. Y quizás está bien que así sea.

Por lo demás, no todas las decisiones provienen de los políticos y de los gobiernos. Hay otras que surgen de la propia ciudadanía. Pongamos por ejemplo el uso de las mascarillas. En distintos países los científicos discuten acerca de su necesidad y los argumentos son buenos o malos en ambas partes. La mascarilla en verdad no asegura a nadie protección total contra el virus. Sin embargo, antes de que los científicos lleguen a una conclusión definitiva y los políticos la conviertan en norma o regla, la población de esos países está decidiéndose, en su gran mayoría, por el uso de las mascarillas. Incluso los escépticos (me incluyo) hemos decidido usarlas cuando hacemos compras.

Hay quienes se anticipan a la oferta de los mercados y confeccionan sus propias mascarillas, unos con un simple trapo sobre la boca, los más avisados con telas densas y, si no tienen filtro, usando el de la aspiradora o el de la cafetera (hay algunos muy buenos) Ya hay metrópolis que parecen carnavales de mascarillas de todos los colores, de todas las modas, de todos los géneros; las hay incluso eróticas. La mascarilla ha llegado a ser el uniforme de los soldados de los ejércitos de liberación nacional en contra de la invasión del imperio viral.

En los mercados los enmascarados nos cruzamos con negros o blancos, con jóvenes o viejos, con progres o fachos. Algunos nos miramos de reojo como diciendo: somos del mismo lado, combatimos por la misma causa y en contra del mismo enemigo. De este modo los políticos de todas las latitudes se verán, quieran o no, obligados a decretar el uso de mascarillas donde todavía no está en vigencia. Aunque no sirvan para nada – lo sigo pensando así – cumplen un significado más simbólico que real. Y el humano es un animal simbólico.

¿Y si el dilema cañones o mantequilla es resuelto alguna vez a favor de los cañones? No hay problema. Como ya ha sucedido con las mascarillas, tarde o temprano aprenderemos a fabricar mantequilla casera. Y quizás de mejor calidad que la ofrecida en los mercados. Así somos, eso somos.

Abril 19, 2020

Polis

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Patrick Gaspard

«Dios y el pueblo son la fuente de todo poder (…) Yo lo he tomado, y qué diablos, lo conservaré para siempre». Lo dijo François «Papa Doc» Duvalier en 1963. Y es lo que hizo: siguió siendo presidente de Haití hasta su muerte en 1971, momento en que lo sucedió su hijo, Jean-Claude («Baby Doc»), que extendió la dictadura otros quince años.

Puede parecer historia antigua, pero no lo es para mí. Mi familia es haitiana, y aunque inmigramos a Estados Unidos durante mi infancia, siempre pareció que seguíamos al alcance del cruel régimen de los Duvalier. Nunca olvidé las enseñanzas brutales que aprendieron los haitianos bajo los Duvalier, incluido el hecho de que habitualmente usaban desastres naturales y crisis nacionales para reforzar su dominio.

Hoy es necesario prestar atención a esas enseñanzas. La COVID‑19 es una amenaza no sólo para la salud pública, sino también para los derechos humanos. En el transcurso de la historia, crisis como esta han dado a regímenes autoritarios un pretexto conveniente para normalizar sus impulsos tiránicos. Mis padres lo experimentaron en carne propia en Haití, y lo estamos viendo otra vez en todo el mundo.

La nueva amenaza comenzó en China, donde el intento inicial de un gobierno que ya era autoritario de ocultar la epidemia hizo posible su propagación mundial. Pero no es el único ejemplo. En la India, el gobierno del primer ministro Narendra Modi dictó una cuarentena de 21 días con sólo cuatro horas de preaviso, lo que dejó a millones de las personas más pobres del mundo sin tiempo para acumular alimentos y agua. Peor aún, la policía india ha usado desde entonces las medidas de confinamiento para intensificar la discriminación de los musulmanes del país.

En Kenia y Nigeria, policías y militares han apaleado a personas sólo por parecer lentas en cumplir los protocolos de distanciamiento social. En Israel, las autoridades han comenzado a usar datos de los teléfonos celulares para rastrear los movimientos de los ciudadanos, sumándose así a una veintena de gobiernos que están tensando al límite el derecho a la privacidad. Y en Hungría, el primer ministro Viktor Orbán, que lleva años consolidando su poder, logró la aprobación de una ley que en la práctica sanciona su condición de dictador absoluto.

Las democracias del mundo casi no han protestado frente a estos abusos. Pero que los estadounidenses no se crean a salvo de estos asaltos al poder: hay que recordar que a fines de marzo, el Departamento de Justicia de los Estados Unidos pidió al Congreso la atribución de detener a ciudadanos estadounidenses (ya no sólo inmigrantes indocumentados) por tiempo indefinido sin el debido proceso judicial.

Los gobiernos aducen que la adopción de estas medidas es necesaria para combatir la pandemia. Pero la historia muestra que los poderes de emergencia de los líderes iliberales casi siempre se vuelven permanentes. Es verdad que todos los gobiernos tienen el deber de dar una respuesta vigorosa al desastre sanitario en desarrollo, lo que tal vez demande restricciones transitorias pero significativas de la libertad de acción de los ciudadanos. Pero muchas de las políticas adoptadas por líderes autoritarios en las últimas semanas no sólo son antidemocráticas, sino que también son contraproducentes en la lucha contra la pandemia.

Por ejemplo, la supresión de las libertades de prensa, en vez de prevenir la propagación de la enfermedad, hace mucho más difícil concientizar a la población acerca de cómo debe actuar. Detener a civiles sin juicio debilita la confianza en el gobierno, justamente cuando más se la necesita. Y cancelar las elecciones deja a los dirigentes políticos sin incentivos para anteponer los intereses de la población.

A la par de la lucha contra la COVID‑19, también debemos hacer todo lo posible por proteger la salud de nuestras democracias. Sobre todo, debemos entender que en muchos sentidos, defender la salud pública y defender la democracia son dos frentes de una misma batalla.

Felizmente, las organizaciones civiles y los individuos tienen modos de oponer resistencia al uso de la pandemia como pretexto para la represión. En las Open Society Foundations llevamos más de tres décadas en la primera línea de la defensa de la democracia y hemos aprendido algunas enseñanzas pertinentes.

En primer lugar, debemos usar todas las herramientas disponibles para proteger las libertades civiles. Aunque la pandemia demanda distanciamiento social, eso no justifica la brutalidad policial y el abuso de los poderes de gobierno. En cuanto la dirigencia política empieza a restringir la libertad de expresión y el derecho a la protesta o a burlar los controles a su poder, el riesgo de un descenso hacia el autoritarismo se vuelve real. Hay que denunciar de inmediato a los gobiernos que traten de poner a prueba esos límites.

La segunda enseñanza es que debemos oponernos a la búsqueda de chivos expiatorios. Frente a la pandemia hubo demasiados gobiernos que hablaron de la COVID‑19 como un virus «chino», lo cual crea condiciones para convertir a las personas de esa ascendencia en blanco de vigilancia y estigmatización.

Como haitiano‑estadounidense, tuve una experiencia directa de esa clase de persecución durante la crisis del VIH/sida en los ochenta, cuando los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos anunciaron que el sida lo transmitían «homosexuales, usuarios de heroína, hemofílicos y haitianos». Como resultado de ese mensaje sin bases científicas y sesgado, Estados Unidos comenzó a detener a solicitantes de asilo haitianos en un horrendo campo de prisioneros en la bahía de Guantánamo, lo que en la práctica hizo más difícil prevenir la propagación del VIH.

Finalmente, debemos enfrentar las disparidades económicas y sociales subyacentes que las pandemias tienden a agravar. Para ver hasta qué punto el coronavirus puso de manifiesto las profundas inequidades en Estados Unidos, basta observar que la isla Rikers (principal complejo carcelario de Nueva York) tiene en este momento la tasa de contagio más alta del planeta. Más en general, la crisis está mostrando una vez más que demasiadas familias estadounidenses carecen de acceso a atención médica, licencia por enfermedad con goce de sueldo, protecciones laborales, ahorros personales y otras necesidades básicas.

En conjunto con la defensa de la democracia y de los derechos civiles, este es un momento para darnos cuenta de todas las formas en que nuestras sociedades despojaban de derechos a ciudadanos, refugiados, migrantes y solicitantes de asilo antes de que estallara la pandemia. Es verdad que ahora mismo el estado de la democracia no es lo que más preocupa a la mayoría de la gente. Pero si la protección de la democracia no es una de mis prioridades, es casi seguro que no lo será de nadie.

Lamentablemente, a muchos poderosos la protección de nuestros derechos no les interesa. Es algo que tenemos que hacer nosotros. La democracia no es sólo un sistema de gobierno; es una lente a través de la cual vemos el mundo y nuestro lugar en él. Si durante una emergencia rompemos esa lente, puede que nunca volvamos a ver del mismo modo.

Abril 13, 2020

Traducción: Esteban Flamini

https://www.project-syndicate.org/commentary/covid19-authoritarianism-go...

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Esta pandemia no es la primera en la historia, ni será la última. En el caso de las enfermedades transmisibles, si no existe una vacuna o un tratamiento efectivo, es necesario tomar medidas para limitar el daño. La pandemia actual no ha sido manejada adecuadamente por la mayoría de los gobiernos, dictatoriales o democráticos. Unos ocultaron información, otros le restaron importancia, algunos hablaron ridiculeces y casi ninguno estaba preparado. En Venezuela y en otras dictaduras, médicos y periodistas están perseguidos por informar.

La que viene puede causar más estragos, sea producida por diferentes virus, bacterias resistentes a los actuales antibióticos o por cualquier patógeno. Por ello se requiere prepararnos con tiempo. En vez de invertir en armamentos o en áreas no prioritarias es necesario formar más personal médico, paramédico y de enfermería, construir más hospitales dotados de todos los equipos necesarios y dedicar más recursos a la investigación en el área de la salud.

En el caso de Venezuela es evidente el abandono de la estructura hospitalaria y el déficit de equipos, la escasez de personal del área de salud, que se han visto obligados a emigrar, y la falta de algo tan básico como es el suministro confiable de agua, energía eléctrica y combustibles.

Solicitarle al narcorégimen que arregle esta situación es perder el tiempo. Lograremos sacarlos del poder, pero hay que evitar que el próximo gobierno cometa los mismos errores que hemos repetido a través de nuestra historia.

El país está en la carraplana y se requerirá mucho dinero para recuperarlo. Seguramente será posible obtener algunos préstamos, pero siempre serán escasos ante las grandes necesidades. Todos los sectores alegarán que son prioritarios y protestarán si sus demandas no son atendidas. El petróleo era nuestra pila de agua bendita, donde todos metían la mano. Ya no será posible. Con una producción de solo 660.000 barriles por día, las refinerías en el suelo y un precio del crudo que no es de prever, alcance los niveles del pasado relativamente reciente y con las industrias del hierro y del aluminio destruidas, la reactivación requerirá grandes inversiones. Solo nos quedan los ingresos por oro y diamantes, con los que no llegamos ni a primera base.

Seguramente habrá presión para mantener las empresas del estado consideradas como “estratégicas”, pero la realidad obligará a privatizar. Sin embargo, esto requerirá tiempo. Mientras tanto, la prioridad debe ser recuperar parcialmente la actividad petrolera, lo cual sería relativamente fácil si se permite el ingreso de profesionales capacitados, se despiden los comisarios políticos y los empleados que no agregan valor, se mantiene a los jóvenes profesionales que se han formado en estos años, se facilita la colaboración de los socios privados de las empresas mixtas y se disminuye la participación accionaria del estado en las mismas. Desde luego también se requerirán inversiones.

La otra prioridad es la recuperación del sector agrícola, hoy muy golpeado por la escasez de combustibles y de insumos. Nuestros productores nos recuerdan que el fútbol, el beisbol y los espectáculos no son imprescindibles, la comida sí lo es.

¿Cómo lograr enderezar entuertos en el poco tiempo que exigen las penurias que pasa la población? ¿Con un gobierno de transición que convoque elecciones en tiempo perentorio? ¿En medio de una campaña política con varios candidatos ofertando villas y castillos? ¿Cómo reaccionaría el pueblo ante la falta de respuestas a corto plazo?

Aunque se aprobó un Estatuto para la transición, el agravamiento de la situación amerita una revisión. Las circunstancias obligan a un Pacto Político entre los partidos de oposición que incluya organizaciones de la sociedad civil. La transición no debería ser corta, quizá dos o tres años, en la cual se tomen medidas que pueden ser duras, pero necesarias. El presidente(e) Guaidó debe estar en Miraflores el Día D+1. El Pacto establecería si debe permanecer los años de la transición o si se designa a otra persona, como fue el caso de Ramón J. Velásquez. Pudiese ser nombrado por la Asamblea Nacional o por los integrantes del Pacto, y contar o no con un Consejo de Estado. Lo fundamental es una transición larga y que de alguna manera acepte la presencia de chavistas no incursos en violaciones de derechos humanos, ni en corrupción Al final de la misma las circunstancias decidirán la conveniencia o no de ir a elecciones con un solo candidato.

Como ( había) en botica:

Solidaridad con las empresas Polar.

Dante Rivas el “protector” de Nueva Esparta recomienda alargar tres meses el contenido de cajas Clap. Suponemos la próxima vendrá con orden hospitalaria para reducción del estómago.

En estos días fallecieron personas apreciadas: Ana María Borbón, esposa del ingeniero agrónomo Fernando Morales Bance, el ingeniero petrolero y Académico Rubén Caro, el geólogo Fernando Rodulfo, el ingeniero industrial Pedro Mantellini y Napoleón Márquez del área de refinación, todos ellos trabajaron en la Pdvsa meritocrática.

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

eddiearamirez@hotmail.com

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