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Américo Martín

De mal en peor

Américo Martín

El oficio de las comparaciones históricas contribuye a descubrir la verdad y es una vía directa para las necesarias rectificaciones. Héctor Pérez Marcano, Caracciolo Betancourt y yo hemos estado revisando nuestra propia historia con el objeto de evitar la repetición de errores imperdonables. Analizamos un océano de casos que el desacierto arruinó. Entre los tiempos corridos de Pérez Jiménez hasta Hugo Chávez y Nicolás Maduro, todo fue conversado con objetividad y sin odio y fue ese doble rasgo lo que nos permitió observar mejor la fuente de los errores cometidos por las partes enfrentadas.

Durante el perezjimenismo, la represión era feroz y la resistencia, heroica. En los más de 20 años de predominio chavomadurista esa pauta represiva pareció repetirse, aunque con altibajos en gran parte desaprovechados. Se cometieron errores absurdos que se repiten hasta el cansancio, y no digo que su recurrencia es para reír por respeto a nuestra nación, hundida como está en las tinieblas de una tragedia griega.

Hoy sufrimos diariamente el rigor y consecuencias de esos disparates, pero venimos de la prosperidad. El ingreso per cápita de los tres o cuatro países que observaron un crecimiento sostenible por décadas, fueron Venezuela, Cuba Argentina y Uruguay. Se atribuía al altísimo volumen de exportación de petróleo el crecimiento de Venezuela y la broncínea estabilidad de su moneda, y el de Cuba a la enorme fuerza del turismo. Pocos países podían exhibir tantos atractivos para los viajeros del mundo. En cambio, Argentina y Uruguay mantenían un incremento más clásico, un cierto «desarrollo» más que «crecimiento». Esas fueron la realidad y las realidades.

Por eso gozamos de una era dorada de nuestra democracia a la que los dogmas, errores y agresiones interpersonales están terminando de destruir, sin admitir que lo determinante es la ceguera de los líderes, que no quieren aceptar su responsabilidad en el fomento de la tragedia, endosándola a los que no piensan como ellos.

La declaración oficial de la oposición anunciando su participación en las elecciones del 21 de noviembre, y con los que quieran incorporarse a esa nueva política, brinda una notable oportunidad de retomar la iniciativa con un realismo impresionante. Si acaso, les anotaría el error de no proporcionarle a su declaración un tono más emotivo, que se corresponda con la importancia del paso que se ha dado. El contenido, sin embargo, es bueno y completo. Pienso que debería brindársele un respaldo expreso, sin necesidad de devolver ataques injustos o de atribuirles intenciones malévolas.

Porque lo primero es que los amigos del cambio democrático se unan y, si aún no puedan hacerlo, respeten sus diferencias en lugar de insistir obsesivamente en la comisión de errores que no hay manera de pasar por aciertos.

Al pasearse por el agitado gallinero de errores y aciertos, Pérez Marcano alude a uno de los más celebres al tiempo que dañinos. La abstención, que por cierto trata de pasar como una novedad añadiéndole un calificativo que nada nuevo trae. Ni más ni menos que la ocurrencia del presidente Chávez, quien al postular el socialismo siglo XXI insinuó que siendo de este siglo, su socialismo era una propuesta nueva, pues nadie podría acusarlo de repetir los fallidos sistemas de los siglos XIX y XX

¡Y lo más gracioso es que es verdad! Aparte de que sería una genial forma de mentir diciendo la verdad. A sabiendas de que el disparate de serlo si se le añade un adjetivo apropiado, desaparecerán virtualmente los errores y mentiras del rostro del planeta.

Ya lo saben pues, ¡falaces de todos los países uníos!

Bueno, Caracciolo Betancourt y Pérez Marcano han decidido responder y para que me una a ellos se comunicaron conmigo. Por supuesto, estoy totalmente de acuerdo.

Resulta que Caracciolo critica esa manera de presentar la abstención bajo la fórmula inútilmente útil que es, y que a Pérez Marcano le recuerda la que nosotros llamamos «abstención militante». «Útil» o «militante», viene a ser lo mismo, en medio de un esfuerzo inútil por atribuirle al error la apariencia del acierto.

Decidimos respaldar el llamado a la participación electoral en noviembre, que los firmantes fortalecen anunciando candidaturas unidas con la tarjeta de la MUD.

Hemos criticado enérgicamente la práctica de infamar a quienes no piensen como uno, para al final incurrir en lo mismo que se rechaza. Es peligroso darle aire a probadas equivocaciones sobre todo si las hemos experimentado en el pasado.

Insistir en la abstención no tiene el menor sentido práctico y solo da para suponer que no alcanzará a tener más éxito del que, en mejores condiciones, no logramos antes. Pero ninguno de nosotros, como tampoco los firmantes del documento, hemos caído en la torpe injusticia de infamar a quienes postulen la participación. Puesto que se trata de fijar posición en un tema crucial, decimos, sí, estamos de acuerdo y con el debido y merecido respeto hacia quienes discrepen de nosotros.

Twitter: @AmericoMartin

Territorio común, que no comunal

Américo Martín

Américo Castro, un extraordinario filólogo español, define la fuerte presencia de la cultura árabe, después de ocho siglos de dominación en la península, sin mengua del impetuoso desarrollo del idioma de Castilla, finalmente afianzado como lengua oficial española. La tarea que se impuso don Américo Castro fue laboriosamente desarrollada en su clásica obra España en su historia y en textos menores aunque también fecundos como Aspectos del vivir hispánico

Cuando tradujo al castellano las Obras completas de William Shakespeare, Luis Astrana Marín, otro gran filólogo español, puso la refulgente obra en manos de los editores, sin el menor ánimo impertinente, con una nota introductoria despojada de necia vanidad y bloquear el camino al egocentrismo, pero despejándolo amplia y francamente. Sin otro deseo que el de fusionar lo que, a su juicio, era excepcional en la obra y la lengua más dignas de ser divulgadas, escribió:

«Doy, en el idioma más hermoso del mundo, la obra entera del autor dramático más grande de todo el universo, de uno de los espíritus más serenos, de uno de los corazones más privilegiados de la humanidad».

La versión de Astrana ha resultado ser insuperable, razón por la cual destacadas ediciones en español le han conferido carácter modélico, cómoda manera de librarse del peligro de errores y fallas del más diverso orden.

No me siento autorizado a sostener, con Astrana Marín, que el nuestro sea el idioma más hermoso, pero sin duda la literatura que lo ha acompañado, junto con los escritores que la han cultivado a lo largo de siglos, están entre los autores más notables que hayan existido. No se hace sino justicia cuando se pasa revista a la Historia de la literatura española e hispanoamericana, elaborada por el notable académico don Ramón D. Pérez.

Todas estas referencias a la pureza de nuestro idioma se deben al temor proveniente del escaso tiempo que queda para el cierre del lapso de inscripción de candidaturas a los cargos que están sometidos a disputa, en las inminentes elecciones del 21 de noviembre.

El recelo no deja de ser justificado. Se desconfía que broten elementos de confusión en la negociación de acuerdos que las hagan viables, por libres y democráticas. Claro que no se trata de obstáculos invencibles ni de nada que no pueda resolverse si se dispone de voluntad de hacer. Sin semejante requisito, podrían incidir sombras propias de la condición humana, que tampoco deben ser tenidas como fatalidades indoblegables o insuperables. Por el contrario, pueden y deben ser vencidas con voluntad y constancia.

Desde luego, esa posibilidad puede y es usualmente neutralizada porque está sometida a la decisión soberana, la que podría alcanzar un resultado histórico y un viraje democrático fundamental, con una sustancial votación popular.

No sería esta una victoria inesperada, pues se han ido conjugando las fuerzas del cambio democrático en forma sorprendente, que vienen a resultar más obvias de lo que algunos deseen creer, sin haberse esmerado en sembrar esperanza democrática allí donde permanecen en el estancamiento.

Las fuerzas del cambio democrático-electoral tienen el sello de la victoria pintado en la frente. Se han expandido en forma natural e indetenible a lo largo de Venezuela y no establecen odiosas discriminaciones, miran de cara al futuro, que está sembrado de una esperanza iluminada. Bien merecida, por cierto.

Uno de los aportes más notables de Américo Castro es la interesante combinación de las semillas cristianas y musulmanas, que dará tal vez lugar a otros aún más interesantes en esa extraordinaria mixtura de pueblos enfrentados durante siglos que, lejos de aniquilarse, se integraron en un solo torrente sanguíneo y una cultura única, acumulada y funcional como pocas. Y como pocas, dotada de imaginación y de creatividad para encarar situaciones complejas, los posibles acuerdos, mediante los cuales se establezcan relaciones y puentes susceptibles de acercarse a la que puede resolver. Ahora mismo afronta retos de apariencia anómala, contradictoria, como los electorales, el diálogo y la libertad. Cada paso en esa dirección debería dar lugar a otros necesariamente más audaces y profundos.

En cualquier caso, estamos en una vía de aprendizaje para crecer y hasta ahora no se aprecia que sea una vía regresiva o retardataria. Considero que si pretenden progresar guiándose por el espejo retrovisor, ni los espíritus más bravos encontrarán cosa distinta a retroceso, pasado, sombras chinescas, derrota, humo, aire. Nada, cero.

Twitter: @AmericoMartin

Américo Martín es abogado y escritor.

Modelo de negociación

Américo Martín

A propósito del arte de la negociación, cuando las partes se guardan una hostilidad extrema pueden esperarse desenlaces graves en medio de la pólvora guerrera; como también inusitados acuerdos de paz, capaces de abrir cauces de agua cristalina que calmen los temperamentos más capciosos y violentos.

Desgraciadamente, la historia puede traducirse en una consolidación constructiva de la detente belicosa, como también de la quiebra de la paz para que asome de nuevo el peor de los demonios del averno.

No me estoy perdiendo en hipótesis sobre confrontaciones acicateadas por el odio y la violencia sino en las guerras verdaderas, activas, que han brotado una vez más en Afganistán, con signos claros de que la respuesta de aquel martirizado pueblo frenará la brutal ofensiva del talibán, en una lucha que sacudirá y podría expandirse por Europa y buena parte de Indochina.

Me refiero igualmente a Colombia, en trance de presenciar la quiebra de los acuerdos de paz entre el gobierno de Santos y las FARC, que provocaron la división de la que fuera la principal organización guerrillera de Colombia. A esa escisión siguió otra, y probablemente otras, al punto de extenderse de nuevo el clamor por volver a una paz sin duda fructífera, dado que incluyó el lomito de la negociación, la desmovilización y desarme, sin los cuales sería imposible garantizar nada, como en efecto está ocurriendo. Pero la flexibilidad negocial históricamente probada del liderazgo colombiano da para no descartar el éxito de la causa de la paz y la reconciliación en la república hermana.

Una de las primeras manifestaciones de esa mezcla de habilidad y audacia, para terminar resolviendo los problemas más complejos por vías pacíficas, es la referida al Movimiento 19 de abril (M-19) que, de ser una guerrilla diseñada para imaginar actos irregulares de gran impacto publicitario, pasó a ser un partido político reconocido, que contribuyó con eficacia a la elaboración de la nueva Constitución del país hermano.

En su momento, se enfrentó a la Anapo, plataforma del anciano exdictador Gustavo Rojas Pinilla, cuya popularidad no era escasa, y obtuvo una importante representación parlamentaria que encabezó su hija María Eugenia Rojas, con éxito singular. Esa forma de tolerancia facilitó el restablecimiento democrático en aquel meritorio país.

En mi libro La violencia en Colombia, comparo los estilos de negociación de Colombia y Venezuela. La superioridad colombiana obedece a los muchos años de acciones encarnizadas desde el asesinato de Gaitán, en 1948, hasta los acuerdos determinados por la certera Operación Jaque, decidida por el presidente Uribe, que causó bajas notables y destrozos en la infraestructura organizada por el legendario Marulanda, muerto, el cual fue sucedido por Alfonso Cano, quien ordenó el viraje que condujo a la paz negociada.

A diferencia con los mandatarios venezolanos, que trazaron la rígida línea de no negociar con disidentes armados, los presidentes colombianos Belisario Betancur, Virgilio Barco, Cesar Gaviria y Andrés Pastrana así lo hicieron. Pastrana fue quien llegó más lejos, antes que la Operación Jaque cambiara el perfil de la lucha.

La renuencia de Marulanda a responder a las amplias concesiones del presidente Pastrana, incluso a la enorme zona de despeje del Caguán, se debió a que esperaba llegar militarmente al poder como Fidel en Cuba y el sandinismo en Nicaragua. Contaba con 20 mil hombres perfectamente entrenados y experimentados.

¿Para qué negociar un pedazo de la torta –pensaría– si puedo tenerla entera? Ese sueño se desvaneció después de la decisiva Operación Jaque y la cadena de certeros ataques que liquidaron la poderosa infraestructura de las FARC.

Cuando se reanudó la guerra, los paramilitares, inicialmente organizados por los Castaño, quienes acompañaron a Pablo Escobar en el cartel de Medellín, se denominaron AUC e hicieron afluir raudales de droga a la lucha.

Muy justificadamente comenzó a hablarse de «narcoguerrilla», pero estoy convencido de que un país que ha sufrido, como el que más, por largas y ruinosas guerras y ,en cambio, ha obtenido logros casi milagrosos por su excelente manejo del arma de la paz, se inclinaría por negociar con quien sea, resaltándose así su luminoso modelo institucional y por su sólido apego a las elecciones, a las que han convertido en su indisputado emblema universal.

En varias naciones de la América hispana torpes intentonas de imponer desasidos de la democracia parecen impulsar regímenes autocráticos o proyectados en semejante dirección. No puede asegurarse, por ejemplo, que el presidente electo de Perú, ante la evidencia de lo que está ocurriendo en Venezuela, Cuba y Nicaragua, guarde el deseo de repetir experiencias en trance de ser colocadas frente a la realidad de los notables virajes democráticos que vienen asomando un limpio rostro libertario.

El arrebato represivo de Ortega de acabar con las elecciones, metiendo en chirona a todos los candidatos adversarios, sería risible si no se tratara de un despreciable zarpazo de oso herido y muerto de miedo por lo que pudiera ocurrirle si pierde el poder. A un personaje de esa índole habría que recordarle que, respetando la institucionalidad democrática y la dignidad de los valientes que se atreven a competir en condiciones tan miserables, siempre será la mejor decisión y, sin duda, la peor es despreciar a sus maltratados compatriotas, especialmente si piensan con cabeza propia. Desde una jaula de perros con hidrofobia no se puede gobernar un país.

Twitter: @AmericoMartin

Recordando a Luis Beltrán

Américo Martín

¿Sabías que Rómulo y mi tío Luis Beltrán discutieron por culpa tuya?

Toñito Espinoza Prieto me ha tomado por sorpresa con tan inesperada pregunta. Estamos en un bar-restaurant de la Gran Avenida al que me ha invitado.

—Desde hace tiempo quería decírtelo, pero es ahora, cuando los ribetes bélicos de la oposición han desaparecido, que puedo hablarlo con la franqueza que ambos nos debemos.

—Dame pormenores, que la noticia me resulta difícil de creer.

—Bueno, yo estaba presente y pude escucharlos. El presidente era Raúl Leoni, quien estaba tentado a indultar a Américo, antes de que lo hiciera Rafael Caldera una vez que derrotara a Gonzalo por solo 30.000 votos, según creo recordar.

Había una inclinación a devolverme la libertad entre los seguros vencedores de la contienda. Se lo prometieron –o algo así– a mis familiares y amigos. Por mi parte, recordaba las palabras del general-presidente de la Corte Marcial: «Recuerda, Américo, que en Venezuela no hay prisiones largas».

Ojalá esa generosa tradición no se hubiera roto con el acceso a la cúpula de Miraflores y Fuerte Tiuna de Chávez y su curioso socialismo bolivariano. No se habrían perpetuado en las cárceles sin debido proceso, valientes como David Smolansky, Leopoldo López, Gilbert Caro, Iván Simonovis, Freddy Guevara, Roland Carreño, María Lourdes Afiuni. La represión y maltrato a los perseguidos habrían sido borrados del mapa y tendríamos un país respetuoso de los derechos humanos. Además, la diabólica conexión entre la polifacética crisis y la mala gestión gubernamental nos va a costar recuperar la excelente reputación de nación próspera, de excepcional estabilidad monetaria, que por años se nos dispensó en el mundo.

—Pero sigues sin aclararme por qué discutieron Rómulo y Luis Beltrán…

—Los dos partían de lo mismo, es decir, coincidían en lo contraproducente que podía ser la impunidad. La diferencia es la vista de águila que se espera del liderazgo para apreciar si esa medida pacifica los ánimos o enturbia más la turbamulta violenta.

—Es un riesgo, sin duda, pero se supone que se elige a presidentes experimentados, aptos para separar el trigo de la paja y, por lo tanto, inteligentes a la hora de adoptar las decisiones políticas complicadas.

Me cae bien Américo, pero creo que no se sienta un buen precedente favoreciéndolo en forma tan prematura.

Estás equivocado. Es un hombre confiable, rodeado del afecto de su familia, gente luchadora por la democracia y en mayoría militante de nuestro partido. En la dictadura militar Luis José, Federico y Gerardo Estaba repartieron sus años de prisión ente la cárcel Modelo, San Juan de los Morros y el espantoso campo de concentración de Guasina.

Por lo demás —insistió Luis Beltrán—, ¿tú crees que yo podría optar, no digo por un año, sino por un día más de cárcel para un hijo de María Estaba?

—Me conmueve mucho esa referencia de Prieto a mi mamá. Luis Beltrán era margariteño y los Estaba, cumaneses; dos ciudades venezolanas donde reinan el valor y la simpatía, el sacrificio y el buen humor.

—No, eso no tiene nada que ver —vuelve Toñito, quien por cierto es tan adeco como aquellos grandes líderes.

Esas conductas tienen sobre todo un cimiento político sólido, pero no dejemos de lado la parte emocional, porque los Estaba se ganaron el afecto de todo el que tenía la suerte de conversar un rato con ellos. Incluso en el pudridero nazi, que fue el campo de concentración de Guasina.

Años más tarde se producirá la tercera división de AD. Prieto se llevó cerca de la mitad del partido; y no ganó la presidencia, pero configuró una poderosa fuerza a la que adornó con el nombre de Movimiento Electoral del Pueblo. Betancourt habría barrido de haber apoyado al negro margariteño en vez de al portugueseño Gonzalo Barrios. Buen político, Gonzalo, pero carente del magnetismo de Luis Beltrán y menos aún del que irradiaba Rómulo. El problema es lo difícil que suele ser el prestar popularidad y movilidad.

¿Por qué no respaldaste a Prieto y preferiste a un buen político, pero sin tu energía ni la de Luis Beltrán? Por lo demás, Prieto era en lo personal tan amigo tuyo o incluso más que Gonzalo —la pregunta se la dispara a Betancourt Luis José Oropeza, amigo desde siempre de Rómulo, Barrios y Prieto.

La aguda respuesta del caudillo adeco era la esperable. Barrios era un calmante en la agitada campaña de Caldera. Lo conocía demasiado bien para saber los ángulos que perfilaría Prieto. Podía equivocarse y perder el control del arsenal de diablos que cargaría contra el hábil líder democristiano; claro, pero si el negro margariteño le arrojara al hábil copeyano el arsenal de diablos que llevaría en el alma, le responderían de manera poco manejable. Aprovecharían para acusarlo de mala fe, de ser «enemigo personal de Dios» y con esa tontería tratarían de sacralizar el rol de Rafael.

Tenemos todo para ganar, pero si conservamos la calma y no nos dejamos arrastrar a debates religiosos. Prieto y Barrios son brillantes, pero en estas circunstancias lo mejor es mantener el dominio de sí mismo. Mi opinión esta vertida ya, pero la pasión por vencer que no se vuelva contra todos.

Twitter: @AmericoMartin

Américo Martín es abogado y escritor.

Patria y vida

Américo Martín

Fidel Castro era un hombre de acción, pero también de vacías frases para el bronce. Acuñó varias que pronto ganaron nombradía. Estaba el caudillo cubano en la cima de la popularidad, en olor de santidad, digamos, aunque de santo había dado repetidas pruebas de no tener nada. Patria o muerte fue la más notable, pese a que su revolución ya había recibido azotes de realidad.

Los barbudos ya habían hecho del «paredón» un arma de miedo y, no obstante, la rutina, la costumbre y el deseo de presentarse como modelo de militante leal a las consignas de turno. Pero no es dable imaginar que tan pobres mecanismos sean efectivos.

El caso ahora es que con el despertar de la disidencia cubana ha sido, igualmente, el punto de partida de una reactivación sorprendente de la lucha por la democracia y la libertad.

Casi por una brusca toma colectiva de consciencia, dada la intimidante atmósfera de sumisión y temor todavía imperantes, es también una vigorosa respuesta popular que anticipa la organización de una fuerza de cambio, en plan de abrirse paso en el cerrado sistema totalitario todavía imperante. Por eso hay que recibir como un excelente síntoma que de las gargantas de los cubanos haya emanado la muy apropiada consigna de Patria y vida, recibida con alegría y espíritu de reto, aparte de convertirse en la opción posible contra la oscura bandera de la muerte y, mejor aún, contra la intensificación de la represión y la multiplicación de asesinatos de portadores de disidencia que se expanden con alarmante rapidez.

¿Cómo saldrán Cuba, Venezuela, Nicaragua y otras naciones sometidas a semejantes condiciones?

Los signos expuestos reflejan el avance de una corriente de cambio en libertad, a la que hay que proporcionarle rápido y, sobre todo, eficiente respaldo. No se peca de optimista irremediable al afirmar que lo ya logrado en las impresionantes jornadas de Cuba parece francamente irreversible.

En las alturas del poder todo el espacio parece ocupado por robustos elefantes que se empujan unos a otros sin, por ahora, derribarse. No hay que conformarse con menos que un cambio democrático susceptible de abrir un nuevo capítulo de la historia.

Lo interesante es que la abrumadora y polifacética crisis, pese a su carácter hondamente regresivo, asoma un ángulo nítidamente vanguardista —califiquémoslo de esa manera— por su previsible impacto en las duras realidades del zarandeado continente. Tal como los fenómenos regresivos se intercomunican y son arrastrados en la decadencia, también lo hacen los procesos de auge. Se puede esperar que las señales positivas se retroalimenten en dinámicas de recuperación y alza.

El ímpetu de la cierta rebelión popular no se confina a determinados sectores sociales, partidos políticos. Comenzaría en ellos, pero se propuso dar y dio pasos más audaces y, por ende, de más consistente potencial de cambio. Especialmente llamativo y sorprendente el caso de los militares de alta graduación que han muerto sin que nadie pueda explicar en forma convincente por qué ocho generales de las FAR han fallecido, misteriosamente, uno tras otro. Se pretendió atribuirle esa hecatombe a la pandemia, pero ni un alma suscribió tan peregrina y oportunista tesis. El tiempo sigue corriendo y la desinformación continúa.

En paralelo de tan delicada tragedia, las inesperadas declaraciones del presidente Miguel Díaz-Canel han sido no menos descabelladas. En lugar de apaciguar reacciones, hizo un llamado al «pueblo revolucionario» de Cuba a disponerse a salvar la vigencia del castrismo, lo que encrespó los ánimos en su contra.

Díaz Canel es uno de los coautores de la línea estratégica elaborada en el VI Congreso del PCC, bajo la dirección de Raúl Castro, cuyos objetivos fundamentales son la apertura de la economía en una operación que recuerda el socialismo de mercado de China que, por cierto, ha colocado a esa potencia en los linderos del capitalismo. Y el segundo gran objetivo de la estrategia de Raúl Castro y sus estrechos colaboradores es democratizar en lo posible el cerrado y hermético sistema político cubano.

Es obvio que el liderazgo de Díaz Canel tenía que irritar a la población, así como los presuntos asesinatos de oficiales de la más elevada graduación han debido suscitar mucho malestar.

Todo lo que puede agregarse es que con disparates políticos o sin ellos, los dirigentes nuevos y viejos están obligados a devolverle la tranquilidad al pueblo, desterrando los métodos represivos, y abrir con energía las puertas del mercado y a respetar los derechos humanos.

Seguir el ejemplo del fenómeno chino supone emprender en Cuba una masiva venta de empresas del Estado a la iniciativa privada, lo que equivaldría a intentar repetir lo que han hecho de aquel vasto país, el que ha llegado más lejos en el mundo en lo concerniente a la desestatización de empresas públicas. Por supuesto, para coronar semejante obra, habría que brindar lo que todavía está en mora en la superpoblada nación asiática. Estoy pensando en la urgencia de garantizar los derechos humanos, en la medida en que lo hacen las naciones democráticas de Occidente.

Twitter: @AmericoMartin

Américo Martín es abogado y escritor.

La nueva generación

Américo Martín

Fui invitado a un interesante foro en el que debí responder muchas preguntas. Una en particular me pareció tan importante que decidí desarrollarla por escrito.¿Será necesario que una nueva generación tome la dirección política en Cuba y Venezuela para hacer lo que no quieren o no pueden los viejos líderes?

El prejuicio que la indicada interrogante expresa en cuanto al desempeño de los viejos conductores es históricamente insostenible, salvo que pasemos por alto el papel cumplido por ancianos ilustres como Churchill, Adenauer, De Gaulle, Eisenhower, Nixon, Chou Enlai, Mao Zedong y muchos otros. En la Segunda Guerra Mundial y en su posguerra, ese viejo liderazgo —hablando sin hipérboles y partiendo de conflictuadas esquinas— salvó al mundo.

Más obligatorio que salvar los méritos legítimamente logrados es dar vuelta a esa pregunta del indicado foro, con el fin de poner en evidencia su falacia.

Recuérdese que una nueva generación conduce en nuestro país el timón de la nave y que ha ocurrido de manera más formal en Cuba. Pese a la índole planificada y cuidadosamente manejada del proceso cubano, ha sido este más peligroso y cruento que el venezolano.

En la históricamente agitada isla, escenario del liderazgo extremadamente contradictorio del apóstol José Martí y del mítico dictador Fidel Castro, la revolución protagonizada por los hermanos Castro, el Che, Camilo, Huber Matos, sencillamente mostraba ya signos avasallantes de fracaso, pese al colosal esfuerzo de sus líderes tradicionales para ocultarlo. Lo lograron a medias, pero cuando las malas noticias sobre su desempeño invadieron el alma tempestuosa de Fidel, y casi inmediatamente la del sobrio Raúl, la onda mortalmente pesimista se expandió como una feroz pandemia por casi todo el cuerpo de la festinada revolución. Sin embargo, entre la cautela y la esperanza, la mayoría decidió confiar en algún milagroso discurso del caudillo para recuperar la fe en la causa, ahora puesto en discusión su destino. A un abismo muy abrupto se habría desplomado la zozobra del máximo líder, que su esperada respuesta fue realmente aterradora.

Convocó un homenaje a sí mismo en el Aula Magna de la Universidad de La Habana —recinto en el que, por cierto, nunca tuvo mayor relevancia— donde volcó un estado de ánimo impregnado de derrotismo. Comenzó preguntando a la nutrida concurrencia: ¿Ustedes creen que la revolución pueda sucumbir? ¿No piensan que una perestroika cubana pueda destruir la Cuba socialista?

Como un resorte, la multitud se puso en pie rugiendo. ¡Nunca! ¡El socialismo nunca será vencido! Castro la cortó en seco. Pues yo creo que si no hay una vigorosa reacción y cambiamos ahora, todo se irá al diablo.

Era obvio que el caudillo no podía más, con el tiempo lo siguió su incondicional hermano menor, con una decisiva diferencia, asomó el contenido del cambio: la apertura económica y la apertura política y urgió a aplicarlas inmediatamente. Sus palabras fueron: «No podemos seguir dando vueltas al borde del precipicio sin caer en su oscuro fondo».

Raúl siempre fue un hombre práctico que no se ufanaba de su manejo de la ideología y se aferró a lo que estaba a la vista y daba resultado, «el socialismo de mercado chino», salido de la férrea voluntad de Den Xiao Ping. No se le escapó a Raúl la perspicacia y el pragmatismo del reformador asiático y procedió a hacer lo mismo.

Muy a pesar de las abismales diferencias entre las dos realidades, impusieron a los cubanos una serie de retoques con el objeto de «cubanizar» el viraje.

Fue así como, del flamante proceso abierto a la imaginación de los líderes emergentes, se fue estructurando la nueva generación del cambio en Cuba.

Su fuerza reside en la autenticidad de origen y en su habilidad para sumar aportes de otros. Del grupo de nuevos miembros del Buró Político del PCC, el más joven y uno de los más competentes es Miguel Díaz-Canel, quien fue ministro de Educación. Estuvo con Raúl en tiempos cruciales y específicamente durante la realización del VI Congreso del PCC, que le dio el mando del Estado, del partido y del poderoso Ejército cubano después de quitárselos, sin estridencias ni maltratos, a Fidel.

El hermano menor pronunció entonces su primer discurso oficial desde la cima del poder. Díaz-Canel fue el encargado para responder, de modo que fue muy visible la identidad política de los dos. Y la razón por la cual se otorgó el honor y tamaña responsabilidad evidenciaron sus lazos de amistad.

La cuestión es que los dos fueron percibidos como los aliados decisivos del alto mando estatal y partidista, pero aparentemente podría explicar los delicados problemas que, en tiempos recientes, han estallado en las esferas dominantes de la organización, al punto de dejar entrever el ardiente drama que está manchando la casi familiar conexión alrededor de Raúl y Díaz Canel, entre los más altos dirigentes políticos y militares.

Presento esta prueba maciza al canto: es público y notorio que en solo nueve días murieron cinco generales de la más alta graduación y elevadas responsabilidades. ¿Como murieron? ¿Quién los asesinó?

Un hecho tan brutal y escandaloso no puede permanecer oculto en la bruma ni tapiado por un oscuro e interesado silencio. La verdad brillará profunda y certera como el canto de la alondra en la mañana. y entonces habrá que preguntar cuándo llegará esto a su fin.

Twitter: @AmericoMartin

Américo Martín es abogado y escritor.

Negociación a la vista

Américo Martín

Si las partes de una pugna terminal se mantienen obsesiva, orgullosa o intransigentemente encadenadas a sus ideas o a sus caprichos, el desenlace tendría que ser el peor. Puesto que en la materia en cuestión se han invocado la invasión militar y una negociación profunda que sea capaz de poner todos los naipes sobre la mesa, pareciera que al final la salida militar gozaría del favoritismo, porque del lenguaje de los representantes de las aceras principales se está a la espera de soluciones inminentes, urgentes.

Las partes que se han pronunciado sobre el apasionado conflicto venezolano son –o serían– la oposición representada por la Asamblea Nacional presidida por Juan Guaidó. Hay otras corrientes opositoras que sin duda jugarán roles muy importantes, pero hasta ahora podría darse por seguro que correrían en los mismos rieles de Guaidó por ser la más trascendente y gozar del mayor y certificado respaldo universal.

El otro factor duro es el gobierno de Nicolás Maduro. Lidera el Ejecutivo Nacional, la FANB, las fuerzas policiales, de seguridad e Inteligencia. Pese al evidente desorden y desgaste reinante en estos cuerpos, le proporcionan un respaldo estimable al madurismo y su partido. Y la comunidad internacional, unida como pocas veces antes, alrededor de Guaidó y la Asamblea Nacional legítima.

El poder disuasivo de la comunidad internacional es colosal, pero claro, es para nada incondicional y muy bien que así sea.

Lo primero es que se brinda para presionar la democratización completa de Venezuela, como condición para dar por válidas las elecciones que se realicen en nuestro país; en caso contrario, los gobernantes que se impongan fuera de las estrictas condiciones democráticas exigidas por la comunidad internacional serán tachadas de inconstitucionales, en tanto que las sanciones no solo se mantendrán sino que se intensificarán.

Es lo más parecido a un juego «trancado». La comunidad internacional ha desestimado la peligrosa invasión. No la cree eficaz, no la cree útil, no la cree justa. Está volcada en su totalidad por la democratización de Venezuela como base para elecciones libérrimas, observadas mundial y nacionalmente. Una colosal fuerza al servicio de poner en los venezolanos la elección del gobierno que, mediante el sufragio libre, en condiciones de igualdad de participación, restablezca las reglas democráticas y elija voto a voto el gobierno que se eche al hombro nuestra abrumada patria.

En fin, preferible una limpia y garantizada salida electoral, antes que una sangrienta salida militar

Es verdad que el gobierno no termina de encontrar la salida de su laberinto. Varios de sus colabores dicen cosas para aumentar los desentendidos. Maduro, por ejemplo, ha dicho inequívocamente que irá a México a dialogar con la oposición. Parece que ha llegado a la nuez del problema. No obstante, nunca faltarán cercanos funcionarios suyos que busquen la manera de restarle fuerza a su declaración.

Decir, por ejemplo, que se acepta el diálogo, pero que tiene ser simultáneo con «todas las oposiciones», aunque suene natural y lógico, pretende complicar lo que ya de suyo es difícil. Lo ideal, por el contrario, es partir de lo que ya tenemos y es universalmente aceptado.

¿Qué es lo que tenemos? Una presidencia, una Asamblea y una comunidad internacional con inmenso poder propio.

En el reciente caso cubano, en paralelo con el nuestro, fue decisivo no el peso de una u otra personalidad sino poner a valer los grupos que se han formado alrededor de tesis en disputa.

Díaz-Canel en Cuba, por ejemplo, surgió del VI Congreso del PCC, en una relación sumamente estrecha con Raúl Castro y, entre los dos y algunos más, diseñaron la estrategia del viraje y la apertura que, lamentablemente, hasta ahora no han podido cristalizar y quizás sea esa la causa del impresionante sacudón político-social que tanta admiración colectiva ha despertado.

Si Nicolás Maduro ha tomado con la seriedad de un estadista el anuncio del diálogo, debería reunir a su lado a sus más cercanos colaboradores para poder emitir líneas nítidas que no sean perturbadas por interpretaciones provenientes de la espontaneidad o de la mala fe. No basta, aunque sea fundamental, convocar elecciones libres, transparentes, que sean acompañadas de negociaciones francas y plenas donde se solucionen los pormenores, precisamente, por ser «menores» se pueden ir entre las piernas sin terminar de resolver esta bendita vaina.

Twitter: @AmericoMartin

Américo Martín es abogado y escritor.

El mito de la eternidad

Américo Martín

La supuesta vida eterna, rasgo que atribuyeron a todos los sistemas, y de manera especial a los de índole «comunista», todavía lo tendríamos entre nosotros en la fructífera compañía de excelentes politólogos, sociólogos, historiadores y líderes políticos de los que han proliferado con buenas razones en nuestra abrumada nación. Se permiten opinar, estos válidos intelectuales, sobre los retos que con cada vez más fuerza y sutileza ponen en duda la creencia interesada en la perennidad del totalitarismo y su implacable cobertura ideológica y, por tal motivo, ha sido más bien moderada la primera reacción frente a los sorprendentes acontecimientos que han sacudido al pueblo y al Estado cubano en su conjunto. Acostumbrados a sentir muy vivamente el severo ajuste represivo, cada vez que algún desajuste asoma el rostro, estaban formados para hacerlo encajar en la común normalidad revolucionaria.

Pero la cuestión asoma características nuevas que no pueden dejarse de lado. Lo primero es la participación popular masiva, alrededor de 60 ciudades y pueblos entre los cuales despuntan La Habana, Camagüey, Holguín, Marianao y suma y sigue. Es una enorme oleada humana a lo largo de toda la isla que ha salido a calles y parques, llega hasta los más intimidantes edificios y lugares públicos, como el Capitolio y no deja ni un espacio sin ocupar en el célebre malecón habanero y se expande sin cesar por todo el territorio.

Esa enérgica protesta esgrime la más emblemática de las consignas ¡Libertad, libertad, libertad!, que solo interrumpe el ritmo para intercalar ¡Abajo el comunismo!, revelador de un deseo angustioso de jugarse el pellejo para librarse de la piel de zapa balzaciana que los oprime con creciente vigor desde hace 60 años, sin pausa ni tregua.

Como solemos pensar en forma binaria, probablemente se ofrezca la vía bifurcada o disyuntiva que reinó durante varios años frente al gobierno madurista, que lo ha conducido a un vasto aislamiento universal y que puede sugerir la vía armada con respaldo solidario de otros poderosos conglomerados occidentales. Se trata de una fuerza demasiado grande e influyente con la cual lo mejor sería negociar una salida de paz.

¿Y acaso el presidente Miguel Díaz Canel estaría para hacer algo que pueda ser tomado como pusilanimidad suya?

No serán muchos los que puedan responder, especialmente ante la posible renuncia del viceministro del Interior Burón Tabit, en supuesta protesta condenatoria por la extrema severidad represiva. La noticia no podía tener más abolengo. Viene del nieto de Juan Almeida uno de los compañeros más cercanos de los hermanos Castro, que ostentó el rango de comandante histórico de la revolución.

La historia de la inexpugnabilidad o eterna duración del totalitarismo perdió vigencia y sentido desde la eclosión del sistema soviético, a partir de las invasiones militares autorizadas por el Tratado militar de Varsovia, primero contra Hungría y después contra Polonia, tras una intensa movilización obrera y popular que sacó a los comunistas del mando en ambos países, cuyo origen guarda algún parecido con las protestas sociales que mantiene el pueblo cubano. Los luchadores amantes de la libertad y la democracia proclaman ¡Sí se puede! Cuando se les pregunta y qué es lo que se puede, responden sin vacilar: derrocar el comunismo y el poder totalitario.

¡Hombre! Esos húngaros, búlgaros, polacos, rumanos, alemanes, checoslovacos, en fin, países comunistas sometidos al pacto denominado Consejo de Interayuda Económica, bajo la jefatura de Moscú, y al Tratado militar de Varsovia también conducido militarmente por los moscovitas. De ese modo se dirigía el comercio de la totalidad de la Europa oriental. Desde las alturas del Kremlin y sin aviso ni protesto.

Y desde aquel célebre edificio que habitó el feroz Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, llamado Stalin, gobernó con mano de acero el Ejército Rojo soviético y los de sus superarmados aliados. A ver si sería sencillo derrotar a ese monstruo totalitario mandado por un tirano sin mucho que envidiarle a Hitler.

Sobre los hiperfuertes cimientos de aquel sistema absolutista, se diseñó la teoría de la potencia eterna del totalitarismo, incluido, claro está, el construido casi personalmente por Fidel.

¿Y para qué necesitaría de mitos una fuerza implacable, sin igual en Iberoamérica como la exhibida por una pequeña isla del Caribe?

Complicada pregunta, pero tal vez para convencer a los centenares de miles de cubanos que no vale luchar contra la seducción de los mitos.

Bueno, el punto es que al menos los europeos, todos, tuvieron –para beneficio de la humanidad– la posibilidad de hablar y hasta de cambiar. Que Díaz Canel, o quien ocupe el poder frente a la plaza de José Martí, pueda hablar y cambiar con el temple y la sabiduría de aquel maestro y apóstol devotamente venerado en el continente americano, sería el mejor de los desenlaces. Un desenlace de estirpe europea, como el provocado por los pueblos que borraron del mapa las fórmulas absolutistas, para reencontrarse en la democracia y la libertad que reclaman las gargantas cubanas desde sus ciudades y calles.

Twitter: @AmericoMartin

La causa del mal causado

Américo Martín

Venezuela vive en estado de aguda tensión que, por cierto, tiende a extremarse por causa de recientes iniciativas adoptadas por las esquinas del conflicto nacional. De especial importancia vuelven a ser las postuladas por la comunidad internacional para celebrar elecciones libres en el marco de una integral democratización de Venezuela.

Cualquier nuevo pronunciamiento de los factores mencionados debe ser analizado con el detenimiento del caso, especialmente coincidentes con un reciente discurso del presidente Joe Biden, quien no por casualidad dedica frases especialmente elogiosas a Juan Guaidó. Sería ese el camino confiable para dejar atrás la oscura tragedia que sepulta a nuestro país y se expande a todos los ámbitos de la administración, la economía, el deterioro acelerado de los servicios y los más peligrosos índices de hambre y miseria.

El problema se agrava porque el oficialismo insiste en predicar que los comicios que celebrarán en noviembre son inobjetables, enfrentando el criterio adverso de la comunidad internacional, que se viene uniendo alrededor de la advertencia de que esos muy cuestionados comicios no serán reconocidos como válidos y, por tanto, de persistir en realizarlos contra viento y marea, la crisis se profundizará y las sanciones continuarán y hasta se agudizarán.

Lo sorprendente es que si se cumplieran las condiciones que normalizaran democráticamente la realidad nacional, la tragedia comenzaría a desaparecer como por arte de magia.

Primero, porque la comunidad internacional –como lo revela la desmilitarización de Afganistán– prefiere la paz a la guerra; así los fervientes partidarios de que los malos de la partida sean los otros, en tanto que los buenos, por supuesto, son ellos. Pero la realidad es que los países que han dictado sanciones lo han hecho contra violaciones aviesas de los derechos humanos y más bien grotescos incumplimientos de las más elementales normas electorales.

Sin esas profundas irregularidades por parte del oficialismo tanto las sanciones como el claro reconocimiento de las elecciones se convertirían en realidades automáticamente aceptadas, como por lo demás lo fueron consecutivamente desde 1958 hasta 1998, los célebres 40 años de democracia, fructíferos, que ha sido calificados como «la edad de oro de la historia nacional» y también «la revolución democrática de la república civil». Sin extenderme en consideraciones económicas, es evidente que el impetuoso crecimiento del país fue digno de admiración universal.

Como bien afirmara el economista Ángel Alvarado Rangel, es la calidad de la moneda, su resistencia al desorden inflacionario, uno de los indicadores por excelencia de la estabilidad y prosperidad de los países. El caso es –insiste el profesor Alvarado Rangel– «que entre la década de los 40 y principios de los 70, el bolívar aparecía en el ranking internacional como una de las tres mejores monedas del mundo. Era un periodo de sostenido crecimiento económico y estabilidad política» (¿Por qué no llegamos a fin de mes? La inflación y sus males en Venezuela. Fundación FORMA. Caracas s/f)

El elogio brindado por Biden a Guaidó no es ocasional ni menos incomprensible, puesto que en enérgica declaración oficial EE. UU., Canadá y la Unión Europea trazaron una política de fuerte respaldo a su interinato.

Los contornos del documento conjunto no podían dejar nada importante fuera de foco. Y realmente nada quedó en el aire. Lo primero, salirle al paso a la lógica de sanciones integradas como el mármol, y beneficiarse gradualmente de la posible división de la comunidad internacional. El documento único no lo permitió porque rechazó las concesiones al detal. Maduro debía democratizarlo todo a cambio de la derogación de todas las sanciones. Y en lo concerniente a las condiciones para el sufragio libre de veras, se incluye la plenitud de lo consagrado en las Constituciones de las democracias occidentales, como base inamovible del reconocimiento universal a sus resultados. La negociación entre las partes se haría cargo de los pormenores enojosos que, dejados sin respuesta, podrían llevarse en los cuernos el mejor de los diálogos. Se incluyen el tratamiento que recibiría Maduro al dejar el mando. Digamos que se decidiera considerarlo expresidente, con el trato usual que se otorga a los expresidentes en democracias. A cambio de tan generosa concesión, la victoria que lo desplace del poder sería nacional e internacionalmente reconocida.

La enorme importancia de acuerdos de semejante rango se mediría al romper en una fuerte consolidación de la democracia y el surgimiento de la convivencia, base para una granítica consolidación institucional que enviaría a un prehistórico pasado los momentos más ignominiosos que, por más de 20 años, atormentaron a nuestro país, por el manejo más disparatado, ligero y reprochable de una nación que merecía mejor suerte.

El mal paso, darlo rápido, dicen que dijo la reina Victoria. Si esa alusión se refiere al diálogo, la negociación y las elecciones libres, transparentes, iguales y protegidas por el mundo entero, creo que bien valdría la pena entrar en el proceso de purificación democrática bajo los emblemas flameantes de la libertad, la democracia, la justicia, la convivencia civilizada y la más acelerada y merecida prosperidad económico-social.

Twitter: @AmericoMartin

Américo Martín es abogado y escritor.

Los cuatro jinetes del Apocalipsis

Américo Martín

En un desastre de antología quedó sumida la hermosa capital de Francia a consecuencia de la llamada Gran Guerra. No es la única capital o gran ciudad que haya sido víctima de una sostenida confrontación bélica o un monstruoso accidente natural. Cada vez que agitan los cimientos de cualquiera de ellas, tras el apocalipsis, podría tal vez mostrar su desdentado rostro de gárgola. Pero he mencionado países y ciudades del viejo continente por tratarse del modelo por excelencia de cultura, civilización y belleza; en esas urbes el efecto debió ser devastador. O serlo, cuando menos, en la perspectiva de Vicente Blasco Ibáñez, novelista valenciano, español, que popularizó, como pocas obras, Los cuatro jinetes del Apocalipsis y es ahora, cuando desde hace muchos años había declinado el interés por esa obra estelar de Blasco, que me ha parecido pertinente evocarla cabalgando él sobre sus cuatro fenómenos cataclísmicos, a saber: hambre, peste, guerra y muerte.

Precisamente, en la crisis polifacética que sacude a buena parte del mundo y especialmente en Venezuela, por la emergencia humanitaria compleja que padece, las variables económicas y sociales resaltan la presencia trepidante de los jinetes del novelista valenciano.

Es inocultable, por ejemplo, la incidencia de la pobreza extrema y sus consecuencias letales y, actualmente, la tenacidad, frecuencia de mutaciones y el peso del coronavirus que accidentalmente se nutre también de la precariedad del sistema de salud venezolano. ¡Allí están los jinetes de Blasco Ibáñez!, que esgrimen el emblema de la muerte e imponen, a los venezolanos y al mundo, la urgencia de la vacunación masiva y la unidad de países y laboratorios con el fin de desterrar cualquier asomo apocalíptico en el horizonte de la capacidad de respuesta del bien. Los laboratorios producen y mejoran la efectividad de la inmunización, lo que intensifica la lucha contra la peste moderna, llamada covid-19.

Se avizora en esos signos positivos que esta pandemia, al igual que las que han golpeado y aterrado durante siglos al género humano, también conocerá un final, quedando el mundo mejor preparado y prevenido para enfrentar tragedias similares.

El quinto factor emplazado para resistir diabólicas agresiones es el más sencillo de describir, aunque resulte siempre más complicado llevarlo a realidades expresas. Me refiero a un cambio en la política nacional que haga de la unidad y la convivencia formas naturales de desarrollar al nunca bien reconocido oficio político. La unidad ajustada a los límites constitucionales. Es fácil observar una propensión al cambio, siempre en el marco consagrado por la ley fundamental.

Los avances que en este sentido se produzcan llevarán casi inexorablemente a una nueva manera de entender la política como ciencia y arte.

Al respecto, en artículos anteriores, he insistido mucho en el respeto que se debe a los constructores políticos, sobre todo los que obran a conciencia sin ánimo de destruir al adversario, descalificarlo o desacreditarlo, lo cual también por fuerza abre los caminos bloqueados de la negociación. Todos los sectores interesados en el diálogo y la negociación en nuestro país, para resolver con éxito, multiplican sus argumentos a favor que han ido dejando de lado aquello que se formule con el ánimo de empeorar relaciones, obstaculizar pasos adelante y, en definitiva, volver a lo que siempre supimos, que un Estado de derecho es también un gobierno de leyes como igualmente se le identifica. Y con la ley y la Constitución los políticos de distintas corrientes no tienen nada que perder y, en cambio, tienen todo por ganar.

Mi fallecido amigo Rodolfo José Cárdenas sostenía que en toda su historia Venezuela no había vivido una era tan plenamente democrática, próspera y libre, como la que va desde el presidente Betancourt en 1958 hasta la del presidente Caldera en 1998. Por cierto, aceptando lo dicho por Cárdenas, durante todos esos años pocos fueron los indulgentes y muchos los que extremaron los medios para zaherir, al contrario.

De allí que cuando Cárdenas se refiere a esa que considera era dorada de la democracia, no supone que el sistema democrático haya tenido serias y gruesas imperfecciones dentro de sus muchos aciertos que, por lo demás, es lo normal en la democracia y lo peligrosamente silenciado en las dictaduras.

Lo más interesante de la época que estamos viviendo es el florecimiento, cada vez más fecundo, de la juventud venezolana y no me refiero solo a la universitaria.

De hecho, el liderazgo ha tenido cambios impresionantes en todas sus esferas y en los partidos democráticos. Es la garantía de que el cuarto jinete mencionado por Blasco Ibáñez será un dirigente bien formado y, en consecuencia, la tragedia probablemente se convertirá en una verdadera y gran obra dramática que irisará el provenir de los venezolanos. Y sepultará en el recuerdo de la gente los oscuros momentos apocalípticos.

Américo Martín es abogado y escritor.

Twitter: @AmericoMartin