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Américo Martín

Danza de vampiros

Américo Martín

El destino de la acosada Nicaragua ha oscilado, primero, entre Sandino y Somoza; luego, entre las dinastías de Somoza, Chamorro, Ortega, salpicadas de personalidades supuestamente fuertes que no terminaron por demostrarlo como Tomás Borges, Edén Pastora (Comandante Cero), Sergio Ramírez e intelectuales sin armas ni voluntad de poder. En la tierra del gran Rubén Darío, la revolución sandinista pudo adornarse, además, de poesía y de amor a la democracia y libertad, como parece evidenciarlo, de una fuerza lírica capaz de librarla de las toscas manipulaciones que acompañaron a la castrista, la chavista y a otros fenómenos culturales de nuestra desdichada América hispana.

El poeta venezolano Joaquín Marta Sosa tuvo el acierto de relievar como símbolo lírico sandinista a otro impresionante escritor, Ernesto Cardenal, cuya sensibilidad poética, teológica y política contribuyó a perfilar.

Fue así como se fueron colocando sobre la mesa una importante suma de factores en la patria de Rubén Darío, susceptibles de hacer estallar una hermosísima manifestación lírica, social y cultural merecedora del calificativo hispano de «donosa», que viene a ser tanto como decir: la plenitud de los dones y cualidades que puedan adornar a las mujeres más bellas y espirituales. Eso sí, aceptando que el segundo de los rasgos mencionados sea más significativo que el primero, pues al fin y al cabo nombres femeninos son ética, estética, filosofía, psicología. filantropía y hasta revolución, mucho antes de haber sido absorbida por ese baile de vampiros en que se ha convertido con el tiempo, sobre todo cuando sus protagonistas pierden forma humana y su imagen ya no se refleja en los espejos.

Pienso, por supuesto en este momento, en el ominoso gobierno de Daniel Ortega, cuyas orugas de tractor están aniquilando los vestigios de oposición y de civilización.

Para cerrar las puertas a elecciones libres, el dictador Ortega ha encarcelado a 18 nuevos líderes de la disidencia, entre ellos cuatro candidatos presidenciales. Han sido encerrados en prisión porque el caprichoso personaje le sale al paso a quien pretenda discutirle su autodecretada condición de presidente eterno de Nicaragua.

Por lo demás, el desenlace rupturista terminaría por imponerse como inevitable, dado que la pareja presidencial, no especialmente aceptada, no exhibe ningún ángulo de su conducta que armonice con los decorosos perfiles de la gran patria de Rubén Darío y Ernesto Cardenal.

Eugenio D’Ors y más que nadie Ortega y Gasset casi levantaron un monumento a los jóvenes, entre quienes al que llamaré Ortega «el bueno», colocaron el futuro de la áspera región americana en las manos promisorias o porveniristas de esos jóvenes que, entre 1918 y algo después en 1928, conformaron las generaciones que borrarían el repetido dogma marxista de la vanguardia obrera o dirección del proletariado mundial.

La América española demuestra todos los días, a partir del prodigioso aporte de la Reforma Universitaria de Córdoba en 1918, que ese lugar de privilegio, conducción y futurismo corresponde a los estudiantes y capas medias e intelectuales que a lo largo de los siglos XX y XXI han proporcionado los líderes más lúcidos e indomables.

Pero nada es tan complejo como desenredar los rudos lazos generados en el ejercicio de la dirección política, puede ser largo y repetitivo, pero no le hace: el debate y la negociación son puntos de sólido respaldo a la causa del progreso, el cambio de gobierno, la democracia, la libertad, todo lo cual exige el músculo, el temple de quienes todo lo exponen para conquistarlas sin desmayo.

La torcedura sufrida en la agobiada hermana Colombia tras el llamativo acuerdo de desmovilización y desarme, que se tuvo cual ejemplo de excelente negociación entre sectores decisivos, casi lo único que puede exhibir es la creciente demanda de reanudarlo.

Dividida sin remedio, las FARC parecen hoy una metáfora de lo que llegaron a ser bajo el mando de Marulanda y el activo Secretariado, que había decidido no repetir el camino de la negociación debido a que sus miras eran más ambiciosas que liberar presos, obtener zonas de alivio y algunas concesiones políticas de buena consistencia. ¿Y en qué consiste el premio mayor guardado en secreto mientras no se diera el paso final? Bueno, que juzguen los lectores de esta columna. Tenían más de 20.000 hombres poderosamente armados y entrenados, un país fraccionado y una población cada vez más inclinada a resignarse a la condición beligerante de las temerarias FARC. Si tal fuera la situación de la guerra tendría sentido preguntarse ¿para qué conformarse con un pedazo de la torta si se la puede comer toda?, pero no era esa la verdadera realidad.

El desgaste militar y político de un movimiento que aseguraba ser invencible, avanzaba en marcha sostenida, como lo percibieron en su momento el presidente Uribe y su ministro de la defensa, Juan Manuel Santos, al ordenar el incremento de los bombardeos y la clausura de las zonas de distensión, como, por ejemplo, San Vicente del Caguán, en el marco de la política de Andrés Pastrana. Lo cierto es que esperaban repetir en Colombia las victorias de Fidel en Cuba, y de Ortega a la cabeza del sandinismo nicaragüense, y se equivocaron.

Quizás sea pertinente concluir esta columna leyendo en los versos del gran poeta, llenos de amor, esperanza y fe en el destino de la juventud:

Yo supe de dolor desde mi infancia,

mi juventud…. ¿fue juventud la mía?

Sus rosas aún me dejan su fragancia…

una fragancia de melancolía…

Entre la justicia y la venganza

Américo Martín

Con la perspicacia que generalmente se le reconoció, Tulio Halperín Donghi hizo notar que la Segunda Guerra Mundial aisló notablemente a América Latina de los mercados europeos y, en cambio, acrecentó con ímpetu inusitado la influencia norteamericana en América hispana, de la cual es parte la potencia brasilera. Este viraje, como tenía que ser, causó significativos cambios, incluso en el sistema de creencias de la región.

Halperín Donghi lo subrayó como el surgimiento de un nuevo equilibrio en la historia contemporánea de América Latina; en mi criterio y sin negar el surgimiento de nuevas ideas, me resulta exagerado imaginar que se trate de un «sistema de creencias» sustancialmente distinto al liberalismo del siglo anterior. Y sobre todo si nos referimos al marxismo, cuya aspiración de desplazar el pensamiento de Adam Smith fue tan notoria como errónea. Un juicio precipitado, sin duda dictado por el descalabro cuyo impacto mundial había sido devastador desde la crisis del 29.

Sin embargo, el «sistema de creencias» permaneció básicamente atado a la mano invisible de Adam Smith, la que dominó el pensamiento económico desde el siglo XIX, con su pregonada capacidad de autocorrección de fallas y errores.

La tesis del «nuevo equilibrio» se basaba en una ilusión. Vendrían equilibrios y se estaba en la búsqueda de nuevas ideologías o sistemas de creencias, pero la inminencia que creía verse era resultado de la emergencia del marxismo con la combinación de estatismo, planificación rigurosa, controles de precios, intereses controlados y en variables como la inflación, que resultaba más incontrolable cuanto más se pretendió amputar la mano invisible con el hacha del dirigismo estatal.

El auge del marxismo tuvo su origen en varias afortunadas operaciones políticas y no en un modelo económico probadamente sostenible. Pasados fulgurantes momentos de expansión, no se recuerda un solo país que haya logrado sobrevivir en aquel sistema de ideas. Tenían, eso sí, una enorme voluntad de lograrlo en algún momento, siempre que pudieran sostenerse en el poder. La áspera realidad los condujo, inicialmente de buena fe, a refugiarse en la represión y la fuerza del terror, hasta que tan odiosos medios se convirtieron en segunda naturaleza del sistema.

En fin, fuera del área política, la tentativa de cambiar el mundo fue fatal, resultó fallida en todo o casi todo lo intentado; por ejemplo, la edificación productiva, sistemas educativos, redes hospitalarias, gasto público orientado a atender en peor forma las necesidades y estructuras de seguridad que no fueron eficaces sino hostiles. Lo cual en regímenes donde reinen la libertad en el más amplio de los sentidos, la democracia más perfecta, los mecanismos electorales más viables, transparentes y confiables es difícil entender lo que signifique el cambio en el «sistema de las creencias» mencionado supra.

Está a la vista, tanto el naufragio de los países marxistas del este europeo como el viraje promercado formulado por China y Vietnam, modelos en trance de ser asumidos por el resto de las naciones marxistas, que alguna vez llegaron a virtualmente reinar sobre la cuarta parte de nuestro planeta.

Cabe preguntarse ahora cuándo y cómo encontrará el sistema madurista una vía para escapar de la trampa que hasta ahora ha intentado cerrarle las salidas. En otras palabras: por supuesto que sí puede y, por consiguiente, debe recuperar la senda de la libertad perdida. Creo, además, que en la medida del acelerado desgaste de las salidas de fuerza —trátese de invasiones foráneas, golpes de Estado, secuestros o atentados— a nuestra maltratada nación solo le queda la mejor, la más incruenta y por tanto más asociada a la convivencia ciudadana de todas: que sendas delegaciones encabezadas por Maduro y Guaidó se sienten a negociar —sin levantarse de la mesa a las primeras— un acuerdo electoral libre y garantizado por la generosa comunidad internacional.

Un logro de tanta envergadura supone el levantamiento de todas las sanciones, la normalización de las vivenciales relaciones diplomáticas y consulares entre Venezuela y todos los países del mundo. No hay fórmula más plena y eficaz. La negociación depende de la habilidad de los negociadores y de la lucidez de sus mandantes. Esto que puede ser decisivo, tanto en función del fondo de la cuestión como en lo concerniente a los pormenores.

¿Qué pasará con Maduro una vez que todo se resuelva? ¿Algún aguafiestas saltará al ruedo en nombre de la justicia a cuestionar los resultados, alegando que se trata de una intolerable impunidad? El asunto es que si se valora el acuerdo hay en el ordenamiento jurídico arbitrios para garantizar la efectividad de cualquier conclusión. Puesto que si vamos al fondo no puede confundirse venganza con justicia, mucho menos cuando se busca una paz sólida y una solución que rodee los acuerdos de legalidad y legitimidad en el marco de un futuro profundamente democrático para Venezuela.

Permítanme ahora un comentario de pasada: Miguel Cabrera y esa pléyade de colosos peloteros venezolanos de las Grandes Ligas que asombran a los espectadores con su impresionante desempeño, resisten cualquier comparación con los más grandes de cualquier época y país.

Una tierra de amantes probados del beisbol, sabrá sin duda que celebraremos muchos de los récords más impresionantes que aún le quedan a Cabrera y sus compañeros por batir, para gloria de los portentosos jugadores que solo esperan por un momento para demostrar lo que valen con un bate y un guante en la mano.

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Carta del visionario

Américo Martín

«¡Qué bello sería que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos!». En la Carta de Jamaica consigna Simón Bolívar ese justificado deseo, eje también de una masa de deslumbrantes consideraciones políticas a la que el visionario líder de la emancipación de la América hispana debe los honores que le reconoce la humanidad.

El Libertador fue un gran guerrero y sobre todo un sólido analista político, cualidad que respaldaba con una tenacidad incomparable; pero dejemos los elogios, que por lo demás ya no necesita. Más interesa entresacar sus decisiones estratégicas de cualquier contenido que, certificadamente, hayan despejado el camino de la Independencia, fuentes de enseñanzas válidas para acometer tareas difíciles.

El fragmento arriba citado alude a dos istmos, muy separados en la distancia. el de Corinto, ubicado en la parte central de Grecia y con brazos de mar que lo conectan con el Peloponeso y el mar Egeo. El otro es más nuestro, geográfica e históricamente. Trata del istmo de Panamá, que enlaza la América Central conectándola con México y, por supuesto, es difícil no ver la notable importancia de semejantes territorios.

Panamá, mirando hacia dos grandes océanos desde el hallazgo de Balboa. En 1826 pudo reunirse el Congreso de los latinoamericanos, concretándose a medias el sueño bolivariano. Y Corinto, despejando la unidad de los helenos, sin la cual jamás habrían podido derrotar al poderoso imperio persa, acaudillado por Darío.

Panamá y Corinto, Corinto y Panamá, han sido percepciones tan clarividentes que quedaron sembradas en la imaginación quién sabe por cuánto tiempo.

Fueron muchos los pronunciamientos universitarios, siguiendo a Córdoba-1918. Rememoraré varios, que sirvieron para crear el nuevo liderazgo latinoamericano, que conservó la marca indeleble de la Reforma Universitaria argentina.

Pero hagamos una referencia final a Panamá. En 1926, la Federación de Estudiantes de ese país invitó con solemnidad «categórica» a las de la mayoría de las de la Región flameando banderas casi obvias, la unión latinoamericana para defender cada pulgada de territorio de cualquier contraofensiva colonial, hasta la conjugación de los dos istmos conforme a las palabras del Libertador supra mencionadas y para llevar a la cúspide la unidad.

En la retórica del estudiantado del istmo decir «unidad» era decir «independencia» y decir «independencia» sería nada sin codificarla con el nombre de Bolívar.

Los frutos de la reforma y la sucesión de Congresos Universitarios no se limitaron a la profunda transformación de la idea que, desde entonces, se implantó en la América hispana sino que propició un poderoso viraje hacia lo científico y humanístico y erradicó métodos primitivos y nada participativos. Se eliminó la tradición del magister dixit y se encendieron debates en las clases que permitieron aprovechar en más las grandes ventajas de la democracia. La realidad fue regulando su intensidad para evitar interrupciones infinitas.

La renovación de la dirigencia latinoamericana ha sido impresionante. En 1924 se reúnen en Perú las Universidades Populares «González Prada» bajo la orientación del joven líder Víctor Raúl Haya de la Torre quien no pudo estar presente por hallarse en el exilio, pero su influencia en el Congreso fue absoluta. Había fundado también el partido APRA, de índole socialdemócrata que rompió con el marxismo en aspectos ciertamente esenciales.

En Venezuela se legalizó, en 1941, el partido Acción Democrática, fundado por Rómulo Betancourt, cuya influencia llegó a ser torrencial y se le ubica ideológicamente en la socialdemocracia, a pesar de no ser dado a militar en organizaciones internacionales por ser celoso de su independencia funcional. Por confluencia natural y acuerdos políticos confluyeron hacia el cauce AD-Aprista, el Partido Socialista Chileno, el Partido Liberal Colombiano, el Movimiento Nacionalista Revolucionario de Bolivia y el Partido Auténtico Cubano. Sin formalizar su registro como un solo partido, sus líderes estrecharon sus conexiones y, a ratos, suscribieron acuerdos que, pareciendo conferirles lo que cierta reluctancia a los partidos únicos les impedía ir más lejos, no obstante no ha dejado de concedérseles la pertenencia a una corriente bien definida del actuar político.

Estos desarrollos, desde los logros evidentes de la Reforma Universitaria entre 1918 y 1928, han forjado hegemonías alejadas del maximalismo, el dogmatismo y las corrientes marxistas. Por esa hábil previsión mantienen un hacer creativo interesante.

La idea es que el material creativo de las fuerzas democráticas sigue abriendo vías innovadoras. Es lo que explica la ligazón muy pertinente entre los nuevos proyectos de renovación o reforma universitaria que en este momento se han iluminado en casi todas las universidades venezolanas, siempre con el propósito de ampliar el marco y la funcionalidad de la democracia. De concretarse estos interesantes proyectos, avanzando, como es lógico, por la senda de una fuerte unidad con propensión a ampliar siempre más sus fronteras y un crecimiento de la democracia, sin vuelta atrás.

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De tres en tres

Américo Martín

El número tres tiene sus misterios. La Santísima Trinidad, los tres Reyes Magos, el tridente de Satanás, los tres grandes de la Segunda Guerra Mundial: Roosevelt, Churchill y Stalin; las tres Marías, el árbol de las tres raíces, Los tres chiflados, el primer triunvirato: Cristóbal Mendoza, Juan de Escalona y Baltazar Padrón, los tres de la Retórica de Aristóteles: logos, ethos y pathos; Aparicio, Concepción y Cabrera; los tres primeros en pisar la luna: Amrstrong, Aldrin y Collins; Pelé, Messi y Ronaldo; los tres sublimes majaderos: Jesús, Colón y Bolívar.

No podría extrañar, entonces, que en la no descartable negociación Maduro-Guaidó, la luz del Acuerdo de Salvación Nacional fuera matizada por las tres condiciones opuestas por Maduro.

Antes de analizarlas, sería importante comenzar resaltando que, pese al estilo lírico —como muy venezolanamente lo envuelve—, se trata de un importante paso. Porque estamos hablando de negociación y no de guerra, de paz y no de sangre. Ese paso, por supuesto, es el primero, que muchos han aceptado y casi nadie ha descartado.

Aunque las tres condiciones de Maduro fueron postuladas no en busca de una inmediata respuesta sino, tal vez, como premisa para el inicio de conversaciones —a diferencia de la esperanza vertida líricamente por Guaidó—, la trinidad de Maduro nunca podría aspirar a ser aceptada en la forma como se presentó. Pero, siendo como soy de los que creen que del diálogo siempre pueden conseguirse resultados auspiciosos, considero que estos escarceos pueden conducirnos a desenlaces mucho más interesantes.

Como las RR. SS. no podían permanecer al margen, alguien contrapropuso a esa trinidad socialista otra más compatible, pero igualmente difícil de aceptar: renuncia de Maduro y entrega de Miraflores a Guaidó, reconocimiento de la AN 2015 y devolución de los recursos de Pdvsa y del BCV utilizados para fines distintos a los contemplados en la ley. Evidentemente, a esas dos trinidades puede reprochárseles lo mismo, en el fondo no son serias. Salvo el efecto que pueda causar en el ánimo del adversario, la convicción de que nada que no sea realmente serio puede servir como base de negociación.

Esto nos devuelve a la pregunta inicial: ¿es posible que fructifiquen negociaciones entre la parte gubernamental y la parte opositora? Y de nuevo tenemos que plantearnos si todas las presiones del mundo están en capacidad de vencer la resistencia de los que creen que Maduro jamás negociaría porque, supuestamente, es más lo que pierde saliendo de la presidencia que perpetuándose en el mando por la fuerza.

Alrededor de semejante tesis parecieran confluir todas las variedades del maximalismo. He visto probar lo contrario a varios de los hombres fuertes de un lado o del otro y, es natural que así sea, porque es muy difícil imaginar a alguien tan intransigente que nunca pueda ser colocado en el dilema de destruir totalmente un país para salvar su pellejo.

Los gobernantes más poderosos, sea por caso, Mao, Stalin, Pinochet, Duvalier, Ceaușescu, Jaruzelski, Hoxha, Tito, negociaron y, en casos más desesperados, optaron por suicidarse, como Hitler; pero nadie sostuvo la intransigencia, más allá de su vida, cuando la nación y el mundo los obligaron a retroceder.

Es, al fin y al cabo, la reserva de racionalidad humana que no abandona ni a los más inflexibles. De allí que sea tan necesario cultivar un lenguaje ajeno a las provocaciones e insultos inútiles. La búsqueda del diálogo es, en sí, toda una política ornada con un estilo amplio y constructivo, donde la razón prevalece venciendo muchas veces los obstáculos más inusitados.

La calidad de la causa es, en todo caso, lo determinante. Nixon dijo alguna vez que el liderazgo más extraordinario es el que sobresale conjugando tres factores fundamentales: un gran país —y Venezuela lo es—, una gran causa —y la libertad, la democracia y el progreso social son tres de las mejores que pueden conseguirse— y la tercera, que las corona a todas, líderes capaces de entender el mandato que les imponen el gran país y la gran causa.

No dudo que ejemplares de esa índole ya se han desarrollado en nuestra atormentada Venezuela, porque tal como dice el proverbio, a grandes males corresponden grandes remedios.

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Drogas, FARC, ELN y paramilitares

Américo Martín

Es cada vez menos inocultable la incidencia de las drogas, trátese de carteles en México o de los bloques en Colombia, fenómeno expandido en este último país, en los dominios de la política y las armas, posiblemente más que en cualquier otro. Siendo la guerra, según Clausewitz, la continuación de la política por otros medios, se entiende perfectamente que la atormentada nación colombiana haya sido rociada de fuego y drogas durante tanto tiempo. ¡Demasiado temple el de nuestros hermanos vecinos para mantenerse en pie desde el asesinato de Gaitán en 1948!, que es cuando pueden datarse correctamente los años de la violencia. 73 años casi ininterrumpidos de sangre, destrucción y lava ardiente.

Esa inmerecida desolación ha sido hija de políticas infames y lo peor es que no se vislumbren próximas las salidas negociadas entre los factores involucrados y, por el contrario, los desenlaces trágicos tengan una aguda propensión a proyectarse hacia Venezuela, a través de la frágil línea fronteriza horadada por quienes quieran hacerlo.

La muerte del líder de las FARC Jesús Santrich, quien es percibido por gran parte de la opinión internacional como estrecho aliado de Nicolás Maduro, es un síntoma del muy mal estado de las relaciones entre nuestros países, que desde la Emancipación habían sabido guardar fraternales lazos.

Si se confirmara la apreciación internacional que relaciona a dos jefes faristas de la envergadura de Santrich e Iván Márquez con autoridades venezolanas, no puede menos que considerarse de extrema gravedad.

El paramilitarismo ha ido ocupando grandes extensiones de Colombia y una cuota muy elevada de la droga que financia actividades militares y acuerdos políticos de toda laya.

Afortunadamente, centros de investigación universitarios, agencias de organismos internacionales y la Corporación Nuevo Arco Iris no han descuidado el seguimiento y cuidadoso estudio del crecimiento de la para-política, con el objeto de llevarle el pulso tanto a la expansión militar como a los acuerdos políticos forjados.

Estos cuidadosos esfuerzos intelectuales no solo nos han dado una muestra de realidades que se han tildado de «escalofriantes», las AUC, ya de suyo, configuran un peligro muy serio. Castaño, su jefe original, aprendió el manejo de la industria y comercialización de la droga con Pablo Escobar, temible jefe del Cartel de Medellín. El caso es que estos personajes se desenvuelven como peces en el agua.

La Corporación Nuevo Arco Iris, con ayuda de la Agencia Sueca de Cooperación para el Desarrollo, realizó una investigación sobre las negociaciones entre gobierno y los paramilitares con el fin de precisar las conversaciones adelantadas en San José de Ralito

Todas estas indagaciones pusieron en conocimiento de los investigadores la enorme expansión experimentada por las AUC entre 1997 y 2003. Zonas muy grandes e importantes cayeron bajo su influencia sin gastar mayor pólvora, el Magdalena Grande, Cundinamarca, Bogotá, Valle, Catatumbo, Norte de Santander, Meta, Casanare.

En el mencionado periodo de seis años, fue impresionante también el desarrollo de otros frentes de las AUC, y de modo llamativo en costa caribe, el piedemonte llanero, el sur y occidente. Esas zonas pasaron a denominarse Bloque Norte, Catatumbo, Centauros, Vencedores de Arauca, Bloque Pacífico.

Es sumamente importante tener en cuenta que en este acelerado crecimiento del paramilitarismo, las FARC se encontraban sometidas a las complejas negociaciones de paz, desarme y desmovilización con el gobierno del presidente Uribe y su ministro de Defensa, Juan Manuel Santos; todo lo cual sin duda les complicaba mucho sus iniciativas y movimientos, con el agravante adicional de las exitosas victorias militares alcanzadas por Uribe y Santos, que produjeron un curso radicalmente distinto a la estrategia militar del sucesor de Marulanda, Alfonso Cano, e impulsaron definitivamente las negociaciones de paz con las FARC.

Es bien conocido que en la búsqueda de los autores materiales de la muerte de Jesús Santrich se cruzan interpretaciones. Se piensa en cazarrecompensas en dólares y en pesos. Desde luego, nada puede descartarse, pero si algo es evidente en este embrollo, es el peso del narcotráfico y las muy profundas vinculaciones entre ese factor, los bloques paramilitares, incluidos los desprendimientos de frentes guerrilleros de izquierda tradicional, tales como las FARC y el ELN y fragmentos escindidos de grupos residuales en activo proceso de atomización. Desde hace ya un tiempo aprendieron a manejar la compra venta de parlamentarios, concejales, alcaldes, gobernadores, ministros, funcionarios judiciales, sin dejar de lado militares que puedan ser útiles. Sin embargo, aunque sea fácil fabular sobre corrupción, conjurar estas prácticas no debería ser especialmente difícil, cuando son muchos los venezolanos honrados decididos a denunciar y contribuir a cerrarle el paso a la infecta corrupción.

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Nacieron para desentonar

Américo Martín

Si los filósofos y enciclopedistas fundaron un todo compacto, sin el cual no habría sido posible el descomunal esfuerzo de tomar la gran fortaleza de la Bastilla, quizá tampoco habrían sido decapitados reyes y príncipes de la monarquía ni se hablaría de ese extraordinario acontecimiento histórico-social que fue la Revolución Francesa. Aunque tal revolución goza de un merecido prestigio por su enorme impacto en el orden cultural y de las ideas, no puede admitirse que sus crudos excesos deban ser absueltos por sus grandes aciertos.

Con errores tan cruentos y aciertos más imaginarios que verdaderos, muchas otras revoluciones son tenidas hoy con toda razón como modelos extremadamente bárbaros y salvajes, pese a que durante largo tiempo se mostraban al mundo cual ejemplos vivos de la más alta expresión civilizada, dejando atrás las que han preservado esencialmente su profundo significado científico y humanista.

Afortunadamente la opinión mundial ha ido virando hacia la objetividad crítica, y arrancando de las pezuñas del dogma y de las tinieblas extremistas tanta basura revolucionaria a la que vemos perder diariamente inmerecidos galardones.

El caso es que, primero con lenta parsimonia, y ahora abriéndose paso allí, donde los maximalistas nacidos para desentonar tratan de bloquear aperturas y de descalificarlas, invocando gracias de leyendas y dogmas revolucionarios como si el oscuro pasado fuera inmodificable, y como si las más notorias de aquellas gracias no hubieran podido sobrevivir sino como sorprendentes desgracias.

Pero, volvamos a la peligrosa situación que envuelve a nuestra amada Venezuela, a la que se pretende convencer de que vive también su propia revolución. Para aprovecharse de algún modo del maximalismo socialista, cuando menos de las posiciones y votos que les corresponden como miembros de la comunidad internacional, pretendieron consagrar para Venezuela esa condición, como si semejante cementerio ideológico conservara vestigios de la notoriedad que alguna vez ostentó, pero que en gran medida también ha perdido. No obstante, en principio solo muy pocas naciones estarían dispuestas a enredarse en estrechas luchas ideológicas que dan para todo.

Los que creyeron encontrar un tesoro de posibilidades escarbando en tales arenas fueron en general los paramilitares colombianos, incluidos los seguidores de la familia Castaño, el ELN y las FARC que, después de haber sido la primera de las insurgencias, se atomizó en tres o cuatro pedazos y hoy vuelve a la carga aprovechando –me atrevo a creer– la audacia combatiente de Hugo Chávez, dispuesto a ganar la simpatía de los irregulares dondequiera se ubicaran.

No era menester ser un mago de la política para comprender que aquello terminaría muy mal. Y, en efecto, humildes soldados venezolanos fueron secuestrados y desarmados por un fragmento de las FARC que desde hace tiempo ha sabido sacarle provecho a las proclamas de Chávez.

Combates entre las FANB de Venezuela y la antigua organización dirigida por Marulanda, quien llegó a disponer de más de 20.000 hombres perfectamente organizados, armados y desplegados, pues sus miras llegaron a ser ni más ni menos que la toma del poder, tal como ocurriera en Cuba con Fidel y en Nicaragua sandinista con Daniel Ortega. Obviamente carecen de la fuerza y el prestigio que alguna vez tuvieron, pero su vocación los tiene sentados en el mando, así sea para que los dejen quietos.

El proceso interno del chavismo y madurismo, en paralelo con la influencia del paramilitarismo vecino, han puesto a pensar con mucha seriedad en lo que pasa y puede seguir pasando, tanto en Miraflores como en los mandos militares bolivarianos y en el PSUV. La cúpula madurista está insinuando aperturas que sería necio desestimar. Las señales de la otra parte deben ser escuchadas y respondidas con buenas señales. Por elemental ley de la vida, si todos sabemos que la tragedia del país nos daña por igual a unos y otros, sería desquiciado desaprovechar tal momento y en lugar de intercambiar razones útiles arrojarse insultos y malsanos epítetos inútiles.

El acuerdo postulado por Guaidó está ornado de trascendencia, al punto de recibir el nombre ilustre de Acuerdo para la Salvación Nacional.

El hecho es que las posiciones ya se han movido y se dice que nuevos contactos se han producido, y eso no puede sernos indiferente. Dos connotados y competentes opositores, de los cinco integrantes del Consejo Nacional Electoral, forman parte de la directiva comicial, el reconocido técnico Roberto Picón y el experimentado analista político Enrique Márquez.

Juan Guaidó ha dado un muy importante paso al proponer una negociación entre la oposición, el gobierno de Maduro y la poderosa y generosa comunidad internacional, inclinada como el que más a la salida electoral, libre, transparente y viable.

Por lo que me han hecho saber, a Maduro le preocupan las sanciones. Guaidó relaciona elecciones y sanciones. La negociación garantiza esas elecciones y, también, el levantamiento de todas las sanciones.

Me asegura otro buen amigo que Maduro teme perder y quizá crea que sus adversarios nunca cumplirán sus promesas. Olvida que el arma electoral es de dos filos, como La Tizona del Cid Campeador. Se gana, se pierde. La costumbre electoral estabiliza los cambios y las permanencias, de modo que a largo plazo ganan todos.

Twitter: @AmericoMartin

El valle sin amos

Américo Martín

He tomado de una densa reflexión de mi admirado amigo Luis José Oropeza, la mitad de su título con el objeto de ilustrar mi columna de esta semana en TalCual, diario fundado por Teodoro Petkoff en el cual escribo ininterrumpidamente desde hace 21 años, es decir, una semana sí y la siguiente también, aparte de las colaboraciones especiales que me pide este indoblegable medio. Venezuela: fábula de una riqueza. El valle sin amos. Artesano Editores. Cedice Libertad 2014.

¿Por qué me quedo con la segunda parte del título de Luis José? Simplemente porque El valle sin amos viene al pelo para ilustrar la dramática situación electoral de Venezuela. Son muchos partidos, individuos y movimientos los llamados a tomar las decisiones fundamentales pero, a tenor del Evangelio según Mateo 22:14, pocos los seleccionados.

Cualquiera que sea el significado de estos versículos, lo cierto es que la gran masa de los que asumen responsabilidades direccionales no ayuda a descifrar sentidos sino a confundirlos. Y de allí, sin más, que el valle –la causa primaria– en otras palabras se enturbia cuando sobran las manos que agitan el caldo.

De los amigos en la hirviente olla política dependerá, pues, todo: la victoria, la derrota o resultados ambiguos de los que resulta a veces muy costoso desligarse, proponiendo nuevas líneas de acción. Es de una obviedad perfecta tratar de evitar conclusiones procedentes de muchas voces que terminan cayendo en estados desconcertantes, sea por contradecirse a cada paso, sea por desenvolverse en pugnas de mala fe, decisiones personales por la obsesión de controlar la organización para someterla a designios personalísimos. Para sobrevivir a esas tormentas, generalmente mezquinas, brotan las continuas fricciones y divisiones que perjudican los esfuerzos unitarios, sin los cuales, por cierto, ni los proyectos más inteligentes pueden salir bien librados.

Están al alcance de los integrantes del oficio político los más simples, los menos cultos, los más improvisados, algunas reglas del accionar público, sin manejo de las cuales mejor sería retirarse del juego. Ganar amigos para fortalecer la lucha común antes que perderlos por ignorancia, incomprensión o por incapacidad para dominar pasiones. El correlato de la idea de ganar amigos es construir la unidad sin viejas cuentas por cobrar, no confundir la necesaria justicia con la contraproducente y maligna venganza.

El colosal viraje de la guerra emancipadora impulsada hacia el infinito por el decreto de Guerra a Muerte, dictado por Bolívar en Trujillo, y abolido por aquel caraqueño visionario para dar paso al Pacto de Regularización de la Guerra, fue aceptado por Pablo Morillo, el máximo general de las fuerzas realistas, y ratificado por ambos con un histórico abrazo en Santa Ana, que siguió elevando al cielo el prestigio de acción de la causa americana en todas las capitales europeas y especialmente el del Libertador, que con tanta destreza demostraba que la política era la continuación de la guerra hasta la victoria por medios civilizados y en lo posible, incruentos.

Sé que me saldrá al paso esa fórmula en la versión original del notable general prusiano Carl Clausewitz, quien antes que nadie la asomó, aunque esencialmente distinta a la que acabo de evocar.

La guerra es la continuación de la política por otros medios, había consagrado el hábil prusiano. Rota la paz, la guerra tiende a continuarla, desarticulada la guerra, serán los políticos quienes desvíen hacia la paz las furias guerreras. El tigre Clemenceau había dicho que la guerra es un asunto demasiado serio para dejarla solo en manos militares.

Vuelvo a lo pendiente, las elecciones, la paz y la mano tendida son armas propias de la democracia moderna y civilizada. Lo que nos tiene la brida amarrada es que hay muchos centros de discusión con ganas de derrotar a los rivales. Se favorecen los desarreglos en lugar de los acuerdos. Guaidó es un demócrata consagrado, Maduro tendría que cambiar su política y dotarse de nuevas convicciones. Pero, como el mundo se ha involucrado generosamente en la redemocratización y retorno de la centelleante prosperidad de nuestra maltratada nación, es menester que se halle cuanto antes un acuerdo mundial para que Venezuela sea democrática y próspera como en el mejor de sus momentos históricos, mediante el sufragio libre, transparente y con el acompañamiento universal de las naciones civilizadas.

¿El valle sin amos? Los amos del valle calificaban, no sin sorna, al privilegio mandamás de los poderosos que cuando menos lograban imponer acuerdos pragmáticos. Pues, resulta que se necesitan líderes, no amos, que sepan y puedan armar un valle que se les ha perdido dejando en el desamparo de soluciones a nuestro recio pueblo. Para que haya acuerdos necesitamos líderes tan aptos o mejores que los que iluminaron nuestro pasado. Los hay, sin duda, así como las buenas decisiones que deban tomarse. Solo falta que se unan y pongan la gran causa democrática en movimiento, con la seguridad de que nuestro gran pueblo acompañará las buenas razones del liderazgo.

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Caminos bloqueados

Américo Martín

La tasa de desempleo en Venezuela, de acuerdo con datos del FMI, fue durante 2020 y lo que va de 2021, del 58,3%. Es una cifra escandalosa, la más alta del mundo. La hiperinflación de los cuatro o cinco últimos años se mantiene también en niveles inalcanzables.

Desde el punto de vista de las variables macroeconómicas, Venezuela está sumergida en una muy peligrosa combinación recesivo-inflacionaria que, por sí sola, explica la dramática situación social que padecemos. Se trata de indicadores mundiales que, por lo mismo, necesitan un esfuerzo muy grande para encontrar salidas a riesgo de caer en un abismo insondable.

No vale la pena hacer la crónica detallada del colapso de los servicios públicos —incluidos los de salud y de educación— por mala gestión gubernamental de cara al pronosticado, y ahora tangible, avance de la pandemia que, como es natural, cobra más fuerza en la medida en que el poder la pierde.

Es evidente que los caminos están bloqueados, de modo que tendríamos que imaginar las consecuencias que acarrearían la permanencia o agravamiento de estas malignas tendencias. Por supuesto, que en ese marco tan diabólicamente negativo, caben todas las suposiciones y, de hecho, los indicadores del deterioro militar, en relación con la crisis de la frontera colombo-venezolana, asombran por la crasa ineptitud frente al manejo de las relaciones con los paramilitares y, especialmente, con la atomizada FARC en Apure, el ELN en Bolívar y en cada vez más lugares del territorio nacional.

Venezuela no solo ocupa el primer lugar en los niveles de desempleo e hiperinflación; también, según el FMI, posee el menor PIB per cápita del continente y lidera el Índice Anual de Miseria de Hanke (HAMI) por encima de Zimbabue, Sudán, Líbano. Surinam, Libia, Argentina, Irán, Angola y Madagascar. Son cifras vergonzosas ante las cuales no hay excusa posible, es el fracaso de un modelo y una gestión pública.

Ese cuadro es el que ha impulsado la lucha por el cambio democrático en forma pacífica, que ha recibido un respaldo mundial sin precedentes. Son urgencias sociales que exigen respuesta, pero que hasta el presente la renuencia de Miraflores a cambiar o someterse a un proceso electoral transparente y justo, ha optado por apoyarse en la fuerza militar para perpetuarse en el poder.

Sorprende que semejante práctica no se haya detenido ni siquiera frente a los despropósitos de las FARC y su intento de sellar una alianza, más bien maligna, con Miraflores. En este momento, sin necesidad de ello, es el oficialismo venezolano el que está peleando con grupos armados colombianos en territorio nacional y, todavía más, llevando la carga principal de muertos y heridos.

Es doloroso ver los cadáveres de militares y civiles venezolanos caídos en nombre de una causa que niega a Venezuela y a su inmensa mayoría honrada. Ver a esos compatriotas acompañados del dolor de sus familias, es algo que sencillamente no puede continuar y así debería entenderlo el Alto Mando Militar.

¿Qué necesidad había de dar ese paso tan peligroso y absurdo del cual, hasta ahora, no hemos podido deslastrarnos? ¿Qué puede esperarse de esa otra situación bloqueada?

Hay que preguntarse, además, ¿cuán alto será el desconcierto de nuestros compatriotas militares, sometidos a emboscadas de las FARC, en tierra venezolana y sin que se reciban claras instrucciones del Alto Mando, en el sentido de por qué algunos oficiales, excesivamente plegados al partido de gobierno, consideraban aliados políticos o compañeros en causas revolucionarias a quienes, en este momento, los emboscan y los agreden alevosamente?

Como puede verse, la crisis de Venezuela podría llegar a expresiones volcánicas en medio de las profundas urgencias sociales que revelan las cifras arriba mencionadas.

Como lo he dicho muchas veces, soy contrario a invasiones militares cuyos efectos pueden ser demasiado perniciosos, pero el hecho de que haya políticos importantes del país arrojándole carbón a la máquina de la guerra, podría escaparse de las manos de los líderes más serenos y responsables y la miasma militarista mezclarse con la miseria, el hambre, el desempleo e inflación, como factores con potencial detonante muy acusado.

Creo que es extremadamente importante detener la mano de los partidarios de la guerra e insistir en desbloquear el camino electoral, pacífico y negociado, tal como lo reclama la generosa comunidad internacional, aun cuando la irracionalidad en ritmo de guerra, aprovechando el desesperado estado de ánimo de los venezolanos, intente soluciones maximalistas que por lo general fracasan porque carecen de sentido.

No soy tan ingenuo para no creer que las vueltas y revueltas de la noria no puedan provocar estallidos de violencia con relativo éxito, si es que entre la muerte y la vida llegara a predominar la primera.

Y, por otra parte, tengo la premonición de que Venezuela se saldrá con la suya, reconquistando la democracia, haciendo flamear la libertad, recuperando el acelerado ritmo de crecimiento y desarrollo diversificado que llegó a alcanzar, porque, al fin y al cabo, la tozudez tiene unos límites más estrictos que el más bloqueados de los caminos.

Twitter: @AmericoMartin

Dictadores a su mandar

Américo Martín

Resulta irritante que pocos o ninguno de los apremiantes problemas que atentan contra la vida de los venezolanos, esté siendo resuelto —o cuando menos sometido a examen— por autoridades serias. Las malas noticias caen obsesivamente sobre la humanidad de nuestros compatriotas sin que se entienda por qué las variables de pobreza extrema nos siguen sepultando en los niveles terminales.

Si se compara, desdichadas naciones parecen ser desplazadas del sótano del subdesarrollo por Venezuela, que desde los años 1920 —cuando el tirano Juan Vicente Gómez pudo valerse de la palanca petrolera— estuvo en los primeros lugares de la región en lo concerniente a ingreso per cápita (IPC), medida por mucho tiempo usada para conocer la evolución del nivel de vida de naciones o de regiones.

A sabiendas de que el sector petrolero constituyó desde sus inicios una economía externa, dotada de tecnología muy avanzada —razón por la cual solo pudo ser diseñada y puesta en operación por las grandes transnacionales norteamericanas y anglo-holandesas— sería demasiado obvio restarle méritos a los gobiernos venezolanos en el diseño y montaje del mencionado sector. Por supuesto, que algo hicieron en lo concerniente al mecanismo jurídico para establecer el sistema de concesiones.

Sin embargo, desde el principio, el tirano había «olido» el inmenso negocio que estaba por caer en sus manos, así se tratara de una minucia en comparación con las ganancias y el poder que tocarían a Standard, la Royal Dutch Shell y otras hiperpoderosas «hermanas» que en aquellos años dominaron el negocio. Seguramente la codicia guio sus pasos de modo que, sin complejos y mientras el manejo era relativamente sencillo, tomaba decisiones por sí solo: «Cobraba un porcentaje por adjudicar concesiones, eliminó intermediarios. Más tarde, dispuso vender directamente concesiones a través de una compañía venezolana que abrió oficinas en Nueva York y Londres» (Magin Valdez, Venezuela: teoría y política petrolera. Editorial UDO 1973).

Partiendo de trienios desde 1917-1920 (afirmado Gómez como déspota totalitario) y hasta su muerte, en 1935, la producción de crudo y productos pegó un salto descomunal que bastó para deslumbrar a todos los entornos y justificar la bien ganada fama de nación próspera.

Aprovechar ese colosal emporio de oro negro, oculto en el subsuelo, fue cosa de niños para las transnacionales anglosajonas, de modo que lo de Gómez, en materia de gestión y gerencia, no supuso mucho esfuerzo ni especial talento, pero sin duda astucia, codicia y falta de escrúpulos y una endiablada suerte para que tan colosal riqueza reventara cuando el hombre empezaba a despachar.

Seguramente que la riqueza de su hacienda sirvió de acicate para concebir cualquier sueño, lo que facilitaría las sociedades de sólidos intelectuales con la bellaca dictadura justificada por la obra misma. Un intelectual de la calidad de Román Cárdenas, organizó la hacienda pública, otros el servicio exterior y otros más la red de carreteras y caminos que, ciertamente, impulsaron el comercio y transporte interno. Como hacendado latifundista, Juan Vicente está para impulsar la agricultura y la ganadería.

El impuesto que el fisco le aplicaba al café y el cacao, a la sazón principales frutos de exportación, planteaba una seria contradicción al gobierno. El dilema era eliminar un impuesto que le proporcionaba Bs. 84 millones al fisco pero frenaba la expansión económica, o dejarles esa suma a los exportadores en beneficio del crecimiento del producto y el empleo. Prefirió la segunda opción. El instinto agricultor esa vez le aconsejó bien. No obstante, una revisión pormenorizada de los altibajos de su larga y tortuosa autocracia de 27 años, dejaría en claro que sus consejeros no fueron acertados. Gómez era el «gendarme necesario», expresión esta emanada de Tiers para aplicarla al césar que con mano dura impone el orden necesario por tiránico.

Esa tiranía, diseñada para civilizar a un país que no entendía la democracia ni se sometía a ella, fracasó históricamente: no dejó vestigios civilizatorios ni alcanzó a retener la simpatía que inicialmente le guardaban sus sucesores.

El posgomecismo (López Contreras, Medina Angarita) reaccionó contra el gomecismo e inició la transición hacia la democracia. Hubo, pues, que fumigar las cenizas del césar para levantar en su contra la democracia, la libertad y la prosperidad. Eso sí, purificadas de estigmas de maldad y rapacidad.

Entre dictadores y mandatarios democráticos se desenvuelve la accidentada historia del poder. Hubo dictadores virtuales —Páez en algún momento— dictadores comisorios o inevitables, como Bolívar, nombrado por el Congreso de Nueva Granada; dictadores tolerantes, como Guzmán Blanco; dictadores que por recientes esperan su juicio final. Pero el sumun de todos ellos, el más totalitario y consciente de su rapacidad y sus métodos inhumanos fue Juan Vicente Gómez. Si Bolívar fue caudillo a su pesar, Gómez fue tirano a su mandar.

Twitter: @AmericoMartin

Sin doblegarse, sin desesperarse y perseverar

Américo Martín

Los empresarios tienen mala fama y han sido acusados, por cierto sin abundancia de pruebas, de cuantos delitos puedan ser imaginados. No pienso limpiarlos de todo pecado, pero me gustaría, en nombre de la coherencia, emitir juicios equilibrados sobre su papel en ciertos momentos históricos, como el actual.

Permítanme, antes de retomar la crónica de este problema, aludir a un interesante debate organizado por notables intelectuales venezolanos acerca del tema de cuál fue la personalidad del siglo XIX más determinante de los acontecimientos del siglo XX. Se escucharon nombres obvios, como Metternich o Talleyrand, pero quizás por afán de introducir una travesura, interpuse a Carlos Marx. Al fin y al cabo, la cuarta parte del mundo se había organizado bajo la bandera del marxismo y contaba este movimiento con una influencia escandalosa que se manifestó precisamente en el siglo XX.

Lo que debo aclarar es que cuando emití este juicio ya me había desasido completamente de la influencia marxista que durante varios años profesé. Había llegado a la conclusión de que el marxismo es un mito, una fábula inconsistente destinada a desaparecer.

Paradójicamente, esos defectos tan acusados le daban una inesperada fuerza a la travesura de haber propuesto a Marx, porque ya no podía alegarse que su doctrina terminaría obteniendo logros realmente inolvidables.

El caso es que Marx fue el crítico más duro contra el rol del empresariado y, su insistencia en estigmatizar al capitalismo, sembró las ideas más deplorables sobre la figura del empresario. No obstante, brillantes economistas y, en particular Marshall y Schumpeter, introdujeron una excelente variante cuando hablaron del papel emprendedor de los capitanes de la industria al cual debemos en buena parte la modernidad, el desarrollo de la tecnología y el resultado de todo ello, la globalización.

Insisto: no estoy interesado en glorificar a nadie, incluidos, por supuesto, esos líderes industriales, pero el progreso tiene muchos rostros que han sido distinguidos por sus aportes en diferentes áreas, de modo que no se debería dejar por fuera la moderna gerencia empresarial.

En medio de la situación catastrófica que vive Venezuela, Fedecámaras anunció su decisión de ayudar a resolver problemas conjuntamente con el gobierno de Maduro. La primera respuesta del oficialismo fue positiva, lo que despertó el interés colectivo y animó a no pocos dueños de empresas. Sin embargo, el entusiasmo duró poco, cuando de la manera más inesperada, en Miraflores se produjo un viraje sorprendente; llovieron acusaciones algo polvorientas, extraídas del viejo baúl de los malos recuerdos. Se acusó a Fedecámaras de urdir planes conspirativos a los que supuestamente nunca habría renunciado. Fue un mazazo que desconcertó a los defensores de la iniciativa de Fedecámaras y probablemente despertaría ácidas críticas en el seno del oficialismo contra el gobierno de Maduro. Quedamos pues, en el mismo lugar, sin avanzar ni retroceder, lo cual en las condiciones de Venezuela representa un peligro real.

Personalmente, considero que la iniciativa de Fedecámaras era necesaria y lamento que de nuevo estemos envueltos en incógnitas al respecto.

No sé si tan lamentable incidente le pone fin a este esfuerzo para que distintos sectores del país resuelvan problemas tangibles, pero si así fuere, el costo podría ser inmensurable, entre otras cosas porque desanimaría las iniciativas plausibles provenientes de otros sectores de la sociedad.

El oficio político siempre está en juego en ocasiones como la que aquí he comentado y, sin duda en todos los casos donde se ejerce con probidad, deja una enseñanza fundamental: no se puede tomar una iniciativa juzgada positiva para abandonarla ante los primeros obstáculos. Por eso, sería importante que siguieran surgiendo propuestas constructivas en función del bienestar, de la libertad, del progreso social y material de un pueblo colocado en niveles tan dramáticos como el nuestro. Por supuesto, todo en el marco de la democracia.

Uno de los más grandes políticos del siglo XIX, nuestro Libertador Simón Bolívar, sabía sacarle provecho a las confrontaciones más difíciles y a las declaraciones más comprometedoras, pocas de las cuales tan trágicas como el Decreto de Guerra a Muerte, dictado en la noche del 14 al 15 de junio de 1813 en un pueblo de los Andes de Venezuela, por un joven héroe de 30 años, para entonces general en jefe del Ejército patriota, a la orden del Congreso de Nueva Granada.

En estado febril, razonando consigo mismo, llegó a la conclusión de que él no podría responder con balidos de oveja a la brutal sed de sangre de los ejércitos del rey.

Como era de esperarse fue coreado y aplaudido por los jóvenes oficiales que lo acompañaban y, no obstante, el Libertador deslizó una variante que atenuaba en forma interesante el rigor del decreto. A los españoles y canarios que había prometido la muerte, ahora les brindaba la mejor manera de escapar a ella: «…Y se unan a nosotros; en una palabra, los españoles que hagan señalados servicios al Estado, serán reputados y tratados como americanos».

Con una claridad absoluta en un momento de exaltación tan crispante, Bolívar dejó claro que es la unidad de los maltratados —con la colaboración incluso de sus perseguidores dispuestos a unirse a la República— el camino posible para redimir a los pueblos en libertad, en democracia, en respeto a la dignidad; la única vía para volver a tener una patria libre, democrática y próspera. Tómense estas sabias palabras de un gran líder político para que en los momentos de extremas necesidades todos persistamos en los propósitos más elevados sin doblegarse, sin desanimarse y perseverando hasta el fin de la vida si fuere necesario.

Twitter: @AmericoMartin