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Américo Martín

Caudillos, gracias y desgracias

Américo Martín

Que Enrique Krauze, muy apto historiador mexicano, llame «caudillos» a los sacerdotes Hidalgo y Morelos, al tiempo que a ese extraño líder de mirada dominante y fulminante, que fue Antonio López Santa Anna y también al general Porfirio Díaz, nos da una idea de lo contradictorio, impreciso y ambiguo del concepto mismo. Recaen sobre Morelos, Santa Anna y Díaz los juicios más excluyentes. Díaz, uno de los más rutilantes hasta el momento de ser derrotado, fue expulsado para siempre del país. Fue enterrado en un cementerio parisino. Y ahí sigue sin que ni los que guardan opiniones más justas acerca de su gestión pidan que sus restos sean repatriados.

… que digan que estoy dormido

y que me traigan aquí

México lindo y querido

si muero lejos de ti.

Nuestro Laureano Vallenilla describió a Páez cual gran caudillo de los llanos occidentales.

Laureano le daba valor a cada palabra. Un poderoso César, sí, de fuerza férrea, pero de y para la democracia. Un gendarme o dictador que controlara turbulencias sociales y políticas.

Ocurre que atribuir a Páez o a Monagas la condición de caudillos no lleva connotaciones negativas, se trata de un calificativo afectuoso que denota admiración, al igual que se lo propone el gran educador argentino Domingo Faustino Sarmiento con el caudillo Juan Facundo Quiroga, un recio samán, tallado a golpes de hacha al igual que José Antonio Páez en su forja viril desde que ejerció los trabajos más duros en la hacienda donde se refugió para no pagar el homicidio que cometió contra un temerario que pretendió robarlo.

El caudillo de los llanos occidentales, el Centauro, fue uno de los grandes líderes de la Emancipación. Pero siguen en pie los equívocos. Le lloverán cargos difíciles de aceptar que lo presentan como traidor a Bolívar. A las malquerencias contra el catire se han unido los seguidores de un Bolívar impostado, que no cabe en el molde que le han construido quienes pretenden usurpar los legítimos títulos de grandeza erigiéndose en sus legatarios o salvadores destinados a completar lo que al Libertador supuestamente «le falta por hacer todavía».

En nombre de la revolución estos novedosos sucesores han querido culminar la aún inconclusa gestión del principal héroe de la Independencia. Pero un rápido vistazo a los escombros que han dejado basta para medir la magnitud de su retroceso histórico.

Permítanme evocar esta cuestión de los caudillos para bien o para mal. Aunque de antemano el dilema puede resolverse, usando la inteligencia o prescindiendo de ella en uno u otro sentido. Creo que un dictador sanguinario tendría una palabra que decir al respecto.

Haciendo un balance de sus casi tres primeros lapsos de su ya larga dictadura, Juan Vicente Gómez —el gendarme necesario en que pensaba Vallenilla Lanz— dijo en el Capitolio Federal: «Los cinco primeros años solo pude emplearlos para acabar uno a uno con los caudillos, sin lo cual no estaríamos en el auge que ahora hemos comenzado a disfrutar».

El caso es que hasta sus más drásticos enemigos reconocen que pacificar el país liquidando a los caudillos, sí fue un mérito del viejo tirano. Quiere decir que el caudillaje ya no tiene en Venezuela y la región valores reconocibles.

Mas la valentía en defensa de la libertad, desplegada por hombres como Román Delgado Chalbaud, Nicolás Rolando, Juan Pablo Peñaloza y muchos otros, de jugarse la piel en operaciones extravagantes, deja siempre un rescoldo de legítima admiración.

La última oportunidad en nuestro país de vivir luchas de esta índole fue en los terribles años 60. Las guerrillas revolucionarias fueron derrotadas y aunque su factura fue fidelista carecieron de los rasgos caudillistas del siglo XIX.

No quiero concluir esta columna sin responder a las medidas que, segun J. V. Gómez proyectaron, luego de cauterizar el penoso caudillismo, el equívoco auge de nuestro país.

El tirano llegó al otro extremo, la dictadura, la más desembozada y completa que se conoció en Latinoamérica.

Ese dictador totalitario no estuvo muy desorientado cuando relacionó sus éxitos con las siguientes disposiciones:

  • Eliminación del impuesto de exportación al café y el cacao. El Fisco dejó de percibir 84 millones de bolívares, pero la economía productiva recibió un importante empujón.
  • La red vial que impactó la actividad productiva y comercial.
  • Financiamiento «minero» (se refería principalmente a la producción y exportación de yacimientos petroleros). En ese punto el tirano hizo una pausa y agregó: el petróleo nos asegura un brillante porvenir.
  • Organización moderna del Ejército, para lo cual fortaleció la Academia Militar, colocando en su dirección al experimentado coronel Samuel Mc Gill. En este último particular ya está fuera de dudas que Juan Vicente fue el fundador del Ejército venezolano.

Curioso destino el de un caudillo devenido en cruento dictador. Fracasó en su deseo de ser enaltecido, sometiendo a sus súbditos como lo habría hecho Carlos V con los suyos. Y fracasó como dictador porque sus bárbaros excesos no lo salvaron del alzamiento del juicio de la historia y del alzamiento del posgomecismo contra el gomecismo.

Twitter: @AmericoMartin

Razón de la sinrazón

Américo Martín

Admitamos que la situación internacional, por lo que concierne a Venezuela, Colombia y otros países que de alguna manera no guardan relaciones saludables con el gobierno de Maduro, se ha complicado de una manera tan peligrosa que no parece vislumbrarse alguna salida limpia, clara, democrática y convivencial entre los factores actualmente en pugna.

Tengo más de una década advirtiendo que la concentración de motivos críticos entre dos países hermanos, separados por una frágil y mil veces amenazada línea fronteriza, podría dar lugar a una o varias chispas capaces de encender praderas.

Ha corrido el tiempo y, lejos de apreciarse acercamientos y diálogos, el ambiente se ha llenado de pólvora e intemperancia. Pero, más grave aún, es la forma cómo está incidiendo el músculo financiero del narcotráfico y el alocado accionar de guerrillas colombianas, paramilitares y otros activos factores anarquizantes que, en su conjunto, pueden obrar como detonantes.

Ha sido impresionante la involución de un éxito tan notorio como el de la paz negociada entre el gobierno colombiano y las FARC.

Pensamos que sería un acuerdo sustentable al observar la desmovilización y el desarme de las fuerzas, alguna vez conducidas por Marulanda y el Secretariado de las FARC, que llegaron a adquirir la reputación de invencibles, evidentemente falsa como lo preanunció la Operación Jaque. Fue el primero de los grandes golpes desencadenados por el presidente Uribe y Juan Manuel Santos, su ministro de Defensa. Las FARC se revelaron como esa gramínea llamada bambú, muy dura por fuera y hueca por dentro.

En mi libro La violencia en Colombia (Libros El Nacional. 2010), prologado por el exsecretario general de la OEA y expresidente de Colombia, César Gaviria, expliqué porqué Jaque fue el principio del fin de la lucha armada, concebida como guerra de movimientos y captura de territorios liberados, paso previo a la repetición de victorias similares a la de Fidel y Ortega. Me basé, además, en las declaraciones del nuevo jefe de las FARC, Guillermo León Sáenz, alias Alfonso Cano, sucesor del mítico Manuel Marulanda, quien emitió la orden de regresar a la formación guerrillera. Para mí, la evidencia más clara de que, después de Jaque, la guerra a lo Fidel y a lo Ortega se alejaba para siempre del horizonte de las FARC. Porque la guerra de guerrillas solo sirve para molestar y huir; con unidades militares de esa naturaleza jamás se tomará el poder.

"El Che Guevara le atribuía a la guerra de guerrillas tres garantías de eficacia: movilidad constante, sospecha constante y no fijarse al terreno ni a la población, pero esperaba que, con el tiempo, crecieran las unidades, sus operaciones se aproximaran a las regulares de los ejércitos y, entre maniobras y batallas grandes, se decidiera el triunfo final."

La renuencia de Marulanda a negociar con los presidentes colombianos se debía a que disponía de 20.000 hombres. Con ese dispositivo, esa estrategia y la reputación de invicto en los combates con el ejército, era perfectamente lógico que su gran objetivo militar fuese la toma del poder, conforme a los ejemplos de Cuba y Nicaragua. Al volver a la formación guerrillera se renunció a retener territorios liberados e integrarse orgánicamente a la población, porque ya no podrían sostener la esperanza de derrotar al ejército.

Para mí, Alfonso Cano estaba renunciando a continuar la guerra y se acercaban las negociaciones de paz, incluyendo el desarme y la desmovilización de las FARC.

Uribe y Santos aceptaron las negociaciones y se logró ponerle fin a la guerra, declarada por las FARC en 1962.

Pronto, un sector desprendido de las FARC se alió con el ELN y retomó la lucha armada, quizás aprovechando las ventajas financieras del narcotráfico y el intenso activismo de los paramilitares.

"Lo grotesco, y a la vez peligroso, de semejante retrogradación ha sido la utilización a fondo, como escenario, de muchos poblados de Venezuela. Ya no hay propiamente utopía ideológica ni causa revolucionaria en juego, sino la desnuda toma del poder, la riqueza y las alianzas cada vez más audaces."

Menudean también acusaciones alusivas a Cuba y Venezuela, lo que ha hecho sonar alarmas con motivo de los enfrentamientos del Ejército venezolano con una de las varias disidencias de las FARC y la exacerbación de las muy tensas relaciones entre los mandatarios de los palacios de Nariño y de Miraflores. Esa creciente tensión se desenvuelve en el marco de los muchos países que reconocen el interinato de Guaidó y desconocen la legalidad de la presidencia de Maduro. En medio de la atmósfera de pólvora y violencia latente, las operaciones de las FARC y de los uniformados venezolanos no han dado lugar a la esperanza de un retorno a la paz y a negociaciones constructivas.

¿Qué sentido tiene, entonces, el lenguaje hostil de autoridades oficialistas y la absurda reticencia a liberar presos políticos, respetar los medios y las ONG?

Hasta los presidentes más célebres en las históricas represiones del pasado liberaron presos políticos. Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez dictaron amplias amnistías. Por no mencionar a cultores de la Constitución o dictadores a lo Guzmán Blanco, todos los cuales exhibieron momentos de flexibilidad liberal y tolerancia política.

¿En razón de qué Miraflores no entiende hoy las causas humanas, políticas y hasta el perdón y la clemencia para asegurarse, por lo menos, algún buen recuerdo de su tránsito por el poder?

Américo Martín es abogado y escritor.

Twitter: @AmericoMartin

Guerra y paz

Américo Martín

Se comprenderá que bajo el temporal que descarga su fuerza sobre la trémula línea fronteriza colombo-venezolana, librarse a debatir sobre las elecciones colombianas supondría que no reincidirán explosiones como las ocurridas en La Victoria, pueblo del municipio Páez, estado Apure. De lo contrario, cualquier consulta electoral podría ser severamente afectada. El caso es que no hay razones para descartar esa posibilidad. No creo que esté al alcance de los gobiernos de Colombia y Venezuela revertir, regular o manipular fenómenos violentos de tal índole, una vez que toman cuerpo.

La anatomía de la violencia en la ardiente frontera es de una complejidad tal que su dinámica parece deslizarse hacia desenlaces avasallantes, dado que los actores se multiplican sin disponer de controles ideológicos o materiales para dominar intemperancias.

Al definir confrontaciones análogas a las que acabamos de vivir en el estado Apure, la OTAN acuñó la denominación de «guerra híbrida». La considero pertinente con solo repasar la diversidad de sus actores y la propensión mutante que asomaron a las primeras. Semejante performance sugiere un caótico «todos contra todos». De allí que, tan pronto el Ejército venezolano enfrentaba a una facción guerrillera —quizá para favorecer a la facción disidente— cambiaba de pelaje, al compás de una flauta que interpreta el juego de las tendencias de las FARC envueltas en áspera pugna. Siendo Venezuela el teatro de aquellas luchas, se supone que el gobierno madurista o la FANB ejercerían el rol principal, pero no es eso lo que se apreció.

Si además de defender territorio intervenido por irregulares foráneos y encima proteger los derechos de los venezolanos agredidos sin provocar a nadie, las autoridades nacionales debieron convertir aquella legítima lucha en causa nacional, convocando al soberano y con objetivos claros, no confusos. ¿Es eso lo que estamos presenciando? Para nada. Escuchamos la declaración de un vocero de las FARC, quien desde tierra venezolana, con el pecho inflado de patriótica y bolivariana solemnidad, declaró que su guerrilla defiende a los venezolanos. Y lo notable es que a falta de partidos o grupos en plan de dar la cara por nuestro país, el líder de las FARC espere ser recibido con esperanza agradecida, aunque ciertamente no abunden los dispuestos a defender la soberanía duramente maltrecha. Defenderla, no con la aburrida retórica del imperialismo anglosajón, sino contra quienes se adueñan del territorio de Bolívar, Páez, Zamora, Andrés Bello, Cecilio Acosta, Vargas y lo hacen con tal desparpajo que sin rubor en las mejillas se autoproclaman sus legítimos defensores.

Por eso creo que toda confrontación permite ganar espacios que sirvan para la democratización de la sociedad y el Estado. Ninguna lucha es desechable, todas ofrecen posibilidades en el conjunto de una estrategia global. El torneo electoral colombiano no puede ser tirado a la orilla.

La candidatura de Gustavo Petro, cuya popularidad se mantiene alta, debería polarizar las opciones con el uribismo o con alguien presentado por un eventual frente unitario, seleccionado antes o después de la primera vuelta.

Por cierto, antes de la diabólica guerra híbrida de nuestros tormentos, el polémico expresidente parecía postular una candidatura no partidista, lo que daría vela al exalcalde de Barranquilla, el popular y efectivo Alejandro Char.

Conocí personalmente a Uribe en Madrid. Invitados él, Pedro Barnechea y yo a un foro convocado por la Fundación FAES. Se había postulado a la presidencia de su país, pero los sondeos lo colocaban en cuarto o quinto lugar. Con franqueza le pregunté si realmente esperaba vencer. Con un despiadado realismo me ratificó sus convicciones con la certeza con la que el gran Muhammad Ali anunciaba el round en que su rival caería. Me detalló paso a paso cómo superaría a sus cuatro adversarios. Si conserva tan singular realismo, ayudará sin duda al candidato de la unidad democrática en las próximas elecciones.

Que Gustavo Petro dispute con el expresidente Uribe el favoritismo de Colombia fortalecería el juego democrático.

Sería de lógica elemental que la corriente socialista no agitara trapos de violencia mientras se dirime el resultado comicial. Pero bueno, damos por entendido dos cosas: primero, un conocimiento compartido de lo que signifique «lógica elemental» y, segundo, que los mandatarios puedan mantener agarrados de la mano a los enfebrecidos irregulares.

Las fracturas que supuestamente los habrían debilitado no surtieron ese efecto porque el robusto músculo financiero del narcotráfico opera como fuerte estímulo para impulsar nuevas organizaciones que van básicamente a lo mismo, empoderarse política y económicamente y extender su influencia en el aparato estatal, los regionales y locales. Comprar legisladores, parlamentarios, magistrados y jueces, o simplemente practicar alianzas que se traduzcan en candidaturas narco financiadas.

Ojalá que nuestra querida tierra hermana colombiana, liberada de irregulares, paramilitares y mitigados los efectos de la pandemia, consolidara su tradicional estabilidad institucional y saliera bien librada de este proceso electoral.

Twitter: @AmericoMartin

Reelecciones y otras perversidades

Américo Martín

Las deformaciones de la democracia no son, como para desconsuelo nuestro, defectos fácilmente reparables aunque una mirada inocente al problema así pareciera sugerirlo. Miradas inocentes son, por desgracia, errores que no podemos permitirnos porque ya no hay inocencia en el mundo

Tomemos uno de esos casos que resisten propósitos de enmienda o reformas inútiles y que me llaman la atención porque los caminos que usan se repiten con abrumadora regularidad. Me refiero a las reelecciones presidenciales, sin distinguir si se trata de países oficialmente democráticos o desenfadadas autocracias.

Cuando en 1892, el presidente Andueza Palacio, vencido su período, quiso reformar la Constitución para ganar apenas dos años más, el gran caudillo liberal sucesor de Guzmán Blanco, Joaquín Crespo, arrojó contra él una revolución que llamó Legalista, cuyo resultado fue el derrocamiento del presidente. Crespo no solo era un estupendo guerrero sino que dispuso, además, de un ejército de 10.000 experimentados hombres que hicieron seresere del inocente abogado Andueza.

Crespo asumió la bandera de la legalidad, indignado por la tentativa continuista que él abortó. Pero inmediatamente se le pasaron esos arrestos e hizo aprobar una Constitución que extendía el período presidencial a cuatro años ¡tal como lo había postulado el derrocado Andueza!

La feroz inconsecuencia del general Crespo fue como un abrir y cerrar los ojos, empuñó las armas contra la reelección y de seguidas a favor de su reelección.

En 1910, habiendo triunfado los liberales en México, Porfirio Díaz se presentó como candidato por octava vez. En forma parecida a la del general venezolano Joaquín Crespo, se había pronunciado contra la reelección. Pero, en la octava vez le salió al paso Francisco Madero al frente de una enorme oleada humana. Para resaltar la inconsecuencia reeleccionista de Porfirio Díaz, Madero esgrimió el emblema de «Sufragio Efectivo. No Reelección».

Tan castigada quedó la reelección de Díaz que la del presidente desapareció, no así la del movimiento político que, con el nombre de PRI, se mantuvo en el poder nacional y regional por 70 largos años. Con más ingenio que acierto, según creo, nuestro Mario Vargas Llosa la llamó «dictadura perfecta. Lo cierto es que tras los primeros cambios siguieron otros.

No había desaparecido de Venezuela el trienio de AD cuando el presidente Betancourt y demás miembros de la Junta Revolucionaria de Gobierno prohibieron por decreto presentar el nombre de cualquiera de ellos a las primeras elecciones universales directas y secretas —vale decir democráticas— que se celebraron en 1948.

El regreso de la perpetuidad, junto con otros profundos retrocesos muy costosos, vinieron de la mano del presidente Chávez, quien se las aplicó para su beneficio exclusivo, práctica que hasta el presente ha seguido fielmente el gobierno de Maduro, aunque haya crecido —según se dice y repite— el deseo de romper con las presidencias vitalicias y retornar a la merecida normalidad democrática, en el marco de la alternabilidad posible, la pureza del sufragio y la rigurosa observación internacional además de la nacional.

Será harto difícil vivir en un país envuelto en vapores tóxicos, malformaciones políticas y «ética, pelética, peluda y peletancuda» para decirlo con el gran Billo Frómeta.

La historiadora venezolana, Elena Plaza, distingue varias corrientes que se formaron en la república a propósito del separatismo venezolano en 1830. La primera, sostenida por el Libertador y emanada de la crisis del orden público y la inestabilidad social. Para contenerlos, Bolívar consideraba vital un presidente vitalicio y un vicepresidente nombrado por el presidente. La segunda, monarquía constitucional o limitada, posiblemente con un príncipe extranjero, en forma análoga a la de México con Maximiliano I. La tercera, seguir el modelo de EE. UU. Lo que permite entrever el desconcierto del mando patriota y la creciente suspicacia con el Libertador, quien nunca dejó de ser un republicano liberal, aunque prevenido por los posibles efectos de la crisis y el retroceso.

He tomado la perversa reelección indefinida como emblema porque el tema es popular, pero el mal que nos invade —el malestar de la democracia—, está en la raíz.

La democracia moderna es revisada por sociólogos, politólogos e historiadores. La democracia se inmoviliza y retrocede si no gana espacios y los consolida institucional, legal o normativamente, sin perjuicio de que pueda incluso morir, si no revierte la tendencia. Por eso se habla tanto de “democratización”.

La democracia pierde si es reducida a mínima acción, se desacredita y convierte en objeto de befa, pelear por ella es acrecentarla y acreditarla.

Twitter: @AmericoMartin


Reglas de diamante

Américo Martín

Cuando el pacificador, general Pablo Morillo, tocó costa firme en Venezuela estaba al frente de un ejército impresionante. Parecía no haber duda de que la corona española recuperaría en poco tiempo lo que había perdido en las guerras emancipadoras de Hispanoamérica. Cuatro años después, tras una sucesión de derrotas y, luego de masacrar pueblos enteros, aquel ejército omnipotente, según confesó por sí mismo a las autoridades monárquicas, se había reducido a una tercera o cuarta parte.

¿A qué se debió aquella merma tan pronunciada? ¿Y por qué no vaciló en transmitir fielmente tan duro retroceso que, seguramente, le acarrearía hasta la posibilidad de ser enjuiciado por traición a la patria, como en efecto intentaron algunos?

La revelación de aquella severa verdad obedeció, a mi juicio, a un deseo de adelantarse a la posible reacción en su contra, anunciando lo que pronto sabrían todos. Pero en el marco de una interpretación que lo librara de responsabilidades, dijo que las deserciones estaban proliferando por la efectiva campaña de las huestes de Bolívar, con el fin de atraer a los españoles nacidos en tierras de la Capitanía General de Venezuela. Lo cierto es que Morillo estaba reconociendo una verdad decisiva, el grueso de los soldados realistas ostentaba semejante condición, por lo que, como dirá en 1911 Laureano Vallenilla Lanz, en Venezuela, la guerra de independencia había sido una guerra civil y no propiamente una confrontación entre países distintos.

Mientras los venezolanos no tomaran conciencia de tal realidad, difícilmente podrían derrotar a la monarquía.

Uno de los que pronto se percató de tan importante realidad fue el Libertador, quien ya venía haciendo esfuerzos por tender la mano y declarar el derecho de los desertores de reconocerse como defensores de su patria de origen. Ese justificado viraje en la conducción de la causa patriótica demostró, una vez más, que el desenlace victorioso pasaba a cargo de la política, en tanto que ciencia y arte, más que de las armas y mucho, mucho más de los desplantes vengativos, la persecución, las torturas y las muertes salvajes provocadas para asustar a los luchadores por la emancipación.

Quizás, un famoso desertor de las tropas realistas de Boves y Morales, nos proporciona el mejor ejemplo para justificar el indicado viraje. Muy pocos días antes del célebre encuentro entre Bolívar y Páez, después del Congreso de Angostura, reinaban sentimientos de curiosidad y emoción entre los llaneros de Páez. Los dos hombres más importantes, en ese momento, en el ejército patriota, fundirían con lazos de acero la anhelada unidad, pero Pedro Camejo debió ser el único inquieto y nervioso. Se acercó al mayordomo, nombre que sus leales le daban a José Antonio Páez, para implorar que no le dijera al Libertador que él había sido un ardoroso militante de la causa realista, específicamente de Boves y Morales, aquellos dos hienas sanguinarias. El heroico catire, seguramente con una sonrisa, le dio afectuosas seguridades al respecto.

Se produce el encuentro, los llaneros saludan vehementes a los dos grandes hombres y, en medio de la fiesta, el catire llama a Bolívar para presentarle a Pedro Camejo, diciéndole:

—Te presento al mejor de mis hombres a caballo. Imbatible con una lanza, fue un bravo luchador al servicio del asturiano Boves.

Tal como lo había previsto el gran catire, Bolívar se alegró y se interesó en saber qué lo había llevado a unirse a los patriotas. Al Negro Primero se le helaría la sangre, los nervios le arrancaron una verdad que luego se empeñó en ocultar.

—¡La codicia! —dijo—–, yo había notado que los patriotas muertos o heridos vestían uniforme y botas nuevas y tenían una reserva de dinero en los bolsillos.

Posiblemente aconsejado por alguno de sus nuevos jefes, cambió el discurso, asegurando que el General Páez lo convenció de las bondades de la independencia y la importancia de la patria. Probablemente la verdad haya sido que, atraído por la codicia, predominó en su ánimo el entusiasmo de sus compañeros y su audacia guerrera. Es decir, la fraternidad de las trincheras.

Digamos que con su sangre y su vida, el célebre Negro Primero se ganó un puesto de honor en el ejército de Bolívar, después de haber acompañado a Boves y Morales en sus ominosas tropelías contra ancianos, mujeres y niños.

Este relato puede ilustrar la enorme importancia de aplicar las diamantíferas reglas de la política, que resumo así: primera, no confundir la justicia con la venganza; segunda, no abusar de la libreta de cuentas por cobrar ni despreciar recursos como la amnistía, el perdón y la clemencia, que son poderosos estímulos al reencuentro y la unidad; tercera, sumar y sumar, incluso del campo adversario; cuarta, maximizar el estilo y el arte de la política en las labores de persuasión a los del campo contrario y quinta, si contra lo aconsejable se extreman las confrontaciones violentas o la guerra, el objetivo de todas ellas no es aniquilar al adversario sino colocarlo en posición que lo lleve por sí mismo a entender que ya no puede seguir haciendo lo que tanto se le reprochaba.

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Los heraldos negros

Américo Martín

La áspera crisis que envuelve ahora casi todo el hacer gubernamental dirigido por Nicolás Maduro, se ha proyectado con fuerza al área internacional sin que podamos determinar si en algún momento la caótica tendencia revertirá. Sospecho que puedan sobrevenir cambios y virajes, por la sencilla razón de que la situación se ha hecho insostenible con mucha tendencia a agravarse. Recordemos que el problema no se limita a lo político o a lo económico, es toda Venezuela la que hoy no muestra hueso sano.

Los efectos de este verdadero drama que viven el régimen y los venezolanos —sin exclusión— está abriendo fisuras en la estructura del poder. Maduro advirtió el gran peligro que se cierne sobre la llamada revolución bolivariana, al intentar dividirla en chavistas y maduristas. El malestar interno se las ha ingeniado para encontrar el corazón de esa peculiar crisis política y Nicolás Maduro sabe que están apuntando en dirección cierta, por eso declara como lo está haciendo.

El otro hombre fuerte del gobierno madurista, Diosdado Cabello, informó acerca de la detención de un capitán activo y comentó que ya no hay espacio para la traición.

Ha crecido con ímpetu inusitado una lucha interna que, como muchas de ellas, tiende a hacerse irreconciliable.

La crisis provocada por la expulsión de la representante de la Unión Europea en Venezuela no puede haber alcanzado extremos de mayor gravedad. La poderosa alianza del viejo continente está en la respuesta que le va a dar y no se descarta, no solo que prosigan las sanciones, sino que sean expulsados funcionarios de Maduro en muchas capitales europeas; además, la extensión solidaria del conflicto mediante la propagación de medidas similares a EE. UU. y Canadá y a la mayoría de los naciones latinoamericanas.

La Unión Europea exigió a Maduro que revirtiera la expulsión —que lo ha aislado más que nunca—, pero la política del régimen parece dictada por enloquecidos heraldos negros como los imaginó el gran poeta César Vallejo:

Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;

o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Si esos son los que dirigen la política exterior, la muerte que anuncian los heraldos puede ser el desgraciado desenlace de esta crisis que nadie quiere revertir.

Hay, sin embargo, tres posibles salidas, si es que no son bloqueadas por la intolerancia y el odio oficialista.

La primera, la más sencilla, fácil y fructífera, sería avenirse a la negociación de elecciones libres postuladas por la comunidad internacional, incluida la UE. Lamentablemente, en el oficialismo no hay la valiente decisión de seguir esta senda, que es la única apta para servir a todas las corrientes políticas y levantar como una palanca la gravísima postración de Venezuela.

Temen una confrontación electoral con muchas probabilidades de perderla, pero, al mismo tiempo, evitando la violencia, la venganza y la ley del talión. Nadie quiere —ni en el país ni en la solidaria comunidad internacional— desenlaces de esa índole y quien lo intentara no tendría la menor posibilidad de imponerla a una nación que desea ardientemente la paz, la prosperidad y la democracia, y tampoco a un movimiento mundial que la acompaña en ese noble destino.

La segunda es la agravación al detal del conflicto, el dejar hacer, esperando que el otro se rinda.

La oposición no se va a rendir, entre otras razones, porque la solidaridad mundial se ha multiplicado y el acelerado deterioro del poder está a la vista. Y Miraflores tampoco da muestras en ese sentido. Tiene una percepción equivocada y parece no contar con que las turbulencias internas que lo afectan puedan lograr soluciones racionales.

Y la tercera, la que siempre he rechazado pero nunca descartado, es irse a las manos provocando la intervención reguladora de la comunidad internacional o derivaciones cruentas que pongan la sangre y la violencia en la mesa. Actualmente esta eventualidad no tiene padrinos, nadie la asume, pero podría sobrevenir como consecuencia de las chispas que, según Mao Zedong, incendian la pradera.

Hay demasiado combustible en áreas tensas. El lenguaje agresivo que emana de Miraflores y la proliferación de paramilitares y grupos ligados al narcotráfico son chispas andantes que pueden —ojalá no sea así— provocar rugidos de leones y risas de hienas.

El tercero, pues, el más inesperado y no querido de los desenlaces, desgraciadamente no es descartable.

Hay que redoblar los esfuerzos de paz, aunque por ahora los resultados no sean iridiscentes. Hay que cerrarle el paso a los potros de bárbaros atilas y a los heraldos negros.

Twitter: @AmericoMartin

Fidel, Raúl, Hugo y Nicolás

Américo Martín

Entre Fidel y Raúl hay paradojas algo parecidas a las que van de Hugo a Nicolás, con todo y que la sumisión del Castro menor al mayor haya sido superior, más plena que la de Maduro a Chávez. Me da la impresión de que esta última era casi todo eso pero también fue más interesada.

Lo curioso del asunto es que, acercándose al final del régimen fidelista, se fue haciendo evidente que Raúl había estado acumulando fuerza propia y autonomía que le sirvieron para imponer un viraje de mercado y que el timón del Estado se deslizara de las manos de Fidel a las de Raúl, insólito desenlace que se formalizó en el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, en abril de 2011.

¿Se hubiera resignado Chávez a ceder su poder absoluto y su hermética filiación marxista-leninista, a alguno de sus incondicionales?

Personalmente no lo dudaría si lo que perdiera cediendo fuera infinitamente menos importante que lo que intenta ganar rehusándose. Fue ese el drama de Jruschov, Gorbachov, Yeltsin y demás jefes comunistas tras el proceso desatado por la caída del Muro de Berlín en 1989. Supongo que llevaban rostro amargo, salvo los chinos quienes, como se sabe, “siempre se están liendo”. Y no solo por eso. Vieron, antes que ninguno de los otros que el camino más largo hacia el capitalismo es el comunismo y se lanzaron con tal audacia que han llegado a ser segunda potencia mundial de mercado y principal competidor de EE. UU. que sigue siendo, de lejos, la primera.

La historia registra que la confrontación universal socialismo-capitalismo, es decir URSS-EE. UU., pasó sin remedio a mejor vida. La nueva competencia planetaria se dirime entre dos países capitalistas: EE. UU. y China.

Ese completo viraje fue dibujado en el VI Congreso del Partido Comunista Cubano y su proyectada apertura de mercado, pero la tarea le quedó grande a Raúl y veremos si Díaz Canel, uno de sus más cercanos colaboradores en el diseño del audaz proyecto, puede extraer vida de materia muerta, como Mary Shelley reconstruyó la vida en un muerto, que llamó Frankenstein.

En todo caso, el nuevo presidente de Cuba tiene material suficiente para hacer de la isla otra China, hasta donde semejante milagro pueda alcanzarse. Deng Xiaoping y Su Ronji tuvieron un inconcebible éxito. No debería descartarse que Díaz Canel y sus leales lo lograrán, sin peligro de dar al planeta un nuevo monstruo.

¿Habrá sido tentado Maduro por reflexiones parecidas? Nos hemos acostumbrado a verlo afanado en ser como líder calcado de Chávez. Pero, hemos de recordar que para él fue la mejor manera de identificarse con el líder omnímodo para imponerse a sus duros rivales y, en especial, al general Padrino y a Diosdado Cabello, quienes no parecen inclinados a imitar a nadie, sino a ellos mismos. Acaso por cometer ese error —ahora se ve claramente que lo fue— perdieron la carrera. Y aunque siguen disponiendo de fuerza propia en el PSUV y el gobierno, puede que por el momento prefieran trabajar en unidad.

Si están conscientes de que su propio orgullo incidió en su menoscabo final, tal vez les sirva para resurgir en nuevas condiciones.

El problema de todos es el aislamiento internacional del madurismo y el incremento de la inquietante lucha interna, alentada por la tentativa de acumular fuerza interna y apoyarse en Chávez. Tal jugada angustiará a Maduro, al punto de dejar ver que puede dividir al chavomadurismo en el momento menos esperado e inducir a la totalidad del movimiento a entrar en la lid.

Hay adicionalmente dos factores incidiendo poderosamente en la realidad del gobierno, el PSUV, que es el alud casi espontáneo y, en todo caso, de mando anarquizado de grupos paramilitares, rozando fronteras con bandas de fuerte presencia en ciudades, barrios, aldeas.

El otro factor lo cubre la solidaridad mundial reconociendo el interinato de Guaidó y la validez legal de la AN electa en 2015.

Las sanciones siguen presionando a Maduro a abrir las puertas de la negociación sobre tres temas cardinales: la solución unida de la tormenta humanitaria que no deja de hundir en extrema pobreza al pueblo venezolano, la superación de la profunda crisis política, mediante elecciones libres garantizadas plenamente para que sean viables y confiables, y reconquista de la paz y convivencia democratizando totalmente la vida política y ciudadana del país.

Las sanciones fueron diseñadas para presionar hacia esos objetivos de la democracia.

El cúmulo de situaciones que abruman a Maduro y los suyos, al tiempo que a la oposición legal y al pueblo llano, desaparecían como por arte de magia si las dos aceras principales de la confrontación negociaran, con presencia internacional y sin más retardos, las medidas que permitan despejar un nuevo y promisorio horizonte.

Twitter: @AméricoMartin

Batalla innominada

Américo Martín

Una vez más, esta con más furia que nunca, arremete Nicolás Maduro contra sus propios seguidores en el PSUV y el gobierno. Alude a los factores que lo mantienen en la cima del poder, cosa que tiene aire suicida dado que no usa frases ambiguas o indirectas, las suyas en esta ocasión han sido inequívocas, transparentes, portadoras de un discurso diáfano, razón por la cual no admiten una interpretación distinta a la literal.

Ser que zurrar a su propia dirigencia y, puesto que no distingue nombres, víctima de los varazos maduristas es la masa de militantes, sin distingo de jerarquías, privilegios u honores de esos que proporcionan “inmunidad”. Y, ciertamente, es así como suenan, los disparados por el heredero de Hugo Chávez. Su malestar es intimidante. “la chupa le cae a todos”, unos encontrarán formas inmediatas de responder y otros se tomarán su tiempo con el fin de esperar con su carga crítica, el que consideren el mejor momento. Quizá decidan no vaciar su busaca, pero si no responden, lo que tampoco podrán evitar es el aumento de la pólvora en su alma.

No estoy hablando de desenlaces fatales. El incidente podría olvidarse o Maduro pudiese tomar medidas que encaren y reduzcan la magnitud de la tormentosa megacrisis, que dejada a sí misma podría reventar con energía volcánica regando de lava ardiente vastos territorios que recuerden el destino final de la vida, conforme a las coplas a la muerte de su padre, del gran poeta Jorge Manrique:

Nuestras vidas son los ríos

que van a dar a la mar,

que es el morir;

Así van los señoríos

derechos a se acabar

y sucumbir.

Pero dejado el problema a su sola voluntad es probable que la tensión más bien se intensifique en dos evidentes fronteras, con la oposición dirigida por Juan Guaidó y las muy numerosas voluntades que lo acompañan en ejercicio de la más vasta red solidaria que se recuerde en toda la región. Y la otra frontera es la interna, esa misma que desconcierta y resiste al líder del chavo-madurismo y que lleva tiempo creciendo de más en más. Pelear en una de esas fronteras ya resulta muy duro y de desenlace impredecible, pero hacerlo en los dos al mismo tiempo no da para anticipar pronósticos, especialmente si las dos fronteras pueden unirse total o parcialmente.

Como se aprecia sin dificultad, en esa unión puede confluir la culebra, morderse la cola y así exhibir una fuerza dotada de potencialidad de cambio si sabe manejarse en unidad –que no unanimidad– para llevar al otro a hablar muy en serio, sin zancadillas ni ánimo de irrespetar acuerdos nonatos.

Si en algo esencial ha mejorado la puntería de la oposición y, seguramente, también de una mayoría aún silenciosa del oficialismo, es en la determinación de cuál sería el contenido del programa del cambio que beneficie a la totalidad del país. Sería lógicamente un texto de “mínimos”, susceptible de incorporar los grandes emblemas democráticos, porque así parece autorizarlo la compleja y tensa situación actual. Mencionaría cuando menos tres, alrededor de los cuales se concentran diferencias y crecientes coincidencias, a saber: 1) superación urgente de la tragedia social, 2) la superación encuentra de la cada vez más profunda crisis política, mediante elecciones libres viables y creíbles y 3) el restablecimiento de la paz que necesita y merece nuestra atormentada Venezuela

No podríamos prescindir de un liderazgo imaginativo hábil para sacarle provecho a las realidades que se presenten por el pulso de ellas. Concluiré con un incidente que apareció de la nada y no sé si siga a la mano. Vino en las alas del coronavirus que parece decidido a extinguir la especie humana, pese al contrataque de nuestra especie desde la artillería de las vacunas, diseñado para domesticarla en algún momento.

Juan Guaidó abrió la posibilidad de impulsar la vacunación masiva utilizando el oro venezolano atesorado en el Banco de Inglaterra. Maduro presiona para que el Reino Unido se lo devuelva a nuestro país, pero puesto que la isla solo reconoce como presidente interino a Guaidó, sería el interinato de este el beneficiario de la medida. La puja sigue porque Maduro mantiene su reclamo. Y, precisamente, el diferendo pudiera dar lugar a un acuerdo salvador que multiplicara el manto de la inmunidad contra la amenazante pandemia.

Con solo una parte de ese oro, según entiendo, podría programarse la vacunación de, al menos, 25 millones de pobladores nacidos y no nacidos en el país.

La operación sería compleja, lenta y las condiciones de transportar las vacunas exigirían seguramente gran experticia y encaminar hacia esos vitales problemas la colosal y generosa solidaridad que el mundo le brinda a nuestra atormentada y a la vez agradecida nación. Todo muy difícil, desde luego. No obstante, con los medios de pago en mano, no habrá Himalaya que no pueda escalarse.

Con una victoria de tan colosal significación pintada en el horizonte no creo que pueda hablarse de imposibles y derrotas.

En busca de la coherencia perdida

Américo Martín

El estilo es el hombre


Conde Buffon

Mi cordial amigo Enrique Aristeguieta se pregunta por qué y hasta cuándo estaré cometiendo el error de llamar “adversario” al franco enemigo. Enrique me habla a título de amigo, razón por la cual no sugiere que mi supuesto error esconda alguna oculta perversión política. Se dirige a mí como amigo y como amigo le respondo.

El propio oficialismo, crea o no en la solución pacífico-electoral y, hasta hoy —en medio de contradicciones— no ha mostrado simpatía por esa fórmula, no deja de acusar a la oposición legítima de ser la causante del infinito retardo de las partes interesadas.

Volver a la coherencia perdida no le hace mal a los que la asuman. En cambio perjudica profundamente a los renuentes, porque a falta de fantasías guerreras podrían obtener mucho uniéndose al mundo en exigencia pacifico-electoral.

Verdad es, a quienes nadie puede jurar, que Maduro o mi propio amigo Enrique hayan dado claros indicios de abandono de su reiterada renuencia electoral.

Mientras más sólida, tenaz y universal sea la presión por el sufragio, Venezuela puede encontrar una salida a la tragedia que la oprime.

Nuestro país es hoy la nación más pobre de América del Sur, condición que por momentos empeora. Estallan sobre su superficie problemas inéditos y de consecuencias desastrosas que tienden a cambiar el perfil de la policrisis. Sin embargo, no mueven la sensibilidad del poder ni la feble argumentación de quienes juran por este puñado de cruces que ante el temor a una muy probable derrota, el oficialismo cerrará con piedra y lodo la ruta del voto libre.

El punto es que estas cerradas posiciones no admiten sino dos eventualidades: la primera, que se equivoquen porque la megacrisis no soporte más condimentos explosivos, se multipliquen las fracturas que menudean en el bloque oficialista, conforme al criterio de su jefe. La segunda, irse a una lucha caótica de resultados impensables.

Observo que para hablar de veras de salidas prácticas hay que recuperar la extraviada coherencia. Si en 1957 Venezuela amaba la unidad cívico-militar —de allí que alentara la unidad nacional, incluso con algunos “adversarios civiles y militares de la dictadura”—, sostener esa tesis y tomar la iniciativa de tales acercamientos por fuerza tenía que incidir en su estilo y su lenguaje. Es cosa de sentido común.

En 1957, estando yo aún en libertad, se me acercó un amigo adeco de atrabiliaria militancia, Enrique Chacón Mogollón, quien ya no está con nosotros. Sabía de mi militancia juvenil universitaria y sin pensarlo dos veces me soltó con urgencia:

—Hay una conspiración militar probablemente conducida por el comandante de la Fuerza Aérea. Han leído los documentos opositores y comparten la idea de una solución sin retaliaciones ni venganzas, con miras a las elecciones libres.

—¿Han leído los planteamientos de la oposición?

—Por eso vengo a hablarte. Confían en ustedes, los jóvenes, más que en los viejos líderes.

Le respondí que estaba listo para ese encuentro. Decidí correr el riesgo porque parecía confirmar la tesis de la Junta Patriótica y la importancia del lenguaje y el estilo. Por eso, amigo Enrique, mi asentimiento fue acompañado con un lenguaje amistoso, capaz de reforzar el inesperado contacto:

—Diles que ratifico los documentos que han leído y paso a considerarlos compañeros de causa.

No sé cuántos seguirían reprochándome por no calificarlos como enemigos del pueblo, traidores o asesinos. Solo sé que un desplante de esa índole hubiera roto la posibilidad que tenía a la vista.

Más que nunca me aferré a los inteligentes mensajes de la Resistencia y por sobre todo a la coherencia que más tarde muchos perdieron, pagando un precio alto y demasiado largo. Y, por cierto, el 1 de enero de 1958 estalló un alzamiento de la Aviación, tal como me lo había anticipado Chacón Mogollón.

¡Coherencia, coherencia, cuántos crímenes se cometen cuando te pierdes o extravías!

Twitter: @AmericoMartin

Fantasías en declive

Américo Martín

Quisiera comenzar repitiendo y ratificando lo que para mí, con los años, se ha convertido en una fuerte convicción. Aunque he participado en innumerables polémicas partidistas, no tengo el menor interés en aprovechar para exhibir supuestas ineptitudes o debilidades en el liderazgo o, específicamente, en el adversario. Si de alguna manera esas noticias ayudaran al progreso de la causa que defienda, preferiría dejar a un lado semejantes ayudas que me parecen parte del deplorable lodazal que enturbia el noble oficio político.

Prefiero la limpia manera, libre de zancadillas, trampas y odios, como la concebía el ilustre florentino Nicolás Maquiavelo, cual ciencia (o técnica) y a la vez arte. Hurgar en patio ajeno solo para desordenar e intrigar me parece un método despreciable de competir.

No reproduciré por eso las sorprendentes declaraciones del jefe principal del PSUV y sus múltiples fracciones, por dos razones. La primera, se trata del hombre que cuenta con el poder de las armas y de la FAN, institución para operarlas. El equilibrio que reina en el país entre el fuerte potencial que respalda a Maduro y Guaidó solo puede ser resuelto por negociaciones que remitan a elecciones libres, limpias, transparentes y universalmente observadas, todo para garantizar su credibilidad. Esa es, en este momento, la posición de la comunidad internacional en su firme propósito de poner en el voto soberano la solución de la tragedia política, económica y social, convertida en tragedia personal de los venezolanos.

Se han caído las fábulas sobre invasiones militares y salidas de fuerza, lo que curiosamente nos deja frente al acertijo de Cantinflas: como caballeros o como lo que somos. Se impone la solución de caballeros porque la otra pierde cada vez más asidero.

Nicolás Maduro ha confesado que en su partido, gobierno y alrededores cabalga una campaña contra él, en la que participan importantes figuras dirigenciales. Operan –reitera– con el designio de separar chavismo de madurismo y se proclaman “marxista-leninistas”. Imposible olvidar que las más despiadadas divisiones de la izquierda extrema se asumieron hijos predilectos de la doctrina marxista-leninista y en ese punto del océano naufragaron.

La última polémica de esa índole en la que participé contra polemistas brillantes hubo un derroche de sabiduría y excelente argumentación, pero ya no dejó lugar para más. El tema, las figuras de autoridad, la doctrina marxista, el leninismo, el maoísmo y demás “ismos” fenecieron o fueron reducidos a mitos o fábulas condenados a desaparecer. Lo único francamente feliz de aquel episodio fue la reconstrucción de nuestra notable amistad y deseo de ayudar al país y a los demás a razonar sin fantasías, dogmas y mitos que nunca tuvieron corporeidad material, y ahora menos.

Pelearon, compitieron, ofrecieron cifras y hasta vivieron momentos heroicos, pero su signo no cambió. Mito es –entre otras acepciones– lo que no existe ni muestra un rostro aceptable. Y al final de cuentas solo han sobrevivido bajo forma exactamente contraria a la sonrosada promesa que ofreció ser. Por ejemplo, la República Popular China ha llegado a ser una potencia económica mundial, dotada de poder disuasivo nuclear, pero la pura realidad deja al descubierto que no aparece la huella socialista en sus logros. Ninguna nación ha privatizado tantas empresas del Estado como el antiguo emporio rojo de Mao Zedong y Chou Enlai. Tampoco abundan las que se hayan consagrado al mercado en forma tan intensa. Sobreviven ciertos ritos relacionados con el comunismo, que no ha descolgado el retrato de Mao del frontis de la Ciudad Prohibida.

En Rusia sigue exhibiéndose la momia de Lenin, pero ya ningún líder se arriesga a llamar al Partido de Putin “vanguardia del proletariado mundial” ni se observan signos de desarrollo en su anatomía. En fin, es un anacronismo sin sentido meter al PSUV en un aquelarre ideológico cuyo destino sea la decadencia y el fraccionamiento.

¿Qué quedará en pie de esta polémica en el PSUV y sus aliados? Solo se percibe la parte instrumentario-funcional.

Me resulta tramposo el hábito de bañarse de legitimidad revolucionaria asumiéndose “verdadero marxista” y arremetiendo, lanza en ristre, contra el socialismo de mercado.

Es una manera de colocar a Maduro y sus compañeros fuera de la sacrosanta doctrina, con el objeto de borrarlos del mapa pretendidamente revolucionario. El mismo despropósito animaría a estos a reducir su importancia al estigmatizarles con el epíteto de “izquierda trasnochada”.

Las dos aceras del conflicto venezolano disponen de la vía electoral en los términos claros y viables que respalda la comunidad mundial. Negocien y discutan su rápida implementación, solo así nuestro violentado país romperá la trampa que lo retiene en oscuras aguas, solo así le quebrará el espinazo a las plagas de Egipto y la peligrosa pandemia que parece decidida a acabar con el género humano.

Twitter: @AméricoMartín