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Opinión

Thomas L. Friedman

Si esperabas que la inestabilidad que la guerra de Vladimir Putin contra Ucrania ha provocado en los mercados globales y en la geopolítica haya llegado a su punto culminante, esperas en vano. Todavía no hemos visto nada. Espera a que Putin comprenda bien que las únicas opciones que le quedan en Ucrania son cómo perder: rápido y poco y apenas humillado o tarde y mucho y bastante humillado.

Ni siquiera puedo imaginarme qué tipo de consecuencias financieras y políticas irradiará Rusia —un país que es el tercer mayor productor de petróleo del mundo y tiene unas 6000 cabezas nucleares— cuando pierda una guerra de elección que fue encabezada por un hombre que no puede permitirse admitir la derrota.

¿Por qué no? Porque seguramente Putin sabe que “la tradición nacional rusa no perdona los reveses militares”, como señaló Leon Aron, experto en Rusia del American Enterprise Institute, quien está escribiendo un libro sobre el camino de Putin hacia Ucrania.

“Prácticamente todas las derrotas importantes han dado lugar a un cambio radical”, añadió Aron, quien escribe en The Washington Post. “La guerra de Crimea (1853-1856) precipitó desde arriba la revolución liberal del zar Alejandro II. La guerra ruso-japonesa (1904-1905) provocó la primera Revolución rusa. La catástrofe de la Primera Guerra Mundial provocó la abdicación del zar Nicolás II y la Revolución bolchevique. Y la guerra de Afganistán se convirtió en un factor decisivo para las reformas del líder soviético Mijaíl Gorbachov”. Asimismo, la retirada de Cuba contribuyó de manera significativa a la destitución de Nikita Jrushchov dos años después.

En las próximas semanas será cada vez más evidente que nuestro mayor problema con Putin en Ucrania es que se negará a perder pronto y poco, y el único otro resultado es que perderá a lo grande y tarde. Pero como esta es su guerra únicamente y no puede admitir la derrota, podría seguir redoblando la apuesta en Ucrania hasta… hasta que contemple el uso de un arma nuclear.

¿Por qué digo que la derrota en Ucrania es la única opción de Putin y que solo nos falta ver el momento y el tamaño? Porque la invasión fácil y de bajo costo que imaginó y la fiesta de bienvenida de los ucranianos que imaginó eran fantasías totales, y todo se deriva de ello.

Putin subestimó por completo la voluntad de Ucrania de ser independiente y formar parte de Occidente. Subestimó por completo la voluntad de muchos ucranianos de luchar, aunque significara morir, por esos dos objetivos. Sobrestimó por completo sus propias fuerzas armadas. Subestimó por completo la capacidad del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, para motivar la creación de una coalición económica y militar mundial que permitiera a los ucranianos ponerse en pie de guerra y devastar a Rusia en su propio país: el esfuerzo más eficaz de Estados Unidos para crear una coalición desde que George H. W. Bush hizo pagar a Sadam Husein por su locura de tomar Kuwait. Y subestimó por completo la capacidad de las empresas y los particulares de todo el mundo para participar en las sanciones económicas contra Rusia y ampliarlas, mucho más allá de lo que los gobiernos sugirieron o autorizaron.

Cuando un líder se equivoca en tantas cosas, su mejor opción es perder pronto y poco. En el caso de Putin, eso significaría retirar inmediatamente sus fuerzas de Ucrania; decir una mentira para disimular su “operación militar especial”, como afirmar que protegió con éxito a los rusos que viven en Ucrania y prometer que ayudará a los hermanos rusos a reconstruirse. Pero no hay duda de que la ineludible humillación sería intolerable para este hombre obsesionado con restaurar la dignidad y la unidad de lo que considera la patria rusa.

Por cierto, tal y como se están desarrollando las cosas en Ucrania en este momento, no se puede descartar la posibilidad de que Putin pierda pronto y en grande. Yo no apostaría a ello, pero cada día que pasa mueren más y más soldados rusos en Ucrania, quién sabe qué pasa con el espíritu de lucha de los reclutas del ejército ruso a los que se les pide que luchen en una guerra urbana mortal contra compañeros eslavos por una causa que de hecho nunca se les explicó.

Dada la resistencia de los ucranianos en todas partes a la ocupación rusa, para que Putin tenga una “victoria” militar sobre el terreno su ejército tendrá que someter a todas las ciudades importantes de Ucrania. Eso incluye la capital, Kiev, después de semanas de guerra urbana y de enormes bajas civiles. En resumen, solo podrá hacerlo si Putin y sus generales perpetran crímenes de guerra no vistos en Europa desde Hitler. Esto convertirá a la Rusia de Putin en un paria internacional permanente.

Además, ¿cómo podría mantener Putin el control de otro país —Ucrania— que tiene más o menos un tercio de la población de Rusia y con muchos residentes hostiles a Moscú? Tal vez necesitaría mantener cada uno de los más de 150.000 soldados que tiene desplegados allí, si no es que más, para siempre.

Sencillamente no veo ningún camino para que Putin gane en Ucrania de manera sostenible porque sencillamente no es el país que él pensaba que era, un país que solo espera una rápida decapitación de sus dirigentes “nazis” para poder regresar con suavidad al seno de la Madre Rusia.

Así que, o bien se da por vencido ahora y muerde el polvo —y, con suerte, se libra de las sanciones suficientes para reactivar la economía rusa y mantenerse en el poder— o se enfrenta a una guerra eterna contra Ucrania y gran parte del mundo, que minará poco a poco la fuerza de Rusia y colapsará su infraestructura.

Como parece empeñado en esto último, estoy aterrado. Porque solo hay una cosa peor que una Rusia fuerte bajo el mando de Putin, y es una Rusia débil, humillada y desordenada que podría fracturarse o estar en una prolongada convulsión de liderazgo interno, con diferentes facciones luchando por el poder y con todas esas cabezas nucleares, ciberdelincuentes y pozos de petróleo y gas por ahí.

La Rusia de Putin no es demasiado grande para fracasar. Sin embargo, sí es demasiado grande para fracasar de una manera que no sacuda a todo el resto del mundo.

9 de marzo 2022

NY Times

https://www.nytimes.com/es/2022/03/09/espanol/opinion/rusia-ucrania-arma...

 5 min


Jesús Elorza G.

Desde el pasado 2 de marzo, la ciudad de Doha (Catar) está acogiendo la segunda prueba de la Copa del Mundo de gimnasia artística de este año. En ella los deportistas rusos tienen permitido participar (hasta el 7 de marzo, fecha en la que será prohibida), aunque no lo hacen bajo la bandera de su país. La final masculina de barras paralelas quedó marcada por el desafío del hombre que acabó tercero, el ruso Ivan Kuliak y en la que, curiosamente, se ha impuesto el ucraniano Illia Kovtun.

El gimnasta de 20 años disputó toda la competición con una 'Z' de esparadrapo en el pecho en lugar del logo de su federación. Ese símbolo es el mismo que llevan los tanques que están participando en la invasión a Ucrania, lo que deja claro que, pese al vacío y las sanciones que están imponiendo a los deportistas rusos, los hay que siguen a ciegas las órdenes de Vladimir Putin.

La comentada imagen de Kuliak con la 'Z' en el pecho se ha producido porque la Federación Internacional de Gimnasia prohibió a los deportistas rusos y bielorrusos competir bajo su bandera a partir del 7 de marzo, por lo que esta Copa del Mundo de Doha era la última para ellos.

La actitud de Kuliak no es sorprendente para los que le conocen, ni a él ni al entorno de la Federación Rusa de Gimnasia. El joven gimnasta, acaba de pasar el servicio militar (obligatorio en Rusia) hace apenas unos meses; de hecho, esta ha sido su primera competición senior. Durante mucho tiempo, se ha comentado en el mundo deportivo que, el absoluto adoctrinamiento político en el que viven los gimnastas rusos se debe en buena medida al presidente de la Federación, Andrey Leonidovich Kostin. Además de ejercer de máximo responsable de esta entidad, es el presidente del VTB Bank, uno de los afectados por las sanciones internacionales a la banca rusa. Ferviente creyente en las tesis de Putin y uno de sus hombres de confianza, no duda en presionar a los deportistas (bajo amenaza de expulsión) para que se posicionen políticamente en todas las competiciones.

El detalle de la “Z” en el pecho de Kuliak se puede entender como una muestra de apoyo a la invasión rusa de Ucrania. Esta “Z” se ha visto en multitud de ocasiones en los pasados días pintada en los carros de combate, artillería y vehículos rusos que llegaban a Ucrania. Solo faltó, y no es raro que ocurra en cualquier momento que, el gimnasta al igual que lo hicieron los atletas alemanes en los Juegos Olímpicos de 1936 en Berlín, levantase su brazo derecho y gritara el nuevo saludo nazi-fascista “Heil Putin”.

Este nuevo o viejo dictadorzuelo Vladimir Putin, con una larga y oscura trayectoria en la criminal agencia policial soviética “KGB”, no ha escatimado esfuerzos en su enfermiza aspiración de reconstruir al imperio soviético y no ha dejado de utilizar el deporte en sus imperiales propósitos. Con la finalidad de mantener una supremacía en el mundo de los deportes, ordenó la implementación de “una política de Estado para el dopaje de los atletas” y usar sus triunfos para mostrar al mundo el poder de su imperio.

Afortunadamente, las denuncias contra esas políticas se han mantenido en el tiempo y a pesar de las ambiguas posiciones de algunas organizaciones y dirigentes deportivos, han logrado superar los silencios cómplices y se ha visto como hoy en día, las sanciones contra el gobierno ruso han prosperado. Igualmente hay que destacar que, con la invasión a Ucrania, el mundo deportivo ha expresado una solidaridad activa con el pueblo ucraniano y contra la guerra.

En fin, el deporte como un solo ser, ha asumido, como valor fundamental, frente a las agresiones, la solidaridad activa con todos aquellos que sufren los rigores de las acciones invasoras y genocidas de regímenes tiránicos y dictatoriales. El deporte está al lado de Ucrania.

 3 min


Trino Márquez

La invasión a Ucrania cambió el cuadro internacional de forma radical modificando de manera sustantiva las relaciones de Occidente con la Rusia de Putin (y con su aliado incondicional: la Bielorrusia de Lukashensko).

Después de la implosión de la Unisón Soviética, las relaciones de Europa con Rusia, aunque complicadas, se mantuvieron en un marco basado en el reconocimiento mutuo de los límites de cada centro de poder. A pesar de que Putin era un jugador rudo, respetaba las reglas establecidas. Se mantenía dentro de la cancha. Con el asalto a su modesto vecino del sur, violó todas las normas de la convivencia pacífica y civilizada. Mostró sin rubor el proyecto imperial que lo inspira. A partir de ahora sus relaciones con Europa serán tensas. Si termina por someter a Ucrania, esos nexos serán de una fricción aún mayor. No le perdonarán haberse ensañado contra esa pequeña nación. Nadie querrá asociarse con ese tirano. En poco tiempo no existirá más esa dependencia energética desmedida que ata a Alemania y otros países con Rusia. Se diversificarán las fuentes de suministro energético. En ese programa de independencia, Europa contará con el respaldo de Estados Unidos.

A Nicolás Maduro antes le resultaba relativamente sencillo aparecer aliado con Putin. El multilateralismo que, junto a la China de Xi Jin-ping, planteaba el líder ruso, les abría a los gobiernos de países pequeños la posibilidad de participar en un teatro con múltiples actores demandando un nuevo orden mundial, menos centrado en Estados Unidos y sus aliados europeos. Este panorama se modificó con la aventura de Putin en Ucrania. Rusia está convirtiéndose en un paria. Las medidas de aislamiento y las sanciones en su contra arreciarán a medida que aumente la crueldad contra Ucrania y se eleve la heroica resistencia de ese pueblo y su líder, el presidente Volodímir Zelenski.

Las afinidades ideológicas de Maduro con Putin son muy tenues. Podría decirse que inexistentes, salvo porque ambos son esencialmente antidemocráticos. Putin es un conservador en el más estricto sentido de la expresión. Mantiene una firme coalición con los jerarcas de la Iglesia Ortodoxa rusa. Siembre ha sentido desprecio por el comunismo como sistema económico. En cambio, Maduro coquetea con el marxismo, aunque a partir de un tiempo para acá lo utiliza para sonreírles a los ingenuos comunistas de su partido. Los vínculos con la Iglesia Católica son distantes. Los nexos entre Putin y Maduro solo se tejen en el plano económico y militar. La compra de armas, la asistencia a los órganos de seguridad y la mediación para evadir las sanciones norteamericanas han sido la argamasa que ha pegado a esos dos regímenes ideológicamente tan dispares. Con la batería de sanciones mundiales en todos los planos contra Putin, el escenario cambió.

Este nuevo escenario quiere aprovecharlo la administración de Joe Biden para alejar a Maduro de Putin. Por esta razón envió a Venezuela la delegación que se reunió con Maduro y con la oposición el pasado fin de semana. En el encuentro se discutieron diferentes temas, entre ellos el levantamiento progresivo de las sanciones, el reinicio de las conversaciones en México y la liberación de varios presos políticos, incluidos los de origen norteamericano. Biden está evidenciándole a Maduro que el costo de mantenerse cerca del dictador ruso es mucho más alto que los beneficios que puede obtener de esa relación. Maduro debe de sentirse alagado de pasar a ser una ficha importante en el tablero donde están interviniendo las grandes potencias mundiales.

La jugada de Biden me parece oportuna y conveniente. Entre sus intereses se encuentra alejar a Maduro cuanto antes de la esfera de influencia de Rusia. Quitarle una pieza que podría ser importante en América Latina. Un país que cuenta con reservas petroleras y gasíferas significativas y que en el mediano plazo podría convertirse de nuevo en un agente fundamental en el mercado petrolero planetario. Biden está pensando en términos estratégicos. Hay que aislar a Putin donde sea posible.

Esta estrategia confronta varias limitaciones. Unas se encuentran en Estados Unidos. Varios de los líderes más agresivos del Partido Republicano han cuestionado con severidad el acercamiento de Biden con Maduro. Probablemente entienden la importancia de esa oportunidad, pero no quieren entregarle los laureles a Biden. Dentro de su propio Partido Demócrata también han aparecido algunas reservas. No le será fácil al mandatario norteamericano sortear esos obstáculos para sacarle el máximo provecho a los eventuales acuerdos que se alcancen.

Las otras dificultades se relacionan con la ambivalencia y volatilidad del gobierno de Maduro, que es capaz de contradecirse de un día para otro sin inmutarse. De las hipotéticas negociaciones entre el Gobierno y la oposición tendría que salir un acuerdo para realizar unas elecciones transparentes en 2024. En este punto ha insistido Juan Guaidó, quien se muestra de acuerdo con comenzar un nuevo ciclo de conversaciones. Este debería ser el aspecto crucial del acercamiento, pero es al que Maduro le tiene mayores temores. Queda suficiente tiempo para presionarlo. Si Putin sale derrotado de su incursión en Ucrania, el proyecto continuista de Maduro puede sufrir un duro revés.

Biden aspira a utilizar a Maduro para cortar los tentáculos de Putin en América Latina. Maduro, a su vez, necesita un respiro adicional. Veremos.

@trinomarquezc

11 de marzo de 2022

Analítica

https://www.analitica.com/opinion/venezuela-negociar-para-aislar-a-putin/

 4 min


Alfredo Maldonado Dubuc

No creemos, como afirman algunos funcionarios de la administración de Joe Biden, que la reunión de su Asesor para Latinoamérica y otros funcionarios haya sido sólo para lograr la libertad de dos estadounidenses presos, un vago compromiso alrededor del petróleo y la exigencia que Maduro ha complacido de regresar a las conversaciones en México. Más creemos en lo que dijo –o se le “chispoteó”- un anónimo funcionario, que esta reunión lleva tiempo en preparación.

Biden quizás no quiera continuar la política de alardes y confrontación de Donald Trump, después de todo fue Vicepresidente de confianza de ese permanente negociador que fue Barack Obama, y buena parte de sus altos funcionarios de confianza se formaron a lo largo de esos ocho años. Quizás Joe Biden y Anthony Blinken piensen que reconocer a Juan Guaidó como Presidente en vez de rodear y presionar a Nicolás Maduro, fue un error, Guaidó es Presidente de una ilusión sin ministros, recursos ni armas, y Maduro es un cuestionable mandatario con todo el poder en sus manos.

No sabemos, no estuvimos en la reunión del fin de semana, no somos de la confianza de Juan Guaidó ni de Nicolás Maduro, pero nos da la impresión de que algo se está cocinando. Y no es sólo asunto petrolero, tiene un fuerte olor a geopolítica, a reestructuración y solidificación de áreas de influencia con tres capitales, Washington, Moscú y Pekin, cada quien con sus intereses y realidades.

Para Washington puede ser complicado enfrentar ahora a una China poderosa y astuta que mientras va manejando problemas internos que le crecen y desgastan el poder del Comité Central poco a poco, mantiene una poderosa situación económica que la hace apetecible para demasiados gobiernos, incluyendo el de Estados Unidos. Al menos por ahora.

Moscú se la puso más fácil a Joe Biden, Putin se empeñó en convertirse en el canalla del mundo y Estados Unidos y la Unión Europea, sin arriesgar a un solo hombre, dejan que se desgaste en una guerra que ganando o perdiendo igualmente perderá, mientras desde Washington, Londres, Berlín, Paris, etc., empiezan a salivar las bocas de una colosal industria militar que no sólo rearmará a esos países, sino que provocará una danza de billones nunca vista. Las ventajas no son sólo para Dassault, Boeing, Lockheed, Colt, etc., los trabajadores y técnicos de armas también comen hamburguesas, ordenan pizzas, van a los supermercados, compran y gastan ropa, zapatos y vehículos. La cuestión no es la inflación y el aumento del petróleo, camaradas, sino que más hombres y mujeres en Estados Unidos y Europa –y por rebote en Japón, Vietnam, Australia y la propia China tengan mas sueldos y salarios para comprar más cosas.

Por más que Elin Musk y varios grandes fabricantes de vehículos avancen con los motores eléctricos -Toyota trabaja con hidrógeno- por muchos años el petróleo seguirá siendo el gran energizador del mundo, y eso interesa a los árabes pero también a Canadá, Colombia, Estados Unidos y la devastada PDVSA, que tardará años en recuperarse pero hay tiempo y dinero en el mundo para esa recuperación, Y, así, paso a paso y mientras la oposición venezolana decide si va o no a cambiar sus liderazgos desgastados –Acción Democrática y Copei ya avanzan en eso-, el PSUV también se adapta y puede aprender la fuerza política en democracia, como una vez lo fue –y podría volver a serlo- Acción Democrática. No defendemos la corrupción, pero ¿cuántas fortunas venezolanas pueden pasar un esmerado examen de plena honestidad? Los ricos si son simpáticos, y sus vecinos también se adaptan, y un PSUV que entienda la ventaja de unos años refrescándose y revigorizándose en la oposición, pueden liderar un cambio importante en el país.

Solo estoy especulando, no pronosticando. Pero esa visita sorpresiva y esa reunión no bien explicada, hacen pensar.

Crónicas burguesas

amaldonadodubuc@gmail.com

 3 min


Jerónimo Alayón Gómez

Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo

porque aún no les enseñaron

que ya es demasiado tarde.

Alejandra Pizarnik

No soy experto en conflictos bélicos ni en geopolítica ni en historia de Europa, pero si sé que las guerras nos alejan de todo lo bueno que podía habitar al ser humano, pues en ellas hasta la compasión y el amor tienen la acidia de lo que está a punto de fermentarse. No necesito saber de motivaciones oscuras o preclaras ni de intrincados argumentos históricos ni de rizomas ideológicos para entender que cuando se bombardean poblaciones civiles queda claro quién es el criminal.

En esto soy irreductible. No acepto argumentos que puedan justificar el crimen de atacar ciudadanos que no están en combate armado. La guerra es asunto de militares. Sobran los civiles… hasta que se visten un uniforme. Entonces dejan de serlo. Decir que una nación «se las buscó» por desafiar la prepotencia militar de otra me hace recordar el nefasto y peregrino argumento aquel de que una chica «se buscó» que la violaran por vestir minifalda. No hay razón que pueda validar ni una cosa ni la otra. Ambas son aborrecibles porque significan el imperio de la violencia del más poderoso sobre el más débil.

He seguido con atención el conflicto entre Ucrania y Rusia hace años. Y no pierdo de vista la influencia de esta en y desde el BRICS, tan ignorado en los análisis de por estos días, pues allí se dibuja la auténtica II Guerra Fría. Durante la última semana he mirado estupefacto lo que ocurre en esa oriental frontera eslava. Las imágenes son terribles, de lado y lado, si bien es el pueblo ucraniano el que está siendo realmente devastado. Hay, no obstante, otra confrontación que me aterroriza y avergüenza en mi condición humana: la que se libra en las redes sociales.

Casi no puedo dar crédito a la andanada de chistes de mal gusto que se hacen en torno a la tragedia civil que vive Ucrania, unos por odio político contra el Gobierno ucraniano y otros por mera estupidez humana, de la que decía Renan que era «la única cosa que nos da una idea del infinito». Decir, por ejemplo, que el bombardeo a la Escuela de Sociología de la Universidad de Kharkiv está bien porque «esos valen menos que los científicos y cuestan caros al Estado» es un acto de suprema sandez o de reptil vileza. Y de eso andan cundidas las redes sociales.

Otro tanto sucede con los que pretenden banalizar la masacre de civiles en Ucrania resaltando los ataques de Estados Unidos a Irak, Siria o Libia, o los de Israel a Palestina. Siempre dudaré de esos «intelectuales» que gritan si alguien de su cotillón ideológico es tocado, pero guardan silencio cuando es arrasado el adversario. Las injusticias no lo son porque recaigan sobre los conmilitones, señores, lo son por convertir en víctimas a los inocentes, sean de izquierda o derecha. Y sea quien sea el agresor, el deber de un intelectual es alzar la voz por los que no la tienen, por los débiles. Los poderosos se cuidan solos.

Quienes venimos de familias desoladas por la guerra, el hambre y el duelo sabemos de memoria dónde queda la tristeza. Su domicilio es fijo y nunca nos abandona. En ocasiones nos sobreviene en sueños el sonido lejano de una ráfaga y el llanto de los recién nacidos, la sopa de pan y el miedo palpitando del lado izquierdo del pecho. A veces decimos una palabra que nos recuerda que alguna vez nuestros abuelos supieron a qué olía la sangre derramada de los seres amados. Los que provenimos de ese tiempo perdido aborrecemos con todos los músculos del alma la guerra y la violencia, sea del tipo que fuere. Somos los hijos de una narrativa del dolor, y nada cambiará eso. ¿Me explico?

Hace unos días alguien me dijo, viendo una foto mía, que mi mirada se perdía en el horizonte buscando versos luminosos. Sí, a veces… Pero en ocasiones me sobreviene el horror del que también soy descendiente: el relato de mi bisabuela enloquecida después de ver a su marido fusilado, el de las fosas comunes donde se perdió mi genealogía o el de mi padre torturado por sus carceleros. También soy ese dolor. No solo la luz que se lee en mis poemas… O quizás porque me habita esa tristeza es posible también el fulgor y la rebeldía… y la soledad… y el anhelo de la belleza absoluta.

Cada vez que una bomba estalla sobre la infancia de los inocentes, se mancha de sangre el flujo de humanidad de un apellido y se merma, irreparablemente, la condición humana. He pensado mucho antes de escribir estas líneas, pero me hicieron reaccionar las palabras de una bella joven ucraniana que lloraba por sus muertos: «Hay silencios que matan igual que las balas». Yo, que he teorizado acerca del silencio y el callar, ¿acaso podía callarme como si no supiera qué decir? ¡No! Así como ni una sola gota de amor se pierde, tampoco ni una sola de dolor, y yo me siento en deuda con el de aquellos más frágiles.

Como Alejandra Pizarnik, quisiera que mis brazos sigan ignorantes de que ya es tarde para seguir abrazando el mundo, quiero no dar crédito a lo que un día publiqué: «Cuando vengan los pájaros de la tarde / diles que no me nombren / diles que me caí de mí mismo / muy lejos del mundo» (Evanescencia, p. 46, 2015). Deseo creer que no estamos tan lejos de todo y que aún es tiempo de renunciar a la violencia en cuanto que moderador cívico: para mí no hay diferencia entre la Glock que porta en su mayoría la policía de Estados Unidos o los AK-12 que llevan los efectivos del Ejército ruso. Ambas armas hacen lo mismo: imponen un orden social tanático, y en tanto sea así, estaremos tan lejos de la vida.

@Jeronimo_Alayon

7 de marzo 2022

ViceVersa

https://www.viceversa-mag.com/tan-lejos-de-todo/

 4 min


Humberto García Larralde

Vladimir Putin ha exhibido el arma más terrible en su criminal invasión de Ucrania: su ausencia absoluta de escrúpulos para emprender acciones que considera necesarias para alcanzar sus fines. Al violentar la soberanía e independencia del país vecino, vulnerando normas internacionales asumidas por la propia Rusia, amenazó de inmediato a la OTAN y a Estados Unidos con "consecuencias más grandes de lo que ninguno de ustedes ha visto jamás en la historia" si intervenían a favor de Ucrania. Tal amenaza la volvió a asomar abiertamente días después, al poner en alerta de combate a sus fuerzas estratégicas, es decir, nucleares. Y lo reiteró como respuesta ante cualquier posibilidad de que la OTAN accediera a la petición del presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, de imponer una zona de exclusión en el espacio aéreo de su país, para contener el incesante bombardeo de aviones rusos a su población. Hay que señalar que Putin no sacó su amenaza nuclear de la nada. Fue probando, en pasos sucesivos, hasta dónde las potencias mundiales le permitirían llegar en sus delirios imperiales a expensas de otros pueblos. El desmembramiento militar de Georgia para crear los protectorados de Abjasia y Osetia del Sur no provocó reacción alguna de occidente, como tampoco el aplastamiento brutal de la rebelión en Chechenia. La ocupación de la península de Crimea en 2014, territorio ucraniano, apenas suscitó una débil protesta. Y su apoyo a Bashar Al Assad, para disuadir a Obama de cumplir con su amenaza de intervenir si el carnicero de Siria utilizaba armas químicas contra sus adversarios, fue consentida. Por último, llegó la gran prueba, la de invadir a Ucrania para deshacerse de un gobierno incómodo a su despótica megalomanía, por ser ejemplo de democracia en un país eslavo con demasiadas semejanzas al ruso. Y, como lamentablemente se ha evidenciado en los últimos días, al encontrar una resistencia mayor a la esperada por parte de los valientes defensores de Ucrania, no ha vacilado en arremeter con bombardeos a zonas residenciales, a pesar de haberse comprometido públicamente a respetar a la población civil. Como sea, busca pulverizar la elevada moral de combate de los ucranianos. Lo que ha extasiado a Donald Trump como una genial operación de brinkmanship de Putin –el “arte” de poner al contrario al borde del precipicio para que no tenga otra opción que aceptar las demandas que se le imponen—es, en realidad, el chantaje de un sicópata quien, aterradoramente, tiene a su disposición el arsenal nuclear más grande del globo, junto al de EE.UU. ¿Quién puede garantizar que, ante acciones más contundentes en apoyo a Zelenski, Putin –mejor, Putler-- no apele a estas armas estratégicas? ¿Hay razones para confiar que este personaje, o aquellos de su círculo íntimo de poder, tengan los valores morales, políticos o humanitarios capaces de frenarlo antes de acometer lo impensable? Precisamente, por haberse revelado como sicópata, su chantaje surte efecto. Demasiado riesgoso para que los gobernantes responsables de occidente accedan a poner a prueba si se trata sólo de un bluff. Pero, precisamente por la eficacia de su chantaje, no hay seguridad alguna de que las ansias imperiales de Putler se satisfagan si, en el peor de los casos, termina aplastando la resistencia ucraniana. EE.UU. y la UE confían en que las sanciones económicas y financieras de por sí sean lo suficientemente contundentes como para ponerlo de rodillas, invalidando su acción miliar, incluyendo la opción nuclear. La clave decisiva aquí es la capacidad de resistencia del ejército y del pueblo ucraniano, uno de cuyos determinantes es, claro está, la efectividad del apoyo de occidente en el suministro de armas y servicios. Y esto necesariamente debe aumentar, si se quiere evitar que Putler se salga con las suyas. La laxitud exhibida en el trato de algunos de sus oligarcas amigos, sobre todo en el Reino Unido, y la dependencia europea del gas ruso tampoco ayudan. Los analistas recogen evidencias de creciente frustración del déspota ruso ante la no concreción en el tiempo de sus planes. Aumentan los temores respecto a su inestabilidad emocional u mental. Por otro lado, la represión emprendida en Rusia contra toda protesta por la guerra y el control draconiano de los medios de comunicación ahí se orientan a evitar que, internamente, surjan las fuerzas que lo conminen a parar su aventura criminal. Pudiera llevarlo a creer que puede ejecutar lo impensable para imponer su voluntad. De ahí las voces a favor de una estrategia que ofrezca un “puente dorado” para el repliegue e “decoroso” de Putler, sin que pierda “cara”. Pero esto implicaría, cruelmente, alguna concesión por parte de Ucrania, como la cesión de los territorios del Donbás, el reconocimiento de que Crimea es rusa o el compromiso de no entrar a la OTAN. Dudo que las heroicas fuerzas de resistencia ucraniana, que han entregado tanta sangre para evitar un desenlace de esta naturaleza, accedan. La invasión de Ucrania es la prueba suprema que ha puesto Putin sobre la mesa para saber lo que estarían dispuesto a tragarse las potencias occidentales para evitar una hecatombe nuclear. De ceder, ¿quién lo parará después? ¿Cómo garantizar la seguridad futura de los países bálticos, Finlandia, Suecia, Polonia y, en fin, del resto de Europa, si prevalece en Ucrania su voluntad? Como han afirmado tantos, lo que está en juego no es sólo la suerte de un país que, para algunos, pudiera ser “prescindible” en aras de evitar la guerra nuclear. Lo que peligra es el orden democrático liberal como paradigma del mundo actual y las posibilidades de contar con unas reglas de juego consensuadas, con base en las cuales los pueblos puedan aspirar a vivir en libertad y forjar las condiciones para su propio bienestar. Desde esta columna sería absolutamente irresponsable pretender sopesar los pro’s y los contra´s de acciones militares de la OTAN contra Putler, como sería la de asegurar una zona de exclusión aérea en Ucrania que pudieran obligarlo a parar su ofensiva criminal. La incertidumbre de la existencia de un loco en el Kremlin dispuesto a apretar el botón nuclear aterra. Pero con todo y el abrumador peso moral que enfrenta occidente ante esta decisión, las opciones a considerar son esas. Porque el dilema verdadero no parece ser si debe tomar o no una decisión que frene definitivamente a Putin, sino cuándo. El aprendizaje de Múnich, 1938, sugiere que mañana quizás sea demasiado tarde. El humor de Maduro A despecho del escenario tan dantesco como el referido arriba, Nicolás Maduro nos sorprendió el sábado cinco de marzo con una humorada. En su alocución pidió a la justicia aplicar el “máximo castigo” a aquellos funcionarios públicos del país que estén involucrados en el “fenómeno de la narcopolítica”, para concluir –miren qué ocurrente-- que es la “primera vez” que en el país se ve tal fenómeno (¡!). Vamos, Nicolás, tus sobrinos presos por narcotráfico en EE.UU., con acceso a la rampa presidencial de Maiquetía para sus andanzas, el “pana” Makled, que llegó a tener en su abultada nómina a muchos jerarcas chavistas, y los militares integrantes del tristemente notorio Cartel del Sol, amparados desde el poder durante años, te obligan a no ser tan torpe en tus sarcasmos. Porque los sarcasmos más hilarantes son los inteligentes, los que explotan la sutileza, ¡no esa burda chanza que anunciaste el sábado! Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela humgarl@gmail.com

 5 min


José Machillanda

La guerra termina cuando cumple su finalidad, siendo el Estado el gran y único actor que decide acabar con el enemigo e imponer, a cualquier precio, la paz. La guerra es un momento de valoración, examen y visión del liderazgo político y su responsabilidad única, crítica y prospectiva como clase política dirigente de dirigir la guerra. La guerra se convierte en el examen máximo y extremo de la clase política, habida cuenta la administración y conducción de ese evento supremo. La guerra es violencia real y máxima, se expresa con el combate, combate que obedece y apunta a la reconstrucción total.

La guerra como prueba máxima de la clase dirigente del Estado requiere -en extremo- un componente armado comandado por una masa profesional específica, consecuencia de un proceso de selección, entrenamiento y formación operacional, además de ética máxima, dada su responsabilidad como combatiente en la acción militar o batalla. La guerra tiene una definición trinitaria, que relaciona en extremo la política, el Estado y su misión: acabar con el enemigo. La guerra puesta frente al peligro, la lucha se convierte en un juego y la resolución, exige valentía por todas las consideraciones previas. Quizás la guerra en Venezuela en el siglo XXI como realidad creciente e increíble, nos recuerda un héroe venezolano: Neomar Lander cuando lleno de coraje fue capaz de citar lo siguiente: la lucha de pocos, vale por el futuro de muchos.

La guerra como opuesta al peligro exige valentía y, por ello el ciudadano venezolano, sobre todo durante los últimos 20 años ha participado en medio de un peligro instrumentado por un régimen militarista socialista que distante de ser un gobierno propio de una democracia “ha generado peligro al interior de la sociedad, y nunca ha asumido su responsabilidad de la seguridad”. La guerra en Venezuela, muestra grupos cercanos al régimen accionando haciendo las veces de enemigo, trastocando la política como voluntad inteligente que se atreve a activar la violencia sometida a la voluntad inteligente y sobre todo a la Constitución y a la moral ciudadana.

La guerra en Venezuela como momento de valoración, pareciera un momento de búsqueda para promover impulsos que conduzcan a un cambio, pero ese cambio a nueva sociedad tiene dificultades en la ejecutoria de los poderes de la sociedad venezolana. Por lo tanto, lo que se verifica en la Venezuela república es la “búsqueda de un posible equilibrio”, entre una mayoría amante de la libertad y grupos operando según la verticalidad, con lo cual la búsqueda del cambio tiene serias dificultades sobre los miembros de la sociedad toda, y se amplía la posibilidad del desequilibrio.

Desequilibrio en la aplicación del poder, lo cual invita a la reconstrucción de las estructuras y, con ello, un esfuerzo colectivo que pueda generar una más favorable realidad que impulse y robustezca la paz. La paz y el crecimiento del orden, la ley y un único esfuerzo colectivo. Esfuerzo colectivo para corregir o limitar la inseguridad que multiplican sectores político sociales esperanzados para dinamizar, mediar y mostrar como la reconstrucción inteligente, política se convierte en un producto concreto de reafirmación del esfuerzo colectivo frente a la paz y en contra de la guerra. Ese es un momento político de valoración y búsqueda.

La guerra en Venezuela dio origen al actual Estado-nación en este siglo de grandes realizaciones, descubrimientos y evolución en el cuerpo social, la guerra estimula la consecución de la seguridad, seguridad de los débiles, lo cual crea una necesaria idea y maniobras para la defensa, para la defensa de los débiles, no como una guerra auténtica, pero si para encausar el progreso, mejorar la conciencia de la seguridad y el fortalecimiento de la druida. Léase una acción y pretensión liberadora.

Así… la guerra y su presencia en la política y frente a ella la paz serán instrumentos de la democracia, y se convertirán en un gran valor espiritual que en el inicio corresponde a la responsabilidad del estamento militar que estructuralmente tiene que aplicar los principios de la polemología y la estrategia. La guerra en el siglo XXI tiende a ser vista como una acción para el desarrollo y la libertad, estrictamente custodiada por la política. En especial por un ciudadano político democrático, que cree en la política, por un ciudadano demócrata inteligente que practica sobre todo la responsabilidad de un liderazgo sabio, que comprenda que la guerra como acción divina deviene rigurosamente y se ajusta a las leyes que muestran inmediatamente el hecho extraordinario de la paz.

Es original,

Director de CSB-CEPPRO

@JMachillandaP

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