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Opinión

Maxim Ross
  1. Prosperidad económica. Significados
  1. Sentido convencional.

Los economistas entendemos por prosperidad cuando se logra que la producción de bienes y servicios aumente a una tasa anual mayor que el incremento de la tasa de población, lo cual quiere decir que cada habitante estaría recibiendo una mayor cantidad de ellos, con respecto a un periodo anterior similar. Los economistas medimos este beneficio al comparar la tasa de aumento del Producto Interno Bruto, el PIB, como se le conoce normalmente, con la de la población. A la vez, este indicador nos da una medida del crecimiento por persona, esto del PIB por habitante o, del PIB per cápita, como se le conoce también.

Sin embargo, no podemos olvidar que el PIB es la sumatoria de todo lo producido en el país, expresado en lo que la sociedad añade de valor cada año, quiere decir la suma de las remuneraciones de los factores productivos utilizados, el trabajo, el capital y la tierra que reciben, respectivamente, salarios, beneficios y renta.

De esa forma, el tema “prosperidad” también debe ser visto desde esta perspectiva, porque revela cuanto más y cuanto mejor la sociedad percibe de lo que ha producido. Desde luego, para que en primer lugar una sociedad pueda “prosperar” tiene que llenar esos dos requisitos. Producir más y mejor y remunerar más y mejor.

Esta versión convencional, como sabemos, se basa en la idea de que basta con lograr con un crecimiento económico positivo, por encima del de la población, para que la sociedad prospere, pero esta condición, si bien es necesaria está demasiado atada a las políticas macroeconómicas de los gobiernos y pueden no repercutir en el bienestar de cada quien.

El caso de Venezuela es emblemático porque, aunque se puede hacer crecer la economía de un todo, por ejemplo, con una expansión del PIB de origen fiscal o monetaria, esta no necesariamente repercute en el bienestar de cada quien, además de que induce un cierto comportamiento pasivo por parte de la sociedad. Necesitamos, entonces, una visión microeconómica, tanto receptiva, como activa.

  1. Prosperidad individual.

Para complementar o, inclusive sustituir en alguna medida el peso de lo macroeconómico en el logro de la prosperidad, queremos rescatar el valor de la acción individual en el doble sentido que le atribuimos de seguidas Prosperar tiene dos significados:[1]

“Mejorar progresivamente de situación, especialmente en el aspecto económico y social” y,

“Tener éxito o imponerse [una idea, una opinión o una iniciativa].”

Obsérvese, que la primera guarda estrecha relación con el concepto convencional que utilizamos, pero le añade una característica que resulta sumamente importante en dos direcciones. La primera, porque registra precisamente esa propiedad de un mejoramiento del individuo, pero con la superposición de la palabra “progresivamente”, lo cual quiere decir que no es suficiente la concepción anterior, de alguna manera pasiva, sino que implica la exigencia de algún tipo de acción humana que le imprime dinamismo al progreso. Acción que conecta, justamente con el segundo significado que se le atribuye, aquel de “Tener éxito o imponerse [una idea, una opinión o una iniciativa]”.

De ahí que, para prosperar, el individuo debe adoptar una posición activa que se contribuye a generarle progresividad. Si entendemos esta idea cabalmente, lo que estamos sugiriendo es entenderla con un juicio más amplio que el convencional, no sujeta al estricto planteamiento macroeconómico, pero que ayuda a encontrar un nuevo vínculo con el concepto de integración.

En esta circunstancia la acción humana, en busca de la prosperidad, en la forma activa de hacerla progresiva, de tomar iniciativas, de perseguir el éxito impone una normativa de conducta que compromete o involucra al individuo en una acción necesariamente completa, integral por consecuencia. Es lo que denomina el economista Amartya Sen el concepto de “agente” y que acogemos en estas notas:[2]

“Estas conexiones empíricas refuerzan las prioridades valorativas. Basándonos en la distinción medieval entre “el paciente” y “el agente”, esta interpretación de la economía y del proceso de desarrollo basada en la libertad es una teoría que se apoya en gran medida en el concepto de agente. Con suficientes oportunidades sociales, los individuos pueden configurar en realidad su propio destino y ayudarse mutuamente. No tienen por qué concebirse como receptores pasivos de las prestaciones de ingeniosos programas de desarrollo.

.En lo que respecta a nuestro propósito de fundamentar la atadura entre la prosperidad y la integración, la tesis de ese individuo activo, de ese “agente” que se desempeña no como un “paciente”, según palabras del autor, la prosperidad no queda sujeta solo a su derivación macroeconómica. Ese individuo, repetimos es quien puede o no ensamblar un proceso de integración social que tiene asidero en su propia existencia y en su propia realidad ontológica, si se nos permite la afirmación. La integración y la prosperidad, diríamos, tienen en él una expresión real y no puramente conceptual o imaginaria.

Habíamos dicho: ¿Qué es prosperar? Ahora podemos darle un contenido mucho más completo y eficaz, al colocar su significado en la capacidad del individuo para hacer, para perseguirla y así desprendernos de la versión pasiva que nos brinda la macroeconomía.

Necesitamos ahora ampliar lo que hemos elaborado a un ámbito mayor que hace, no solo al individuo el sujeto y objeto de las prosperidad, sino llevarlo al terreno de su núcleo de vida más importante, el de la familia.

  1. Prosperidad de la Familia.

En efecto, no hay un componente más importante para estos fines que la conformación de una familia prospera y lo es si se logra que el bienestar económico llegue a todos sus miembros, pero también al reforzamiento del propio valor familiar y, para ello ha de tener un hogar, con lo cual requiere una vivienda, ha de educar a los hijos y, al final, ha de garantizarse el bienestar para el retiro o la jubilación.

Se puede comprender, con la mención de estos requisitos, las capacidades que les son reclamadas a sus integrantes, en especial a padres y madres, dependiendo del tipo de familia que se conforme. Sin embargo, también su prosperidad puede depender de acciones externas, en especial de determinadas políticas del Estado.

Por ejemplo, en lo que respecta a una categoría fundamental para desarrollar una familia, la vivienda y el hogar, el Estado venezolano, en un momento dado, diseñó y puso en práctica una sabia política monetaria que permitió crear un mercado hipotecario[3], capaz de multiplicar la adquisición de viviendas, con lo que se generó un importante sector de “clase media” y se robusteció el valor familia.

También una masiva política educativa contribuyó con ello, multiplicando la secuela de prosperidad de la familia venezolana, en donde conseguimos concordancia entre el propósito del Estado y el de la familia. El posterior abandono de esas políticas hizo que la prosperidad que se había conseguido se perdiera, ratificando lo que aquí identificamos: la familia quedó a la deriva, siguió siendo pasiva y, así casi se podría generalizar a toda la sociedad, quedando a la espera de la magia de la macroeconómica y del Estado que todo provee[4].

Como se puede constatar esta concepción tiene un efecto “desintegrador”, no solo sobre la familia, sino en la sociedad en general, ya que una de sus consecuencias es su secuela de empobrecimiento. Nuestra hipótesis es que la prosperidad es un incentivo muy importante para la integración, pero que no se produce natural y automáticamente, como veremos.

  1. Prosperidad e Integración Nacional
  1. Prosperidad e Integración.

Creemos, por tanto, que existe un estrecho vínculo entre prosperidad e integración, donde cada elemento alimenta al otro. La prosperidad ofrece un ambiente propicio para fomentar la integración entre los individuos y los miembros de la familia, además de los factores históricos y culturales que la han constituido tal como es[5], pero a la vez sostenemos que el componente de prosperidad ha actuado de manera preponderante en la constitución e integridad de la familia. La ausencia de prosperidad, obviamente, independientemente de otras causas, tiende a romper esa unidad o ese núcleo y contribuye con su disociación o desintegración.

Como se puede imaginar la prosperidad no se produce natural y espontáneamente, aunque los economistas clásicos le dieron mucho peso a esa posibilidad[6], porque hoy día las políticas económicas juegan un papel central en lograrlos. Estas pueden actuar en favor o en contra, tal como variadas experiencias históricas lo demuestran.

En un primer plano, el rol de las políticas económicas es clave para cultivar la prosperidad y ello depende de la capacidad que se tenga para armonizar sus distintos frentes (monetaria, productiva, cambiaria, fiscal, etc.), esto es, han de convenir de forma integral en ese objetivo, pues cualquier ruptura o discordancia entre ellas destruye los resultados[7].

Un ejemplo evidente de ello lo constituye la necesidad de la estabilidad monetaria, medida por la menor tasa de inflación posible y por la estabilidad de la tasa de cambio, de forma tal que puedan garantizar que la producción y las remuneraciones respectivas, mantengan su poder adquisitivo en el tiempo. Otra vez, debemos aquí magnificar, el sustantivo valor que, para una sociedad, tiene la estabilidad, sobre todo porque elimina de raíz cualquier efecto empobrecedor y produce, al menos, una condición inicial para que la prosperidad se propague a todo el conjunto social y, por consecuencia, para un mayor grado de integración social.[8]

Un componente adicional aparece como necesidad Integradora: las Instituciones que lo hacen posible pues esas políticas no “nacen de la nada”. La economía teórica ha puesto, a lo largo del tiempo, un énfasis especial entre la conexión institucional y un buen desempeño económico.[9] Acemoglu y Robinson nos brindan el concepto de “instituciones inclusivas”[10] cuya influencia en el grado de integración es decisiva, en tanto que permiten que la prosperidad se derrame hacia toda la sociedad.

  1. Prosperidad, Integración y Desintegración Nacional

Definidos esos parámetros, entramos en el plano nacional y en el caso venezolano. Desde un momento dado fenómenos como la marginalidad, un considerable aumento de los índices de pobreza, y su repercusión en la desigualdad social o, simplemente el empobrecimiento de una parte sustancial de la población, revelan una vertiente de disociación o desintegración social, cuya generalización lo convierte en un problema nacional. Sin embargo, no se puede afirmar que el tema es nuevo, ya que razones históricas no permitieron que Venezuela se integrara plenamente como Nación.

Desde la Guerra de Independencia, la Guerra Federal y las luchas caudillistas por el poder hicieron de Venezuela un país devastado, hasta mediados de los años treinta, cuando comenzó un primer esfuerzo por la integración del territorio, con la construcción de vías de comunicación y los servicios alcanzaron a todo el país. La llegada del petróleo fue el detonante que aceleró un proceso de modernización y centralización que podría calificarse de “integrador”, salvedad de la propia industria que no siempre lo fue[11].

Como se recuerda, y hemos precisado anteriormente, que se produjese o no ese resultado, dependió de que la prosperidad perdurara, pero no fue así, a sabiendas de que la volatilidad de la economía venezolano era lo característico, expuesta como estuvo a “shocks” positivos y negativos no encontró las políticas que le permitieran superar esa conducta.[12]. Es muy difícil defender un proceso de Integración Nacional sin que lo acompañe un rumbo de prosperidad consistente y duradera, lo que implica una cierta garantía de sostenibilidad.

  1. Prosperidad Sostenible e Integración Nacional.

Llegamos aquí a una esfera central de nuestro análisis y nuestra propuesta, porque la interface que se da, o se debe dar entre esas dos categorías, se aleja completamente de la espontaneidad y la automaticidad. Para que un país en particular, y un mejor ejemplo es Venezuela, conquiste una trayectoria de prosperidad de largo alcance, su sociedad, sus dirigentes y su elite tienen que asumir una posición y una conducta activa.

Esa exigencia, que postulamos, supone varias acciones, entre ellas las siguientes:

1º La sociedad civil venezolana debe tomar conciencia y activar iniciativas para promover una senda de prosperidad sostenible, a sabiendas de que la solución de los temas de pobreza e inequidad pasan, necesariamente, por ella,

2º La Sociedad Civil debería proponerse como objetivo asumir la tarea de diseñar y desarrollar un programa autónomo de cooperación económica entre la fuerza laboral y el capital privado venezolanos, a ser presentado a las autoridades gubernamentales y legislativas. Dicho programa se fundamenta en la necesidad de revertir la primacía y el protagonismo estatal en la promoción del desarrollo productivo.

3º La dirigencia del país, en especial los partidos políticos, deben acordar un plan mínimo para garantizar la estabilidad inter temporal de las tasas de inflación y de cambio[13], sumadas al estímulo a la economía privada y a las vocaciones económicas regionales, tal que califiquen como competitivas bajo los estándares internacionales.[14] “Volcar el crecimiento hacia adentro” motoriza un cambio en la disposición espacial de las actividades productivas, con una apreciable consecuencia en revertir la tendencia de desplazamientos migratorios hacia el centro del país.[15]

4º Instituciones apropiadas juegan un papel central para que un plan de sostenibilidad opere exitosamente. Entre ellas destaca, una confiable separación de los poderes públicos y un mayor peso para la función legislativa[16]. Como hemos señalado anteriormente, apelamos al concepto de “instituciones inclusivas” que garanticen la universalidad de los beneficios económicos y sociales. El Estado venezolano, siendo parte de ellas, debe actualizarse en procura de este objetivo.

5º El contexto y las acciones en el espacio de lo político son cruciales en el logro de una prosperidad económica sostenible, especialmente porque supone la ruptura de la trayectoria de conflicto político que ha caracterizado a Venezuela y debería posibilitarse una era de Consenso, tal como Venezuela lo experimentó en un momento dado[17]. Ese solo hecho “abriría las puertas” para una nueva etapa de prosperidad duradera, siempre y cuando ese Consenso no se circunscriba a los problemas de la actual coyuntura y aborde los temas de largo aliento que sugerimos en estas notas.

Recuperamos aquí lo dicho al principio: Un crecimiento sostenible del PIB per cápita, por encima del incremento de la población, estabilidad monetaria y cambiaria, evitar pérdidas generalizadas del poder adquisitivo, remuneración a los factores productivos, acorde con su contribución y participación, protagonismo de la economía privada y del desarrollo regional y local, instituciones que se acoplen a la necesidad de garantizar sostenibilidad y durabilidad, son las tareas y distintivos del modelo de Integración Nacional que proponemos.

  1. Integración Nacional y Democracia.

En el Número anterior de la Revista defendimos la relación entre estas dos esferas desde un punto de vista político e institucional. Ahora corresponde examinarla desde un punto de vista económico. En ese orden de ideas, una era de Prosperidad Sostenible, derivada de un Consenso Político son los ingredientes cardinales para vencer en la lucha contra la pobreza y la inequidad, base fundacional de una auténtica democracia. Sabemos que, para consolidar un modelo democrático exitoso en nuestro país, es absolutamente indispensable resolver los temas de la pobreza y la inequidad. Mientras ese obstáculo no se despeje la democracia será cuestionada y seguirá en peligro.

También sabemos que para ampliar y profundizar el grado de Integración Nacional aquellas condiciones son ineludibles porque, como hemos descrito, no podemos imaginarnos una sociedad venezolana más integrada, si esos dos tópicos no son resueltos.

Finalmente, Venezuela puede franquear los escollos por los que atraviesa actualmente, pero puede hacerlo de dos maneras. Una, repitiendo el “espejismo estatista” de los expedientes fáciles y mágicos, que ya hemos experimentado, “con la mira” en el corto plazo y en la coyuntura que, seguramente, van a repetir un desenlace similar al que tuvimos y el que tenemos.

Otra manera seria intentado una solución sostenible en el tiempo que “ponga la mira” en “blancos” más sustanciales y trascendentes. Nos conformaríamos con que este escrito contribuya a amplificar el enfoque de los problemas venezolanos y trace un abanico de alternativas que dejen en el pasado las que ensayamos sin éxito.

Estamos convencidos de que, si ligamos los temas de una Prosperidad Sostenible, con el de la pobreza y la inequidad y, el de estos, con la necesidad de un Consenso Político en su procura y una participación determinante de la sociedad civil, la democracia venezolana, podría decirse, entraría también en una zona de sostenibilidad.

Artículo publicado en la Revista de Integración Nacional No.2 con la idea de divulgar los conceptos que venimos divulgando en el Centro de Estudios de Integración Nacional (CEINA) de la Universidad Monteávila.

[1] De acuerdo con LEXICO. Oxford Diccionario

[2] Amartya Sen “Desarrollo y Libertad” Edit. Planeta, 2000.

[3] La conocida “Cedula Hipotecaria”, cuya tasa de interés de muy bajo costo permitió un desarrollo importante del mercado hipotecario y, por consecuencia, de la construcción de viviendas de bajo costo.

[4] Obviamente esta condición se ha exacerbado más recientemente con las políticas de reparto que practica el Gobierno

[5] Hacemos referencia a la controversia entre los estudiosos del tema quienes la definen de distinta manera, sea “normal” o “matricentrada” (Alejandro Moreno y José Luis Vethencourt).Citados en “La matricentralidad de la familia venezolana desde una perspectiva histórica” María Susana Campo-Redondo, Jesús Andrade, Gabriel Andrade. Frónesis v.14 n.2 Caracas ago. 2007

[6] Desde las tesis de la frase “Laissez faire, Laissez passerr”, (Dejar, hacer, Dejar pasar) de los tratadistas franceses, hasta la versión más acabada en Adam Smith de libertad de los mercados.

[7] Nuestro país es un buen ejemplo de ello cuando esa “ruptura” ha producido los resultados que conocemos.

[8] Es el efecto de prosperidad que se produjo en la Venezuela de los inicios de la era petrolera, hasta mediados de los setenta, cuando baja inflación, estabilidad cambiaria y una población relativamente reducida lo permitieron.

[9] Douglas North (1990) fue uno de los pioneros de esta tesis, hoy bastante generalizada.

[10] Acemoglu y Robinson. “Porque las naciones fallan” Ariel, 2012.

[11] Recordemos que, en sus inicios, el concepto de “enclave externo” estuvo ligado a su presencia en el país y luego la industria estatizada se percibía separada del resto de las actividades. La idea de una economía petrolera y un no- petrolera ha estado presente en nuestra historia.

[12] Ello sin tomar en cuenta el deterioro de las actividades productivas y de la institucionalidad que se ha producido en los últimos tiempos.

[13] Mientras tanto se puede mantener el actual proceso de dolarización, completando su formalización en todos los mercados e instituciones.

[14] Mayores detalles se pueden revisar en el documento principal a que hemos aludido, pero al momento conviene señalar que, En nuestra opinión la industria petrolera debe integrarse a mayor profundidad con el resto de actividades económicas y ocupar un lugar secundario como protagonista del crecimiento económico

[15] Sabemos que esta propuesta se ha ensayado muchas veces, sin lograr un cambio significativo en la tendencia del campo de venirse a la ciudad, pero ello no descarta sus inmensas ventajas.

[16] Obviamente un poder legislativo más fuerte tiene una considerable influencia en una mayor integración, en especial por aquilatar el valor de los partidos políticos

[17] Ese fue uno de los principales logros del Pacto de Punto Fijo, el cual, a pesar de las críticas recibidas proyectó una economía saludable por un buen periodo.

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Humberto García Larralde

Como toda dictadura, la venezolana descansa en militares dispuestos a emplear la violencia para sostenerse en el poder, contrariando el ordenamiento constitucional. Se ha dedicado a expoliar el país, destruyendo su economía. Junto con las sanciones impuestas por violar derechos humanos, tráfico de drogas y por otros ilícitos, necesita el apoyo externo de países cómplices para mantener sus aparatos represivos. Asimismo, al haber desmantelado el marco institucional sobre el que legitimó inicialmente su mandato, se arropa con una narrativa “revolucionaria” para reducir su vulnerabilidad ante la crítica, tanto interna como externa. Pero ante su desgaste en el poder, el chavismo se vio en la necesidad de ir modificando su sentido. Para fines de exposición, diremos que ha habido dos grandes momentos de la narrativa chavista: 1) un momento inicial, de cosecha; y 2) un momento de atrincheramiento.

La prédica de Chávez cumplió inicialmente con los fines clásicos de toda ideología: aglutinar voluntades en torno a unos valores y sueños compartidos, para avanzar objetivos políticos destinados a tomar y conservar el poder. Muy probablemente, él y sus partidarios creyesen en lo que estaban pregonando. En todo caso, su retórica cosechó valores y creencias que formaban parte de la cultura política existente. Su discurso se alimentó de la misma matriz de aspiraciones que habían sembrado AD y COPEI. Cabalgó sobre el PetroEstado dispendioso para prometer que haría realidad lo que éstos habían ofrecido, pero no cumplido. Siendo Venezuela un país bendecido por recursos naturales que le deparaban una fabulosa renta, tal incumplimiento era señal de que los gobiernos anteriores estaban al servicio de una oligarquía corrupta y no del “Pueblo”. Chávez, redentor; acabaría con tales inconsecuencias.

En su cruzada, introdujo tres elementos que alteraron la dinámica política existente: 1) se proyectó como un “outsider”, colmado de las mejores intenciones e incontaminado por las triquiñuelas de los cogollos partidistas; 2) Se erigió en auténtico heredero de Simón Bolívar, cuyo sueño para con Venezuela había sido traicionado por la oligarquía que dominó la “cuarta república”, incluyendo a la democracia representativa adeco-copeyana; y 3) Lo anterior lo tradujo en la presencia de enemigos del “Pueblo” que él ofrecía combatir. Contaba con los militares, supuestos “herederos del ejército libertador”. En fin, ofreció refundar la república, rescatando sus propósitos originarios.

Chávez desató una ofensiva populista contra la institucionalidad democrática que marcó una ruptura con los gobiernos anteriores. Pero, al descansar su proyecto en un Estado paternalista y protagónico, nutrido de rentas petroleras que él pensaba inagotables, también hubo continuidad con éstos. A pesar del sesgo abiertamente fascista de su prédica, repleta de proclamas patrioteras y militaristas, invocaciones épicas, llamados al combate contra los enemigos y descalificación de sus opositores como “apátridas”, su prédica tuvo acogida en un pueblo acostumbrado a esperar todo del Estado rentista y formado en el culto a Bolívar; el hombre providencial, salvador. Ello se facilitó, además, por una historia oficial que, lamentablemente, siempre acentuó las batallas y no los esfuerzos civiles por construir una república. Alimentó, así, una disposición a poner nuestro destino en manos del hombre fuerte a caballo.

Chávez encarnó un moralismo maniqueo y voluntarista. Para redimir al noble Pueblo explotado por la oligarquía corrupta, debía desmantelar toda restricción institucional que podía interponerse a estos fines. Asimismo, debía someter al sector privado para que su accionar correspondiese con esta misión. Al sucumbir al tutelaje depredador de Fidel Castro, las ansias de poder de Chávez encontraron un asidero más aplastante en retóricas antiimperialistas construidas en torno a la mitología comunista. Encontró eco en los delirios de partidarios suyos izquierdosos de que estaban haciendo una “revolución”. Aun cuando ello acentuó la ruptura con el discurso político tradicional, la captación de enormes rentas por el alza en los precios mundiales del crudo le permitió acompañar su prédica con un “socialismo de reparto” a través de las misiones sociales, que impidió la erosión de su respaldo. No obstante, sus intemperancias y atropellos dificultaban cosechar nuevos apoyos. Cobraban fuerza opciones políticas opositoras.

La sucesión de Chávez por un desangelado Maduro, privado en poco tiempo del portentoso ingreso petrolero que había sostenido a aquél y heredero del desastre económico y de las enormes deudas que había incubado bajo la superficie de su socialismo redentor, obligó a cambiar la funcionalidad del discurso “revolucionario”. Las penurias crecientes de la población llevan a Maduro a apelar abiertamente a la represión, dificultando atraer a nuevos adeptos con la narrativa preexistente, incapaz de competir provechosamente con relatos alternativos de fuerzas pro-democracia. La ruptura del Estado de Derecho dio paso a un régimen de expoliación, base de la complicidad de militares corruptos con la destrucción del país, que había que “justificar”. La ideología se va transformando en un instrumento de guerra que insta a sus partidarios –cada vez más reducidos-- a cerrar filas ciegamente detrás del régimen y a absolver sus atropellos y estropicios. Es el momento del atrincheramiento ideológico, que termina por blindar la acción oficial frente a las críticas crecientes a su gestión, tanto domésticas como foráneas.

Chávez, por supuesto, había avanzado mucho en este camino, acosando a periodistas y medios de comunicación independientes y elevando su retórica de odio contra quienes lo adversaban. Los simbolismos invocados y las categorías discursivas empleadas terminaron construyendo una “realidad alterna”, refugio para el contingente decreciente de partidarios de la “revolución”. Metidos en su burbuja, devinieron en secta, inmunes a todo intento de interlocución con base en razones y referentes del mundo externo. Esta retraída rompía, también, con la distinción entre bien y mal que dimana de la ética de convivencia en una sociedad liberal. Ahora privaría una “moral revolucionaria” según la cual lo correcto sería todo aquello que hiciese avanzar los fines del chavismo, es decir, una mayor concentración del poder para aplastar al enemigo. Los enormes latrocinios cometidos, más la violación descarada de derechos humanos, solo eran inventos del imperio y de la “ultraderecha” opositora. Se afianzó, así, la “banalidad del mal”; la capacidad de cometer las mayores crueldades sin pestañear.

El espíritu de secta, atrincherado tras verdades reveladas, endurece al núcleo madurista. Asume su misión como un apostolado, una tropa, dispuesta al combate y obligada a creer los disparates que vocifera. La quintaesencia del fascismo. Un asunto de fe. Habiendo conquistado a Venezuela, nadie se los va a quitar. Por otro lado, los simbolismos y clichés blandidos suelen despertar, cual arco reflejo, solidaridades automáticas en sectores académicos y políticos foráneos, consustanciados con visiones primitivas de izquierda. Esa izquierda invertida (¿pervertida?) –pues defiende todo lo que pregona combatir—tiene influencia variada. Dependiendo del país que se trate, contribuye a obnubilar la verdadera naturaleza criminal de regímenes como los de Maduro, Ortega y los Castro. Puede llevar a quienes se han ofrecido como custodios de que la negociación sea provechosa, a dejarse confundir por los intentos de trampear del fascismo.

El éxito de un proceso negociador entre Maduro y la oposición democrática requiere aislar a los fanáticos para poder identificar, con el oficialismo menos alienado, posibilidades de acuerdo. Por tanto, la lucha por la democracia en nuestro país requiere, también, desenmascarar la hipocresía de sus postulados, ante la comunidad democrática y los sectores menos dañados del chavismo.

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela.

humgarl@gmail.com

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Jesús Elorza G.

El 17 de agosto, el Ministro del Poder Popular para la Educación Universitaria César Trómpiz se presentó, muy sonriente, a la reunión del Consejo Nacional de Universidades CNU y luego de saludar a las autoridades universitarias presentes, pasó a indicar que la agenda del día solo tenía un punto para ser tratado y que como ya todos los presentes conocían el borrador del papel de trabajo que se les había entregado con antelación, daba por hecho que no habría mayor discusión para la aprobación de ¨La Normativa de Educación Multimodal” propuesta por su despacho, con la finalidad de agrupar los diferentes modelos educativos, en este caso, relacionados con los semipresenciales y los no presenciales como son los modelos a distancia, abiertos y mixtos.

Al abrirse el derecho de palabra, la sonrisa del ministro se transformó en una mueca de disgusto, al ver y escuchar como los rectores de UCV, ULA, UDO, UNEXPO, UPEL, UNIMET, UNET, UCAB y UCLA, todas pertenecientes a la Asociación Venezolana de Rectores Universitarios AVERU, intervenían para hacer las observaciones de rigor al documento presentado. Basandon sus observaciones en criterios constitucionales y jurídicos y dejando claramente expuesto que a pesar de tener coincidencias con algunos de los elementos señalados en ese documento normativo, no menos cierto es, que también allí se presentan artículos inconstitucionales que violan flagrantemente la autonomía universitaria.

Los rectores fueron enfáticos en señalar que en el Artículo 1 de la normativa se establece como objeto del instrumento “normar la organización, estructura y gestión de los Sistemas Multimodales de Educación Universitaria”, lo cual es una significativa violación al Artículo 109 de la Constitución Nacional, que “Consagra la autonomía universitaria para planificar, organizar, elaborar y actualizar los programas de investigación, docencia y extensión”.

Por otra parte, en el documento presentado por el ministro se evidencia claramente la intención de asignarle una serie de tareas y responsabilidades a las universidades sin que

exista el compromiso o la obligación del Ministerio de Educación Universitaria para aportar los recursos presupuestarios para el cumplimiento de dichos objetivos. Esto afectaría particularmente a las universidades de gestión pública, las cuales dependen económicamente del Estado venezolano para la consolidación de una plataforma tecnológica acorde con las necesidades del caso.

Pero donde quedo manifiestamente expresado el intervencionismo del régimen, fue en los Artículos 33 y 35 de la referida normativa. En el primero de los nombrados, se establece que el costo de los cursos en esta modalidad (Diplomados, Maestrías, Doctorados o Postdoctorados deberá ser aprobado por el CNU, mientras que el 35 señala que las universidades deberán pagar un 10% de sus ingresos por este concepto a la Secretaría Permanente del ministerio. En ese articulado, quedó plasmada una vez más la agresión intervencionista del régimen, en este caso, contra la autonomía administrativa del sector universitaria al pretender normativamente “martillar” o “cobrar peaje” para apropiarse arbitrariamente de los ingresos propios de puedan generar las universidades en la aplicación de un sistema de educación multimodal, violando de manera descarada las disposiciones contempladas de la Ley de Universidades, que dan marco jurídico a la autonomía administrativa para lo relacionado con los ingresos propios del sector.

Lejos de preocuparse por la crisis que atraviesa la universidad venezolana, con el cerco presupuestario, la violación permanente de su autonomía, el progresivo deterioro de la planta física, los salarios de hambre de los obreros, empleados y docentes, la inexistencia de un programa de atención social integral a los estudiantes y la inexistencia de un plan de vacunación, el ministro Trompiz está solamente interesado en raspar la olla de los ingresos propios del sector con su proyecto de “Normativa para el Martilleo”

Al final, de la reunión los rectores de las universidades nombradas al inicio de este escrito salvaron su voto y los “rectores” revolucionarios agrupados en la Asociación de Rectores Bolivarianos (Arbol) con su puño izquierdo en alto rodearon al ministro y aprobaron la normativa gritando la consigna “En revolución no hay autonomía”.

Envalentonado por el apoyo brindado por los “rectores” revolucionarios, el ministro antes de retirarse del salón de reunión les dijo en voz alta a los que salvaron sus votos “que entre las atribuciones del CNU se encuentra destituir rectores, nombrar autoridades interinas y decidir sobre la destitución de miembros de los Consejos Universitarios” y se fue pensando en cuanto iba a recibir su despacho a fin de mes cuando “baje de la mula”, con el 10%, a las universidades.

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Ignacio Avalos Gutiérrez

La agricultura fue la base de todas las civilizaciones hasta la llegada del capitalismo moderno. Francis Bacon figura destacada entre los filósofos que se ocuparon de la Primera Revolución Industrial, escribió que partir de ella se gestó en Inglaterra la "ideología de la dominación de la naturaleza", entendida como “soporte de un modo de producción”. Como veremos en las próximas líneas, de aquellos polvos nos vienen estos lodos que ahora nos agobian.

Parece que se prenden las alarmas

Hace alrededor de medio siglo, expertos de distintas partes agrupados en el denominado Club de Roma, publicaron un libro, “los Límites del Crecimiento”, que mostraba la peligrosa (y hasta neurótica) relación que guarda el proceso productivo con la degradación de la naturaleza, señalando que si el incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantenía de acuerdo a la tendencia que venía mostrando en los últimos tiempos, el Planeta Azul se haría inviable en alrededor de 100 años (ojo: ya pasaron cincuenta). Pero tal diagnóstico no parece haber generado el temor suficiente como para que se asumieran medidas efectivas, de manera, pues, que el PIB continuó engordando a sus anchas, particularmente en algunos países.

En la misma dirección, bastante después de esta alerta inicial, desde el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), fundado en el año 2001, se describió el empeoramiento de los diversos problemas ambientales que confrontaba el mundo. Huelga señalar que su mensaje tampoco alcanzó para a presionar la adopción de las políticas requeridas. En suma, el peligro no se veía tan peligroso, como si se tratara apenas de algunas hipótesis, de amenazas muy lejanas o de algunas apreciaciones equivocadas de los propios científicos.

En su más reciente comunicación, el citado Club de Roma fortalece sus evidencias y hace más explícitos los costos que implica dejar que las cosas sigan como van. Por otra parte, el Secretario General de la ONU declaró que en su más reciente estudio, el IPCC muestra que no hay duda de que se nos acorta el tiempo de manera dramática.

Es extenso el inventario de pruebas que expone éste último. Incendios incontrolados, inesperadas inundaciones, olas de calor, sequías de duración cada vez mayor, pérdida de la biodiversidad, factores a los que se suma un amplio etcétera, cuyo origen es el ser humano, por su manera de relacionarse con la naturaleza. Gutérrez se refirió a este informe como un Código Rojo, subrayando que se trata de un problema que es responsabilidad de todos, lo que supone, entonces, mejorar en gran medida la institucionalidad encargada de la gobernanza mundial e implica, además, la necesidad de que los terrícolas se perciban como integrantes de una misma especie, lo que no parece fácil de lograr si le damos un vistazo a lo que ocurre en este momento

La transición energética

En el marco anterior y en sintonía con los postulados fundamentales del Acuerdo de París suscrito en 2015 y al cual se han adherido más de 180 países, se estimulan las iniciativas que han venido dándose en el marco de la “transición energética”, impulsando la generación de las energías limpias (agua, sol, viento, biomasa), con el propósito de sustituir las energías fósiles (petróleo, carbón, gas), cuyo impacto ambiental es enorme, una estrategia en la que se encuentra alineada la Agencia Internacional de la Energía con su reciente propuesta de no autorizar nuevos proyectos de explotación de yacimientos de petróleo y gas natural, ni tampoco nuevas minas de carbón.

La cuestión no es, entonces, averiguar cuantos barriles guarda la tierra en sus entrañas para seguir alimentando la expansión desmedida del aparato productivo. El tema es, por el contrario, su abundancia con respecto a la capacidad de digerirlo sin comprometer la sobrevivencia humana. Tenía razón, así pues, el Jeque Yamani, quien fue Ministro de Energía de Araba Saudita, cuando hace mucho tiempo sostuvo que “La Edad de Piedra no se acabó por falta de piedras, así como la del petróleo no acabaría por falta de petróleo.”

La transición energética va de la mano con la modificación de las premisas que vertebran el modelo de desarrollo que nos ha traído hasta aquí e igualmente con la necesidad de entender que al PIB hay que ponerlo a dieta, acompañándolo de termómetros que calibren otros aspectos del desarrollo. En el mismo sentido, pero desde una visión un poco más amplia, hay que echar mano de una ciencia interdisciplinaria que contribuya a crear nuevos vínculos entre la vida humana y el medio ambiente, en un contexto globalizado en el que nada nos resulta lejano ni ajeno. Menuda tarea la que nos espera, por eso no extraña que algunos sugieran que lo más conveniente sería colonizar Marte

Venezuela envuelta en una ¿paradoja?

A pesar de que, obviamente, nos incumbe de manera significativa, el cambio climático apenas figura en un rinconcito de la agenta política nacional, copada casi por completo por la crisis que nos rodea, escondida tras los problemas más inmediatos más urgentes, los que circundan la vida cotidiana de la gente de a pie.

Ciertamente Venezuela encara un complicado escenario. El país lleva un largo tiempo jugándose su destino en el petróleo, atento a los vaivenes del mercado, rogándole al cielo que no se hundan los precios. Es ésta, desde luego, una apreciación demasiado general que pasa por alto los no pocos e importantes resultados obtenidos en la diversificación de nuestra estructura económica, aunque no fueran suficientes para sacar al país del rentismo, o sea, su zona de confort

En este momento el país se encuentra ante en un escenario especial, trazado por su condición de productor y exportador de combustibles fósiles. Como sostienen varios especialistas, la cuestión es si el tiempo alcanzará (lo estiman entre 10 y 20 años) para recuperar la industria petrolera – hoy en día muy venida a menos -, antes de que el reloj indique el final uso de combustibles fósiles. Simultáneamente tendrá que surfear durante la transición energética y comenzar a construir una sociedad con un menú más amplio y variado en lo atañe a sus capacidades productivas, todo ello montado sobre en un escenario perfilado por rápidos y profundos cambios tecnológicos.

En fin, hay que aprovechar los recursos petroleros de manera tal que el futuro del país sea posible sin ellos. Parece paradoja, pero no es.

El Nacional, miércoles 24 de agosto de 2021

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Werner Corrales

El cambio de régimen político que espera la mayoría de nuestros compatriotas es indispensable, pero no será capaz de asegurar el progreso y la expansión de las libertades de los venezolanos, a menos que rebasemos la crisis de desarrollo que empezamos a vivir hace cuatro décadas, cuando el populismo clientelar se hizo el instrumento principal del estilo rentista que comenzó a agotarse. Es indispensable que superemos ese estilo y nos desembaracemos de su legado cultural.

La sociedad venezolana y sus liderazgos deben tomar conciencia de que retomar una senda democrática y lograr progreso y libertad sostenibles en el futuro, exige ir más allá de programas y proyectos concebidos para inaugurar un nuevo gobierno, en los que parecieran concentrarse las propuestas que circulan bajo el auspicioso título de Plan País.

Requerimos asumir un nuevo estilo de desarrollo, que asegure permanentemente el funcionamiento de unas dinámicas sociales que conduzcan a resultados distintos de los que hemos cosechado en los últimos cien años:

  1. un incremento incesante de las capacidades humanas de todos los venezolanos, para que cada quien pueda hacerse agente de su propia vida y no tener que hipotecar su autonomía;
  2. un crecimiento económico vigoroso que no dependa del protagonismo del Estado, del que se beneficien todos los hogares, que genere muchos empleos en condiciones de trabajo decente y que ocurra en armonía con la naturaleza;
  3. una cohesión social creciente, sustentada en que todos progresemos y en el reconocimiento mutuo y la cooperación entre grupos sociales;
  4. y unas instituciones inclusivas que apoyen la lógica anterior, que estén efectivamente al servicio de los ciudadanos y que defiendan la libertad, la igualdad de oportunidades y los derechos de todos.

Consolidar logros en la dirección del nuevo estilo obliga a desaparecer las conductas clientelares y de persecución de rentas en las que han participado en el pasado los actores políticos y una buena parte de los actores económicos de nuestro país.

La pérdida que hemos sufrido en nuestras capacidades, la degradación de nuestras instituciones y la destrucción de nuestro tejido social son tres graves problemas que se nos hicieron crónicos por cuarenta años y que explican nuestro derrumbe actual. Los debemos resolver con unas estrategias que cambien dramáticamente las orientaciones que venimos siguiendo desde el siglo pasado.

Restituir la generación de capacidades

El primero de los graves problemas que nos llevaron a donde estamos es el decaimiento de las aptitudes, habilidades y competencias de que disponemos para generar progreso, como individuos y como sociedad. En efecto, por cuarenta años hemos mantenido tres tendencias negativas en la creación de capacidades, que se expresan en una reducción de la escala de nuestro aparato productivo, en la disminución del acceso de la población en edad escolar a la educación de calidad, y en un importante rezago en el dominio del conocimiento y su aplicación a la producción.

Para asumir el nuevo estilo, es necesario implementar una estrategia que promueva la robustez de los sistemas responsables de generar capacidades en Venezuela y una intensa interacción entre ellos y de ellos con el resto del mundo, para aprovechar en todo momento lo más valioso de las tendencias globales y lo mejor de nuestros valores y nuestra cultura.

Se trata de reformas y políticas relativas a la elevación de la calidad y la pertinencia de nuestra educación en sus diversos niveles; de políticas activas dirigidas a incentivar el desarrollo y la consolidación de un robusto sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación; y de un nuevo sistema regulatorio que afecte al aparato productivo, petrolero y no petrolero. Todas esas reformas y políticas deben avivar de forma permanente la creación de las capacidades que requerimos, y revertir los vicios que las han hecho mermar en las últimas décadas.

Una reforma institucional que ponga el Estado al servicio del ciudadano

El segundo gran obstáculo que ha derivado del agotamiento del estilo rentista de desarrollo es que a lo largo de los últimos cuarenta años nuestras instituciones se han degradado. La segunda estrategia para el establecimiento del nuevo estilo de desarrollo debe implantar una lógica de innovación permanente en las instituciones, que afecte -entre otros ámbitos- al ejercicio de la política, a nuestras relaciones con el resto del mundo y a la rendición de cuentas del Estado; a los sistemas regulatorios de la economía; a la fuerza armada, al sistema de justicia y de protección de los derechos humanos; a las instituciones responsables de la seguridad social; y a la educación superior.

Reconstruir el tejido social desecho, que pone en riesgo a la nueva democracia

Y nuestro tercer gran problema, derivado de los dos anteriores y a la vez coadyuvante para que aquellos no se resuelvan, es la pérdida de nuestra cohesión como sociedad, la cual ha venido asociada a la exclusión social que vemos crecer desde la década de 1980, agravada por la siembra de odios que implantó el régimen socialista desde 1999. Nuestro tejido social está deshilachado y a menos que lo reconstruyamos, la democracia que recobraremos estará en riesgo de perderse nuevamente frente al neopopulismo, que no desaparecerá al librarnos del regimen socialista.

Para enfrentar este tercer problema, la estrategia de reconstrucción del tejido social debe promover la reconciliación con justicia, por una parte, y por la otra la desaparición de los mecanismos que generan y perpetúan la exclusión social en nuestro país, a través de un Pacto de políticas públicas para el progreso de todos y la superación de la pobreza, que comprometa a los partidos políticos, las organizaciones empresariales y laborales y las iglesias, entre otros actores, a ser implementado sin descanso por unos 25 años.

El Pacto debe asignar la más alta prioridad a un conjunto de programas apoyados en reformas institucionales y en políticas económicas, educativas, de seguridad social y de infraestructuras y mejora del hábitat popular, que se mantenga a través de sucesivos períodos presidenciales, dirigidos a la creación de capacidades y oportunidades para el progreso de todos, con logros específicos en los horizontes de largo, mediano y corto plazo.un pacto de políticas públicas.

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Sadio Garavini Di Turno

Regreso a la sufrida Patria, después de unos meses en el exterior y me encuentro con el escenario de las negociaciones en México. Es natural y lógico sentir reservas y escepticismo, dada la conducta del régimen en los procesos de negociación anteriores. Sólo quiso “perder” o “ganar” tiempo, como se prefiera.

Sin embargo, hay que recordar que el apoyo de la comunidad internacional democrática más que necesario es indispensable para que la alternativa democrática pueda lograr un cambio de régimen en Venezuela. Y esa comunidad está completamente a favor de este proceso de negociación. Al respecto, es notable la novedosa coordinación entre los EEUU y la UE, con el apoyo de Canadá y la Gran Bretaña. Además de la facilitación de Noruega estarán, como acompañantes en la mesa, Rusia, del lado del régimen y Holanda, en representación de la UE, del lado democrático.

Se está también formando un Grupo de Amigos, coordinado aparentemente por el Vaticano, e integrado por EEUU, que parece tener reservado el “cuarto” de “al lado” de la mesa, Alemania, Canadá, Gran Bretaña y Colombia, seleccionados por la Plataforma Democrática. Bolivia, Argentina, China, Turquía y Cuba, son los “amigos” del régimen. A última hora, parece que los noruegos incluyeron a España y México. Es por cierto notable que ninguna de las dos partes haya incluido a España. Pero es evidente que, a diferencia de los procesos fracasados anteriores, la Comunidad Internacional, tanto democrática como autoritaria, tiene una presencia, amplia, poderosa y probablemente decisiva.

La presencia novedosa de Rusia en la mesa y de los EEUU en el cuarto de “al lado”, es muy probable que indique la posibilidad de negociaciones “geopolíticas”. Recordemos que Rusia tiene sus intereses geopolíticos prioritarios en Ucrania, Bielorrusia, Georgia, Siria, en el Báltico y en Asia Central. En América su interés es molestar y distraer a los EEUU en su hemisferio y además demostrar que sigue siendo una potencia mundial y no sólo regional, como dijo Obama en una ocasión.

Es interesante también notar que la Plataforma Democrática reúne de nuevo a la gran mayoría de actores políticos que están representados en la Asamblea Nacional legítima, electa en el 2015, incluyendo a los partidos del G4 y al grupo que apoya al ex candidato Henrique Capriles, Quedan fuera de la Plataforma el grupo alrededor de María Corina Machado, opuesto terminantemente a las negociaciones con el régimen y también los colaboracionistas de la “mesita” y los llamados “alacranes”, que se vendieron por un “puñado de dólares”. A este respecto es de notar también que Maduro había declarado que en México su delegación iba a negociar con “todas las oposiciones”, incluyendo a la “mesita” y los alacranes. En México el objetivo central del régimen es la suspensión de las sanciones, en cambio para la Plataforma Democrática el objetivo es obtener un calendario para unas elecciones parlamentarias y presidenciales libres, transparentes y observables internacionalmente. Mantengo mis reservas y escepticismo frente al futuro resultado de estas negociaciones, sin embargo, dada la imponente presencia de la comunidad internacional, la presión de las sanciones financieras y, sobretodo personales, no descarto totalmente un quiebre interno del régimen, que permita una transición gradual negociada y probablemente “pilotada” y controlada por la misma comunidad internacional.

Por tanto, me parece que a este proceso hay que darle, por lo menos, el beneficio de la duda. Además, insisto, para la alternativa democrática, con la comunidad internacional hay posibilidad de superar la tragedia venezolana, sin la comunidad internacional, no hay “nada”.

@sadiocaracas

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Nelly Cuenca

A raíz de la mediación en México, se ha abierto el debate sobre la pertinencia de la mediación para resolver nuestros males venezolanos.
Yo soy mediadora y, como tal, apuesto por el éxito de la mediación en Mexico. Nos conviene a todos, para no matarnos y superar esta tragedia humanitaria.

La mediación es un medio pacífico de resolución de conflictos, más incluyente que la lucha armada y la opción militar, que solo generan violencia, sufrimiento y escalan el conflicto. De paso, no está disponible porque ningún país, que yo sepa, está ofreciendo sus soldados para que nos rescaten.
La abstención también la hemos experimentado y sin ningún resultado hasta ahora. ¿Seguimos en lo mismo? ¿O vale la pena pensar fuera del cajón?

No negociamos con quién queremos sino con quienes tienen poder de ejecutar decisiones que nos afectan. Esas son las partes en la mediación. Resulta obvio que Nicolás Maduro, que no lo buscamos para padrino de nuestros hijos y, más allá de si es legítimo para los chavistas o ilegítimo para la oposición, lo cierto es que tiene poder de decisión en la fuerza armada, tsj, ministerio público, contraloría, recursos públicos, etc. Entonces, es con él con quién tenemos que negociar y si para eso hay que suscribir documentos donde Jorge Rodríguez se atribuye la representación del gobierno en Venezuela representado por Nicolás Maduro, por una parte; y por la otra, la oposición se atribuye la representación de la oposición, pues Venezuela (no solo París) bien vale una misa.

Es a nosotros a quien conviene negociar, cualquiera sea la rendija disponible, no solo para lograr condiciones electorales justas y auditables, sino para contar con la comunidad nacional e internacional a favor de ir resolviendo la emergencia humanitaria compleja que causa éxodo masivo y sufrimiento hasta los huesos de la población más empobrecida que es la que mayormente depende del gobierno.

No se trata de co-gobernar, repartiéndonos cambures sino de participar como contralores ciudadanos, para impulsar transparencia y rendición de cuentas en la gestión pública, porque la Contraloría ha sido capturada por la dictadura.

Haber logrado ese memorándum de entendimiento, que en teoría de la mediación equivale a consensuar la agenda de la mediación, es un logro importante; significa, nada más y nada menos, que consensuar los temas que serán sometidos a mediación. Eso no es fácil. Nunca lo ha sido en la historia de la mediación política. Lograr que ambas partes se comprometan a lograr acuerdos y tengan como foco el sufrimiento de la población, es otro logro y mucho podemos hacer como Contraloría Ciudadana, para evitar que solo sean declaraciones de micrófono.
Sería deseable que ambas partes designen equipos para trabajar conjuntamente y lograr el cese a la violación de ddhh, persecución política, encarcelamiento, acuerdos en materia de transparencia, rendición de cuentas, contraloría social, cese a la corrupción, salud,electricidad, combustible, gas doméstico, educación, alimentación, etc. Todo eso es muy importante. No solo lo electoral.

Las democracias electorales son imperfectas, débiles. Por eso sucumben al populismo. Necesitamos negociar y colaborar (palabras satanizadas pero que en mediación son el Santo Grial) para lograr la democracia plena, integral, que no solo vive de elecciones, que apunta más alto: lograr calidad de vida. No solo cambiar a los gobernantes resuelve el problema, por eso no solo lo electoral interesa a la ciudadanía. Otros temas, como los dichos, también importan. Algunos dirán que cambiando al chavismo, recuperamos el País. No estoy tan segura. El autoritarismo, radicalismo, incomprensión, está en muchos lados. Basta ver los insultos cuando optamos por expresar libremente la voluntad de votar o no.

La mediación es como un juego de bolas criollas: hay que trabajar para ir limpiando el camino, quitar los obstáculos que impiden llegar al mingo, que en este caso sería la transición hacia la democracia en forma pacífica. Lograr elecciones generales, incluidas las presidenciales, no será fácil, hay que exigirlo, pero no es lo único que nos resuelve la vida.

Se ha discutido mucho sobre la identificación de las partes. Mucho se critica que la Plataforma Unitaria de Oposición, acepte que negocia con el gobierno de Venezuela. Eso en mediación no tiene trascendencia. En mediación no se discuten derechos. Los derechos se adjudican en tribunales. En mediación se buscan acuerdos, más allá de los derechos y razones que se atribuya cada parte. Las partes conservan sus derechos, desde su perspectiva, pero para entendernos necesitamos consensuar una narrativa incluyente y una comunidad nacional e internacional que anime, que proponga, que construya, que no solo destruya con sus duras críticas.
Venezuela, bien lo vale.

Dra. Nelly Cuenca, abogada, fundadora del Centro de Negociación y Mediación de Conflictos
nellycuencar@gmail.com
@nellycuenca
Barquisimeto, 16/08/2021

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