Pasar al contenido principal

Opinión

Laureano Márquez

Sin alusiones personales, ni ánimo de evasión, esta semana queremos hablar de su madre (la de Nerón). Julia Vipsania Agripina, conocida popularmente Agripina “la menol” (hija de Agripina “la mayol”), madre de Nerón, se casó con apenas 13 años con el cónsul romano Enobarbo (“Eno”, entre los compañeros de farra). Para más señas, ella era hermana de Calígula, el emperador que nombró magistrado a un caballo. También era sobrina y esposa del emperador Claudio, el de: “¡historias non manducare, manducare ova!” (¡No coman cuentos, coman huevos!). Cuando Agripina quedó embarazada de Nerón (Lucio Domitio Claudio Nerón Germánico Nicolaus), su esposo dijo: “de la unión de Agripina y yo solo puede nacer un monstruo”. Y efectivamente, parece que el hombre era un visionario. Entre los hobbies de Agripina estaba el de coleccionar amantes y asesinar maridos, ambas cosas se le daban de lo mejor.

Ambiciosa a más no poder, hizo todo lo que pudo para convertir a Nerón en emperador. Dicen que unos astrólogos le dijeron que su pequeño sería rey, pero mataría a su madre, a lo que ella respondió: “Occidat, dum imperet”, es decir, que mate, pero que gobierne, lema que aun en la actualidad es usado para sustentar algunos regímenes políticos. Tenía notable influencia sobre su hijo, hasta que su nuera, Popea, le pidió a Nerón que la matara (ciertamente, muchas nueras lo desean, pero son pocas las que se atreven a pedirlo abiertamente). Un cónsul siciliano de apellido Corleone le asesoró diciéndole “trataremos de que parezca un accidente”.

Para asesinar a su madre Nerón decidió envenenarla, pero parece que la señora en cuestión se las traía y cargaba siempre con su antídoto marca ACME. Luego su hijo trató de matarla colocando planchas de plomo en el techo de su habitación para que este se cayera sobre ella mientras dormía, pero al parecer la señora tenía sueño más pesado que el plomo y ni se despertó. Cuando Nerón entró al cuarto en la mañana, ella salió corriendo cual gacela sin un rasguño. Luego la invitó a un paseo en su yate y que para reconciliarse. Pero el barco tenía un dispositivo para que se hundiera en alta mar, pero la señora regresó ¡a nado! a la orilla para asombro de Nerón que recibió una buena paliza, mientras a ella le dieron medalla de oro. Ya harto, Nerón decidió acusarla de conspiradora, golpista, terrorista, magnicida y agente del imperio y entonces la mandó primero detenida a una cárcel de Roma ubicada en la Roca Tarpeya y luego a ejecutar, parece que un día de las madres, para que fuese más despiadada la cosa. Ella le pidió al verdugo que le clavara la espada en el vientre, porque de allí había nacido semejante bestia, aunque de tal palo tal astilla, como suele decirse.

Cuentan que Nerón hasta su muerte tenía pesadillas con su madre, que se le aparecía por todos los rincones y le gritaba: “¡Soy Agripina, bip bip!”. Afirma Suertonio que Agripina, la madre de Nerón, fue recordada siempre, particularmente por los súbditos de éste. De allí la costumbre.

@laureanomar

 2 min


Eddie A. Ramírez S.

El usurpador vendió la idea de que Trump enviaría a los marines para deponerlo. Algunos venezolanos despistados o desesperados se tragaron esa fullería, a la que contribuyó el mismo Trump. Esa supuesta invasión nunca le preocupó a Maduro, pero sí le ha servido para distraer a tirios y troyanos. Quizá el Alto Mando Militar también se comió el cuento, ya que sus integrantes confunden las estrategias de Sun Tzu, Clausewitz y del famoso florentino, con el contenido del Libro Verde de Gaddafi.

Ahora, Diosdado Cabello se “percató” de que la Unión Europea le declaró la guerra a Venezuela. Unos dirán que eso no es cierto, ya que esos países se concentran en combatir el Sars-CoV-2. Además, cada uno de los miembros de esa Unión tiene también otros problemas. Así, el reino de España debe lidiar con la economía, con los grupos separatistas y con un Caballo de Troya que tiene una coleta. Francia está en aprietos por la presencia de terroristas que equivocadamente siguen a un Islam que se parece más a la Inquisición, que a las prédicas de Mohamed. Por su parte, Alemania debe arrastrar el pesado fardo de la economía de todos los miembros de la Unión. Sin embargo, algunos se tragan esa fábula.

Un estratega debe identificar quiénes son sus amigos y quiénes están en el otro bando La usurpación cuenta con el apoyo de los integrantes de la nanomesa que es más falsa que las mesas de ruleta de muchos casinos. También cuenta con los Calderas, no Rafael, sino Juan Carlos, que aceptan dinero venga de donde venga. Ahora, este personaje predica que hay que rotar la presidencia interina y limitar sus competencias, como forma distinta de hacer las cosas. Cabe preguntarle qué países reconocerían a un presidente (e) diferente a Guaidó. También, con quién se debe conversar para hacer distintas las cosas, si con él o con Ruperti que es el que tiene los cobres.

Hay otro grupo, Soy Venezuela, que piensa que el mundo gira alrededor de ellos. Descalifica la Consulta por considerar que apacigua las protestas. Ojalá se percate que la desunión es la que desincentiva las protestas y desprestigia a algunos políticos. Hoy no caben actitudes ambiguas. Recordemos que Franco no aceptó la petición de Hitler de participar en la II Guerra Mundial, pero envió a la llamada División Azul a combatir del lado de los nazis y declaró a España como no beligerante, pero no quedó bien con ninguna de las partes. Ante la Consulta promovida por la sociedad civil todos los demócratas tenemos que comprometernos. La Consulta debe tener éxito para que sea otra derrota para la dictadura totalitaria.

El régimen seguirá vociferando que un misil enviado por el presidente Duque destruyó la única planta que habían logrado parapetear en la refinería de Amuay. Nuestras refinerías producían gasolina para el mercado interno y para exportación, así como gas licuado del petróleo, conocido popularmente como gas de bombonas. Sus trabajadores saben que las explosiones y otros accidentes se deben a falta de inversiones,de mantenimiento y de gerencia capacitada. Además, las fotos evidencian que la explosión se produjo de adentro hacia afuera y a nadie se le puede ocurrir sabotear una planta que es prácticamente chatarra y que opera pocos días al año.

Al usurpador no le preocupa una invasión y solo le produce algo de insomnio la posición de la Fuerza Armada. Lo único que realmente teme es a una oposición cohesionada alrededor del presidente(e) Guaidó, que logre una Consulta exitosa y vuelva a entusiasmar a los ciudadanos para que pasen de protestas diarias, pero localizadas, a las multitudinarias de años anteriores. Por ello secuestra y coacciona al apreciado compatriota Roland Carreño y a otros relacionados con el equipo de Guaidó.

Hoy las condiciones para salir del totalitarismo son mejores que en el pasado. Los gobiernos democráticos apoyan la vía de elecciones presidenciales y parlamentarias transparentes, lo cual solo será posible con mayor presión de ellos y de nosotros. Paralelamente, hay que incentivar una implosión, tendiendo puentes con quienes no piensan igual que nosotros, pero están conscientes de la destrucción causada por Maduro y de la inviabilidad del régimen. Lógicamente hay que seleccionar con quiénes se va a dialogar. Algunos dirán que fue una ingenuidad confiar en un Mikel Moreno y otros que fue inmoral pactar con un malandro. Sin embargo, algún acuerdo será necesario con grupos no incursos en delitos ¿Utópico? Quizá. ¿Complicado? Evidentemente, pero no imposible. Entendamos que otras opciones son solo buenos deseos.

Como (había) en botica:

¿Trump? No simpatizo con él por muchas razones.

El artículo de Gioconda Cunto de San Blas y el pronunciamiento de sus pares de la Academia evidencian que Maduro intenta engañar con la supuesta medicina contra la Covid 19.

Lamentamos el fallecimiento de Senen Silva, compañero de Gente del Petróleo y de Unapetrol. ¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

eddiearamirez@hotmail.com

 3 min


Julio Dávila Cárdenas

Luego de haber transcurrido más de dos décadas, ha aparecido en el Nuevo Mundo otra ínsula a la que aún no se le ha puesto nombre dado que los habitantes del resto del continente todavía se muestran desconcertados debido a las características del nuevo territorio, de las personas que lo habitan y de sus gobernantes.

En efecto, la ínsula de marras irrumpió con gran estruendo dado su gran tamaño, mide casi un millón de kilómetros cuadrados y luego de las recientes investigaciones que se han hecho, parece ser que durante mucho tiempo ha contado con inmensos yacimientos de petróleo, enormes reservas de oro, hierro y otros muchos minerales, algunos de los cuales hoy son considerados estratégicos. El agua es tan abundante que podría abastecer las necesidades de muchos territorios y el caudal de sus grandes ríos es tal que además de suplir los requerimientos de consumo de sus habitantes, podría utilizarse para generar electricidad suficiente para usar en la ínsula y exportar los excedentes. Además cuenta con abundante vegetación y sitios paradisíacos. En fin, lo que podría llamarse una tierra de gracia.

En cuanto a la gente que allí vive, más no convive, se pudiera decir que son bastantes, aunque no tantas, dada la gran extensión de su territorio. Allí se encuentra gente muy variada, que al decir de muchas de ellas vivieron épocas de felicidad durante la primera década por la gran cantidad de recursos con que contaron pero que luego, dado lo difícil que se puso la situación, tuvieron que abandonar y dirigirse a otras regiones en busca de educación, alimentos, salud y proyectos de vida que en la nueva ínsula se les negaban.

Los investigadores comenzaron a analizar las causas por las cuales, un territorio pleno de recursos y de oportunidades había caído en tan gravísima situación y concluyeron en lo siguiente: Quienes han gobernado la ínsula durante esas dos décadas se plantearon un proyecto curioso. Ellos no eran políticos sino delincuentes y como tales tenían que comportarse. Es decir, debían robar, asesinar, traficar con drogas e impedir que quienes no fueran como ellos tuviesen participación, pero tenían que hacer creer al resto del mundo que eran políticos y lograr que así los trataran. De esta manera, hablaban de diálogos, acuerdos y de todo lo que en democracia se practica, pero en el entendido que todo eso sólo serviría para continuar actuando como delincuentes.

El resto del mundo al fin entendió que la crisis en la ínsula no se resuelve con diálogos. Lo que se necesita es que se actúe como lo hace una verdadera policía en muchas partes del mundo: capturar a los delincuentes, enjuiciarlos, hacer que devuelvan lo robado y mal habido y en la prisión paguen por sus crímenes. Así se logrará que gente honesta y capaz convierta a la ínsula en lo que antes fue. Una verdadera Tierra de Gracia y de progreso.

 2 min


Carlos Raúl Hernández

Franklin Delano Roosevelt derrotó al Presidente republicano Howard Hoover en noviembre de 1932 de manera aplastante, en medio de terribles secuelas de la gran depresión de 1929 en la sociedad norteamericana y el mundo entero: miseria, desesperanza y escepticismo sobre la democracia y sobre la misma civilización. Las vanguardias europeas declaran indigno el arte en una sociedad tan monstruosa e irracional, que simbolizan en la batalla de Verdún.

Esa triza del mundo que retrata el cubismo, rechazan dadaísmo y surrealismo, y evaden abstraccionistas, veía el final de los valores de occidente. Caen los viejos imperios y están en vilo las instituciones demo liberales ante los movimientos totalitarios. La hora de los duros: Stalin y los bolcheviques, Mussolini y el fascismo, Hitler y los nazis. Roosevelt era también un duro pese a ser demócrata y amable.

El Presidente de la Corte Suprema de Justicia lo definió como “un carácter de primera con talento de segunda”. La fortaleza de ese carácter, su antipatía por las grandes corporaciones, y la contundencia de su victoria, crisparon el ambiente político y comenzaron complots e invocaciones a la fuerza para detenerlo, pero también para apoyarlo, riesgo a la cohesión social.

El partido Demócrata, con mayoría en ambas cámaras, antes de la toma de posesión introdujo en la de representantes un proyecto de ley de poderes especiales –nunca aprobado- para darle autonomía al Presidente en las decisiones económicas. Se esperaba que asumiría la dictadura, pero no fue así. Su programa, el New Deal, cuajado de populismo, se adaptó a la constitución. (Sutilmente Eleanor los llamó “momentos aterradores”).
Conspiración de los negocios
Fue un populista democrático, una concepción desastrosa, pero en los cauces constitucionales, y desoyó la prédica golpista de medios de comunicación e intelectuales. Para liderizar la conspiración, los que temían a Roosevelt hicieron contacto con el general marine Smedley Butler, el oficial más condecorado y de mayor prestigio de EEUU.

Pero él los denunció ante una comisión del congreso, en un lenguaje muy antisistema. Se conoce así la bussines plot, la conspiración de los ricos. Sus convocantes eran Gerald Mac Guire de Wall Street, y Sterling Clark jefe de la Singer Corporation. El general William Doyle movilizaría la Legión Americana, una prestigiosa organización de militares retirados. Supuestamente estarían involucrados DuPont, J.P. Morgan, Mellon Associates, U.S Stell, Sun Oil, G.M, Stándar Oil, Goodyear y Rockfeller Asociates.

Un año antes, el presidente de Chevrolet, William Knudsen, donó 10.000 dólares a Hitler y regresó diciendo que Alemania era un milagro del nazismo. Según el plan, Butler encabezaría una marcha de medio millón de veteranos de guerra armados, sobre la Casa Blanca. Aplicarían el modelo bolchevique de tomar la ciudad y así derrocar al Presidente. Fiorello LaGuardia, alcalde de Nueva York, bajó la presión de la denuncia, al llamarla “conspiración de coctel” por no haber ninguna prueba.
En esos días un italiano “que odiaba a los políticos”, disparó contra Roosevelt, pero una mujer lo golpeó con el bolso y desvió el tiro, que mató al alcalde de Chicago, sentado al lado del destinatario. La mayoría legislativa, permitió al gobierno aplicar sus políticas, básicamente creación de empleo improductivo gubernamental y subsidios.

Cabezas blancas y duras
Las piñatas populistas, a plazo inmediato alegran a la gente y crean mejoría simulada, pero rápido se desploman en problemas peores, de los que a Roosevelt libró la segunda guerra. Los nueve miembros de la Corte Suprema son vitalicios y entonces había una mayoría estrictamente apegada a la constitución, sin concesiones sobre la creatividad del ejecutivo. Eso llevó a un conflicto de poderes y al conato de golpe de Estado que no se materializó.
El poder ejecutivo presenta el proyecto de Ley de reforma de procedimientos judiciales, ridiculizado como “ley de empaquetamiento de jueces” que lo autorizaría a nombrar un magistrado por cada uno que cumpliera edad de jubilación (¿?) y no lo hiciera. La justicia, según Roosevelt, “no debían administrarla nueve ancianos”. Eso creo una grave tensión entre los poderes, pero al final el gobierno no pudo salirse con la suya.
Los jueces se mantuvieron firmes en que declararían la ley inconstitucional. La constitución norteamericana es un milagro de ingeniería política que le permitió a un grupo de colonias convertirse en país y luego apoderarse de gran parte del norte del continente, para llegar a ser la principal potencia del mundo. No hubo en su dominio golpe de Estado ni revoluciones durante los siglos XX y XXI, a diferencia del resto del planeta.

Pero en este período presidencial hemos visto peligros alarmantes para la democracia. Cuestionar posibles resultados o el voto por correo, denunciar que las instituciones y los partidos están podridos, denigrar del liderazgo son peligrosas pulsiones revolucionarias. Calles tomadas por paramilitares que amenazan asaltar una gobernación y que existan grupos terroristas como Attack, son aberraciones tercermundistas.

@CarlosRaulHer

 3 min


Fernando Mires

Siempre las elecciones norteamericanas han sido seguidas con sumo interés –a veces incluso con pasión- por la opinión pública mundial. Y no faltan motivos. Aparte del espectáculo mediático que ofrecen sus preliminares, los EE UU son, aún viendo cuestionado su poderío económico -y probablemente lo será por un buen tiempo- una potencia tecnológica, cultural, y sobre todo, militar. Eso quiere decir que, más allá de la voluntad de sus gobiernos, con Trump o sin Trump, EE UU juega y seguirá jugando un rol decisivo en las relaciones internacionales. No es exagerado afirmar entonces que del curso que tome la política norteamericana en el futuro próximo, depende el destino de otras naciones.

Los electores estadounidenses deciden, como todos los electores de esta tierra, de acuerdo a sus intereses, ideales y pasiones. Un norteamericano común y corriente votará por menos impuestos, por mejor atención hospitalaria, a favor o en contra de la contaminación ambiental, por los derechos de las mujeres o de los hombres o de los animales, y por tantas otras cosas. Pero para el resto del mundo hay algo más que está en juego: ese algo más es la persistencia o abolición de la doctrina Trump de la cual Trump no es el autor sino, más bien, su expresión corpórea.

¿Tiene acaso Trump una doctrina como la tuvieron Wilson, Roosevelt, Kennedy u Obama? A primera vista pareciera que no. Pero si observamos con detención - más allá de sus cambios de humor, de sus agresiones verbales, o de su exagerado exhibicionismo - Trump se ajusta a una doctrina mucho más rígida que las de sus predecesores.

Ahora, si quisiéramos resumir en tres palabras a la doctrina Trump esas serían: Economicismo, nacionalismo y bilateralismo. La primera palabra es la sustancial. Las otras dos son derivados de la primera.

Entendemos por economicismo la determinación de todas las esferas de la vida por la razón económica. Trump, como muchos otros gobernantes, es tributario de ese determinismo. Y aunque parezca ironía, la doctrina Trump se encuentra ligada a una matriz ideológica que caracterizó al pensamiento político-social desde mediados del siglo XlX. Las variantes de esa ideología son fundamentalmente dos: el liberalismo económico y el marxismo.

¿El marxismo? Sí, el marxismo: mientras el liberalismo económico propagaba a partir de Adam Smith la regulación de la sociedad mediante “la mano invisible” del mercado, el marxismo de Marx propagaba la regulación de la sociedad de acuerdo al desarrollo de las “fuerzas productivas”. No sin razón, para muchos autores, el marxismo fue originariamente una radicalización del liberalismo económico. Y el propio Marx lo testimonió: las principales fuentes de su teoría económica son liberales, entre ellas la teoría del valor según Adam Smith y la teoría de la renta de la tierra según David Ricardo. Pero no insistiremos aquí en ese interesante tema. Valga solo como enunciado.

Donald Trump es, como marxistas y neo-liberales, un economicista radical. Eso quiere decir que todos los pilares de su política nacional e internacional están determinados por la economía, entendiendo por ella el aumento de la riqueza de su país. Su nacionalismo se diferencia del nacionalismo romántico, racista o fascista proveniente de Europa. El suyo es, antes que nada, un nacionalismo económico. América first significa no dar un paso si este no conduce a ganancias contantes y sonantes para los EE UU. El nacionalismo económico de Trump, visto así, es un proyecto reactivo, o si se prefiere, regresivo. Se trata de un intento de volver a la era de las economías-nacionales frente a los embates de una globalización que no es obra de nadie sino un proceso objetivo no detenible. Dicho en las palabras del ex ministro de relaciones exteriores de Alemania, Joschka Fischer: “Entre la doctrina de “los Estados Unidos primero” de Trump y el esfuerzo del primer ministro británico, Boris Johnson, de “volver a tomar el control”, el denominador común es un anhelo por revivir momentos idealizados de los siglos XlX y XX” (……) “En la práctica, estos eslóganes representan un retroceso contraproducente. Los fundamentos de un orden nacional que enaltece la democracia, el régimen de derecho, la seguridad colectiva y valores universales ahora lo están desmantelando desde adentro, minando así su propio poder” (La tragedia transatlántica, Project Syndicate, 29.09.2020).

Naturalmente, dirán sus seguidores, el intento que representa Trump no es reprochable. ¿No es deber de todo gobierno velar primero por el bienestar de su país antes que por el de otros? Por supuesto, es la obvia respuesta. El problema, no obstante, aparece cuando ese bienestar tiene lugar sobre condiciones que lesionan principios, tradiciones y acuerdos, no solo en los EE UU. Pues un país no es un compartimento estanco, es una unidad política y cultural formada por finos tejidos que no solo son hilados por el principio de la competencia sino también por el de la mutua colaboración, la que no siempre es económica. Las alianzas internacionales, por ejemplo, tienen lugar en espacios marcados por diferencias y afinidades culturales, enemigos o peligros comunes. Luchar en conjunto en contra del cambio climático, de la desertificación, de la contaminación de las aguas, de las desigualdades de género, de las constantes migraciones que provienen de las zonas ex colonizadas y, por sobre todo, de la defensa de la democracia en contra de autocracias y dictaduras, no son acciones que generan una rentabilidad inmediata, aunque a largo plazo pueden ser muy rentables para sus actores. No así para Donald Trump y los suyos. O sus decisiones son regidas por el principio de la razón económica inmediata o no valen. Ese pareciera ser su lema.

Justamente enfocado en la pura competencia económica, Trump detecta como principal competidor a China. Como gerente de una nación-empresa, para Trump las palabras competidor y enemigo son prácticamente sinónimos. Y la competencia internacional es, no puede ser otra cosa, una guerra económica. Luego, ha declarado la guerra económica a China. Algo lógico y natural si la superioridad de una nación fuera solamente económica. Pero, ¿es así?

China está efectivamente en condiciones de superar económicamente a los EE UU y en el hecho lo está haciendo. ¿Qué significa eso? Significa solo que el volumen de crecimiento económico anual superará al de los EE UU. Nada más.

EE UU, como segunda empresa mundial puede, sin embargo, seguir siendo primera potencia en otros terrenos: el de la industria militar, el de la tecnología digital, el de la cinematografía y la cultura, el de la educación escolar y universitaria, y sobre todo, el de la producción de una mercancía que no tiene precio: la de las libertades públicas y privadas. En ese sentido el trumpismo parece confundir dos términos que se parecen, pero no son lo mismo: dominación y hegemonía.

La dominación se erige sobre la base de la supremacía, la hegemonía sobre la base de la convicción. Nadie puede imaginar, por ejemplo, que los occidentales adoptarán el modo de vida chino, pero casi todos podemos imaginar que los chinos adoptarán (porque lo están haciendo) el modo de vida occidental. China puede llegar a ser una nación económicamente dominante. Los EE UU, apoyados por el mundo político occidental, podrían llegar a ser en cambio una nación política y culturalmente directriz (o sea, hegemónica) El proyecto de Trump, destinado en el fondo a seguir el camino chino, solo puede ser realizado contradiciendo el principio hegemónico representado por los EE UU. No sin razón los intelectuales, los académicos, los artistas, los movimientos emancipadores, los defensores de los derechos humanos, en fin, todos los que para bien o para mal son productos netamente occidentales, nunca votarán por Trump. El proyecto de Trump, nacido en occidente, no es políticamente occidental.

Occidente, por lo menos el occidente político, es el producto de un larguísimo proceso de luchas democráticas. El ideal de Kant, ese mundo basado en las diferencias articuladas en instituciones multinacionales, había comenzado a hacerse lentamente después de las ruinas dejadas por la segunda guerra mundial. La ONU, la UE, la NATO, incluso la OEA, surgieron con el objetivo de garantizar la paz entre las naciones. El multilateralismo ha sido respuesta histórica al bi-lateralismo que llevó a la destrucción de Europa. No obstante, para el trumpismo, la multilateralidad es un obstáculo para su proyecto nacionalista económico.

Trump, no es ningún misterio, así como ubica a su enemigo económico en China, ubica a su enemigo político en la Europa Unida, en esa Europa dirigida en estos momentos por Macron y Merkel. De ahí que su propósito sea destruir la Alianza Atlántica cuyo nexo militar es la NATO. En ese proyecto no está solo. Lo acompañan los brexistas ingleses, los populismos nacionalistas acaudillados por líderes patriotas, confesionales e integristas como el húngaro Orban, el polaco Kaczynski, el italiano Salvini, el neo-fascismo de Afd en Alemania y muchos más. Pero sobre todo lo acompaña Putin y (tácitamente) Erdogan. El primero persiguiendo el objetivo de construir un imperio euroasiático dirigido por el Kremlim. El segundo buscando convertir a Turquía en la nación directriz del mundo islámico. No de otra manera se explica el silencio sepulcral de Trump frente a los desmanes internos y externos de Putin o frente a las masacres perpetradas por Erdogan a la población kurda. Sobre el intento de asesinato a Navalny y sobre la sublevación de los demócratas de Bielorrusia, Trump ha guardado también silencios que rayan con la complicidad. A fin de cuentas, sigue al anti-político proverbio árabe, hecho suyo por todas las mafias del mundo: “los enemigos de mis enemigos son mis amigos”. Aunque sean canallas, asesinos y dictadores.

Las elecciones norteamericanas han sido siempre importantes para el resto del mundo. Pero las que vienen serán las más importantes de todas. Si Biden logra imponerse, conservará sin duda algunos logros económicos del gobierno de Trump. Pero su tarea será otra: su eventual presidencia podría detener, o por lo menos neutralizar, la balcanización del mundo impulsada desde Washington.

Esas elecciones dirán si el gobierno de Trump fue solo un momento regresivo de la historia estadounidense, o el comienzo de un proyecto destinado a reconvertir al mundo en fragmentos nacionales y nacionalistas. Ese es el dilema. Pues Trump no es solo Trump, detrás de él están los neo- nacionalismos europeos, las potencias euroasiáticas, los populismos resultantes de la ruina de la sociedad industrial y, sobre todo, las masas consumistas del mundo entero.

América Latina tampoco es ajena al vendaval trumpista. Después del declive de los movimientos populistas “de izquierda”, asoma un populismo “de derecha” (la otra cara de la misma moneda), patriotero, militarista, agresivo. Jair Bolsonaro en Brasil, Nayib Bukele en El Salvador y en cierto modo Iván Duque en Colombia, ya están alineados en la órbita trumpista. En otros países asoman nombres que buscarán sus espacios en el futuro cercano como Luis Fernando Camacho en Bolivia y José Antonio Kast en Chile, representantes ambos de un nacionalismo económico con importantes enclaves en los sectores medios. Y, no por último, en Venezuela, el trumpismo ha terminado por convertir a gran parte de la oposición - otrora liberal y democrática- en una agrupación extremista hecha a su imagen y semejanza.

1 de noviembre 2020

Polis

https://polisfmires.blogspot.com/2020/10/fernando-mires-biden-trump-lo-q...

 8 min


Nouriel Roubini

Las encuestas de opinión en Estados Unidos vienen señalando que es muy probable que el Partido Demócrata se alce con una victoria contundente en la elección del 3 de noviembre, en la que Joe Biden gane la presidencia y los demócratas obtengan el control del Senado y se afiancen en la Cámara de Representantes, lo que pondría fin a la situación

Pero si la elección se convierte en un plebiscito por el presidente Donald Trump, puede ocurrir que los demócratas obtengan la Casa Blanca pero no recuperen el Senado. Y no se puede descartar que Trump recorra el estrecho sendero a una victoria en el Colegio Electoral y los republicanos retengan el Senado, con lo que se reproduciría el statu quo.

Más preocupante es la perspectiva de una larga disputa en torno del resultado, en la que ambas partes se nieguen a ceder y libren fieras batallas legales y políticas en los tribunales, los medios y las calles. En la reñida elección de 2000, la cuestión no se decidió hasta el 12 de diciembre, cuando la Corte Suprema falló en favor de George Bush (hijo), y su oponente demócrata, Al Gore, aceptó el resultado con elegancia. La incertidumbre política provocó durante ese período una caída de más del 7% en las bolsas. Esta vez puede ser que la incertidumbre dure mucho más (tal vez meses) y eso implica serios riesgos para los mercados.

Hay que tomar en serio esta hipótesis de pesadilla, incluso si ahora mismo parece improbable. Aunque Biden haya liderado las encuestas en forma permanente, también las lideraba Hillary Clinton en vísperas de la elección de 2016. No puede descartarse que en los estados bisagra aparezcan votantes «vergonzosos» de Trump que no quisieron revelar sus verdaderas preferencias a los encuestadores.

Además, lo mismo que en 2016, hay en marcha campañas de desinformación a gran escala (extranjeras y locales). Las autoridades estadounidenses han advertido que Rusia, China, Irán y otras potencias extranjeras hostiles están empeñadas en tratar de influir en la elección y sembrar dudas sobre la legitimidad del proceso electoral. Trolls y bots inundan las redes sociales de teorías conspirativas, noticias falsas, deepfakes y desinformación. Trump y algunos de sus colegas republicanos han hecho propias absurdas teorías conspirativas como la de QAnon, y han dado señales de apoyo tácito a grupos supremacistas blancos. Gobernadores y otros funcionarios públicos de muchos estados bajo control republicano apelan sin el menor empacho a sucias estratagemas para suprimir los votos de grupos sociales de inclinación demócrata.

Para colmo, Trump ha dicho muchas veces (sin fundamentos) que el voto postal no es confiable; esto es porque anticipa que los demócratas serán mayoría entre quienes no voten en persona (como precaución de tiempos de pandemia). Además, se negó a decir que entregará el poder si pierde, y les hizo un guiño a milicias de derecha (a las que pidió «retroceder y esperar») que ya siembran el caos en las calles y traman actos de terrorismo interno. Si Trump pierde y apela a afirmar que hubo fraude electoral, hay una alta probabilidad de violencia y agitación social.

De hecho, si los primeros resultados en la noche de la elección no indican de inmediato una amplia victoria demócrata, es casi seguro que Trump se declarará vencedor en los estados disputados, antes de que se hayan contado todos los votos postales. Miembros del equipo republicano tienen en marcha un plan para cuestionar la validez de esos votos y suspender el recuento en los estados clave. Librarán batallas legales en las capitales de estados bajo control republicano, en tribunales locales y federales llenos de jueces designados por Trump, en una Corte Suprema con 6 a 3 de mayoría conservadora y en una Cámara de Representantes donde, de haber empate en el Colegio Electoral, los bloques legislativos de los estados emitirán un voto cada uno para elegir al presidente, y los republicanos controlan la mayoría de los bloques.

Al mismo tiempo, puede ocurrir que todas esas milicias armadas blancas que ahora están «esperando» salgan a las calles para fomentar la violencia y el caos, con el objetivo de provocar una respuesta violenta de grupos izquierdistas y dar a Trump un pretexto para invocar la Ley de Insurrección y desplegar fuerzas federales, o al ejército, para restaurar «la ley y el orden» (algo con lo que ya amenazó). Tal vez pensando en este final posible, la administración Trump ya calificó a varias grandes ciudades con gobierno demócrata como distritos «anarquistas» que tal vez deba reprimir. Es decir, es evidente que Trump y sus esbirros harán todo lo necesario para robarse la elección; y dada la amplia variedad de medios a disposición del ejecutivo, pueden salirse con la suya, si los primeros resultados electorales son parejos y no muestran una victoria clara de Biden.

Por supuesto, si los primeros recuentos dan a Biden una gran ventaja incluso en estados tradicionalmente republicanos como Carolina del Norte, Florida o Texas, a Trump le será mucho más difícil prolongar la discusión y aceptará la derrota antes. El problema es que cualquier resultado que sea menos que una victoria aplastante de Biden dejará abierto un resquicio para que Trump (con los gobiernos extranjeros que lo apoyan) apele al caos y a la desinformación para embarrar el proceso, mientras los republicanos maniobran para llevar la decisión final a ámbitos más favorables (por ejemplo, los tribunales).

Semejante grado de inestabilidad política puede dar lugar a un importante episodio de huida del riesgo en los mercados financieros, en un momento en que la economía ya se está desacelerando y las perspectivas de un paquete adicional de estímulo en el corto plazo son inciertas. Una disputa prolongada por el resultado electoral (incluso hasta inicios del año entrante) puede provocar una caída de hasta un 10% en las bolsas y que se reduzcan los rendimientos de los títulos públicos (que ya están bastante bajos); y la huida mundial hacia la seguridad presionará aun más al alza sobre el precio del oro. Lo habitual en estos casos es que el dólar se fortalezca; pero como el disparador de este episodio particular sería el caos político en Estados Unidos, puede haber una fuga de capitales contra el dólar que lo debilite.

Una cosa es segura: una elección muy disputada deteriorará todavía más el prestigio internacional de Estados Unidos como ejemplo de democracia y Estado de Derecho y debilitará su poder blando. Hace tiempo (sobre todo los últimos cuatro años) que la política del país transmite una imagen de caso perdido. De modo que, sin dejar de tener esperanzas en que el caos antes descrito no se haga realidad (las encuestas todavía muestran una clara ventaja de Biden), los inversores deberían prepararse para lo peor, no sólo el día de la elección sino también en las semanas y meses venideros.

27 de octubre 2020

Traducción: Esteban Flamini

The Project Syndicate

https://www.project-syndicate.org/commentary/us-disputed-election-scenar...

 5 min


Ismael Pérez Vigil

Difiero en varios puntos con las propuestas políticas de varias de las personas que mencionaré en este artículo, en el cual hago una pausa en el análisis político para reflexionar sobre un tema, que también tiene su trasfondo político, pero de manera indirecta.

Con respecto a Leopoldo López, aunque difiera en varias de sus propuestas políticas, me alegra sobremanera que se haya fugado; sí, fugado, porque soy de los que cree que los capitostes del régimen no son estúpidos como para haber dejado libre a alguien tan carismático como Leopoldo López, que les puede hacer tanto daño ante la opinión pública internacional, con solo relatar su experiencia de siete años privado injustamente de libertad, tras un juicio totalmente amañado.

Su fuga y posterior viaje a Madrid, no creo que se merezca los comentarios y diatribas que se levantaron en su contra en las redes sociales, tratándolo de traidor, vendido, insinuando y dejando entrever sucias negociaciones, omitiendo cualquier tipo de argumento, pero si emitiendo cientos de insultos y descalificaciones. Por ejemplo, pienso en lo ruin y miserable que deben tener el alma los que criticaron a Laureano Márquez por comentar favorablemente la foto de Leopoldo con sus pequeños hijos. A mí también me conmovió mucho esa foto de Leopoldo con sus hijos y esposa y aprovecho para decir –ahora en serio–, algo que siempre dije en broma a mi esposa, hijos y amigos: que si algún día –caso muy improbable, espero– a mí me metieran injustamente preso como a Leopoldo López, yo quiero que me defienda Lilian Tintori.

No logro entender la mezquindad y juicios que se hicieron, hoy contra Leopoldo, pero ayer contra Henrique Capriles y Juan Guaidó y antes de ayer contra Julio Borges, Ramos Allup y así sucesivamente, sobre tantos otros que han pasado por esa “molienda de líderes” –la “liderofagia” de que habla Tulio Hernandez– en que algunos han convertido a la oposición venezolana. En muchos casos ni siquiera se argumenta sobre sus posiciones políticas, pues lo que se profiere son meros insultos y descalificaciones.

De esa debacle no han escapado, entre otros, Moisés Naim y Ricardo Hausmann recientemente; uno por haber hecho comentarios negativos sobre Donald Trump y el otro por defender a su hija y el derecho que tiene de decir que votará por Biden. En realidad, ni siquiera hace falta decir que se apoya a Biden, basta con que al hablar de las elecciones norteamericanas no se grite: ¡Viva Trump!, o ¡Biden comunista!, para ser insultado. Las elecciones norteamericanas, en las que nos hemos involucrado –como si fueran nuestras o no fuera para nosotros lo mismo, en el fondo, cualquier resultado–, afortunadamente concluirán la semana que viene y el pueblo estadounidense se verá finalmente librado de esa pava que le cayó de tener que escoger entre el malo y el peor, sin pronunciarme sobre quien es el malo y quien el peor, para ahorrarme insultos.

Pero no es necesario ser político en Venezuela o candidato presidencial en los Estados Unidos para caer bajo la ira de la “santa inquisición, savonaroliana, indignada”, otros han caído por otras cosas; por ejemplo, la Conferencia Episcopal Venezolana, o el Papa, blanco favorito de muchos, esta vez con su reciente encíclica, Fratelli Tutti, que probablemente sus críticos ni siquiera han leído las más de 80 páginas y se conforman con las interpretaciones erradas de algún periodista norteamericano. Pronto caerá también en esa diatriba el padre Luis Ugalde, que tuvo la osadía de comentar favorablemente al respecto en su penúltimo artículo (Libertad y Fraternidad, El Nacional, 16 de octubre de 2016) al decir que a algunos “Les escandaliza que el Papa diga que “el mercado no resuelve todo” y que “la libertad de mercado no basta”. Yo creía que este principio defendido por los clásicos liberales era obvio.”, escribió el Padre Ugalde.

Pero si se libra de esa el Padre Ugalde, no se librará por lo que dijo en su último artículo (Capitulación Revolucionaria, 30/10/2020) que circula en las redes sociales desde ayer, en el cual afirma: “Empecemos el cambio lo más civilizadamente posible negociando los otros pasos para la transición, e iniciar el nuevo año poniendo los cimientos para la reconstrucción, incluyendo a toda la sociedad, excepto los que se excluyen aferrados a su conducta delincuencial... Fueron y son legítimas las aspiraciones de la población que hace 22 años dieron el triunfo a Chávez.” ¡Qué horror!, ¡Hablar de negociación y legítimas aspiraciones de quienes votaron por Chávez!, ¡Como se ve que este es un jesuita comunista, compinche de Francisco!... En realidad, el Padre Ugalde se libra porque su artículo tiene dos páginas y muchos de los “críticos” no alcanzan a leer o reflexionar más allá de 280 caracteres. También se libra Bernardo Klisberg, por el momento, quien en su artículo de esta semana (La pregunta de Francisco, El Universal, 28/10/2020) se atreve a comentar favorablemente la encíclica, concluir con una frase de la misma e invitarnos a pensar al respecto.

Pero lo que hasta ahora he referido, y que pudiera seguir hasta el infinito, no es más que un síntoma. Lo grave, lo que quiero destacar, lo que es el centro de mi reflexión de esta semana, es que todo esto no es más que la confirmación de que Hugo Chávez Frías triunfó.

No solo nos derrotó políticamente en varios procesos electorales y políticos, no solo nos destruyó el país y lo llevó a la más ignominiosa miseria, no; lo más grave es que logró inocularnos su veneno de odio, rencor y resentimiento, que hoy circula libremente por nuestras venas, se nos mete hasta los tuétanos de los huesos y nos empapa el alma. Toda esa frustración que sentimos, toda esa rabia que reflejamos, todo el veneno que llevamos por dentro y que volcamos en Twitter y WhatsApp no hace ni mella en los “prohombres” de este oprobioso régimen, no los toca, pero se ha vuelto contra nosotros mismos, contra nuestros líderes, buenos, malos o mejores, contra nuestros partidos políticos, víctimas también del régimen, a los que algunos critican inmisericordemente, de los que hacemos burla y chistes fáciles, de humorismo barato y ramplón. No se trata de limitar la crítica, mucho menos suprimirla, se trata de que no se haga sin argumentar, ni dar razones y la oportunidad de que los criticados se defiendan, dándoles el beneficio de la duda.

Será mucho más difícil librarnos de ese veneno que reconstruir el país, cuando hayamos salido de este oprobioso régimen. Se trata entonces de meditar y reflexionar acerca de que nos han llenado de odio, de amargura, de rabia…de miedo, que como bien dice una buena amiga, y con esto concluyo: “El veneno que los venezolanos llevamos por dentro es muy poderoso. Nos nubla la vista, nos carcome, nos impide pensar como adultos educados y racionales… ¡Qué difícil es pensar derecho con este veneno adentro!”

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

 5 min