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Opinión

Alberto Barrera Tyszka

Hay palabras que se llevan más fácilmente que otras. Quizás son más manejables, tal vez permiten mayores matices. “Dictador”, al parecer, es una de ellas. Nicolás Maduro ha lidiado con esa palabra durante todos estos últimos años. Desde 2014, cuando anunció medidas de control y regulación de los medios de comunicación, y sentenció: “me van a llamar dictador, no me importa”; hasta enero de este mismo año, cuando tildó de “imbéciles” a quienes lo calificaban de esa manera, asegurando que “cuando me llaman dictador ofenden a todo el pueblo de Venezuela”.

Pero, a partir del informe de 443 páginas que la Misión Internacional e Independiente de Determinación de los Hechos sobre Venezuela presentó esta semana ante Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, Maduro deberá comenzar a lidiar con otras palabras, más difíciles y ásperas, que no permiten demasiadas manipulaciones: criminal, torturador, asesino.

El chavismo siempre ha sabido moverse hábilmente en el territorio del lenguaje. Después de veinte años y miles de millones de dólares desaparecidos, los resultados de sus gobiernos —en todos los ámbitos— son catastróficos. Pero su retórica se mantiene intacta. Vive en la ficción épica de su propio discurso. Fuera de su narrativa, el chavismo es un movimiento que tomó el poder y —de manera ilegítima— lo trasformó para permanecer en él, corrompiéndose y haciéndose cada vez más violento. Solo en el lenguaje el chavismo puede ser democrático o progresista, bolivariano o, incluso, revolucionario. Por eso, su principal enemigo, su más contundente adversario, siempre ha sido la realidad.

Este 15 de septiembre una parte fundamental de esa realidad tuvo voz, sonó y se hizo visible en el informe. El documento registra el trabajo de una estructura autónoma, encargada de llevar a cabo el procedimiento conocido como Fact Finding Mission, activado por la ONU el año pasado para seguir evaluando el caso venezolano. La Misión investigó 223 casos, 48 de ellos de manera exhaustiva, y examinó otros 2891, buscando corroborar los patrones de las violaciones de derechos humanos. Es un reporte duro, lleno de detalles y testimonios que permiten establecer responsabilidades directas sobre quién conocía y ordenó las acciones, además de la cadena de mando en su ejecución. Aunque es un informe técnico, su nivel de precisión sobre los lugares de reclusión, los métodos de tortura y las distintas experiencias de las víctimas de la violencia, lo convierten en un material altamente sensible, en un relato cruel y muy doloroso.

El informe considera que tanto Nicolás Maduro como sus ministros del Interior y de la Defensa “tenían conocimiento de los crímenes. Dieron órdenes, coordinaron actividades y suministraron recursos”. Este señalamiento no tiene precedentes en América Latina y tipifica por primera vez en la región el delito de lesa humanidad, abriendo una mayor posibilidad de que las autoridades venezolanas sean juzgadas internacionalmente.

La respuesta oficial era previsible: el canciller de Venezuela, Jorge Arreaza, se aferra a su retórica, descalificando a la Misión, a todas las víctimas y a las organizaciones de derechos humanos que colaboraron con el proceso. Invoca los tópicos clásicos de su repertorio: el imperialismo y las conspiraciones internacionales. No es fácil, sin embargo, destruir 443 páginas con un tuit.

En el informe hay demasiadas heridas. Se registran masacres, disfrazadas con el método de “simulación de enfrentamiento”, ejecuciones arbitrarias, fosas comunes llenas de cadáveres… La investigación confirma, además, un procedimiento según el cual las autoridades superiores pueden dar “luz verde para matar” en los operativos. También se documentan numerosos testimonios sobre detenciones y desapariciones temporales forzadas, donde se aplicaron a las víctimas diversos tipos de tortura, incluyendo palizas y “descargas eléctricas en los genitales”. En muchos casos, también, los detenidos y detenidas fueron violados sexualmente. Un exdirector del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional asegura que la institución tiene un “comportamiento cultural” de tortura.

No es posible enfrentar una investigación como esta con consignas fáciles. Ante tanta sangre, la ideología no existe. La cháchara bolivariana se arruga, se desvanece. No en balde, como para evitar debates estériles y dejar en claro la línea de la institución, el propio secretario general de la ONU, Antonio Guterres, ha salido a exigir al gobierno de Venezuela que se tome “muy en serio” el informe.

En Latinoamérica pasamos muchos años pensando que las dictaduras eran un asunto del pasado, una tragedia antigua, protagonizada por militares despiadados y ciegos, ya pasados de moda. Creímos que habíamos superado ese horror. Y bajamos la guardia: nuestro sistema de alarmas comenzó a relajarse y, junto al cambio de los tiempos, a la antipolítica, a las crisis de representación, a las nuevas tecnologías y a las redes sociales, dejamos que se nos colara nuevamente el autoritarismo criminal, una política de masacre ordenada y ejecutada desde el Estado.

“No había otra solución. Estábamos de acuerdo en que era el precio que había que pagar para ganar la guerra contra la subversión”. Es una frase que podría decir algún militar de alto rango en Venezuela. Pero en realidad la dijo Jorge Rafael Videla, dictador argentino.

Es necesario respetar las palabras. Este nuevo informe de la ONU tiene 275.901. Cada una de ellas representa una herida, tiene un rostro, su propia historia y la historia de mucha otra gente, de muchas organizaciones de derechos humanos que llevan años denunciando y documentando la salvaje violencia institucional que existe en Venezuela.

Quizás ahora a Nicolás Maduro sí le importe que lo llamen dictador. Tal vez comience a preocuparse por las consecuencias que conlleva ese término. Tal vez ahora su gobierno entienda que, detrás de esa pequeña palabra, también están las víctimas, hablando, buscando, pidiendo justicia contra sus crímenes de lesa humanidad.

20 de septiembre 2020

New York Times

 4 min


Jesús Elorza G.

En el mundo deportivo venezolano, se hizo tendencia lo relacionado con la ejecución del atleta iraní Navid Afkari. Navid fue uno de los miles de ciudadanos iraníes que participaron en manifestaciones espontáneas ese año contra las dificultades económicas y la represión política en Irán. Sin embargo, ha sido un blanco injusto de las autoridades iraníes que quieren convertir a un atleta popular y de alto perfil en un ejemplo para intimidar a otros que podrían atreverse a ejercer su derecho humano a participar en protestas pacíficas.

Atletas, entrenadores y dirigentes de la Federación Venezolana de Lucha comentaban entre sí los aspectos relacionados con este trágico acontecimiento.

Me llamó la atención, dijo un entrenador, que el régimen de los ayatolas no le paró bola al repudio internacional que causo la sentencia a la pena de muerte ni a las diferentes solicitudes humanitarias para que dicha sentencia fuese reconsiderada.

Así fue, señaló un atleta que forma parte de la selección venezolana de lucha. El régimen iraní fue oidos sordos ante la solicitud de la Asociación Mundial de Jugadores (WPA, por sus siglas en inglés), un organismo internacional que representa a 85.000 atletas en todo el mundo, que protestó por la sentencia y pidió que se amenazara a Irán con la expulsión del deporte internacional, incluido el movimiento olímpico, si se llevaba a cabo la ejecución.

Un dirigente de la Federación Venezolana de Lucha intervino para exponer que el Comité Olímpico Internacional (COI) se mostró “impactado” por la ejecución del atleta y lamentó que no se tuvieran en cuenta las súplicas de atletas de todo el mundo y los llamamientos personales del presidente Thomas Bach al líder supremo iraní, Alí Jameneí.

Es verdad, dijo otro de los entrenadores, hubo una petición del COI de suspensión de la pena. Pero, en mi criterio personal, debo decir que posteriormente frente a la negativa del régimen, dicho comité mantuvo y mantiene una posición de ambigua frente a las decisiones que debe adoptar en consecuencia. Me pregunto: ¿atenderá la petición de la Asociación Mundial de Jugadores de expulsar a Irán del movimiento olímpico o se escudará en el cuestionado principio de "Neutralidad Política" del olimpismo para mirar hacia otro lado y no sancionar al régimen iraní por el asesinato del atleta?.

No debemos olvidar, pidió uno de los atletas, que Navid Afkari fue condenado apoyándose en una confesión obtenida tras haber sido torturado, tal como lo revela una grabación de audio, sacada secretamente de la cárcel donde estaba detenido. Afkari dijo que fue torturado y forzado a confesar el crimen. “Si me ejecutan, quiero que sepan que una persona inocente, que intentó y luchó con todas sus fuerzas para ser escuchada, fue ejecutada".

Un dirigente deportivo intervino para decir que, llama la atención que hasta el momento el Comité Olímpico Venezolano no ha dicho "ni pio" en relación a este trágico acontecimiento.

Ni va a decir nada, no te olvides que el régimen venezolano cuenta con el apoyo de Irán y entre camaradas no se van a pisar la manguera. El silencio del olimpismo venezolano no es indecisión sino silencio cómplice con el régimen iraní.

Un abogado presente en las conversaciones, intervino para exponer que el reciente Informe de la Organización de las Naciones Unidas sobre la violación de los Derechos Humanos en Venezuela "demuestra que las autoridades del Estado -tanto a nivel presidencial como ministerial- ejercían poder y supervisión sobre las fuerzas de seguridad civiles y militares, y las agencias identificadas como autoras de las violaciones y crímenes documentados”.

¿Y eso que tiene que ver con lo que estamos tratando?

Bueno, que aquí en el país también están dadas las condiciones para que el olimpismo venezolano también pueda ser sancionado en el área deportiva por la complicidad silenciosa de sus autoridades con el régimen acusado de crímenes de Lesa Humanidad.

Tiene toda la razón, expresaron de manera unánime todos los presentes, deberíamos hacer esa solicitud.

 3 min


José Machillanda

El Estado Cuartel como gobierno ha sido condenado por la ONU, al comprobar su responsabilidad en crímenes de lesa humanidad como un régimen violador de la Constitución y las leyes, en consecuencia al margen de la ley y la democracia. La ONU ha certificado lo que un joven mártir de la democracia señalo el año 2017, durante la Guerra Civil de Venezuela del siglo XXI, que la lucha de pocos vale por el futuro de muchos. Ese fue y es el grito de Neomar Lander, grito a la eternidad y a la convicción democrática hoy presente en la mayoría de los venezolanos, que este régimen no puede gobernar, por cuanto está incapacitado por violento y criminal, no pudiendo seguir en el poder en Venezuela.

El Estado Cuartel, expresión brutal del militarismo, sepa que aún con este régimen oprobioso la llama democrática del venezolano ha crecido y está dispuesta a desalojar al Estado Cuartel, expresión descalabrada de la antipolítica. El Estado Cuartel es regresión, es más violencia, es militarismo y antipolítica, conectada con la corrupción extrema y el empleo sistemático de la violencia que ha intentado hasta cambiar las significaciones imaginarias sociales de los hombres y mujeres venezolanos. Esa regresión política se amarró a la propaganda y a la guerra psicológica para confundir y atemorizar a muchos venezolanos, que hoy son la diáspora de Venezuela.

La ONU con su sentencia le recuerda al mundo que estos modelos primitivos y perversos, no pueden ejercer poder político porque no entienden a los demócratas y a la democracia. Es por ello que se dice que este régimen está en Jaque Mate. Jaque Mate como lo señalaron los 132 mártires asesinados entre abril y julio del 2017, con una acción armada propia de la barbarie, cumpliendo con órdenes del revolucionarismo cubano. Cubanismo revolucionario y militarista que no sabe lo que significa democracia, libertad y derechos.

La ONU se los viene a recordar a los venezolanos que un país no se le puede entregar al bandolerismo militarista, por ello Venezuela hoy se presenta como una Sociedad-Respuesta para cohesionar acciones democráticas en donde con el respaldo de la ciudadanía y con la fuerza de la decisión de la ONU, crezca como un Movimiento Político de Renacimiento Nacional una respuesta que vea renacer la democracia. La ONU ha venido a traer un aliento preciso para la ciudadanía se armonice para defender la democracia penetrada y violada por el cubanismo socialista que desde ya será enfrentado por el Movimiento Político de Renacimiento Nacional para restituir la democracia real.

Democracia real amarrada a la Constitución de la República la cual, nada ni nadie podrá ultrajar, violentar o agredir , ya que contará con el apoyo internacional y con la fuerza democrática de un cuerpo societal dispuesto, dirigido y resuelto como Movimiento Político a restablecer la raza, la armonía y la ley que es aplicar la democracia. La sociedad venezolana esta en cuenta que este régimen está en Jaque Mate, es decir, se le terminó el tiempo. Jaque Mate significa que tiene que apartarse el régimen, que debe irse el régimen del poder, que aún con la patraña de la farsa electoral del 6D, lo que refleja cada día es mayor inmoralidad, incapacidad política, desconocimiento de la norma y la política, que es lo que el chavismo y sus uniformados han querido llamar el Socialismo del siglo XXI.

La democracia real, amparada por la ONU y fortalecida por el Movimiento Político de Renacimiento Nacional, desplazará un régimen cobarde, ese el socialismo a juro impuesto y soportado por un militarismo golpista, inmoral y cobarde que todavía no se da cuenta, que crece la Revuelta y se exponencia el Resquebrajamiento. La sociedad del 2020 ha internalizado la decisión de la ONU, pero también comprende el impacto de la geopolítica del hemisferio occidental y verifica como el hemisferio apoya a los países democráticos, no tolera a ese socialismo y cubanismo, que en Venezuela muestra a un militarismo ladrón y cobarde. La sociedad democrática esta en cuenta de que hay que hacer política para que crezca la civilidad, léase el protagonismo de la ciudadanía más la filosofía social para crear un sistema político propio y digno del siglo XXI.

La democracia real es propia de una sociedad democrática que la reflejan los ciudadanos demócratas y las comunidades con su participación cívica, sin jefes de calle, sin pelotones de milicianos, pero si con civismo y siguiendo la Constitución de la República. Es la ciudadanía, con la venezolanidad y respeto, recordando a nuestros héroes del 2017 que sirven de fuego para una nueva democracia republicana distante de la venganza, pero muy cerca de la justicia y reforzada por un gran sentido humanitario y cívico. Simple, es la a expresión de un país en el cual el 87% quiere la democracia y está dispuesto a decretar con su accionar político, Jaque Mate a 20 años de dictadura, militarismo y tortura que cuanto han dejado en Venezuela es dolor y tristeza. La democracia creará paz, desarrollo y progreso, firmada por el espíritu de Neomar Lander.

Es auténtico,

Director de la CSB CEPPRO

@JMachillandaP

Caracas, 21 de septiembre de 2020

 4 min


Eddie A. Ramírez S.

Hace pocas semanas se celebraron las efemérides mencionadas en este título. Ambos hechos han sido fuente de debates, con aspectos positivos y otros no tanto.

Recordemos que para el año de 1960, fecha de la fundación de la OPEP, Venezuela enfrentaba las presiones de las transnacionales que imponían precios y niveles de producción, y evadían impuestos. Además, el gobierno de Estados Unidos había establecido cuotas para el petróleo que importaba. Todo esto determinó la creación de esta organización.

Sus miembros iniciales fueron Venezuela, Arabia Saudita, Kuwait, Irán e Irak, que en conjunto producían 7.891.000 barriles por día (b/d) , de los cuales Venezuela aportaba 2.846.000 b/d, un 36 por ciento del total. Gradualmente se unieron otros miembros. Actualmente son trece que producen unos 24 millones de b/d, de los cuales Venezuela, solo aporta el 1,4 %.

La Opep ha pasado por días tormentosos por las numerosas guerras en el Oriente Medio. Sin embargo, la producción de la organización ha venido aumentando. Libia y Venezuela son los únicos miembros que han tenido reducciones importantes. El caso de Venezuela es patético, ya que sin guerra su producción se redujo a solo 340.000 b/d.

La política tradicional de la OPEP y de Venezuela ha sido privilegiar precios sobre producción. Por ello ha impuesto cuotas que se reducen en la medida que se desea evitar la caída de precios. Esta política ha sido criticada por muchos en Venezuela, por considerar que nuestras reservas son muy grandes y que es necesario extraerlas. Con los importantes aumentos de producción en Rusia, Canadá y en Estados Unidos, la OPEP ha disminuido su importancia, pero todavía pesa en la fijación de precios, sobre todo cuando logra acuerdos con Rusia. Aunque Venezuela es la gran perdedora dentro de la organización, ha sido por culpa nuestra y no por pertenecer a la misma.

A 45 años de la aprobación de la Ley que reserva al Estado la industria de los hidrocarburos, todavía se debate sobre si esa medida fue beneficiosa o no. Ante un hecho cumplido, más bien corresponde abocarse a una nueva ley que refleje la situación actual en el mundo y en nuestro país. En el 2001, siendo presidente de Pdvsa Guaicaipuro Lameda, la producción fue de 2.862.000 b/d. De allí en adelante, con los presidentes rojos la producción ha venido declinando. Alí Rodríguez entregó el cargo en el 2004 con una producción de 2.620.000 b/d; Rafael Ramírez entregó en el 2014 con 2.336.000 b/d; Eugenio Del Pino entregó en 2017, con 1.929.000 b/d; Manuel Quevedo entregó en abril 2020 con 730.000 b/d y con Asdrúbal Chávez se están produciendo solo 340.000 b/d. Todas las cifras citadas son de crudo, no incluyendo condensados, ni líquidos del gas natural, y tienen como fuente a la OPEP. Además, por descuido en la producción de crudo liviano, actualmente hay que importarlo para poder manejar el extrapesado. Como se aprecia, bajo todos los presidentes designados por Chávez y por el usurpador Maduro, la producción de Pdvsa y sus empresas mixtas ha declinado, y los derrames de crudo han producido grandes daños ecológicos.

En cuanto a refinación, solo entre el 2003 y 2013 ocurrieron 216 accidentes, con saldo de 78 fallecidos y 255 lesionados, señal inequívoca de descuido en el mantenimiento y en la seguridad industrial.

Venezuela exportaba gasolina hasta que llegaron los rojos. Ya en el 2013 se importaron 6.510.000 barriles de gasolina, 6.497.000 barriles de diésel y 4.990.000 barriles equivalentes de gas propano, conocido como de bombona. Esto desmiente que la situación actual de escasez sea por las sanciones. Se vendieron algunas refinerías en Estados Unidos y en Europa, para dar prioridad a las de Cuba, República Dominicana y Jamaica, las cuales terminamos perdiendo. Tampoco se construyeron las prometidas.

Han ocurrido numerosos casos de corrupción no investigados en Venezuela. El último Informe de Pdvsa es del 2016. Desde entonces miles de trabajadores han renunciado por el deterioro de las condiciones socio económicas y de la seguridad industrial. Con este dramático panorama y la gran deuda de la empresa, nuestros legisladores deben ser cuidadosos con la nueva Ley de Hidrocarburos que se discutirá. Deben considerar que la destrucción de Pdvsa fue consecuencia de su politización, que despidió a los mejores, contrató ineptos y permitió la corrupción. Ojalá también tomen en cuenta las recomendaciones de los expertos. La participación privada es imprescindible. A Pdvsa habrá que parapetearla y reducirla de tamaño, para que las operaciones no se interrumpan y compita como una empresa más. De su nueva gerencia dependerá que pueda sobrevivir, aunque sería deseable que el Estado se retire gradualmente de todas sus empresas y dedique los escasos recursos a salud, educación, infraestructura y defensa.

Como (había) en botica:

Quienes todavía apoyan al régimen no pueden alegar que ignoran que aquí se asesina, se tortura y se encarcela con el visto bueno de Maduro y sus compinches.

El régimen continúa bloqueando a Noticiero Digital y a La Patilla.

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

eddiearamirez@hotmail.com

 3 min


Américo Martín

La Misión Internacional, cuyas conclusiones han estremecido a la opinión mundial, fue creada por el Consejo de DDHH de la ONU con el objeto investigar ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, detenciones arbitrarias, torturas y otros tratos crueles, inhumanos y degradantes cometidos por el gobierno de Maduro desde 2014 hasta el sol de hoy. La idea era dar con los autores e identificar a sus víctimas.

Revisé minuciosamente el trabajo de la Misión y no encuentro palabras para expresar mi venezolana gratitud por un esfuerzo tan grande como el que realizaron y con tan estricto apego a la normativa legal nacional e internacional, incluida una rigurosa relación de Tratados, Convenios y Protocolos que obligan a Venezuela.

El marco jurídico invocado por los investigadores fue impecable y los hechos incluidos, más todavía. En cambio apenan ciertos manejos –a ratos tan pueriles– de la parte oficial venezolana, ¿a quién pretendieron marear al impetrar –mediante una remisión dirigida a la Corte Penal Internacional– que abriera una investigación sobre crímenes de lesa humanidad en Venezuela? Como si gente experimentada pudiera impresionarse porque el investigado salte al ruedo clamando ¡A mí que me registren!

Y en efecto, lo registraron y el resultado ha sido escandaloso.

No se necesita ser especialista en leyes para reconocer el gran valor del trabajo de los comisionados. Tras analizar con especial cuidado su Informe, no veo lo que pueda faltar para que se adopten decisiones ejecutivas y se abran procesos judiciales. Los integrantes de la Misión han sido claros y por eso la temperatura política se ha situado en el top de un posible desenlace.

" La Misión considera que en Venezuela se cometieron crímenes de lesa humanidad y afirma que aparecen señales de que la cúpula del poder no es ajena a lo ocurrido. Podemos imaginar que se desencadene un posible huracán de acusaciones. Su fundamento es serio y ahora las víctimas tendrán argumentos adicionales para hacer valer sus derechos.

No sería raro que Miraflores intente negociar. Su causa ha perdido terreno y falta contar el cúmulo de grietas que presumiblemente aparezcan en la fachada del Poder. En mi opinión las negociaciones pueden ser necesarias y aprovechables. solo los que asocian el cambio con la exterminación del último de sus contrarios, adversarios o enemigos pueden seguir aferrados a teorías sonoras pero mil veces desmentidas por la realidad, a tenor de las cuales con dictadores es moralmente inaceptable tan siquiera sentarse a dialogar, cuanto menos incurrir en el pecado de negociar, que es insubsanable precisamente por ser mortal.

Resulta que no es así, en la vida, la historia, la democracia y la Política, concebida como ciencia y arte, las cosas no funcionan de esa manera. Un célebre, por brillante, general prusiano que se prodigaba con exquisita probidad tanto en el ámbito de la guerra como en la paz, acuñó un concepto acerca del objetivo de las guerras, que no tiene desperdicio. Carl von Clausewitz, el personaje de quien hablo, se expresó de esta manera

  • El objeto de la guerra no es aniquilar hasta el último soldado enemigo, sino colocar al contrario en condiciones de comprender que ya no puede pensar en victorias, y por lo tanto, detener la sangría y prepararse para negociar. La negociación podría ser la opción menos costosa para vencedores y vencidos. No sé, no tengo indicios de que la cuestión ya esté ubicada en esos términos, pero una dirección inteligente debe sacarle provecho a las analogías, y hacerlo con la eficacia del que necesita resultados ahora, no para las calendas griegas. Las víctimas pueden estar mejor posicionadas que los victimarios y saben que la opinión mundial las acompaña con más decisión y lucidez que nunca.

En cualquier caso, la política electoral que hemos seguido encaja en la situación que se percibe después del Informe de la Misión. Nunca aceptamos la apropiación del emblema electoral por el oficialismo, el principal de sus detractores, que quiso usar la explicable pero totalmente injustificada fobia contra la institución del sufragio para poner la carreta delante los caballos.

El sufragio es un instrumento democrático, no autocrático, y es este último el autor de las condiciones que enturbian su transparencia. El punto no es rechazar las elecciones sino limpiarlas de vicios para garantizar su fiabilidad.

" De gran ayuda sería en ese sentido aprovechar la suspensión de las parlamentarias, incluida en el Amparo introducido por Andrés Caleca, que muchos suscribimos, y la fuerte campaña promovida con mucho ímpetu por “Universitarios por Venezuela”.

La percepción que se tiene acerca de la eficiencia de las medidas adoptadas por el gobierno para enfrentar la pandemia es claramente negativa.

Aceptar la verdad no es habitual dada la tradicional soberbia del Poder, ni siquiera cuando se acumulan factores que iluminan el creciente campo donde habita la alternativa democrática. Sin embargo, el Informe de La Misión del Consejo de los DDHH de la ONU y el rotundo fracaso de los disparates educativos, a la insondable crisis que sostiene el sobrecogedor malestar de los venezolanos, podría modificar sustancialmente la perspectiva.

Los hechos nuevos, además de elevar el costo de las políticas represivas, revelan cuán difícil es engañar al otro en medio del despertar de la vigilancia mundial, tan profundamente enfocada en conjurar la tormenta venezolana.

La conciencia despierta ha pasado a ser el más grande de los activos democráticos en la empresa dura pero cada vez más auspiciosa de salvar a Venezuela. Que las tumbas sean sobrepujadas por la libertad y la democracia y la prosperidad sean los tres grandes símbolos del pabellón tricolor. Es lo que hemos comenzado a recuperar con el despertar de la conciencia.

Twitter: @AmericoMartin

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Ursula von der Leyen

A lo largo de la historia, las pandemias han modificado el destino de los pueblos. Nos hacen ver el mundo desde otra perspectiva y nos recuerdan el valor de muchas de las cosas más simples de la vida: desde nuestras rutinas diarias hasta la posibilidad de abrazar a nuestros seres queridos y de disfrutar de la naturaleza que nos rodea. También nos obligan a cuestionar nuestra manera de hacer las cosas y a preguntarnos si no hay mejores formas de actuar. Nos ofrecen, además, la posibilidad de remodelar nuestro futuro.

En eso, esta pandemia no será diferente de las demás. Ha sido, qué duda cabe, un periodo doloroso y angustioso para millones de personas, y no debemos bajar la guardia ante el nuevo aumento de las cifras que se está observando en algunas zonas de Europa. Pero los últimos seis meses nos han mostrado también el valor de ciertas realidades, como la pertenencia a una Unión cuyas 27 naciones se apoyan y sostienen. Se nos presenta la oportunidad de salir más fuertes, juntos, de esta situación.

El acuerdo histórico sobre NextGenerationEU, nuestro plan de recuperación y de futuro, dotado con 750.000 millones de euros, demuestra que se puede. Nunca antes había reaccionado Europa con tal solidaridad. Es el momento, por tanto, de mantener ese espíritu y de seguir aplicándolo para avanzar, juntos, en otros capítulos.

Hablemos, por ejemplo, de la migración. Se trata de una cuestión que ha dividido a Europa durante demasiado tiempo y que, estoy convencida, puede y debe ser objeto de una gestión conjunta. Basta con leer las noticias para comprender la urgencia de encontrar una solución sostenible para todos. Como anuncié en mi discurso sobre el estado de la Unión hace algunos días, la Comisión Europea presentará en breve un nuevo Pacto Europeo sobre Migración que adoptará un enfoque humano y humanitario y demostrará que no solo tiene de pacto el nombre, sino que es una auténtica solución común europea desde su concepción. Se basará en la solidaridad —tanto entre europeos como con los refugiados— y en la responsabilidad colectiva de los Gobiernos nacionales. La migración no va a desaparecer. Tenemos que gestionarla bien, con sus desafíos y con sus oportunidades.

Es el momento de que Europa vuelva a ponerse en pie y proyecte ese modo de vida mejor. Durante el confinamiento, ansiábamos una atmósfera más limpia y unas ciudades más verdes. Las tecnologías digitales permitieron a los estudiantes proseguir sus cursos y a las empresas mantener su actividad, pero son demasiados los europeos —de zonas rurales, o de familias desfavorecidas— que han quedado rezagados. El mundo posterior a la pandemia debe ser un mundo mejor, y ahora tenemos todos los medios necesarios para conseguirlo.

Gracias a NextGenerationUE, contamos con los recursos financieros necesarios para emprender acciones urgentes y estratégicas, aumentando las velocidades de Internet o apoyando a nuestra industria. Tenemos la oportunidad de hacer algo más que reparar nuestra economía: podemos dar forma a un modo de vida mejor para el mundo de mañana, algo de importancia crucial, sobre todo, en nuestra relación con el planeta. Nos hemos fijado, con el Pacto Verde Europeo, la meta de conseguir la neutralidad climática de aquí a 2050. Para asegurarnos de que la alcanzamos, propondremos ahora aumentar nuestro objetivo de reducción de emisiones —actualmente del 40%— hasta un 55% como mínimo.

Es un gran salto cuantitativo, una gran ambición, pero es también un paso realista y beneficioso para nuestra economía y nuestra industria. En las últimas semanas, he recibido cientos de cartas de ciudadanos, de directores ejecutivos de empresas, de ONG: en todas ellas, piden que Europa señale el camino. Y es lo que estamos dispuestos a hacer. No se trata solamente de reducir las emisiones. Se trata de construir un mundo mejor en el que vivir, con edificios más eficientes y medios de transporte menos contaminantes.

Cambiar nuestro planeta a mejor significa también cambiar nuestra mentalidad a mejor. El Pacto Verde Europeo no es solo un proyecto medioambiental y económico: tiene que ser, además, un nuevo proyecto cultural para Europa. La cultura surge del encuentro de las grandes mentes. Por eso quiero crear una nueva Bauhaus europea, inspirada en la escuela artística que nació hace un siglo y en la que la forma seguía a la función. Será un espacio de creación conjunta para arquitectos y artistas, ingenieros y diseñadores, que combinarán estilo y sostenibilidad.

Esto no es sino una pequeña parte de la labor que tenemos por delante. Habremos de mostrar toda nuestra determinación, ya sea al construir una Unión Europea de la Salud, ya al asegurarnos de que el trabajo sea digno y provechoso para todos. Estoy convencida de que Europa tiene todo lo que necesita para conseguir esto que se propone. Tenemos la visión, tenemos el plan, tenemos la inversión. Y ahora tenemos una unidad recobrada. Pongámonos, pues, manos a la obra y hagamos cuanto haga falta para asegurarnos de que esta pandemia cambia nuestro destino para mejor.

Septiembre 20, 2020

Polis

https://polisfmires.blogspot.com/2020/09/ursula-von-der-leyen-cambiemos-...

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Nelson Rivera

Decía Asdrúbal Baptista que el auge de la riqueza que se inició alrededor de 1920 había culminado en 1970. Desde entonces, se habría iniciado el declive. A lo anterior tocaría sumar la destrucción a la que ha sido sometida la república en las dos últimas décadas: 50 años en descenso. ¿Entienden los venezolanos que el nuestro no es un país rico? ¿Aceptamos nuestra condición de país pobre?

Los venezolanos, mayoritariamente, no han interiorizado la percepción de que somos un país pobre; la cultura rentista y nuestra deficiente educación ha contribuido a crear el mito de que somos un país rico.

No hay que confundir un país que tiene enormes potencialidades, por los recursos naturales disponibles, con un país rico. Somos un país pobre, porque no tenemos un capital humano capacitado para producir competitivamente y poner en valor nuestros recursos naturales. Así mismo, porque un porcentaje importante de nuestra población es ignorante, por estar mal educada y no poseer las capacidades para que cada quien pueda ser agente de su propia vida.

Además, hemos sido pésimos gestores de nuestra economía, especialmente durante las tres últimas décadas, sobre esto volveremos más adelante. Fuimos competitivos en producir petróleo, pero esta actividad generaba solamente un mínimo de empleos.

La pobreza actual de los venezolanos no es una percepción, es un hecho completamente demostrado por la encuesta Encovi sobre condición de vida y por otras encuestas serias. También lo confirma a nivel internacional el Misery Index —estadística que expresa la suma de la tasa de inflación y de desempleo—. No se trata exclusivamente de una pobreza de ingreso, sino también por imposibilidad de la gente común para acceder a buenos servicios públicos, como los de salud o educación, que podrían compensar la baja de los ingresos. La tasa de mortalidad infantil, por ejemplo, ha retrocedido varias décadas.

Mas, no hay que creer que antes fuimos un país rico. No lo hemos sido nunca. Este ha sido un país históricamente muy pobre, aunque durante la segunda mitad del siglo XX, lo fuimos con menor intensidad.

El país ha demostrado ser una buena matriz para producir talentos, pero estos son como el petróleo debajo de la tierra; no se aprovechan para generar riqueza, lo que requiere también de otros factores: contexto económico apropiado, buena educación, innovación tecnológica y capital financiero, entre otros, el talento puro y simple no nos hace un país rico. Más cuando parte importante de ese talento lo hemos perdido a través de la diáspora.

En la década de los años setenta, cuando se incrementó aceleradamente el ingreso petrolero, se vio con claridad cómo el país superó su capacidad de absorción o “absortive capacity”. Entendemos por este concepto a la capacidad de una nación para invertir eficientemente sus recursos financieros, lo cual a su vez depende de una serie de factores tales como disposición empresarial, habilidades gerenciales, oferta de mano de obra calificada, propensión al ahorro, Estado de Derecho y administración pública razonablemente eficiente, entre otros factores. Así fue como la eficacia del gasto público se redujo, se incrementó el volumen de recursos mal administrados y, por supuesto, aumentó la corrupción. Juan Pablo Pérez Alfonzo fue un visionario al predecir esa situación, por eso fue contrario a las abultadas inversiones previstas en el V Plan de la Nación. A partir de fines de los años setenta se inicia la declinación económica de Venezuela.

La noción errada de que somos un país rico no solo está presente entre las clases humildes, sino también en la media y en muchos dirigentes. Hubo mandatarios que inventaron que Venezuela podía ser una potencia; ¡qué insensatez! Y lo que es peor, esta creencia está presente además entre integrantes de la clase empresarial, que crecieron al amparo de la renta petrolera.

Se ha repetido, a lo largo de un siglo, que los venezolanos somos propietarios de la riqueza petrolera. Así, nuestra pobreza sería producto de una injusticia: la causada por la mala administración o la corrupción. ¿Cuál es el estatuto hoy de esa idea? ¿Se ha potenciado bajo la incalculable corruptela de las últimas dos décadas? ¿Somos más víctimas que antes?

El empobrecimiento general de los últimos tiempos tiene como causa principal las malas políticas económicas de los gobiernos. La corrupción ha agravado mucho esta situación. Nos hemos empobrecido no porque unos explotadores nos robaron los ingresos, sino porque el manejo público de la economía y la impunidad ante el dolo nos condujo a la inopia en que nos encontramos.

Por supuesto que ha habido una administración muy ineficiente y por ende mucha corrupción, tanto en el sector público como en el privado y ello ha contribuido a la mala distribución de la riqueza. Esta situación anómala se agravó sustancialmente durante los últimos veinte años.

La pobreza se ha incrementado en este último período a niveles increíbles y también la corrupción administrativa. Sin embargo, este proceso reciente de empobrecimiento ha tenido la característica de afectar a toda la sociedad por igual, ya que su causa principal ha sido la pérdida astronómica del poder adquisitivo de sus ingresos por la hiperinflación y el deterioro general de los servicios públicos. Toda la sociedad se empobreció, menos aquel segmento social cuyos haberes están mayormente en moneda dura.

Los dictadores Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez tuvieron mucho mejor criterio administrativo que sus pares de ahora: Chávez y Maduro. El criterio de sana administración: unidad del tesoro, priorización del gasto y la inversión, control del gasto, rendición de cuentas y transparencia administrativa, entre otros conceptos, prácticamente desapareció de la agenda de estos dos últimos gobernantes. Ellos son la expresión más crasa y primitiva de la falta de racionalidad administrativa.

Hay autores que hablan de una mentalidad de la pobreza. Esa mentalidad tendría algunas características: apego al presente y falta de visión de futuro, ausencia de una cultura de la productividad, sensación de que el trabajo es un castigo, poca disposición al ahorro. ¿La cultura petrolera en Venezuela ha devenido, acaso, en una mentalidad de pobreza? ¿Una sociedad que vive a la expectativa de unos subsidios está siendo estimulada hacia esa cultura de la pobreza?

La mentalidad de la pobreza es un síndrome principalmente de la ignorancia y la mala información, que hace que la gente no esté preparada para ejecutar trabajos productivos, ni capacidad autónoma de emprendimiento, lo cual genera niveles muy bajos de aspiraciones y que la gente se satisfaga con retribuciones elementales. La cultura rentista se ha amalgamado a las anteriores conductas. Esta cultura se conforma por actitudes tales como poca valoración de la productividad; desgano por el trabajo disciplinado, en lo cual la desnutrición tiene su culpa; muy baja propensión al ahorro e inclinación más bien a patrones de consumo inconvenientes o simplemente suntuarios; escaso estímulo hacia el aumento del ingreso y aspiración a que el Estado asista a la gente gratuitamente a través de subsidios, en todo lo que sea posible.

La mentalidad de la pobreza en Venezuela no solo prevalece entre los segmentos más humildes de la sociedad, sino que también se hace a veces presente en personas que han ascendido en la escala social, al ver crecer sus ingresos relativamente rápido. Este es un rasgo distintivo de la cultura rentista. Por lo tanto, existen muchos ricos con mentalidad de pobres.

Las políticas de subsidio constituyen uno de los asuntos más delicados dentro de la gestión económica de cualquier gobierno. Hay que estar conscientes de que los subsidios significan recursos financieros generados por la economía, que se sustraen para respaldar necesidades sociales. En ciertos casos los subsidios se otorgan para proteger actividades productivas —créditos blandos, estímulos fiscales, reducción de aranceles, etcétera—. Pero existen empresarios que aspiran seguir beneficiándose eternamente de estos subsidios. En los países verdaderamente ricos, los subsidios son recibidos como una compensación justificada ante determinadas necesidades sociales o económicas, que están sustentadas por razones específicas. Una de las actuaciones más perversas del actual régimen es, por ejemplo, hacerle creer a la gente que, porque Venezuela es un país supuestamente rico, todos los servicios deben estar fuertemente subsidiados o incluso ser gratuitos. En el tratamiento del manejo de los precios de los combustibles, hemos visto las consecuencias de dicho enfoque, como contribuyente a la destrucción de nuestra principal industria.

Sobre la cultura de la productividad. Recuerdo una anécdota de mi padre, Arnoldo Gabaldón, durante la campaña antimalárica. Relataba que había que hacer canales de drenaje para desecar pantanos que eran criaderos de zancudos transmisores del paludismo alrededor de algunas poblaciones. Se requería de obreros excavando tierra. Pagaban a razón de un bolívar por m3 excavado y el rendimiento era en promedio de un m3 por día por trabajador. Se les ocurrió a los directivos de la campaña, para incrementar la productividad por obrero, aumentar el pago a dos bolívares por m3. Después del experimento resultó que el volumen de tierra excavado diariamente por trabajador se redujo a la mitad, pues los obreros preferían trabajar menos y seguir ganando un bolívar por día. No había estímulo para ganar más, lo cual es contrario a lo que se esperaría, si razonasen de acuerdo con los mecanismos de la economía de mercado.

Durante los últimos años no ha habido ninguna política pública para inducir el aumento de la productividad en la economía. Ha sido todo lo contrario; para el régimen hablar de productividad es una mala palabra. Mientras todos los países basan su progreso en el aumento de la productividad del capital fijo o la productividad laboral, aquí se estigmatiza el término.

Todo esto conforma la cultura rentista, que ahora es imprescindible transformar por otra más auspiciosa al desarrollo sostenible. Los japoneses demostraron a lo largo de su entrada tardía a la industrialización, iniciada a partir de 1868 —período Meiji—, que el desarrollo exige una conducta social favorable al crecimiento. “La mentalidad japonesa es el resultado de haber vivido en escasez, construyendo en la mente de cada ciudadano una fuerte aspiración de progreso, espiritualidad y excelencia. La pobreza es una condición social, pero también un estado mental”.

Por eso actualmente nos preocupa mucho el práctico desmontaje de la educación pública a todos los niveles, que viene ocurriendo. Estamos destruyendo lo que puede ser en verdad la factoría de las nuevas mentalidades requeridas para encarar con éxito el periodo de economía post petrolera. La clausura enmascarada de las universidades públicas autónomas constituye uno de los crímenes más graves que ha cometido el gobierno.

Al movimiento Fe y Alegría tenemos que darle el mayor respaldo posible, público y privado, ya que constituye un esfuerzo muy meritorio, orientado a elevar el nivel de la calidad de la educación popular.

Escucho a menudo esta afirmación: nos hemos acostumbrado al deterioro de la calidad de la vida. ¿Es así? ¿Se está normalizando la experiencia de ser cada vez más pobres?

La gente trata de seguir la línea de mínima resistencia; adaptarse a condiciones de vida de menor calidad constituye una defensa mental para poder soportar el proceso de depauperación, sin tensiones psíquicas insoportables.

El desarrollo, además de guarismos económicos, que a veces la gente no entiende, es mejoramiento tangible y equitativo de la calidad de vida. Por eso el deterioro acelerado de los servicios públicos que estamos presenciando es “no desarrollo”. Estamos en franco retroceso y a veces este proceso ocurre un poco inadvertido. El deterioro de los servicios de agua potable, electricidad y telecomunicaciones que estamos sufriendo actualmente, por ejemplo, es desastroso.

¿Cómo percibe ahora, la tensión entre esperanza y desesperanza? ¿Se han debilitado las energías espirituales de la sociedad venezolana, el ánimo para luchar y salir adelante? ¿Seguimos siendo la sociedad optimista que a menudo se invoca?

En la medida que no se logra un cambio político que insinúe mejores perspectivas en los niveles de calidad de vida cunde la desesperanza. Hay mucha gente desesperanzada y por ende con menores energías para luchar política y socialmente. No creo que las encuestas muestren actualmente que la gente sea optimista sobre el futuro. Le he oído decir al economista Gerver Torres, alto funcionario de Gallup Internacional, que hace 15 años los venezolanos aparecían en sus encuestas como muy altos en cuanto al llamado “índice de felicidad”, pero que en los últimos años eso ha cambiado radicalmente. Prevalece ahora un profundo pesimismo sobre el futuro.

Industria petrolera al borde del colapso. Envejecimiento de la población y pérdida del bono demográfico. Población desnutrida. Bajos niveles de acceso a la educación. Aparato productivo del país en estado de semirruina. Y una perspectiva mundial de declive en el uso de las energías fósiles. ¿Cómo se siente usted ante esta perspectiva? ¿Qué país tenemos por delante? ¿Acaso una Venezuela que inevitablemente ingresará en la categoría de los países más pobres?

Los retos que tiene Venezuela para retomar una trayectoria de desarrollo son formidables. Se requiere mucho más que un cambio político; es necesaria una profunda transformación en la conducta colectiva y sobre todo en la mentalidad de los conductores.

Al unísono hay que abordar la reconstrucción de la industria petrolera nacional. Aunque tenemos que prepararnos para el modo de vida de la Venezuela post petróleo, después del cambio político, será urgente abocarse al rescate de dicha industria. En esto se ha logrado, dentro del sector democrático, bastante consenso en cuanto a la estrategia apropiada, que le da preeminencia al sector privado nacional y foráneo y cuáles son las acciones prioritarias, cuya ejecución será viable en la medida que tengamos el acierto para atraer las cuantiosas inversiones necesarias. En todo caso son múltiples los retos a encarar. Por ejemplo, la transición energética hacia fuentes renovables, de la cual oíamos hablar como asunto remoto, es una realidad en el presente. La situación de los mercados internacionales de combustibles fósiles está siendo afectada por estas realidades y Venezuela debe adaptarse a esas nuevas condiciones, lo cual plantea a su vez otros retos.

Gran parte de nuestro parque industrial está en estado comatoso. Soñamos por décadas con que la región de Guayana sería el asiento de la industria pesada necesaria para diversificar nuestra economía y la generadora de grandes cantidades de energía hidroeléctrica a bajo costo para mover el aparato industrial. Tuvimos el acierto de crear el gran polo de desarrollo de Ciudad Guayana. Pero en la actualidad se genera menos de la mitad de la energía que habíamos llegado a producir en el pasado y todas las grandes plantas metalúrgicas están paralizadas. La recuperación de esta región va a requerir mucha creatividad y una gerencia muy competente. ¿De dónde van a salir ese capital humano y las ingentes inversiones necesarias, en un país que está arruinado?

Después del cataclismo socioeconómico que significó la Independencia, entre 1830 y 1900, por 70 años prácticamente no hubo crecimiento económico ni demográfico en el país. No tendría nada de extraño, por lo tanto, que una retrospectiva de Venezuela, hecha dentro de 100 años, mostrara que nuestro país perdió totalmente el rumbo a finales del siglo XX y no lo volvió a recuperar. Quedó por más de un siglo postrado, siendo muy pobre y la mayoría de su gente en la miseria. Este es un escenario que hay que discutir crudamente entre los grupos dirigentes.

¿Hay conciencia en el liderazgo y en las instituciones —sin incluir en ello a los entes gubernamentales— sobre las complejísimas perspectivas y desafíos de Venezuela hacia el mediano y largo plazo?

Tengo la impresión de que el liderazgo, principalmente el más joven, ha subestimado los obstáculos que tendrá el desarrollo en el mediano y largo plazo de Venezuela. Se aprecia poco estudio de la problemática; hay superficialidad en los enfoques; se plantean soluciones voluntaristas; hay inexperiencia para apreciar la complejidad de las soluciones a instrumentar y los esfuerzos sociales concomitantes, que son absolutamente indispensables. Este último aspecto, el cambio conductual colectivo requerido, ha sido muy subestimado.

Para lograr el cambio necesario en la mentalidad de los venezolanos, la próxima administración democrática que venga tendrá que asignarle máxima prioridad a su política de pedagogía colectiva. La sociedad venezolana en su mayoría debe ser reeducada. Será esa una misión para nuestros mejores pensadores. En esto, además de la educación formal que hay que rehacer, los medios de comunicación social deberán jugar un rol central.

Por eso una tarea prioritaria en el presente es inducir o, en último caso, presionar al liderazgo, para que se empape mejor de las realidades objetivas y de sus posibles soluciones. El Grupo Orinoco, que coordino, ha emitido recientemente el pronunciamiento “Más allá del cambio político” (*) orientado principalmente a la dirigencia, en el cual se sintetizan los aspectos cruciales que consideramos habrá que abordar con mayor énfasis después de la transición a la democracia.

Esta posibilidad: que el profundo y extendido empobrecimiento que está viviendo el país estimule una cultura de la victimización. Que derivemos en una sociedad de víctimas, a la espera de salvadores y auxilios externos. ¿Es posible?

La victimización es una forma de llamar la atención sobre uno mismo, pero de manera negativa. Cuando ese sentimiento se generaliza, por causas reales o figuradas, se transforma en cultura y una sociedad con esa característica puede ser fácilmente pasto de cualquier caudillo engañador. Estamos ahora muy expuestos a esa eventualidad. Hay que señalar, además, que la gente tiene la tendencia, consciente o inconsciente, a la victimización, ya que esa es una forma de eludir sus responsabilidades.

Tenemos en Venezuela un Estado fallido, con todas las derivaciones que el término implica. Por lo tanto, hay riesgo de que nos transformemos en una sociedad anodina, sin resortes para reaccionar ante las indignidades a que se le somete y la panorámica de miseria que se le ofrece.

Por último: ¿han calado los miedos en la sociedad venezolana? ¿Estamos tomados, acosados por miedos e incertidumbres? ¿Tiene usted miedo por el futuro de Venezuela?

Tengo mucho temor por el futuro de Venezuela. En este momento existen muy pocas señales para ser optimistas. A no ser que surja un grupo de hombres con sentido de estado y alto apego a principios éticos, que puedan conducir al país hacia una trayectoria de desarrollo sostenible, no tendremos futuro. Pueden pasar 100 años, como lo he dicho anteriormente, y el país seguirá dando tumbos sin ningún progreso. Eso me aterra, sobre todo pensando en las nuevas generaciones y en mis propios descendientes.

Papel Literario

EL NACIONAL

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