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Opinión

Luis Ugalde

Hace unos días decliné la invitación a un Foro virtual sobre el dilema Votar o no Votar ¿Por qué?

¿Elegir el mal menor? Algunos piensan que en las anunciadas elecciones parlamentarias estamos obligados a escoger el menor de dos males, votar o no votar. Muchos otros, atrapados en la lucha por la sobrevivencia, sienten que en las condiciones impuestas por el régimen no hay elección posible: el proceso ya está cocinado dictatorialmente y cualquiera de las dos opciones se usará para reforzar el mal mayor, que es la perpetuación de este régimen donde la vida política, económica y social agoniza en todas sus dimensiones. Sin más alternativas que irse del país o resignarse a mal vivir bajo la tiranía.

Asalto a la Asamblea Nacional Legítima, la que fue electa por el soberano y desde el primer día asediada, perseguida, anuladas sus decisiones, rebanada y asaltada, pero no rendida. Los demócratas del país y del mundo la reconocieron y apoyaron el muy difícil deber de su Presidente Juan Guaidó de dirigir el proceso para el rescate de la democracia. Ahora la dictadura ha preparado una falsa elección para acabar esa AN irreductible y con creciente reconocimiento internacional; no por lo que ha podido hacer, sino por lo que constitucionalmente significa: transición al rescate democrático del país. Por fin han coincidido con ella los países democráticos de América y Europa, numerosas instituciones no partidistas en Venezuela como las academias, la Iglesia Católica y diversas expresiones de la sociedad civil: para salir pacíficamente de esta tragedia de hambre y dictadura es imprescindible la elección presidencial (también las parlamentarias) libre, justa, transparente y con garantías internacionales.

No basta abstenerse. Obvio para unos y otros. Al mismo tiempo parece que concentrar los esfuerzos y el debate en el voto parlamentario (sí o no) es contribuir al mal mayor, que es la perpetuación del régimen. No importa la buena intención, sino el efecto real. El 80% necesita y quiere salir del régimen y recuperar la vida, pero si centráramos el debate político en votar o no votar, terminaríamos haciendo el juego a la dictadura: si votas legitimas su triunfo y si no votas, le entregas el poder. Si además hay agresiones, descalificaciones y rabia entre los opositores, la dictadura lo celebra.

Rutas de esperanza. Vemos tareas fundamentales para el trabajo de los demócratas de aquí a diciembre.

1) Con este régimen no hay futuro. Hay que salir constitucionalmente de él.

2) No convertir la divergencia en agresión y descalificación entre opositores, de modo que se hagan enemigos irreconciliables. Para la reconstrucción de la vida nacional y rescate de la democracia hacen falta todos los demócratas y toda la sociedad civil y es necesario el renacer de la unidad superior, por encima del sí o del no.

3) Ahora el tema político central no es lo electoral, sino lo económico-social, con gravísimas tareas que requieren todo nuestro esfuerzo movilizado y todo el apoyo internacional posible para el cambio. Este abarca la respuesta a la emergencia humanitaria, que incluye el COVID-19 pero que ni empieza ni termina ahí. En este país arruinado, lleno de perseguidos, presos políticos y desterrados, con millones sin trabajo, ni ingreso vital, es primordial el renacer de la actividad productiva con trabajo, ingresos con poder adquisitivo y vida para millones y sus familias; el rescate de los sistemas de salud y de educación en todos los niveles y de los poderes del Estado (hoy secuestrados), sus instituciones y servicios públicos (luz agua, gas, transporte, seguridad). Son exigencias y movilizaciones que no se pueden dejar para mañana y menos para el año que viene. Es aquí -y no en campañas electorales para perpetuar el régimen- donde renace la conciencia política liberadora y se centra la acción de toda la sociedad civil. Sería una tragedia que en este enorme naufragio nacional la oblación viera a los partidos dedicados a la farsa electoral o simplemente a abstenerse.

Por eso la Unión Europea, el Grupo de Lima, EE.UU. y el Grupo de Contacto por primera vez coinciden en exigir unas elecciones presidenciales (y parlamentarias) que permitan salir de esta cárcel de hambre y miseria sin futuro.

4) Hay incipientes propuestas esperanzadoras como el llamado reciente que hace Guaidó a los principales factores políticos, a la sociedad civil y a todos los demócratas a construir un camino común con propuestas movilizadoras. Se esperan concreciones.

También hay varias propuestas que lleven, con movilización y organización, a manifestar de manera explícita y visible que la gran mayoría quiere salir del régimen. Una es la Consulta Popular propuesta por varios y relanzada por el Consejo Superior de la Democracia Cristiana: la AN actual presidida por Guaidó acordaría activar los artículos 70 y 71 de la Constitución, con apoyo y garantía internacional (ONU, OEA…) para que la dictadura no lo pueda impedir. De Mérida nos llegan otras propuestas complementarias.

Necesitamos un nuevo gobierno nacional de transición con fuerte apoyo internacional y sin las sanciones impuestas a los crímenes del actual gobierno. Lo más conveniente parece ser organizar las elecciones (presidenciales y parlamentarias) para el primer semestre de 2021, una vez superada la pandemia y creadas las otras condiciones democráticas. Ahora la tarea no es votar o no votar sino contribuir a que toda la sociedad civil asuma su responsabilidad en la transición para lograr el fin del nefasto régimen.

30 de agosto 2020

Articularnos

https://articularnos.org/2020/08/30/votar-o-no-vo

 4 min


Thays Peñalver

Esta es una de las frases más educativas que existen en Venezuela, digo educativa porque es proferida por muchos civiles que piensan que quedan regios, pero no se dan cuenta de que cuando la dicen están “educando” en los cuarteles a cuanto teniente sueña con ser un nuevo prócer y sobre todo colaborando con el “chavismo mental”. Pero además “Una mentira que se repite mil veces se convierte en verdad”, frase de las que han sido padres Goebbles, el famoso ministro de propaganda nazi y Vladimir Lenin.

La verdad es que cuando se inició la planificación de la Autopista Caracas la Guaira, Marcos Pérez Jiménez estudiaba en el Perú porque en Venezuela no habían academias militares reales. Cuando se aprobaron los estudios generales –que duraron casi una década- Pérez Jiménez era apenas un capitán del ejército y cuando se aprobaron los planos de toda la obra en 1947, el futuro dictador ni siquiera tenía la mas remota posibilidad de opinar al respecto.

A nadie le importa que Rómulo Betancourt fuera quien inauguró el primer tramo –Maiquetía-Catia la Mar, porque la gigantesca obra exigía reformar buena parte de Caracas y la Guaira antes de comenzar. Cuando la gran obra central finalmente se licitó a todas las grandes compañías extranjeras en Junio de 1949, Marcos Pérez Jiménez no tenía absolutamente algo que ver con la construcción de aquella magnifica obra –que duró mas de cuatro años- y en su exposición como presidente en 1951, el doctor Germán Suárez Flamerich dijo que las obras estaban tan adelantadas, que probablemente ocurriría antes su inauguración a los primeros meses de 1953, razón por la que un año antes de convertirse en dictador, ya los viaductos, los cortes de la montaña y casi dos tercios de la obra estaban completamente finalizados.

Pero aun cuando yo le demuestre, documentos en mano que Marcos Pérez Jiménez tuvo poco o nada que ver con la construcción de tamaña obra, que ya estaba construida en cerca del 85% cuando era Ministro de la Defensa, aun cuando usted puede solicitar todos los documentos en la Biblioteca o Hemeroteca Nacional, la mayoría de la gente incluso luego de leer éste artículo, seguirá diciendo que el dictador construyó la. autopista, solo porque la televisión enseñó que inauguró el tramo final, que era el mas. pequeño e insignificante de todos.

Eso es lo que se ve en las fotos y en YouTube con un Pérez Jiménez acompañando, como Ministro de la Defensa, al presidente de la Republica (Flamerich) pero no se debió a ninguno de ellos, ni a Betancourt, ni a la Junta, sino como todas las demás del Plan Nacional de Vialidad, se les debe a los arquitectos, ingenieros y urbanistas de la generación del 28, los mas grandes héroes civiles que haya parido la historia de la nación y que a pesar de los truhanes y malhechores vestidos de verde, lograron hacer de Caracas lo que es hoy.

Por eso cuando muchos repiten “es que lo que Venezuela necesita es a un Pérez Jiménez” porque construyó la autopista, no solo está diciendo algo que no es cierto, sino que está educando a las nuevas generaciones en que lo que necesitan es que los militares sigan dominando al país.

Ocurre lo mismo con la Ciudad Universitaria, proyectada y construida a partir de 1942 y comenzada a ejecutar durante diez años antes de la llegada del dictador, al que se le imputa su construcción cuando apenas inauguró las obras que ya estaban avanzadas desde su licitación y construyéndose desde 1949. Por eso hay que decirlo claro y en alta voz: Pérez Jiménez ni construyó la autopista Caracas-La Guaira, ni construyó la Ciudad Universitaria. Ni tampoco proyectó las obras que ya estaban diseñadas entre 1940 y 1949 del Centro Simón Bolívar, ni las obras del centro de Caracas cuya planificación central fue aprobada en 1939 con las que concluye el “periodo francés de Caracas” iniciado en la época de Guzmán Blanco y que en especial se les debe a los gigantes arquitectos, urbanistas e ingenieros civiles de esa generación de superhéroes del 28.

Por eso las avenidas Andrés Bello, Bolívar (concluida la obra principal en 1949), Sucre, Nueva Granada, México y Victoria (Presidente Medina), no son tampoco obras de Pérez Jiménez porque ya estaban en plena construcción a su llegada y fueron proyectadas desde 1940. Repetir que Pérez Jiménez es una necesidad o que él fue quien las realizó, como si él hubiera planificado realmente esas obras gracias a su “mentalidad desarrollista”, no solo es una necedad, sino que educa al coronelato a que son ellos los únicos en capacidad de desarrollar a Venezuela y que les debemos mucho, cuando no le debemos un carrizo, porque la historia de Venezuela ha sido una larga lucha entre los civiles preparados y los políticos armados.

Pero repito, aunque las evidencias estén allí, es imposible que no salga alguien de turno a decir que fue el dictador, como repetirán como loros que Pérez Jiménez eliminó los ranchos de Caracas y de nada valdrá explicar que cuando Marcos Pérez Jiménez era capitán, habían 7.776 ranchos en Caracas, cuando lo nombraron presidente su propio censo revelaba que existían 20.993 y cuando salió del poder habían 54.237 ranchos en Caracas. En otras palabras Pérez Jiménez en sus propias memorias perdió la famosa “Batalla contra los ranchos” como la perdió Páez en 1830 y como la hemos perdido siempre, porque el rancho solo puede ser erradicado desde adentro y desde la cabeza de sus ocupantes.

Solo haciendo lo contrario a lo que si hizo Perez Jimenez se puede prosperar, es decir producir, crear industria, creando puestos de trabajo y mucha educación se puede ganar esa batalla. Por esa razón la Venezuela que habitaría la “Ciudad Radiante” planificada y construida bajo la influencia nada menos que de Le Corbusier, una verdadera obra de arte, la convertirían en el 23 de Enero, mientras el rancho y la marginalidad comenzaron a devorarse por dentro a la “Petit-Paris”. Porque nuestros políticos de antes o de ahora piensan que pueden llevar al habitante del rancho a un mejor lugar, sin antes educarlos para cambiarles la mentalidad que ranchifica.

Pérez Jiménez tampoco es responsable por planificar el barrio 2 de Diciembre (23 de Enero), cuya obra se debe a los mismos grandes urbanizadores y al mismo equipo de arquitectos del 1Banco Obrero que crearon antes la Delgado Chalbaud y el Paraíso, de lo que si es responsable fue de triplicar su tamaño contrariando a esos urbanizadores, porque creía ingenuamente que eliminando los dos barrios donde vivían los comunistas, se desharía de ellos. Y precisamente por estar mas pendiente de cobrar el 5% de las comisiones por las obras “lo cual era perfectamente legal” (Perez Jimenez dixit) fue la razón por la que los comunistas, se lo comieron vivo.

Por eso el problema principal era el drama de un país que no buscaba un verdadero desarrollo, no era que Pérez Jiménez fuera bueno o malo, sino que todos creían que construir una “Petit Paris” traería la modernidad en vez de educar a sus niños, en un país en el que solo estaban inscritos en los planteles educativos (según memoria y cuenta del propio dictador) 646 mil de los 1,7 millones de niños en edad escolar (pág. 57). Pero el problema era tal que solo uno de cada 4 niños en Venezuela estudiaba una primaria que le permitiera continuar el bachillerato (el resto eran primeras letras) y casi el 60% de la población de nuestro querido país, no sabía leer ni escribir para el día que Hugo Chávez cumplió 4 años.

Era el drama de una nación que prefería construir un minúsculo hotel en la cima de una montaña –obra que es la mas estúpida de nuestra historia y que si es de Pérez Jiménez- al costo de todas las escuelas que hacían falta. Porque al venezolano lo que le llena de orgullo es enseñar una construcción excéntrica construida por el Estado, en vez de los logros de millones de educados. Obras absurdas mientras solo habían menos de mil estudiantes universitarios inscritos, porque la verdad es que el primer decreto de Pérez Jiménez fue suspender las actividades de la Universidad de Mérida y Zulia y el segundo decreto, fue decretar el cierre de la Central y declararla “zona militar” dejando a Venezuela desnuda de luces, para atender nada menos que la llegada de la era de la computación. Porque nadie entendió que había que dejarse de excentricidades afrancesadas cuando desde el otro lado lo que habían eran pobreza, ranchos y enfermedades endémicas en pleno desarrollo. Había que invertir en industrias, en trabajos, pero sobre todo en educación. Y de eso, no se ocupó el “tan necesario” dictador.

Mientras que Pérez Jiménez cerró las únicas tres universidades con menos de mil alumnos inscritos, solo autorizó la apertura 89 escuelas públicas de las cuales, se construyeron 47, pues las restantes eran casas de familia con el modelo “escuelas de un solo maestro”. Con solo el costo del paseo los Próceres, se pudieron haber construido las 1.976 que hacían falta y dotarlas de presupuesto por cinco años. Las obras planificadas por Pérez Jiménez, fueron en realidad los disparates mas grandes y costosos de nuestra historia, el minúsculo Hotel Humboldt sirve para todo menos para hotel, pues devora millones de dólares al año en mantenimiento y operaciones, sin casino e incluso con este, las perdidas son gigantescas. El Hotel Guaicamacuto tendría que ser remodelado tres veces, porque tras su inauguración y la primera llegada de turistas extranjeros, estos se quejaron pues ninguna habitación tenía baño adentro, por lo que hubo que demoler todo su interior y ser vendido al Sheraton. Esa era una Venezuela con ínfulas de nuevo rico, que nunca entendió sus prioridades.

Finalmente la frase que titula este articulo viene siempre acompañada de “es que con Pérez Jiménez se podía dormir con la puerta abierta” engañando a quien lo escucha, como si fuera gracias a un estado policial que se podía dormir tranquilo, cuando la realidad es que la Venezuela provinciana de los años cincuenta, como la de prácticamente todo el planeta, eran sociedades simples en las que no había mayor violencia. Engañan con la frase, porque esa Venezuela no volverá jamás, como no volverán los años cincuenta en los Estados Unidos, ni en Europa.

Por eso los que repiten peligrosamente que Pérez Jiménez es una necesidad, educan permanentemente al coronelato en las academias, con aquello de que los problemas de Venezuela los puede resolver un solo hombre uniformado y no los millones de venezolanos educándose. Enseñan permanentemente a que un solo coronel puede resolver el tema de los ranchos, sustituyéndolos por Misión Vivienda, un solo coronel puede resolver el tema de la delincuencia con un estado policial. Un solo coronel puede poner a producir mas petróleo rezando, un solo coronel puede hacer producir el campo, mejorar la economía o puede convertirnos en potencia. Eso es lo que en realidad dicen, los que invocan a Pérez Jiménez.

Y si no lo logra, es porque no se trata del coronel correcto y se ponen a buscar otro. La realidad no es que los militares nos gobernaron durante tantos siglos por la amenaza de sus armas, sino por la debilidad y la cobardía de los civiles que no quieren tomar las riendas de su destino, abriendo constantemente las puertas de que: “aquí lo que hace falta es un militar”.

Una frase tan simplista, tan necia y tan absurda que raya en lo homicida. Una frase que cada vez que se repite y lo escucha un teniente como Hugo Chávez, piensa que al pasar su examen de Estado Mayor ya esta listo para seguir “desarrollando” a Venezuela. Los que repiten esa necesidad, son los civiles que añoran permanentemente una bota militar y son los que ya están educando, al próximo Hugo Chávez en los cuarteles.
No amigos, Venezuela no necesita a un Pérez Jiménez, sino al concurso de millones d e civiles educados en todas las áreas y ramas del saber.

Cara.., ¿por qué eso es tan difícil de entender?.

 9 min


Carlos Raúl Hernández

En 20-años-no-es-nada, China dejó de ser una monstruosa concentración de hambrunas. Al comenzar el siglo se hablaba de su rápido crecimiento, pero tenía nula significación en el esquema global de poder. Hoy es la segunda (o primera) economía mundial, de acuerdo con el renglón que examinemos. Sacó, a la fecha 600 millones de personas de la miseria (no existe socialismo que no sea una fábrica de miserables). Latinoamérica parecía ir en ruta desde las reformas de los años 80.

Pero varias décadas de cómica lucha contra el “neoliberalismo”, culminadas en el socialismo del siglo XXI, le amarraron las piernas y hoy Alberto Fernández, como en un delirio borgiano, una pesadilla circular, impone los mismos controles económicos con los que Perón hace setenta años acabó con la segunda potencia mundial de la postguerra, Argentina, desde entonces un pobre país subdesarrollado más. Nuestros intelectuales y “hombres fuertes”, fantoches “antineoliberales”, expropiaban, farfullaban.

Crearon necias multilaterales “contra el imperialismo”, castigaban la propiedad, la oligarquía y los empresarios. Gorgoreaban de “revoluciones pacíficas pero armadas”, “cambios de era”, y llenaban sacos de cucarachas. En tanto China se convertía en el más grande atractor de capitales transnacionales, tal como lo ideó Deng Xiaoping a finales de los años setenta. En 1979 la herencia maoísta y de la “banda de los cuatro” en el PCCh, lo atacó salvajemente por “neoliberal”.

Deng se jugó de nuevo su vida, como hizo varias veces en enfrentamientos con Mao. En una dramática reunión del Comité Central en la que acariciaban descabezarlo, se presentó con videos sobre decenas de miles de muertos en las hambrunas del norte. El efecto fue desgarrador. Varios dirigentes estallaron en lágrimas y aprobaron su plan de privatización agrícola. Para el izquierdismo, tan primitivo como la derecha, “China es comunista”, un acertijo que no logran resolver.

John Sharrasqueadou
¿Cómo es que en “un país comunista” existe una economía de mercado con flujo abierto de capitales y cerca de un millón de empresas extranjeras en su territorio? Según el Informe de inversiones en el mundo 2019, China- Hong Kong es el primer receptor global de capitales, seguido cerca por EEUU. Comenzaron a dominar el mercado mundial de productos ligeros y pasaron a las altas tecnologías. Es difícil cuestionar que el mejor presidente de Estados Unidos en el siglo XX fue Clinton.

Entre muchas cosas porque encomendó a su vicepresidente Al Gore, acelerar al máximo la revolución tecnológica. Pero en adelante el país se concentró en las guerras, mientras los chinos desarmaban sus estructuras socialistas, se hacían economía global y se apoderaban de los mercados. La izquierda y la derecha enmudecieron cuando Xi Jinping en Davos hace tres años afirmó que “China era líder de la globalización” y pidió eliminar “todo proteccionismo y abrir los mercados”.

Trump decidió enfrentar el reto al estilo Jalisco-Chávez, por la vía brutal y no con la creatividad y el trabajo de su adversario, y emprende una cruzada de tercermundismo y chauvinismo económico y político que pone a pasar aceite la economía mundial. La paradoja es que para quienes valoran la economía de mercado, “el capitalismo”, y la globalización, su adalid es Xi Jinping y no Trump. China y no EEUU, que tiene grandes ventajas para recuperar su liderazgo, como lo hizo Clinton sobre Japón.

Su moneda es un poder abrumador, no se diga sobre inexistentes yuan o rublo. Por un tiempo el euro lució retador pero la parálisis europea, la incapacidad para enfrentar tasas impositivas que asfixian nuevas inversiones, dificultan el ahorro de los ciudadanos y condenan a altísimas cuotas de desempleo, mataron esa ilusión. Analistas afirman que la mitad del producto de EEUU se produce simplemente porque el dólar es su moneda.

La mano amarilla
Cada vez que un turista paga en un restaurant de San Petersburgo con una tarjeta extendida por su banco en Barranquilla, o hace una trasferencia a Piura, es gracias al sistema SWIFT, que adscribe 204 naciones y cerca de doce mil bancos, y trabaja de lunes a lunes, 24 horas al día, 365 días al año y traduce todo a dólares. Con eso a su favor (China no podría vender ni un teléfono sin SWIFT) y para la paz mundial de las misses, EEUU tendría que descomprimirse con su ex aliado y socio.


Con histerismo, el gobierno desbarrancó una de las hazañas de Nixon: separar China de Rusia e impedir lo que se produce hoy, un bloque entre la segunda (o primera) potencia económica, con la primera potencia militar. Importantes geopolitólogos temen que esta guerra comercial se convierte en guerra fría y no se sabe si se calienta, conforme a los ánimos de Trump. Animaladas han hecho también en Venezuela, aliada de EEUU, que liquidó el fidelismo en los 60.

Al país lo ahogan y el salvavidas se lo arrojan China y Rusia (Irán, Turquía) ¡Ojalá el chavismo, el nacionalismo y el tercermundismo salgan del cuerpo de la Casa Blanca, que la guerra fría no comience en Venezuela y que resuelvan las diferencias con China y Rusia con las habilidades de Clinton! (PD. Venezuela crecía al mismo ritmo que China, pero los chiriperos sucesivos dinamitaron y bloquearon el camino ¡Salud a los héroes de la antiglobalización!)

@CarlosRaulHer

 4 min


David P. Barash

La ciencia es un proceso que, contrario a la ideología, se distingue por la flexibilidad intelectual. Esa perpetua disposición al cambio genera reticencia.

Dicho por un científico sonará algo presuntuoso, pero aun así lo voy a decir: la ciencia es uno de los esfuerzos más nobles y exitosos de la humanidad, y es la mejor manera que tenemos de comprender cómo funciona el mundo. Sabemos más que nunca acerca de nuestros cuerpos, de la biósfera, del planeta y del cosmos. Somos capaces de fotografiar a Plutón, de desentrañar la mecánica cuántica, de sintetizar químicos complejos y de asomarnos a las operaciones del ADN (y hasta manipularlo), por no hablar de nuestros cerebros e incluso de nuestras enfermedades.

En ocasiones es cierto que el éxito de la ciencia causa problemas. Las armas nucleares –quizá la amenaza más inmediata a la vida en la Tierra– fueron un triunfo de la ciencia. Y luego tenemos los inconvenientes paradójicos de la medicina moderna, en particular la sobrepoblación, así como la destrucción del medio ambiente que la ciencia sin quererlo ha promovido. Sin embargo, nada de esto es la causa de la crisis de legitimidad que enfrenta hoy la ciencia centrada en una desconfianza y negación rampante por parte del público.

¿Cómo puede ser? ¿Por qué a las personas de ciencia nos cuesta tanto defender y promover nuestras mayores hazañas? Hay varios factores en juego. En algunos casos, la ciencia entra en conflicto con las creencias religiosas, en particular con las de los fundamentalistas –cada año me veo en la necesidad de dar a mis estudiantes de licenciatura una “charla” en la que hablo con franqueza con ellos sobre los cuestionamientos que la ciencia evolutiva planteará a las creencias religiosas literalistas que puedan tener–. En el espectro político, existe un conflicto entre los hechos científicos y las perspectivas económicas de corto plazo. Las personas que niegan el cambio climático tienden a ser no solo analfabetas científicas sino a recibir apoyo de corporaciones emisoras de co2. Los antivacunas fundan su ímpetu en las repercusiones de un único estudio desacreditado que sigue resonando entre personas predispuestas a creer en la “medicina alternativa” y opuestas a la sabiduría establecida.

El problema, no obstante, es mucho más profundo. Muchos de los hallazgos científicos van en contra del sentido común y ponen en entredicho nuestros presupuestos más profundos sobre la realidad: el hecho de que aun los objetos más sólidos están compuestos en su mayoría, a nivel subatómico, de espacio vacío, o la dificultad de concebir cosas que van más allá de nuestra experiencia cotidiana, como pasa con las enormes temperaturas, escalas de tiempo, distancias y velocidades, o (como en el caso de la deriva continental) con los movimientos extremadamente lentos –por no hablar de la posibilidad, estadísticamente verificable pero inimaginable en otros sentidos, de la selección natural de generar, con el paso del tiempo, resultados de una complejidad deslumbrante–. Encima de todo esto está la paradoja persistente de que entre más conocemos sobre la realidad menos central e importante resulta ser nuestra especie.

Y, sin embargo, hay un factor desatendido en la desconfianza que tiene el público frente a la ciencia, y está en el corazón de los esfuerzos científicos. La capacidad de autocorregirse es la fuente de la inmensa fuerza de la ciencia, pero en cambio al público lo desconcierta que la sabiduría científica no sea inmutable. El conocimiento científico cambia con enorme velocidad y frecuencia –como debe ser–, sin embargo, la opinión pública arrastra los pies y se niega a ser modificada una vez que queda establecida. Y este rápido reflujo de la “sabiduría” científica ha hecho que mucha gente se sienta mareada, confundida, y cada vez más renuente a acercarse a la ciencia en sí.

En su muy influyente libro La estructura de las revoluciones científicas (1962), el físico y filósofo de la ciencia Thomas Kuhn discutió que la “ciencia normal” avanza siguiendo ciertos paradigmas dominantes. En otras palabras, cada disciplina científica está gobernada por una serie de teorías y supuestos metafísicos aceptados dentro de los cuales la ciencia normal opera. Periódicamente, cuando esta rutinaria “solución de enigmas” lleva a resultados inconsistentes con la perspectiva dominante, sobreviene un periodo disruptivo y emocionante de “revolución científica” después del cual se establece un nuevo paradigma y la ciencia normal vuelve a operar.

Extrañamente, Kuhn comentó que los nuevos paradigmas no necesariamente ofrecen una imagen más precisa del mundo real. Es una aseveración particular: por ejemplo, en el campo propio de Kuhn, la astronomía, la perspectiva copernicana de un sistema solar heliocéntrico es claramente superior a la geocéntrica anterior. El lenguaje de Kuhn ha permitido tener una sensación exagerada de lo revolucionario que puede resultar un paradigma nuevo. Cuando Newton dijo: “Si he visto más lejos, es porque estaba parado sobre los hombros de gigantes”, no solo estaba siendo modesto; estaba más bien enfatizando el grado en que la ciencia es acumulativa, construida a partir de los logros anteriores y no a partir de saltos cuánticos.

Kuhn, sin embargo, estaba en lo cierto acerca de esto: el proceso acumulativo genera no solo algo más, sino también algo completamente nuevo. En ocasiones lo nuevo implica el descubrimiento literal de algo que no se conocía con anterioridad (los electrones, la relatividad general, el Homo naledi). Por lo menos tan importantes, sin embargo, son las novedades conceptuales; cambios en los modos en que la gente entiende –y con frecuencia malentiende– el mundo material: sus paradigmas operativos.

Claro que las leyes y los procesos fundamentales del mundo natural existen de manera independiente de los paradigmas humanos: la Tierra orbita alrededor del Sol independientemente de si las personas tienen una perspectiva ptolemaica o copernicana. Como dijo B. F. Skinner: “Ninguna teoría cambia aquello sobre lo que quiere teorizar.” Los detalles factuales del mundo están en una continua fluctuación heraclitiana, pero las reglas y los patrones básicos que subyacen a estos cambios en el mundo físico y biológico permanecen constantes. Hasta donde sabemos, la luz viajaba a la misma velocidad durante la era de los dinosaurios que ahora, así como la relatividad general y especial eran válidas antes de ser identificadas por Albert Einstein. Nuestros hallazgos, sin embargo, están en constante “evolución”.

Este tipo de cambio es al mismo tiempo emocionante y atemorizante. Después de todo, cuesta mucho trabajo dejar de lado una idea preciada, en particular una que tomó tiempo para que se propagara y que al final termina siendo aceptada ampliamente. Y para muchas personas –científicos y no científicos– es mucho más difícil dejar ir ideas que parecían tener el sello de aprobación de la ciencia. ¿No se trata de eso la ciencia: una serie de hechos factuales inamovibles sobre lo que sabemos que es verdad?

De hecho, esa frase misma es falsa. La ciencia es un proceso que, contrario a la ideología, se distingue por la flexibilidad intelectual, por una aceptación grácil, agradecida (aunque a veces renuente), de la necesidad de cambiar de opinión según las evoluciones de nuestra comprensión del mundo. La mayoría de las personas no son revolucionarias, ni en el ámbito científico ni en ninguno otro. Pero cualquiera que aspire a estar bien informado necesita comprender no solo los hallazgos científicos más importantes, sino también estar al tanto de su naturaleza provisional y de la necesidad de evitar las categorías excesivamente sólidas: estar al tanto de cuándo hay que dejar ir el paradigma existente y reemplazarlo con uno nuevo. Lo que es más, hay que estar al tanto de que estas transiciones son señales de progreso y no de debilidad, una consideración mucho más difícil de lo que parece. Un buen paradigma es difícil de dejar ir.

Hay una larga lista de ideas que se consideraron como “científicamente válidas” en su momento y desde hace tiempo han sido descartadas. La creencia en una Tierra plana fue una muy prominente, junto con el sistema ptolemaico que había ubicado a nuestro planeta como el centro de todas las cosas celestiales. Aunque es sencillo ridiculizar esa temprana perspectiva geocéntrica, fue impresionantemente “científica” en su momento, apoyada en modelos matemáticos elaborados y en los datos empíricos disponibles en ese tiempo –aunque, claro, estaba basada en una astronomía visual y no en el uso de telescopios.

La alquimia es, en un sentido real, el ancestro de lo que ahora llamamos química, pero sus practicantes tuvieron que retractarse de su paradigma anterior para convertirse, al final, en químicos “reales”. Otras teorías perdidas incluyen al “éter luminífero”, por mucho tiempo considerado la sustancia que propagaba las ondas de luz y cuyo alcance explicativo se extendió hasta incluir a la radiación electromagnética en general, o la teoría calórica, que planteaba la existencia de una sustancia hipotética hecha de calor, y que pasaba de cuerpos más calientes a otros más fríos.

Algunos de estos cambios de paradigma ocurrieron antes de que la ciencia misma se convirtiera en un empeño institucional, y entonces no minaban la legitimidad de la ciencia como proyecto. El término “científico” no existió hasta que el historiador y filósofo inglés William Whewell lo acuñó en 1834. Una vez que la ciencia se convirtió en una disciplina intelectual y a los científicos se les identificó como sus practicantes, entonces junto con lo bueno (el progreso en la correcta comprensión del mundo natural) llegó lo malo (el hecho de que la sabiduría de la ciencia no fuera sólida como la piedra).

Los cambios de paradigma no están confinados al pasado distante. En mi propia especialidad, el estudio del comportamiento animal, fue de rigueur durante décadas evitar cualquier suposición de conciencia animal, o incluso la presencia de una mente animal. Cualquier insinuación de antropomorfismo era como el tercer riel en la investigación del comportamiento animal: tocarlo quizá no implicaba morir electrocutado pero sí perderte una beca o un puesto académico. Este paradigma de los animales “sin mente” se derivaba en parte de la aplicación errada del principio de la navaja de Ockham (las explicaciones más simples siempre son preferibles) y en parte también de la consecuencia del conductismo radical, un esfuerzo por transformar a la psicología en algo puramente objetivo y científico –un enfoque en gran medida pasado de moda–. Los hallazgos recientes, incluyendo el trabajo realizado con Alex (que tristemente ya murió), el loro gris africano, así como los impresionantes estudios sobre la cognición de chimpancés, cuervos y perros, han evidenciado que estas criaturas son capaces de hazañas intelectuales que se comparan favorablemente con las de seres humanos normales y sanos. En su momento negadas por la ciencia, las mentes animales son ahora sujetos legítimos de estudio bajo la rúbrica de la “etología cognitiva”.

La mente animal es un objeto legítimo de investigación científica, y al mismo tiempo la mente humana ha sido trasladada al universo físico. Esto es profundamente confuso para quienes estaban comprometidos con el concepto místico de la conciencia como algo inefablemente separado de la materialidad. René Descartes es famoso como filósofo y matemático, sin embargo él se consideraba a sí mismo principalmente un investigador empírico, y de hecho fue un pionero en el siglo xvii de la fisiología. Parte de la ciencia de Descartes se basaba en la certeza de que el cuerpo y la mente eran entidades distintas, una concepción que sigue siendo muy influyente en la imaginación popular. Sin embargo, una de las disciplinas científicas más productivas en nuestros días es la neurobiología, cuyos hallazgos han hecho cada vez más difícil sostener ese concepto de dualidad cartesiana de que la conciencia humana está más allá del alcance de la investigación científica y de las explicaciones físicas y biológicas. “Tú, tus alegrías y tus penas, tus memorias y tus ambiciones, tu sentido de identidad personal y tu libre albedrío”, escribió Francis Crick en su libro La búsqueda científica del alma. Una revolucionaria hipótesis para el siglo XXI (Debate, 1994), “no son más que el comportamiento de un enorme ensamblaje de células nerviosas y sus moléculas asociadas”.

Algunos de los cambios de paradigma más importantes han tenido lugar en el campo de la biomedicina: por eso no es ninguna sorpresa que muchas de las quejas sobre la inconsistencia de la ciencia surjan a partir de la confusión ante los consejos cambiantes sobre nuestros cuerpos y el cuidado que tenemos que tener de ellos. Gracias a Louis Pasteur, Robert Koch, Joseph Lister y otros microbiólogos pioneros del siglo XIX y XX, comprendimos el rol que desempeñan los patógenos en las enfermedades, lo que llevó al descubrimiento científico de que “los gérmenes son malos”. Este paradigma particular –que desplazó a la creencia en el “aire malo” y nociones similares (el término influenza viene de la supuesta “influencia” de los miasmas en las enfermedades)– fue rechazado con particular fuerza por las autoridades médicas del momento. Los doctores, que rutinariamente realizaban autopsias a cadáveres atestados de enfermedades, no estaban dispuestos a aceptar la idea de que sus manos sin lavar fueran las transmisoras de enfermedades a sus pacientes, al grado de que el médico Ignaz Semmelweis, quien en 1847 demostró el papel de los patógenos en las manos como causa de la fiebre puerperal, fue ignorado, vilipendiado y finalmente conducido a la locura.

Más recientemente, la gente por fin se había acostumbrado a preocuparse por criaturas tan pequeñas que no pueden verse simplemente, y ahora una nueva generación de microbiólogos ha demostrado el sorprendente hecho de que muchos microbios asociados con nosotros (incluidos pero no limitados a los que componen el microbioma intestinal) no solo son benignos sino que son esenciales para la salud.

Las células nerviosas, nos dijeron, no se regeneran, en especial las del cerebro. Ahora sabemos que sí lo hacen. Los cerebros incluso producen nuevas neuronas; así que sí se le pueden enseñar nuevos trucos a un perro viejo. Lo mismo pasa con el supuesto hasta hace poco de que una vez que una célula embrionaria se diferencia para volverse una célula de la piel o del hígado su destino está sellado. Gracias a la tecnología de clonación esto ha cambiado, ya que se descubrió que los núcleos de las células pueden ser inducidos a diferenciarse en otros tipos de tejido también. Dolly la oveja fue clonada a partir del núcleo de una célula mamaria completamente diferenciada, lo que prueba que el paradigma de la diferenciación celular irreversible debía ser revisado. Los biólogos han sabido desde hace mucho que la vida es frágil y existe en condiciones muy específicas y especiales. Au contraire: se han descubierto organismos vivos en algunos de los ambientes más desafiantes imaginables, incluidas las ventilas hidrotermales en el fondo del mar y condiciones anaeróbicas que antes se consideraban carentes de vida. Las vidas individuales sin duda son frágiles, pero la vida es notablemente robusta.

Hasta hace poco, los doctores estaban seguros científicamente de que por lo menos se requería una semana de reposo absoluto después de un parto vaginal normal, sin complicaciones, y más después de alguna cirugía invasiva. Ahora a los pacientes quirúrgicos se les alienta a que comiencen a caminar lo más pronto posible. Durante décadas, las anginas protuberantes pero benignas se le extirpaban a un niño con la garganta adolorida. Ahora ya no. La psiquiatría nos ofrece una panoplia problemática y generalizada: la homosexualidad, hasta 1974, se consideraba una enfermedad mental; la esquizofrenia se pensaba que era causada por los malos comportamientos verbales y emocionales de “madres esquizofrenógenas”; y las lobotomías prefrontales eran el tratamiento científicamente aprobado para la esquizofrenia, la enfermedad bipolar, la depresión psicótica y, algunas veces, incluso simplemente como una manera de calmar a un paciente irascible e intransigente.

Probablemente los casos más notables de paradigmas médicos hallados, luego perdidos, luego recuperados y más tarde colocados en una especie de limbo científico ocurren en el campo de la nutrición. No fui el único niño que creció en la década de los cincuenta para quien un desayuno normal estaba compuesto por dos huevos. Para las generaciones siguientes, el colesterol era poco menos que un veneno. ¿Y ahora? Ahora no tanto. No hay duda de que las grasas trans son malas, muy malas. Pero otras grasas han pasado por un ciclo vertiginoso de exilio, aceptación y después tolerancia moderada solo porque reducen el apetito y quizá puedan ayudar a limitar la obesidad. La cafeína también era mala, un veredicto que se revirtió –pero solo hasta cierto punto–. ¿El vino? ¿En especial el vino tinto? Malo. Más bien, en realidad, bueno. Siempre y cuando no se exceda. ¿Azúcar? Primero bien, luego no. Y ahora, más o menos. Y no empecemos a hablar del gluten.

Desprovistos de los paradigmas anteriores, muchos de ellos reconfortantes, ¿qué nos queda? Algunas de las certidumbres destronadas no se extrañan, por lo menos no por el momento: cambiar de dieta (aunque no sea sencillo) es algo relativamente claro, como también lo es reconceptualizar nuestra percepción de los microbios y la capacidad de las células nerviosas para regenerarse o de otras para diferenciarse.

Sin embargo, perder cualquier paradigma desorienta y la pérdida de algunos puede ser hasta descorazonadora. Quizá lo que lamentamos sea la pérdida de certeza, del tipo de certeza que las religiones ofrecen a sus seguidores. Quizá se trate de una búsqueda de autoridad, el tipo de autoridad que buscábamos en nuestros padres. O de una añoranza universal por tener un puerto confiable –conceptual y no marítimo, obviamente– en medio de las tormentas de imponderables de la vida. Cualquiera que sea la causa, a las personas se les dificulta aceptar que la realidad del mundo sea inestable, cambiante e impermanente. Y esta dificultad, a su vez, nos incomoda a propósito de la única certeza y estabilidad que la ciencia nos ofrece: que los paradigmas vienen y se van.

Y más preocupante todavía, los cambios en los hallazgos científicos han permitido que los malhechores siembren dudas. Los creacionistas señalan la dinámica intelectual cambiante entre los partidarios del gradualismo filético (que la evolución avanza lentamente) y el equilibrio puntuado (que algunas veces avanza muy rápido), para señalar que el darwinismo está severamente puesto en duda. No lo está. Los especialistas están en desacuerdo únicamente en el ritmo al que la evolución por selección natural sucede; no ponen en duda que es algo que sucede. Lo mismo pasa con la controversia sobre si la unidad de medida de la selección es el gen, el individuo o el grupo. Pero, en el mismo sentido, los negadores del cambio climático señalan las constantes revisiones a los modelos atmosféricos y los datos como “prueba” de que la ciencia en sí misma es falsa. “Si la ciencia climática es algo establecido”, escribió el columnista conservador Charles Krauthammer en The Washington Post en 2014, “¿por qué sus predicciones siguen cambiando?” Hay que decirle al Sr. Krauthammer que esto pasa porque conforme conseguimos mejores datos podemos hacer mejores predicciones (que confirman el calentamiento global antropogénico a un grado mucho más y no menos preocupante).

Un posible correctivo para todo esto sería el modo en que enseñamos ciencia. Actualmente nuestros hallazgos se comunican como un catálogo de Cosas que Sabemos, lo cual tiene la doble desventaja de hacer que la ciencia parezca un ejercicio laborioso de memorización, pero también da la falsa impresión de que nuestro conocimiento es algo petrificado e inmutable, como un insecto del periodo cretácico atrapado en un pedazo de ámbar. Quizá, más bien, deberíamos enseñar ciencia como una emocionante revisión de Las Cosas que No Sabemos (Todavía).

Sin la manta reconfortante de la permanencia ilusoria y la verdad absoluta, tenemos la oportunidad y la obligación de hacer algo extraordinario: ver el mundo como es, y entender y aceptar que nuestras imágenes seguirán cambiando, no porque estén equivocadas, sino porque nos hacemos cada vez más con mejores instrumentos de visión. Nuestra realidad no se vuelve más inestable, lo que pasa es que nuestro entendimiento de la realidad es, por necesidad, un trabajo en proceso.

La pérdida de paradigmas puede resultar algo doloroso, pero es testimonio de la condición vibrante de la ciencia y de la imparable mejoría del entendimiento humano conforme nos acercamos a una comprensión cada vez más precisa del modo en que opera el mundo. Según la Biblia, fuimos castigados por comer el fruto prohibido del Árbol del Conocimiento del Bien y el Mal. En nuestra búsqueda de conocimiento –no del bien y el mal, pero (como dijo Shakespeare) de cómo se agita el mundo– también absorbemos un tipo de castigo. Afortunadamente, perder un paradigma es mucho menos devastador que perder el paraíso. Más aún, a diferencia de los supuestos modos de Dios, la ciencia no necesita ninguna justificación especial más allá de la satisfacción que brinda, así como los hallazgos prácticos que ofrece. Cada paradigma perdido se compensa con la sabiduría encontrada.

Recientemente escuché a un hombre entrevistado en la estación de radio pública local sobre la dificultad de mantenerse al día en lo que consideraba “los virajes de la sabiduría científica”. Dijo: “Fui soldado en Irak en dos ocasiones y sé lo difícil que es atinarle a un blanco en movimiento. Lo que desearía es que los expertos científicos se quedaran quietos.”

Pero ese es el punto. Quedarse quieta es exactamente lo que la ciencia no hará. ~

Traducción del inglés de Pablo Duarte.

Publicado originalmente en Aeon.

1 de abril 2020

Letras Libres

https://www.letraslibres.com/mexico/revista/paradigmas-perdidos-como-cam...

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Elías Pino Iturrieta

Desconcertado por la aparición de un cesarismo que no había existido hasta entonces, el pueblo venezolano contempló en silencio el establecimiento de la dictadura de Cipriano Castro. El terror de las décadas siguientes lo condujo a un silencio sepulcral, mientras los viejos guerreros que quedaban del siglo XIX y un puñado de estudiantes de la UCV trataban de levantarse frente al oprobio gomecista. La ruta de la transición hacia formas democráticas, llevada a cabo después de la muerte del tirano, no fue obra de las masas, sino de una élite comprometida con cambios que no se podían postergar. Las masas hacen su aparición durante el Trienio Adeco para conmover a la sociedad con su presencia, y para animar los pasos de una democracia que esperaba turno desde el comienzo del estado nacional; pero enmudecen cuando el presidente Gallegos, aclamado en la víspera y electo en forma arrolladora, es derrocado por una militarada. En la lucha contra la dictadura de Pérez Jiménez solo se jugaron el pellejo los activistas de la resistencia, una estadística reducida de valientes, mientras el pueblo los contemplaba desde una vergonzosa lejanía.

Antes, en el siglo XIX, las muchedumbres harapientas se consumieron en el campo de las guerras civiles y en el seguimiento de caudillos apenas capaces de ofrecer remiendos pasajeros de la vida, es decir, en procesos alejados de la edificación de una república como la propuesta cuando nos separamos de Colombia para ser venezolanos. Después, cuando se estableció la democracia representativa a partir de 1958, lo más destacado de la participación de la sociedad en el apuntalamiento de la democracia se limita a votar cada cinco años para fortalecer la alternabilidad en el control de los asuntos públicos. Los partidos de masas hacen que una cómoda clientela se acostumbre a la obediencia, a una deseable mansedumbre, o la manejan para alejarla de pugnas que pueden conducir a la inestabilidad. Este vistazo necesita más pausa, debe aterrizar en la pesca de evidencias que lo sostengan, debido a que pretende revisar el mito del “bravo pueblo” con el cual se han querido distinguir las obras de la sociedad. Tal revisión puede tener importancia porque no busca el derrumbe de una patraña patriotera, sino encontrarle fecha; porque quiere afirmar que solo en nuestros días, en las proezas colectivas contra la dictadura chavista, se ha materializado esa masa combativa con la cual comienza el Himno Nacional sin que se pueda saber de dónde diablos la sacaron sus autores.

Pero, como el Himno Nacional es un símbolo patrio y ese tipo de manifestaciones no está sujeto a la crítica, no está en la boca de los colegiales ni en el inicio de las ceremonias públicas para que le busquemos las goteras, digamos entonces que cuando se ufanó del “bravo pueblo” no hizo una constatación, sino una profecía. La clarividencia del escritor de su letra lo trasportó hacia el porvenir, hacia el tramo temporal que corre entre 2000 y 2020, época en la cual, después de una exasperante pereza cívica, la sociedad venezolana se estrena en el heroico oficio de jugarse la vida y la libertad en un alzamiento masivo contra la antirepública. Sobre el paso de la mansedumbre a la bravura se detiene un excepcional reportaje publicado la pasada semana aquí, en La Gran Aldea, “Dos décadas de protestas en Venezuela”, acucioso aporte en torno a la bravura que se concretó después de bíblica hibernación. Leída sin prisas, la investigación ofrece motivos fundamentales para pensar en cómo se está ante un suceso susceptible de dar un vuelco a nuestra historia. Las primeras protestas, según señala, se realizaron en defensa de la educación de la niñez amenazada por una pedagogía autoritaria, para salvaguardar la propiedad privada frente a las agallas del “socialismo”, y también por la libertad de expresión que se impedía a un canal de televisión, en cuya preparación no tuvieron preponderancia los partidos políticos. Fueron productos de organizaciones de cuño republicano que parecían desaparecidas, pero que, de pronto, se manifestaban en la defensa de sus intereses; criaturas adormecidas de antaño que ofrecían testimonios de dinamismo ogaño, o búsquedas colectivas que dieron señales de vida hasta llegar a cifras gigantescas de participación y a inimaginables cuotas de sacrificio sin esperar el llamado de las banderías que hasta entonces solo habían actuado en forma espasmódica. Hechos de esta naturaleza conducen a pensar en cómo se está labrando una historia inédita, sin cuya valoración no se llegará a un desenlace vinculado a sus propósitos de substancial transformación.

El problema consiste en saber si los partidos políticos de oposición han apreciado la trascendencia de la novedad. Las manifestaciones masivas que ahora señalamos como insólitas se han convertido en retraimiento y mudez debido a la represión de la dictadura, que se ha enfrentado a conductas inéditas de repulsa con los métodos antiguos del terror y la sangre, pero también a la desacertada interpretación que han hecho de ellas los líderes que supuestamente están ahora en su vanguardia. No han entendido esos líderes que en nuestros memorables días la carreta ha marchado delante del caballo, o sin caballo en la cabeza de la competencia, o pensando en fabricar un transporte que no dependa del combustible de antes. O, más cuesta arriba, que ellos también deben debutar en un teatro que no se han atrevido a conocer en profundidad porque no han participado en su creación, porque se extravían en sus laberintos. Da la impresión de que el “bravo pueblo” nuevo en esta plaza les llevó una morena hasta cuando resolvió tomarse un receso, pero tienen la necesidad de agarrar el paso. ¿Por qué no reflexionan y enmiendan durante ese receso que les cae como lluvia celestial? Si no, se irán con su “hoja de ruta” al rincón en el cual pasarán el resto de sus días.

30 de agosto 2020

La Gran Aldea

https://lagranaldea.com/2020/08/30/el-debut-del-bravo-pueblo/

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Sigmar Gabriel

En menos de tres meses, Estados Unidos tendrá su 59.° elección presidencial cuatrienal. Debido a que Estados Unidos aún es más poderoso económica y militarmente que sus dos principales competidores (Rusia y China) juntos, sus elecciones siempre tienen impacto a nivel mundial, pero nunca antes hubo una que implicara una amenaza tan importante para el resto del mundo.

No hay dudas de que la reelección del presidente Donald Trump pondría en peligro tanto a EE. UU. como al mundo. Además, hay muchos motivos para temer que una elección reñida podría sumergir a EE. UU. en una profunda y prolongada crisis constitucional, y tal vez en la violencia civil.

De manera similar, si Trump solo consigue una victoria en el colegio electoral y pierde con el voto popular —como ocurrió en 2016— no es muy probable que su contrincante, Joe Biden, ni la mayor parte del país que se opone a él acepten el resultado tan fácilmente como Hillary Clinton en 2016 y Al Gore en 2000. Y si la Corte Suprema vuelve a intervenir para elegir al ganador, como ocurrió cuando escogió a George W. Bush en vez de a Gore, es casi seguro que habrá masivas protestas en todo el país. En respuesta, Trump casi seguramente enviaría a las tropas de las fuerzas del orden federales, como ya lo hizo en Portland y otras ciudades.

Otra opción, ya que Biden sistemáticamente obtiene mejores resultados que Trump en las encuestas de opinión, es que Trump podría intentar usar la pandemia de la COVID-19 como pretexto para posponer o corromper de algún otro modo las elecciones. Ya dedicó el verano a denigrar la validez de los sufragios por correo para deslegitimar por anticipado las votaciones del 3 de noviembre. Aunque estas acciones encontraron una fuerte resistencia, Trump está preparando el terreno para movilizar a sus partidarios y aferrarse a la Casa Blanca independientemente del resultado de las elecciones.

Los disturbios y saqueos como los que vimos recientemente en Portland y Chicago ayudarán inevitablemente a Trump en términos políticos mientras adopta esa estrategia. Ya estuvo dispuesto a desplegar las fuerzas del Departamento de Seguridad Nacional en el centro de Portland para intimidar a grupos relativamente pequeños (y, en su mayoría, pacíficos) de manifestantes. El resultado predecible (y probablemente buscado) fue la expansión de las protestas y la escalada de la violencia. El mensaje de Trump a los blancos de clase media que habitan en los suburbios es claro: aquí hay un presidente que mantiene la ley y el orden.

El uso de recursos federales para intimidar a la población también alimenta la narrativa trumpista de que no puede haber elecciones justas y en calma sin que sus opositores las manipulen a través del fraude electoral. Las imágenes de las milicias de extrema derecha fuertemente armadas que asistieron a las protestas pacíficas presagian lo que le espera al país este otoño.

Esta versión de EE. UU., cuyas divisiones internas se han derramado cada vez más hacia la política exterior tal vez sea la mayor amenaza a la seguridad que enfrenta el resto del mundo en la actualidad. En una época de crecientes riesgos en el planeta —desde pandemias y cambio climático hasta la proliferación de armas nucleares y la reafirmación china y rusa— la implosión política de EE. UU. multiplicaría al máximo las amenazas. Estados Unidos es sencillamente demasiado importante en términos económicos, políticos y militares como para tomarse un descanso o, peor aún, convertirse en un saboteador impredecible en los conflictos mundiales porque su gobierno necesita presumir ante un electorado local limitado.

Solo nos queda esperar que la elección tenga un ganador claro tanto en el colegio electoral como a través del voto popular. Sin embargo, incluso en ese caso, el recuento para obtener el resultado final puede llevar tiempo debido al enorme aumento de los votos por correo que se espera. Se considerarán válidas todas las boletas con timbres postales del 2 o el 3 de noviembre (según el estado), por lo que no se conocerá el resultado final hasta después del día de las elecciones. Durante esa lapso de incertidumbre, cualquiera de los rivales, o ambos, pueden tratar de reclamar la victoria según el recuento de votos a la fecha.

En todo caso, no hay ninguna probabilidad de que Trump espere cortésmente en el Despacho Oval durante días o semanas hasta que esté el recuento final. Ya insinuó vagamente durante algunas entrevistas que no abandonará la Casa Blanca si pierde; de hecho, parece estar preparándose activamente para ese escenario. Si sigue ese camino, la principal superpotencia del mundo se encontrará frente a una prolongada —y tal vez inextricable— crisis constitucional.

La antigua alianza de los países occidentales democráticos e industrializados ha cometido muchos errores en los últimos años y eso ha afectado su reputación internacional, pero ninguna institución es más fundamental para mantener el atractivo general de Occidente que las elecciones libres y justas. Si el anterior líder de facto de Occidente no es capaz de defender siquiera este principio, el resto del mundo bien puede optar por otros sistemas políticos.

Agsoto 26, 2020

Traducción al español por www.Ant-Translation.com

Project Syndicate

https://www.project-syndicate.org/commentary/us-election-risk-to-the-wor...

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Jesús Elorza G.

Muchos de los militantes pertenecientes a las organizaciones que conforman el "Gran Polo Patriótico, se manifestaban sorprendidos e indignados por las recientes decisiones judiciales en contra de dirigentes comprometidos con el proceso revolucionario. No lograban entender como hasta ayer, el camarada Nicolas les pidió que se disfrazaran de alacranes para dar la impresión de ser militantes de los oligarcas y golpistas partidos AD, PJ, COPEI, Voluntad Popular y Proyecto Venezuela y ahora nos sale ordenándole al Camarada Mikel, que desde el TSJ se intervengan organizaciones revolucionarias.

El Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) siguiendo las ordenes de Nicolás suspendió este 18 de agosto a las actuales direcciones nacionales de las organizaciones Partido Tendencias Unificadas Para Alcanzar Movimiento de Acción Revolucionaria Organizada (Tupamaro) y Patria para Todos (PPT). Además, nombró una junta directiva ad-hoc de las referidas organizaciones políticas “para llevar adelante el proceso de reestructuración necesario”, según se lee en la sentencia número 0119. Dicha junta directiva ad hoc-podrá utilizar la tarjeta electoral, el logo, símbolos, emblemas, colores y cualquier otro concepto propio de las referidas organizaciones.

No se limitaron solo a intervenir descaradamente a las organizaciones nombradas, sino que también amenazan constantemente, con los organismos represivos del régimen, al histórico Partido Comunista de Venezuela (PCV).

¿Quién puede explicar esta situación? reclamaban constantemente los milicianos a sus jefes políticos.

Cuando la situación se hizo pública y se les iba de las manos a las autoridades del PSUV, uno de esos dirigentes dio la cara e intento dar una explicación: camaradas, todo este peo, se inicia luego del anuncio de la conformación de la Alternativa Popular Revolucionaria, después de varios años de arduas y acaloradas discusiones, reordenamientos tácticos y ajustes en el accionar político de varias organizaciones.

Esta es una alianza de partidos y movimientos de izquierda que se muestran decididos a marcar un decisivo deslinde de las políticas anti-populares del gobierno nacional y ofrecer un nuevo referente obrero, campesino y popular al país, por una salida revolucionaria a la crisis del capitalismo.

Promovida por el Partido Comunista de Venezuela (PCV), Patria Para Todos (PPT), Izquierda Unida (IU) y Lucha de Clases -sección venezolana de la Corriente Marxista Internacional, 4 de las 6 organizaciones que forman parte del Frente Popular Anti-fascista y Anti-imperialista (FPAA. En principio, a esta coalición se han sumado la Red Nacional de Comuneras y Comuneros, el MB200, Somos Lina, Movimiento LGTI, MPA, COMPA y el PRT.

La Alternativa Popular Revolucionaria es el fruto de la presión de las bases sociales de la izquierda en general por orientar un desmarque de la política gubernamental, que ha destruido las conquistas de la Revolución Bolivariana de forma sistemática, ha traicionado las aspiraciones de los trabajadores y el pueblo, ha asfixiado de manera burocrática todas las instancias de participación popular, combinando el ajuste económico anti-obrero con innumerables concesiones a la burguesía tradicional, toda vez que favorece el surgimiento de la llamada «burguesía revolucionaria» mediante la corrupción desmedida.

-Camarada, interrumpió uno de los milicianos a su jefe. Eso no tiene nada de malo en el marco del respeto a la disidencia y la autonomía de las organizaciones.

Tienes razón, dijo el expositor, pero la arrechera del Camarada Nicolás, se produjo cuando estas organizaciones promovieron entre si una alianza electoral para el 6 de diciembre "sin la participación del PSUV" y a partir de ese momento ordenó, al mejor estilo de Stalin con "La Gran Purga", Polt Pot con el genocidio de los "Jemeres Rojos" o Mao con su "Revolucion Cultural", la purga de los promotores de esas organizaciones.

-Camarada, ripostó otro de los milicianos, ¿dónde quedan los principios democráticos de Libertad de Expresión o el de la Crítica y la Autocritica?

A esa pregunta el expositor respondió rápidamente, señalando que la democracia participativa revolucionaria se limita a "Yo participo y tu o ustedes obedecen". No nos vamos a calar una alianza electoral fuera del PSUV; para eso elevamos a 270 el número de diputados con la finalidad de darle una tética parlamentaria a esos pequeños grupúsculos que forman parte de nuestra revolución. En el PSUV todo, fuera de el ...purga y/o cárcel.

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