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Opinión

A principios de 2019, Juan Guaidó saltó de las sombras y se convirtió en una alternativa real para el regreso a la democracia en Venezuela. Fue una noticia trepidante que logró concentrar a su alrededor un nutrido y sólido respaldo internacional. Casi doce meses después, su liderazgo está cada vez más fragmentado, un escándalo de corrupción salpica a casi toda la dirigencia opositora, y el propio país —en medio de un contexto regional convulsionado— se ha ido apagando, incluso como noticia. ¿Cuál es la esperanza para Venezuela ahora? ¿Qué puede hacer la oposición después de un año con muchas promesas y pocos resultados?

En 2019, Venezuela tuvo, como nunca antes, un escenario tan favorable para un cambio político. El fracaso del modelo oficial y la aterradora crisis económica; el apoyo internacional —con sanciones concretas a altos funcionarios del régimen—; el surgimiento de un liderazgo nuevo, distinto, con otra imagen y otra retórica; un sustento legal propicio, anclado al fraude electoral que permitió que Nicolás Maduro prolongara su estancia en el poder en mayo del año pasado… El chavismo, por su parte, se dispuso a resistir implementando dos de sus políticas más eficaces: la violencia y la indolencia. La represión feroz y la total falta de sensibilidad ante la tragedia que vive la gran mayoría de la población. Nuevamente apostó al desgaste y confió en los recurrentes errores de sus adversarios.

Ya se sabe: es muy difícil ser de oposición en Venezuela. Implica tener a todo el Estado y las instituciones como enemigos. Los partidos políticos ni tienen ni pueden tener ningún tipo de financiamiento, la gran mayoría de sus dirigentes están en el exilio, en la cárcel, o viven perseguidos. El control hegemónico de los medios oficiales se dirige a invisibilizar o descalificar cualquier vocería o actividad que no muestre su fiel apoyo a “la revolución”. Pero, aparte de todo esto, además, no es fácil ser oposición en Venezuela porque sus propios representantes viven en una permanente guerra interna. No hay un liderazgo que pueda sobrevivir a ese circo de conspiraciones múltiples. La ambición personal y el oportunismo parecen ser ya una condición genética de buena parte de la dirigencia de la oposición en Venezuela. Hay egos tan duros que no se ablandan ni siquiera con la catástrofe que vive el país. Se trata, sin duda, de un saboteo suicida.

El tema de la corrupción debe también analizarse dentro de este contexto. Hace una semana, una investigación independiente del portal periodístico Armando.info reveló que al menos una decena de diputados de diferentes partidos de oposición estaban realizando acciones en favor de personas o empresas ligadas al gobierno de Maduro y sancionadas o investigadas internacionalmente por manejos irregulares y lavado de dinero.

No es la primera vez, ni será la última, que un funcionario público resulta implicado en un caso de corrupción o tráfico de influencias. Menos en Venezuela. Si algo define al chavismo es la corrupción. Ese es su modo de vida. Basta recordar un espantoso caso de la Productora y Distribuidora Venezolana de Alimentos (Pdval), cuando aparecieron cien mil toneladas de alimentos podridos y toda la dirigencia chavista, en bloque, impidió que se investigara y castigara a los responsables. Visto desde este presente de hambre y precariedad, resulta todavía más criminal. En el fondo, el chavismo goza de un récord incómodo: la revolución bolivariana, sin lugar a dudas, es la revolución más corrupta de la historia.

Que unos diputados de partidos de oposición sean unos charlatanes profesionales que, por debajo de su retórica contra el régimen de Maduro, hayan hecho tratos y sean sospechosos de haber recibido dinero para limpiar los ilícitos oficiales, es tan indignante y criminal como que unos banqueros ganen enormes fortunas ayudando y enseñando a los jerarcas del chavismo a lavar todo lo que han robado del tesoro público o que algunos empresarios, hijos de la burguesía caraqueña, se hayan vuelto multimillonarios estafando al país. Todo forma parte de una misma realidad, de un país sin ley y sin instituciones. Hablar de un Estado fallido es hablar de una sociedad que solo funciona a través de la corrupción.

Nada puede defender a estos diputados opositores de la sanción que merecen y del escarnio público. Su caso, lamentablemente, también alimentará las diatribas intestinas entre los diferentes sectores políticos y seguirá sumando puntos en la abultada desesperanza nacional. Es un combustible más en la explosiva dinámica de escaramuza interna en la que vive la dirigencia de la oposición. El futuro de la democracia no puede quedar suspendido entre los iluminados que han hecho del radicalismo su zona de confort, los extremistas que nunca hacen política y, por eso mismo, siempre tienen la razón; o los oportunistas que entienden la negociación como una transacción y la política como una operación comercial.

El general Alberto Müller Rojas, jefe del comando electoral de Hugo Chávez en los comicios de 1998, señaló en una oportunidad que su trabajo había sido “fácil”. El triunfo —decía— se produjo “más por la gran cantidad de errores políticos que cometieron sus adversarios que por la calidad de nuestra campaña electoral, que fue relativamente desordenada”. Casi veinte años después, lo único que parece haber cambiado es el chavismo. Ya no improvisan. Dos décadas como gobierno han mejorado su falta de escrúpulos y su manejo perverso del poder. La oposición, sin embargo, sigue encontrándose con una piedra eterna, sigue tropezándose consigo misma.

Según las proyecciones de la ONU, para finales de este año la migración venezolana alcanzará la cifra de cinco millones de personas. De esta manera también migra la esperanza. Y la oposición también tiene una responsabilidad en todo esto. Su dirigencia no puede seguir repitiendo los mismos errores. Los chavistas seguirán jugando sus mismas cartas. Se mantienen en el poder gracias a la violencia mientras pretenden inventar una oposición “oficial”, a su medida. Pero internacionalmente están heridos, necesitan eliminar las sanciones económicas que los mantienen cercados. Esto parece ser lo único que podría empujarlos hacia una transición, obligarlos a aceptar unas elecciones libres y transparentes. Pero del otro lado, es imprescindible que haya una oposición unida y articulada, honesta y con altura política. El 2019 pasó y se está yendo como otra gran oportunidad perdida para los venezolanos. Lo que está en disputa no es ya el triunfo de un bloque sobre otro sino la existencia de todos. Por ahora, Venezuela solo es un país en vía de extinción.

8 de diciembre 2019

NY Times

https://www.nytimes.com/es/2019/12/08/espanol/opinion/oposicion-venezola...

 5 min


Moisés Naím

El partido centrista dominante en Suecia, revierte su posición y anuncia que está dispuesto a aliarse con los nacionalistas de extrema derecha”. “Para mantenerse en el poder, [el primer ministro canadiense] Trudeau debe aprender a trabajar con sus rivales”. “Israel, en camino a su tercera elección en un año”. “Protestas callejeras llevan a la renuncia del primer ministro de Irak”. “El premier de Finlandia renuncia al colapsar su coalición”. “Pelosi anuncia que el Congreso procederá con la acusación formal contra Trump”. Estos fueron titulares de prensa de la semana pasada.

Hay países donde los rivales políticos logran ponerse de acuerdo, y gobiernan, compartiendo el poder. En otros, el odio entre los contrincantes hace imposible acuerdo alguno. Los rivales son vistos como enemigos cuyas ideas o actuaciones los inhabilitan. La posibilidad de cohabitar políticamente con personas o grupos que promueven agendas inaceptables o, peor aún, que han sido acusados de crímenes y abusos, resulta moral y psicológicamente inaceptable para sus adversarios. Una alianza con estos adversarios muchas veces equivale al suicidio político de quien se atreva a proponerla. Otras veces es la solución. Dura de tragar, ciertamente, y fácil de denunciar apelando a la moral y a la justicia. A veces, sin embargo, la incapacidad de los adversarios políticos para ponerse de acuerdo condena al país a la parálisis política y gubernamental. Entre 2010 y 2011, por ejemplo, Bélgica estuvo 589 días sin que las facciones en pugna pudiesen formar gobierno.

Actualmente, la polarización es la norma en la mayoría de las democracias del mundo. Si bien siempre ha existido, en los últimos tiempos la polarización se ha exacerbado. Naturalmente, en las democracias la división de la sociedad se refleja cada vez que hay elecciones. Ninguna agrupación política recibe suficientes votos como para formar un gobierno.

Esto no fue siempre así. Décadas atrás, Sudáfrica y Chile lograron evitar la violencia política y tener prolongados periodos de estabilidad y progreso gracias a las alianzas que se dieron entre enemigos históricos.

Nelson Mandela logró lo que nadie creía posible: una transición pacífica de la hegemonía de la minoría blanca, que impuso el apartheid, a una democracia en la cual la mayoría negra alcanzó el poder a través de las elecciones. En Chile, el movimiento democrático negoció un acuerdo con el general Augusto Pinochet que para muchos chilenos era inaceptable. Dejaba al dictador no solo como senador vitalicio sino como intocable comandante de las Fuerzas Armadas, ya que impedía que los presidentes electos pudiesen destituir del cargo a los jefes militares. La Constitución también garantizaba un número de senadores nombrados a dedo por los militares y refrendaba la obligatoriedad de asignar automáticamente a las Fuerzas Armadas el 10% de los ingresos generados por las exportaciones de cobre, la principal fuente de divisas del país. Obviamente, para quienes sufrieron las persecuciones y torturas de la Junta Militar, aceptar todo esto era como ingerir un revulsivo. No obstante, también en Chile, el resultado de una negociación entre el Gobierno militar y las fuerzas democráticas permitió la transición pacífica de una dictadura a una democracia.

Como sabemos, en los últimos tiempos, ni Chile ni Sudáfrica han podido salvarse de las convulsiones políticas que incendian las calles. Pero ambas sociedades se beneficiaron de un largo periodo en el cual enemigos políticos lograron convivir.

En Sudáfrica, después de abolido el apartheid, la economía se expandió, la inflación cayó y proliferaron los programas sociales, muchos de los cuales, por primera vez, beneficiaron a las mayorías más necesitadas. En Chile, las distintas facciones políticas, que incluían tanto a quienes apoyaban a Pinochet como a quienes fueron sus víctimas, lograron ponerse de acuerdo sobre la política económica. El resultado fue una de las economías más exitosas del mundo. Según cifras del Banco Mundial, en el año 2000, más de un tercio de los chilenos vivía en condiciones de pobreza, mientras que para el 2017, la proporción de pobres había bajado al 6,4%.

Estos éxitos no fueron suficientes. En Sudáfrica el desempleo, la inmensa corrupción y un estado inepto son fuentes de grandes frustraciones. En Chile, se descuidaron las necesidades de vastos sectores de la sociedad. En ambos países la desigualdad económica está entre las más altas del mundo.

Queda por verse si estos dos países encontrarán la forma de producir coaliciones que hagan posible gobernar y prosperar. El reto que enfrentan Chile y Sudáfrica hoy lo enfrentan la mayoría de las democracias del mundo: crear, en una sociedad altamente polarizada, acuerdos entre grupos que se odian.

Es posible imaginar un futuro en el cual las democracias del mundo se dividen entre aquellas que están empantanadas en conflictos irresolubles que las estancan y otras que, gracias a acuerdos entre enemigos políticos, logran formar gobiernos capaces de gobernar. En el siglo XXI, aprender a hacer gobiernos con gente que se odia puede llegar a ser un requisito para que las democracias prosperen.

Twitter @moisesnaim

9 de diciembre de 2019

El País

https://elpais.com/elpais/2019/12/07/opinion/1575735457_241840.html

 3 min


Un sistema, por ejemplo un sistema socio-económico y político, vive un proceso de transición, cuando está cambiando gradualmente desde un estadio o modo de ser inicial a otro distinto, lo que implica que las características de cualquier situación intermedia en el proceso sean una combinación de los rasgos del estadio inicial y de otros nuevos que anuncian el estadio final.

Considerando lo anterior, quienes hoy discurren sobre una transición en Venezuela, no se refieren a una forma particular de cambio cuasi instantáneo en el cual todos los elementos del estadio inicial habrán desaparecido en un breve plazo; se refieren a un proceso de cambio gradual, en cuyos estadios intermedios convivirán elementos del régimen inicial que casi todos los venezolanos rechazan y de un estado de cosas final que desea la mayoría. Por otra parte, siendo realistas, para los venezolanos puede ser atractiva la opción de iniciar muy pronto una transición, frente a la apuesta por un desplazamiento total del régimen hoy imperante, la cual tiene una probabilidad muy baja de éxito en el corto plazo, debido a la correlación de las fuerzas que están en capacidad de emplear el gobierno y los aliados internacionales que lo mantienen, por una parte, y la oposición democrática y sus aliados por la otra.

Hay que entender que no sería corto el proceso de transición que nos podría llevar a salvar el enorme abismo que hay entre lo que hoy tenemos y lo que aspiramos tener como sistema socio-económico y político futuro, y que las transformaciones necesarias trascienden el sólo ajuste de algunos instrumentos electorales, acomodo al que se limitan muchos voceros de la Oposición cuando hablan de transición.

Está claro cómo es el estadio inicial del cual partiría la transición. Él implica, entre otros rasgos dominantes, la inexistencia de las libertades individuales y las instituciones fundamentales de la democracia, la desaparición de las bases y reglas requeridas para el progreso de la sociedad, el predominio de la pobreza y el empleo sistemático de políticas populistas clientelares para manipular a los más pobres, la siembra de odios entre grupos sociales, la violación sistemática de los derechos humanos y la desinstitucionalización de la justicia, el uso de la Fuerza Armada para reprimir a los ciudadanos, la corrupción de buena parte de la clase política y de una clase empresarial relacionada con ella, y la asociación del Estado con redes criminales y organizaciones terroristas internacionales.

En el otro extremo del proceso de transición deseable deberíamos buscar un sistema socio-económico y político cuyos rasgos fundamentales fuesen opuestos a los comentados para el estadio inicial. Si bien podría argumentarse que algunas de las transformaciones implícitas en el paso de un sistema a otro llevarían muchos años y pertenecen a lo que se ha llamado “la reconstrucción” de Venezuela, la cual vendría después, si continuamos con las analogías constructivas se nos hace evidente que al menos las fundaciones para esa reconstrucción deberían quedar armadas como parte de la transición.

Partiendo de las premisas anteriores, y pensando en la hipótesis de que se negociaría un proceso deseable de transición entre la Oposición, el Chavismo y la Fuerza Armada, planteamos a continuación tres grupos de propuestas a ser consideradas en ocasión de tal negociación. El primer grupo se refiere a unas estrategias para hacer pacífico e irreversible el proceso inicial de transformaciones; el segundo tiene que ver con cómo vencer algunas amenazas muy serias, internas y externas, que podrían desviar al proceso del destino deseado por la mayoría de los venezolanos; y el tercero involucra la duración de la transición, es decir el horizonte temporal en el cual puede completarse lo que hemos llamado las fundaciones.

UNA TRANSICIÓN PACÍFICA E IRREVERSIBLE

Lograr que la transición sea pacífica y que no se revierta en medio del camino, implica poner en marcha una estrategia de reconciliación con justicia que construya nuevos soportes para la convivencia, reducir notablemente la exclusión social y restablecer una Fuerza Armada que sea garante de la democracia, las libertades y la paz. Nuestras propuestas en los tres ámbitos constan de políticas públicas y reformas concretas que fueron planteadas en nuestro libro “Venezuela, vértigo y futuro” de la Universidad Metropolitana y Editorial Dahbar.

Nuestras propuestas sobre la reconciliación con justicia persiguen, en una primera dimensión, superar la animosidad política extrema; en una segunda esfera plantean una estrategia para hacer justicia y reparar a las víctimas de crímenes graves contra los derechos humanos cuyos responsables son dirigentes del Estado; y en un tercer espacio, formulan políticas y programas para reducir a la mínima expresión posible la violencia delictual que ha llegado a niveles nunca antes vividos.

En cuanto a la reducción de la exclusión social, nuestra propuesta fundamental consiste en poner en ejecución -desde el inicio de la transición- un conjunto de políticas públicas soportadas en un pacto para el progreso de todos y la superación de la pobreza, en el cual se comprometan el gobierno, los partidos políticos, los organismos empresariales y los sindicatos. Las políticas del Pacto deben dirigirse a la estabilización macroeconómica, el abatimiento de la inflación y la recuperación de los salarios reales; a la generación de progreso real en las condiciones de empleo, la seguridad social y los servicios de salud; a la recuperación de la calidad en la educación pública; y a una mejora sostenida de los servicios y equipamientos de todos los barrios del país mediante programas con una vida no menor de 20 años.

Lograr una lealtad activa de la Fuerza Armada Nacional a la Constitución será indispensable para que vivamos una transición pacífica y para que podamos reconstruir y consolidar nuevamente las instituciones republicanas. Para lograr esto, es necesario que las negociaciones que den inicio a la transición acuerden la forma en que serán implementadas una cultura civilista y democrática en el seno de la FAN, así como las reformas en los estatutos que sustentan su funcionamiento y el alcance y la manera de realizar la depuración de los altos mandos actuales.

EL COMBATE A LA CORRUPCIÓN Y A LAS REDES INTERNACIONALES DEL CRIMEN Y EL TERRORISMO

Son rasgos del sistema de gobernanza actual de Venezuela, la corrupción generalizada en la dirigencia del Estado y la vinculación orgánica del alto gobierno y las élites militares con el lavado internacional de dinero y con redes delictivas globales que trafican drogas, armas, personas y minerales estratégicos. De admitirse que algunos de estos rasgos persistan en la transición, el proceso sería prisionero del régimen anterior y sus aliados internacionales, y nunca llegaría a avanzar.

La corrupción contribuyó a la pérdida de la democracia a finales del Siglo XX y hoy ha penetrado cuadros dirigentes de la Oposición, debilitando con descrédito los esfuerzos que se hacen por la liberación de Venezuela. La transición venezolana tiene que basarse en un acuerdo explícito de lucha contra la corrupción y debe dotarse de los mecanismos institucionales para hacerlo efectivo.

Por su parte, el tráfico de drogas en general y en particular el apoyo al mismo a través de órganos del Estado; las relaciones con Hezbollah, Iran y Cuba para desestabilizar a otras democracias; y la exportación ilegal y sin controles de minerales del Arco Minero, no solo deben ser activamente perseguidos por la Venezuela de la transición a través de la justicia y sus cuerpos auxiliares. Venezuela debe defenderse de estas amenazas externas reincorporándose a los tratados internacionales de los cuales la retiró el régimen socialista, y con el mismo fin debe participar de otros mecanismos de coordinación de la seguridad internacional, de la lucha contra el crimen organizado y de la cooperación internacional para el desarrollo.

LA DURACIÓN DE LA TRANSICIÓN

Como se desprende de lo antes dicho, la duración del proceso de transición no debe establecerse ex-ante reduciendo sus alcances a asuntos puramente electorales. Hay políticas y medidas necesarias para construir las fundaciones de la posterior reconstrucción, que tienen lapsos de maduración superiores a los electorales y que sólo tendrán éxito si su aplicación es apoyada por los factores de la actual oposición, el chavismo y la Fuerza Armada. Lo responsable de parte de la Oposición sería colocar en segundo plano los apetitos electorales, para no arriesgar la gobernabilidad en lo inmediato y la sostenibilidad futura de la democracia.

 6 min


Roberto R. Aramayo

En un artículo publicado recientemente, Txetxu Ausín -director de la revista Dilemata- y Lydia de Tienda Palop -profesora de filosofía moral y política de la Universidad Complutense de Madrid-, reivindican el papel de la ética como un instrumento pedagógico ineludible para formar ciudadanos que sepan luchar por sus derechos, al ser conscientes de unos valores democráticos que cimentan el bien común gracias a la empatía.

Su trabajo va desgranando los distintos frentes en que la ética puede rendir un fecundo servicio social y también plantea la cuestión de si es posible concebir una ética política.

Historia de la ética y la política

Hace tiempo escribí un ensayo que versaba sobre las relaciones entre la ética y la política, publicado bajo el título de La quimera del Rey Filósofo y que acaba de traducirse al inglés. Allí se rastreaba cómo le había ido a esa relación de la moral con lo político durante dos milenios y medio desde Platón hasta Max Weber.

El balance no fue muy positivo.

Al pobre Platón casi lo vendieron como esclavo cuando quiso adoctrinar al tirano de Siracusa, Dionisio I, para que fuera mejor gobernante. Así es como Platón intentó aplicar en la práctica su teoría sobre que los filósofos debían llevar el timón de la nave del Estado con arreglo a sus conocimientos, para orientar mejores formas de gobierno.

¿Cómo aplicar las ideas de la filosofía en la vida cotidiana? El filósofo alemán Wolfram Eilenberger te lo explica

Maquiavelo cobró mala fama por escribir un manual sobre las ruindades que cabe hacer para conseguir o conservar el poder, aunque con ello se convirtiera en el primer politólogo de la modernidad y escindiera las consideraciones religiosas del ámbito estrictamente político, al describir sin cortapisas los resortes de la maquinaria política.

Su experiencia como Secretario florentino le permitía complementar dos perspectivas diferentes, puesto que él había frecuentado la plaza con el pueblo y el palacio de los patricios, por lo que se hallaba familiarizado con ambos foros.

Voltaire se rebeló contra la intolerancia y denunció sin descanso los desmanes del fanatismo religioso de su época, pero no dejó de adular a un monarca, Federico II de Prusia, con quien llegó a publicar conjuntamente una refutación del maquiavelismo, aun cuando ese rey defraudó las expectativas depositadas en él nada más acceder al trono.

A Federico el Grande le gustaba verse como un rey filósofo, pero en realidad no habría pasado a la historia sin sus hazañas bélicas, dado que sus cualidades como ensayista y poeta sólo se dieron a conocer por ser el rey de Prusia.

Qué es el estoicismo, la filosofía de 2.000 años de antigüedad que se usa para sobrevivir al caos

Diderot dialogó con Catalina la Grande y le aconsejó cómo llevar adelante algunas reformas en Rusia, pero también le vendió su biblioteca personal para obtener una dote con la que casar a su hija.

Con todo, Diderot no dejó de criticar el absolutismo de Luis XVI y el colonialismo del nuevo mundo por parte de las potencias europeas.

Para Weber una cosa era vivir de la política y otra muy diferente vivir para la política. En su célebre conferencia sobre "La política como vocación" distinguió entre una ética de las convicciones y una ética de la responsabilidad, haciendo ver que la política demanda esta última, porque hay que saber aplicar cuanto piden los principios.

Moralista político y político moral

Aunque no se la toma en serio cuando es necesario hacerlo y se la obvia como una imprescindible asignatura transversal en todos los niveles educativos, la filosofía parece conservar algún prestigio, como muestra el hecho de que algún banco se sirva del término para publicitar sus productos con "digilosofía".

Y eso mismo sucede con la ética, cuyo nombre se suele tomar en vano cada vez con más frecuencia. Se diría que su invocación constituye una especie de fórmula mágica y que su sola mención equivale a cambiar las cosas como por un ensalmo. De ahí que hayan intentado proliferar, por ejemplo, las bancas éticas y otras cosas por el estilo.

En su ensayo titulado Hacia la paz perpetua, Kant utiliza la ética para distinguir entre dos clases de políticos, aquellos que la utilizan como mero barniz para camuflar sus tropelías y esos otros que la toman como principio rector de sus decisiones.

A Kant le cabe imaginar "un político moral para quien los principios de la prudencia política puedan ser compatibles con la moral, mas no un moralista político que se forja una moral según la encuentre adaptable al provecho del estadista".

Garcés insiste en que la filosofía es vital y necesaria.

Dedicar unos años a la política es una de las cosas más dignas que cualquiera puede hacer, porque conlleva un sacrificio personal y profesional para quien tiene otro quehacer. Sin embargo, a veces parece seguir siendo válido este diagnóstico de Voltaire:

"La palabra político significa originariamente ciudadano, mientras que hoy viene a significar embaucador de los ciudadanos".

Va siendo hora de que prevalezca el distingo kantiano y desaparezcan los moralistas políticos de la gestión pública, donde sólo debería haber sitio para políticos morales.

En definitiva, los políticos de índole moral no son en absoluto algo quimérico y deberían proliferar cada vez más gracias a una presencia de la reflexión ética en las instituciones educativas y los medios de comunicación.

8 de diciembre 2019

The Conversation

BBC

https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-50696981

 4 min


Carlos Raúl Hernández

(Este trabajo se publicó el 14 de abril de este año que fenece. Léalo entre comillas)

El gran Viraje"
Después que la toma de Miraflores se convirtió en simulacro y éste en protesta frente a Corpoelec, corresponde una sacudida mental. El balance de estos ya tres meses sugiere que caminar lento o rápido no garantiza que se va a algún sitio preciso y hay que chequear la brújula. Tumbar la puerta a patadas no es política y menos descalzo. Según Gramsci la inteligencia pesimista ve los problemas, pero vencerlos requiere una voluntad optimista, aunque lo inverso es una catástrofe. Si Guaidó se sale de la huella y asume el viraje, tendrá apoyo resuelto contra los que lo inducen al fracaso y a repetir tonterías.
Los simples imploraron un golpe militar al que dieron el ridículo nombre de “intervención militar democrática”. Y una tan burda que jamás pensé escuchar en esta vida ni en las siguientes: una invasión militar extranjera. La estrategia de patear descalzo estuvo clara siempre. Desde las guarimbas de 2003, el paro petrolero, plazaltamira, la abstención 2005, la salida en 2014, la salidota en 2016, la megasalida en 2017 (Mariella Rossi dixit) la recontra salida de 2018. Pero podríamos estar frente a un cambio de paradigma y de ser así habrá que ganar a la opinión pública.
A finales de enero 2019, cuando por algún incomprensible motivo pensaban posible la fábula de la invasión, llovieron twits y hasta algún reportaje con retrato hablado de los creadores de la estrategia pirata. Ni el Caballo de Troya parecía tan brillante. Y si (¡digo es un decir!) se materializara el viraje habría que celebrar la aparición de un dirigente con coraje para rehacer y rehacerse. Hasta ahora, quienes se equivocaron se hicieron los locos y pusieron la basura debajo de la alfombra. Querían actuar entre escombros como si nada hubiera pasado.
El príncipe de las mareas
El Príncipe de las Mareas es una vieja película dirigida por Barbra Streisand (1991) coprotagonizada por Nick Nolte. Cuenta la historia de una madre y dos niños, víctimas de asalto y violación en su hogar, que pactaron fingir absoluta normalidad al regreso del padre de su trabajo en la noche. Juraron nunca más hablar de eso, que quedaría sepultado en la memoria. Como era previsible, el terrible hecho como su represión síquica destruyeron las vidas de todos. Los duelos y lo errores hay que procesarlos y no dejar cadáveres en el closet.
Es letal en la política sembrar ilusiones, inventar deadlines imaginarios, soñar con trompetas de Jericó. Hay que sacarse de la cabeza malos ruidos y reconstruir la política, muerta en el extravagante llamado a abstenerse el 20 de mayo (“¡invasión sí, elecciones no!”. La único después de tanta alucinación, es el camino electoral democrático y negociar con el gobierno ante los ojos de UE, Latinoamérica, EEUU, Rusia, China y el Vaticano. Héctor Rodríguez propuso a la oposición un acuerdo el 18 de enero para regresar a una relación civilizada. El 5 de marzo Jorge Rodríguez planteó cinco puntos, le respondieron con el mantra y no recibió nada serio a cambio.
Arreaza hizo un puente que nadie pasó. Maduro propuso por tercera vez un proceso electoral (con supervisión de sus amigos), y Diosdado Cabello retó en su papel de policía malo: “estamos preparados para la violencia o para las elecciones”. No es excusable menospreciar como actos de debilidad, y sería soberbia del suicida pensar que “ya falta poco”, otra vez dando vueltas en la noria, en la amarga espera de que el gobierno caiga. Hay que apoyar al Grupo de Contacto de la UE porque, única posibilidad real de salir del infierno.
Gobierno de cohabitación
No se puede reconstruir el país sin un acuerdo de gobernabilidad entre gobierno y oposición, que contemple elecciones bajo supervisión internacional (¿alguien podría suponer que no serían libres?). El mantra ha bloqueado la posibilidad de pensar en política adulta, como una cohabitación en la que Maduro rehaga lo que destruyó, ejecute las severas reformas económicas con apoyo global y cargue con los costos políticos. El mantra se la pone fácil: que gobiernen sus opositores, implanten medidas difíciles, mientras el chavismo toma las calles y recupera fuerzas.
Para que haya confianza en algún eventual acuerdo, debe imperar justicia transicional y asegurar instituciones que hagan imposibles los ajustes de cuenta. Todo el mundo debería saber que derrotado Pinochet, quedó como jefe del ejército. Y liquidado Daniel Ortega, logró hacer a su hermano ministro de Defensa de Violeta Chamorro. De errada fuente sale la declaración de ilegitimidad hace tres meses. Hoy aparece un planteamiento útil: si ningún grupo se impone al otro, hay que buscar soluciones prácticas. Entendido eso a tiempo, hubiéramos ahorrado tragedias, como la muerte de pemones.
Eso lo deberían saber hasta los perros de la calle pero lamentablemente no es así. Si el gobierno acepta un proceso electoral es que acepta irse, pero para seguir en la política, incluido Maduro. Que lo tengan presente los esclarecidos de la intervención militar democrática. Era pueril aquel jacarandoso “solo se puede negociar a qué país se van”. Paralelamente se requiere un acuerdo especial, independiente del otro, para enfrentar la crisis eléctrica. Tanta política ha hecho olvidar a la gente."


@CarlosRaulHer

https://www.eluniversal.com/el-universal/56918/la-memoria-y-el-olvido

 4 min


Joaquín Estefanía

Los dos pilares en los que se sustenta el sistema, el político (la democracia) y el económico (el capitalismo), se encuentran en crisis, como muestra la avalancha de estudios que continuamente aparecen sobre ello. Sabíamos que puede haber capitalismo sin democracia (la China actual, el Chile de Pinochet, la España de Franco…), pero no al revés. El premio Nobel de Economía Amartya Sen, entre otros muchos, ha advertido de que para que funcione ese nudo gordiano entre democracia y capitalismo, ambos términos deben mantenerse en cierto equilibrio, en sus virtudes y en sus defectos, y en los últimos tiempos el segundo se había fortalecido mientras que el primero enfermaba de anemia.

Los dos se acompañan hoy de abusos estructurales —la democracia se presenta sin complejos como iliberal, con la corrupción a cuestas, etcétera; el capitalismo, escoltado por la desigualdad y en muchos casos por la ineficacia — y las complicidades entre el poder político y el poder económico contienen cada vez más elementos espurios. En uno de los libros recientemente publicados (La democracia herida; coordinador, Álvaro Soto; Marcial Pons) se analiza cómo el ciclo político de expansión democrática abierto en 1974 muestra síntomas de agotamiento, los problemas políticos (algunos nuevos) se han ido complicando con la crisis económica, que ha tenido un efecto multiplicador de las deficiencias. A ello se incorporan formas de protesta diferentes y distintos tipos de acciones colectivas que rompen con los modelos habituales a los que se había acostumbrado la sociedad (léase Patriotas indignados; Francisco Veiga et altri; Alianza Editorial).

Es paradójico que las mayores críticas a la democracia provengan de los demócratas más comprometidos, y que el capitalismo sea crucificado un día sí y otro también por publicaciones tan cercanas a él como The Economist, Financial Times…, e instituciones empresariales como la Business Round­table o la British Academy, que a veces se acercan a las posturas izquierdistas de algunos de los candidatos del Partido Demócrata en EE UU. No es la primera vez que sucede en la historia. Hace casi 80 años, el economista austriaco Joseph A. Schumpeter escribió un libro capital para las ciencias sociales: Capitalismo, socialismo y democracia, al que los sucesos de la Gran Recesión (esa regresión de la distribución de la renta, la riqueza y el poder a lo largo de casi una década) han dado una segunda oportunidad. Schumpeter reflexiona sobre la permanencia del capitalismo, el funcionamiento de un socialismo que desprecia y cómo podrán ser en el futuro las relaciones entre democracia y capitalismo.

La primera frase trascendental de Schumpeter es rotunda: “¿Puede sobrevivir el capitalismo? No, no creo que pueda”. En ello coincide con Marx, pero por distintas razones: el alemán de Tréveris profetiza la desaparición forzada del capitalismo por sus contradicciones internas, mientras que Schumpeter lo considera ineludible debido a su éxito: el dinamismo del capitalismo se manifiesta a través de un proceso de destrucción creadora mediante el cual los elementos anticuados son constantemente reemplazados por otros más modernos. Lo ocurrido, lo sabemos sobre todo desde la caída del muro de Berlín, ha sido una inversión notable de lo que el austriaco vaticinó: el capitalismo no ha conducido inevitablemente al socialismo, sino que, por el contrario, éste ha cedido el paso de modo inexorable al capitalismo. Se ha producido una transición del socialismo al capitalismo, y no al revés.

Detrás de casi todo lo que ocurre a nuestro alrededor está esta mezcla de debilidades. A veces la democracia y el capitalismo de nuestros días parecen llevar, vacilantes, el cavilar de un atleta retirado. Hay una tensión permanente entre dos principios: el individualismo y la desigualdad por una parte, y el espacio público y la tendencia a la igualdad por la otra, lo que obliga a la búsqueda de un compromiso entre ellas. La jerarquía de valores exige (salvo para los fundamentalistas del mercado) que en última instancia el principio económico esté subordinado a la democracia y no al revés. Y sin embargo, parecen estar de espaldas.

8 de diciembre 2019

El País

https://elpais.com/elpais/2019/12/06/ideas/1575646891_142238.html?prod=R...

 3 min


Edgar Benarroch

La historia, en términos generales, es una disciplina social que recoge los acontecimientos ocurridos en el pasado, pero ella puede estar cargada de la creatividad imaginaria y de hechos ficticios producto de la mentalidad humana, a esta rama se le conoce como literaria. Existen variados textos imaginados que son verdaderas joyas de la literatura y la composición que han recibido reconocimiento nacional e internacional y son consideradas maestras en el ámbito universal. A la historia que nos referiremos en las siguientes líneas es a la científica que tiene como objetivo casi único y primordial conocer e interpretar los hechos, sucesos y comportamientos reales, por lo tanto debe ser significativamente objetiva e imparcial sin que priven sentimientos o ideales del historiador, arraigada solamente en los acontecimientos tal y como sucedieron. Es conocer el pasado para entender el presente y permitirnos avizorar el porvenir. Es registrar al hombre en su doble dimensión, orgánica y espiritual, con sus aciertos y errores.

La historia científica política es la narración y análisis de los hechos, ideas, organizaciones, sistemas, naciones y muy particularmente la prédica y conducta de los protagonistas, los líderes o dirigentes. Es el hombre quien predica y actúa en política. Los auténticos son aquellos cuyas ejecutorias están en correspondencia con sus ideas , pensamiento y proclamas.

Quienes tienen fe de carbonero, que creen firmemente por encima de todo y piensan que "No se mueve una hoja sin que Dios lo permita" también sostienen que todo lo que el hombre realiza o no, ha sido visto por nuestro Señor. Siendo así es el Creador el origen y génesis de la historia.

La historia política se nutre de lo que dice y hace el ser humano, pudiésemos afirmar sin exageración que es casi de manera exclusiva.

Jesús nos dijo que a los cristianos les conoceréis por sus obras y frutos , otorgándole una significativa relevancia a nuestra conducta, a lo que hacemos o dejamos de hacer y a cómo y por qué lo hacemos . Lo que hagamos o dejemos de hacer hoy, mañana, la historia lo recogerá y emitirá su juicio

En notas anteriores señalé que "la historia nos juzgará", recogerá y analizará nuestro comportamiento de hoy, lo que digamos y hagamos en acción u omisión quedará para el juicio de mañana, aunque hoy en tiempo presente y a lo mejor de inmediato podemos emitir juicios sobre el quehacer político y fundamentalmente de la conducta de quienes son los protagonistas de los hechos. Sin embargo muchos intelectuales afirman que la historia se debe analizar y escribir a distancia.

Los textos recogen biografías de políticos insignes que hicieron buena historia, que estuvieron a la altura de los desafíos que sus tiempos les presentaron y que su actuación fue la incansable lucha por alcanzar el Bien Común, por la justicia y la libertad. También recogen a políticos sumamente cuestionados que no supieron o no quisieron atender con altura los más altos intereses nacionales y que relegaron el Bien Común para priorizar sus particulares intereses y deseos o los del sector a que pertenecieron en sacrificio del colectivo.

Hoy somos retratados y mañana nos veremos y nos verán, como aparezcamos en la fotografía seremos juzgados. Tratemos de salir bien en la foto para merecer el reconocimiento de la historia y ello lo logramos con autenticidad, con denodado trabajo por el rescate democrático, por recuperar el imperio de la justicia y entregarnos en cuerpo y alma a la lucha por alcanzar el Bien Común.

El Bien Común y el alto interés nacional reclaman UNDAD de quienes queremos cambio en la conducción del país. Ella es la base más sólida donde podemos descansar con confianza nuestros sueños de libertad, progreso y conquista de los valores democráticos y aspirar a la reconstrucción nacional. Dios nos ayudará en esta tarea en la medida que nosotros nos ayudemos. Preguntémonos si lo estamos haciendo bien. La respuesta nos conducirá a profundizar o rectificar, ambas posibilidades son apremiantes, si lo estamos haciendo bien redoblar esfuerzos ya y si debemos rectificar hacerlo cuanto antes, dejarlo para después puede ser tarde.

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